Milton Rodríguez en Diarios entreverados (Ediciones la
yunta, 2015) descubre un arte de listas y enumeraciones donde el recuerdo se
mezcla en el poema. Su libro consigna una querencia en la evocación y confunde
voluntariamente voces, ciudades y fechas. El diario como un refugio, “donde
todo el mejunge de cosas atiborra el pasado”. Las entradas dan cuenta de un
asombro y de la antena del poeta para sintonizar con lo efímero. “13.03.2004.
(…) No, no hay historia. Sólo instancias apagadas. Y el desarrollar de unos
momentos”.
En sus
páginas resuena la frase de Nabokov: Un autor no tiene que entregar un mensaje
porque no es un cartero.
Milton
Rodríguez captura, en una música propia, ráfagas de tiempo, añoranzas con y sin
melancolía, pedazos de historias de viajes, con bares y gente soñadora de
notas. La misa de Schubert, Nosotros dos
de Néstor Sánchez, el teatro San Martín, Pza. Mayo, una frase de Zelarayán o de
Luis Sandrini o de Witold Gombrowicz o de Antonio Porchia.
Vuelto
poema el papel de la locura de pensarse y verse vivir. Es un diario como teatro
de operaciones y obituario clandestino de frases acuciantes, como esta: “la
gente sensible se muere del corazón”.
Diario
de sueños y de una oreja despierta a la pesca de un fraseo. Sus entradas
destilan una santidad por fuera de toda maledicencia. Es el diario de un
escritor que no pertenece a ninguna orgía social. Una clandestinidad por fuera
de todo anhelo de inclusión o ilusión generacional ni querella o queja de
incomprensión. No hay resentimiento ni rencores hacia el pasado.
Entradas
como las del 25.06.2007 son iluminaciones de soledad y escritura: “Me olvidaba,
hoy se me acercó un hombre, en la esquina de Perú y Chile, y me dijo: Dame unas
monedas, Doctor, para la comida, o para el vino, dale, vos que sabés cuál es el
bueno.” O como la entrada del 20.12.2008: “Quienes viven solos, se vuelven
locos y aquellos que están en familia, también.”
Fechado
entre 1999 y 2009, el diario es una meditación silenciosa sobre una época
adulterada.
Cuatro
series de poemas acompañan el diario y desenmascaran una novela de aprendizaje
en verso sobre la vida puerca, la fe en los sueños, el registro de “seres
anónimos/ cargados de miseria”, andenes, plazas y una detallística personal.
Como en su libro
anterior, Unos domingos (2013),
Milton Rodríguez abre una línea descriptiva, de poemas como instantáneas
en
viaje o postales del camino. Algo sobre lo disperso de la vida
sobrevuela sus páginas en las que el recuerdo y el poema se entreveran
sutilmente. La naturaleza y la calle. El idioma y la gente. La
contemplación de las cosas a
través de las cosas. Y la delicadeza del poeta al insinuar la emoción.
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