Los intelectuales tienen una inclinación mucho mayor al totalitarismo que las personas corrientes.George Orwell
La judeofobia existe en el mundo
desde hace, quizás, dos mil años. Desde que los judíos mataron a Cristo.
Cuando se estrenó la película nazi La pasión de Cristo, el
canal Crónica se encargó de entrevistar a los espectadores argentinos,
muchos de los cuales decían que uno de los méritos de la película era
mostrar el papel deicida de los judíos de aquella época; también se dijo
que si los judíos se molestaban ante el film es porque tenían cola de
paja. Expresiones de este tenor son moneda corriente en Buenos Aires. Yo
las escuché muchas veces; varias de ellas fueron en restoranes de
comunidades españolas. Pero este es el anti judaísmo antiguo, el de
derecha, ultramontano. Es aquel ante el cual, si lo escuchara, Eduardo
Galeano, por ejemplo, manifestaría su rechazo. Quizás hasta escribiría
una nota. Hay una judeofobia mucho más convocante, presuntamente
ilustrada, que se presenta a sí misma como antisionismo: no es una
cuestión racial. Está unida al odio a los Estados Unidos y a Occidente
en general. Israel se presta como ningún otro a la concentración de ese
odio. Como dice el investigador francés Pierre Taguieff,
“Israel es la encarnación de Occidente para los antioccidentales, del
imperialismo para los antiimperialistas, del infiel para los islamistas,
del racismo para los pro palestinos”.
¿Cómo se construyó esta
acumulación de estereotipos? En la Argentina tiene una raíz estalinista,
como muchos de los males de este tiempo. Desde 1948, la Unión Soviética
retomó los viejos motivos antijudíos y los reconvirtió al comunismo, al
expresar que el Estado de Israel era imperialista, racista, fascista,
capitalista. Los “huérfanos de la Revolución”, hoy en día, escribe
Taguieff, “siguen pensando y orientándose en el elemento del mito
revolucionario de la tradición comunista”. Esto se suma,
incendiariamente, con este estereotipo: el Islam es la religión de los
desclasados. El nuevo mito revolucionario es el islamismo. Y, como a
Stalin, al extremismo islamista pueden perdonársele los excesos. Solo
así se explica la existencia de una nota, firmada en un diario de
circulación nacional, como la que voy a comentar continuación. Se trata
del artículo “Operación Plomo Impune”,
publicada por Eduardo Galeano en ocasión de la operación Plomo Fundido,
en enero de 2009. Hubiera pensado que es miserable dedicarse a criticar
un artículo como este, pero la manera en que lo vi multiplicado en el
Planeta Facebook y sus satélites en estos tiempos me obliga al
comentario.
“Hamas ganó limpiamente las
elecciones en el año 2006.” Falso. En 2006, Hamas ganó la mayoría
parlamentaria en elecciones que incluyeron todo el territorio palestino
(Gaza, el Este de Jerusalem y Cisjordania). El dominio territorial sobre
Gaza lo consiguió expulsando a Fatah, ejecutando sumariamente a decenas
de opositores, etcétera. Es decir, dando un golpe de Estado. Hoy en
día, las dos facciones palestinas Hamas y Fatah siguen en estado de
guerra civil; el enfrentamiento lleva muchos más muertos que los que se
produjeron por los ataques a la franja de Gaza en estos días a manos de
las fuerzas armadas israelíes. (Dicho sea de paso, en el conflicto sirio
de los últimos dos años, del que el progresismo no habla, han muerto
más personas que en el conflicto palestino-israelí desde 1948.)
Circulan, y habría que hacérselas llegar a Galeano, fotos de un grupo de motoqueros,
milicianos de Hamas, que asesinaron a seis personas sospechadas de
espionaje en una esquina de Gaza, las ataron a sus motos y las
arrastraron por el centro de la ciudad.
En Gaza, las reuniones públicas
están prohibidas; están prohibidas las escuelas de música y de danza;
está prohibida cualquier promoción del contacto con Israel o con el
mundo occidental. Palestinian Idol fue, por supuesto, cancelado. La
retórica extremista y de culto a la muerte invade todos los ámbitos de
la vida; las escuelas palestinas enseñan a sus alumnos el odio a sus
vecinos hebreos. Este es el escenario de la actual Gaza. No puede
atribuírselo al bloqueo israelí, ni a ninguna otra calamidad externa. No
puede seguir hablándose del conflicto en Medio Oriente sin reconocer lo
elemental: mientras que Israel podrá actuar de maneras muy
reprochables, nunca se propuso la exterminación de todos los palestinos.
Por el contrario, todo el mundo árabe, en sus primeras líneas como en
sus militantes de base, habla persistentemente de que hasta el último
árbol y la última piedra van a pedir por la muerte de todos los judíos.
Galeano dice que “los cohetes caseros de Hamas son hijos de la impotencia”, que son “disparados con chambona puntería [sic]”
para contrarrestar “la guerra de exterminio” emprendida por Israel. ¿No
sabe acaso Galeano que si Israel quisiera exterminar a Palestina podría
hacerlo en un par de horas? ¿No sabe que la estrategia israelí desde
años es la de la disuasión? Hamas y Hezbollah mandan cientos de cohetes a
Israel todos los años. ¿Qué debería hacer el país ante esa situación?
Como dijo Golda Meir: “Podría entender que los árabes quieran borrarnos
del mapa. Pero ¿es que realmente pretenden que cooperemos con ellos en
eso?”. Galeano se lamenta de que cada cien palestinos muertos haya un
solo israelí. Quizás preferiría que hubiera cien israelíes (o mil, quién
sabe). La pregunta típica de estos tiempos se impone una vez más: ¿es o
se hace? ¿Esta proporción de víctimas responde a la bondad de los
palestinos, o al extraordinario sistema de defensa de las fuerzas
armadas israelíes? Quiero mencionar un solo ejemplo. Existe un sistema
llamado Cúpula de Acero.
Son unos aparatos que lanzan misiles que interceptan los misiles
lanzados desde Gaza. En esta última ofensiva terrorista, Hamas lanzó más
de quinientos misiles. La Cúpula es un sistema selectivo. Defiende
áreas pobladas; dentro de ellas, defiende escuelas o shoppings, pero no
parques; y lo hará de día, pero no a medianoche, etcétera. Por eso
cuando nos enteramos de que un misil de Hamas impactó sobre Tel Aviv,
oímos que lo hizo sobre un área despoblada. Entonces: ¿se trata de un
terrorismo moderado por sus propias buenas intenciones, o refrenado por
el flagelo de la tecnología militar?
Galeano discute el silencio de la
comunidad internacional ante el genocidio sionista y habla de un “club
de mercaderes, banqueros y guerreros”. ¡Mercaderes! Por último, recurre a
una trampa que solo en el Planeta Facebook (o en su versión
periodística: las contratapas de Página 12) puede funcionar: los
palestinos son semitas, y por lo tanto no pueden ser antisemitas.
Increíble pero real.
El tiro de gracia del artículo
dice: “Dedicado a mis amigos judíos asesinados por las dictaduras
latinoamericanas que Israel asesoró”. Me eximo de mayores comentarios.
Solo quiero señalar el hecho de que esta es la versión progresista del
amigo judío de Moneta, condimentada con lo más acre de la manipulación
kirchnerista de los muertos de la dictadura. Israel no solo mata a los
palestinos: mató a los desaparecidos. Y su reverso: los palestinos son
los desaparecidos de hoy.
Este artículo circula, como digo,
actualmente, por Facebook y otros planetas de la constelación
progresista. Pero también tienen un espíritu parecido personas más
inteligentes que Galeano, como Martín Granovsky (y mucho más
inteligentes, como Judith Butler o Étienne Balibar). Y, palabras más, palabras menos, es la posición del Estado argentino. En un artículo de Granovsky del día 18 de noviembre
se comenta en detalle el documento argentino por el cual se pide el
cese de las hostilidades. “El texto es cuidadoso en la atribución de
responsabilidades. Por un lado, pide el cese de ‘la violencia’, lo cual
parece una forma de dirigirse tanto a Israel como a Hamas.” Esto es un
error. No puede suponerse que Hamas, que es una organización terrorista
con el objetivo anunciado de eliminar a un grupo étnico de la faz de la
Tierra, sea un interlocutor ante el cual pueda pedirse el fin de las
hostilidades. Esto es como suponer que Churchill hubiera podido pedirle a
Hitler que dejara de matar judíos. El único receptor de este pedido es
Israel. El gobierno argentino reprocha el uso desproporcionado de la
fuerza y Granovsky mismo señala lo notoriamente superiores de las cifras
de muertos en Gaza respecto de las de muertos en Israel. Parece ser que
entre un asesinato consumado y un intento de asesinato interrumpido por
un factor externo hay una diferencia moral abismal. Si no fuera por una
mezcla de suerte con poderío militar y trabajo de inteligencia, la
cantidad de muertos israelíes sería mucho mayor.
El terrorismo se caracteriza,
entre otras cosas, por tener entre sus objetivos militares a personas
civiles. Mientras que Israel hace todos sus esfuerzos por reducir la
cantidad de víctimas civiles, Hamas hace todo lo contrario. Lanza sus
cohetes histéricamente contra Tel Aviv o Jerusalem con la esperanza de
causar daños personales e instalar el miedo más profundo. Pero no solo
eso: se esconde entre sus propios civiles como estrategia disuasoria o, ex post,
para utilizar a sus muertos (paradigmáticamente, el niño) como
propaganda antisionista, que todos los medios del mundo recogen con
dedicación. Así es como ya nadie recuerda las bombas en guarderías de
los kibutz de Israel. Quizás Galeano se concentra demasiado en la
chambona puntería y se olvida de que para explotarse en un colectivo no
hace falta ninguna puntería en absoluto.
En la nueva ofensiva en la franja
de Gaza, de fines del 2012, Israel mató a varios comandantes de Hamas y
destruyó, aproximadamente, el 90% de los misiles de que disponía la
organización. Muchos de esos misiles son iraníes. En Planeta Facebook,
mi amigo Diego Tajer hizo una buena contribución contra la corriente:
Una agrupación abiertamente
antisemita, bancada por un régimen antisemita, homófobo y negacionista
que presuntamente organizó un atentado en Buenos Aires. Ah, perdón,
seguro que esto es “tomar a la AMIA como excusa”. En la misma línea,
hace unas semanas Timerman se reunió con Irán, y todavía no informó nada
sobre el tema (¡una falta total de respeto a los familiares!). No vi a
ninguno de los chicos justos antiisraelíes alzar la voz contra eso;
evidentemente les chupa un huevo. De esta forma, comparten el hermoso
discurso de Menem, D’Elía y la Federal.
Lo cierto es que esta escalada de
violencia en Gaza es uno de los pequeños puntos de la política militar
israelí. La ideología de la defensa israelí va por otro lado:
El
uso de la fuerza militar en Israel, crecientemente, no se trata de un
acto de fuerza para obligar a alguien a cumplir con cierta meta en
cierto momento; la disuasión conecta una serie de actos de fuerza para
crear y mantener normas generales de comportamiento para muchos agentes
militares a lo largo de un lapso extendido. La disuasión se vuelve un
concepto estratégico. (…) Las batallas ganadas eran eventos singulares, o
puntos; la disuasión es la línea que conecta estos puntos en un dibujo
más grande, de estrategia mayor.
Israel no quiere el exterminio de
Palestina, ni de los árabes, ni quiere la guerra. En el año 2005, se
retiró de la Franja de Gaza. No solo sacó a sus soldados, sino incluso a
todos los colonos que estuvieran viviendo allí. Levantó el bloqueo casi
por completo. Pero hizo algo más: autorizó el ingreso de armas de fuego
y el entrenamiento militar de las fuerzas armadas de Fatah para que
estuvieran capacitadas para hacer frente a las facciones terroristas
(Hamas, principalmente) dentro del territorio. Durante el 2005, no hubo
ningún bloqueo. Gaza era una especie de “limbo diplomático”, donde no
había un Estado reconocido internacionalmente pero sí había muchísimo
apoyo material internacional. Es lo correcto imaginar que si en ese
momento hubieran los palestinos intentado construir una nación
democrática, Israel no habría interferido. Eso es lo que muchos
israelíes de hecho estaban esperando. Y, más aún, la estrategia del
generalmente demonizado Ariel Sharon para su campaña electoral fue
continuar con esta tendencia en el West Bank. La guerra civil palestina y
el imperio de Hamas volvieron atrás con todo ello. Hoy hay decenas de
miles de reservistas israelíes esperando para entrar por tierra a Gaza.
El panorama empeoró mucho, para todos.
Lo cierto es que actualmente el
91 por ciento de los israelíes apoya la operación Pilar Defensivo. Una
mayoría no puede elevarse como garante moral de nada, pero sí puede
hacerse un esfuerzo para entender sus motivaciones. Desde que terminó la
operación referida por Galeano como Plomo Impune, 1500 misiles se
lanzaron desde Gaza hacia el sur de Israel para reparar esa impunidad,
donde vive un millón de personas (imaginemos, proporcionalmente, que un
grupo de terroristas colonizara Uruguay y lanzara misiles a un área en
la que vivieran casi seis millones de argentinos, dos veces la población
de la ciudad de Buenos Aires). Una generación entera de israelíes ha
sido criada entre el trauma y el miedo. ¿Cuáles son las expectativas
sobre sus gobernantes que se espera que prevalezcan entre estas
personas?
Ser más débil que el oponente no
vuelva a una causa más justa. Tampoco lo hace el que la cantidad de
muertos en su nombre sea mayor. Como dijo Nietzsche: “Que los mártires
prueben algo a favor de una causa es algo tan poco verdadero que yo
negaría que mártir alguno haya tenido nunca algo que ver con la verdad”.
El problema es que para el terrorismo, todo se trata del martirologio.
Para Israel, se trata de su defensa. Israel limita sus intervenciones
militares a lo que le indica la razón de Estado. Puede equivocarse, y lo
hace persistentemente, como todos los países del mundo lo han hecho, en
toda su historia. Ser anti israelí y no ser anti argentino es, desde
esa perspectiva, cuanto menos, incomprensible.
El terrorismo se propone que
Israel y sus integrantes dejen de existir. O, en última instancia, que
estén bajo la órbita del gran califato mundial. Dijo Zygmunt Bauman: “Al
igual que los vampiros, los valores tienen necesidad de sangre para
revitalizar sus energías vitales. Cuántos más muertos hay, más se
vuelven radiantes y divinos los valores en cuyo altar hemos quemado los
cadáveres”.
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