¿La
elección del título de su ensayo, Celebración de la poesía, no es
irónico en la medida en que, para usted, la poesía en lugar de ser un
acto de celebración, como muchos poetas lo piensan, es un acto de
transformación de nuestra relación con el mundo y por consiguiente con
la vida misma, por la gracia del ritmo?
Henri Meschonnic: Desde
luego que es un título irónico, pero es más que eso, es una reflexión
sobre las relaciones entre escribir un poema, leer un poema y toda la
historia de la poesía. También, me di cuenta de que cuando pronunciamos
la palabra poesía, no nos damos cuenta de que decimos cinco incluso diez
cosas diferentes a la vez. Es una verdadera cacofonía inaudible. Hay un
conocimiento histórico de la poesía, porque está la poesía en el
sentido de “stock”, es decir toda la historia de la poesía, de las
poesías, de la poesía en cada cultura con toda su historia. Pero el
problema del poema por escribirse es que es un poema que no puede mirar
hacia la historia de la poesía, porque si lo hace, se convierte en amor a
la poesía, lo que inevitablemente lleva a repetir la poesía ya escrita.
Por eso digo, y parece un juego de palabras pero es mucho más que un
juego de palabras, que el amor al arte es la muerte del arte. El poema
por leerse y el poema por escribirse tienen dos enemigos: la poesía
misma, en el sentido de la poesía del pasado, y la filosofía a causa de
su concepción del lenguaje. Desde que se escriben poemas, los poemas
fueron siempre los que reinventaron la poesía. La poesía nunca dejó de
ser inventada por los poemas. Pero cuando miramos la poesía con amor, se
produce un efecto perverso, nos ponemos a escribir sobre la poesía,
admirando la poesía y la celebramos. Es lo peor que le puede ocurrir a
un poema, tal como lo defino y que no tiene nada que ver con algo
formal, las formas fijas, los metros, las rimas. La historia de la
poesía no es la misma en todas partes. En la antigua poesía china no hay
ninguna oposición entre la métrica y la prosa, y esta oposición es una
cosa que también tuve que criticar, porque la definición de la poesía
por la métrica es definir la poesía por la forma, por el verso, y ya
Aristóteles sabía que los versos no son la poesía. Entonces ¿qué es la
poesía?
O más bien ¿qué hace que un poema sea un poema? Y cuál es
la razón principal, según usted, que hizo que una cohorte de grandes
poetas franceses (Yves Bonnefoy, André du Bouchet, Jacques Roubaud,
Michel Deguy, Emmanuel Hocquart, Christian Pringet, Jean Michel
Maulpoix, André Velter…) pasaran de largo, tal como usted lo expone en
este ensayo?
H.M.: Bonnefoy y los poetas que giran alrededor de su
órbita se conforman con nombrar las emociones, y el Oulipo y los poetas
experimentales apostaron a la coacción formal. Pero las dos tendencias
se parecen a la poesía y corren detrás de ella, porque cada una separa
forma de vida y forma de lenguaje. Ahora bien, el poema sólo tiene
oportunidad de producirse si es la transformación de una forma de
lenguaje por una forma de vida, y la transformación de una forma de vida
por una forma de lenguaje. Ahí es donde lucho contra la oposición entre
el lenguaje y la vida. No nos damos cuenta de que al oponer el lenguaje
a la vida, según la tradición filosófica, oponemos una representación
del lenguaje a una representación de la vida. Pensar, es transformar el
pensamiento, es intervenir en el pensamiento, de lo contrario, y es una
expresión que me queda de la guerra de Argelia, es “el mantenimiento del
orden”. Mi definición es anti-formal, la poesía para mí es la actividad
de un poema. Y definí el poema como la transformación recíproca del
lenguaje y de la vida. El poema transforma la vida, es decir la visión
de la vida, la concepción de la vida y por consiguiente la concepción de
la ética y de la sociedad. Es por eso que un poema, para mí, no es en
primer lugar un acto poético sino un acto ético, es decir un acto que me
transforma, a mí como sujeto, pero que también debe tener, si es un
acto que me transformó como sujeto, un efecto de continuidad en el
lector y transformarlo a su vez. Un verdadero poema transforma al
lector. No es un criterio simple, fácil o formal para hacer la
diferencia entre un poema y algo que es una imitación de la poesía.
Pienso en Reverdy que hacía una diferencia entre los medios y los
procedimientos, los medios son los que transforman al arte mientras que
los procedimientos son los que imitan al arte. En un poema hay que hacer
la diferencia, como en cualquier obra de arte, entre algo que nunca fue
hecho y que es esta transformación mutua de la obra y la vida, y lo que
ya ha sido hecho.
Una gran parte de las figuras poéticas que
acabo de citarle, y que representan a casi todas las tendencias del
paisaje poético francés, son maltratadas en este ensayo porque esas
figuras, según usted, no llegaron o pasaron de largo respecto a su
definición de la poesía o de lo que según usted hace un poema. ¿Un
poeta, puede, él solo, apropiarse la verdad de la poesía y expulsar a
los otros poetas a su periferia sin caer en el exceso?
H.M.: Lo
que yo digo no es la verdad de la poesía, es una estrategia de lectura y
de escritura, es decir una manera de reflexionar y de actuar que trata
de reconocer los funcionamientos del lenguaje y de situarse, de diversas
maneras, históricamente en el lenguaje y en la sociedad. Lo que implica
volver a pensar eso a lo que llamamos lenguaje. A la vez, llego a una
crítica de eso que llamo la heterogeneidad de las categorías de la
razón. Ahí, me sitúo en la historia del pensamiento también, en
referencia a lo que se llama la Escuela de Frankfurt (Horkheimer,
Adorno), gente que pensó algo nuevo. Es verdad que ellos se pretendían
neo-marxistas, pero opusieron a la teoría tradicional una tradición
crítica que implica una interacción entre todas las categorías del
pensamiento mientras que la teoría tradicional consistía en una
regionalización de las categorías del pensamiento que están
representadas exactamente en nuestras disciplinas universitarias, es
decir el lenguaje para los lingüistas, la literatura para los
especialistas de la literatura, la filosofía para los especialistas de
la filosofía, con sub-especialidades técnicas que, en sí mismas, son
perfectamente admisibles y necesarias. Lo que critico desde hace décadas
es esta autonomía o separación entre las disciplinas y sus
sub-categorías. Es creer que el pensamiento es una cómoda donde cada
categoría está ordenada en un cajón. Ahora bien ¿qué da eso? El estudio
de un poema según esta teoría consiste en abrir el cajón de la métrica
con el fin de estudiar la métrica, luego en cerrar el cajón, después en
abrir el cajón del léxico y mirar las palabras, luego en cerrar el
cajón, etc. Para mí, eso es un horror absoluto. En filosofía es lo
mismo, están los especialistas de la Ética que se ocupan únicamente de
la Ética, están los especialistas de la Estética… Todas estas
especialidades tienen una historia, una necesidad, pero también límites,
y el problema cada vez es la regionalización del pensamiento. Eso es la
teoría de Horkheimer y de Adorno. Pero hago la crítica de esa teoría
también, porque hay algo que está completamente ausente de lo que
pretendía ser una teoría crítica, y es la teoría del lenguaje. Planteo
que es necesario volver a pensar las relaciones entre el lenguaje, el
arte, todas las artes, pero en principio las artes del lenguaje (o los
géneros literarios) y la ética, la política y lo político. Lo que llamo
teoría del lenguaje –expresión que saco de Saussurre– cabe enteramente
en la noción de interacción, y tomo la noción de interacción de
Guillaume de Humboldt. Esta teoría se apoya en la interacción entre el
lenguaje, el arte, la ética y lo político de tal manera que invierto
completamente las oposiciones tradicionales, como entre lenguaje poético
y lenguaje ordinario. Para mí, el lenguaje poético no existe, sólo
existe el lenguaje a secas. Lo que cuenta en una obra de lenguaje, mucho
más de lo que ella dice, es lo que ella le hace al lenguaje y a la
vida, pero de tal manera que ambos se vuelvan inseparables. Lo que ella
dice es inseparable de su manera de hacerlo de lo contrario
sencillamente no habría lo que se llama literatura, no habría obra.
¿Qué le molesta en poetas como Bonnefoy, Deguy…?
H.M.:
Mi crítica no es masiva. En los poetas que usted cota critico ciertas
cosas. En la poesía de Yves Bonnefoy, por ejemplo, hay cosas bellas pero
desde el comienzo, aunque me gustaron sus primeras rimas poéticas, me
dije: es curioso, tengo la impresión de haber leído esto en alguna
parte, y era en Pierre-Jean Jouve. Hay una influencia muy grande de este
poeta en la poesía de Bonnefoy. Jouve es un creador que inventó sus
poemas, igual que Reverdy y muchos otros. En cuanto a Michel Deguy, de
él también me gustaron mucho sus primeros poemas, hice el prefacio en
1973 de una de sus recopilaciones de poemas. Éramos amigos, pero nos
alejamos mutuamente, él se volvió cada vez más heideggeriano. Y conozco
el peligro de este filósofo sobre el cual hice un libro que llamé El
lenguaje Heidegger, y eso equivale en él a una poesía de la poesía, es
decir a una esencialización de la poesía…
En efecto, usted también
critica en este ensayo la permanencia de una gran parte de la poesía
francesa en el discurso heideggeriano acerca del habitar poético del
mundo y sus metáforas espaciales y visuales que nos llevan a una
esencialización de la poesía y a su facultad nominativa… Ahora bien, “El
poema lo hacen la escucha y la oralidad como forma-sujeto. No es la
visión. No es lo visible” Pero ¿no pueden aparecer las dos dimensiones
conjuntamente en el poema?
H.M.: Contrariamente a Paul Claudel que
dijo: “El ojo escucha”, yo digo, en la poesía, es el oído el que ve.
Tomo como punto de partida una observación que me parece muy hermosa, de
la Guía de los perplejos de Maimónides. Éste saca dos ejemplos de los
profetas bíblicos, uno en Amos y el otro en Jeremías y dice: leo en
Amos: “Veo una cesta de frutos de verano, quiere decir que el fin de los
tiempos va a llegar”. Ahora bien, Maimónides hace notar que una cesta
de frutos de verano se acerca fonéticamente en hebreo a la palabra que
significa fin de los tiempos. Por consiguiente, es puramente auditivo.
Es una palabra que hace pensar en otra palabra. Eso se presenta en el
discurso del profeta como una visión, pero en realidad es una audición
entre las palabras. El otro ejemplo, es: “Veo una rama de almendro”,
quiere decir que estoy velando. ¿Cuál es la relación? La relación es que
la rama de almendro, una vez más, se acerca fonéticamente en hebreo a
la palabra que significa vigilia. Maimónides vio, en estos dos ejemplos,
cómo funcionaba la profecía. Eso se presenta como una visión pero en
realidad es una relación entre las palabras que hace que una palabra
llame a otra palabra que se le parece. Las dos palabras se hacen eco, y
una hace pensar en la otra. De alguna manera, creo que se podría decir
que hay, aunque la poesía no es la profecía, algo análogo en el
funcionamiento del poema. Mallarmé dijo, en 1891, en su respuesta al
cuestionario literario de Jules Huret: “La poesía no consiste en nombrar
sino en sugerir.” Fue uno de los conflictos poéticos que tuve con
Deguy, porque para él eso es antigualla “simbolarda”. Para mí se trata
de la intuición de un universal de la poesía, quiero decir que esto, aun
sin que los poetas lo sepan, y tampoco aquellos que reflexionan sobre
la poesía y que leen y aman la poesía, es algo que funciona siempre y en
todas partes, aun cuando se lo ignore. Así pues, para mí, la diferencia
entre nombrar y sugerir es capital. Todo aquello que describe es del
orden del nombrar. Pero eso que describe, eso que cuenta no es un poema.
Puede haber en los poemas elementos narrativos, pero una vez más es
preciso que eso se tome en un conjunto que es mucho más que una
narración simple o un relato o una descripción. Eso me conduce a hacer
una crítica de lo que se llama el sujeto. Desde hace algunos años hay en
francés una expresión de moda, bajo la influencia de los
psicoanalistas, la cuestión del sujeto. Entonces, un poco en broma,
porque siempre hace falta un poco de humor en la reflexión, yo pregunto
¿de qué sujeto se trata? Porque en materia sujetos cuento una docena, y
ninguno escribió un poema, ni el sujeto filosófico, ni el sujeto
psicológico, ni el de la ciencia, ni el de la técnica, ni el el de la
etnología, tampoco el sujeto que inventó Diderot, el de la felicidad. Y
es importante poner en esta lista al sujeto de la felicidad sobre todo
cuando se piensa en Heidegger que reduce toda la cuestión del sujeto al
psicologismo, porque se ve en todos los sujetos que enumeré, que hay
muchas cosas más que el psicologismo. Dicho de otra manera, hay una
reducción simplificadora y extremadamente abusiva de la cuestión del
sujeto en Heidegger. Y además, hay un sujeto capital que no debemos
olvidar, es el del derecho, sobre todo cuando uno piensa en la reducción
al sujeto como dominador que hace Heidegger. El sujeto del derecho es
el artículo 1° de la Declaración de los derechos del hombre y del
ciudadano de 1789: “Los hombres nacen y permanecen libres e iguales ante
la ley en derechos”. Pero los hombres de 1789 sabían muy bien que no es
verdad (risas). Entonces, ¿qué enunciaban? Enunciaban un principio que
tendría que existir en el plano ético, y que, de cierta manera, existe
pero en un plano puramente abstracto como un universal. Es también
interesante porque eso permite entender la diferencia entre lo universal
y la universalización. Es lo singular que está en todos lados lo que es
universal, que no hay que confundir con la universalización de un
modelo occidental. Lo universal se confunde a menudo con la
universalización del modelo occidental, por ejemplo en el Japón donde se
propuso, a partir de 1868, no imitar a Occidente, sino superar la
modernidad. Era el eslogan japonés. Entonces, cuando se trata de
construir locomotoras o todo lo que es técnico, sí, por supuesto. Pero
eso no puede aplicarse al arte. Los novelistas japoneses pensaron que
para hacer novelas era absolutamente necesario haber leído a Balzac, a
Dostoievski, a Tolstoi, y volvieron a hacer un poco la misma cosa, así
como los pintores chinos rehacen desde hace cierto tiempo la pintura
impresionista y la de los Fauves. Llegamos a otro par de sujetos: el
sujeto locutor de la lengua y el sujeto del discurso. Es muy importante
distinguirlos, porque todavía son pocos los lingüistas que hacen esta
distinción. El sujeto locutor lo inventa de alguna manera Saussure.
Todos los seres vivos son locutores de su lengua sin saber cómo
funciona, y sin tener necesidad de saberlo. Un niño de tres años habla
su lengua sin saber que habla esta o aquella lengua o cómo funciona tal
como podría explicarlo un lingüista, o un gramático o un lexicólogo.
Todos los adultos normales en todas las lenguas del mundo son
exactamente como un niño de tres años, es decir que no tienen necesidad
de saber cómo funciona su lengua para hablarla. Así pues, también ahí
hay una forma de inconsciente del lenguaje, de la lengua. En cuanto al
sujeto del discurso, noción que también existe en Saussure, el que la
inventó y divulgó fue Émile Benveniste. ¿Qué es el discurso Benveniste?
Es la manera en la que aquel que habla, escribe, o enuncia algo, se
sitúa en su propio lenguaje. Ahora bien todos somos sujetos del
discurso. Es por eso que el discurso es algo distinto a la lengua. El
discurso es la manera de inscribirse en el lenguaje. El último sujeto es
el sujeto freudiano, o el del psicoanálisis, es decir el inconsciente.
Pero todos somos sujetos freudianos. Hay muchos profesores o estudiantes
de letras que utilizan el psicoanálisis y sus conceptos para intentar
comentar, reflexionar sobre un texto literario sin darse cuenta de que
al importar, es decir al trasplantar conceptos que vienen del
psicoanálisis a un texto literario, no hacen más que volver a encontrar
lo que ellos ponen ahí. Se pueden encontrar prácticamente todos los
sujetos en cualquier texto literario, incluso el sujeto freudiano, pero
no porque se encuentren conceptos psicoanalíticos éstos hacen el poema o
la página de prosa. Entonces, hice una lista de todos estos sujetos, no
hay ninguno que haya escrito un poema. Todos estos sujetos están muy
bien, son funciones del individuo, todos nosotros tenemos estos doce
sujetos en nosotros mismos, pero también está lo que llamo el sujeto del
poema, que no es el autor, porque eso nos llevaría al sujeto
psicológico, o sociológico o incluso ético. Es una banalidad saber o
decir quién escribió el poema. El sujeto del poema es la subjetivación
radical del discurso…
Usted dice: “El hombre vive semióticamente en esta tierra.” Con relación al decir de Hörlderlin…
H.M.:
En efecto, este famoso pasaje de Hölderlin fue muy citado, sobre a
través de la interpretación de Heidegger. Yo digo que es todo lo
contrario, es el problema heideggeriano del habitar poético. Critiqué a
algunos poetas contemporáneos franceses no solamente por sus poemas sino
por su ideología de la poesía y por la “heideggerianización” de su
pensamiento acerca de la poesía: la poesía como una esencia, la lengua
como una esencia. La poesía tiene dos enemigos: la poesía y la
filosofía. El enemigo mayor del pensamiento del lenguaje, del
pensamiento de la poesía, del pensamiento de la literatura, es la
concepción del lenguaje que reina universalmente, pero sobre todo en
Occidente, desde Platón, y que se apoya en eso que los lingüistas llaman
el signo, o sea el dualismo interno de la noción de lenguaje y de la
lengua que hace que palabra sea la unidad, pero la palabra es también
sonido y sentido. El sentido y la manera en la que la palabra se compone
fonéticamente no guardan relación entre ellos y tampoco ninguna
relación con la cosa designada. Ahora bien, este dualismo interno no es
solamente un dualismo, es una heterogeneidad radical entre los dos
componentes, es decir que está la forma y está el contenido, y de ahí
sale toda una serie de dualismo y heterogeneidad de las categorías. La
heterogeneidad entre la forma y el contenido es catastrófica para pensar
un poema. Pero es lo que reina en la estilística por ejemplo y en la
manera tradicional y escolar de leer y analizar poemas: está el sentido,
o el contenido, luego está la forma. La consecuencia de esta
heterogeneidad es la misma que hay entre la carne y el espíritu, entre
la voz y el escrito, la letra muerta y la letra que mata (risa), el
individuo y la sociedad, el lenguaje y la vida…
El signo entonces
no sólo es el modelo lingüístico de la oposición entre el sentido y el
sonido, entre la forma y el contenido, es el lugar de una serie de
dualismos que tienen una forma lingüística, una forma filosófica (la
oposición entre la palabra y la cosa), una forma teológica, una forma
sociológica, política y por consiguiente ética. Y es por eso que, para
mí, el lenguaje no pertenece a los lingüistas. Se vive semióticamente en
la tierra porque lo que reina es el signo, es el dualismo generalizado,
inclusive en los modelos democráticos. Mi enemigo mayor es el signo.
Hice una crítica del signo y de toda la declinación que eso supone, y
por consiguiente de la separación entre el lenguaje, la política y la
ética. Eso me llevó también a hacer la diferencia entre lo sagrado y lo
divino.
Hablando de lo sagrado, usted se subleva contra “todo lo
sagrado del continuo entre las palabras y las cosas” presente en el
discurso de Bonnefoy. ¿Pero la poesía de este último no se da por tarea
ininterrumpida la interrogación de la ausencia de las cosas en las
palabras, lo que nos lleva al “sugerir” de Mallarmé?
H.M.: No
pienso que la poesía de Bonnefoy se interese en interrogar la ausencia
de las cosas en las palabras. Él cree que habla de la poesía, y no se da
cuenta que habla del signo, porque lo que él llama esta ausencia de las
cosas en las palabras es exactamente la definición del signo para los
lingüistas. Eso pasa por la representación del lenguaje en Hegel. Yo
decía que tenemos la concepción del lenguaje que viene de Platón, así
como la concepción del ritmo, y hay una relación entre las dos, entre la
noción tradicional de ritmo, que es un binario también entre un tiempo
fuerte y un tiempo débil, y la noción binaria del signo que es una forma
y un contenido. Tampoco hay que olvidar todo lo que los filósofos
contemporáneos le deben a Hegel para su concepción del lenguaje. En su
Fenomenología del espíritu Hegel define la palabra no solamente como la
ausencia de la cosa, sino como el asesinato de la cosa en la conciencia.
Para pensar como Hegel, es necesario no solamente que la cosa esté
ausente, sino que en la conciencia se haya matado a la cosa. También
allí se trata exactamente del signo, y es lo que critico en un cierto
número de poetas: ellos creen que hablan de la poesía, pero no se dan
cuenta que están hablando del signo.
Usted ubica a Bonnefoy y a
Deguy entre los imitadores de la poesía, entre aquellos que la
tergiversan porque substituyen una fábula (lo sagrado) a la historicidad
radical del lenguaje, de los discursos, de los poemas. Ahora bien, para
usted, lo sagrado es una aniquilación del lenguaje, del sujeto y de la
poesía…
H.M.: Es por eso que sacralizan la poesía, que la
esencializan y que implican la esencialización del lenguaje que hay en
Heidegger, porque, a la vez, ya no hay sujeto. Y efectivamente,
Heidegger se saca al poeta de encima, analiza el poema pero diciendo a
la vez que el sujeto es la lengua. Hay una frase de Heidegger que reúne
todo lo que dicen un buen número de poetas franceses que hacen de ella
su moneda corriente: “La lengua habla. El hombre habla solamente cuando
le responde a la lengua”. Lo que quiere decir que la lengua es el
sujeto. Ahora bien, la lengua no tiene sujeto, es una abstracción. La
única realidad es el discurso. Dicho de otra manera, de la lengua sólo
conocemos discursos. También es hacer la diferencia entre el lenguaje,
que es la manera de expresarse, y la lengua que es el sistema social de
expresión del lenguaje de una nación o de un grupo humano. Lo malo para
la poesía es creer que se habla de de la poesía mientras que se habla de
la lengua, es decir que no se piensa la noción del sujeto del poema.
Llamé a uno de mis libros Heidegger o el nacional-esencialismo porque lo
notable en él es una esencialización de la poesía, una esencialización
de la lengua alemana tal como sólo la lengua alemana, en la descendencia
directa del griego antiguo, es la lengua de la filosofía, y sobre todo
una esencialización del nacional-esencialismo o del nazismo. Dicho de
otra manera, Heidegger tiene acerca de la ideología de Hitler una
posición que en relación a Hitler mismo es hiper-radical, de tal manera
que se distanció a la vez que continuó pagando su cuota al partido hasta
1945. Esencializó la germanidad. Desde este punto de vista, considero a
Heidegger como un expresionista alemán, como se dice para los artistas
alemanes de los años 20. El expresionismo alemán también es una manera
de reaccionar contra el desamparo extremo que el tratado de Versalles de
1918 le infligió a Alemania. La desdicha en la que se sumergió a esta
nación fue el punto de partida de esta actitud revanchista. El
expresionismo alemán partió de un sufrimiento extremo que se expresa de
una manera soberbia en los poetas alemanes de esa época. Son los poetas
los que expresaron un sufrimiento extraordinario pero que también
pensaron el ritmo, y ahí hay una gran diferencia con el dadaísmo y el
surrealismo francés, ya que el surrealismo sólo pensó la imagen. Por
consiguiente, pienso que este sufrimiento está en el origen de la
esencialización extrema y en cadena que hace Heidegger. Hay una sola
esencialización que falta en Heidegger, es la ética.
Se le da una
gran importancia a la proximidad entre poesía y filosofía, a través de
la obra de Bonnefoy, de Jacottet, de Deguy. Ahora bien, usted dice “la
filosofía devora a la poesía. Se la incorpora. De esta manera, a la vez
que a veces la adora, también la anula, como Heidegger (…) ya que no es
únicamente una forma y una parte de la hermenéutica (que no ve más que
cuestiones de sentido y de oscuridad).”
H.M.: Tengo ahí un ejemplo
patente, ante mis ojos y mis oídos, es Derrida. En Francia es un
filósofo extremadamente admirado, extremadamente globalizado, en los
Estados Unidos es el único que existe. Ahora bien, leí mucho a Derrida y
leí mucho a Heidegger. No estoy para nada de acuerdo con Jean-Emmanuel
Faye que al final de su libro dice que no hay que leer más a Heidegger.
Por lo contario yo digo: hay que leerlo de otra manera, a través del
criterio de la oposición entre realismo y nominalismo, porque eso cambia
todo: la concepción y la visión del poema, de la lengua, del lenguaje,
de la ética y de la política. Derrida para mí está muy influido por
Heidegger y lo demostré hace mucho tiempo en un libro que llamé El signo
y el poema. Es Heidegger pero sin las comillas. Me detendré solamente
en una frase de Derrida que no le perdono, dice: “un poema es
filosofema”, es decir ¡un poema es un fragmento de la filosofía! Y lo
que critico en algunos poetas franceses es una imbibición de Heidegger
que ellos reconocen a duras pena. En los años setenta, Deguy me decía:
“¡Como sabés, me alejé mucho de Heidegger!” De hecho, se acercó cada vez
más. Y es triste porque eso influencia no solamente su manera de pensar
sino también su manera de escribir. En lugar de ir hacia su propia
sencillez, como una suerte de depuración, él va hacia una mayor
complicación, incluso de su gramática, inventa una gran cantidad de
palabras y no termina las frases.
Usted dice: “hoy la tarea de
pensar el poema sería la de pensar Humboldt, quiero decir de ese modo
pensar la interacción entre lengua y pensamiento, pensar el continuo
–cuerpo-lenguaje, lengua-obra. Esta tarea es poética, ética y política.”
En dos palabras…
H.M.: Lo que reina en la representación del
lenguaje universalmente es el discontinuo del signo con toda su
declinación sociológica, política, etc. Lo que llamo el continuo es algo
que no está prácticamente pensado. Mis colegas lingüistas no se dan
cuenta de que no son saussurianos sino estructuralistas. Siempre
critiqué el estructuralismo que es un encadenamiento de contrasentidos
sobre Saussure. Ahora bien, este último dijo: “sobre el lenguaje no hay
más que puntos de vista”. El signo no es la naturaleza del lenguaje, es
solamente una representación, una representación que oculta que es una
representación pero que se enseña en los departamentos de lingüística en
la universidad como si fuera la naturaleza y la verdad del lenguaje. Es
lo que hace que el continuo sea difícil de pensar. El continuo hace que
yo parta del poema para pensar todo lenguaje, en lugar de oponer el
lenguaje poético al lenguaje ordinario. ¿Por qué parto del poema? Porque
lo definí como la transformación de una forma de vida por una forma de
lenguaje y viceversa, como una relación de interacción entre el lenguaje
y la vida, en el lado opuesto a todo lo que hacen los filósofos y toda
la tradición filosófica. Es el continuo entre el lenguaje y la vida,
pero eso quiere decir también que es el continuo entre el cuerpo y el
lenguaje. Hay que pensar la relación entre el cuerpo y el lenguaje. Esta
relación se conoce perfectamente en cuanto a la palabra hablada. Los
sociólogos del comportamiento saben muy bien que uno habla con las
manos, que uno habla con todo el cuerpo, que la manera de sonreír no
tiene el mismo sentido en el Japón y en Europa, que hay una física
corporal del lenguaje. Nos expresamos con el cuerpo. Pero ¿qué queda del
cuerpo en un poema? En un poema, no hay carne, no hay neuronas. Uno no
puede biologizar el lenguaje como lo hacen las ciencias cognitivas
actuales. En el lenguaje escrito, el cuerpo no puede ser más que la
rítmica. El ritmo es el representante de la física de la expresión en lo
escrito. Pero no el ritmo en el sentido tradicional de la oposición
dual entre lo pleno y lo vacío, entre un tiempo fuerte y un tiempo
débil, no. Redefino el ritmo como la organización del movimiento de la
palabra en el lenguaje. Por otra parte eso incluye la métrica. Y desde
este punto de vista, vuelvo a encontrar a Aristóteles que dijo: “los
metros son partes de los ritmos.” Pero eso incluye todos los otros
ritmos: el ritmo de ataque consonántico, el ritmo de oposición (si es la
primera palabra de una frase o la última), el ritmo sintáctico,
prosódico. Todos esos ritmos hacen un continuo que es la subjetivización
del sujeto del poema en un sistema de discurso. El sujeto del poema es
la subjetivización de todo eso. Hay una frase corta y muy simple de
Péguy que lo dice maravillosamente: “De lo que escribí, todo es signo.”
Es una manera de decir que se reconoce un fragmento de Proust, de
Éluard… Evidentemente, eso supone una cultura poética, una cultura
literaria pero también un volver a pensar el lenguaje.
En lugar de
definir la modernidad poética como una ruptura y una transgresión de
los academicismos, usted sostiene que ella no se opone al pasado y que
más bien ella es la capacidad de continuar actuando en el presente de
toda situación histórica.
H.M.: Escribí un libro que apareció en
1988 con el título de Modernité, modernité. Repetir en este título la
palabra “modernidad” era una manera irónica de decir que desde que se
dice la misma palabra una segunda vez no se dice exactamente la misma
cosa. En este libro hice una crítica de toda una serie de confusiones
entre la modernidad filosófica, es decir el reconocimiento de que hay un
sujeto del pensamiento y un objeto del pensamiento (con Descartes), y
la modernidad artística, dicho de otra manera la modernidad en
Baudelaire que es algo distinto a la modernidad filosófica según
Descartes. Baudelaire tiene una forma magnífica, para él la modernidad
es “sacar lo eterno de lo transitorio”. Lo que me hace decir, que en
arte, el primero en haber pensado la modernidad fue Baudelaire. Esta
modernidad no tiene nada que ver con la modernidad científica y
tecnológica o la modernización de la vida social. Critiqué también una
concepción que ya Octavio Paz criticaba, la confusión entre lo moderno,
por un lado, y lo nuevo que envejece con el tiempo. Y lo que tomé de
Baudelaire es una definición de la modernidad como una actividad. Y ahí
me refiero de nuevo a Humboldt que opone actividad y producto. La mayor
parte de las obras de una época son productos de la época, y en tanto
que tales, mueren con la época, mientras que la actividad continúa
siendo activa en el presente. En ese sentido, diré que Homero todavía es
moderno porque continúa siendo activo. El éxito contemporáneo, o
incluso la indiferencia, no significan nada. El olvido de la posteridad
tampoco prueba nada. Des luego, cada obra tiene su historicidad y
pertenece a su época, a su cultura y a su lengua, pero un pequeño poema
del siglo VIII, por ejemplo, incluso traducido, puede seguir siendo
bello y activo.
¿Qué responde a la crítica de una doctorante que
se asombra de que con una visión tan exigente de la poesía, usted no
encontró cómo respirar en los blancos de Du Bouchet? Ahí donde usted no
ve más que vacío asfixiante, ella siente el aliento del poeta.
H.M.:
(se ríe): Hay que mirar la sintaxis. Lo que pasa con Du Bouchet o con
otros es el efecto del “Golpe de dados” de Mallarmé, es decir el papel
de los blancos para aislar palabras y dar una importancia propia a cada
grupo separado al punto que a veces hay muy pocas palabras sobre una
página. El problema es que el “Golpe de dados” de Mallarmé es la obra de
alguien, lo dijo él mismo, “sintaxiado”, está construido
“sintácticamente”. Ahora bien, en los poemas de Du Bouchet los blancos
desempeñan un papel de esencialización del poema. Se trata de palabras
aisladas sintácticamente y que, a la vez, para mí, caen totalmente en la
categoría del “nombrar”. No hay más “sugerir”, es decir que hay
palabras tomadas, cada una, absolutamente, y que por siguiente no son
más que una nominación.
Interesante el otro aspecto paradójico de
celebración de la poesía, el de la poesía, como forma o como coacción,
métrica o no métrica (Roubaud, después el Oulipo), al que usted describe
como caricaturalmente neoclásico en el momento en que esta forma se
instala como una de las más representativas de lo contemporáneo, que se
cree la modernidad.
H.M.: La prueba de la paradoja es la
representación del ritmo que hay en Roubaud. Escribe en un libro llamado
Poésie etcetera: ménage, que no hay ritmo en la prosa. Dicho de otra
manera, para él, el ritmo es únicamente métrico. Está metido totalmente
en esa confusión que se remonta a Platón, y hace lo contrario de lo que
decía Aristóteles (los metros son partes de los ritmos; se pueden
escribir versos y no es poesía). La oposición que se puede tomar por una
cosa evidente, concreta e indiscutible, la oposición entre el verso y
la prosa hace mucho tiempo que fue definida por la etimología misma de
las palabras: el verso en latín es versus que también quiere decir el
surco trazado por el campesino que sube y desciende, luego vuelve a
subir y a descender. Dicho de otra manera, el verso es lo que se
reproduce indefinidamente igual, mientras que la prosa en latín es
prosa, es decir el discurso que avanza. Ahora bien, es falso porque ya
en los oradores griegos del siglo V antes de nuestra era, había una
métrica de prosa, es decir una organización del final de fraseo que era
ritmada. En latín, es un poco parecido. Ya en ellos, no existía esta
oposición tan absoluta que la tradición ve entre verso y prosa.
También
esta oposición determinó la idea de que el verso es el dominio mismo
del ritmo, que no hay ritmo sino en los versos, y que la prosa está
desprovista de ritmo. Es lo que repite Jacques Roubaud. Ya, los
especialistas franceses del siglo XVIII sabían que hay ritmo en la
prosa. Y cuando uno mira en la enciclopedia de Diderot y D´Alembert, el
artículo sobre el ritmo muestra bien que es la organización del soplo en
la frase. Y Roubaud continúa creyendo que no hay ritmo más que en el
verso.
Por último, de esta oposición entre verso y prosa se pasó a
la oposición entre poesía y prosa, lo que ya suponía que se confundían
los versos con la prosa, con una definición sólo formal de la poesía.
Esta oposición entre la poesía y la prosa, que pudo funcionar durante
siglos, recién fue problematizada en el siglo XIX a partir del poema en
prosa.
Hay un texto que me gusta mucho del poeta Shelley, es un
ensayo que escribió en 1817 con el título de Defensa de la poesía y en
el cual dice: “Es un error vulgar oponer escritores en verso a
escritores en prosa”, lo escribió incluso antes del nacimiento del poema
en prosa.Aparecido en la revista Missives, Junio del 2007.
Traducción: Hugo Savino
Publicado por The CANTINA project en 13:29
Etiquetas: libros, reportajes, traducciones
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