de Luis Thonis, el viernes, 26 de octubre de 2012 a la(s) 14:41 ·
¿Qué es el Dasein? Dasein combina las palabras «ser» (sein) y «ahí» (da), significando «existencia» (por ejemplo, en la frase „Ich bin mit meinem Dasein zufrieden“
«Estoy contento con mi existencia»). Para Heidegger designa el modo de
existencia del ser humano. Pero hay otra pregunta: ¿puede el Dasein
socializarse, volverse comunitario y designar el destino de un pueblo?
En el famoso discurso de rectorado Heidegger en no deja dudas: “Saber
decidirse por la esencia del ser, de acuerdo con el tono de origen, eso
es el espíritu y el mundo espiritual de un pueblo que no es una
superestructura cultural como tampoco un arsenal de conocimientos y
valores utilizables. Sino que, al contrario, es el poder para poner a
prueba las fuerzas que unen a un pueblo con su tierra y su sangre como
poder del despertar más íntimo y del estremecimiento más extremo del
Dasein.”
Estamos en 1933, con los nazis en el poder y con la constitución de
Weimar abolida por Carl Schmitt, que cita a Hegel: "Al pasar del
feudalismo al absolutismo la humanidad necesitaba la polvora del cañón y
estaba ahí". No quiero ser un fiscal de Heidegger en cuanto a sus
intenciones pero este estremecimiento acerca de la sangre y la tierra
cabalga directamente en el contexto que la escribe hacia la celebración
del Führerprinzip del nacional socialismo. La
Universidad alemana debe afirmarse en la “esencia”, sinonimia de la
verdad ante un mundo que padece una ausencia de patria. Retórica de lo
sublime y abuso del superlativo absoluto. El pensamiento de Heidegger
habla de una impotencia absoluta respecto del origen que sólo puede
restituirse a sí mismo como simplicidad bajo la forma de lo sagrado
germánico. El Dasein se extiende al pueblo pensado bajo las categorías
de lo auténtico y lo inauténtico. Estados Unidos sería el colmo de la
inautenticidad como lo es la misma democracia.El "origen" de Estados
Unidos, lo que lo constituye como pueblo, no hay que buscarlo en los
pasajeros del Virgina sino en su constitución. La Revolución de Hannah
Arendt examina detenidamente este proceso. La entrada de Estados Unidos
en la Segunda Guerra Mundial es interpretada como “decadencia” no se
sabe respecto de qué origen, supongo que el verdadero de lo sagrado
germánico ante lo cual todo es herejía. Deshistorización: el mundo sería
un jardín de infantes del Ser si no fuera por el bruto yanqui y la
maldición de la técnica. La guerra de agresión de Alemania queda del
lado de lo auténtico. De ahí la importancia que tiene Heidegger para la
intifada “pacifista” de los pensadores deconstruccionistas posmos,
esmerados en constituir al zombie planetario: para Alain Badiou, por
ejemplo, el nombre judío es en sí mismo “nazi” y Hitler fue quien mejor
lo interpretó, superando a Nabucodonosor. El que ha ido más lejos de
todos es Shlomo Sand, profesor judío de la universidad de Tel Aviv-
éxito en las librerías- que lleva la intifada deconstruccionista
posmoderna a su punto más sublime: el pueblo judío no existe, es según
él una invención de historiadores sionistas, carece de origen, son
conversiones de conversiones. Se trata de borrar de un trazo todas las
líneas de transmisión confundiendo una religión con una raza, al mejor
estilo de D´Elía, a la esencia judía con el nombre judío. No existe la
"ecencia" judía como tampoco la alemana y de ningún pueblo. Y menos del
palestino creado tras la derrota de ese intento de genocidio de los
estados árabesluego del la guerra de los Seis Días. Aunque se pretende
un nuevo Foucault, lo que dice está en las antípodas de las Lecciones
para defender la sociedad, donde Foucault considera el relato hebreo
como una "objeción" a todas las babilonias del mundo. Pero precisamente
para devenir Babilonia- y Bobilonia- el mundo tiene que suprimir esta
"objeción". Si Sand, simpatizante de la cultura de cinturones con
bombas, enseñara en Palestina o en cualquier estado arabo musulman y
dijera que Mahoma es una ilusión del desierto sería inmediatamente
ejecutado. Lo único que le falta es decir que el Profeta fue anterior a
Abraham.
Heidegger opone una buena muerte- heroica, garantía de autenticidad- a
una mala muerte, al “se muere” anónimo, inauténtico. La muerte estúpida
en la cama que sin embargo garantiza la libertad para los otros. Da
cuenta también del antisemitismo, aun bajo una forma no voluntaria. El
motivo nunca examinado es que el nombre judío ha ganado la guerra del
origen, del origen como multiplicidad y transfinito en acto como lo
muestra ese conjunto de transmisiones que se llama “la Biblia”. Por eso
la Biblia no tiene ningún lugar en el pensamiento de Heidegger como
tampoco la novela que tiene una relación de continuo con ella. Thomas
Mann prematuramente captó mucho mejor que Heidegger dónde podía llevar
ese estremecimiento donde se piensa al origen como algo puro, ario, y no
como algo que puede ser constituido retroactivamente por la literatura:
“Los travestismos más indignos de su sueño de una germanizad alta y
pura con ese mismo sueño que, en el más inmundo espantapájaros que la
historia universal haya engrendrado jamás, ven al ´Salvador´ que un
poeta anunció(Stefan George), nadan en un exceso pueril de paralelos
místicos e históricos, creen ver en él el regreso de Lucero, el hombre
demoníaco impulsado por las oscuras fuerzas populares alemanas y rodean
con un aura carismática a un impostor histérico, una lamentable nulidad
que supo utilizar el desamparo y los problemas de una época ávida de fe
con la astuta obstinación de un demente para elevarse a sí mismo.”
El olfato del novelista es más lúcido que el saber del Dasein del
filósofo. Interrumpe la retórica de lo sublime. El Hitler de Thomas Mann
está en las antípodas del que exaltan Heidegger y Carl Schmitt con la
retórica de lo sublime. Es el Hitler que se negará a escapar cuando la
batalla de Berlín porque no quiere “morir como un perro” en las calles
mientras que la juventud alemana, niños psicotizados por la Kultur, caen
como moscas jurando por él ante el Ejército Rojo. Se dará una muerte
auténtica a tono con el origen en su búnker.
Heidegger se quedará sólo con poetas como Holderlin y Rilke de los
que hace lecturas en extremo simplificadas, casi cómicas donde los
poemas son aplastados por la fetichización de la lengua alemana.: lee
siempre la Lengua y no el poema aboliendo el sujeto de enunciación.
También hay una esencialización de la guerra que en su caso es un
combate contra lo empírico. En Contribuciones a la cuestión del ser,
1955, escribe: " Esto no es una guerra, sino el polemos, que hace
aparecer a los Dioses y a los Hombres, los Libres y los Esclavos, en su
esencia respectiva, y que conducen a una dis- putación del Ser(
tachado). En comparación con eso, las dos guerras mundiales permanecen
superficiales". Lo superlativo produce la esencialización...que acusa
que la guerra fue perdida..
La literatura abunda en heroínas y sirenas heideggerianas como
Matilde de la Mole en Sthendal, joven aristócrata parisina, que rompe
todas las convenciones sociales y no para hasta tener la cabeza de su
amante para repetir un mito de origen. No se entrega al primero que
viene porque no quiere un amor sin gloria que no repita la historia de
la reina Margarita a la que le entregan la cabeza de un familiar lejano.
Ama bajo la forma sublime del superlativo absoluto. Parece
apasionada, romántica, despreciativa del qué dirán de la ley de los
salones pero su deseo, a veces lo contrario de la pasión, está en otra
parte. Estar entre dos mujeres, como sabía Casanova, siempre supone la
cabeza en juego. Estar entre el hacha de Matilde y los arrullos de
Madame de Renal y sobreactuarlas como autenticidad es una tácita condena
a muerte. El deseo de Matilde no es Julián, no el primero que viene
sino el advenedizo que encaja a la perfección en su guión, la farsa que
él debe representar para que su estremecimiento sea total ante su cabeza
decapitada “de acuerdo con el tono del origen” que pavimenta el camino
de los futuros demonios.
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