domingo, 10 de marzo de 2013

Purgación, Expurgación, Anunciación Por Luis Thonis.



 



 
Quiero recordar el aniversario de quien sentó las bases, abrió las condiciones de la crítica en la Argentina: Sarmiento. No hay argentino que no tenga su Sarmiento: incluso si no lo leyeron. Yo tengo el mío, el que se deja oír en sus precursores: Martínez Estrada o Héctor A. Murena, todos ellos resistentes, con la inevitable referencia a Alberdi, al Campamento como modelo de país. Por eso, ante los discursos culturales que voy a examinar, me atrevo a imaginarlo preguntándose : ¿hay en la cultura hoy por hoy más que unos populismos más o menos vergonzantes sobre los cuales, inevitable, cabalga algún malón, algún fascismo travestido ? Y no lo diría para fortalecer viejas antinomias sino para provocar el pensamiento, empezado por los que hablan en su nombre....contra no pocos que se llenan la boca de patriotismo pero que- aun involuntariamente - trabajan para lo mismo que dicen criticar - autoritarismo, totalitarismo - conspiran - aun paródicamente- contra lo mismo que declaran defender, la democracia, y , recuerdo yo, la República.
Voy a tratar esos “ismos”, los nuevos cultos.
En efecto, las líneas que siguen tratan críticamente de una política que abrumadoramente propició una línea de funcionarios: la que va del apogeo del discurso utopista hasta su actual crisis, también de la pasividad que mostraron ante el nuevo discurso que no podía ser sino la resultante y casi la supresión de la actividad crítica. Todo derivó en un discurso “fundacional” que apunta realizar en lo concreto lo que el utopismo mantenía en el estatuto de un programa final, de hiper moron, de más allá de la cultura y que no era sino la cara de un programa cultural muy tangible.
La crítica literaria es una medida de cierto estado de cosas en una cultura. Esta ha sido absorbida casi en total por el horizonte homogéneo de un discurso cultural que no puede instituirse como discurso: es el de una política utópica que pontifica contra el Poder - con mayúscula - ocupando los lugares claves de la transmisión de la cultura, pero siempre bajo la forma de renegación: aun si para ellos son todas
, el poder lo tienen siempre “los otros” - léase “los elitistas”- y en esa lógica se alienta - en una forma paródica que “podría” ser - la toma total del poder (republicano, basado en la separación de poderes); el hoy se fortalece siempre desde un mañana imposible que es ahora la condición de meter miedo, propiciar en la cultura el funcionamiento homogéneo de las interpretaciones. Es tiempo de preguntarme dónde están y qué piensan de estos años de democracia muchos intelectuales y críticos que hablaron, independientes, contra la dictadura en los momentos más difíciles; no creo, no concibo que piensen con total ingenuidad que la cultura no es ya un lugar de discusión. No hay que sucumbir a la intimidación de una palabra que o bien es su propia performación (convalida el universo de discurso) o bien se limita al anatema ante cualquier objeción o crítica: el que disienta será: “elitista”, “fascista”, “autoritario”, y hasta parapolicial, ni siquiera le reconocen a un gobierno que tanto los apoyó la supresión de esos autos, muchos parecen vivir todavía bajo una dictadura, se diría hasta que la invocan ya que necesitan de ella para instituir un maniqueísmo tipo “si no estás conmigo estás contra mí”, que reproduce en otros el planteo de quienes iniciaron la lucha contra el anterior gobierno constitucional, sólo que de modo paródico, negando la tragedia, identificando revolución y festival; ellos sin embargo piensan que una dictadura es más favorable a su causa: indiscutida. Y tampoco están lejos de incurrir en eso quienes no diferencian los logros de este gobierno en lo jurídico-político - la restitución de las libertades públicas, el habeas corpus, puntos de no retorno- de la situación económica mal encaminada ni lo económico de lo cultural. Puede leerse que apuntaron desde entrada a la descalificación de lo jurídico y lo legal, de modo de probarse una idea de cultura que inexplicablemente el gobierno alentó de modo hegemónico, tal vez por el prejuicio de ser considerado de “derecha” o por una cuestión de votos, lo cierto es que la Universidad - humanidades - o los medios de comunicación estatales fueron lugares donde no hubo crítica de la hegemonía utopista, ese nuevo poder que se autodesigna como “nueva cultura” y se irroga una marginalidad que finge desde las instituciones. Su objetivo a través de un falso pluralismo - lo que Arendt ha caracterizado como “fachada” - es imponer la afasia generalizada, la intimidación para mantenerse en el poder simulando su separación. Es algo que me he cansado de comprobar: escribir estas líneas es llover sobre mojado, me asombra que casi nadie hable de algo, convengo, tan redundante, como si no existiera, - demasiado sé que las diferencias suelen también estar programadas y tras la fachada, en plena superficie están las consignas de hierro, con inobjetable apariencia-.
Está de más decir que los intentos de cuestionar dicha hegemonía fueron o silenciados o pasados por alto. La revista Innombrable - no fue el menor motivo que
ahí se hablara de los derechos humanos en Cuba - sólo fue tomada en serio por los grandes diarios del interior: La Capital (Rosario) y La Voz del Interior (Córdoba). Al parecer allá no llegan los controles. Actividades llevadas a cabo por el Centro Cultural General San Martín fueron excepciones que entre otras merecen destacarse. También en ciertos críticos literarios la poesía ha sido esa víctima sin paradigma de complementariedad. En toda esta época o bien fue el silencio - obligatorio - o bien reinó una polifonía como forma predeterminada, un tipo de fascismo al que se refirió el rector de la UBA a quien no le dejaron tomar la palabra. Hablaré de la polifonía monótona hasta lo inaudible que ha trabajado, producido esos cuerpos...
El Editorial de “La Hoja del Rojas” - Dirección de Cultura, Secretaría de Extensión Universitaria, Universidad de Buenos Aires, mayo de 1988 - ilustra a las claras cuál ha sido en estos años de democracia la voz de orden respecto de una política cultural. Se trata de un programa con un editorial que sintetiza la línea hegemónica. Este manifiesto más que editorial fue escrito - no lleva firmas - por gente que no aprendió nada de lo sucedido en la Argentina
, que ha quedado fija en el pasado, intenta repetirlo sin diferencia crítica o vivir su farsa, “explotarlo” y con la corroboración implícita de muchos intelectuales que nunca lo objetaron a su debido momento. Sorprende que sean éstos los mentores, los educadores: los que no han aprendido nada, los que tratan de paralizar cualquier intento de otra reflexión. Quieren crédulos a los jóvenes. Comprueban a través de una forzada analogía con el mayo francés del  ‘68 que una reedición del terrorismo es improbable a corto plazo, cierto “derrotismo” parece tenerlos nostálgicos - es el desencanto utopista, ya listo a esperanzarse con el populismo que pretende fundar todo desde cero - y que todavía lo piden a bajo grito en las revistas que exaltan las décadas del ’60 y el ’70 sin dudar entre las de mayor ceguera cultural que ha conocido la historia.
Escriben: “La imaginación al poder, seamos realistas, pidamos lo imposible’, decían con plena convicción los jóvenes del mayo parisino.
Y lo coreaba gran parte de la juventud inquieta del mundo. Porque el mayo
del ‘68 fue una de las expresiones más acabadas de una época que creyó tener en sus manos la transformación de la sociedad a través de la conquista revolucionaria del poder. Fue también el comienzo del ocaso de ese sueño.
Muy diferente es el panorama veinte años después. Los reales mecanismos de poder no sólo parecen más inabordables sino, sobre todo, inútiles para aquellos fines y sólo aptos para reproducirse a sí mismos.
La perspectiva sin duda les resulta “menos optimista” pero el deseo de curar permanece intacto, algo, no se dice qué, - la dictadura
, parece, pese a que ya no está - “amenaza con alimentar un individualismo egoísta y una fragmentación esterilizante, creemos que tiene su contrapartida sin embargo en un verdadero estado de movilización que se manifiesta con particular fuerza hoy en la cultura. Y que pasa desapercibido para muchos que, con pose de progresistas, sólo parecen estar al acecho de fantasmas del pasado para reconocerse en ellos”.
Los autores de la Hoja quieren - dicen - lo imposible y pasan por alto de entrada que los intelectuales franceses que participaron, jóvenes, en aquel estallido - espontáneo, no programado, imprevisible - han sido sus primeros y reflexivos críticos: ese mismo acontecimiento impide por sus características que se haga de él una referencia histórica fatal, un Modelo, nuestros lectores de Foucault son reflexivos en una deshora preñada de inmediatez, ni bien terminan de considerar que la situación no es la misma y ya están en estado de movilización, una política de masas siempre está gritando en ellos, lo impregna y tergiversa todo. Empezando por quienes participaron en aquel irrepetible acontecimiento - André Gluksmann, Bernard Henry Levi –
que no se han cansado de explicar cómo la cultura del “socialismo revolucionario”, no democrático, se ha resuelto una y otra vez en los campos de concentración. Léanse Retrato de Familia con Fidel (Carlos Franqui) y El Central de Reynaldo Arenas para entrever que no se trata de una lucubración de la CIA.
Esta negación, por otra parte, prohibe todo planteo serio acerca del marxismo que no sea demagógico, ensombrece la lucha por los derechos humanos en otros países (Chile), lleva a pensar que el terror es sólo para los otros que ni siquiera, como en el país andino   pueden constituirse en “oposición” ya que la avidez concentracionaria ahí es total
; quienes critican eso, a su vez, son por añadidura colocados en la derecha más extrema posible, todas las ovejas son del mismo color. Estos señores se han pasado años disertando sobre “posmodernismo”, lo convirtieron primero en un tema gorgeado como utopista, luego declararon que era de “derecha”, pero no leyeron una línea acerca del mismo y dicen haber leído a Hannah Arendt, sin duda para neutralizar el concepto de totalitarismo.
La idea de cultura de “La Hoja del Rojas” va en ese sentido ya que niega todo principio de autoridad en la cultura, no es casual que luego de tantas prédicas de este calibre haya podido surgir un discurso fundacional al cual muchos de ellos, por cierto, ya se están pasando
: el estado de movilización (para espasmo de muchos novicios) de ese oportunismo rancio que consiste en acomodarse lo mejor posible en cada coyuntura. Claro: tienen dudas de quién va a ganar. Sus enemigos sin embargo siguen siendo los "fantasmas del pasado". Los diálogos por eso tienen mucho de espectral. Y en este caso se trata de un deseo muy poco “revolucionario”, sea dicho con el perdón de Deleuze y de Foucault: es nada más que el viejo, “burgués”, instinto de conservación que empieza a ganar en la nueva cultura ante la inminencia de un nuevo vencedor.
A los del
68 francés en medio del lirismo anarquista se les apareció un tanque ruso, descubrieron que tras su paso “no vuelve a crecer la hierba de la democracia” como escribió André Gluksmann. Es que de dicho orden no hay retorno posible. Y si ahora hay cierto repliegue, reconocimiento de errores, crítica al estalinismo, mucho tuvo que ver la lucha de los intelectuales del mundo libre, del “corrupto” Occidente. Todos ellos, cada uno a su modo, volvieron a leer el menos leído de los libros, la Biblia, la segunda muerte del último evangelio sucumbió al Verbo: ahí lo imposible era la idolatría y lo que Kafka llamó un cobarde heroísmo.
Poco antes de su muerte Jorge Luis Borges escribió en Clarín, -13/12/84 - una cáustica nota titulada “La Cultura en Peligro”. Objetaba un insólito - “estrafalario” - programa de estudios que las nuevas autoridades habían fraguado en la Facultad de Filosofía y Letras. Advertía que las literaturas extranjeras podían ser sustituidas por algo que sonaba a una tropelía de neologismos - “Literatura media y popular”; “Medios de Comunicación”; “Folklore Literario”; “Sociología de la Literatura”; “Psicolingüística” - y conjeturaba, luego de desechar que se tratase de una broma que bien una cosa se puede sustituir por otra, “una taza de café por una de té, pero no el estudio de Virgilio, o de Voltaire, por el de canal 13”.
Al leer “La Hoja del Rojas”, número I - síntesis propuesta de una “nueva cultura”, vivida como actualidad incurable de un utopismo crónico - no es casual que tal cultura “cuyos autores, son, asimismo, funcionarios” (
Borges), esté tan empobrecida en lo intelectual que tiene que manifestarse “en un verdadero estado de movilización”, es decir, en atisbo y preludio de una violencia inminente; la nota del escritor cobra actualidad, recuerda que la cultura en sentido amplio no está en peligro porque no la hay, es todavía un peligro para esta gente. Quiero decir: el pensamiento individual es algo que puede connotarse como algo cultural desde su misma irreductibilidad, a diferencia de la escritura que habla sin dejarse programar por la administración del lenguaje. Ya no se trata, luego, de la asombrosa revelación de toda una crítica que sustituyó a Virgilio por Gerardo Sofovich para terminar declarando ahora que, en efecto, Sofovich no era ningún Virgilio - nunca se propuso serlo, vaya en su favor - ni preguntarse si la versión que Borges da de tal programa - “estrafalario” - es o no elitista. Se trata de quedar a la espera de un Canal Utópico que los programadores del Rojas piensan controlar con su declarada sed de más poder estatal, siempre con la mascarada marginal, nunca saco y corbata, la cosa tiene que ser tan “transgresiva” como paga por cada uno de “nosotros”, inevitablemente “egoístas” pese a todo.
Se cree haber suprimido la cultura como expresión crítica para siempre y por eso la tarea actual parece ser la de restringir y censurar implícitamente toda opinión individual que de antemano la Hoja considera “egoísta”, es la de promover la afasia obligatoria con un casi confeso objetivo final que no puede ser sino suprimir las diferencias, la libertad de expresión para quien discrepe en un tilde, fatigue los dichos que conforman sistema.
Es un teatro de histeria que funciona sin división entre “espectáculo y espectadores”, no hay necesidad de texto y todos son malos actores. Escriben: “Las propuestas de cenáculo, lejos de desaparecer, fueron desplazadas de los espacios que habían ganado al amparo del oscurantismo dictatorial”.
La frase resulta demasiado oscurantista, no dice qué espacios, omite los brincos de los oportunistas de siempre. Si eran parte de los cenáculos quienes por su trabajo escribían las páginas centrales de política - directamente comprometidas con el régimen - en los diarios más declaradamente oficialistas habría que decir que han cambiado no de cenáculo sino de hoja de diario, habría que hacer listas con los demás, blancas, negras se revelaría que no pocos de ellos están en la nueva cultura, de seguro haciéndolas a su medida, altivo el penacho intachable, autopremiados. Más que de una cultura revolucionaria habría que hablar de una cultura perpetuamente conversa. El juego de anatemas no diferencia entre los diversos medios de comunicación, entre política y cultura
: una revista literaria pese a que salió contra el medio - los otros medios de la época - puede volverse cómplice porque se publicó en esa época; el juego de anatemas brota del hecho de que los militares en el poder no leían literatura ni crítica y se les atribuye una determinada, la mejor literatura quizás.
Se los sitúa en las disyuntivas culturales, leyendo poemas experimentales o neorrománticos, son subestimados en su más natural antipatía que puede llegar a la repulsión contra la literatura. Se omite que ellos se preocupa
ban de otras cosas, por otros medios de comunicación: su arte favorito, temo, era cierto folklore, como lo prueba el Festival de Tucumán luego de lo que tuvo rasgos de genocidio donde participaron estrellas que todavía esplenden sin mácula. Ellos las disculparon ya, tampoco aquí cabe decir nada, -hablar de "colaboracionismo” sería una apología portentosa, sería suponerles alguna autodeterminación-. Si los cenáculos de la dictadura eran, en cambio, los diarios en vínculo con los militares, diré que no hay ídolo de la nueva cultura que no haya ahí escrito sus comentarios psicoanalíticos contra el periodismo psicoanalítico ni recibido elogios, aceptado reportajes. Los libros más “resistentes” - que entonces eran nuevos, por lo menos - ya fueron saludados ahí según un programa que se volvió luego redundante: la nueva cultura existía antes, no porque fuera cómplice de la dictadura, sino porque viene -tiene ya dos décadas-, de un utopismo crónico que se acomoda con asombrosa plasticidad a cada medio haciendo las veces de justo medio, -en eso tiene una coherencia que no puede negársele-.
Fue “resistente de la dictadura” pese a que ocupó todos los medios en la época militar, es “disidente” del gobierno que la sostiene, somos “nosotros” los que en definitiva pagamos la conspiración de que hablan, mañana será, encontrará su nuevo lugar en la trama corporativa que se está gestando.
De poco vale querer argumentar que los “neorrománticos” y los “experimentalistas” - señalados como “colaboracionistas” por más de un crítico - tenían muy poca incidencia cultural comparados a los discursos en bloque, ajustados a los verosímiles de la época, con el odio a la singularidad encarnado en la crítica. Ayer nomás estaba el “ismo” que cabalga ahora.
Basta leer
en Xul[L1]  - integré la dirección de esa revista que alcanzó su punto más alto en su número acerca de Girondo - la que luego derivó también a los talleres donde todo nombre de autor está borrado. Este tipo de acusación necesita de los “otros” para permanecer en su intachable esterilidad; lo notable del caso es que no hay acusación de fondo, es una táctica para intimidar que suele emplearse. Hacen lo mismo que Germán García con Osvaldo Lamborghini: un juicio político a lo actuado en una época donde no había política, cualquier cosa que no sea oposición declarada es cómplice. La asociación libre en la interpretación cabalga hacia un Comisariado de cultura en estos casos más que a una Secretaría. Ellos se dicen resistentes de la dictadura.
Un “resistente” de la dictadura fue Luis Gregorich, que habló cuando hacerlo implicaba un riesgo concreto, o Sebreli, su libro sobre el fútbol, que todavía no ha podido ser asimilado porque toca un sentimiento caro a quienes quieren mantener el pueblo en aquellos tiempos, en el estatuto de masa indiferenciada: esa multitud que se cree engañada si no media la muerte.
Por eso el libro de Luis Gregorich
La utopía democrática me deja un poco perplejo, salvo que no sea una reedición - no se aclara este aspecto- , lo que sería más grave porque supone que en esta época no hubo nada que objetar. Parece que estuviéramos en los tiempos anteriores de la elección del ’83. Los términos examinados oscilan en los paradigmas democracia/ dictadura, es decir, al no diferenciar la República de la Democracia, justificar - o no criticar - el utopismo que prevaleció estos años - hasta llegar a ser una forma de fascismo como reconoció el rector de la UBA - no atisba el pasaje de los tópicos de éste y el neocorporativismo. El enemigo “liberal” ocupa toda la escena, de ahí que Utopía reaparezca en un oxímoron que todavía no ha encontrado su lugar, el de la utopía democrática: “Hablo de la utopía democrática porque creo que la democracia, así entendida, no existe en ninguna parte”. [1]
Yo diría que, al revés, existe una hegemonía utopista que le ha dejado el “campo libre al miedo, al conformismo y la indiferencia”, como él mismo comprueba al preguntarse por qué la Universidad no forma críticos. El utopista nunca tarda en revelarse en integrista bajo la máscara del más cómodo anarquismo. La respuesta está en su afinado recuerdo de Jaime Rest, cuya ética intelectual muy poco tiene que ver con el actual fervor por la impostura.
Pero hablando así de los cenáculos vienen a enterarnos que los militares ejercieron el despotismo ilustrado como forma cultural, que en nada fueron populistas, que las empresas del estado fueron vaciadas por manos privadas, que apoyaron a Virgilio con millones de dólares y no al Mundial de Fútbol que fue utilizado demagógicamente en el ‘78. Sólo una política de masas pudo lograr que el pueblo -parte de él- fuera convertido en populacho, hablo de las miles de personas que voceaban los derechos humanos en el mismo momento en que éstos estaban ausentes.
El Mundial y la guerra fueron efectos masivos de esa política. El “todo lo popular es bueno, lo mejor” olvida en mucho sus relaciones con el Volkeist, el interés fundamental del pueblo por parte del nazismo, del totalitarismo, la utilización idolátrica de su nombre para borrar el orden de derecho considerado algo inesencial ante la plenitud de la vida. En la deslumbrante obra de Hermann Broch, La muerte de Virgilio, Augusto pide al poeta que ponga la obra en función del pueblo de Roma, es algo que la dictadura no logró hacer con Borges, considerado por algunas voces de la nueva cultura como “el escritor del Proceso”, cuando fue el único que habló cuando el Mundial y la guerra, efectos masivos de dicha política. Es ya que los “cenáculos” en la jerga de la “nueva cultura” no connotan una clase social determinada, o a desclasados flaneurs.
Cenáculo en esta jerga es más un anatema que un epíteto que incluye colectivamente a todos quienes no participen o sean cómplices de dicha propuesta y por lo cual puedo arriesgarme a decir que gran parte de los argentinos, la mayoría, si ellos tienen razón, conforma una populosa oligarquía que se ignora a sí misma. Ahí soy yo el popular si se tiene en cuenta con Kant que “es la constitución la que hace de una muchedumbre un pueblo”.
El “seamos realistas, pidamos lo imposible” del editorial retoma un tópico acrítica y demagógicamente, que redunda en medios anexos: el de la Utopía, para redundar. No es la ciudad que Er, en Platón, en ocho anillos concéntricos vislumbra como suprema armonía, no es el caso de utopías renacentistas donde la sabiduría al predominar sobre el poder supone la renuncia a la Ciudad perfecta.
Es el intento de escribirlo todo de una sola vez, una expurgación que pasa por alto las vías purgativas tradicionales que suelen hacer cuerpo con la cultura, es la busca de un cuantificador universal que traduzca los todos a sí y en esa imposibilidad lo que hay es la impotencia de un discurso que redunda en anatema como forma performada de la palabra.
La utopía que propone la nueva cultura, para abreviar, es el terror como relación social predominante. Hace años la cátedra lo predica estrafalariamente. Con el coro de un circo melancólico. Para corroborar lo que afirmo me remito a un reportaje realizado a uno de los ideólogos más celebrados por la nueva cultura, Ricardo Piglia, publicado en La Razón - 15/ 8/ 1985 - que respondió así a una pregunta acerca de las relaciones entre utopía y política: “Las palabras se gastan más rápido que el dinero en la Argentina. Ya existe una utopía alfonsinista según creo. Cuando yo digo utopía pienso en la revolución. La Comuna de París, los primeros años de la Revolución Rusa, eso es la utopía. Y eso es la política. Ser realista es pedir lo imposible. Baudelaire y Marx tenían los mismos enemigos. ¿O vamos a entender ahora la política como la renovación parcial de las cámaras legislativas o los vaivenes de la interna peronista? En este país hay que hacer la revolución. Sobre esa base se puede empezar a hablar de política”.
Más de una vez quise analizar las consecuencias culturales de este tipo de enunciados, la eficacia que subyace tras un rosario de lugares comunes exacerbados. Fue pedir lo imposible. Me consolaron: “no sabía de política”. Y el colmo: criticar eso era “suicida”. Tal vez s
í sabía un poco de historia: es en la primera etapa de la revolución rusa en que Lenin funda la Checa y de ahí hay una vía directa hacia Kronstad, entre multitudinarios fusilamientos de opositores socialdemócratas, socialistas revolucionarios, religiosos y anarquistas. Es pedir lo imposible que se entienda como está comprobado que los campos y el Estado Totalitario comienzan con Lenin que argumenta con precisión sobre el exterminio de todo lo que sea contrario al Partido Único. Piglia se basa en la ignorancia histórica de casi treinta años de adoctrinamiento castrista, es decir, estanilista. Y había gente que se decía liberal que aplaudía estos disparates, apoyaba desde ahí, así, en pleno ’85, cuando la suerte del gobierno no estaba echada: al oficialismo, al “alfonsinismo”, eran democráticos sólo para socavarlo, autoritarios para cualquier intento de crítica no ya en favor del gobierno sino del sistema y la cultura que se iba separando de éste. Pero, curioso, el gobierno más bien devolvía la pelota, era una jugada casi exacta, un jeroglífico que sólo descifré escribiendo. O bien, fui enterándome, por una beca cualquiera o por un viaje que oscuras autoridades universitarias no hubieran aprobado, negado, tal vez -es otra hipótesis-, por sorda complacencia, porque, más imaginativamente, Baudelaire y Marx no tenían los mismos amigos; supe que este tipo de ideólogos era intocable, debía ser elogiado ritualmente, el pupilaje debía hacer coro, tenía que imperar el silencio, no ya el sabio de Hermes Trimegisto sino la afasia obligatoria y esto hasta que el ideólogo se decidiera a hablar, decir lo que los demás aludían.
Lo haría
tal vez cuando no quedase ya voz de disenso, cuando las palabras se hubiesen gastado y el dinero destinado más a las becas que a informar al “pueblo” fuera lo que H. A. Murena caracterizó como plusvalía del terror. Sería demasiado tarde.
 
Había que callar - sólo exaltar - un oscurantismo de corte totalitario, que separa el terror, lo idealiza arrancándolo a rango de modelo de la historia concreta en que tuvieron lugar; omite a Napoleón de la Revolución Francesa, a Stalin, que fue un “buen” marxista, de la Revolución Rusa, se niega a pensar si esos nombres no estaban en su génesis, con un tipo de categoría que hubiese asombrado a Kant: la utopía es a la vez un imperativo categórico e hipotético, falacia lógica y efecto de una concepción terrorista de la cultura que explica por qué es tanta la ya afamada incapacidad intelectual, estupidez de tantísimo pupilo. El mito de una expurgación obrando en el interior de una cultura multiplica los efectos de repudio y alucinación... toda palabra es anatema.
La mofa del Ideólogo a las instituciones democráticas - mera pérdida de tiempo ante la dictadura que se apunta instituir - no significa que no estén en ellas, que no las digiten,
e impidan cualquier crítica bajo el chantaje de calificar de “reaccionaria” o “autoritaria” cualquier objeción a la impunidad de un discurso que toma en solfa la Constitución y militariza la cultura. Obviamente los pupilos que más han ido en ascenso en la nueva cultura han sido algo así como centinelas del Ideólogo, las primeras víctimas en lo intelectual.
La política de este tipo de prédicas se anula a sí misma, no es sino el comienzo de la anulación de los opositores. Pregunto a los señores del Rojas si no es “purismo”, anatema a flor de labios en ellos, propugnar la eliminación del mismo orden que hace del hombre un animal político impuro. Yo respeto las ideas de los otros. No las hay para mí en estos ideólogos, es mi opinión. Ellos, sus anexos y cómplices tienen el derecho a pensar como piensan. La “idea” que no me entra en la cabeza reside en que la forja de la “nueva cultura” fuera apoyada con entusiasmo fervoroso en los lugares formativos por el gobierno democrático pese a que de entrada apuntaran a desgastar las palabras del sistema. Mientras peor vaya la cosa, más famélicos estemos, mejor para sus propósitos, tal es su negocio. Para que la muerte irrumpa como una fatalidad, punta del discurso progresista-utopista. Y la nueva cultura es cosa vieja: hace más de dos décadas que padece de utopismo crónico. Concluyo por eso que en el espacio - ellos hablan de campo, sugestivamente - de la cultura no ha sucedido lo mismo que con las libertades públicas, yo reconozco que un mérito de este gobierno es que no ha habido violencia por parte del Estado, que muchas bandas de ultraderecha fueron desarmadas, entonces no entiendo por qué, correlativamente, tanto teórico de la violencia utópica no haya podido ser objetado: lo imposible no era la utopía sino la crítica al discurso que al no poder escribirse transforma en violencia su impotencia de sentido.
La educación “humanista”, en fin, ha estado en manos de quienes apuntan a intimidar o reincidir en el terror, que, hay que decirlo, no nace por generación espontánea sino mediante todo un trabajo cultural, un programa, un discurso, el de un utopismo crónico. Esto ya ha sido logrado en muchos puntos discursivamente. Si los extremos se tocan en un justo medio será literalmente el fin, el Campo se habrá realizado, cada  “ismo” en fusión sueña con eso. Por eso la importancia de cierto universalismo singular aquí y ahora, incluso para ponerlo en crisis. Por eso tenían que atenuar, suprimir las literaturas extranjeras, las lenguas, la lógica, todo cuanto evitase la dificultad que pudiese hacer pensar y así integrar al programado Pupilo a la institución “nueva” y su espíritu masivo de cuerpo
. Tenían que aplastar cuando fuese dificultad para un facilismo que de cabo a rabo se resuelve en la acción. Por eso los profesores rezan que el lenguaje es acción, tan pasiva e impotentemente.
Por eso también la novela de Piglia, podría describirse en cuanto al contexto tomando en parodia su título: Operativo Artificial. Ya es pensable que tal operativo viene de los tiempos dictatoriales, en los “cenáculos” más oficialistas era mucho más fácil encontrar un elogio favorable a éste que la sola mención del nombre de Osvaldo Lamborghini, en quien sí puede leerse no ya un “resistente” de la dictadura, más bien un suicidado de la misma y no por causa de los militares sino por un medio cultural que no toleraba entonces una diferencia irreductible, es lo que he comprobado en retrospectiva, que no había ahí oposición sino fusión: la "estética vigilante" a la que se refiere en Poemas continúa invariable, hay temor para tratar temas conflictivos por parte de la cultura transgresiva, en hablar de lo no dicho.
Es más: ya se atisba que quienes ayer y hoy, puntuales, hicieron los deberes que había que hacer ya andan negociando el pase para el futuro gobierno, estudian los beneficios de las corporaciones y eso es inútil, son corporativos de la cabeza a los pies, la vanguardia apunta a ocupar más que a transformar el estado, las diferencias no son muchas con lo que llaman el Poder.
Los méritos de esta novela, que literariamente no son pocos, se dan cuando el autor contradice sus ideas. La nueva cultura tiene por objeto la sustitución del mercado por el discurso universitario, mediante una intimidación casi sistemática, votaciones
digitadas. Recuerdo, ahora, que en una mesa cultural un profesor de literatura (pupilo) quería ganarse unos puntos a favor, -exaltaba esa obra con plena inconsciencia-, decía que la Novela era la apoteosis de la Delación... Yo, que estaba por casualidad, le tomé la palabra y fui sacando conclusiones, la gente aprobaba, no eran tampoco universitarios lavados de cabeza, “descerebrados”... asombrosamente comprobé que el pupilo ya estaba de acuerdo en todo conmigo... qué fácil generar obsecuencia... un pase mágico... le dije, irónico, que cuidado, que había testigos, terminarían por delatarlo a él. Cada vez que lo veo tiembla. Pero no le dije lo que no quería oír: que la diferencia de este autor con Fulano no es de calidad estética, estriba en que no ignora que Lutero ha vencido, por eso lo suyo tiene muy poco que ver con el análisis de la situación concreta (Marx) y mucho con el discurso de los fines, que no se trata de una dialéctica terrorista –si buenos son los fines no importa qué medios- sino en tratar los fines como si fueran medios desde –he aquí lo nuevo- un discurso ya hecho, escatológico. Y entonces leo que esta novela reducida a consignas, pasando por alto quién ha sido Alberdi, es el cuentagotas de “lo que hay que saber”, repetir, para entrar en el trastorno de la nueva cultura, hacer que la gente tenga su Autor, su discurso universitario, paso previo al Campo.
Es posible contarla por teléfono: ilustra el sistema de delación que como personajes encarnan los “pupilos”; hay un curioso contraste hoy en lo ultrapolitizado de los maestros y la asepsia de los Pupilos, que sólo ante el surgimiento de otra idea incurren en el anatema. Sufren un seminario tortuoso, casi inimaginable: el vivir el –fin- del marxismo como protestantismo que no dice su nombre, no entienden cómo los viejos liberales, tan odiados, aplauden la buena equivalencia de un estilo sencillo. Ellos también saben que Lutero ha vencido. Por eso el enemigo mayor del sacramento de la confesión –léase a Joyce- puede posponerse indefinidamente, ser “utópico”. Se entiende por qué Arlt caracterizaba al Astrólogo como un cura protestante...
En los años setenta
se acusaba a Néstor Sánchez de estar con el poder por publicar en una conocida editorial donde llegado el momento los escritores comprometidos terminaron dirigiendo colecciones y David Viñas colocaba al autor de Cómico de la lengua entre los primeros de la lista de escritores no comprometidos, es decir, enemigos de la futura Revolución que ya está ensayando a la cubana su proyecto de cultura. Es este estilo de componenda e intimidación lo que para mí explica esa tristeza final de un Raymundo Lida que parece llevarlo a buscar la transmisión de su lectura de Quevedo no en un contraste con Borges sino en lo que pueda leerse en su interlocutor, H. A. Murena, en El Sueño de la Razón. Conmueve leer cómo en ellos la cultura no suponía un acuerdo político previo, tejes y manejes de algo ya cocinado entre bambalinas sino un espacio de diferencias abiertas: “El choque solía ser fuerte y revulsivo. Nos lo agradecíamos sin embargo. Si en cambio llegaba a producirse tal acuerdo pleno, tal cual unísono, nos alarmábamos tanto él como yo, y era entonces la equívoca coincidencia la que pasaba a ser, al instante, centro de una nueva discusión”.
Lección del maestro: a diferencia de la nueva cultura donde todo diálogo requiere un pacto previo, digitado, entre ellos bastaba un acuerdo ético mínimo –respecto a la prehistoria, que no cesa, curiosamente, de retornar- para que todo lo demás, el resto, fuera diferencia.
Pupilos. El tiovivo de plata sobre el campo de gules. Progenie de
Poliscuerpón. Así la crítica Matilde Sánchez llega en su idolatría por la revolución simulada y por el ismo de pertenencia –que sustituye los escudos, las armas y las letras- a colocar el Diario de la Guerra del Cerdo de Adolfo Bioy Casares en la conspiración utopista, expone – revista Vuelta, número 8, 1987- sus ideas sobre la crítica en estos términos: “La crítica de la democracia –que es la crítica oficial en el término más amplio, puesto que es consagrada y ya no debe luchar por su lugar de emisión- se propone instaurar el modelo de funcionamiento de “una asamblea de la ONU” donde cada sector tiene un tiempo y un orden para “exponer”, pero donde todos podríamos sentarnos junto a nuestro opositor. Mostrarnos respetuosos de las diferencias y saludar al vecino. Como en la ONU. La idea de convivencia pacífica, triste conquista de la democracia que nos “civiliza” se describe mejor con la palabra indiferencia”.



El modelo de la guerra de todos contra todos para la democracia no parece muy feliz. Ya el rector de la UBA puede enterarse de qué teoría dialógica se trata, razones como ésta son las que llevan a impedir la palabra al otro. Ya el lector puede saber a qué responde que a cada frase de pupilo surja, invariable, un nombre lejano: ¿Bajtín? La crítica es en esto polifónica: dice lo que el discurso general de los maestros, más astuto e hipócrita, calla. Se trata de ocupar el lugar del otro que sólo es una entidad hipotética, todo debe estar arreglado para la componenda donde el otro debe ser sólo una ausencia para anatemizar y si se atreve a estar, bueno, impedirle exponer argumentos, nada de “tiempo”, reversibilidad: la indiferencia pupila se asimila a todo cuando no interprete a Los Siete Locos de Arlt como terroristas concientizados, es éste su proyecto “ambicioso”, hace a la paradoja insaciable de un discurso que por su lugar cultural es totalmente oficialista pero que reniega de eso en su deseo de abolir las opiniones individuales, el derecho jurídico, “triste conquista” de la democracia, eso reza –la ONU por decadente que sea debe tomarse así, como un tropo desplazado, del derecho individual y va de pupilo en pupilo.
Así cada disparate dogmático que lanza Piglia –dirá que para Macedonio el estado es una ficción, sinónimo de algo irreal, cuando para este metafísico era una de las pocas cosas palpables
; explicará la escritura de un Borges por la tenencia de una biblioteca, la propiedad privada es el mal y especialmente si hay en ella buenos libros, que deja en silencio por qué tantos coleccionistas de libros no escribieron El Aleph –será transcrito en una cadena interminable. Se entiende por qué para Beatriz Sarlo el escritor utópico es nada menos que una de las mentes más inteligentes del siglo: con su maniqueísmo, con unas pocas ideas arbitrarias sobre Arlt –dará cuenta de los locos a través de la circulación del dinero del único capítulo que se ha leído de Marx, cuando este mismo estaría de acuerdo que su proyecto, el de los locos, es el de abolir el dinero, toda circulación, oro rojo donde sólo la muerte circula como equivalencia y relación mayor- y con una novela de sesgo didáctico, escolar, abre no ya lo posible sino lo mejor a lo que se refiere la crítica: la doble supresión de la literatura y de la crítica que resuelve todos los problemas a profesores ineptos para pensar en algo que no sea lo que un libro “debe ser”.
Esto también ha llegado a incidir en los de un indudable talento. Ya no se sabe qué puede ser frívolo para César Aira, ha habido el adiós a su entonces solitaria, sarcástica e inicial crítica al “operativo artificial” aún bajo la influencia de Lamborghini, o bien ahora no cree ya en las palabras –literatura- o bien hay una frivolidad tan severa que permite ser frívolo, ahí donde conceder en las palabras es concederlo todo, así escribe sobre el autor de
Poemas: “La clase obrera era en su sistema un objeto privilegiado de representación (creo que más bien debería decir “sujeto”). Para Osvaldo Lamborghini los términos “sistema” y “representación” estaban marcados críticamente, en forma negativa y según un programa de las vanguardias de principios del setenta que él fue el único que llevó a cabo, con límites que están en la propia concepción de sus obras, pero lo cierto es que en Sebregondi ninguna clase social puede constituirse como clase lógica habida cuenta de cómo obra la voz, el juego dialectal que la fragmenta mediante un pulso consistente: pensar así es reducir la singularidad que escribió a las virtudes de un proletariado utópico, el neopuritanismo de la transgresión sin verbo, que cree en la sociedad y en la sexualidad liberada según un orden natural “privilegiado”.
El autor es un aristócrata –“popular” está de más ante ese nombre que causa pavor - escribe García, escribió para los buenos, los obreros, responde Aira. Ambos dichos pertenecen a una misma película que tiende a abolir un mal irremediable. Vamos del género a la especie y de ésta otra vez al género: los aristócratas debían morir y, ay, los revolucionarios son demasiado parecidos entre sí. Poco tiene que ver Lamborghini con las solidaridades violentas, las fraternidades típicas que generó la Revolución Francesa, retomadas por el utopismo. Si hay que hablar en términos de clase estaba más cerca del lumpenproletariado como Pier Paolo Pasolini, como él mezclaba los dichos más obscenos con los dialectos más exquisitos –provenzales, decía Pasolini-
; pensaba como él que el “obrero” era un sujeto poco erótico, uniformado, trabajado por el poder y que la clase obrera un efecto, un síntoma, el más decadente de la burguesía que una clase media ha travestido con los ribetes más idealizantes para llevar a cabo sus oficios. Pensar así es entregar a la madre Hogart al Laboratorio. A la maldición escolar que se supera como utopía conspirativa. La última referencia de Lamborghini, que yo sepa, fueron pensadores como André Gluksmann, ante el atisbo de un Deleuze de cuarta categoría, su escrito tiende no a un devenir obrero ni mujer ya que esto se resuelve en función de un proletariado utópico El descubrimiento que no se le perdona a Sebregondi es el de notar que la homosexualidad y la femineidad como síntomas comunitarios están en todas partes, menos en el mal, en el verbo que atraviesa la miltancia sexual. Yo no puedo, en fin, creer que César Aira –en quien Lamborghini reconocía como en pocos un talento artístico que no desmintió- piense eso, tal vez lo escriba por la presión del contexto, ha de militar en todo caso hasta el más sutil de los frívolos, ser todo un ejemplo. La palabra “sujeto” es demasiado tímida en su frivolidad para merecer comillas... de todo esto que voy diciendo, si tal cosa acontece con los mejores, a quienes, me digo, su sola escritura tendría que arrancarlos de la reproducción de los lugares que se instituyen con el solo objeto de liquidar la literatura, firmar la paz en cuanto a la diferencia de sexos.
Y esto es algo que da tristeza: hay gente que ha sido ya tornada abyecta en cada uno de sus poros, no hay para ellos retorno posible, están de vuelta, girando en el molinete, sacando pasaporte para los nuevos lemas. El Laboratorio ha logrado milagros casi inverosímiles por pedestres, brujos amores funcionan, los ismos más diversos se funden en un abrazo homo-sexual, funcional, donde utopismo obliga: así toda la obra de Lamborghini, el dinero recuperado por un nombre en el desierto va a parar al filón utópico
; aportes de la buena conciencia europea, los únicos capitales que son buenos ya que están en función de una nueva clase nobiliaria, han logrado que el profesor A que leyó libros que ellos ni hojearon diga a cada momento que el lenguaje es Acción con una pasividad cada vez mayor, danzando al compás del candombe utopista, que Sitio se haya vuelto un reflejo que completa a Contorno ya sin diferencia, que Xul, como toda estética anarquista vaya en el furgón de cola de la utopía descubriendo su vieja aspiración, que el crítico B haya expurgado de su libro sus señalamientos al “estilo” de Josefina Ludmer en su reseña sobre la nueva crítica en Capítulo... Dijo lo que casi todo el gremio pensaba: que la profesora no sabía escribir... ahora viene a citarla cuando tampoco piensa. Lo interesante en Ludmer no era la Teoría sino cierto ritmo, un choque musical con los textos que se ha ido ensordeciendo por una idolatría de lo menor, que sólo le da oír la voz del pueblo, más pura en cada vuelta de las manos de un siglo que ha querido ser todos los siglos, horizontal, el cuerpo, vertical, es lo mismo... su Borges de los arrabales deja de lado que para éste la lectura de Carriego es una introducción a la metafísica, tal el truco de su ensayo, el tahúr resulta escandaloso, así se le marcan todas las cartas, la tentación de reeducarlo es sistemática, o al menos convertirlo en voyeur de los zaguanes de la poesía gay, el barroco, neo, comunitario, enunciándose puntual al contexto en el que hay que estar. Ludmer parece también querer borrar la diferencia –literaria- entre los payadores y los escritores del gauchesco postulada por Borges y trasladar la payada a todas las cosas, cree en un pueblo productor de cultura pero no es el pueblo sino las masas que son las musas ahí donde toda musa es histérica. Es  del desconocimiento de la Revolución cultural china donde hasta celebrar el claro de luna era considerado algo “feudal”.Admito que hay algo personal en mi resistencia a una manifiesta supresión del nombre de autor, la exaltación de cuanto sea “menor” que en ningún momento se interroga con sus complicidades posibles con el Volkeist, es sabido que cuando suena la Voz de la Tierra, pura, la violencia es inminente. Esta epopeya reaparecerá en otro número de Capítulo escrito con el pseudónimo “El Chiche” en nombre del mismo Poliscuerpón: el tema del dictador esclavo del pueblo, dirá Hugo Savino, que es el punto ideal de todos esos anatemas en curso. Vamos del patio al zaguán siempre por el arrabal lineal: la utopía requiere el funcionamiento homogéneo de las interpretaciones, borrar cualquier cosa que llame a perplejidad.
El imperativo de toda una época sonó fuerte, hay que olvidar a Borges y tanto que ya sólo se lo recuerda no ya como autor de
Ficciones sino como el escritor de la dictadura; los placeres de sus lecturas en nada solícitos con la época quedan de lado, también, su voz: para mí, lo afirmo en primera persona, Borges fue el escritor menos complicado, no por lo que pudiese decir en su contra sino ante todo por el modo en que se dejaba oír: era dable escuchar en su sola inflexión de voz que la literatura todavía era posible fuera de la raza, la tierra, los ídolos de la sangre, el pueblo como mito fascista, era una diferencia máxima, no extrema que viene a encontrarse con quienes con mayor arte sostuvieron en su voz el lugar del escritor: Murena, Lamborghini, Néstor Sánchez, escritores todos ellos irreductibles a la progenie del siglo pasado que termina siempre en Poliscuerpón.
En los zaguanes colectivos de la nueva cultura no pasa lo que se dice nada. Dejando de lado que las mujeres recuerdan mucho mejor el pecado, hay que decir que esta ideología está en contra de los homosexuales en cuanto a individuos ya que no se trata del amor a un hombre por otro como en la complicatio proustiana donde hay por lo menos cuatro sexos – Platón mediante- sino que todo pasa por la noña letra y el platonismo de fin de siglo de los militantes sexuales.
Ante los zaguanes, el Hotel, memoria de
Poemas de Osvaldo Lamborghini, en paráfrasis de José Hernández y Pascal: de cómo todas las desdichas humanas han tenido lugar no tanto por el hecho que el hombre no sepa quedarse en su habitación sino por no tenerla, lo único ejemplar es una vida de hotel que pone en su travesía tantas pequeñas miserias teóricas, menores, ahí sus criaturas prefieren ir a una última frontera en el desierto, nombrar a la Virgen en las últimas fronteras para no sucumbir a la purgación definitiva de una vanguardia paga por el Estado. Gredas en los ojos. Cantar que nos recuerda que además del puritanismo populista, siempre intachable, idealizante y consecuentemente violento al fondo del zaguán de la nueva cultura está el utopismo, hijo decadente de un marxismo imposible, cosa impensada y vieja que nos recuerda la teoría de las dos verdades de Averroes: una para los doctos, otra para el pueblo. Averroes redivivo en busca de quienes refuerzan la credulidad en el otro socialismo, el que nunca ha sido. Ni será pero que es útil para mantener el mejor de los negocios de toda una generación, la muerte como valor de cambio en el país de los malos negocios, el dinero considerado no como institución sino como espejismo, también la permanente intimidación, la garra dicotómica, como si él no pudiera escribirse fuera del lenguaje. El uso cada vez más disparatado de las teorías modernas, toda la reflexión posmoderna resumida en unos pocos epítetos que a borbotones justifican un utopismo que para ellos es anécdota sirve para enmascarar sin astucia una palpable ausencia de reflexión, y en el fondo del zaguán lo que está es el coitus furens imposible cometido por Utopía sin mancha, sexo, erotismo, sin dificultades, que nadie sufra ningún complejo: tal la neurótica ilusión de un futuro exento de repetición que se repite como expurgación anulando en esa línea toda vía purgativa tradicional que pudiera llevar a un cambio de haz, de lógica, de texto, efecto de un repudio apenas representable para el cual todo es ilegible menos su investidura convencida, creencia que en un futuro habrá una buena relación sexual: es la religión de un fin de siglo que milita en todo saecula saeculorum.
La N. C.
deviene así el intento de construir una Torre para instaurar un síntoma repetible, codificable, que ahorre todo padecimiento de escritura y rompa las tinieblas en un mundo salvado de todo efecto de nombre. Fatuidad de tal meollo: Laboratorio obliga.
























2 PURGACION: UTOPISMO DE VIA PURGATIVA.
“El nombre propio es la comunidad del hombre con la palabra creadora de Dios. No es éste el único caso y el hombre aún conoce otra comunidad lingüística con el verbo divino”.
Walter Benjamin,
Sobre el lenguaje en general y el lenguaje de los hombres.

“Me aislaré de todos hasta perder la conciencia de ellos. Me crearé enemigos por todas partes, no le hablaré a nadie”. Así, con estas palabras, podría encabezarse la vía de Kafka, la vía purgativa brota desde el punto abisal de un círculo puro –“sin relaciones humanas no hay mentiras visibles”. La palabra construye una no relación, el círculo que gira sobre un hueco: el vacío de la Ley, su deber ser que debe quedar así – a riesgo de que su texto sea una máquina de muerte- para quien irrumpe desde tan lejos como si temiera una demasiado cercana fusión. Kafka recomienza siempre la aventura loca de una separación imposible por la Ley misma con que se ha endeudado. Es una vía. Distinta a la de Pier Paolo Pasolini en la Divina Mímesis, nada salva ahí la diferencia sin fusión entre Paraíso e Infierno. Diotima queda lejos, es una Loba, es imposible como en el Banquete ligar el todo a sí mismo, evocamos, con San Juan, el pasaje del Cantar al Cántico: desaparición de determinaciones temporales, ardor de vía negativa: no hay resguardo ante la fusión o la contaminación, la Ley se divide ante el desafío del deseo.
La relación –hermenéutica- pregunta y respuesta reaparece en los intentos de purgación que se llevan a cabo con desconocimiento de causa, quiero decir la ida y vuelta del discurso tiene la forma de la filosofía clásica pero persiste el contenido de la religión utopista.
Al no romper totalmente su relación con la cultura – considerada en sentido amplio, los argentinos como herederos de todas las tradiciones al decir de Borges -, al no caer de lleno en lo que está a término de un discurso cuyo correlato es el terror
, es posible hablar de ciertos discursos tomados todavía en la instancia utópica que recorren una vía purgativa: les falta romper con la religión de los hombres, reconocer el Verbo, “la resurrección continua – purificación- es un casi-nada” (Jankélévitch).
Así en una revista –seria- de connotaciones utopistas, Héctor Schmucler – La Ciudad Futura, número 10, 1988- en su artículo “Miedo y Confusión” ha escrito una reflexión conmovedora, en nada usual, habitada por un efecto de verdad: ha dicho que el lazo social escrito por el terror, esa relación –que niega toda metáfora- era monstruosa. Escribe para poder nombrarse, nombrar a su hijo muerto
: hay el comienzo ético de una enunciación. Dice: “La utopía de un mundo mejor encarnaba en muchachos dispuestos a dar su vida por el triunfo de la alegría. Y la dieron. Multitudes empezaron a vivir el entusiasmo de compartir, de reconocerse en sus semejantes. Los guerrilleros sentían que su vida –y su muerte- tenían sentido. No sabían que la tragedia los conducía por un mundo inimaginado. No es fácil ponerse a contemplar los signos del cielo cuando el ojo tiene la luz para observar la mira del fusil. Tal vez por eso los guerrilleros no supieron ver que con su generosidad se tejía lo monstruoso”.
Con la inevitable subjetividad de quien tiene un hijo muerto, Schmucler se impresiona, deja en estupefacción al lector cuando anota las palabras de uno de los líderes de la lucha armada, Mario Firmenich, que hace este cálculo, este cómputo estratégico: “Tenemos cinco mil cuadros menos, pero ¿cuántas masas más?”. Sin duda su hijo era uno de esos cuadros, un “instrumento” según las palabras terminantes del líder. Mientras más gente muera, más masas tendremos, tal la lógica cuantitativa de este tipo de terrorismo que se inscribe en el campo de la psicología de masas.
El ensayo que escribió Freud al respecto permanece invulnerable, no así su Malestar en la cultura: Freud entre las salidas que enumera como respuesta al malestar no sospechó que con el advenimiento del totalitarismo subyacía la hipótesis de un posible bienestar de la cultura, el utopismo no hace sino poner en acto ese programa. Schmucler no extrae conclusiones inmediatas, pasa al subjetivismo ideal, ya piensa, demasiado inmediatamente, en otra cultura en la que afirma como expresión de deseos que “quisiéramos pensar que ningún ser humano tiene derecho a decidir la muerte de otro”.
Cierto. Sucede ante todo que hay que reconocer que la cultura utópica no es una cultura en cualquiera de sus acepciones tradicionales –oposición a la naturaleza como núcleo común- salvo si se admite la coexistencia de un universo de discurso afín a los campos, tan policial que la policía – a diferencia de las dictaduras más represivas- siquiera se hace notar como ocurre en Cuba en la cual toda sombra de oposición ha sido barrida, extirpada, reina la paz totalitaria, óiganse los gritos de El Central  de Reynaldo Arenas, el insulto a la Virgen que es un rezo que pregunta qué quiere significar ahí la Cruz roja internacional.
La utopía no es sino un programa concreto –político- que necesita del terror para instituir este tipo de lazo social. Por lo tanto el “quisiéramos” no tiene necesidad de ser una expresión de deseos, escribirse en subjuntivo
; el imperativo kantiano, que prohibe tratar al otro como instrumento, está para resolver el dilema y la antinomia: hoy, aquí y ahora, “nosotros”, en cuanto sujetos de imperativos éticos podemos impedir, luchar para que un hombre no decida la muerte de otro. Esto supone abdicar del uso –válido en el arte, en la ficción- del tiempo que hacen los extremismos para los cuales el presente es temporal pero es un tiempo donde nada ocurre salvo la opresión de siempre, es sólo un trampolín en una línea de horizonte hacia un futuro preso de un pasado que es su idea fija, su texto ya escrito. Por eso el imperativo de Kant es intemporal, correlativo a un sujeto de derecho. De hecho el “quisiéramos” incurre en presente, hay que tener en cuenta la gente que salió a la calle en los sucesos de Semana Santa cuando recrudeció la acción fascista. Pensar que - si esta frágil democracia no es una figura de paja que hay que quemar para que salga el sol hiperbólico de un futuro monumental- algunos hombres, integrantes de las fuerzas del orden, tuvieron que ser amputados para defender un sistema que más que otro cualquiera permite la crítica y la transformación consecuente. Los que desactivaron bombas dieron una parte de su cuerpo, pudieron dar la vida para que ningún poder -–más que ningún hombre- decida la muerte de otro, lo hicieron para que Schmucler u otros puedan ejercer su crítica. No es necesario, entonces, esperar un futuro utópico para que tenga lugar esa generosidad subyacente de muchos jóvenes que se encaminaron al activismo; la generosidad, en su misma acepción, excluye las definiciones maniqueas, hay por ejemplo una generosidad implícita en quienes no sucumbieron al terror al inferir la monstruosidad que se tejía con los ideales de los jóvenes de una – mi – generación que nació en una cultura que les impidió sublimar esa carga de violencia con que el individuo entra en el conflicto de las generaciones. Hubo un culto de la muerte que es imposible idealizar porque está fraguado para eso mismo, la idealización total que se resuelve en idolatría.
El trabajo de Schmucler me permite decir que estamos ante estilos cuyo rasgo destacable reside en que la violencia de por sí no es un signo positivo
. Esto ya habla de toda una vía de purgación que lleva a un discurso marcado por la utopía a reconocer el presente de una cultura, sus vínculos abiertos al pasado y el futuro, otras longitudes de onda. Schmucler está sin duda éticamente en las antípodas de los teóricos de la violencia ideológica pero filosóficamente tiene la misma concepción del tiempo que ellos. Los maestros dicen: la democracia, las instituciones, son figuras de paja, el parlamento, un conjunto de muñecos, imitemos el discurso de la guillotina, después comenzaremos a hablar.


Schmucler habla pero todavía cree que las cosas importantes sucederán allá, en el cielo concentracionario de los imperativos utópicos.
Lo monstruoso no residió sólo en la tortura o la exterminación de quienes ofrendaron su vida por una sociedad a la que creían mejor, lo monstruoso fue que esa sociedad soñada era una máquina de comerse a los hombres o que muchos de ellos, los jóvenes, fueron negociados, entregados por las direcciones, lo monstruoso estaba implícito en la lógica misma de ese discurso, en la hipocresía inigualable de unos maestros cuyo correlato cultural está muy lejos de haber sido analizado.
Los maestros de la violencia teórica –basta leer las revistas de época- decían al principio de los años ’70 que la única alternativa (es decir: la no alternativa) era adherirse, militar, como único camino, en las organizaciones revolucionarias. En plena transición democrática vuelve a repetirse lo mismo ¿Me equivoco, soy parapolicial, si digo que no han aprendido nada? Que la figura del duelo está ausente: que también los muertos han sido tomados como instrumentos.
Es así. Porque tal como se ha dado nuestra última historia ya tiene que asombrar menos que haya quienes tomen a otros como “instrumentos” que los taimados oficios de los que se las han arreglado para impedir toda crítica a la reaparición solapada del terror cultural, que abrumaron la apología de un escaparate de décadas cuya “novedad” ha sido la de sustituir a los entusiastas jóvenes –los militantes- por los pupilos, éstos, a diferencia de aquellos, no tienen principios, son los soldados de la nueva cultura que no dudan, temerosos ante todo de la diferencia de pensamiento, esperan que otros procedan por ellos. Por eso el rasgo diferente es éste: lo ultrapolitizado de los maestros con el desánimo ideológico de los Pupilos.
Pueden ser “marxistas”, “populistas” y hasta “liberales” pero en esa confusión siempre se refuerza la totalitaria utopía. El deliberado cálculo de la nueva cultura hoy parece
ser: cuando menos se piense, más pupilos, soldados de la cultura que no duden tendremos, y haya anatema para todo cuanto suene a intelectual. Schmucler se atreve por el camino riesgoso de la duda, se da cuenta de que está solo, la diferencia de él y los utopistas violentos es abismal pero en cuanto a la ética y no a la cultura, y reside, en lo primero, que esos pequeños intelectuales con sed de sangre no pueden tenerla. Schmucler quiere tenerla y no puede encontrarla, eso no debe llevarlo a desesperar, su caso es el mismo de una cultura que se busca y, digo yo, para encontrarse tendrá que saber perderse: encontrará así una vía donde lo cultural se dirá exento de terrorismo. Queda por eso su honestidad. Que se hace pasible de esta crítica: a mi entender Schmucler todavía, como muchos intelectuales, cree en el otro socialismo, el utópico, imposible, fuera de los democráticos – y por lo tanto falibles- y ahí su discurso viene a coexistir con la fachada que propicia el futuro del utopismo en bruto, por eso enuncia la cuestión del derecho en subjuntivo irreal cuando en el actual estado de derecho esto es un logro presente, mejorable, con todas las críticas que pudieran deslizarse. La Utopía –que concretamente hasta hoy sólo ha dejado muertos- impide aquí la traducción entre una ética individual y una social. Por eso al creer en la existencia del otro socialismo, lee en los socialismos concretos “la otra cara de la moneda que se estampa al capitalismo”, confunde los sistemas socialistas y capitalistas con utopías. Hay entonces una utopía socialista y otra capitalista, esto, además de asimilar estos sistemas a los dichos de sus filósofos tiene como elemento objetable el que con esa lógica separa al discurso utópico de su connivencia con el terror, algo que se da concretamente en la Argentina y que su texto había empezado a hacer la crítica al hablar de los ideales de los jóvenes: no puede hacer, en fin, la crítica de una cultura porque cree en otra que futuriza el imperativo kantiano y ahí es donde los utopistas imponen el suyo.
Pese a que diga que las revoluciones han contribuido a la “desazón y el desasosiego” no atisbamos entonces cómo se asistirá a una cultura no intrascendente, a un “nuevo Pentecostés”, como escribe, “que nos rehabilite del castigo babélico” si antes no se analiza el texto hegemónico del utopismo que intenta construir una torre para perpetuar el síntoma. Para los maestros de la violencia y distintos tipos de acólitos, el negociado mayor sigue siendo la muerte a partir de la falsa premisa
de que en el mundo hay algo peor que ella misma. No les importan los caídos ni los que tengan que caer para mantener el núcleo fantasmático de su abigarrado discurrir, su legitimidad indiscutida que se genera al situarse fuera de lo legal, fiel a lo clandestino sobre un campo de masas: el lugar central de la batalla que lo purificará todo es su belicosa insistencia, la Revolución, ora marcada con la taumaturgia de lo imposible, ora con la dramaturgia de lo virtuoso y lo intachable, encarnación terrorista del Bien mismo como simulacro, la Revolución como copia, imitación no consciente de sí misma: el utopismo es esa fibra tardía y cortesana, la paradoja de ser un discurso público enclaustrado, incapaz de toda discusión ya que una sola caída de sus apoyaturas ideales echa abajo toda la construcción.
De ahí el anatema unas veces pontificante, otras patotero, el cambio de los tiempos, la necesidad de una dictadura para reproducir su antítesis, su idioma persistente y guarnecido, afín a una naturalización antropomórfica de la historia, su sistema de alusiones que reproducen la denegación de un discurso donde el poder es el mal, pero el mal son los otros, utilizando la primera persona para declarar: yo no tengo poder, sólo la pureza sentimental de un devenir pupilo...
Sin embargo, ya a pesar de la falta de historiadores la
historia produce encuentros que imitan el peor surrealismo. El sistema de referencias del discurso utopista parece haber hallado su talón de Aquiles pero también su fuente dorada –tan deseada y tan temida- en la utopía corporativa que se esboza en el libro de Carlos Menem, Argentina Ahora o Nunca, como programa de gobierno. Como emergiendo del Facundo y a través de una noche bengalí para un lector de ficciones. La ficción no es metáfora o metalepsis, es comparación en este caso: como si los extremos por tanto tiempo separados hubiesen encontrado su posibilidad de juntura, su clímax, la escritura sin texto de una epopeya fundacional.
De buena gana escribiría un ensayo dando cuenta
de cómo los enunciados rectores del utopismo se desplazan en la Argentina hacia un punto de condensación que no es metáfora, es el texto que ahora quiere ser el original y que nace de comparación. Nada como este libro –que en el discurso más tradicional añade un plus, lo toma para sí, lo expropia al utopismo- prueba que la posición del gobierno fue, ciertamente, tolerante con las libertades públicas y la libertad de expresión, pero muy débil, inexistente, en su versión cultural – en cuanto lugar de una génesis discursiva, probable, no utópica-, la trama cultural fue cedida casi por completo al utopismo que favoreció los ismos que ahora reaparecen condensados. Lo que hace Menem es tomarlos a la letra, el abrazo “antiimperialista” es generalizado y no una utopía, él a diferencia de ellos tiene masas que le responden, su único obstáculo son las instituciones. El “mal” reside para esto en los partidos políticos, en la “partidocracia”- ese mismo sistema que los popes utopistas consideraron una mera pérdida de tiempo ante el Acontecimiento fundacional. Por otra parte las diferencias no son muchas si se lo piensa dos veces, precisamente por eso el utopismo se aterroriza en los pocos comentaristas que piensan: ¿y si eso fuera en serio, si hubiera alguna realización?
Es lo que puedo leer en el número 25 de La Ciudad Futura – junio de 1988- en un artículo firmado por Javier Franzé – “Efímeros, pero tediosos”- que analiza los libros de Eduardo Angeloz y Carlos Saúl Menem.
Paso por el análisis del libro del
primero: lo que discuto en este texto es la incidencia del discurso utópico y no tal o cual programa de gobierno, pero al respecto señalo que la exclamación de Angeloz cuando se confiesa deudor de las corrientes del pensamiento universal, supone un programa cultural ecléctico, sólo lecturas. Es una exclamación retórica, válida en un discurso que, me entero, se atreve a expresar que “el patriotismo es el último refugio del canalla”, a hablar de las “sólidas contribuciones de los argentinos a la historia de la estupidez humana”. Al menos el crítico habrá de conceder a estos dichos negativos una traza de estilo que dista bastante de la demagogia al uso –tanto más si es un programa electoral- , e incluyo en ellas a muchas corrientes del propio gobierno. Ecléctico o puro, yo, por otra parte, pienso que no tiene que haber programa cultural alguno, sólo una actitud formativa que haga intervenir lo menos posible al Estado en estas cuestiones.

     
Cualquier lector de Hannah Arendt sentirá cierto estremecimiento al leer las frases que el comentarista cita del programa de Menem: “Hay una empresa épica y monumental que nos aguarda desde el fondo de la historia. Vamos a concretarla de una vez por todas”. Cualquier lector que no tenga la lectura que la Universidad ha hecho de Arendt: omisión segura del capítulo donde habla de “La Elite y el Populacho” que está en la
[L9]  génesis del totalitarismo[L10] , Franzé registra el efecto “Argentina ahora o nunca o la lectura como pavor: para ir eligiendo el punto de fuga”. Por cierto que el pavor no desaparecerá si se abandona la crítica, punto de fuga de este cuadro confuso. No se trata como dice Franzé de una “gesta” sino de determinada política que como él mismo lee se sitúa más allá de la política como utopismo: la diferencia reside en que este discurso tiene una vocación realista, que el mito de la acción pura del utopismo no es una fantasía sino un montaje de poder, con sus efectos de simulación bien estructurados. El elemento idolátrico, del mismo modo que el utopismo, tiene fieles de veras, no se trata aquí de un proletariado utópico: por eso los escribientes –puntuales siempre con su época- del utopismo ya “traicionan”, se pasan de filas. La lucidez de Franzé al respecto habla también de cierta tenacidad, ya que el utopismo en él no está elaborado ni resuelto. Así el caudillo riojano postula: “Llevo dos banderas en este camino. Una bandera es de Dios, la fe. Otra bandera es el pueblo: la esperanza”.

Franzé ni por un momento sospecha una nueva mixtura, redistribución de tipos lógicos en un campo discursivo de nuevo cuño, más bien busca él las raíces leyendo ahí lo mismo que busca el otro “las raíces en los mejores legados del pensamiento eclesiástico militar”, tantos cursos de Foucault lo llevan a reproducir un tipo de génesis que no hace sino justificar la palabra utopista presente: la misma que generó que un tal discurso pudiera repetirse. Ahí la cara pacifista del utopismo –para el cual todo lo militar es “malo”, pero desde una perspectiva que lo militariza todo –se encuentra con una plausible “ley de pacificación” la cual presupone que en la democracia hay lo que no hay: violencia política, es éste un viejo truco pacifista que apunta liberar la represión y que el utopismo cree a pie juntillas, más que los niños. Pero ya es tarde para abandonar a Foucault en la edad clásica o en la mezquita de su admirado Jomeini, estuvo demasiado en el cotillón de los modernos filósofos que tenían por objeto diluir la literatura. Foucault no supo escuchar como Joyce la confesión cristiana por eso pasó del Mayo francés – que exaltó a Mao y negó el Gulag – a los imanes, tiene en común con el caudillo y con Franzé todo un siglo sin elaborar, ahí, el epistemólogo, y el utopista contribuyen a que pueda soñarse una vigilancia sin castigo, no sorteando el hueco de la represión sino anulándolo.
Menem, jugando a duro, escribe frases como ésta: “a los débiles los vomita Dios”. Y Franzé interpreta esto como cristiano, reforzando la herejía, su falsa misericordia, llega incluso a considerar meramente conservador este discurso, deja de lado la mezcla e intrincamiento de clases lógicas que se superponen, transgrediendo los nombres hacia una sola línea de tierra: tal la sintaxis fundacionalista, la cual tiene una relación de Verdad con su pragmática. Para el utopismo todo es imposible, para el fundacionalismo nada parece serlo. Cuando los críticos de Utopía confunden la represión intelectual (condición de algún levantamiento de lo reprimido) con la represión física lo que hacen es reproducir dos posiciones enunciativas –y sólo dos-, los lugares físicos del perseguido y el perseguidor funcionan así a todos los niveles –el resto es superfluo- en las cuales todo viene a morir sin bifurcarse, creen, en fin, poder levantar totalmente la represión, su vacío en hueco, eso los vuelve crédulos de la represión liberada: lo parapolicial no es sino eso.
Hijo luminoso y pródigo del siglo pasado el utopismo mentía una continuidad histórica, llenaba cualquier vacío con la profecía
que pospone un texto ya escrito –donde esoterismo y socialismo se dan la mano- hacia una futurición incumplida, hace a la vacilación de lo categorial y lo hipotético en el juego del discurso y al mismo tiempo – su pragmática-, es prédica en favor de lo ilegítimo en el corazón de lo legítimo, las instituciones.
 
De entrada el utopismo se planteó como un oficialismo que renegaba de sí: para que todo un día fuese totalmente oficial. Otros son los oficios del fundacionalismo, del libro que describo, diríase que ahí se han estatizado los síntomas, las oscilaciones del utopismo, han sido formalizados sus contenidos alucinatorios, su imposibilidad de reconocer que algo cambió en la Argentina desde la democracia, que sólo es posible cambiar el continente de la represión pero no el contenido, que tiene que haber alguna represión para que éste no se libere totalmente, sea represión liberada.
Pero también es dable imaginar un tipo de represión –física- que no se haga notar, donde ni siquiera se note la policía gracias a la inexistencia del régimen jurídico: la exterminación que hizo la dictadura de los adversarios marca el rasgo totalitario de un discurso que no han dejado de explotar ideologías que reproducen el maniqueísmo. Menem captó bien estas vacilaciones, esta creencia en la represión liberada, le bastó deslizarse de cuerpo entero al mismo lugar donde Utopía escribía su ideal como hipotético: ellos tampoco reconocen la trama que han engendrado, ni que lo que ha hecho el caudillo es precisamente lo que lo constituye como efecto de discurso, como líder.
Nadie sin embargo ha ido tan lejos como Franzé en la crítica del utopismo aunque cree hacerlo con su condensación comparativa, extrapolada, sin metáfora, el simulacro mismo de la voz de la tierra.
Franzé queda capturado por la misma trama que intenta descifrar. La alternativa de irse o suicidarse postulada hace más de una década por Viñas se resolvió en una eficacia suicidada – los cuerpos instrumentados, los jóvenes lanzados a la lucha armada- ahora, parece,
los “ismos” se entrecruzan, se trata de permanecer en un discurso, en el serrallo que habla en nombre mismo de la vida, los otros ya no son adversarios, enemigos, es la Muerte misma que hay que escupir en función de un repudio generalizado. He ahí el simulacro fundacionalista: obra sin figuras jurídicas ni retóricas, lo condensa todo en una sola línea de tierra donde mana la fuente de la purificación generalizada.
Pero la Dialéctica también ha sido erradicada en su modo clásico: la Aufhebung que es al mismo tiempo abolición y afirmación de lo que supera y contiene –negación de la negación- deriva en discurso del repudio: una no afirmación que se afirma por el repudio mismo, imposibilidad de decir un no que vuelve circular la escritura de las negaciones. Así, Franzé reconoce en el libro susodicho una “elaboración del intelecto que, con elegancia y tacto, asimila lo simple a lo auténtico y lo verdadero”, las “esencias”, las “cosas simples”, el universo que postulan: sacrificado, ascético, puro y verdadero. Pero todo esto es traducido, confundido con “la saludable lógica cristiana” exculpada de sus mandamientos. Hay el tardío reconocimiento de los mismos temas que el utopismo colocó bajo anatema, o consideró secundarios ante el Acontecimiento fundamental, así Franzé reconoce la expurgación del otro discurso: “La duda, el pesimismo, el ocio, el escepticismo, lo complejo, lo liberal, lo libertario, el suicidio, el psicoanálisis, lo individual, el esteticismo, en fin, todo aquello que no esté siempre listo para entregarse devocionalmente a una causa, no hace más que enrarecer y contaminar la atmósfera patria. Pertenece según los cristales de la óptica menemiana al universo de lo inútil, débil, ateo, de lo que, en definitiva, no sirve para”. Uno por momentos diría que la enumeración que hace Franzé es casi el inventario de temas que con distinta suerte anatemizó el utopismo, llega por eso en su momento de extrema lucidez crítica a reconocer que la “misión” de tal discurso es “trans-política” sin leer ahí un desplazamiento de los tropos en que redundó: éste planteaba con el marxismo una relación de causa-efecto, históricamente rota, fundada mediante performativos, ahora ese orden se desplaza sobre un campo de masas. De ahí el pavor tras el reconocimiento, que, por otra parte, puede no ser aceptación, fortalecer el repudio ¿No es reconocible ahí la tarea que asignaba a la crítica Matilde Sánchez
?, para quien ante todo tiene que servir para algo –contra, eso sí, los “funcionarios de la ONU”, todo atisbo de oposición, traducido-, el pueblo, también, “productor de cultura” de Josefina Ludmer, ¿no es admisible que tales tópicos están apenas transfigurados, aprovechados con oportunismo y reforzados por condensaciones, con una dicción de pastor protestante que habla en un serrallo, continente de una plausible represión liberada que abrace el todo? Todo... estriba en cómo se lee este más allá de la política – común a revolucionarios, utopistas, anarquistas y fascistas –donde la pulsión de muerte “sirve para algo”, retorna en función del Bien utilitario, discurso típico donde finalmente es el terror el que hace de lazo social entre los hombres. A diferencia de otros “ismos” que le abrieron el camino el fundacionalismo ha articulado algo de dicha pulsión, no hay nada de simple ni natural en todo eso, son otras tantas predicaciones de un montaje.



Mucho del verosímil del discurso utopista dependía de que nada de esa pulsión pudiera articularse, que todo quedara en consigna: es el tema universitario de la historia como ficción en tanto paradigma complementario. La histeria del lenguaje acción –sus realizaciones, sintomáticas- sirvió para nivelar las diferencias, fue un acuerdo común: antes o después de ellas la Revolución en tanto arquetipo previo al cual “un día” imitará el Acontecimiento era lo indiscutido, estaba fuera de discusión, de toda crítica: la Revolución es revolucionaria porque es revolucionaria y porque es imposible, utópica.


Esta “ingenuidad” le debe muy poco a Marx y mucho a la Checa de Lenin y sus continuadores. Hay una simonía del tiempo. El escamoteo de la historia, de lo que ocurrió en las revoluciones concretas –empezando por la francesa, hay que leer a Burke, con Sade al costado- reconocido hoy en parte hasta en la misma URSS abrió la senda ilusoria del discurso contrapolítico que el fundacionalismo va a tomar a flor de lengua, para situarlo no en un presente o un futuro sino en un puro afuera: lo hará brotar desde el fondo mismo de la historia sobre la línea ideal de una política de masas que deja a utopistas, revolucionarios, anarquistas –todos incrédulos de las instituciones- como comodines graciosos, tributarios gratuitos a tan vasta gesta del populismo fundador.
La voz del amo estará siempre circulando entre voceos, en eso tengo que reconocer que son pluralistas. Habría tal vez sido uno de ellos si no hubiera escrito, tal mi paradojal “utopía”, lo imposible, parte ya de un texto histórico, un tejido: la de querer objetar los dichos del ideólogo que pedía repetir la revolución en plena transición, la de señalar, también, la ingenuidad de un David Viñas que persistía en buscar el fascismo en Lugones y la década del treinta cuando esta década basta a diestra y siniestra, ese querer encontrar la hora de la espada cuando la hora del facón estaba en curso: volver eso un tema de discusión hubiera extendido la línea de separación entre la represión intelectual y la física que a pasos rápidos parece aminorarse, parece que habrá que salir a campo descubierto, hablar en adelante no supondrá sólo el anatema sino alguna realización concreta, física.
El discurso tipo fundacionalista está previsto en mi análisis de Arlt acerca de la falsa solución que es la violencia, tanto más si se propone como la solución verdadera en el discurso utopista y maniqueo. Tengo además que añadir que este tipo de discurso no es para nada frívolo. Es –al contrario- desde cierta frivolidad, cierto exceso del lenguaje que pase por el nombre que se lo puede interpelar: desde la escritura. Fue ésa la cifra sin paradigma, solitaria, de Innombrable: explicar la historia desde la travesía de algunas escrituras y no al revés, comprendida la ficción de la utopía que es paradigma en función de la eficacia de una historia imposible y concreta. De ahí que la lectura hoy tenga que recorrer cierta vía purgativa en quienes quieran salir de los “ismos” en los que están entrampados, deban tener en cuenta que el simulacro no es de tipo artístico, es el montaje de una lengua única que se dice pura, sin metáfora posible, la comunidad hablando sin nombre propio, el Campamento instaurándose, expresión del fondo mismo de la Historia: el ideal de la casa propia que se convierte en cepo.
Hay alguien que en estos años ha trazado, retomado, un camino sinuoso, discutible en cada tramo mediante una escritura sellada por el deseo a secas –y la otra cara, sabor, amor al saber más que al poder-, un crítico del gusto según Eliot, palabra siempre abierta y diferida a la lectura: hablo de Los Fulgores del Simulacro de Nicolás Rosa, uno de los libros intrincadamente heterogéneos que ha excedido en mucho los rituales, es un afuera irrecuperable como la poesía de Néstor Perlongher por
[L11]  los discursos que funcionan programáticamente, los “ismos” utopistas, populistas, revolucionarios, anarquistas.
Nicolás Rosa retoma el Viñas histórico, prueba que su sola historicidad lo vuelve ilegible también a la nueva cultura, es el Viñas que considera a Sarmiento como el primer escritor moderno en la Argentina. Ahí donde la universidad termina su programa Rosa parte: nos dirá que el destino de todo discurso polifónico es el monologismo. Sarmiento es quizá el primer escritor moderno porque siente como ningún otro la presencia “física” del lenguaje, pero esta disyuntiva desde otra perspectiva es falsa debido a que hay una crisis del concepto de modernidad de la cual no toman noticia ni el marxismo ni el liberalismo ni el populismo.
La lectura de Sarmiento y Alberdi no podrá ser la misma desde que Rosa ha escrito sobre ellos, los ha tomado por un lado “subsidiario” como en sus reflexiones sobre el lenguaje, el teatro, la poesía, la pintura; ha puesto en relación la filosofía –en vínculo con la política- de una época y las “artes”, ahí trabaja el simulacro, desechando la obsesión de legitimidad tan perseguida respecto a cada uno de ellos, nos aparta de una crítica que se quiere –cree- moderna –por no decir ultra- y no hace sino reflejar una idea de historia: la del utopismo del siglo XIX marcada por el positivismo y el pragmatismo, el “optimismo utopista” que poco tiene que ver con lo que se proyecta en Sarmiento. La “actitud experimentalista” de Sarmiento obra como verificación de los modelos que postula como imitaciones, hay un juego de reproducciones pero la intervención de un autor que a veces se sale de la vaina: cuando el romanticismo reproduce las tesis iluministas, cuando, tomando detalles de las obras teatrales defiende la tradición aristotélica haciendo la apología –ambivalente- del drama romántico. Es imposible reivindicar a Sarmiento desde un solo tiempo, es sabido que cualquier discurso que – para exaltarlo, corregirlo, criticarlo- que habla de él –marxista, populista, liberal o liberal marxista populista, etcétera- hará de este nombre de autor un modelo, equivocado o preciso de un proyecto de país: todos los discursos sobre Sarmiento presuponen una continuidad histórica sin fallas, es más, las mismas rupturas parecen solidificarlas, confirmarlas.


Se trata aquí de un Sarmiento sin “unidad” –que va más lejos que Alberdi en lo estético- que no puede confundirse con esa cultivada ingenuidad que hace de él un reverso de Rosas –fascinación del populismo liberal-, trasladando tropos del campo a la ciudad. Así los tropos terminan confundiéndose con las tropas, el Sarmiento como montonero al revés refuerza los paradigmas de eficacia, paradojales cimas de nuestra decadencia actual. El Sarmiento que nos presenta Rosa es un amante del detalle, está cruzado por los “ismos” de la época pero sale de ella mediante un pragmatismo que es su pragmática, su agonística verbal, es alguien que tuvo en cuenta toda la cultura de su tiempo, hoy no desecharía el psicoanálisis, ni creería en la unidad del sujeto, pondría de manifiesto la regresión simple de sus apólogos que postulan imitar lo que en él ya no es simplemente un modelo. Dicho de otra manera: nada del siglo XIX es traducible simplemente al XX, esto es un efecto de un siglo de manos no elaborado. Mariano Grondona al respecto escribe: “Si uno fuera tomista diría que el nacionalista reactivo ama la Argentina en acto, la Argentina que es, y el nacionalista de emulación ama la Argentina como posibilidad –no quiero decir potencia porque se habló mucho de la Argentina potencia –como promesa”.
La versión que da Mariano Grondona de Sarmiento no es por cierto tomista, es de un nominalismo que cree al omitir el término “potencia” puede salvar la ideología de ahí resulta, demasiado próxima a un utopismo liberal que contribuyó – endeudándose, estatizando las deudas – a coartar las potencialidades que a cada cambio de época son decepcionadas por los “actos” de nuestros ilustres dirigentes, que incluso opuestos pertenecen a una misma cultura. La imitación de los modelos extranjeros es “nacionalismo de emulación” pero ese ideal tiene como último nombre, otra vez, la utopía: “En cambio el nacionalista de emulación en lugar de idealizar lo real, lo que hay, y pintarlo con un color piadoso, quiere realizar un ideal acerca de lo que hay, tiene un proyecto distinto de lo que hay, en cierto modo tiene una utopía que lo desafía”.
Estoy de acuerdo en términos generales con la “emulación” de ese programa en cuanto al avance técnico y la información de lo que ocurre en el mundo, me pregunto en cambio si esto tiene algo que ver con una lectura o una continuidad con Sarmiento: ese utopismo bien podría encontrarse en un programa de una universidad norteamericana, no asediada, cierto, por los utopistas de otro signo. Sin embargo cabe preguntarse: ¿es posible con un tiempo de bonanza, nacido, además, por generación espontánea, salir del país de los malos negocios y cuyo mayor negociado ha sido la muerte, cuando esto mismo surgió de una crisis de tradición, de un problema cultural que este liberalismo o bien abandona al costal de lo inútil o bien reduce a unas cuantas consignas? ¿Se puede hablar de utopía en un sentido no totalitario sin tener en cuenta el peso que los totalitarismos le han dado al término, mediante mares de sangre?
En Sarmiento es imposible omitir su estilo, ya que casi todo cuanto escribió apareció en medios entonces marginales, es necesario repensar el uso de la primera persona; no hay en él que confundir lo que positivamente se remite a la sociedad y lo que va a atravesar el crimen que supone toda comunidad. Cierto: liberales, populistas, marxistas, difieren sólo en su idea de sociedad, padecen la misma concepción de la comunidad, de ahí que deriven no pocas veces en populismos. Textos de Sarmiento como “Las tropas de Rosas” van mucho más lejos que una crítica a sus adversarios, también de la figura antitética del caudillo que quiere achacársele: nos dicen cómo las ideologías más antitéticas se resuelven en “ismos”.
La ciudad no atravesada por el nombre no es sino la imagen de un Campamento, diría H. A. Murena: la fiebre del oro (solución de todos los problemas, lugar de legitimación del discurso) sin el verbo que la atraviese como un derroche contribuye a la misma prehistoria que se quiere anatemizar. Formulado en términos utópicos: en la más pródiga de las sociedades la literatura siempre será disidente por esa relación –impensada- del nombre propio con la comunidad.
Vuelvo al libro de Nicolás Rosa: tengo objeciones que hacerle precisamente porque lo he leído, sus líneas de fuerza a veces reproducen la temática de lo transgresivo en los “ismos” que dicen ser tales en la poesía, pero que están perfectamente ubicados en la trama utopista. Y correlativa a una inversión de Borges que hace con él lo que no se permitió con Sarmiento: un medio para llegar a los zaguanes de fin de siglo, la poesía que es llamado a la mudez en nombre de la transgresión. Sin embargo en el libro de Rosa están Loyola, Sade, Néstor Sánchez, el culto mariano en versión gnóstica, la Trinidad y el Otro en relación no dada, atravesada... el mayor escándalo del libro está en su nivel (fulgor) intelectual que está escrito en cada línea.
Alberdi le reprochaba a Sarmiento haber confundido el país con una escuela: expulsar lo que no entrara en ella. Aunque perseguían el mismo fin, tenían lecturas diferentes de la Argentina. En homenaje a Sarmiento habrá que multiplicar las vías purgativas – conexión con la cultura considerada en sentido amplio- ante una segregación de connotaciones utopistas que es ante todo una cuestión de lengua: se apunta a
que lo que se habla en estos discursos sea la lengua misma del Estado.
Ante las antinomias irresolubles de los “ismos” cabe poner en juego la paradoja, un cierto afuera de la escritura donde la comunidad nunca está dada, supone una travesía de los nombres que manifiesta, por ejemplo, que hay no poca hipocresía sexual en muchas actitudes “éticas” o que la transgresión sexual es no pocas veces mera impostura.
Dicho de otra manera: el dilema cultural en la Argentina ya no reside en saber
si Sarmiento sabía o no el lugar exacto de la desembocadura del Carcarañá, si el criollismo debe o no complementarse con el folklore o el rock para ser más criollo, con preguntarse si Virgilio es o no reemplazable por Sofovich, en “irse o suicidarse”, sino en estar o no con los “ismos” que describo y su cultura implícita.
Notando esta distinción de Kant: “El “republicanismo” es el principio político de la separación del poder ejecutivo del gobierno – y el poder legislativo; el despotismo es el gobierno del Estado por leyes que el propio gobernante ha dado; es pues, la voluntad pública manejada y aplicada por el regente como voluntad privada. De las tres formas posibles del Estado, es la democracia – en el estricto sentido de la palabra- necesariamente despotismo, porque funda un poder ejecutivo en el que todos deciden sobre uno y hasta a veces contra uno – si no da su consentimiento- ; todos, por tanto, deciden sin ser en realidad todos, lo cual es una contradicción de la voluntad general consigo misma y con la libertad”.
El “nosotros traicionamos” fundador de la comunidad – moderna- se disuelve en una primera persona en relación anagónica con el Verbo, la escritura es por tanto un error en un proyecto continuo de legitimidad, resiste la “utopía democrática” que – a diferencia de la República de la República que es imposible en Sade ya que para eso hay que tomar algún otro como objeto, defraudando el “todo” – ya que la democracia de la democracia de realizarse sería una monstruosidad, el incesto generalizado bajo la forma del amor de todos con todos: tal vía propia para salir del cierto tratamiento del “todos” que se aprovecha de la democracia, de sus antinomias, su equívoco para conspirar contra la República: instaurar una democracia sin República, he aquí la legitimidad a que apunta el proyecto utópico.




ANUNCIACIÓN

“Cuando ellos se dirigen a ofrecerle sacrificios como a un héroe brota por sí solo el humo de la tumba. Esto, pues, lo he visto yo personalmente. Los tebanos enseñan también la tumba de Tiresias a unos quince estadios de la tumba de los hijos de Edipo. Los mismos tebanos admiten que Tiresias acabó sus días en Halartía y admiten que el monumento que hay en Tebas es un cenotafio”.
                                                                                                         Pausanias, Descripción de Grecia


Un mismo espacio –según la narración de Pausanias- cobija las cenizas de la progenie de Edipo y de su primer intérprete, Tiresias; cuenta, por otra parte, que cuando le ofrecen sacrificios tiene lugar algo prodigioso que asombra a los lugareños: el humo y la llama que le sigue se dividen en dos. En la tumba el acto de la obra en cierto modo continúa, es el ulterior y perpetuamente renovado: lo que el mito preserva – según la tajante recomendación de Aristóteles que el poeta no debe cambiarlos – lo que la historia mezcló- en términos de parentesco, como incesto y crimen- a lo que la tragedia, en fin, dio forma, ahora lo separa y conmemora dócilmente el humo de las piedras. Consideremos no ya a Edipo un personaje histórico, padre de sus hijos, o un personaje de tragedia, tomémoslo sólo en su nombre que es apertura de historias sobre un fondo de leyenda: el intérprete y su progenie cohabitan un mismo espacio, locus y humus parecen pacificar la tensión de dos genealogías antagonistas, hay la cálida y pétrea comunión- apenas diferenciada como la llama del humo- que devuelve todo a la fábula, al poema, al tiempo de la lectura, y su variación. A la historia de sus precursores: la narración detenida de los ritos que hace Pausanias. Sólo a través de la representación de la tragedia los agonistas volverán a salir a escena, habrá algo que nos estará interdicto, que la tragedia nunca fue trágica estrictamente hablando en una voz moderna: su función era la de recomponer una cadena social amenazada de disolución. Era un detenimiento en la marea que una creciente, en un punto, parece decirnos: la peste ha de terminar; su purificación será equivalente a un rito religioso, lo que éste, falto de recursos, no puede llevar a cabo.
El héroe no es sino un punto de encuentro de esas fuerzas indómitas, incontenibles que cruzan –contaminan- la comunidad, son también su fin encarnado a través del cual ella renace. Estamos en plena purgación de las pasiones, lo que Aristóteles llamó catarsis.
La purgación trágica, en lo que Pausanias describe, prosigue a modo de ritual precisamente porque ya ha tenido lugar
: la llama, como signo de las pasiones, sucede en cambio en otro incendio, cenizas tanto más inquietantes que el humo y la llama, los espectadores están calmos, extasiados o irritados por la representación de la obra, no es eso lo que importa, la comunidad en cambio no cesará de purificarse jamás, nunca estará tranquila: hemos, dice, como si la obra siguiese, enterrado y llorado nuestros muertos, él, el héroe, ha matado por nosotros, hecho lo que sin duda nunca nos hubiésemos atrevido a llevar a cabo, hemos muerto ya en cada uno de ellos y todavía sin embargo hablamos...¿qué otra sangre hay en juego que no tiene nombre, rango, género...?
Y siempre daremos con el susurro a media voz de todo corifeo, que ningún progreso puede acallar: ¿por qué somos, todavía, aún en potencia, asesinos? Por la purgación dirán algunos, no es que haya habido purgación a causa de un derramamiento de sangre sino que ha ocurrido esto, tenía que pasar y esto en función de la purgación misma. Ahí la circularidad trágica se dobla, parece amenazar a lo social que debía ordenar, diferenciar, pero es, sabemos, sólo una ilusión retrospectiva, el último resplandor de un simulacro ya falto de potencia. Hasta ahí pudo la tragedia, separó la confusión aniquiladora de las pasiones, las encauzó, sublimó, hacia un discernimiento que no hay que confundir con el del sujeto cartesiano o psicológico sino con un yo ya religado a la comunidad, precisamente, el seco clamor de Edipo en Colono, cuando el pudor fulgura por encima de todas las obras humanas, no es el fin de la vida sino su ordenamiento para una respuesta que no puede no ser religiosa.
La tragedia sin embargo dejó el interrogante de algo demasiado vago para ser respondido de una sola vez, eso lo supo Nietzsche hasta la locura, algunos helenistas leerán como dionisíaco este sobrevuelo del pudor sobre toda obra humana que es sin duda el límite trágico, un don a la religión no de los hombres sino de los dioses.
Pero el interrogante del corifeo es también el de los hombres. Cuando ha sido retomado por la religión lo descubrimos en una forma aseverativa: somos todos asesinos, lo sabemos desde que tenemos conciencia del pecado. Quiero decir: de un acto marcado por la secundariedad. En un lapso que se roba toda la historia ya no podemos identificarnos con quien ha violado –confundido- tales o cuales lazos de parentesco, entramos en otro orden, el del primer creador y el primer imitador según la Biblia, el efecto Adán, menos adánico de lo que suele creerse.
A diferencia de los héroes trágicos
cuyos nombres dependen del linaje y el lugar en la ciudad, el abolengo y la genealogía, Adán puede ser cualquiera, es el número inicial de una serie ausente, está en cruce con un nombre por venir, Jesús, en el Nuevo Testamento, no es la mera respuesta al Job que pregunta cómo de mujer puede nacer algo puro. La redención emerge como un trazo que marca algo no purificable en todas las purgaciones. Leibniz se interrogó qué habría ocurrido si Adán no hubiera hecho lo que hizo y tal pregunta no sería compatible (en términos leibnizianos) para cualquier héroe trágico.
Cualquiera, desnudo: el padre de la especie humana cuyo acto de creación es pecado no tanto por ser malo sino por proceder por imitación, estar viciado de secundariedad y bajo dictado femenino. Esto suena a fábula en una época que hace a la paradoja de ser la menos religiosa de todas pero en la cual nunca fue tanta la idolatría, no hay objeto tangible de adoración, la producción serial de fetiches equilibra las tensiones como conjuro estratificado del Otro y se constituye en la pura performatividad de la palabra
. El lenguaje se torna una mudez redundante que duda entre la consigna y el anatema, ninguna voz, pocas, son “artísticas”, quiero decir, se sostiene pasando por cada uno de los poros; el adjetivo, con un eco de misterio, “imposible” reaparece a cada frase, diríase que es imposible dejar de escribirlo.
La cultura como una gran compañía de seguros de vida contra todo riesgo – incorrecto – termina por asegurar contra la propia vida.
El género y la especie tienen muy poco que traducir para reflejar una cadena, una continuidad no de tipo matemático sino antropomórfica. El que habla no es Edipo ni Adán, soy cualquiera, me es imposible imitar al creador, en cierto modo uno escribe en un tiempo donde todo ha sido ya imitado,
citado. Recuerdo que para Walter Benjamin todo hombre que citaba era una suerte de Adán, yo tengo que contentarme con no ser Caín. Ni el poder ni el arte puro entonces: apenas si cierta relación con la verdad pero que no es lógica, filosófica, religiosa o científica, relación que se da como no relación, una relación con la verdad no puede ser exceptuada de las paradojas, creer que puede darse en un cotejo de proposiciones –verdaderas, falsas- , no hay relación con la verdad sin un exceso de “mentira”, quiero decir, de simulacro, es éste quien la traza en constelación, es ésta la que me dice ante todo que tengo un nombre propio y hay algo de verdad en la firma de tal nombre en una trama indeterminada, escrita ahí mismo donde la botella arrojada al mar no es una metáfora, donde ésta nace en el movimiento diferido, desviado de su huella, no en el acto de arrojarla, mucho menos su intención, sólo la figura del ideograma: una indicación de Leonardo, una escansión de Bach, la “circulata melodia” que Dante entona ante el nombre de María: “Io sono amore angelico che giro...”
Quedemos en que la tragedia es más catártica que “trágica”, ahí vive la diferencia trágica con la cual, siempre, toda vez, diferimos, esta diferencia es idealizante, la expulsión de la víctima nos hunde, cómodos, en el espacio regulado de la ciudad, las piezas de nuevo colocadas.
El Paraíso –el de Dante- en cambio responde a otra vía, la de la sublimación, siempre artificial luego de Baudelaire, no es cuestión sólo de la condena a trabajar (Adán) y el dolor de gozar (la criatura), el paraíso es precisamente el nombre que surge cuando el placer y el dolor, el trabajo y el derroche pasan por vías no calculables, que para escándalo de la especie cualquiera –si abandona toda esperanza-, puede atravesar, basta perder el pudor trágico para eso.
Paradiso: si la vía de Dante resulta un poco árida, hay que repensar la de Claudel; tocada por la gracia, que pone de manifiesto cierta falsa arrogancia en la humildad contemporánea, o si de entrada se quiere desbordar todo lo moderno: Lezama Lima, explicando la gracia en Claudel
; están las voces que ascienden en el aire en Joyce: “and still the voices sang in supplication to the Virgin, most powerful, Virgin most merciful”.
Si uno no se sitúa en relación a estos nombres intensos no entenderá palabra de estos dichos: la purgación joyceana es menor, consiste, en el Retrato, en limpiarse las uñas.
En Ulises, Ella: “Refuge of sinners. Comfortress of the afflicted”. Es que la risa del paraíso –según Dante, recordada por Phillipe Sollers- poco tiene que ver con la felicidad, sí con el cumplimiento de una trama que firma más que supera las figuras del confinamiento infernal, su cara a cara mortífero, hay un entre dos con resonancia de infinito: es el Deseo que se convierte en Temor (voz de Virgilio), el criminal desea castigo (Dante). La rosa de Dante es también mística en Joyce, ella, a través de la plegaria de San Bernardo, es un poder de intersección –“Virgin’s intercessory power”- para quienes le imploraron: “Trough the open window of the church the fragant incense was wafted and with in the fragant names of her who was conceived without stain of original sin, spiritual vessel, pray for us, mystical rose”. Y uno pide que entre tantos “joycismos” se piense esto en Joyce.
El verbo retorna de lo reprimido, es un ángel de Swedenborg que cuenta que hay que diferenciar la pasión de la cruz –la duda en cuanto al Padre: “¿por qué me has abandonado?-, de la redención de los pecados. No hay aquí la seguridad estratégica de la dialéctica, las trampas de las preguntas-respuestas, hay más bien un sacramento, ese goce de la confesión que Joyce examina en todo un capítulo sin que el lenguaje pueda ser mediado, detenido por ese tiempo que es dinero, por el mundo, que reza la purificación final, utópica. Por eso: “el cielo y la tierra pasarán”... “Huc omnis turba ad ripas effusa ruebat”, ese verso de Virgilio explica los pretextos de Carón para con Dante... sostenida privación.
Las indicaciones de Leonardo son sugestivas cuando tratan el tema de la Anunciación, está menos preocupado por los puntos de fuga que por el encuadre de María y el Ángel: “Hace algunos días vi el cuadro de un ángel que al formular la Anunciación parecía que estuviese expulsando a María de su habitación, con movimientos que mostraban la clase de ataque que uno haría contra un odiado enemigo; y María como desesperada, que parecía tratar de arrojarse por la ventana: no caigas en errores como estos”.
No se trata de una perspectiva sino de un matiz en torno de una figura que en sí misma es fuga, hay toda una dispositio que en su misma enunciación es “pintura”, aunque no se trata del ut pictura poiesis del clasicismo, el monólogo en torno de Ella de Fra Roberto entre las condiciones anunciadoras –loables dice- habla de la Humiliatio, cuarta condición, cuando ella baja la cabeza y dice he aquí la doncella del señor: “¿Qué lengua podría jamás describir, en verdad, qué mente podría contemplar el movimiento y estilo con que ella apoyó en el suelo sus sagradas rodillas?”
Las condiciones son, Fra Roberto lo entreve, posibilidades de representación artística, eso parece imposible, pero no cesarán las versiones; según Max Baxandall las Anunciaciones del siglo XV son de inquietud o Sumisión, también de Interrogación y/o Reflexión, la Humiliatio –que muestra la mansedumbre de Ella- está en antítesis con la Conturbatio- su exageración, efecto de una moda violenta según Leonardo- y eso opone, hace diferir las Anunciaciones de Fra Angélico y Botticelli: “Nos recuerdan, por ejemplo, que Fra Angélico en sus muchas Anunciaciones nunca se apartó del tipo Humiliatio mientras Botticelli tiene una peligrosa afinidad con la Conturbatio”.
Esto hacía cuerpo con los discursos de los predicadores, la casuística, era, ya antes de Gracián cosa de pintores, el predicador tenía el interrogante, por ejemplo, su cabello ¿era oscuro o claro?, no podía ser morena, no podía ser rubia, menos pelirroja, pensaba Alberto el Magno, cada uno de esos colores supone una imperfección, es una aleación de colores que participa de todos ellos pero no se confunde con ninguno parece decirnos el dominico Gabriel Barletta, estaba cerca de ser morena, del lado oscuro, era judía, insiste Alberto... los pintores asumirán estas frases a veces en un más allá del color, un estallido incesantemente reiniciado.
La Anunciación, parafraseando a Leonardo, no puede confundirse con una expulsión, los personajes de Beckett, expulsados antes de haber entrado a lo social, testimonian como expósitos esa ausencia, tampoco con un después de una incorporación previa, es la voz que suena en todo un capítulo de Joyce en el Ulises en un universo abrumado de mujer, la que parece más bella se descubre coja, imperfecta, una falla inconfesable interrumpe el sueño de las diosas. No hay hoy tampoco que negarse al oído, caer en la alucinación, hay esa expulsión sin negación que favorece la utopía de la purificación final
. El demonio, es sabido, no lo es tanto por ser malo de película sino por decir casi siempre la verdad mintiendo, él sin embargo también tiene sus malos ratos, ahí sueña ser más puro que Ella, un discurso sin Virgen, común a esa purificación mortífera donde incluso puede declamarse el sexo pero la diferencia sexual no cuenta, es esto lo que ella permite entrever desde su lugar significante –exterior a la reproducción sexual- sublime sin duda no por negar el cuerpo sino por encarnar la voz –verbo- en la imagen imposible por excelencia y que las Anunciaciones no dejarán de anunciar, jugar, volver artística: se explica la obsesión de Lutero en negar intelectualmente a la Virgen, en lanzarla a la cadena de la especie, todo un sistema de equivalencias depende de eso, estamos ya cerca ahí del discurso positivista y la impotencia correlativa que Jean Luc Godard ha puesto de manifiesto en su oración fílmica: Je vous salve Marie... una entre todas las mujeres, protégeme de la idealización tanto más mediocre cuanto se dice sublime...-incluyendo idealización setentista de La Chinoise (tener en cuenta a Ibn-Boltan  : si un negro cayera del cielo, lo haría con mesura...)-, por ella ya no puede haber nada “puro” en el mundo, ella puede “enseñar a los mismos espíritus pureza” (Gracián); la pregunta desesperada de Job - ¿cómo de mujer puede nacer algo puro? – no tiene respuesta, acaso sí una relación idealizada con el verbo, hay un breve tramo que se va a resolver en anatema, cerrando a priori esa trama de la sublimación donde “ella” es un efecto de inicio: impide un campo común para la pulsión unitaria que quisiera encontrarse de cuerpo entero, desacierta los pactos, las concordancias entre lo anatómico y lo sexual, entre la reproducción y su finalidad social, agujero que el Saber no puede topologizar ni la moral contemporáneo; el “hedonismo irreligioso” (Pasolini) transgredir sin poner de manifiesto su moralismo contenido, esa cara permisiva de la represión que para Pasolini anunciaba el mito de la “liberación sexual”, tan compartido, repartido en cada uno de los “ismos”.
Las Meditaciones de Gracián son ejercicios que el orante debe llevar a cabo según casos específicos, topos que suponen una labor de sublimación, una música y un circuito, se trata que ésta pueda “recibir el mismo Verbo encarnado en su pecho que María recibió en su vientre”, lo que en el vientre está encarnado en el pecho está sacramentado: si ella, piensa Gracián, se turba (Conturbatio: las vacilaciones ante el Ángel), cómo uno no habrá de experimentar algo parecido, y la retórica que resuelve la confrontación entre conturbatio y humiliatio: “Menester fue que entrase el Ángel a buscarla en su escondido retrete, y que llamase al retiro de su corazón; tres veces la saludó para que la atendiese una; tan dentro de sí estaba, tan engolfada en su devoción; era velo a su belleza su virginal modestia, y el recatado encogimiento muro de su honestidad. Admirado la saluda el Ángel, turbada lo oye María, que puede enseñar a los mismos espíritus pureza. Convídala el sagrado Paraninfo con la maternidad divina y ella atiende al resguardo de su virginidad; encógese al dar el sí de la mayor grandeza, y concede, no el ser reina, sino esclava, que en cada palabra cita un prodigio y en cada acción un extremo”.
Literalmente: en cada palabra un prodigio y en cada acción un extremo habla de un curso no necesariamente barroco del lenguaje pero en cierto modo asediado, interrogado por él en una “aleación de colores”; es posible volver a oírla a Ella en los cantos de poetas de nombre paterno, está en el nacimiento de las lenguas romances con una memoria medieval, es posible hablar de los poetas de la Virgen: de Villón (Oh louée conception / Envoiée ca jus des cieulx / Du noble lis digne syon / Don de Jhesus tres precieulx / Marie, nomb tres gracieux”, a Claudel (pasando por Baudelaire), de Gonzalo de Berceo a Lezama Lima –vía Gracián-, de Chaucer a G. M. Hopkins: “Now burn, new born to the world / Doubled – natured name / The heaven flung, heart – fleshed, maiden- furled / Miracle – in – Mary – of – Flame”; en ese afuera cíclico de las literaturas que tiene el nombre de Joyce, vía, dirá Beckett, Vico, Bruno, Dante que dice su lugar como “albergo de nostro disiro”, nos da a pensar que la negación de ese otro lugar hace que la lengua tienda a lo virginal, quede absuelta, exculpada de sus paradojas y sus dogmas, eso supone la purga de las vías purgativas –expurgación -, la cual suele reaparecer en las más siniestras políticas de lo sublime en las cuales todo es religioso (ídolos: tierra, sangre, raza, partido) menos esta vía que abre la trama de la sublimación en la que tanto insistió Pasolini.
Es por tanto la contrainiciación moderna (Murena), nada menos que el intercambio de corte protestante que hoy triunfa a escala mundial hasta ser la “utopía” de los socialismos concretos: Lutero, que al mismo tiempo que creaba la lengua alemana repudiaba a la Virgen y anatemizaba al judío “preparaba el terreno que hizo posible cuatro siglos más tarde la herejía hitleriana” (León Poliakov), habría dado lugar a un relato de los fines, que continúa circulando, silencioso, de mano en mano, moneda predicable, traducible, “universal”.
En términos de la vida y derechos la diferencia de las sociedades democráticas con los socialismos concretos es abismal, pero el malestar insiste. En todo eso hay la omisión de la risa del Paraíso, tan necesaria a la clarividencia de un infierno que es necesario volver a recorrer, en su línea oblicua y bifurcada, y ya estamos de nuevo en curso, hay que decir buen día demonio, él ha tenido sus épocas tontas, brutales, asesinas, hoy se muestra demasiado humano, un pobre diablo, ni siquiera intenta ser más inteligente que la criatura, hemos notado ya que no era demonio por malo sino por estar diciendo siempre la mentira como verdad, faltaba el aprendizaje interminable de dejarse ganar por él para vencerlo de su propia victoria: ahí surgen los nombres propios más intensos, la lengua reconoce en el olvido sus huellas.
Se insiste en las matanzas llevadas a cabo por los cruzados en guerras sangrientas, pero el tema del homicidio ritual – al que se refiere Poliakov - tendrá un límite con la bula de Inocencio III (1274), desde la Santa Sede en defensa de los judíos: “Si en algún lugar aparece un cadáver a ellos se les imputa aviesamente el homicidio. Se les persigue tomando como pretexto esas fábulas u otras muy parecidas, y en contra de los privilegios que les han sido concedidos por la Santa Sede apostólica, sin proceso y sin instrucción regular, pasando por alto la justicia, se les despoja de todos sus bienes, se les hace pasar hambre, se les encarcela y se les tortura, de manera que el destino es tal vez peor que el de sus padres en Egipto”.
Es esta tradición que Pier Paolo Pasolini – en posición de “corsario”- le recuerda a la Iglesia, que ha sido vencida por el “mundo”, que su poder es superfluo, la invita a traducir su tema – el de los pobres- a su lenguaje, la invoca contra una ideología sexual, el “hedonismo irreligioso”, la única religión que cuenta, la llama a pasar a la oposición, antes de la renovación de Juan Pablo: “si las faltas de la Iglesia han sido numerosas y graves en su larga historia de poder, la más grave de todas sería la de aceptar pasivamente el ser liquidada por un poder que se burla del Evangelio”.
Muestra cómo la televisión a través de la réclame neutraliza al catolicismo en el momento de predicarlo, este medio (vuelto a valorarse hoy desde el postmodernismo) es para él el signo del nuevo poder ante el cual son irrisorios los slogans fascistas: “Sin ninguna duda (los resultados lo prueban) la televisión es autoritaria y represiva como jamás ningún medio de información del mundo ha sido”
[4] 
¿Significa esto que Pasolini es asimilable al Pound de la radio, a quien, en una retrospectiva que alcance a otros, sólo puede justificarse por haber sido fascista por primera vez cuando , a diferencia de muchos contemporáneos ellos no sabían dónde iban, querían restaurar una cultura a través de esa mediación? Exagera... para introducirnos a un ámbito post-apocalíptico: un infierno donde no hay individuos (Dante) sino masas. Creemos entrar en la transparencia posmoderna sin haber agotado la selva negra que no es precisamente esa cabellera que nace del fondo del mar para atravesar un aro de fuego en un cielo diáfano.
Con predominancia de Infierno, Pasolini escribió su vía purgativa en la Divina Mímesis. Había sido , creo, el primer intelectual de izquierda europeo – a diferencia de un Sartre - en denunciar los gulags que no llegó a conocer totalmente; ahí, entre círculos no se encuentra con Rimbaud ni con Gramsci, es sólo un viejo poeta de los años 50, oímos su propia voz, retornando del otro, el Guía que apenas tiene palabra, la Lengua del Odio – ahí donde lo culto y lo popular ya no son discernibles, donde “no hay pasión ni corazón” – por momentos lo traba, hay que esperar sus momentos amables, alguna articulación: “Antes la gente era pequeña, no quería serlo. En suma... toda esta gente, por miedo a la grandeza, es instintivamente falta de religión. Reducción, espíritu de reducción, es ausencia de religión: éste es el gran pecado de la época del odio. Y así en ninguna parte del Infierno verás a tanta gente ¡Las masas, amigo mío! Las masas que han elegido como religión el no querer tenerla sin saberlo”.
La religión se ha diluido o retornado como fanatismo. En la semiología de Pasolini el lenguaje del comportamiento, del slogan, de la uniformidad total -que vuelve indiscernible la diferencia entre cualquier fascista de otrora y un bienpensante en un universo donde hasta los más antagónicos hablan el mismo lenguaje-, tiene más semejanzas que diferencias con el espíritu de reducción que analiza en la jerga – “con una grosería típica de la psicología y la técnica del bienestar” – estereotipada al extremo de los jóvenes del mayo del 68, sus derivaciones: se dice “asesino” para señalar una responsabilidad indirecta con algún hecho político; no hay sutileza lingüística, la lengua está tomada de los textos sociológicos de por sí simplificadores. Pasolini nos dice que estos jóvenes no hablan, analiza el libro de uno que ha superado en su osadía – la “espantosa miseria cultural” vertida en la estereotipia de una nueva cultura – lo que ningún magazine femenino del más bajo nivel se atrevió a hacer: publicarse en forma de libro.
Ahí se nota la función paralizante- reproducción mimética- que es para él asumida por medios que simulan un respeto por la cultura cuando se trata de un desprecio profundo- coexiste, encuentra su paradigma en el obediente contestatario, no es extraño que el poder lo adule, no sabe siquiera burlarse: “Su humildad esencial vuelve absolutamente mecánicas todas sus actitudes. Su rebelión es puramente mimética. Y lo importante: el es demasiado bueno para saber burlarse. Se queja, sonríe, ríe, pero es incapaz de burlarse. Si lo hace es en forma organizada, colectiva”.
Que la más baja subcultura coexista con la más alta técnica es casi una anécdota. Pasolini muestra bien que los jóvenes del 68 han sido leídos por sus supuestas buenas intenciones- a las que sumaban a un Mao-, un laberinto de supuestos, falacias en espiral. Ni bien se pronuncian se revelan hijos de los slogans de época: uno no deja de pensar en nuestros, hoy, tardíos contestatarios que con atonía tratan de traducir el aspecto festivo del 68 a la tragedia ocurrida en la Argentina: No obran así por europeizantes o afrancesados sino por obediencia al dictado de los maestros, el tema es reducido a lo hilarante, con suprema vulgaridad, tienen en común con la dictadura la negación – repudio- de lo acontecido, o su aceptación superflua. Por eso también los escritores de mi generación, hasta los más declaradamente “transgresivos” no tienen voz propia: o bien esperan ser hablados por los Pupilos, adulándolos, o bien tienden a hacerse pasar por alguno de ellos, fingiendo la amnesia, parecer “jóvenes”, recienvenidos. Y los más afines son cómplices de lo que Pasolini llamaba el linchamiento. Así todo ocurre en el “nuevo” medio cultural, habida cuenta de las excepciones.
“El primer carácter de la vulgaridad consiste en ser invasora, en su voluntad de hacer vulgar también lo que no lo es, al que es “extraño a su mundo”, escribe. Y esto en el “nuevo fascismo” vale tanto para lo culto como para lo popular, ambos términos son para él categorías extraclasistas, que resisten la uniformidad.
Algunos quieren en nuestros medios “ayudar a la cultura”, difundir la literatura con el uso de una voz retórica, “profunda”, pero acrecientan las más de las veces la sospecha de aburrimiento que pesa sobre ella, terminan por convertirla en pariente pobre ya que la miden con su rasero. Los escritores contribuyen a eso, cuando, piadosos, se prestan al personaje irrisorio que ha sido concebido de antemano.
Todo el problema estriba en cómo decir lo “intraducible” de la escritura y para eso tiene que haber una voz en la que se escuche, por ejemplo, que por primera vez la Humanidad puede prescindir totalmente de la literatura – no hablo, cierto, de su función ornamental, piadosa-, ésta es una nueva que pocos se atreven a confesar, fingen ceremoniosamente incluso tratar de domesticarla, pero es un gesto formal, un homenaje a lo que otrora fue peligroso. Por eso a mi entender una cultura verdaderamente pluralista tendría que comenzar partiendo de las voces singulares de los escritores, no con la complicidad concertada para degradar los temas, ni hacer de la cultura una cuestión de votos.
¿Cómo hablar de posmodernismo sin haber leído a Hannah Arendt, a Poliakov, silenciando a Soljeinistein y los campos en Cuba? Por eso también lo ritual ha ido ganando los temas posmodernos ya que se parte de una modernidad que conservaría intactas sus ilusiones teleológicas, su Utopía, ella más que ninguna otra tradición está quebrada en su perspectiva humanista.
En vez de traducirlo todo a la parálisis del “lenguaje acción”, con la ética muda que resulta de ello, las autoridades universitarias tendrían que pensar en esa necesidad del Latín que Anthony Burgess recuerda, haciendo eco en el reproche que Pasolini le hacía al latín de la Iglesia – el tratar los textos sin amor-, todo eso nos hace pensar que en la función excéntrica del anacronismo, Borges no está solo. Esto podría coexistir creativamente con la adopción de nuevas tecnologías para que el lenguaje no se vuelva definitivamente instrumental.
El deseo de querer curar a toda costa conduce inevitablemente a la policía del pensamiento, antesala del campo de reeducación a la cubana, apenas camuflado en los ideólogos del utopismo. Para mí no se trata de reemplazar una ilusión por otra sino de un arte de decepcionar (Freud) que en su camino encuentra el principio jesuita de tratar el mal por el mal. Curarlo todo desde una política en la que no hay política –oposición- , he ahí el rasgo común que se reproduce en los dichos de la religión de Utopía, es siempre un tema comunitario donde se expresa anticipadamente la lengua del odio (Pasolini) como única, el arte de decepcionar el bienestar de la cultura (no asimilable al de la sociedad) no desconoce por eso el encanto que era para Stevenson la condición perdurable de la literatura, el movimiento abrupto, la transición a veces suave de la fuga, el contretemps: cosa de trazo, metáfora, color, cita, vibración musical, cambio de lengua y de plano, el mal por el mal habla de la salida como exceso (la crítica de Pasolini a los media está en su visión puesta en escena: El Evangelio según San Mateo, en la trilogía de Eros: Chaucer, Bocaccio, Sade). O también por la saturación de la representación, una tranquila, apacible delicia como intermitencia; recordar que en Joyce el promontorio ante el mar no es canto a la naturaleza, o, de otro modo, todo es ahí salvaje, vegetal, femenino, salvo la Iglesia que se alza entre las rocas en coros, es the voice of prayer, la cual nombra a la que es un faro para el atribulado corazón del hombre – “Mary, star of the sea” -, tener en cuenta un teatro como el de Tadeuz Kantor que se aparta de las vanguardias pero como escribe Guy Scarpetta “no se separa de esa negatividad, de ese negativismo”, por el contrario, los arranca de una plácida infancia que fatiga de sí misma y “muy católicamente los carga de Pecado”, algo “decisivo en mi creación” según anota en sus escritos Kantor.
Lo fértil está por ahora en el desencuentro: empezando por el de los “escritores” y los “críticos” que se encuentran en demasía en sus roles, revuelven la misma crema mientras la fatiga, amarga, crece, ninguna ilusión sirve ya de sabor. Se trata de recrear la disidencia no respecto a tal o cual enunciado sino en un lenguaje que atraviesa la regulación que impone la especie.
Aun si no se nos ha escuchado – entendido, suele decirse- al tratar de explicar el “utopismo a los niños” cuando se vuelve al de la escritura tras cierto halo – rocío en el aire- la visita de un vértigo donde en singular insiste el sermón de Fray Roberto Caracciolo de Lecce: ahí el predicador debe ser el répétiteur del pintor a riesgo de esparcirse en un puñado de arena.
Fra Roberto distingue tres misterios en La Anunciación: 1) La Misión Angélica; 2) El Saludo Angélico; 3) El Coloquio Angélico, que se divide en cinco condiciones espirituales, las de una mujer que es virgen y madre, la madre ben-dita, una que ha sido bien-dicha por el
Verbo. La lengua del odio común va quedando de manifiesto: coincide, curiosamente, con la especie, y se entiende mejor a San Francisco en su campanario – acrobacia del verbo-, a Loyola, peregrinando con los Ejercicios bajo el brazo.
Entonces las condiciones se dejan oír mejor: la Conturbatio (inquietud), la Cogitatio (reflexión), la Humiliatio (humillación), la Meritatio (el mérito), llevan a pensar que la teología es la demostración de una inexistencia en cuanto especie, la escritura cálamo currente en un paisaje de hayas de platino. Y desde la perturbación de inicio pasando por esas figuras límites que son la Interrogatio y la Humiliatio – figuras de paradiso, ya en la voz o en el gesto – que no dejan de ser inquietantes para la conciencia, turbar la dócil afinidad con los silogismos, la negativa universal – ninguna M es V – y la afirmativa universal – toda M es V – con todas las inclusiones lógicas y predicables que le atañen, damos con que ese afuera es más articulable desde la topología que por la filosofía y siempre por los efectos del arte.
[5]
La Anunciación es una frase declarativa no del todo bien formada, no se deja ordenar por la trama del sujeto, el objeto, el referente, por la forma lógica de un enunciado que remite a una clase general, extensiva; no participa del postulado lógico por el cual la frase que tiene por objeto todas las frases no debe formar parte de su referencia, es una declarativa que vuelve vanas todas las declaraciones, incluidas las prédicas donde el mal está a punto de ser tomado por las astas, las que dicen que reside, por ejemplo, en la pornografía, cuando lo clerical quiere abolir el mal en vez de tratarlo e ignora que la poena danni – el mayor tormento, la pena del daño, según el jesuita del Retrato – hoy consiste en que todo tiene que ser pornográfico, hasta los mismos anatemas: esa vertiente represora que transforma el mal en litigio – quaestio en términos teológicos- no es extraña a la crisis de Stephen Dedalus en el Retrato de Joyce: “Era extraño cómo encontraba un árido placer en seguir hasta su término las rígidas líneas de la doctrina católica y en penetrar hasta sus puntos más oscuros sólo por oír y sentir más profundamente su propia condenación. Aquella sentencia del apóstol Santiago – en su Epístola – según la cual el que infringe un mandamiento se hace reo de todos, le había parecido una frase vacía antes y sólo la había llegado a comprender ahora al tantear en la oscuridad de su propia situación”.
El artista como reo de todos, he aquí alguien que evita por esa acepción la mayor de las condenas: el desconocimiento de la propia condenación, ahí comienza, por un retorno, la escritura de Joyce, por la Angenbite
. Los nombres en él no son “trazas de intensidad” como en Nietzsche – escritura de la amante, de la filología y la filosofía, inclinadas a una inocencia del devenir, según una creencia en el “mundo” - , los nombres y su mordedura son velocidades entre la condenación y el paraíso: porque los ciclos (Vico) son culpables es que hay Time Finnegan’s o la resurrección.[6]
Para Samuel Beckett: “¿En qué sentido es, pues, purgatorial la obra de Joyce? En el de la ausencia absoluta del Absoluto”. Además: “¿Y el agente parcialmente purgatorial? El parcialmente purificado”. Ni premio ni castigo: la risa que suena con exterioridad del todo...
En la división del humo y la llama, división trágica, ritual, filosófica, no hay esta vez un dilema – tipo: Protágoras y discípulo, el que perdió todas las causas pese a la instrucción del maestro y, en consecuencia, no quería pagarle, pero al no hacerlo ganaba una, luego por el contrato debía pagar, había perdido, ganado, y al perder, ganar – ni una víctima lista para ser reapropiada, instrumentada, articulada. Hay que recordar lo que San Agustín escribió de las mujeres violadas: las defiende de la condena social – los castigos físicos en primer término – pero también del linchamiento subyacente en la comunidad ya que “un ser no es responsable de lo que se hace con su carne sino de las adhesiones y rechazos de su voluntad”, la pureza es asimilada a la fuerza, la belleza, la salud, pueden disminuir con el tiempo sin comprometer el ser: la violencia ejercida contra un cuerpo no implica el alma
. Agustín dice que no deberían castigarse a sí mismas, quitarse la vida como Lucrecia, que agrava con el homicidio de sí misma el otro crimen del cual no es responsable, haber sido violada. En todos los casos el dilema de la víctima es un “falso” dilema, aun si ella, Lucrecia, dio un consentimiento voluptuoso a la agresión, en ningún caso hubiera debido poner fin a su vida; tal vez lo hizo porque creyó que sospecharían una complicidad implícita. No hay salida posible del dilema – “Si adulterata, cur laudata; si púdica, cur occisa?” -, es decir, si ella fue adúltera – gozó en la violación -, por qué se la alaba (post-mortem, convengamos), si ella fue casta, ¿por qué se quitó la vida? Agustín concluye que ella no pudo soportar la mirada de los hombres – “quibus conscientiam demonstrare non potuit”, a quien no pudo abrir la conciencia , encontrar las palabras... que confesión y demostración vayan juntas. La falta para Agustín reside en una sustitución: por querer evitar las ofensas y las sospechas humanas, la injuria, termina, ella, por sustraerse a la ley divina. Agustín ahí defiende el individuo contra la comunidad precisamente porque él no se pertenece a sí mismo: el “non occides” refiere también a sí mismo, al suicidio.[7]
La víctima está siempre en otra parte, no da lugar a la ceremonia ni a los réditos de la victimización, pide ser nombrada a discreción, yo he hablado de una que no se distingue de un hombre cualquiera en una calle cualquiera. El discurso de la Utopía que habla en nombre de los pueblos oprimidos a los que ese mismo discurso sojuzgó es la tentativa descarnada de una última palabra y un último silencio, el epíteto postrero y vencedor como el sueño de una lengua compartida por todos y dicha por ninguno.
Hay sin embargo otra figura, no decantada de inmediato, surgida en la lectura, la metalepsis de un duelo que descubre la risa al escribir su diferencia – “culpable” – con el todo, no para abrir un litigio,
o resolverse en una escena de contraprestaciones, en un contrato subyacente entre partes y en función de un dictamen que ha de medrar en el tiempo. La paradoja de que hablo no es objeto de juicio, está tomada en un cruce de anatemas, siempre en la inminencia comunitaria del tema compartido, es ante todo cosa de ritmo: antes de leer tantas cosas que no deberían haber sido dichas, antes de entrar en frases, formar parte algunas veces de los paradigmas y los contrastes, atravesar los nuevos cultos y la idolatría de nuevo cuño – la proximidad de un suicidio cultural que ahí se lee en todas sus letras – antes de poner en juego (inventar) el valor de una diferencia entre tantos heroicos temores es necesario recordar – para evitar un malentendido respecto de este punto – esa condición – decepcionante para el género humano – que Fra Roberto llamó su mérito: “ella pasó más allá de la experiencia de toda otra criatura”.

Diciembre, 1988, La Anunciación
Bibliografía
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Los Fulgores del Simulacro, Nicolás Rosa, Universidad N. Del Litoral, 1987.
Pintura y vida cotidiana en el Renacimiento, Michael Baxandall, Ed. Nueva Visión.
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Le pur et l’impur, Vladimir Yankélévitch, Ed. Flammarion, 1960.
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La Ilusión de las Formas, Ricardo Herrera, El Imaginero, 1988.
El Nombre Secreto, H. A. Murena, Monte Avila Editores, 1979.
Théorie des exceptions, Phillipe Sollers, Gallimard, 1986.
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Revista Fin de Siglo, 1987, N° 1, “De la violencia, la traducción y la inversión”, César Aira.
Historia del Antisemitismo, León Poliakov, Raíces, Biblioteca de Cultura Judía, Mila Editor, 1988.
Baltazar Gracián, Obras Completas, Ed. Poblet, B. Aires, 1943.










[1] El futuro de la democracia no depende sólo de un partido, es fundamental, por ejemplo, la actitud que pueda tomar la renovación peronista con los aspectos corporativos de un programa, respecto de los militares “kadafistas”, etcétera. En suma: la actitud intolerante refuerza lo que se dice criticar. En los sucesos de Semana Santa los ideólogos del utopismo no se diferenciaron en sus discursos de los golpistas.
[2] Son necesarios los matices. De lo contrario se es “macarthista” para con los otros y revolucionario para sí mismo, síntoma primario de la mayoría de las izquierdas. ¿Acaso los que tomaron parte de la lucha armada no sufrieron una educación semejante a los textos que analizo? En términos culturales su objetivo final lo leemos en Palabras contra la Tiranía de Carlos Franqui: que pueden extenderse a la frase que inmortalizó un régimen: “Un poeta vale menos que una silla”.
[3] También se lee en un artículo de David Viñas-“ Alfonsín, recapitulación, insidias y pronósticos”- revista Fin de Siglo, número I- que éste, desmintiendo la firmeza que se le atribuía, llega a descalificarlo con epítetos más acordes al grupo faccioso durante los hechos de Semana Santa- “ese profesor de botánica saludó sin placer, como si quisiera comprobar que las sisas del saco no le oprimían los sobacos”, o “El profesor de pastelería se había cambiado en escolástico medieval: Felices Pascuas, concluyó”, es decir, todo lo que se quiera menos una figura presidencial. Para no quedarse atrás, Piglia en El Periodista-número 194, junio de 1988- le aconseja un diván público: “¿O no dicen ahora que Alfonsín está deprimido? Lo único que falta es que lo trate Abadi en el programa de Neustad”. Esta insistencia en la debilidad de Alfonsín termina por hacerle el juego al fascismo…que el utopismo necesita para la Verdad de su prédica. Los ultras de izquierda y derecha quieren un hombre fuerte, sea Fidel Castro o Aldo Rico, dos “antiimperialistas” de raza. Y casi con el mismo lenguaje: la grosería como estilo, la intimidación como método para lograr consenso. La “superada” escolástica medieval podría demostrar que los límpidos espacios verdes no reemplazarán los cuarteles: los extenderán a toda la sociedad, aun si la militarización total tiene el color del follaje, verde.
[4] La televisión, pese al tajante rechazo de Pasolini, ha demostrado que puede defender la democracia. Ni bien se pasaban las noticias de la acción de los golpistas puede decirse que ésta empezaba a disolverse fuera cual fuere la intención de los comunicadores: no había sombra de consenso para ellos. Habría que analizar el funcionamiento de los nuevos medios en situaciones específicas y como instrumentos que pueden resistir la instrumentalización de los cuerpos que se produce cuando el Estado es dueño y señor de los mismos.
[5] Para algunos filósofos como Victor Massuh el nazismo es cosa del pasado. Si bien Massuh muestra que en Europa los temas se han desplazado pasa por alto el tema de los campos en la Argentina “no necesariamente encuadrados en la ideología nazi”, pero campos de solución final al fin. Hoy todo un coro universitario repite una mala traducción de Wittgenstein: “aquello de lo cual no se puede hablar, hay que callarlo”. El es necesario (muss man) referido al sujeto implica necesidad, no obligación. Si el nazismo es ya un viejo fantasma (pese a las recientes declaraciones del Presidente del Parlamento de Alemania Federal) habría que pensarlo en sus metamorfosis y la continuidad en la historia del antisemitismo. Recuerda en esto a Gorgias: ya no hay campos en Alemania, importa poco que los haya habido en la Argentina, o bien nuestro folklore carece de dignidad filosófica o de cámara de gas.
[6] Ultra posse nemu obligatur: nadie está obligado a lo imposible, escribió Kant desde la sentencia latina. “Si la negación de un acto está prohibida, el acto se llama obligatorio. Debemos hacer lo que no se nos permite no hacer”, escribió G.H. Wright, sucesor de Wittgenstein en Cambridge. El utopismo crónico repetiría el tema común a Aristóteles de la batalla naval: desplaza lo obligatorio a un futuro en bruto- ya ni contingente ni necesario- , es decir sin ninguna relación de obligatoriedad con él: debemos hacer lo que siempre será imposible de hacer, siempre que se borre la instancia obligatoria del discurso, el juego de lo prescriptivo y lo normativo. Resultado: los primeros ahogados son los pupilos, haya o no haya batalla naval que ha pasado de lo necesario a lo imposible (de ahí la tendencia argentina a vencer batallas que se perdieron o pelear gestas imaginarias). Habrá que poner siempre sobre el tapete el tema de los campos de concentración que hubo en la Argentina, ya que algunos sienten melancolía por ellos, otros dicen que no los hubo, que nada influyeron en la cultura, mientras que algunos sueñan otros- mejores, más perfectibles- y esto se atisba en los discursos que quieren retornar a los orígenes preconstitucionales- “puros”- , llevar al pueblo ahí para disiparlo en una sola línea de tierra, La Gran Matriz Concentracionaria que en cada uno de los “ismos”- fundamentalismo, fundacionalismo, utopismo- supone que el nombre no está en juego, que el “pueblo” no es más que la ausencia de voces individuales- sólo el Uno habla-según un programa “progresista” que no es sino una militarización de la cultura en coexistencia con lo arcaico…que no hay que confundir con anacronismos creadores como los de Lezama Lima que habla de “ las cobardes pacificaciones de la síntesis”.
7 En el vasto poema de Shakespeare, “The Rape of Lucrece”, entre el violador y la víctima el personaje central es el Azar – tiempo, noche, oportunidad -, ambas figuras parecen repartirse todo el mal universal según una temática estoica, ella en cierto modo “nace” al discurso en ese lapso interminable del después hasta que llega, como sucede en Shakespeare, el brillo de puñal, el heredero: “My honour I’ ll bequeath unto the knife”.

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