Después de un reportaje a una famosa actriz me fue dado compartir un diálogo con un periodista también famoso que no nombro para no desviar la atención pero que escribió por décadas en los medios sobre temas políticos. Después de hablar de temas universales y clásicos en los que mostraba una sólida cultura, la conversación derivó en una especie de reportaje de mi parte, algo que desde hacía mucho tiempo quería saber: ¿Por qué ud apoyó entusiastamente el golpe de Onganía contra un hombre como Illia ? Quiero saberlo porque es siempre algo que se le reprocha.
Me dijo: "no queríamos que se nos escapara Brasil". La conversación derivó acerca del proceso de sustitución de importaciones que vivían ambos países. Brasil logró realizarlo y la Argentina está todavía en veremos, en esta etapa de economía inmaterial lo veo inviable por no decir demencial, dije. Parecíamos estar de acuerdo pero noté cierta contradicción y le dije: "Pero
Onganía era corporativista, su modelo era el de Franco y ud es
liberal." Uno no es perfecto, me contestó con una entonación débil, casi
inaudible. No quedé satisfecho pero vi uno de los problemas que tiene
alguien que se dice liberal para no ser asimilado a los golpes de
estado. Ni los liberales, ni los peronistas, ni los radicales, nadie, me
dije, hacen una autocrítica creíble: la única que tiene ese privilegio
es la autodenominada izquierda. Preferí cambiar de tema. Después no pude
contenerme y volví a la carga: ¿Y cuál fue la mayor enseñanza que tuvo
en tantos años de reflexionar sobre la política? Ante esa pregunta el
color de su rostro cambió. cobró brío y me dijo con voz firme: "Que
todos los presidentes argentinos terminaron tácitamente locos."
Después me acompañó hasta la puerta de su casa y comenzó a hablar del pecado y de San Agustín.
Esto del pecado está muy bueno- sonrió-, de vez en cuando no está mal
tener una minita. Concluimos que en el amor el diablo a veces mete la
cola pero a los presidentes los alcanza sólo su baba.
Mysterium iniquitatis que no han podido resolver los sociólogos que a menudo son parte del problema y contribuyen a esa locura.
Y cerró la puerta de su amplia y casi fantástica casa señorial. El
periodista que me había invitado me dijo: "Increíble, lo hiciste hablar
de sexo, nunca habla de estas cosas."
Sí, dije con resignación, mi
padre no me dejaba trabajar en la fábrica porque decía que erotizaba a
los demás aun si trabajaba sin mirar a nadie, me atribuía que la
planchadora y el obrero de abajo fueran amantes. Prefería pagarme el
sueldo antes de que pisara la fábrica. Fui a trabajar a la fábrica
textil de un amigo suyo y me acosaba la mujer del patrón. Me tuve que
ir. Así fue que empecé a escribir, a indagar qué eran las mujeres y a
cometer locuras, todavía estoy ahí. Sigo sin entender eso...decía, pero en mi cabeza seguía
resonando la baba del diablo, la frase de alguien que cometió errores
pero se había vuelto sabio: que todos los presidentes terminan
tácitamente locos aun si les pagamos el sueldo.
Y la baba caía como una maraña profusa para escaldarse las palmas.
Y la baba caía como una maraña profusa para escaldarse las palmas.
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