En seis días de 1967, Israel logró repeler un inminente ataque árabe
como el que había padecido en 1948. Hoy día, los árabes
siguen centrados en esta último fecha, pero el resto del planeta suele
atender más a aquélla, ya que suele ponerse el énfasis en la ocupación
israelí de territorio árabe en vez de en el rechazo árabe a la
existencia de Israel.
Los orígenes de esta guerra hay que buscarlos en una sumatoria de
acontecimientos que fueron creando en Israel un clima de tensión y
psicosis. Para dar un ejemplo: en 1966, los sirios intentaron desviar
el cauce del río Jordán, de modo que Israel quedara privado de una de
sus fuentes principales de agua para consumo doméstico e irrigación de
terrenos agrícolas. Por entonces, el dictador sirio, Hafez Assad,
proclamaba que jamás pediría o aceptaría la paz con Israel, en tanto su
jefe del Estado Mayor anunciaba que el Ejército que comandaba no
estaría contento con nada que no fuera la destrucción del Estado judío.
A principios de 1967 Siria hostigó a Israel con prácticas
terroristas, e incluso hubo enfrentamientos entre los ejércitos de ambos
países. Para el mes de mayo, Egipto empezó a firmar pactos militares
con Jordania e Irak, que se unían a los que ya tenía con Siria. A todo
esto, los vecinos de Israel empezaron a movilizar tropas hacia las
fronteras con el Estado judío. En el mismo mayo, El Cairo pidió a las
fuerzas de la ONU que custodiaban la raya entre Egipto e Israel que se
retiraran, petición que fue aceptada inmediatamente por el secretario
internacional de dicha organización, el birmano U Thant. Cuando éste
acudió al país árabe para reunirse con Nasser, los egipcios ya habían
cerrado el golfo de Aqaba a la navegación israelí –y a la del resto de
los países–, lo cual era, como ya vimos en otra entrega de esta serie,
un claro casus belli.
En vísperas de la guerra, las fuerzas árabes habían logrado reunir
en torno a 550.000 soldados, 2.500 tanques y casi mil aviones. Por lo
que hace a Israel, disponía de 260.000 soldados, 800 tanques y 300
aviones de combate. La diferencia, pues, era bastante importante.
Los soviéticos se alinearon con el bando árabe y pusieron en marcha
su maquinaria propagandística. Así, advirtieron de que Israel estaba
movilizando tropas hacia la frontera siria, lo cual fue rotundamente
desmentido por los israelíes, cuya versión fue confirmada por la
Organización de las Naciones Unidas. No obstante, la añagaza soviética
hizo las veces de catalizador del conflicto, dada la confianza que los
árabes tenían por aquel entonces en Moscú.
Ante la inminencia de un ataque árabe similar al de 1948, el 5 de
junio Israel lanzó un ataque preventivo: en las primeras 16 horas de la
guerra, los árabes perdieron 400 aviones (por 19 los israelíes). La
superioridad aérea de Israel fue crucial en el desarrollo del
conflicto. Egipto acabó perdiendo 1.500 hombres, Siria 1.000, Jordania
6.000 e Israel 700. Los árabes jamás dieron cifras ni estimaciones: las
anteriores las debemos a los historiadores.
Una de las principales consecuencias de la guerra fue que Israel
amplió considerablemente su área geográfica: pasaron a sus manos Judea y
Samaria, la franja de Gaza, los Altos del Golán, la península del
Sinaí y Jerusalem Oriental: todos estos territorios –salvo el Sinaí,
que volvió a manos egipcias tras la firma de los Acuerdos de Camp
David– siguen siendo objeto de disputa entre Israel y las contrapartes
correspondientes.
Esa ampliación geográfica implicó otra de orden demográfico: Israel
pasó a gobernar sobre un millón de árabes, los palestinos, bastantes
más que los por entonces 400.000 árabe-israelíes.
En el terreno diplomático y de la opinión pública, la de los Seis
Días fue la guerra que se considera modificó la percepción de Israel
como un pequeño David asediado: desde entonces pasó a ser visto como un
Goliat ocupador. La URSS y sus satélites cortaron lazos con el Estado
judío, y en Europa las cosas también empiezan a cambiar: Francia
decretó un embargo de armas a Israel, y su presidente, el general De
Gaulle, se despachó con una frase que describía al pueblo judío como
orgulloso y dominador. Como contrapartida, Israel consolidó su relación
con Estados Unidos.
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