(
Adaptación de Dodjoji de Yukio Mishima)
Para Lara Massone
(Lámina
inicial : en la parte izquierda del local se encuentra un ropero de estilo
occidental con bajorrelieves barrocos de grandes proporciones)
Soy
el dueño de una casa de antigüedades. Mi trabajo es aparentemente monótono. Acabo de aprender algo: la realidad está
hecha más para las mujeres que para los hombres, aunque eso no me haya enseñado
nada acerca de ellas sino aumentado un enigma que me persigue hasta el desvelo,
por eso, apelo a mi deformación profesional y se los ofrezco a ustedes. Vender
cosas antiguas no tiene nada que ver con facturar lavarropas o televisores.
Pero se va pareciendo. Hoy hay menos compradores de espíritu noble que aman a
los objetos por sus cualidades intrínsecas. Los clientes pertenecen a la clase
de nuevos ricos que surgió con la posguerra, pocos saben de la buena madera y
la caoba auténtica y no sería difícil venderles gato por liebre. Se lo
tendrían merecido: ellos también engañan al comprar algo que dicen admirar
cuando en realidad persiguen el mezquino propósito de hacerse notar ante los
demás. Pero eso no es de mi incumbencia: en última instancia yo vivo de vender
la poca belleza que queda sobre el mundo y es probable que lo reconozcan
civilizaciones futuras. En el negocio tenía como pieza de gran valor un ropero
inmenso que atrapaba todas las miradas. (Lámina que muestra seis compradores,
tres hombres y tres mujeres con aspecto de nuevos ricos admirando el ropero).
Era espacioso, podían guardarse mil vestidos y uno podía vestirse dentro del
mismo, con una instalación de luz adentro. Pertenecía a una familia de la
aristocracia japonesa que entró en decadencia y decidió venderlo. Tenía cuatro
grandes espejos que producían vértigo a quien se encerrada adentro. Ese día los
interesados eran seis, tres mujeres y tres hombres y todos eran nuevos ricos.
Los seleccioné especialmente colocando un cartel en la puerta que decía Entrada Prohibida.
Vi
que los clientes estaban fascinados. Quisieron saber la historia de un objeto
tan caro y tan bello y los acomodé en sillas para que la oyeran. ( Lamina
que muestra a los compradores sentados en torno al vendedor). Que dentro de él
hubiera una cama de dos plazas deslumbró a los clientes. Creí que era el
momento adecuado para proceder a rematarlo.
Las
ofertas partieron de 50.000 yens, subieron a un millón, las mujeres perdieron
un poco la medida, quedaron al frente de la disputa, llegaron a ofertar
3.000.000 de yens cuando se escuchó una voz ruidosa que ofrecía tres mil (Lámina : una joven levantando la mano
grita ante los compradores sorprendidos)
Se
hizo un silencio general y una muchacha joven y hermosa se presentó como Kiyoyo
afirmando que era bailarína. Mis invitados eran exclusivos temiendo un papelón
le recordé el cartel de la puerta y quise echarla pero el cliente A me pidió
que la dejara hablar, intrigado del por
qué de esa oferta insólita que para mí era insolente. Otro elogió el oficio de
bailarina mientras las mujeres murmuraban, tomando partido en contra Kiyoko por
haber roto las reglas del remate. (Lámina que muestra a las mujeres indignadas
comentado la presencia de la bailarina) Estaba a punto de llamar a la policía
pero la muchacha se colocó frente al ropero diciendo que nada lo querría si
supieran la historia del mueble. De nuevo quise echarla pero los clientes
hombres empezaron a sospechar que les ocultaba algo acerca de tan preciado
objeto. Los nuevos ricos son infieles a los objetos ! Eso terminará con lo
poco que queda de civilización ! Todo valdrá igual, será lo mismo !
Hace un momento estaban dispuestos a ofrecerlo todo y ahora comenzaban a
sentirse estafados !
( Lamina : la
bailarina está rodeada de los tres hombres. Las mujeres se muestran molestan,
dos se cruzan de brazos)
Así
la bailarina comenzó a contar la historia de la familia Sakurayama. La señora
tenía un joven amante, Yasushi y tenía relaciones con él en el interior del
ropero hasta que un día el marido, alertado por una serie de indicios,
escuchando ruidos lujuriosos, sacó su revólver y lo descargó enteramente sobre
el ropero.
(Lámina que
muestra el hombre disparando alevosamente contra el ropero)
Los
compradores recordaban haber leído el incidente en los diarios y ella les
mostró las huellas de las balas en la puerta, disimuladas por madera del mismo
color.
(
Lámina que ilustra el hecho)
La
muchacha remató la historia diciendo que ella no aceptaría el ropero ni
regalado. Una cliente agradeció a Kiyoko por haberla salvado un objeto de
segura mala suerte y se retiró mientras los tres clientes rodeaban la muchacha
y le entregaban sus respectivas tarjetas. Dos de ellos la invitaron a cenar y
otro a bailar como retribución del favor que les había hecho. Ella agradeció
pero dijo que quería quedarse a hablar conmigo. Un cliente, de bigotes y ancha
espalda, me amenazó si le decía palabras
groseras o recurría a la policía y le pidió a ella que lo llame por
teléfono : era un hombre rico y de influencias, así que me callé la boca.
Los otros dos se fueron resignados : se habían quedado sin ropero y sin
cita con una joven tan bella.
( Lámina que
ilustra esa escena)
Me
quedé solo con ella que me confesó que el muchacho asesinado era su novio y
nunca pudo entender cómo pudo abandonarla para convertirse en amante de una
señora mucho mayor que él. Pensó que su amor lo había acorralado, pero también
que su rostro que él a veces comparaba con el rumor del bosque, y asociaba al
cielo húmedo luego de la lluvia y el brotar de los cerezos en flor era en el
fondo horroroso. Eso explicaba que el joven había escapado de toda esa belleza
para encerrarse en un mundo embadurnado de barniz con una mujer que casi era
una vieja. Traté de no reírme ante ese rostro límpido, deslumbrante y le dije
que el mundo estaba lleno de mujeres a quienes desespera su fealdad y la
pérdida de la juventud y ella, que tenía esas dos cosas, quería algo imposible.
En
ese momento, a pesar de mí, no puede contenerme y extendí mis manos hacia ella,
que las rechazó asegurándome que estaba vieja y fea. Lo único que quería era
destruir su rostro que atraía hombres que no le interesaban. Inútil tratar
de explicarle que sus sueños no se
ajustaban a la lógica cuando me dijo que era posible que el resucitara. Para
arrancarla de ese delirio me pregunté cuando me ofrecía por el ropero y repitió
la oferta de 3000 yens. Quise regatear y fui bajándole el precio hasta llegar a
50.000 yens, el precio por el cual lo había comprado. No tenía esa suma y
cuando vio que yo no iba a ceder saltó dentro del ropero y cerró sus puertas. (
Lámina que ilustra la escena) Maldije mi destino. Qué podía hacer yo ante un
drama que me desbordaba ? En el ropero no se oía un solo ruido :
sentí pavor al pensar en ese rostro reflejado en los cuatro espejos. Cuando se
me cruzó que ella podía cometer un acto terrible sentí que golpeaban la puerta.
Era el portero del departamento de la muchacha, me dijo que estaba preocupado
porque ella había robado un frasco de ácido sulfúrico en la Farmacia y se fue
corriendo. Iba a arrojarse el ácido en el rostro. Junto al portero comenzamos a
gritar y golpear, quise derribar las puertas pero comprobamos que eran muy
sólidas. ( Lámina que comenta la escena)
Estaba
en silencio: ni un jadeo, ni un reproche o signo de vida. De pronto se oyó un
grito desgarrador que nos dejó paralizados y vi que ella salía con su rostro
intacto, serena y distante mientras el portero daba un largo suspiro de alivio.
Acepté vendérselo a 3000 yens, diciéndole que se había dado el gusto. Entonces
nos dijo ( cambio de voz, el dueño imita la voz de la bailarina): prendí
la luz del ropero y me vi reflejada en cuatro espejos. (Lámina que exprese el
momento : versión alegórica y
libre) El que reproducía mi cara era un espejo reflejado por otro que reflejaba
mi cara y otro más y así infinitamente. Yo esperaba que su rostro surgiera
entre esos miles de caras mías, pero se repetían hasta el fin de la tierra y
del mar. Estaba a punto de echarme el ácido, pero en uno vi mi rostro
desfigurado, quemado brutalmente, monstruoso...fue entonces que grité. No fue
porque tuviera miedo. Comprendí que por inmensas que fueran mi furia hecha de
dolor y de celos no podrían cambiar la cara de un ser humano. ( El dueño deja
el discurso indirecto, hace una pausa) Afirmé con tono triunfante que había
perdido su lucha contra la Naturaleza y dijo no, me he reconciliado con ella,
miren como la primavera entra con su fragancia de cerezos en flor, los pinos de
verde vigoroso se mecen al canto de los pájaros y el viento me hace percibir el
olor del cuerpo de mi amado cuando estaba vivo.
No
volví a preguntarle si iba o no a comprar el ropero informándole que se lo
cedía por 50, no por 60.000 yens. Ella me dijo que ya no lo quería, que podía
vendérselo a uno se sus millonarios. El portero, adoptando una actitud
paternal, la invitó a volver al departamento. Ella se negó y sacó la tarjeta
del cliente que pidió que lo llame por teléfono. El portero dijo que la primavera es una estación
peligrosa y acoté que a ella no le convenía tratar con esa clase de gente, que
sería lastimada y destrozada, hasta que su corazón no sintiera más nada, o,
peor, que ya no supiera que siente. Ella siempre nos respondió lo mismo: no
importa, nadie podrá lastimarme en adelante porque nada podrá cambiar mi
rostro. Al ropero pude venderlo a un precio todavía mayor. No es mi tarea
extraer conclusiones filosóficas pero creo que a la verdad hay que mirarla de
frente. Es un espejo roto que refleja miles de apariencias, entre ellas la
mentira de querer igualarla mutilándose, destruyéndose. Ella se fue hacia ese mundo, con el tipo
rico, y tal vez haya hecho bien. Ni ella no yo estamos hechos para recorrer el
peligroso camino de la verdad, que en realidad es un hilo muy fino, demasiado
estrecho. Y no hablo de las verdades de profetas o sabios sino de ínfimas y
pequeñas: pocos pueden mantener el equilibro, la mayoría se hace trizas el
espinazo porque el mundo suele tratar de locos o volver demente a quien las
dice.
Estoy
seguro que vi ese rostro como ninguno de los hombres que van a amarla, lo vi
con la fuerza de lo que nace por primera vez en el mundo, tuve ante mí un
enigma que no quise o supe descifrar y ofrezco a ustedes por una ganga.
(Lámina:
tema alegórico que ilustra el rostro de la bailarina y la actitud de sabia
impotencia del dueño).
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