El surgimiento de ese monstruo político, militar y religioso que es
el Estado Islámico en Siria y en Irak (el llamado Califato o “Daesch” en
árabe) no es más que el último episodio de una ofensiva en todo el
mundo de un islam que vuelve a sus orígenes, que regresa para mejor
progresar. Al igual que las erupciones solares y los volcanes dormidos,
el islam (sobre todo sunita, es decir original) ha entrado en una fase
de despertar, es decir de vuelta a su verdadera naturaleza que es
totalitaria, conquistadora, intolerante y violenta.
¿Verdadero o falso islam?
En todas partes la tensión sube: jóvenes franceses fanatizados se
enrolan en las filas del Estado Islámico, ataques de Hamás en Israel,
talibanes afganos cometiendo atentados, masacres de no musulmanes
perpetrados en Nigeria y en Kenia, caos terrorista diario en Bagdad,
bandas armadas que asolan a Libia y al África sahariana, etc… La lista
es interminable. El 90 % de las guerras civiles, enfrentamientos armados
y atentados terroristas en el mundo tienen como denominador común al
islam. ¿Simple coincidencia?
Frente a esas atrocidades (sobre todo las del EI), a esa barbarie sin
nombre, a este salvajismo bestial, hay que hacerse algunas preguntas.
No basta con decir: “Todo esto se comete en nombre del islam, pero… ¡no
es el islam, no el verdadero islam!”, según la versión oficial
políticamente correcta incesantemente repetida. ¿Quién se puede creer
eso?
Imaginemos que se masacra masivamente a gente en el mundo, que se
fomente a gran escala guerras civiles en nombre del budismo, del
cristianismo, del judaísmo, del taoísmo o de cualquier otro “ismo”. Nos
haríamos legítimamente algunas preguntas. ¿O no? Se asesina, se mata, se
masacra, se tortura, se saquea, se incendia, se destruye, se viola, se
ponen bombas, en breve: se hace correr la sangre a chorros… en nombre de
Alá el misericordioso y de su simpático profeta, ¿y no habría ninguna
relación de causa a efecto? Es cuanto menos extraño y singular, ¿verdad?
Hay que acabar con esta gigantesca hipocresía del “¡No se trata del
verdadero islam!” Pues se trata en realidad del retorno del verdadero
islam, tal como fue practicado en sus orígenes por Mahoma y sus
sucesores. Esta increible indulgencia, cegada por la ingenuidad de las
élites occidentales hacia esos crímenes perpetrados en nombre del islam
(en realidad: por el islam) se parece, en peor, a la indulgencia que se
manifestó en su tiempo por los crímenes masivos del comunismo
estaliniano, maoista, albanés, camboyano…. No era el comunisno el
culpable, sino era una “deriva”… Siempre el mismo sofisma.
Como está demostrado más allá de toda duda, las violencias y las
ejecuciones sanguinarias, las masacres de poblaciones civiles
consideradas infieles, entre ellas los chiítas, la muerte reservada a
los apóstatas, los saqueos, etc, son una obligación para todos los
musulmanes que actúan de acuerdo a la sharia. Las crucifixiones,
praticadas a diario por el Califato en Siria e Irak corresponden
plenamente a un castigo perfectamente en regla con el islam (sura 5,
versículo 33). Muchos otros versículos abundan en esa dirección.
Debilidad intrínseca del islam “moderado”
Existen en sectores de la opinión pública esclarecida y culta de
distintos países musulmanes fracciones de la población que rechazan
horrorizados el islam radical. Pero es el árbol que esconde el bosque.
Ciertamente, los musulmanes luchan entre sí y existen muchos “musulmanes
moderados” antiislamistas. En Egipto, el mariscal presidente Abdel
Fattah al-Sissi está erradicando a los Hermanos Musulmanes. Los
régimenes de varios países musulmanes luchan contra el islamismo. Estas
observacones deben ser matizadas por dos hechos: en primer lugar, hay
vuelcos de situación totalmente espectaculares, como por ejemplo los
militares iraquíes del antiguo ejército de Sadam Husein, salidos del
partido laico Baas, que ahora forman los cuadros del ejército fanatizado
del Califato, el Estado Islámico en Siria e Irak. Después, en todo el
mundo musulmán y hasta en Francia, se asiste a una subida de la
radicalización extremadamente preocupante. En siliencio se aprueban las
bárbaras brutalidades del Califato, o incluso cada vez más abieramente.
Es el síndrome del estadio de fútbol: los jugadores son pocos, pero en
las tribunas los hinchas son innumerables.
Y no hablemos del doble juego de Arabia Saudita y del régimen turco
del sátrapa Erdogan. Los régimenes que luchan contra el islamismo y sus
facciones terroristas no lo hacen por convicción ni por ideal, sino para
preservar su poder de casta en la cumbre del Estado. Los que están a su
mando pueden fácilmente volverse en contra en cualquier momento.Las razones de este fácil vuelco de los espíritus y de la radicalización se encuentran en la propia naturaleza del islam, en el corazón del Corán. Se puede perfectamente tener una interpreteción violenta y fanática del cristianismo. Ese fue, hasta la Inquisición y Savoranola, a veces el caso en la historia, aunque muy raramente. Pero es imposible encontrar el en Nuevo Testamento textos que incitan a la violencia y a la intolerancia. Estas interpretaciones del cristianismo son fácilmente recusables y asimilables a unas derivas cismáticas. Pasa lo contrario con el islam en que la interpretación tolerante es lo que puede ser acusado de cismático.
En efecto, el Corán y los hádices y la jurisprudencia desde hace siglos validan explícitamente la intolerancia y la violencia. Luego, no hay distancia entre los comportamientos bárbaros a los que asistimos y la enseñanaza religiosa y su prolongación jurídica. La cristiana pakistaní Asia Bibi (que está en el “pasillo de la muerte”), acusada sin pruebas de blasfemias por los tribunales oficiales de su país miembro de la ONU, no parece conmover a los Occidentales. Todos los países que aplican poco o mucho la ley islámica, violan permanentemente la Carta de las Naciones Unidas y la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Pero preferimos diabolizar a Putin o a los israelíes.
Extensión del terreno de las metástasis
Con el nacimiento de este Califato EI, acabamos de asistir a un
precedente extremadamente grave con un fuerte poder de fascinación sobre
todo el mundo musulmán. El EI dispone de un vasto territorio, de un
ejército y de enormes recursos económicos. Aunque acabara por ser
vencido (no es cosa segura) hace soñar, da ejemplo, concita la
admiración y atrae a numerosos voluntarios de todo el mundo. La
responsabilidad norteamericana es aplastante con la diplomacia y el
belicismo infantiles de Washington que han incendiado al Próximo Oriente
desde el año 2003. Pero sin todo eso, el caos también hubiera acabado
por instalarse en la región.
Podemos apostar, sin arriesgarnos a equivocarnos, que los movimientos
armados como el Estado Islámico se van a multiplicar en todas partes
como metástasis. Eso ya ha empezado. Pero lo más inquietante, es que
Estados como Pakistán (que dispone de un arsenal nuclear) pueden
radicalizarse. El siglo XXI será inevitablemente el siglo del
enfrentamiento global con el islam.Es muy difícil y poco creíble el explicar a un musulmán o a un converso que no hay que tomar al pie de la letra las numerosas suras del Corán que llaman explícitamente a la yihad, sino que hay que “reinterpretarlas” en un sentido humanista. El problema del islam es que todo está en su genética, en su software fundador, en su ADN. Su mensaje, su ideología, son muy claros y su dinámica expansiva también. En historia ocurre como en química celular: hay programas.
En Europa Occidental, y particularmente en Francia, la agitación del
Próximo Oriente va a tener ineludiblemente efectos de radicalización
sobre una población joven musulmana en pleno crecimiento demográfico.
Este fenómeno tendrá dos consecuencias: las reivindicaciones de
islamización de trozos enteros de territorio con la capitulación de las
autoridades (en eso estamos ya), y la multiplicación de disturbios, de
violencias, de actos terroristas. Todavía no hemos visto nada en
comparación de lo que está por venir. Por lo menos, esas hipótesis más
que probables provocarán un despertar de los europeos y su toma de
consciencia de que son agredidos en su propia tierra.
Amenazas en Francia
Las autoridades blandas que nos gobiernan en Francia han puesto en
marcha mecanismos de “vigilancia” para detectar a los jóvenes que caen
en el fanatismo islamista. Cerca de 2.000 (entre ellos muchos conversos)
han ido a combatir en Siria, o mejor dicho a perpetrar masacres. Se
hace otro tanto, sin éxito, en las prisiones, para contrarrestar el
proselitismo (el 60 % de los internos son musulmanes) donde las
propagandas se intensifica, paralelamente con Internet. Pero nos
ocupamos de la consecuencia, no de la causa. La causa, es el islam y su
enseñanza literal.
Los barrios de la inmigración son explosivos. Se perfilan guerras
civiles en el horizonte. El salafismo se propaga en las “banlieues” con
el apoyo de algunas mezquitas. Por cada red fundamentalista
desmantelada, surgen decenas más. La radicalización islámica se propaga
en las cárceles, ya que islam y delincuencia hacen una buena pareja. Y
teniendo en cuenta la impunidad judicial actualmente vigente, la
represión del Estado francés es poco menos que la picadura de un
mosquito.
Pero la islamización de Francia cuenta con sus colaboradores, pagados
o ad honorem, no sólo en la izquierda que coquetea con el movimiento
terrorista Hamás y quiere reconocer unilateralmente el Estado palestino,
sino también a esa derecha que sólo reconoce tener dos enemigos: la
“islamofobia” y el Front National. Sin comentarios.
El problema es el siguiente: en los programas de TV, en todos los
medios, nos repiten que hay que distinguir entre “islamismo” e “islam”.
Las autoridades musulmanas, gobernadas por la hipocresía, van
evidentemente en ese sentido, frotándose las manos.Regreso a la realidad: el barril de pólvora
Según René Marchand, islamólogo y arabófono, la religión mahometana
representa la forma más perfecta de totalitarismo, mucho antes que los
movimientos políticos del mismo género del siglo XX. Esta palabra
(totalitarismo) no debe ser considerada de manera peyorativa, sino
descriptiva. Para los musulmanes, la fe se confunde con la ley. La
existencia privada, la vida cívica y política, la vida religiosa, se
fusionan en una totalidad. El pensamiento personal no tiene ni libertad
ni autonomía según las prescripciones coránicas. El objetivo es la
homogeneización de la humanidad en un corsé de sumisión uniforme,
autoria, que excluye toda libertad y creatividad. Es por ello que esta
visión del mundo, a la vez violenta, intolerante y simplificadora, ha
seducido en Europa a una cierta extrema izquierda porque representa (de
manera aún más radical) similitudes con el totalitarismo comunista
marxista.
El islam es un barril de pólvora bajo nuestros pies occidentales. En
Francia la mecha está incluso encendida. A causa de una inmigración
masiva, millones de musulmanes residentes en Europa, y en Francia en
particular, están bajo la influencia de un islam cada día más hostil y
agresivo. Los cristianos de Siria y de Irak, perseguidos y lúcidos, nos
advierten con su tragedia acerca de lo que nos podría ocurrir si
persistitmos en nuestra ceguera y nuestra inconsciencia.
No hay una “lectura guerrera del Corán”, únicamente hay una lectura
del Corán y punto. El Corán es un texto simple, claro y directo, que no
se presta a ninguna interpretación turbia o rebuscada. Salvo que se
reniegue a sí mismo, el islam no puede someterse a ninguna autocrítica.
Debe vencer totalmente, someter o desaparecer. Su poder es su voluntad
inquebrantable y su memoria. Su debilidad (al igual que la del
comunismo) es que acaba por asquear hasta a sus propios adeptos cuando
es aplicado y se impone.
Ya es tiempo que una tormenta apague la mecha y reviente el tonnel.
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