En 2005, el ex presidente checo Václav Havel reprochó a la Unión Europea la promesa pública hecha a la dictadura cubana
de confeccionar, a gusto de La Habana, las listas de invitados a las
actividades de sus legaciones en la isla. El propósito era complacer al
régimen con un apartheid diplomático contra los disidentes. Así
fue la genuflexión de un coloso cultural, económico y político ante las
barbas de un pequeño tirano latinoamericano. Para Havel, cuyo país
orientó su política hacia Cuba con dignidad, el que la UE “bailara al
son de Fidel” era la mejor manera de traicionar sus propios ideales de
libertad y derechos humanos.
En 2009, volvió a cargar contra la sospechosa tolerancia europea hacia regímenes oprobiosos:
“Europa sabe qué catástrofes pueden resultar cuando se le hace una
concesión al diablo”. Durante el siglo XX, las concesiones dictadas por
intereses económicos y “la ilusión de que al diablo se lo puede
apaciguar” cobraron carísimo a Europa, una y otra vez. Se me antoja que
Havel pensó en dos nombres de muy feo registro en la historia: Neville
Chamberlain y Édouard Daladier, artífices de los Acuerdos de München
(Mnichovská dohoda, 1938) que entregaron la cabeza de los checoslovacos a
Hitler. Winston Churchill dijo entonces: “Se les dio a elegir entre la
guerra y el deshonor. Optaron por el deshonor y tendrán guerra”. Y como
no era tonto ni cobarde, sabía que desmembrar a Checoslovaquia bajo las
presiones inglesa y francesa equivalía a la capitulación de las
democracias occidentales ante el totalitarismo fascista, poniendo en
peligro la libertad de todos los estados. No se equivocó.
En América Latina no reencarnó Churchill (ni Thatcher, ni Reagan)
sino Chamberlain y Daladier. Y gran parte de su territorio está política
y culturalmente gobernado por un socialismo irremediablemente
tercermundista, de escuela galeana y muy de “venas abiertas”.
Salvando las distancias circunstanciales e históricas, la política
exterior chilena en materia de defensa de la libertad recuerda,
precisamente, a los ilusos apaciguadores mencionados. Y tiene bastante
de la peligrosa conducta denunciada por Havel. Se nota en su nítida
debilidad hacia el chavismo venezolano – que exporta hacia toda la
región su odio sulfúreo por los derechos políticos y económicos de las
personas – y en las esquivas actitudes hacia una oposición que ha vivido
en condiciones que nadie hubiera tolerado en Chile.
Durante el periodo de Lagos, hubo algunos hechos favorables hacia los
demócratas venezolanos. De la administración Bachelet nada podía
esperarse, salvo carantoñas al chavismo, pese a que muchos exiliados,
cuando lo necesitaron, encontraron refugio en Venezuela gracias a
quienes hoy piden ayuda de vuelta. La ex mandataria también rechazó
reunirse con la sufrida disidencia cubana. Era mucho menos emocionante
que fotografiarse, representando a todos los chilenos, con Fidel Castro
como lo hacen los pequeños en Disneyland junto a Mickey Mouse.
El gobierno actual podría lucir una postura resuelta y honorable,
justamente por estar en las antípodas políticas del chavismo y por la
oportunidad de destacar en la región con una imagen ejemplar. Pero ha
revelado un miedo paralizante. El Canciller, se dice, ha estado muy
incómodo por la visita de Henrique Capriles y el presidente no lo
recibió en La Moneda, sino fuera. Fuentes diplomáticas – reportó la prensa –
recordaron un “pacto de no agresión” con Venezuela desde 2010 y un
diplomático, de identidad reservada, parecía horrorizado porque “la
réplica de Maduro podría ser muy fuerte”.
Finalmente, Capriles logró con éxito lo que pudo y tuvo su encuentro
“prudente” con Sebastián Piñera, además de mucha cobertura en los
medios. Quiso reunirse con la candidata de la izquierda Michele
Bachelet, pero su convicción y solidaridad socialistas son tan fuertes
como la del hermano Partido Comunista. Eso sí, contó Capriles con la
efusiva bienvenida de una delegación de la izquierda chilena que, muy en
su estilo, similar al de las hordas nacionalsocialistas, dio su
mensaje: golpes, patadas, insultos, huevos y escupitajos.
Los únicos atentos y firmes junto a los venezolanos de bien han sido
algunos valientes y decididos políticos democratacristianos y de la
Alianza: Mónica Zalaquett, Eduardo Frei, Jovino Novoa, Juan Carlos
Latorre, José Manuel Edwards y Andrés Zaldívar, por mencionar unos
pocos.
Políticos y diplomáticos, con inquietante frecuencia, confunden el
pragmatismo con la renuncia a los principios. Esto para satisfacer
intereses de corto plazo. Ignoran que los intereses y los objetivos
estratégicos más importantes para la prosperidad y el progreso dependen,
justamente, de que los ideales de libertad política y económica se
materialicen y se mantengan saludables; que la sociedad libre impere en
todas partes. Hoy, en América Latina, el avance político y cultural de
la izquierda hostil a la democracia, como lo fueron el del comunismo y
el del fascismo, ha sido posible gracias a la flaqueza de algunos
socialdemócratas, liberales y conservadores – o demócratas en general –
con poder de decisión, pero mal informados y peor formados.
Ya nos dieron a elegir entre encarar el dominio regional de la
infamia y del subdesarrollo y el deshonor. Capitular cobardemente no es
una opción.Rafael Rincón – Urdaneta Zerpa
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