martes, 26 de febrero de 2013

Antisionismo radical. Por Eugenio Monjeau

Los intelectuales tienen una inclinación mucho mayor al totalitarismo que las personas corrientes.
George Orwell
La judeofobia existe en el mundo desde hace, quizás, dos mil años. Desde que los judíos mataron a Cristo. Cuando se estrenó la película nazi La pasión de Cristo, el canal Crónica se encargó de entrevistar a los espectadores argentinos, muchos de los cuales decían que uno de los méritos de la película era mostrar el papel deicida de los judíos de aquella época; también se dijo que si los judíos se molestaban ante el film es porque tenían cola de paja. Expresiones de este tenor son moneda corriente en Buenos Aires. Yo las escuché muchas veces; varias de ellas fueron en restoranes de comunidades españolas. Pero este es el anti judaísmo antiguo, el de derecha, ultramontano. Es aquel ante el cual, si lo escuchara, Eduardo Galeano, por ejemplo, manifestaría su rechazo. Quizás hasta escribiría una nota. Hay una judeofobia mucho más convocante, presuntamente ilustrada, que se presenta a sí misma como antisionismo: no es una cuestión racial. Está unida al odio a los Estados Unidos y a Occidente en general. Israel se presta como ningún otro a la concentración de ese odio. Como dice el investigador francés Pierre Taguieff, “Israel es la encarnación de Occidente para los antioccidentales, del imperialismo para los antiimperialistas, del infiel para los islamistas, del racismo para los pro palestinos”.
¿Cómo se construyó esta acumulación de estereotipos? En la Argentina tiene una raíz estalinista, como muchos de los males de este tiempo. Desde 1948, la Unión Soviética retomó los viejos motivos antijudíos y los reconvirtió al comunismo, al expresar que el Estado de Israel era imperialista, racista, fascista, capitalista. Los “huérfanos de la Revolución”, hoy en día, escribe Taguieff, “siguen pensando y orientándose en el elemento del mito revolucionario de la tradición comunista”. Esto se suma, incendiariamente, con este estereotipo: el Islam es la religión de los desclasados. El nuevo mito revolucionario es el islamismo. Y, como a Stalin, al extremismo islamista pueden perdonársele los excesos. Solo así se explica la existencia de una nota, firmada en un diario de circulación nacional, como la que voy a comentar continuación. Se trata del artículo “Operación Plomo Impune”, publicada por Eduardo Galeano en ocasión de la operación Plomo Fundido, en enero de 2009. Hubiera pensado que es miserable dedicarse a criticar un artículo como este, pero la manera en que lo vi multiplicado en el Planeta Facebook y sus satélites en estos tiempos me obliga al comentario.
“Hamas ganó limpiamente las elecciones en el año 2006.” Falso. En 2006, Hamas ganó la mayoría parlamentaria en elecciones que incluyeron todo el territorio palestino (Gaza, el Este de Jerusalem y Cisjordania). El dominio territorial sobre Gaza lo consiguió expulsando a Fatah, ejecutando sumariamente a decenas de opositores, etcétera. Es decir, dando un golpe de Estado. Hoy en día, las dos facciones palestinas Hamas y Fatah siguen en estado de guerra civil; el enfrentamiento lleva muchos más muertos que los que se produjeron por los ataques a la franja de Gaza en estos días a manos de las fuerzas armadas israelíes. (Dicho sea de paso, en el conflicto sirio de los últimos dos años, del que el progresismo no habla, han muerto más personas que en el conflicto palestino-israelí desde 1948.) Circulan, y habría que hacérselas llegar a Galeano, fotos de un grupo de motoqueros, milicianos de Hamas, que asesinaron a seis personas sospechadas de espionaje en una esquina de Gaza, las ataron a sus motos y las arrastraron por el centro de la ciudad.
En Gaza, las reuniones públicas están prohibidas; están prohibidas las escuelas de música y de danza; está prohibida cualquier promoción del contacto con Israel o con el mundo occidental. Palestinian Idol fue, por supuesto, cancelado. La retórica extremista y de culto a la muerte invade todos los ámbitos de la vida; las escuelas palestinas enseñan a sus alumnos el odio a sus vecinos hebreos. Este es el escenario de la actual Gaza. No puede atribuírselo al bloqueo israelí, ni a ninguna otra calamidad externa. No puede seguir hablándose del conflicto en Medio Oriente sin reconocer lo elemental: mientras que Israel podrá actuar de maneras muy reprochables, nunca se propuso la exterminación de todos los palestinos. Por el contrario, todo el mundo árabe, en sus primeras líneas como en sus militantes de base, habla persistentemente de que hasta el último árbol y la última piedra van a pedir por la muerte de todos los judíos.
Galeano dice que “los cohetes caseros de Hamas son hijos de la impotencia”, que son “disparados con chambona puntería [sic]” para contrarrestar “la guerra de exterminio” emprendida por Israel. ¿No sabe acaso Galeano que si Israel quisiera exterminar a Palestina podría hacerlo en un par de horas? ¿No sabe que la estrategia israelí desde años es la de la disuasión? Hamas y Hezbollah mandan cientos de cohetes a Israel todos los años. ¿Qué debería hacer el país ante esa situación? Como dijo Golda Meir: “Podría entender que los árabes quieran borrarnos del mapa. Pero ¿es que realmente pretenden que cooperemos con ellos en eso?”. Galeano se lamenta de que cada cien palestinos muertos haya un solo israelí. Quizás preferiría que hubiera cien israelíes (o mil, quién sabe). La pregunta típica de estos tiempos se impone una vez más: ¿es o se hace? ¿Esta proporción de víctimas responde a la bondad de los palestinos, o al extraordinario sistema de defensa de las fuerzas armadas israelíes? Quiero mencionar un solo ejemplo. Existe un sistema llamado Cúpula de Acero. Son unos aparatos que lanzan misiles que interceptan los misiles lanzados desde Gaza. En esta última ofensiva terrorista, Hamas lanzó más de quinientos misiles. La Cúpula es un sistema selectivo. Defiende áreas pobladas; dentro de ellas, defiende escuelas o shoppings, pero no parques; y lo hará de día, pero no a medianoche, etcétera. Por eso cuando nos enteramos de que un misil de Hamas impactó sobre Tel Aviv, oímos que lo hizo sobre un área despoblada. Entonces: ¿se trata de un terrorismo moderado por sus propias buenas intenciones, o refrenado por el flagelo de la tecnología militar?
Galeano discute el silencio de la comunidad internacional ante el genocidio sionista y habla de un “club de mercaderes, banqueros y guerreros”. ¡Mercaderes! Por último, recurre a una trampa que solo en el Planeta Facebook (o en su versión periodística: las contratapas de Página 12) puede funcionar: los palestinos son semitas, y por lo tanto no pueden ser antisemitas. Increíble pero real.
El tiro de gracia del artículo dice: “Dedicado a mis amigos judíos asesinados por las dictaduras latinoamericanas que Israel asesoró”. Me eximo de mayores comentarios. Solo quiero señalar el hecho de que esta es la versión progresista del amigo judío de Moneta, condimentada con lo más acre de la manipulación kirchnerista de los muertos de la dictadura. Israel no solo mata a los palestinos: mató a los desaparecidos. Y su reverso: los palestinos son los desaparecidos de hoy.
Este artículo circula, como digo, actualmente, por Facebook y otros planetas de la constelación progresista. Pero también tienen un espíritu parecido personas más inteligentes que Galeano, como Martín Granovsky (y mucho más inteligentes, como Judith Butler o Étienne Balibar). Y, palabras más, palabras menos, es la posición del Estado argentino. En un artículo de Granovsky del día 18 de noviembre se comenta en detalle el documento argentino por el cual se pide el cese de las hostilidades. “El texto es cuidadoso en la atribución de responsabilidades. Por un lado, pide el cese de ‘la violencia’, lo cual parece una forma de dirigirse tanto a Israel como a Hamas.” Esto es un error. No puede suponerse que Hamas, que es una organización terrorista con el objetivo anunciado de eliminar a un grupo étnico de la faz de la Tierra, sea un interlocutor ante el cual pueda pedirse el fin de las hostilidades. Esto es como suponer que Churchill hubiera podido pedirle a Hitler que dejara de matar judíos. El único receptor de este pedido es Israel. El gobierno argentino reprocha el uso desproporcionado de la fuerza y Granovsky mismo señala lo notoriamente superiores de las cifras de muertos en Gaza respecto de las de muertos en Israel. Parece ser que entre un asesinato consumado y un intento de asesinato interrumpido por un factor externo hay una diferencia moral abismal. Si no fuera por una mezcla de suerte con poderío militar y trabajo de inteligencia, la cantidad de muertos israelíes sería mucho mayor.
El terrorismo se caracteriza, entre otras cosas, por tener entre sus objetivos militares a personas civiles. Mientras que Israel hace todos sus esfuerzos por reducir la cantidad de víctimas civiles, Hamas hace todo lo contrario. Lanza sus cohetes histéricamente contra Tel Aviv o Jerusalem con la esperanza de causar daños personales e instalar el miedo más profundo. Pero no solo eso: se esconde entre sus propios civiles como estrategia disuasoria o, ex post, para utilizar a sus muertos (paradigmáticamente, el niño) como propaganda antisionista, que todos los medios del mundo recogen con dedicación. Así es como ya nadie recuerda las bombas en guarderías de los kibutz de Israel. Quizás Galeano se concentra demasiado en la chambona puntería y se olvida de que para explotarse en un colectivo no hace falta ninguna puntería en absoluto.
En la nueva ofensiva en la franja de Gaza, de fines del 2012, Israel mató a varios comandantes de Hamas y destruyó, aproximadamente, el 90% de los misiles de que disponía la organización. Muchos de esos misiles son iraníes. En Planeta Facebook, mi amigo Diego Tajer hizo una buena contribución contra la corriente:
Una agrupación abiertamente antisemita, bancada por un régimen antisemita, homófobo y negacionista que presuntamente organizó un atentado en Buenos Aires. Ah, perdón, seguro que esto es “tomar a la AMIA como excusa”. En la misma línea, hace unas semanas Timerman se reunió con Irán, y todavía no informó nada sobre el tema (¡una falta total de respeto a los familiares!). No vi a ninguno de los chicos justos antiisraelíes alzar la voz contra eso; evidentemente les chupa un huevo. De esta forma, comparten el hermoso discurso de Menem, D’Elía y la Federal.
Lo cierto es que esta escalada de violencia en Gaza es uno de los pequeños puntos de la política militar israelí. La ideología de la defensa israelí va por otro lado:
Israel no quiere el exterminio de Palestina, ni de los árabes, ni quiere la guerra. En el año 2005, se retiró de la Franja de Gaza. No solo sacó a sus soldados, sino incluso a todos los colonos que estuvieran viviendo allí. Levantó el bloqueo casi por completo. Pero hizo algo más: autorizó el ingreso de armas de fuego y el entrenamiento militar de las fuerzas armadas de Fatah para que estuvieran capacitadas para hacer frente a las facciones terroristas (Hamas, principalmente) dentro del territorio. Durante el 2005, no hubo ningún bloqueo. Gaza era una especie de “limbo diplomático”, donde no había un Estado reconocido internacionalmente pero sí había muchísimo apoyo material internacional. Es lo correcto imaginar que si en ese momento hubieran los palestinos intentado construir una nación democrática, Israel no habría interferido. Eso es lo que muchos israelíes de hecho estaban esperando. Y, más aún, la estrategia del generalmente demonizado Ariel Sharon para su campaña electoral fue continuar con esta tendencia en el West Bank. La guerra civil palestina y el imperio de Hamas volvieron atrás con todo ello. Hoy hay decenas de miles de reservistas israelíes esperando para entrar por tierra a Gaza. El panorama empeoró mucho, para todos.
Lo cierto es que actualmente el 91 por ciento de los israelíes apoya la operación Pilar Defensivo. Una mayoría no puede elevarse como garante moral de nada, pero sí puede hacerse un esfuerzo para entender sus motivaciones. Desde que terminó la operación referida por Galeano como Plomo Impune, 1500 misiles se lanzaron desde Gaza hacia el sur de Israel para reparar esa impunidad, donde vive un millón de personas (imaginemos, proporcionalmente, que un grupo de terroristas colonizara Uruguay y lanzara misiles a un área en la que vivieran casi seis millones de argentinos, dos veces la población de la ciudad de Buenos Aires). Una generación entera de israelíes ha sido criada entre el trauma y el miedo. ¿Cuáles son las expectativas sobre sus gobernantes que se espera que prevalezcan entre estas personas?
Ser más débil que el oponente no vuelva a una causa más justa. Tampoco lo hace el que la cantidad de muertos en su nombre sea mayor. Como dijo Nietzsche: “Que los mártires prueben algo a favor de una causa es algo tan poco verdadero que yo negaría que mártir alguno haya tenido nunca algo que ver con la verdad”. El problema es que para el terrorismo, todo se trata del martirologio. Para Israel, se trata de su defensa. Israel limita sus intervenciones militares a lo que le indica la razón de Estado. Puede equivocarse, y lo hace persistentemente, como todos los países del mundo lo han hecho, en toda su historia. Ser anti israelí y no ser anti argentino es, desde esa perspectiva, cuanto menos, incomprensible.
El terrorismo se propone que Israel y sus integrantes dejen de existir. O, en última instancia, que estén bajo la órbita del gran califato mundial. Dijo Zygmunt Bauman: “Al igual que los vampiros, los valores tienen necesidad de sangre para revitalizar sus energías vitales. Cuántos más muertos hay, más se vuelven radiantes y divinos los valores en cuyo altar hemos quemado los cadáveres”.
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