domingo, 10 de febrero de 2013

La venganza de la geografía. Por Robert Kaplan

Poco antes del verano de 2009, Robert D. Kaplan publicó en el número de mayo/junio de la revista Foreign Policy, para la que escribe habitualmente, un texto de titulado “The Revenge of Geography” (y de inmediato apareció la versión española). El ensayo, interesante y polémico, tuvo un amplio impacto en la red, con reacciones de todo tipo, hasta el punto de que su autor empezó a pensar, como suele ser habitual en estos casos, en transformarlo en un texto más amplio, en un libro. Pero Kaplan se tomó su tiempo y, en el interín, continuó escribiendo otros ensayos de semejante tenor, referidos a determinadas zonas del globo, particularmente sobre Europa, cuya crisis ha atraído con razón a un sinfín de comentaristas. El resultado de todo ello es The Revenge of Geography, volumen que ha editado Random y que será, a no dudarlo, uno de los bombazos del año (de pronta traducción castellana, además). Para abrir boca, ofrecemos (en versión libre, como siempre) el adelanto que presentó The National Interest el pasado julio:

La idea de Europa, en la mente de los occidentales de hoy en día, es un concepto intelectual -humanismo liberal con una base geográfica- que surgió a través de siglos de progreso material e intelectual, además de como reacción a los devastadores conflictos militares en anteriores épocas históricas. El último conflicto de este tipo fue la Segunda Guerra Mundial, que dio lugar a una decisión de fusionar elementos de la soberanía entre Estados democráticos con el fin de poner en marcha una tendencia pacificadora.
Por desgracia, esta gran narrativa está siendo asaltada ahora por las fuerzas subyacentes de la historia y la geografía. Las divisiones económicas que vemos hoy en la Unión Europea, que se manifiestan en la crisis de la deuda del continente y las presiones sobre el euro, tienen sus raíces, al menos parcialmente, en unas contradicciones que se extienden muy atrás en el pasado europeo y en su lucha existencial para lidiar con la realidad de su inmutable estructura geográfica. Este es el legado -un tanto determinista y rara vez reconocido- que Europa todavía tiene que superar y que, por tanto, requiere una descripción detallada.
En los años inmediatamente anteriores y posteriores a la caída del Muro de Berlín, los intelectuales celebraron el ideal de la Europa Central -Mitteleuropa- como un faro de relativa tolerancia multiétnica y de liberalismo dentro del imperio de los Habsburgo al que los contiguos Balcanes podían y debían aspirar. Pero mientras el corazón espiritual del Continente se encuentra en Mitteleuropa, el corazón político está ahora ligeramente hacia el noroeste, en lo que podríamos llamar la Europa de Carlomagno. La Europa de Carlomagno se inicia con los países del Benelux  y serpentea luego hacia el sur a lo largo de la frontera franco-alemana hasta las estribaciones de los Alpes. A saber, tenemos la Comisión Europea y la administración pública en Bruselas, el Tribunal está en La Haya, la ciudad del Tratado es Maastricht, el Parlamento Europeo reside en Estrasburgo, y así sucesivamente. Todos estos lugares conforman transversalmente una línea que va hacia el sur desde el Mar del Norte, “que formó la pieza central y la vía principal de comunicación de la monarquía carolingia”, observa el último estudioso de de la Europa moderna Tony Judt . El hecho de que este superestado europeo en ciernes de nuestra era se concentre en el núcleo medieval de Europa, con la capital de Carlomagno, Aquisgrán (Aix-la-Chapelle), aún en su mismo centro, no es casual. En ninguna parte del continente, la interconexión europea entre el mar y la  tierra es tan rica y profunda como a lo largo de la columna vertebral de la civilización del Viejo Mundo. En los Países Bajos está la apertura al gran océano, incluso aunque la entrada al Canal de la Mancha y una cadena de islas en Holanda formen una barrera protectora, dando a estos pequeños Estados ventajas desproporcionadas a su tamaño. Justo en la parte trasera de la costa del Mar del Norte hay una gran cantidad de ríos y cursos de agua protegidos, toda una promesa al comercio, al movimiento y al desarrollo político subsiguiente. El suelo de loess del noroeste de Europa es oscuro y productivo, y los bosques proporcionan una defensa natural. Por último, el clima frío entre el Mar del Norte y los Alpes, mucho más que el clima más cálido al sur de los Alpes, ha sido un reto lo bastante grande para estimular la determinación humana desde la Edad de Bronce tardía hacia adelante, con los francos, alamanes, sajones y frisios estableciéndose en la antigüedad tardía en la Galia, el antepaís alpino y las tierras bajas costeras. A su vez, este sería el campo de pruebas de Francia y el Sacro Imperio Romano en el siglo IX, así como de Borgoña, Lorena, Brabante y Frisia, además de ciudades-Estado como Tréveris y Lieja, todo lo  cual  desplazó colectivamente a Roma y fomentó las políticas que hoy impulsan la maquinaria de la Unión Europea.
Por supuesto, antes de todo lo anterior estaba Roma -y antes de Roma, Grecia. Ambas, según las bien escogidas palabras del estudioso de la Universidad de Chicago William H. McNeill, constituyen la antesala de lo “antiguamente civilizado”, que comenzaba en Egipto y Mesopotamia y se extendía desde allí, a través de la Creta minoica y de Anatolia, a la orilla norte del Mediterráneo. La civilización, como bien sabemos, se radicó en valles fluviales cálidos y protegidos como el Nilo y el Tigris-Eufrates, y luego continuó su migración hacia los climas relativamente suaves del Levante, Norte de África y las penínsulas griega e italiana, donde la vida era hospitalaria incluso con sólo una tecnología rudimentaria.
Pero a pesar de que la civilización europea tuvo su florecimiento inicial a lo largo del Mediterráneo, se siguió desarrollando, en épocas de más avanzadas tecnología y movilidad, más al norte, en climas más fríos. Roma se expandió hacia allí en las décadas anteriores al comienzo de la era cristiana, ofreciendo por primera vez orden político y seguridad interna desde los Cárpatos, al sureste, hasta el Atlántico, en el noroeste -esto es, en gran parte de Europa Central y de la región en torno al Mar del Norte y el Canal de la Mancha. Grandes y complejos asentamientos, llamados oppida por Julio César, surgieron a lo largo de este extenso,  boscoso y bien regado suelo negro del corazón de Europa, que sentó las bases para el surgimiento rudimentario de las ciudades medieval y moderna.
Al igual que la expansión romana dio una cierta estabilidad a las llamadas tribus bárbaras del norte de Europa, la ruptura de Roma daría lugar a través de los siglos a la formación de los pueblos y las naciones-Estado de lo que se convertiría en el Imperio de Carlomagno y la Mitteleuropa. Sin duda, el mundo de la Edad Media reemplazó al mundo de la antigüedad con la geografía de un Mediterráneo “reducido”, una vez que el norte de Europa se liberó de Roma. (La unidad mediterránea, por supuesto, quedó aún más destrozada por el empuje árabe a través del norte de África). En el siglo XI, el mapa de Europa ya tenía un aspecto moderno, con Francia y Polonia más o menos con sus formas actuales, el Sacro Imperio Romano con la apariencia de una Alemania unida y Bohemia -con Praga en el centro- que presagiaba la República Checa. Así fue como la historia avanzó hacia el norte. Y esto es absolutamente esencial para nuestra económicamente atribulada época.
Las sociedades del Mediterráneo, a pesar de sus innovaciones políticas -la democracia ateniense y la república romana-, estaban por lo general definidas por su “tradicionalismo y rigidez”, en palabras del historiador y geógrafo francés Fernand Braudel. La mala calidad de los suelos mediterráneos favoreció las grandes explotaciones, que estaban, forzosamente, bajo el control de los ricos. Y eso, a su vez, contribuyó a un orden social inflexible. Mientras tanto, en los claros de los bosques del norte de Europa, con sus suelos más ricos, creció una civilización más libre, anclada por las relaciones de poder informales de un feudalismo que sería capaz de sacar mejor provecho de la invención de los tipos móviles y de otras tecnologías futuras.
Por  determinista que pueda parecer la explicación de Braudel, funciona para explicar las corrientes generales del pasado europeo. Obviamente, la intervención humana en la persona de hombres como Jan Hus, Martín Lutero y Juan Calvino fue fundamental en la Reforma protestante y en la Ilustración, que permitirían la emergencia dinámica del norte de Europa como una de las cabezas de puente de la historia en la era moderna. Sin embargo, todo esto no habría sido posible sin el inmenso río y el acceso al mar y la tierra de loess, rica en depósitos de carbón y mineral de hierro, que sirvió de base para tal dinamismo individual y la industrialización. Imperios grandes, eclécticos y brillantes  florecieron sin duda a lo largo del Mediterráneo en la Edad Media -en particular el del normando Rogelio II en la Sicilia del siglo XII y, no lo olvidemos, el Renacimiento floreció por primera vez en Florencia a finales de la época medieval, con el arte de Miguel Ángel y el realismo secular de Maquiavelo. Pero fue la atracción del más frío Atlántico lo que abrió las rutas marítimas mundiales que finalmente se impusieron sobre el cerrado Mediterráneo. Aunque Portugal y España fueron los primeros beneficiarios de este comercio Atlántico -debido a su posición peninsular-, sus sociedades preilustradas, traumatizadas por la proximidad a (y por la ocupación de) los musulmanes del Norte de África, perdieron finalmente terreno en la competición oceánica ante los holandeses, franceses e ingleses.  Así como el Santo Imperio Romano de Carlomagno sucedió a Roma, en los tiempos modernos el norte de Europa sucedió al sur de Europa, con el núcleo carolingio, abundante en riquezas minerales,  imponiéndose en la forma de la Unión Europea. Todo esto se debe, en cierta medida, a la geografía.
El Mediterráneo medieval estaba dividido a su vez entre los francos al oeste y los bizantinos al este. Porque no son solo las divisiones entre el norte y el sur las que tanto definen y causan estragos en la Europa de hoy, sino también las que existen entre este y el oeste y, como veremos más adelante, entre el noroeste y el centro. Consideremos la posibilidad de la ruta migratoria del valle del Danubio, que continúa hacia el este más allá de la Gran Llanura húngara, los Balcanes y el Mar Negro, siguiendo a través del Ponto y las estepas de Kazajstán hasta Mongolia y China. Este hecho geográfico, junto con el acceso llano y sin obstáculos a Rusia, más al norte, constituye la base de las oleadas de invasiones de los pueblos principalmente eslavos y turcos desde el Este, lo que, como sabemos, ha conformado en gran medida el destino político de Europa. Así como hay una Europa carolingia y una Europa mediterránea, hay también, a menudo como resultado de estas invasiones procedentes de Oriente, una Europa bizantino- otomana, una Europa prusiana y una Europa de los Habsburgo, todas las cuales son geográficamente distintas y resuenan hoy a través de patrones de desarrollo económico un tanto diferentes,  amén de que muchos otros factores puedan estar involucrados. Y estos variados patrones no se puede borrar simplemente mediante la creación de una moneda única.

De hecho, en el siglo IV dC, el Imperio Romano se dividió en dos mitades,  occidental y oriental. Roma fue la capital del Imperio de Occidente, mientras que Constantinopla se convirtió en la capital de la parte oriental. El imperio occidental de Roma  dio paso al reino de Carlomagno más al norte y al Vaticano -Europa occidental, en otras palabras. El imperio oriental de Bizancio estuvo poblado principalmente por cristianos ortodoxos de habla griega  y, más tarde, por musulmanes cuando los turcos otomanos, que migraban desde el este, tomaron Constantinopla en 1453. La frontera entre estos imperios oriental y occidental corría por el centro de lo que después de la Primera Guerra Mundial se convirtió en el estado multiétnico de Yugoslavia. Cuando ese Estado se rompió violentamente en 1991, al menos al principio la separación retomó las divisiones romanas de dieciséis siglos antes. Los eslovenos y croatas eran católicos romanos, herederos de una tradición que se remontaba desde el Imperio Austrohúngaro  a Roma en la parte occidental. Los serbios eran ortodoxos orientales y herederos del legado otomano-bizantino de Roma en el Este. Los montes Cárpatos, que están al noreste de la antigua Yugoslavia y dividen a Rumania en dos partes, reforzaban parcialmente esta frontera entre Roma y Bizancio y, más tarde, entre los emperadores Habsburgo en Viena y los sultanes turcos en Constantinopla. Existían pasos y rutas comerciales a través de estas formidables montañas, que llevaban el depósito cultural de Mitteleuropa hasta los Balcanes bizantinos y otomanos. Pero incluso aunque los Cárpatos no fueran un límite duro y firme, como los Alpes, marcaban una gradación, un cambio en el equilibrio de una Europa a otra. El sureste de Europa sería pobre, no sólo en comparación con el noroeste de Europa, sino también en comparación con el noreste de Europa, con su tradición prusiana. Es decir, los Balcanes no eran sólo pobres y subdesarrollados políticamente en comparación con los países del Benelux, sino también en comparación con Polonia y Hungría.
La caída del muro de Berlín dio un claro relieve a todas estas divisiones. El Pacto de Varsovia había constituido un imperio oriental de pleno derecho, gobernado desde Moscú, con la ocupación militar y  la imagen fija de una pobreza  provocada por la introducción de economías dirigidas. Durante los cuarenta y cuatro años de dominio del Kremlin, gran parte de Prusia, de los Habsburgo y de la Europa bizantino-otomana estuvieron encerradas en una prisión soviética de naciones conocidas colectivamente como Europa del Este. Mientras tanto, en Europa occidental, la Unión Europea estaba tomando forma, primero como Comunidad Europea del Carbón y del Acero, después como Mercado Común y, finalmente, como la UE, construida desde su base carolingia de Francia, Alemania y los países del Benelux para abarcar a Italia, Gran Bretaña y, más tarde, Grecia y los países ibéricos. Dada su ventaja económica durante los años de la Guerra Fría, la Europa carolingia perteneciente a la OTAN se hizo más fuerte, momentáneamente, que la Europa prusiana del noreste y la Mitteleuropa del Danubio, que históricamente fueron igualmente prósperas, pero que durante mucho tiempo se hallaron dentro del Pacto de Varsovia.
El avance soviético en Europa Central en las últimas fases de la Segunda Guerra Mundial generó este giro completo de los acontecimientos, corroborando la tesis del politólogo Halford Mackinder de que las invasiones asiáticas habían dado forma al destino europeo. Por supuesto, no debemos llevar este determinismodemasiado lejos, ya que sin las acciones de un hombre, Adolf Hitler, la Segunda Guerra Mundial bien pudo no haber ocurrido, con lo que no habría habido invasión soviética.
Pero Hitler existió, por lo que nos quedamos con la situación tal como existe hoy en día: la Europa de Carlomagno. Sin embargo, debido a la reaparición de una Alemania unida, el equilibrio de poder en Europa puede cambiar ligeramente hacia el este, hasta la confluencia de Prusia y Mitteleuropa, con el poder económico alemán vigorizando Polonia, los países bálticos y el Danubio superior. El litoral del Mediterráneo y los Balcanes bizantino-otomanos en general van a la zaga. Los mundos del Mediterráneo y los Balcanes se conectan en la península montañosa de Grecia, que a pesar de ser rescatada del comunismo a finales de 1940 sigue siendo uno de los más miembros económica y socialmente más problemáticos de la Unión Europea. Grecia, en el borde noroeste de la zona oriental oikoumene (mundo habitado), fue la gran beneficiaria de la geografía en la antigüedad -el lugar donde los desalmados sistemas de Egipto y Persia-Mesopotamia podían ser ablandados y humanizados, conduciendo a la invención de Occidente. Sin embargo, en la Europa actual, dominada por su Estados del norte, Grecia se encuentra en el lado equivocado, en el confín orientalizado, mucho más estable y próspera que lugares como Bulgaria y Kosovo, pero sólo porque se salvó de los estragos del comunismo. Alrededor de las  tres cuartas partes de las empresas griegas son de propiedad familiar y se basan en el trabajo familiar, por lo que las leyes sobre el salario mínimo no siempre se aplican, y a menudo los que no tienen vínculos familiares no puede ser promovidos. Este fenómeno se manifiesta en lo que para muchos es una mera crisis financiera, pero en realidad está profundamente enraizado en las realidades culturales, lo que significa que lo está en la historia y la geografía.

La geografía es aquí una fuerza impulsora. Cuando el Pacto de Varsovia se disolvió, los antiguos países cautivos avanzaron económica y políticamente casi según su posición en el mapa: Polonia, los países bálticos, Hungría y la zona de Bohemia de Checoslovaquia obtuvieron inicialmente los mejores resultados, de nuevo con variaciones significativas, mientras que desde los países de los Balcanes hacia el sur se sufrió en general unas mayores miseria y descontento. A pesar de todos los avatares del siglo XX , incluyendo la pulverización del nazismo y el comunismo, los legados de los dominios de Prusia, de los Habsburgo, bizantino y otomano  siguen siendo relevantes. Estos imperios eran criaturas, ante todo, de la geografía, influidos como estaban por los patrones migratorios procedentes del Este asiático.
Por tanto, he aquí una vez más el mapa de Europa del siglo XI, con el Sacro Imperio Romano que se asemeja a una Alemania unida en su centro. A su alrededor hay estados regionales: Borgoña, Bohemia, Pomerania y Estonia, con Aragón, Castilla, Navarra y Portugal hacia el suroeste. Pensemos ahora en los casos de éxito regionales en el siglo XXI, sobre todo en la Europa carolingia: Baden-Würtemberg, Ródano-Alpes, Lombardía y Cataluña. Estas poblaciones, como nos recuerda Judt, son en su mayor parte  norteñas que miran hacia el supuestamente “atrasado, perezoso, mediterráneo y subvencionado ‘sur’”, incluso ven con cierto horror a las naciones de los Balcanes como Rumania y Bulgaria uniéndose a la UE. Europea es el centro frente a la periferia, con los perdedores por lo general en la periferia, aunque no exclusivamente, en las regiones más cercanas geográficamente a Oriente Medio y África del Norte. Pero precisamente porque el superestado europeo con sede en Bruselas ha funcionado tan bien para las subregiones del norte como BadenWürttemberg y Cataluña, estas subregiones se han liberado  de sus propios gobiernos nacionales, de sus fórmulas de talla única a la que están encadenadas,  y  de ese modo han florecido mediante la ocupación de nichos económicos, políticos y culturales históricamente anclados.
(continuará…)
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