Quiero recordar el aniversario de quien sentó las bases, abrió las
condiciones de la crítica en la Argentina: Sarmiento. No hay argentino que no
tenga su Sarmiento: incluso si no lo leyeron. Yo tengo el mío, el que se deja
oír en sus precursores: Martínez Estrada o Héctor A. Murena, todos ellos
resistentes, con la inevitable referencia a Alberdi, al Campamento como modelo
de país. Por eso, ante los discursos culturales que voy a examinar, me atrevo a
imaginarlo preguntándose : ¿hay en la cultura hoy por hoy más que unos
populismos más o menos vergonzantes sobre los cuales, inevitable, cabalga algún
malón, algún fascismo travestido ? Y no lo diría para fortalecer viejas
antinomias sino para provocar el pensamiento, empezado por los que hablan en su
nombre....contra no pocos que se llenan la boca de patriotismo pero que- aun
involuntariamente - trabajan para lo mismo que dicen criticar - autoritarismo,
totalitarismo - conspiran - aun paródicamente- contra lo mismo que declaran
defender, la democracia, y , recuerdo yo, la República.
Voy a tratar esos “ismos”, los nuevos cultos.
En efecto, las líneas que siguen tratan críticamente de una política que
abrumadoramente propició una línea de funcionarios: la que va del apogeo del
discurso utopista hasta su actual crisis, también de la pasividad que
mostraron ante el nuevo discurso que no podía ser sino la resultante y casi la
supresión de la actividad crítica. Todo derivó en un discurso “fundacional” que
apunta realizar en lo concreto lo que el utopismo mantenía en el estatuto de un
programa final, de hiper moron, de más allá de la cultura y que no era sino la
cara de un programa cultural muy tangible.
La crítica literaria es una medida de cierto estado de cosas en una cultura.
Esta ha sido absorbida casi en total por el horizonte homogéneo de un discurso
cultural que no puede instituirse como discurso: es el de una política utópica
que pontifica contra el Poder - con mayúscula - ocupando los lugares claves de
la transmisión de la cultura, pero siempre bajo la forma de renegación: aun si
para ellos son todas, el poder lo tienen siempre “los otros” -
léase “los elitistas”- y en esa lógica se alienta - en una forma paródica que
“podría” ser - la toma total del poder (republicano, basado en la separación de
poderes); el hoy se fortalece siempre desde un
mañana imposible que es ahora la condición de meter miedo, propiciar en la
cultura el funcionamiento homogéneo de las interpretaciones. Es tiempo de
preguntarme dónde están y qué piensan de estos años de democracia muchos
intelectuales y críticos que hablaron, independientes, contra la dictadura en
los momentos más difíciles; no creo, no concibo que piensen con total
ingenuidad que la cultura no es ya un lugar de discusión. No hay que sucumbir a
la intimidación de una palabra que o bien es su propia performación (convalida
el universo de discurso) o bien se limita al anatema ante cualquier objeción o
crítica: el que disienta será: “elitista”, “fascista”, “autoritario”, y hasta
parapolicial, ni siquiera le reconocen a un gobierno que tanto los apoyó la
supresión de esos autos, muchos parecen vivir todavía bajo una dictadura, se
diría hasta que la invocan ya que necesitan de ella para instituir un
maniqueísmo tipo “si no estás conmigo estás contra mí”, que reproduce en otros
el planteo de quienes iniciaron la lucha contra el anterior gobierno
constitucional, sólo que de modo paródico, negando la tragedia, identificando
revolución y festival; ellos sin embargo piensan que una dictadura es más
favorable a su causa: indiscutida. Y tampoco están lejos de incurrir en eso
quienes no diferencian los logros de este gobierno en lo jurídico-político - la
restitución de las libertades públicas, el habeas corpus, puntos de no
retorno- de la situación económica mal encaminada ni lo económico de lo
cultural. Puede leerse que apuntaron desde entrada a la descalificación de lo
jurídico y lo legal, de modo de probarse una idea de cultura que
inexplicablemente el gobierno alentó de modo hegemónico, tal vez por el
prejuicio de ser considerado de “derecha” o por una cuestión de votos, lo
cierto es que la Universidad - humanidades - o los medios de comunicación
estatales fueron lugares donde no hubo crítica de la hegemonía utopista, ese
nuevo poder que se autodesigna como “nueva cultura” y se irroga una
marginalidad que finge desde las instituciones. Su objetivo a través de un
falso pluralismo - lo que Arendt ha caracterizado como “fachada” - es imponer
la afasia generalizada, la intimidación para mantenerse en el poder simulando
su separación. Es algo que me he cansado de comprobar: escribir estas líneas es
llover sobre mojado, me asombra que casi nadie hable de algo, convengo, tan
redundante, como si no existiera, - demasiado sé que las diferencias
suelen también estar programadas y tras la fachada, en plena superficie están
las consignas de hierro, con inobjetable apariencia-.
Está de más decir que los intentos de cuestionar dicha hegemonía fueron o
silenciados o pasados por alto. La revista Innombrable - no fue el menor
motivo que ahí se hablara de los derechos humanos en
Cuba - sólo fue tomada en serio por los grandes diarios del interior: La
Capital (Rosario) y La Voz del Interior (Córdoba). Al parecer allá
no llegan los controles. Actividades llevadas a cabo por el Centro Cultural
General San Martín fueron excepciones que entre otras merecen destacarse.
También en ciertos críticos literarios la poesía ha sido esa víctima sin
paradigma de complementariedad. En toda esta época o bien fue el silencio -
obligatorio - o bien reinó una polifonía como forma predeterminada, un tipo de
fascismo al que se refirió el rector de la UBA a quien no le dejaron tomar la
palabra. Hablaré de la polifonía monótona hasta lo inaudible que ha trabajado,
producido esos cuerpos...
El Editorial de “La Hoja del Rojas” - Dirección de Cultura, Secretaría de
Extensión Universitaria, Universidad de Buenos Aires, mayo de 1988 - ilustra a
las claras cuál ha sido en estos años de democracia la voz de orden respecto de
una política cultural. Se trata de un programa con un editorial que sintetiza
la línea hegemónica. Este manifiesto más que editorial fue escrito - no lleva
firmas - por gente que no aprendió nada de lo sucedido en la Argentina, que ha quedado fija en el pasado, intenta repetirlo sin
diferencia crítica o vivir su farsa, “explotarlo” y con la corroboración
implícita de muchos intelectuales que nunca lo objetaron a su debido momento.
Sorprende que sean éstos los mentores, los educadores: los que no han aprendido
nada, los que tratan de paralizar cualquier intento de otra reflexión. Quieren
crédulos a los jóvenes. Comprueban a través de una forzada analogía con el mayo
francés del ‘68 que una reedición del terrorismo es improbable a corto
plazo, cierto “derrotismo” parece tenerlos nostálgicos - es el desencanto
utopista, ya listo a esperanzarse con el populismo que pretende fundar todo
desde cero - y que todavía lo piden a bajo grito en las revistas que exaltan
las décadas del ’60 y el ’70 sin dudar entre las de mayor ceguera cultural que
ha conocido la historia.
Escriben: “La imaginación al poder, seamos realistas, pidamos lo imposible’,
decían con plena convicción los jóvenes del mayo parisino.
Y lo coreaba gran parte de la juventud inquieta del mundo. Porque el mayo del ‘68 fue una de las expresiones más acabadas de una época que creyó
tener en sus manos la transformación de la sociedad a través de la conquista
revolucionaria del poder. Fue también el comienzo del ocaso de ese sueño.
Muy diferente es el panorama veinte años después. Los reales mecanismos de
poder no sólo parecen más inabordables sino, sobre todo, inútiles para aquellos
fines y sólo aptos para reproducirse a sí mismos.
La perspectiva sin duda les resulta “menos optimista” pero el deseo de curar
permanece intacto, algo, no se dice qué, - la dictadura, parece, pese a que ya no está - “amenaza con alimentar un
individualismo egoísta y una fragmentación esterilizante, creemos que tiene su
contrapartida sin embargo en un verdadero estado de movilización que se
manifiesta con particular fuerza hoy en la cultura. Y que pasa desapercibido
para muchos que, con pose de progresistas, sólo parecen estar al acecho de
fantasmas del pasado para reconocerse en ellos”.
Los autores de la Hoja quieren - dicen - lo imposible y pasan por alto de
entrada que los intelectuales franceses que participaron, jóvenes, en aquel
estallido - espontáneo, no programado, imprevisible - han sido sus primeros y
reflexivos críticos: ese mismo acontecimiento impide por sus características
que se haga de él una referencia histórica fatal, un Modelo, nuestros lectores
de Foucault son reflexivos en una deshora preñada de inmediatez, ni bien
terminan de considerar que la situación no es la misma y ya están en estado de
movilización, una política de masas siempre está gritando en ellos, lo impregna
y tergiversa todo. Empezando por quienes participaron en aquel irrepetible
acontecimiento - André Gluksmann, Bernard Henry Levi – que no se han cansado de explicar cómo la cultura del “socialismo
revolucionario”, no democrático, se ha resuelto una y otra vez en los campos de
concentración. Léanse Retrato
de Familia con Fidel
(Carlos Franqui) y El Central de Reynaldo Arenas para entrever que no se
trata de una lucubración de
la CIA.
Esta negación, por otra parte, prohibe todo planteo serio acerca del marxismo
que no sea demagógico, ensombrece la lucha por los derechos humanos en otros
países (Chile), lleva a pensar que el terror es sólo para los otros que ni
siquiera, como en el país andino pueden constituirse en “oposición”
ya que la avidez concentracionaria ahí es total; quienes
critican eso, a su vez, son por añadidura colocados en la derecha más extrema
posible, todas las ovejas son del mismo color. Estos señores se han pasado años
disertando sobre “posmodernismo”, lo convirtieron primero en un tema gorgeado
como utopista, luego declararon que era de “derecha”, pero no leyeron una línea
acerca del mismo y dicen haber leído a Hannah Arendt, sin duda para neutralizar
el concepto de totalitarismo.
La idea de cultura de “La Hoja del Rojas” va en ese sentido ya que niega todo
principio de autoridad en la cultura, no es casual que luego de tantas prédicas
de este calibre haya podido surgir un discurso fundacional al cual muchos de
ellos, por cierto, ya se están pasando: el estado de
movilización (para espasmo de muchos novicios) de ese oportunismo rancio que
consiste en acomodarse lo mejor posible en cada coyuntura. Claro: tienen dudas
de quién va a ganar. Sus enemigos sin embargo siguen siendo los "fantasmas
del pasado". Los diálogos por eso tienen mucho de espectral. Y en este
caso se trata de un deseo muy poco “revolucionario”, sea dicho con el perdón de
Deleuze y de Foucault: es nada más que el viejo, “burgués”, instinto de
conservación que empieza a ganar en la nueva cultura ante la inminencia de un
nuevo vencedor.
A los del ‘68 francés en medio del lirismo anarquista
se les apareció un tanque ruso, descubrieron que tras su paso “no vuelve a
crecer la hierba de la democracia” como escribió André Gluksmann. Es que de
dicho orden no hay retorno posible. Y si ahora hay cierto repliegue,
reconocimiento de errores, crítica al estalinismo, mucho tuvo que ver la lucha
de los intelectuales del mundo libre, del “corrupto” Occidente. Todos ellos,
cada uno a su modo, volvieron a leer el menos leído de los libros, la Biblia,
la segunda muerte del último evangelio sucumbió al Verbo: ahí lo imposible era
la idolatría y lo que Kafka llamó un cobarde heroísmo.
Poco antes de su muerte Jorge Luis Borges escribió en Clarín, -13/12/84
- una cáustica nota titulada “La Cultura en Peligro”. Objetaba un insólito -
“estrafalario” - programa de estudios que las nuevas autoridades habían
fraguado en la Facultad de Filosofía y Letras. Advertía que las literaturas extranjeras
podían ser sustituidas por algo que sonaba a una tropelía de neologismos -
“Literatura media y popular”; “Medios de Comunicación”; “Folklore Literario”;
“Sociología de la Literatura”; “Psicolingüística” - y conjeturaba, luego de
desechar que se tratase de una broma que bien una cosa se puede sustituir por
otra, “una taza de café por una de té, pero no el estudio de Virgilio, o de
Voltaire, por el de canal 13”.
Al leer “La Hoja del Rojas”, número I - síntesis propuesta de una “nueva
cultura”, vivida como actualidad incurable de un utopismo crónico - no es
casual que tal cultura “cuyos autores, son, asimismo, funcionarios” (Borges), esté tan empobrecida en lo
intelectual que tiene que manifestarse “en un verdadero estado de
movilización”, es decir, en atisbo y preludio de una violencia inminente; la
nota del escritor cobra actualidad, recuerda que la cultura en sentido amplio
no está en peligro porque no la hay, es todavía un peligro para esta gente.
Quiero decir: el pensamiento individual es algo que puede connotarse como algo
cultural desde su misma irreductibilidad, a diferencia de la
escritura que habla sin dejarse programar por la administración del lenguaje.
Ya no se trata, luego, de la asombrosa revelación de toda una crítica que
sustituyó a Virgilio por Gerardo Sofovich para terminar declarando ahora que,
en efecto, Sofovich no era ningún Virgilio - nunca se propuso serlo, vaya en su
favor - ni preguntarse si la versión que Borges da de tal programa -
“estrafalario” - es o no elitista. Se trata de quedar a la espera de un Canal
Utópico que los programadores del Rojas piensan controlar con su declarada sed
de más poder estatal, siempre con la mascarada marginal, nunca saco y corbata,
la cosa tiene que ser tan “transgresiva” como paga por cada uno de “nosotros”,
inevitablemente “egoístas” pese a todo.
Se cree haber suprimido la cultura como expresión crítica para siempre y por
eso la tarea actual parece ser la de restringir y censurar implícitamente toda
opinión individual que de antemano la Hoja considera “egoísta”, es la de
promover la afasia obligatoria con un casi confeso objetivo final que no puede
ser sino suprimir las diferencias, la libertad de expresión para quien discrepe
en un tilde, fatigue los dichos que conforman sistema.
Es un teatro de histeria que funciona sin división entre “espectáculo y
espectadores”, no hay necesidad de texto y todos son malos actores. Escriben:
“Las propuestas de cenáculo, lejos de desaparecer, fueron desplazadas de los
espacios que habían ganado al amparo del oscurantismo dictatorial”.
La frase resulta demasiado oscurantista, no dice qué espacios, omite los
brincos de los oportunistas de siempre. Si eran parte de los cenáculos quienes
por su trabajo escribían las páginas centrales de política - directamente comprometidas
con el régimen - en los diarios más declaradamente oficialistas habría que
decir que han cambiado no de cenáculo sino de hoja de diario, habría que hacer
listas con los demás, blancas, negras se revelaría que no pocos de ellos están
en la nueva cultura, de seguro haciéndolas a su medida, altivo el penacho
intachable, autopremiados. Más que de una cultura revolucionaria habría que
hablar de una cultura perpetuamente conversa. El juego de anatemas no
diferencia entre los diversos medios de comunicación, entre política y cultura: una revista literaria pese a que salió contra el medio - los otros
medios de la época - puede volverse cómplice porque se publicó en esa época; el juego de anatemas brota del
hecho de que los militares en el poder no leían literatura ni crítica y se les
atribuye una determinada, la mejor literatura quizás.
Se los sitúa en las disyuntivas culturales, leyendo poemas experimentales o
neorrománticos, son subestimados en su más natural antipatía que puede llegar a
la repulsión contra la literatura. Se omite que ellos se preocupaban de otras cosas, por otros medios de
comunicación: su arte favorito, temo, era cierto
folklore, como lo prueba el Festival de Tucumán luego de lo que tuvo rasgos de
genocidio donde participaron estrellas que todavía esplenden sin mácula. Ellos
las disculparon ya, tampoco aquí cabe decir nada, -hablar de "colaboracionismo” sería una apología portentosa,
sería suponerles alguna autodeterminación-. Si los cenáculos de la dictadura
eran, en cambio, los diarios en vínculo con los militares, diré que no hay
ídolo de la nueva cultura que no haya ahí escrito sus comentarios
psicoanalíticos contra el periodismo psicoanalítico ni recibido elogios,
aceptado reportajes. Los
libros más “resistentes” - que entonces eran nuevos, por lo menos - ya fueron
saludados ahí según un
programa que se volvió luego redundante: la nueva cultura existía antes, no
porque fuera cómplice de la dictadura, sino porque viene -tiene ya dos décadas-, de un utopismo crónico que se acomoda con
asombrosa plasticidad a cada medio haciendo las veces de justo medio, -en eso
tiene una coherencia que no puede negársele-.
Fue “resistente de la dictadura” pese a que ocupó todos los medios en la época
militar, es “disidente” del gobierno que la sostiene, somos “nosotros” los que
en definitiva pagamos la conspiración de que hablan, mañana será, encontrará su
nuevo lugar en la trama corporativa que se está gestando.
De poco vale querer argumentar que los “neorrománticos” y los
“experimentalistas” - señalados como “colaboracionistas” por más de un crítico
- tenían muy poca incidencia cultural comparados a los discursos en bloque,
ajustados a los verosímiles de la época, con el odio a la singularidad
encarnado en la crítica. Ayer nomás estaba el “ismo” que cabalga ahora.
Basta leer en Xul[L1] - integré la dirección de esa revista que
alcanzó su punto más alto en su número acerca de Girondo - la que luego derivó
también a los talleres donde todo nombre de autor está borrado. Este tipo de
acusación necesita de los “otros” para permanecer en su intachable esterilidad;
lo notable del caso es que no hay acusación de fondo, es una táctica
para intimidar que suele emplearse. Hacen lo mismo que Germán García con
Osvaldo Lamborghini: un juicio político a lo actuado en una época donde no
había política, cualquier cosa que no sea oposición declarada es cómplice. La
asociación libre en la interpretación cabalga hacia un Comisariado de cultura
en estos casos más que a una Secretaría. Ellos se dicen resistentes de la
dictadura.
Un “resistente” de la dictadura fue Luis Gregorich, que habló cuando hacerlo
implicaba un riesgo concreto, o Sebreli, su libro sobre el fútbol, que todavía
no ha podido ser asimilado porque toca un sentimiento caro a quienes quieren
mantener el pueblo en aquellos tiempos, en el estatuto de masa indiferenciada:
esa multitud que se cree engañada si no media la muerte.
Por eso el libro de Luis Gregorich La utopía democrática me deja un poco perplejo, salvo que no sea una reedición - no se
aclara este aspecto- , lo
que sería más grave porque supone que en esta época no hubo nada que objetar.
Parece que estuviéramos en los tiempos anteriores de la elección del ’83. Los
términos examinados oscilan en los paradigmas democracia/ dictadura, es decir,
al no diferenciar la República de la Democracia, justificar - o no criticar -
el utopismo que prevaleció estos años - hasta llegar a ser una forma de
fascismo como reconoció el rector de la UBA - no atisba el pasaje de los
tópicos de éste y el neocorporativismo. El enemigo “liberal” ocupa toda la escena, de ahí
que Utopía reaparezca en un oxímoron que todavía no ha encontrado su lugar, el
de la utopía democrática: “Hablo de la utopía democrática porque creo que la
democracia, así entendida, no existe en ninguna parte”. [1]
Yo diría que, al revés,
existe una hegemonía utopista que le ha dejado el “campo libre al miedo, al
conformismo y la indiferencia”, como él mismo comprueba al preguntarse por qué
la Universidad no forma críticos. El utopista nunca tarda en revelarse en
integrista bajo la máscara del más cómodo anarquismo. La respuesta está en su
afinado recuerdo de Jaime Rest, cuya ética intelectual muy poco tiene que ver
con el actual fervor por la impostura.
Pero hablando así de los cenáculos vienen a enterarnos que los militares
ejercieron el despotismo ilustrado como forma cultural, que en nada fueron
populistas, que las empresas del estado fueron vaciadas por manos privadas,
que apoyaron a Virgilio con millones de dólares y no al Mundial de Fútbol que
fue utilizado demagógicamente en el ‘78. Sólo una política de masas pudo lograr
que el pueblo -parte de él- fuera convertido en populacho, hablo de las miles
de personas que voceaban los derechos humanos en el mismo momento en que éstos
estaban ausentes.
El Mundial y la guerra fueron efectos masivos de esa política. El “todo lo
popular es bueno, lo mejor” olvida en mucho sus relaciones con el Volkeist,
el interés fundamental del pueblo por parte del nazismo, del totalitarismo, la
utilización idolátrica de su nombre para borrar el orden de derecho considerado
algo inesencial ante la plenitud de la vida. En la deslumbrante obra de Hermann
Broch, La muerte de Virgilio, Augusto pide al poeta que ponga la obra en
función del pueblo de Roma, es algo que la dictadura no logró hacer con Borges,
considerado por algunas voces de la nueva cultura como “el escritor del
Proceso”, cuando fue el único que habló cuando el Mundial y la guerra, efectos
masivos de dicha política. Es ya que los “cenáculos” en la jerga de la “nueva
cultura” no connotan una clase social determinada, o a desclasados flaneurs.
Cenáculo en esta jerga es más un anatema que un epíteto que incluye
colectivamente a todos quienes no participen o sean cómplices de dicha
propuesta y por lo cual puedo arriesgarme a decir que gran parte de los argentinos,
la mayoría, si ellos tienen razón, conforma una populosa oligarquía que se
ignora a sí misma. Ahí soy yo el popular si se tiene en cuenta con Kant que “es
la constitución la que hace de una muchedumbre un pueblo”.
El “seamos realistas, pidamos lo imposible” del editorial retoma un tópico
acrítica y demagógicamente, que redunda en medios anexos: el de la Utopía, para
redundar. No es la ciudad que Er, en Platón, en ocho anillos concéntricos
vislumbra como suprema armonía, no es el caso de utopías renacentistas donde la
sabiduría al predominar sobre el poder supone la renuncia a la Ciudad perfecta.
Es el intento de escribirlo todo de una sola vez, una expurgación que pasa por
alto las vías purgativas tradicionales que suelen hacer cuerpo con la cultura,
es la busca de un cuantificador universal que traduzca los todos a sí y en esa
imposibilidad lo que hay es la impotencia de un discurso que redunda en anatema
como forma performada de la palabra.
La utopía que propone la nueva cultura, para abreviar, es el terror como
relación social predominante. Hace años la cátedra lo predica
estrafalariamente. Con el coro de un circo melancólico. Para corroborar lo que
afirmo me remito a un reportaje realizado a uno de los ideólogos más celebrados
por la nueva cultura, Ricardo Piglia, publicado en La Razón - 15/ 8/
1985 - que respondió así a una pregunta acerca de las relaciones entre utopía y
política: “Las palabras se gastan más rápido que el dinero en la Argentina. Ya
existe una utopía alfonsinista según creo. Cuando yo digo utopía pienso en la
revolución. La Comuna de París, los primeros años de la Revolución Rusa, eso es
la utopía. Y eso es la política. Ser realista es pedir lo imposible. Baudelaire
y Marx tenían los mismos enemigos. ¿O vamos a entender ahora la política como
la renovación parcial de las cámaras legislativas o los vaivenes de la interna
peronista? En este país hay que hacer la revolución. Sobre esa base se puede
empezar a hablar de política”.
Más de una vez quise analizar las consecuencias culturales de este tipo de
enunciados, la eficacia que subyace tras un rosario de lugares comunes
exacerbados. Fue pedir lo imposible. Me consolaron: “no sabía de política”. Y
el colmo: criticar eso era “suicida”. Tal vez sí sabía un
poco de historia: es en la primera etapa de la revolución rusa en que Lenin
funda la Checa y de ahí hay una vía directa hacia Kronstad, entre
multitudinarios fusilamientos de opositores socialdemócratas, socialistas
revolucionarios, religiosos y anarquistas. Es pedir lo imposible que se
entienda como está comprobado que los campos y el Estado Totalitario comienzan
con Lenin que argumenta con precisión sobre el exterminio de todo lo que sea
contrario al Partido Único.
Piglia se basa en la ignorancia histórica de casi treinta años de
adoctrinamiento castrista, es decir, estanilista. Y había gente que se decía
liberal que aplaudía estos disparates, apoyaba desde ahí, así, en pleno ’85, cuando la suerte del gobierno
no estaba echada: al oficialismo, al “alfonsinismo”, eran
democráticos sólo para socavarlo, autoritarios para cualquier intento de
crítica no ya en favor del gobierno sino del sistema y la cultura que se iba
separando de éste. Pero, curioso, el gobierno más bien devolvía la pelota, era
una jugada casi exacta, un jeroglífico que sólo descifré escribiendo. O bien,
fui enterándome, por una beca cualquiera o por un viaje que oscuras autoridades
universitarias no hubieran aprobado, negado, tal vez -es otra hipótesis-, por
sorda complacencia, porque, más imaginativamente, Baudelaire y Marx no tenían los mismos amigos; supe que este tipo de ideólogos era intocable, debía ser elogiado
ritualmente, el pupilaje debía hacer coro, tenía que imperar el silencio, no ya
el sabio de Hermes Trimegisto sino la afasia obligatoria y esto hasta que el
ideólogo se decidiera a hablar, decir lo que los demás aludían.
Lo haría tal vez cuando no quedase ya voz de
disenso, cuando las palabras se hubiesen gastado y el dinero destinado más a
las becas que a informar al “pueblo” fuera lo que H. A. Murena caracterizó como
plusvalía del terror. Sería demasiado tarde.
Había que callar - sólo exaltar - un oscurantismo de corte
totalitario, que separa el terror, lo idealiza arrancándolo a rango de modelo
de la historia concreta en que tuvieron lugar; omite
a Napoleón de la Revolución Francesa, a Stalin, que fue un “buen” marxista, de
la Revolución Rusa, se niega a pensar si esos nombres no estaban en su génesis,
con un tipo de categoría que hubiese asombrado a Kant: la utopía es a la vez un
imperativo categórico e hipotético, falacia lógica y efecto de una concepción
terrorista de la cultura que explica por qué es tanta la ya afamada incapacidad
intelectual, estupidez de tantísimo pupilo. El mito de una expurgación obrando
en el interior de una cultura multiplica los efectos de repudio y
alucinación... toda palabra es anatema.
La mofa del Ideólogo a las instituciones democráticas - mera pérdida de tiempo
ante la dictadura que se apunta instituir - no significa que no estén en ellas,
que no las digiten, e impidan cualquier crítica bajo el chantaje de calificar de
“reaccionaria” o “autoritaria” cualquier objeción a la impunidad de un discurso
que toma en solfa la Constitución y militariza la cultura. Obviamente los
pupilos que más han ido en ascenso en la nueva cultura han sido algo así como
centinelas del Ideólogo, las primeras víctimas en lo intelectual.
La política de este tipo de
prédicas se anula a sí misma, no es sino el comienzo de la anulación de los
opositores. Pregunto a los señores del Rojas si no es “purismo”, anatema a flor
de labios en ellos, propugnar la eliminación del mismo orden que hace del
hombre un animal político impuro. Yo respeto las ideas de los otros. No las hay
para mí en estos ideólogos, es mi opinión. Ellos, sus anexos y cómplices tienen
el derecho a pensar como piensan. La “idea” que no me entra en la cabeza reside
en que la forja de la “nueva cultura” fuera apoyada con entusiasmo fervoroso en
los lugares formativos por el gobierno democrático pese a que de entrada
apuntaran a desgastar las palabras del sistema. Mientras peor vaya la cosa, más
famélicos estemos, mejor para sus propósitos, tal es su negocio. Para que la
muerte irrumpa como una fatalidad, punta del discurso progresista-utopista. Y
la nueva cultura es cosa vieja: hace más de dos décadas que padece de utopismo
crónico. Concluyo por eso que en el espacio - ellos hablan de campo,
sugestivamente - de la cultura no ha sucedido lo mismo que con las libertades
públicas, yo reconozco que un mérito de este gobierno es que no ha habido violencia
por parte del Estado, que muchas bandas de ultraderecha fueron desarmadas, entonces no entiendo por qué, correlativamente, tanto teórico de la
violencia utópica no haya podido ser objetado: lo imposible no era la utopía
sino la crítica al discurso que al no poder escribirse transforma en violencia
su impotencia de sentido.
La educación “humanista”, en fin, ha estado en manos de quienes apuntan a
intimidar o reincidir en el terror, que, hay que decirlo, no nace por
generación espontánea sino mediante todo un trabajo cultural, un programa, un
discurso, el de un utopismo crónico. Esto ya ha sido logrado en muchos puntos
discursivamente. Si los extremos se tocan en un justo medio será literalmente
el fin, el Campo se habrá realizado, cada “ismo” en fusión sueña con eso.
Por eso la importancia de cierto universalismo singular aquí y ahora, incluso
para ponerlo en crisis. Por eso tenían que atenuar, suprimir las literaturas
extranjeras, las lenguas, la lógica, todo cuanto evitase la dificultad que
pudiese hacer pensar y así integrar al programado Pupilo a la institución
“nueva” y su espíritu masivo de cuerpo. Tenían que
aplastar cuando fuese dificultad para un facilismo que de cabo a rabo se
resuelve en la acción. Por eso los profesores rezan que el lenguaje es acción,
tan pasiva e impotentemente.
Por eso también la novela de Piglia, podría describirse en cuanto al contexto
tomando en parodia su título: Operativo Artificial. Ya es pensable que tal
operativo viene de los tiempos dictatoriales, en los “cenáculos” más
oficialistas era mucho más fácil encontrar un elogio favorable a éste que la
sola mención del nombre de Osvaldo Lamborghini, en quien sí puede leerse no ya
un “resistente” de la dictadura, más bien un suicidado de la misma y no por
causa de los militares sino por un medio cultural que no toleraba entonces una
diferencia irreductible, es lo que he comprobado en retrospectiva, que no había
ahí oposición sino fusión: la "estética vigilante" a la que se
refiere en Poemas continúa invariable, hay temor para tratar temas conflictivos
por parte de la cultura transgresiva, en hablar de lo no dicho.
Es más: ya se atisba que quienes ayer y hoy, puntuales, hicieron
los deberes que había que hacer ya andan negociando el pase para el futuro
gobierno, estudian los beneficios de las corporaciones y eso es inútil, son
corporativos de la cabeza a los pies, la vanguardia apunta a ocupar más que a
transformar el estado, las diferencias no son muchas con lo que llaman el
Poder.
Los méritos de esta novela, que literariamente no son pocos, se dan cuando el
autor contradice sus ideas. La nueva cultura tiene por objeto la sustitución
del mercado por el discurso universitario, mediante una intimidación casi
sistemática, votaciones digitadas.
Recuerdo, ahora, que en una mesa cultural un profesor de literatura (pupilo)
quería ganarse unos puntos a favor, -exaltaba esa obra con plena
inconsciencia-, decía que la Novela era la apoteosis de la Delación... Yo, que
estaba por casualidad, le tomé la palabra y fui sacando conclusiones, la gente
aprobaba, no eran tampoco universitarios lavados de cabeza, “descerebrados”...
asombrosamente comprobé que el pupilo ya estaba de acuerdo en todo conmigo...
qué fácil generar obsecuencia... un pase mágico... le dije, irónico, que
cuidado, que había testigos, terminarían por delatarlo a él. Cada vez que lo
veo tiembla. Pero no le dije lo que no quería oír: que la diferencia de este
autor con Fulano no es de calidad estética, estriba en que no ignora que Lutero
ha vencido, por eso lo suyo tiene muy poco que ver con el análisis de la
situación concreta (Marx) y mucho con el discurso de los fines, que no se trata
de una dialéctica terrorista –si buenos son los fines no importa qué medios- sino en tratar los fines
como si fueran medios desde –he aquí lo nuevo- un discurso ya hecho,
escatológico. Y entonces leo que esta novela reducida a consignas, pasando por
alto quién ha sido Alberdi, es el cuentagotas de “lo que hay que saber”,
repetir, para entrar en el trastorno de la nueva cultura, hacer que la gente tenga
su Autor, su discurso universitario, paso previo al Campo.
Es posible contarla por teléfono: ilustra el sistema de delación que como
personajes encarnan los “pupilos”; hay un curioso contraste hoy en lo
ultrapolitizado de los maestros y la asepsia de los Pupilos, que sólo ante el
surgimiento de otra idea incurren en el anatema. Sufren un seminario tortuoso,
casi inimaginable: el vivir el –fin- del marxismo como protestantismo que no
dice su nombre, no entienden cómo los viejos liberales, tan odiados, aplauden
la buena equivalencia de un estilo sencillo. Ellos también saben que Lutero ha
vencido. Por eso el enemigo mayor del sacramento de la confesión –léase a
Joyce- puede posponerse indefinidamente, ser “utópico”. Se entiende por qué
Arlt caracterizaba al Astrólogo como un cura protestante...
En los años setenta se
acusaba a Néstor Sánchez de estar con el poder por publicar en una conocida
editorial donde llegado el momento los escritores comprometidos terminaron
dirigiendo colecciones y David Viñas colocaba al autor de Cómico de la
lengua entre los primeros de la lista de escritores no comprometidos, es
decir, enemigos de la futura Revolución que ya está ensayando a la cubana su
proyecto de cultura. Es este estilo de componenda e intimidación lo que para mí
explica esa tristeza final de un Raymundo Lida que parece llevarlo a buscar la
transmisión de su lectura de
Quevedo no en un contraste con Borges sino en lo que pueda leerse en su
interlocutor, H. A. Murena, en El Sueño de la Razón. Conmueve leer cómo en ellos la cultura no suponía un acuerdo
político previo, tejes y manejes de algo ya cocinado entre bambalinas sino un
espacio de diferencias abiertas: “El choque solía ser fuerte y revulsivo. Nos
lo agradecíamos sin embargo. Si en cambio llegaba a producirse tal acuerdo
pleno, tal cual unísono, nos alarmábamos tanto él como yo, y era entonces la
equívoca coincidencia la que pasaba a ser, al instante, centro de una nueva
discusión”.
Lección del maestro: a diferencia de la nueva cultura donde todo diálogo requiere
un pacto previo, digitado, entre ellos bastaba un acuerdo ético mínimo
–respecto a la prehistoria, que no cesa, curiosamente, de retornar- para que
todo lo demás, el resto, fuera diferencia.
Pupilos. El tiovivo de plata sobre el campo de gules. Progenie de Poliscuerpón. Así la crítica Matilde Sánchez llega en su idolatría por la
revolución simulada y por el ismo de pertenencia –que sustituye los escudos,
las armas y las letras- a colocar el Diario de la Guerra del Cerdo de
Adolfo Bioy Casares en la conspiración utopista, expone – revista Vuelta,
número 8, 1987- sus ideas sobre la crítica en estos términos: “La crítica de la
democracia –que es la crítica oficial en el término más amplio, puesto que es
consagrada y ya no debe luchar por su lugar de emisión- se propone instaurar el
modelo de funcionamiento de “una asamblea de la ONU” donde cada sector tiene un
tiempo y un orden para “exponer”, pero donde todos podríamos sentarnos junto a
nuestro opositor. Mostrarnos respetuosos de las diferencias y saludar al
vecino. Como en la ONU. La idea de convivencia pacífica, triste conquista de la
democracia que nos “civiliza” se describe mejor con la palabra indiferencia”.
El modelo de la guerra de
todos contra todos para la democracia no parece muy feliz. Ya el rector de la
UBA puede enterarse de qué teoría dialógica se trata, razones como ésta son las
que llevan a impedir la palabra al otro. Ya el lector puede saber a qué
responde que a cada frase de pupilo surja, invariable, un nombre lejano:
¿Bajtín? La crítica es en esto polifónica: dice lo que el discurso general de
los maestros, más astuto e hipócrita, calla. Se trata de ocupar el lugar del
otro que sólo es una entidad hipotética, todo debe estar arreglado para la
componenda donde el otro debe ser sólo una ausencia para anatemizar y si se
atreve a estar, bueno, impedirle exponer argumentos, nada de “tiempo”,
reversibilidad: la indiferencia pupila se asimila a todo
cuando no interprete a Los
Siete Locos de Arlt como
terroristas concientizados, es éste su proyecto “ambicioso”, hace a la paradoja
insaciable de un discurso que por su lugar cultural es totalmente oficialista
pero que reniega de eso en su deseo de abolir las opiniones individuales, el
derecho jurídico, “triste conquista” de la democracia, eso reza –la ONU por
decadente que sea debe tomarse así, como un tropo desplazado, del derecho
individual y va de pupilo en pupilo.
Así cada disparate dogmático que lanza Piglia –dirá que para Macedonio el
estado es una ficción, sinónimo de algo irreal, cuando para este metafísico era
una de las pocas cosas palpables; explicará la
escritura de un Borges por la tenencia de una biblioteca, la propiedad privada
es el mal y especialmente si hay en ella buenos libros, que deja en silencio
por qué tantos coleccionistas de libros no escribieron El Aleph –será transcrito en una cadena interminable.
Se entiende por qué para Beatriz Sarlo el escritor utópico es nada menos que
una de las mentes más inteligentes del siglo: con su maniqueísmo, con unas
pocas ideas arbitrarias sobre Arlt –dará cuenta de los locos a través de la
circulación del dinero del único capítulo que se ha leído de Marx, cuando este
mismo estaría de acuerdo que su proyecto, el de los locos, es el de abolir el
dinero, toda circulación, oro rojo donde sólo la muerte circula como
equivalencia y relación mayor- y con una novela de sesgo didáctico, escolar,
abre no ya lo posible sino lo mejor a lo que se refiere la crítica: la doble
supresión de la literatura y de la crítica que resuelve todos los problemas a
profesores ineptos para pensar en algo que no sea lo que un libro “debe ser”.
Esto también ha llegado a incidir en los de un indudable talento. Ya no se sabe
qué puede ser frívolo para César Aira, ha habido el adiós a su entonces
solitaria, sarcástica e inicial crítica al “operativo artificial” aún bajo la
influencia de Lamborghini, o bien ahora no cree ya en las palabras –literatura-
o bien hay una frivolidad tan severa que permite ser frívolo, ahí donde
conceder en las palabras es concederlo todo, así escribe sobre el autor de Poemas: “La clase obrera era en su sistema un objeto privilegiado
de representación (creo que más bien debería decir “sujeto”). Para Osvaldo
Lamborghini los términos “sistema” y “representación” estaban marcados
críticamente, en forma negativa y según un programa de las vanguardias de
principios del setenta que él fue el único que llevó a cabo, con límites que
están en la propia concepción de sus obras, pero lo cierto es que en Sebregondi ninguna clase social puede constituirse como clase lógica habida
cuenta de cómo obra la voz, el juego dialectal que la fragmenta mediante un
pulso consistente: pensar así es reducir la singularidad que escribió a las
virtudes de un proletariado utópico, el neopuritanismo de la transgresión sin
verbo, que cree en la sociedad y en la sexualidad liberada según un orden
natural “privilegiado”.
El autor es un aristócrata –“popular” está de más ante ese nombre que causa
pavor - escribe García, escribió para los buenos, los obreros, responde Aira.
Ambos dichos pertenecen a una misma película que tiende a abolir un mal
irremediable. Vamos del género a la especie y de ésta otra vez al género: los
aristócratas debían morir y, ay, los revolucionarios son demasiado parecidos
entre sí. Poco tiene que ver Lamborghini con las solidaridades violentas, las
fraternidades típicas que generó la Revolución Francesa, retomadas por el
utopismo. Si hay que hablar en términos de clase estaba más cerca del
lumpenproletariado como Pier Paolo Pasolini, como él mezclaba los dichos más obscenos
con los dialectos más exquisitos –provenzales, decía Pasolini-; pensaba como él que el “obrero” era un sujeto poco erótico,
uniformado, trabajado por el poder y que la clase obrera un efecto, un síntoma,
el más decadente de la burguesía que una clase media ha travestido con los
ribetes más idealizantes para llevar a cabo sus oficios. Pensar así es entregar
a la madre Hogart al Laboratorio. A la maldición escolar que se supera como
utopía conspirativa. La última referencia de Lamborghini, que yo sepa, fueron
pensadores como André Gluksmann,
ante el atisbo de un Deleuze
de cuarta categoría, su escrito tiende no a un devenir obrero
ni mujer ya que esto se resuelve en función de un proletariado utópico El
descubrimiento que no se le
perdona a Sebregondi es el de notar que la homosexualidad y la femineidad como
síntomas comunitarios están en todas partes, menos en el mal, en el verbo que
atraviesa la miltancia sexual. Yo no puedo, en fin, creer que César Aira –en
quien Lamborghini reconocía como en pocos un talento artístico que no desmintió- piense eso, tal vez lo
escriba por la presión del contexto, ha de militar en todo caso hasta el más
sutil de los frívolos, ser todo un ejemplo. La palabra “sujeto” es demasiado
tímida en su frivolidad para merecer comillas... de todo esto que voy diciendo,
si tal cosa acontece con los mejores, a quienes, me digo, su sola escritura
tendría que arrancarlos de la reproducción de los lugares que se instituyen con
el solo objeto de liquidar la literatura, firmar la paz en cuanto a la
diferencia de sexos.
Y esto es algo que da tristeza: hay gente que ha sido ya tornada abyecta en
cada uno de sus poros, no hay para ellos retorno posible, están de vuelta,
girando en el molinete, sacando pasaporte para los nuevos lemas. El Laboratorio
ha logrado milagros casi inverosímiles por pedestres, brujos amores funcionan,
los ismos más diversos se funden en un abrazo homo-sexual, funcional, donde
utopismo obliga: así toda la obra de Lamborghini, el dinero recuperado por un
nombre en el desierto va a parar al filón utópico; aportes
de la buena conciencia europea, los únicos capitales que son buenos ya que
están en función de una nueva clase nobiliaria, han logrado que el profesor A que leyó libros que ellos
ni hojearon diga a cada momento que el lenguaje es Acción con una pasividad
cada vez mayor, danzando al compás del candombe utopista, que Sitio se
haya vuelto un reflejo que completa a Contorno ya sin diferencia, que Xul,
como toda estética anarquista vaya en el furgón de cola de la utopía descubriendo
su vieja aspiración, que el crítico B haya expurgado de su libro sus
señalamientos al “estilo” de Josefina Ludmer en su reseña sobre la nueva
crítica en Capítulo... Dijo lo que casi todo el gremio pensaba: que la
profesora no sabía escribir... ahora viene a citarla cuando tampoco piensa. Lo
interesante en Ludmer no era
la Teoría sino cierto ritmo, un choque musical con los textos que se ha ido
ensordeciendo por una idolatría de lo menor, que sólo le da oír la voz del
pueblo, más pura en cada vuelta de las manos de un siglo que ha querido ser
todos los siglos, horizontal, el cuerpo, vertical, es lo mismo... su Borges de
los arrabales deja de lado que para éste la lectura de Carriego es una
introducción a la metafísica, tal el truco de su ensayo, el tahúr
resulta escandaloso, así se le marcan todas las cartas, la tentación de
reeducarlo es sistemática, o al menos convertirlo en voyeur de los zaguanes de
la poesía gay, el barroco, neo, comunitario, enunciándose puntual al contexto
en el que hay que estar. Ludmer parece también querer borrar la diferencia
–literaria- entre los payadores y los escritores del gauchesco postulada por
Borges y trasladar la payada a todas las cosas, cree en un pueblo productor de
cultura pero no es el pueblo sino las masas que son las musas ahí donde toda
musa es histérica. Es del desconocimiento de la Revolución
cultural china donde hasta celebrar el claro de luna era considerado algo
“feudal”.Admito que hay algo personal en mi resistencia a una manifiesta
supresión del nombre de autor, la exaltación de cuanto sea “menor” que en
ningún momento se interroga con sus complicidades posibles con el Volkeist,
es sabido que cuando suena la Voz de la Tierra, pura, la violencia es
inminente. Esta epopeya reaparecerá en otro número de Capítulo escrito
con el pseudónimo “El Chiche” en nombre del mismo Poliscuerpón: el tema del dictador esclavo del pueblo,
dirá Hugo Savino, que es el punto ideal de todos esos anatemas en curso. Vamos
del patio al zaguán siempre por el arrabal lineal: la utopía requiere el
funcionamiento homogéneo de las interpretaciones, borrar cualquier cosa que
llame a perplejidad.
El imperativo de toda una época sonó fuerte, hay que olvidar a Borges y tanto
que ya sólo se lo recuerda no ya como autor de Ficciones sino como el escritor de la dictadura; los placeres de sus lecturas en nada solícitos con la época
quedan de lado, también, su voz: para mí, lo afirmo en primera persona, Borges
fue el escritor menos complicado, no por lo que pudiese decir en su contra sino
ante todo por el modo en que se dejaba oír: era dable
escuchar en su sola inflexión de voz que la literatura todavía era posible
fuera de la raza, la tierra, los ídolos de la sangre, el pueblo como mito
fascista, era una diferencia máxima, no extrema que viene a encontrarse con
quienes con mayor arte sostuvieron en su voz el lugar del escritor: Murena,
Lamborghini, Néstor Sánchez, escritores todos ellos irreductibles a la progenie
del siglo pasado que termina siempre en Poliscuerpón.
En los zaguanes colectivos de la nueva cultura no pasa lo que se dice nada.
Dejando de lado que las mujeres recuerdan mucho mejor el pecado, hay que decir
que esta ideología está en contra de los homosexuales en cuanto a individuos ya
que no se trata del amor a un hombre por otro como en la complicatio proustiana
donde hay por lo menos cuatro sexos – Platón mediante- sino que todo pasa por
la noña letra y el platonismo de fin de siglo de los militantes sexuales.
Ante los zaguanes, el Hotel, memoria de Poemas de Osvaldo Lamborghini, en paráfrasis de
José Hernández y Pascal: de cómo todas las desdichas humanas han
tenido lugar no tanto por el hecho que el hombre no sepa quedarse en su
habitación sino por no tenerla, lo único ejemplar es una vida de hotel que pone
en su travesía tantas pequeñas miserias teóricas, menores, ahí sus criaturas
prefieren ir a una última frontera en el desierto, nombrar a la Virgen en las
últimas fronteras para no sucumbir a la purgación definitiva de una vanguardia
paga por el Estado. Gredas en los ojos. Cantar que nos recuerda que además del
puritanismo populista, siempre intachable, idealizante y consecuentemente
violento al fondo del zaguán de la nueva cultura está el utopismo, hijo
decadente de un marxismo imposible, cosa impensada y vieja que nos recuerda la
teoría de las dos verdades de Averroes: una para los doctos, otra para el
pueblo. Averroes redivivo en busca de quienes refuerzan la credulidad en el otro
socialismo, el que nunca ha sido. Ni será pero que es útil para mantener el
mejor de los negocios de toda una generación, la muerte como valor de cambio en
el país de los malos negocios, el dinero considerado no como institución sino
como espejismo, también la permanente intimidación, la garra dicotómica, como
si él no pudiera escribirse fuera del
lenguaje. El uso cada vez más disparatado de las teorías modernas, toda la
reflexión posmoderna resumida en unos pocos epítetos que a borbotones
justifican un utopismo que para ellos es anécdota sirve para enmascarar sin
astucia una palpable ausencia de reflexión, y en el fondo del zaguán lo que
está es el coitus furens imposible cometido por Utopía sin mancha, sexo,
erotismo, sin dificultades, que nadie sufra ningún complejo: tal la neurótica
ilusión de un futuro exento de repetición que se repite como expurgación
anulando en esa línea toda vía purgativa tradicional que pudiera llevar a un
cambio de haz, de lógica, de texto, efecto de un repudio apenas representable
para el cual todo es ilegible menos su investidura convencida, creencia que en
un futuro habrá una buena relación sexual: es la religión
de un fin de siglo que milita en todo saecula saeculorum.
La N. C. deviene así el intento de construir una
Torre para instaurar un síntoma repetible, codificable, que ahorre todo
padecimiento de escritura y rompa las tinieblas en un mundo salvado de todo
efecto de nombre. Fatuidad de tal meollo: Laboratorio obliga.
2 PURGACION: UTOPISMO DE VIA PURGATIVA.
“El nombre propio es la comunidad del hombre con la palabra
creadora de Dios. No es éste el único caso y el hombre aún conoce otra
comunidad lingüística con el verbo divino”.
Walter Benjamin, Sobre
el lenguaje en general y el lenguaje de los hombres.
“Me aislaré de todos hasta
perder la conciencia de ellos. Me crearé enemigos por todas partes, no le
hablaré a nadie”. Así, con estas palabras, podría encabezarse la vía de Kafka,
la vía purgativa brota desde el punto abisal de un círculo puro –“sin
relaciones humanas no hay mentiras visibles”. La palabra construye una no
relación, el círculo que gira sobre un hueco: el vacío de la Ley, su deber ser
que debe quedar así – a riesgo de que su texto sea una máquina de muerte- para
quien irrumpe desde tan lejos como si temiera una demasiado cercana fusión.
Kafka recomienza siempre la aventura loca de una separación imposible por la
Ley misma con que se ha
endeudado. Es una vía. Distinta a la de Pier Paolo Pasolini en la Divina
Mímesis, nada salva ahí la diferencia sin fusión entre Paraíso e Infierno.
Diotima queda lejos, es una Loba, es imposible como en el Banquete ligar
el todo a sí mismo, evocamos, con San Juan, el pasaje del Cantar al Cántico:
desaparición de determinaciones
temporales, ardor de vía negativa: no hay resguardo ante la fusión o la
contaminación, la Ley se divide ante el desafío del deseo.
La relación –hermenéutica- pregunta y respuesta reaparece en los intentos de
purgación que se llevan a cabo con desconocimiento de causa, quiero decir la
ida y vuelta del discurso tiene la forma de la filosofía clásica pero persiste
el contenido de la religión utopista.
Al no romper totalmente su relación con la cultura – considerada en sentido
amplio, los argentinos como herederos de todas las tradiciones al decir de
Borges -, al no caer de lleno en lo que está a término de un discurso cuyo
correlato es el terror, es posible hablar de ciertos discursos
tomados todavía en la instancia utópica que recorren una vía purgativa: les
falta romper con la religión de los hombres, reconocer el Verbo, “la
resurrección continua – purificación- es un casi-nada” (Jankélévitch).
Así en una revista –seria- de connotaciones utopistas, Héctor Schmucler – La
Ciudad Futura, número 10, 1988- en su artículo “Miedo y Confusión” ha
escrito una reflexión conmovedora, en nada usual, habitada por un efecto de
verdad: ha dicho que el lazo social escrito por el terror, esa relación –que
niega toda metáfora- era monstruosa. Escribe para poder nombrarse, nombrar a su
hijo muerto: hay el comienzo ético de una enunciación.
Dice: “La utopía de un mundo mejor encarnaba en muchachos dispuestos a dar su
vida por el triunfo de la alegría. Y la dieron. Multitudes empezaron a vivir el
entusiasmo de compartir, de reconocerse en sus semejantes. Los guerrilleros
sentían que su vida –y su muerte- tenían sentido. No sabían que la tragedia los
conducía por un mundo inimaginado. No es fácil ponerse a contemplar los signos
del cielo cuando el ojo tiene la luz para observar la mira del fusil. Tal vez
por eso los guerrilleros no supieron ver que con su generosidad se tejía lo
monstruoso”.
Con la inevitable subjetividad de quien tiene un hijo muerto, Schmucler se
impresiona, deja en estupefacción al lector cuando anota las palabras de uno de
los líderes de la lucha armada, Mario Firmenich, que hace este cálculo, este
cómputo estratégico: “Tenemos cinco mil cuadros menos, pero ¿cuántas masas
más?”. Sin duda su hijo era uno de esos cuadros, un “instrumento” según las
palabras terminantes del líder. Mientras más gente muera, más masas tendremos,
tal la lógica cuantitativa de este tipo de terrorismo que se inscribe en el
campo de la psicología de masas.
El ensayo que escribió Freud al respecto permanece invulnerable,
no así su Malestar en la
cultura: Freud entre las salidas que enumera como
respuesta al malestar no sospechó que con el advenimiento del totalitarismo
subyacía la hipótesis de un posible bienestar de la cultura, el utopismo
no hace sino poner en acto ese programa. Schmucler no extrae conclusiones
inmediatas, pasa al subjetivismo ideal, ya piensa, demasiado inmediatamente, en
otra cultura en la que afirma como expresión de deseos que “quisiéramos pensar
que ningún ser humano tiene derecho a decidir la muerte de otro”.
Cierto. Sucede ante todo que hay que reconocer que la cultura utópica no es una
cultura en cualquiera de sus acepciones tradicionales –oposición a la
naturaleza como núcleo común- salvo si se admite la coexistencia de un universo
de discurso afín a los campos, tan policial que la policía – a diferencia de
las dictaduras más represivas- siquiera se hace notar como ocurre en Cuba en la
cual toda sombra de oposición ha sido barrida, extirpada, reina la paz
totalitaria, óiganse los gritos de El Central de Reynaldo Arenas,
el insulto a la Virgen que es un rezo que pregunta qué quiere significar ahí la
Cruz roja internacional.
La utopía no es sino un programa concreto –político- que necesita del terror
para instituir este tipo de lazo social. Por lo tanto el “quisiéramos” no tiene
necesidad de ser una expresión de deseos, escribirse en subjuntivo; el imperativo kantiano, que prohibe tratar al otro como
instrumento, está para resolver el dilema y la antinomia: hoy, aquí y ahora,
“nosotros”, en cuanto sujetos de imperativos éticos podemos impedir, luchar
para que un hombre no decida la muerte de otro. Esto supone abdicar del uso
–válido en el arte, en la ficción- del tiempo que hacen los extremismos para
los cuales el presente es temporal pero es un tiempo donde nada ocurre salvo la
opresión de siempre, es sólo un trampolín en una línea de horizonte hacia un
futuro preso de un pasado que es su idea fija, su texto ya escrito. Por eso el
imperativo de Kant es intemporal, correlativo a un sujeto de derecho. De hecho
el “quisiéramos” incurre en presente, hay que tener en cuenta la gente que
salió a la calle en los sucesos de Semana Santa cuando recrudeció la acción
fascista. Pensar que - si esta frágil democracia no es una
figura de paja que hay que quemar para que salga el sol hiperbólico de un
futuro monumental- algunos hombres, integrantes de las
fuerzas del orden, tuvieron que ser amputados para defender un sistema que más
que otro cualquiera permite la crítica y la transformación consecuente. Los que
desactivaron bombas dieron una parte de su cuerpo, pudieron dar la vida para
que ningún poder -–más que ningún hombre- decida la muerte de otro, lo hicieron
para que Schmucler u otros puedan ejercer su crítica. No es necesario,
entonces, esperar un futuro utópico para que tenga lugar esa generosidad
subyacente de muchos jóvenes que se encaminaron al activismo; la generosidad, en su misma acepción, excluye las definiciones
maniqueas, hay por ejemplo una generosidad implícita en quienes no sucumbieron
al terror al inferir la monstruosidad que se tejía con los ideales de los
jóvenes de una – mi – generación que nació en una cultura que les impidió
sublimar esa carga de violencia con que el individuo entra en el conflicto de
las generaciones. Hubo un culto de la muerte que es imposible
idealizar porque está fraguado para eso mismo, la idealización total que se
resuelve en idolatría.
El trabajo de Schmucler me permite decir que estamos ante estilos cuyo rasgo
destacable reside en que la violencia de por sí no es un signo positivo. Esto ya habla de toda una vía de purgación que lleva a un discurso
marcado por la utopía a reconocer el presente de una cultura, sus vínculos
abiertos al pasado y el futuro, otras longitudes de onda. Schmucler está sin
duda éticamente en las antípodas de los teóricos de la violencia ideológica
pero filosóficamente tiene la misma concepción del tiempo que ellos. Los
maestros dicen: la democracia, las instituciones, son figuras de paja, el
parlamento, un conjunto de muñecos, imitemos el discurso de la guillotina, después
comenzaremos a hablar.
Schmucler habla pero todavía
cree que las cosas importantes sucederán allá, en el cielo concentracionario de
los imperativos utópicos.
Lo monstruoso no residió sólo en la tortura o la exterminación de quienes
ofrendaron su vida por una sociedad a la que creían mejor, lo monstruoso fue
que esa sociedad soñada era una máquina de comerse a los hombres o que muchos
de ellos, los jóvenes, fueron negociados, entregados por las direcciones, lo
monstruoso estaba implícito en la lógica misma de ese discurso, en la
hipocresía inigualable de unos maestros cuyo correlato cultural está muy lejos
de haber sido analizado.
Los maestros de la violencia teórica –basta leer las revistas de época- decían
al principio de los años ’70 que la única alternativa (es decir: la no
alternativa) era adherirse, militar, como único camino, en las organizaciones
revolucionarias. En plena transición democrática vuelve a repetirse lo mismo
¿Me equivoco, soy parapolicial, si digo que no han aprendido nada? Que la
figura del duelo está ausente: que también los muertos han sido tomados como
instrumentos.
Es así. Porque tal como se ha dado nuestra última historia ya tiene que
asombrar menos que haya quienes tomen a otros como “instrumentos” que los
taimados oficios de los que se las han arreglado para impedir toda crítica a la
reaparición solapada del terror cultural, que abrumaron la apología de un
escaparate de décadas cuya “novedad” ha sido la de sustituir a los entusiastas
jóvenes –los militantes- por los pupilos, éstos, a diferencia de aquellos, no
tienen principios, son los soldados de la nueva cultura que no dudan, temerosos
ante todo de la diferencia de pensamiento, esperan que otros procedan por
ellos. Por eso el rasgo diferente es éste: lo ultrapolitizado de los maestros
con el desánimo ideológico de los Pupilos.
Pueden ser “marxistas”, “populistas” y hasta “liberales” pero en esa confusión
siempre se refuerza la totalitaria utopía. El deliberado cálculo de la nueva
cultura hoy parece ser:
cuando menos se piense, más pupilos, soldados de la cultura que no duden
tendremos, y haya anatema para todo cuanto suene a intelectual. Schmucler se
atreve por el camino riesgoso de la duda, se da cuenta de que está solo, la
diferencia de él y los utopistas violentos es abismal pero en cuanto a la ética
y no a la cultura, y reside, en lo primero, que esos pequeños intelectuales con
sed de sangre no pueden tenerla. Schmucler quiere tenerla y no puede
encontrarla, eso no debe llevarlo a desesperar, su caso es el mismo de una cultura
que se busca y, digo yo, para encontrarse tendrá que saber perderse: encontrará
así una vía donde lo cultural se dirá exento de terrorismo. Queda por eso su
honestidad. Que se hace pasible de esta crítica: a mi entender Schmucler
todavía, como muchos intelectuales, cree en el otro socialismo, el
utópico, imposible, fuera de los democráticos – y por lo tanto falibles- y ahí
su discurso viene a coexistir con la fachada que propicia el futuro del
utopismo en bruto, por eso enuncia la cuestión del derecho en subjuntivo irreal
cuando en el actual estado de derecho esto es un logro presente, mejorable, con
todas las críticas que pudieran deslizarse. La Utopía –que concretamente hasta
hoy sólo ha dejado muertos- impide aquí la traducción entre una ética individual
y una social. Por eso al creer en la existencia del otro socialismo, lee
en los socialismos concretos “la otra cara de la moneda que se estampa al
capitalismo”, confunde los sistemas socialistas y capitalistas con utopías. Hay
entonces una utopía socialista y otra capitalista, esto, además de asimilar
estos sistemas a los dichos de sus filósofos tiene como elemento objetable el que
con esa lógica separa al discurso utópico de su connivencia con el terror, algo que se da concretamente en la Argentina y que su texto había
empezado a hacer la crítica al hablar de los ideales de los jóvenes: no
puede hacer, en fin, la crítica de una cultura porque cree en otra que futuriza
el imperativo kantiano y ahí es donde los utopistas imponen el suyo.
Pese a que diga que las revoluciones han contribuido a la “desazón y el
desasosiego” no atisbamos entonces cómo se asistirá a una cultura no
intrascendente, a un “nuevo Pentecostés”, como escribe, “que nos rehabilite del
castigo babélico” si antes no se analiza el texto hegemónico del utopismo que
intenta construir una torre para perpetuar el síntoma. Para los maestros de la
violencia y distintos tipos de acólitos, el negociado mayor sigue siendo la
muerte a partir de la falsa premisa de que en el mundo hay algo peor que ella misma. No les importan
los caídos ni los que tengan que caer para mantener el núcleo fantasmático de
su abigarrado discurrir, su legitimidad indiscutida que se genera al situarse
fuera de lo legal, fiel a lo clandestino sobre un campo de masas: el lugar
central de la batalla que lo purificará todo es su belicosa insistencia, la
Revolución, ora marcada con la taumaturgia de lo imposible, ora con la
dramaturgia de lo virtuoso y lo intachable, encarnación terrorista del Bien
mismo como simulacro, la Revolución como copia, imitación no consciente de sí
misma: el utopismo es esa fibra tardía y cortesana, la paradoja de ser un
discurso público enclaustrado,
incapaz de toda discusión ya que una sola caída de sus apoyaturas ideales echa
abajo toda la construcción.
De ahí el anatema unas veces pontificante, otras patotero, el cambio de los
tiempos, la necesidad de una dictadura para reproducir su antítesis, su idioma
persistente y guarnecido, afín a una naturalización antropomórfica de la
historia, su sistema de alusiones que reproducen la denegación de un discurso
donde el poder es el mal, pero el mal son los otros, utilizando la primera
persona para declarar: yo no tengo poder, sólo la pureza sentimental de un
devenir pupilo...
Sin embargo, ya a pesar de la falta de historiadores la historia produce encuentros que imitan
el peor surrealismo. El sistema de referencias del discurso utopista parece
haber hallado su talón de Aquiles pero también su fuente dorada –tan deseada y
tan temida- en la utopía corporativa que se esboza en el libro de Carlos Menem,
Argentina Ahora o Nunca, como programa de gobierno. Como emergiendo del Facundo
y a través de una noche bengalí para un lector de ficciones. La ficción no es
metáfora o metalepsis, es comparación en este caso: como si los extremos por
tanto tiempo separados hubiesen
encontrado su posibilidad de juntura, su clímax, la escritura sin texto de una
epopeya fundacional.
De buena gana escribiría un ensayo dando cuenta de cómo los enunciados rectores del utopismo se desplazan
en la Argentina hacia un punto de condensación que no es metáfora, es el texto
que ahora quiere ser el original y que nace de comparación. Nada como este
libro –que en el discurso más tradicional añade un plus, lo toma para sí, lo
expropia al utopismo- prueba que la posición del gobierno fue, ciertamente,
tolerante con las libertades públicas y la libertad de expresión, pero muy
débil, inexistente, en su versión cultural – en cuanto lugar de una génesis
discursiva, probable, no utópica-, la trama cultural fue cedida casi por
completo al utopismo que favoreció los ismos que ahora reaparecen condensados.
Lo que hace Menem es tomarlos a la letra, el abrazo “antiimperialista” es generalizado y no una utopía, él a
diferencia de ellos tiene masas que le responden, su único obstáculo son las
instituciones. El “mal” reside para esto en los partidos
políticos, en la “partidocracia”- ese mismo
sistema que los popes utopistas consideraron una mera pérdida de tiempo ante el
Acontecimiento fundacional. Por otra parte las diferencias no son muchas si se
lo piensa dos veces, precisamente por eso el utopismo se aterroriza en los
pocos comentaristas que piensan: ¿y si eso fuera en serio, si hubiera alguna
realización?
Es lo que puedo leer en el número 25 de La Ciudad Futura – junio de
1988- en un artículo firmado por Javier Franzé – “Efímeros, pero tediosos”- que
analiza los libros de Eduardo Angeloz y Carlos Saúl Menem.
Paso por el análisis del libro del primero: lo que discuto en este texto es la incidencia del
discurso utópico y no tal o cual programa de gobierno, pero al respecto señalo
que la exclamación de Angeloz cuando se confiesa deudor de las corrientes del
pensamiento universal, supone un programa cultural ecléctico, sólo lecturas. Es
una exclamación retórica,
válida en un discurso que, me entero, se atreve a expresar que “el patriotismo
es el último refugio del canalla”, a hablar de
las “sólidas contribuciones de los argentinos a la historia de la estupidez
humana”. Al menos el crítico habrá de conceder a estos dichos negativos una
traza de estilo que dista bastante de la demagogia al uso –tanto más si es un
programa electoral- , e incluyo en ellas a muchas corrientes del propio
gobierno. Ecléctico o puro, yo, por otra parte, pienso que no tiene que haber
programa cultural alguno, sólo una actitud formativa que haga intervenir lo
menos posible al Estado en estas cuestiones.
Cualquier lector de Hannah Arendt sentirá cierto estremecimiento al leer las
frases que el comentarista cita del programa de Menem: “Hay una empresa épica y
monumental que nos aguarda desde el fondo de la historia. Vamos a concretarla
de una vez por todas”. Cualquier lector que no tenga la lectura que la
Universidad ha hecho de Arendt: omisión segura del capítulo donde habla de “La
Elite y el Populacho” que está en la[L9] génesis del totalitarismo[L10], Franzé registra el efecto “Argentina ahora o nunca o la lectura
como pavor: para ir eligiendo el punto de fuga”. Por cierto que el pavor no
desaparecerá si se abandona la crítica, punto de fuga de este cuadro confuso.
No se trata como dice Franzé de una “gesta” sino de determinada política que
como él mismo lee se sitúa
más allá de la política como utopismo: la diferencia reside en que este
discurso tiene una vocación realista, que el mito de la acción pura del
utopismo no es una fantasía sino un montaje de poder, con sus efectos de
simulación bien estructurados. El elemento idolátrico, del mismo modo que el
utopismo, tiene fieles de veras, no se trata aquí de un proletariado utópico:
por eso los escribientes –puntuales siempre con su época- del utopismo ya
“traicionan”, se pasan de filas. La lucidez de Franzé al respecto habla también
de cierta tenacidad, ya que el utopismo en él no está elaborado ni resuelto. Así el caudillo riojano postula:
“Llevo dos banderas en este camino. Una bandera es de Dios, la fe. Otra bandera
es el pueblo: la esperanza”.
Franzé ni por un momento
sospecha una nueva mixtura, redistribución de tipos lógicos en un campo
discursivo de nuevo cuño, más bien busca él las raíces leyendo ahí lo mismo que
busca el otro “las raíces en los mejores legados del pensamiento eclesiástico
militar”, tantos cursos de Foucault lo llevan a reproducir un tipo de génesis
que no hace sino justificar la palabra utopista presente: la misma que generó
que un tal discurso pudiera repetirse. Ahí la cara pacifista del utopismo –para
el cual todo lo militar es “malo”, pero desde una perspectiva que lo militariza
todo –se encuentra con una plausible “ley de pacificación” la cual presupone
que en la democracia hay lo que no hay: violencia política, es éste un viejo
truco pacifista que apunta liberar la represión y que el utopismo cree a pie
juntillas, más que los niños. Pero ya es tarde para abandonar a Foucault en la
edad clásica o en la mezquita de su admirado Jomeini, estuvo demasiado en el
cotillón de los modernos filósofos que tenían por objeto diluir la literatura.
Foucault no supo escuchar como Joyce la confesión cristiana por eso pasó del
Mayo francés – que exaltó a Mao y negó el Gulag – a los imanes, tiene en común
con el caudillo y con Franzé todo un siglo sin elaborar, ahí, el epistemólogo,
y el utopista contribuyen a que pueda soñarse una vigilancia sin castigo, no
sorteando el hueco de la represión sino anulándolo.
Menem, jugando a duro, escribe frases como ésta: “a los débiles los vomita
Dios”. Y Franzé interpreta esto como cristiano, reforzando la herejía, su falsa
misericordia, llega incluso a considerar meramente conservador este discurso,
deja de lado la mezcla e intrincamiento de clases lógicas que se superponen,
transgrediendo los nombres hacia una sola línea de tierra: tal la sintaxis
fundacionalista, la cual tiene una relación de Verdad con su pragmática. Para
el utopismo todo es imposible, para el fundacionalismo nada parece serlo. Cuando
los críticos de Utopía confunden la represión intelectual (condición de algún
levantamiento de lo reprimido) con la represión física lo que hacen es
reproducir dos posiciones enunciativas –y sólo dos-, los lugares físicos del
perseguido y el perseguidor funcionan así a todos los niveles –el resto es
superfluo- en las cuales todo viene a morir sin bifurcarse, creen, en fin,
poder levantar totalmente la represión, su vacío en hueco, eso los vuelve
crédulos de la represión liberada: lo parapolicial no es sino eso.
Hijo luminoso y pródigo del siglo pasado el utopismo mentía una continuidad
histórica, llenaba cualquier vacío con la profecía que pospone un texto ya escrito –donde esoterismo y
socialismo se dan la mano- hacia una futurición incumplida, hace a la
vacilación de lo categorial y lo hipotético en el juego del discurso y al mismo
tiempo – su pragmática-, es prédica en favor de lo ilegítimo en el corazón de lo legítimo, las instituciones.
De entrada el utopismo se planteó como un oficialismo que renegaba
de sí: para que todo un día fuese totalmente oficial. Otros son los oficios del
fundacionalismo, del libro que describo, diríase que ahí se han estatizado los
síntomas, las oscilaciones del utopismo, han sido formalizados sus contenidos
alucinatorios, su imposibilidad de reconocer que algo cambió en la Argentina
desde la democracia, que sólo es posible cambiar el continente de la represión
pero no el contenido, que tiene que haber alguna represión para que éste no se
libere totalmente, sea represión liberada.
Pero también es dable imaginar un tipo de represión –física- que no se haga
notar, donde ni siquiera se note la policía gracias a la inexistencia del
régimen jurídico: la exterminación que hizo la dictadura de los adversarios
marca el rasgo totalitario de un discurso que no han dejado de explotar
ideologías que reproducen el maniqueísmo. Menem captó bien estas vacilaciones,
esta creencia en la represión liberada, le bastó deslizarse de cuerpo entero al
mismo lugar donde Utopía escribía su ideal como hipotético: ellos tampoco
reconocen la trama que han engendrado, ni que lo que ha hecho el caudillo es
precisamente lo que lo constituye como efecto de discurso, como líder.
Nadie sin embargo ha ido tan lejos como Franzé en la crítica del utopismo aunque
cree hacerlo con su condensación comparativa, extrapolada, sin metáfora, el
simulacro mismo de la voz de la tierra.
Franzé queda capturado por la misma trama que intenta descifrar. La alternativa
de irse o suicidarse postulada hace más de una década por Viñas se resolvió en
una eficacia suicidada – los cuerpos instrumentados, los jóvenes lanzados a la
lucha armada- ahora, parece, los
“ismos” se entrecruzan, se
trata de permanecer en un discurso, en el serrallo que habla en nombre mismo de
la vida, los otros ya no son adversarios, enemigos, es la Muerte misma que hay
que escupir en función de un repudio generalizado. He ahí el simulacro
fundacionalista: obra sin figuras jurídicas ni retóricas, lo condensa todo en
una sola línea de tierra donde mana la fuente de la purificación generalizada.
Pero la Dialéctica también ha sido erradicada en su modo clásico: la Aufhebung
que es al mismo tiempo abolición y afirmación de lo que supera y contiene
–negación de la negación- deriva en discurso del repudio: una no afirmación que
se afirma por el repudio mismo, imposibilidad de decir un no que vuelve
circular la escritura de las negaciones. Así, Franzé reconoce en el libro
susodicho una “elaboración del intelecto que, con elegancia y tacto, asimila lo
simple a lo auténtico y lo verdadero”, las “esencias”, las “cosas simples”, el
universo que postulan: sacrificado, ascético, puro y verdadero. Pero todo esto
es traducido, confundido con “la saludable lógica cristiana” exculpada de sus
mandamientos. Hay el tardío reconocimiento de los mismos temas que el utopismo
colocó bajo anatema, o consideró secundarios ante el Acontecimiento
fundamental, así Franzé reconoce la expurgación del otro discurso: “La duda, el
pesimismo, el ocio, el escepticismo, lo complejo, lo liberal, lo libertario, el
suicidio, el psicoanálisis, lo individual, el esteticismo, en fin, todo aquello
que no esté siempre listo para entregarse devocionalmente a una causa, no hace
más que enrarecer y contaminar la atmósfera patria. Pertenece según los cristales
de la óptica menemiana al universo de lo inútil, débil, ateo, de lo que, en
definitiva, no sirve para”. Uno por momentos diría que la enumeración que hace
Franzé es casi el inventario de temas que con distinta suerte anatemizó el
utopismo, llega por eso en su momento de extrema lucidez crítica a
reconocer que la “misión” de tal discurso es “trans-política” sin leer ahí un
desplazamiento de los tropos en que redundó: éste planteaba con el marxismo una
relación de causa-efecto, históricamente rota, fundada mediante performativos,
ahora ese orden se desplaza sobre un campo de masas. De ahí el pavor tras el
reconocimiento, que, por otra parte, puede no ser aceptación, fortalecer el
repudio ¿No es reconocible ahí la tarea que asignaba a la crítica Matilde Sánchez?, para quien ante todo tiene que servir
para algo –contra, eso sí, los “funcionarios de la ONU”, todo atisbo de
oposición, traducido-, el pueblo, también, “productor de cultura” de Josefina
Ludmer, ¿no es admisible que tales tópicos están apenas transfigurados,
aprovechados con oportunismo y reforzados por condensaciones, con una dicción
de pastor protestante que habla en un serrallo, continente de una plausible
represión liberada que abrace el todo? Todo... estriba en cómo se lee este más
allá de la política – común a revolucionarios, utopistas, anarquistas y fascistas –donde la
pulsión de muerte “sirve para algo”, retorna en función del Bien utilitario,
discurso típico donde finalmente es el terror el que hace de lazo social entre
los hombres. A diferencia de otros “ismos” que le abrieron el camino el
fundacionalismo ha articulado algo de dicha pulsión, no hay nada de simple ni
natural en todo eso, son otras tantas predicaciones de un montaje.
Mucho del verosímil del
discurso utopista dependía de que nada de esa pulsión pudiera articularse, que
todo quedara en consigna: es el tema universitario de la historia como
ficción en tanto paradigma complementario. La histeria del lenguaje acción
–sus realizaciones, sintomáticas- sirvió para nivelar las diferencias, fue un
acuerdo común: antes o después de ellas la Revolución en tanto arquetipo previo
al cual “un día” imitará el Acontecimiento era lo indiscutido, estaba fuera de
discusión, de toda crítica: la Revolución es revolucionaria porque es
revolucionaria y porque es imposible, utópica.
Esta “ingenuidad” le debe muy
poco a Marx y mucho a la Checa de Lenin y sus continuadores. Hay una simonía
del tiempo. El escamoteo de la historia, de lo que ocurrió en las revoluciones
concretas –empezando por la francesa, hay que leer a Burke, con Sade al
costado- reconocido hoy en parte hasta en la misma URSS abrió la senda ilusoria
del discurso contrapolítico que el fundacionalismo va a tomar a flor de lengua,
para situarlo no en un presente o un futuro sino en un puro afuera: lo hará
brotar desde el fondo mismo de la historia sobre la línea ideal de una política
de masas que deja a utopistas, revolucionarios, anarquistas –todos incrédulos
de las instituciones- como comodines graciosos, tributarios gratuitos a tan vasta
gesta del populismo fundador.
La voz del amo estará siempre circulando entre voceos, en eso tengo que
reconocer que son pluralistas. Habría tal vez sido uno de ellos si no hubiera
escrito, tal mi paradojal “utopía”, lo imposible, parte ya de un texto histórico,
un tejido: la de querer objetar los dichos del ideólogo que pedía repetir la
revolución en plena transición, la de señalar, también, la ingenuidad de un
David Viñas que persistía en buscar el fascismo en Lugones y la década del
treinta cuando esta década basta a diestra y siniestra, ese querer encontrar la
hora de la espada cuando la hora del facón estaba en curso: volver eso un tema
de discusión hubiera extendido la línea de separación entre la represión
intelectual y la física que a pasos rápidos parece aminorarse, parece que habrá
que salir a campo descubierto, hablar en adelante no supondrá sólo el anatema
sino alguna realización concreta, física.
El discurso tipo fundacionalista está previsto en mi análisis de Arlt acerca de
la falsa solución que es la violencia, tanto más si se propone como la solución
verdadera en el discurso utopista y maniqueo. Tengo además que añadir que este
tipo de discurso no es para nada frívolo. Es –al contrario- desde cierta
frivolidad, cierto exceso del lenguaje que pase por el nombre que se lo puede
interpelar: desde la escritura. Fue ésa la cifra sin paradigma, solitaria, de
Innombrable: explicar la historia desde la travesía de algunas escrituras y no
al revés, comprendida la ficción de la utopía que es paradigma en función de la
eficacia de una historia imposible y concreta. De ahí que la lectura hoy tenga
que recorrer cierta vía purgativa en quienes quieran salir de los “ismos” en
los que están entrampados, deban tener en cuenta que el simulacro no es de tipo
artístico, es el montaje de una lengua única que se dice pura, sin metáfora
posible, la comunidad hablando sin nombre propio, el Campamento instaurándose,
expresión del fondo mismo de la Historia: el ideal de la casa propia que se
convierte en cepo.
Hay alguien que en estos años ha trazado, retomado, un camino sinuoso,
discutible en cada tramo mediante una escritura sellada por el deseo a secas –y
la otra cara, sabor, amor al saber más que al poder-, un crítico del gusto
según Eliot, palabra siempre abierta y diferida a la lectura: hablo de Los
Fulgores del Simulacro de Nicolás Rosa, uno de los libros intrincadamente
heterogéneos que ha excedido en mucho los rituales, es un afuera irrecuperable
como la poesía de Néstor Perlongher por[L11] los discursos que funcionan
programáticamente, los “ismos” utopistas, populistas, revolucionarios,
anarquistas.
Nicolás Rosa retoma el Viñas histórico, prueba que su sola historicidad lo
vuelve ilegible también a la nueva cultura, es el Viñas que considera a
Sarmiento como el primer escritor moderno en la Argentina. Ahí donde la
universidad termina su programa Rosa parte: nos dirá que el destino de todo discurso
polifónico es el monologismo. Sarmiento es quizá el primer escritor moderno
porque siente como ningún otro la presencia “física” del lenguaje, pero esta
disyuntiva desde otra perspectiva es falsa debido a que hay una crisis del
concepto de modernidad de la cual no toman noticia ni el marxismo ni el
liberalismo ni el populismo.
La lectura de Sarmiento y Alberdi no podrá ser la misma desde que Rosa ha
escrito sobre ellos, los ha tomado por un lado “subsidiario” como en sus
reflexiones sobre el lenguaje, el teatro, la poesía, la pintura; ha puesto en
relación la filosofía –en vínculo con la política- de una época y las “artes”,
ahí trabaja el simulacro, desechando la obsesión de legitimidad tan perseguida
respecto a cada uno de ellos, nos aparta de una crítica que se quiere –cree-
moderna –por no decir ultra- y no hace sino reflejar una idea de historia: la
del utopismo del siglo XIX marcada por el positivismo y el pragmatismo, el
“optimismo utopista” que poco tiene que ver con lo que se proyecta en Sarmiento.
La “actitud experimentalista” de Sarmiento obra como verificación de los
modelos que postula como imitaciones, hay un juego de reproducciones pero la
intervención de un autor que a veces se sale de la vaina: cuando el
romanticismo reproduce las tesis iluministas, cuando, tomando detalles de las
obras teatrales defiende la tradición aristotélica haciendo la apología
–ambivalente- del drama romántico. Es imposible reivindicar a Sarmiento desde
un solo tiempo, es sabido que cualquier discurso que – para exaltarlo,
corregirlo, criticarlo- que habla de él –marxista, populista, liberal o liberal
marxista populista, etcétera- hará de este nombre de autor un modelo,
equivocado o preciso de un proyecto de país: todos los discursos sobre
Sarmiento presuponen una continuidad histórica sin fallas, es más, las mismas
rupturas parecen solidificarlas, confirmarlas.
Se trata aquí de un Sarmiento
sin “unidad” –que va más lejos que Alberdi en lo estético- que no puede
confundirse con esa cultivada ingenuidad que hace de él un reverso de Rosas
–fascinación del populismo liberal-, trasladando tropos del campo a la ciudad.
Así los tropos terminan confundiéndose con las tropas, el Sarmiento como
montonero al revés refuerza los paradigmas de eficacia, paradojales cimas de
nuestra decadencia actual. El Sarmiento que nos presenta Rosa es un amante del
detalle, está cruzado por los “ismos” de la época pero sale de ella mediante un
pragmatismo que es su pragmática, su agonística verbal, es alguien que tuvo en
cuenta toda la cultura de su tiempo, hoy no desecharía el psicoanálisis, ni
creería en la unidad del sujeto, pondría de manifiesto la regresión simple de
sus apólogos que postulan imitar lo que en él ya no es simplemente un modelo.
Dicho de otra manera: nada del siglo XIX es traducible simplemente al XX, esto
es un efecto de un siglo de manos no elaborado. Mariano Grondona al respecto
escribe: “Si uno fuera tomista diría que el nacionalista reactivo ama la
Argentina en acto, la Argentina que es, y el nacionalista de emulación ama la
Argentina como posibilidad –no quiero decir potencia porque se habló mucho de
la Argentina potencia –como promesa”.
La versión que da Mariano Grondona de Sarmiento no es por cierto tomista, es de
un nominalismo que cree al omitir el término “potencia” puede salvar la
ideología de ahí resulta, demasiado próxima a un utopismo liberal que
contribuyó – endeudándose, estatizando las deudas – a coartar las
potencialidades que a cada cambio de época son decepcionadas por los “actos” de
nuestros ilustres dirigentes, que incluso opuestos pertenecen a una misma
cultura. La imitación de los modelos extranjeros es “nacionalismo de emulación”
pero ese ideal tiene como último nombre, otra vez, la utopía: “En cambio el
nacionalista de emulación en lugar de idealizar lo real, lo que hay, y pintarlo
con un color piadoso, quiere realizar un ideal acerca de lo que hay, tiene un
proyecto distinto de lo que hay, en cierto modo tiene una utopía que lo
desafía”.
Estoy de acuerdo en términos generales con la “emulación” de ese programa en
cuanto al avance técnico y la información de lo que ocurre en el mundo, me
pregunto en cambio si esto tiene algo que ver con una lectura o una continuidad
con Sarmiento: ese utopismo bien podría encontrarse en un programa de una
universidad norteamericana, no asediada, cierto, por los utopistas de otro
signo. Sin embargo cabe preguntarse: ¿es posible con un tiempo de bonanza,
nacido, además, por generación espontánea, salir del país de los malos negocios
y cuyo mayor negociado ha sido la muerte, cuando esto mismo surgió de una
crisis de tradición, de un problema cultural que este liberalismo o bien
abandona al costal de lo inútil o bien reduce a unas cuantas consignas? ¿Se
puede hablar de utopía en un sentido no totalitario sin tener en cuenta el peso
que los totalitarismos le han dado al término, mediante mares de sangre? En Sarmiento es imposible omitir su
estilo, ya que casi todo cuanto escribió apareció en medios entonces
marginales, es necesario repensar el uso de la primera persona; no hay en él que confundir lo que positivamente
se remite a la sociedad y lo que va a atravesar el crimen que supone toda
comunidad. Cierto: liberales, populistas, marxistas, difieren sólo en su idea
de sociedad, padecen la misma concepción de la
comunidad, de ahí que deriven no pocas veces en
populismos. Textos de Sarmiento como “Las tropas de Rosas” van mucho más
lejos que una crítica a sus adversarios, también de la figura antitética del
caudillo que quiere achacársele: nos dicen cómo las ideologías más antitéticas
se resuelven en “ismos”.
La ciudad no atravesada por el nombre no es sino la imagen de un Campamento,
diría H. A. Murena: la fiebre del oro (solución de todos los problemas, lugar
de legitimación del discurso) sin el verbo que la atraviese como un derroche
contribuye a la misma prehistoria que se quiere anatemizar. Formulado en
términos utópicos: en la más pródiga de las sociedades la literatura siempre
será disidente por esa relación –impensada- del nombre propio con la comunidad.
Vuelvo al libro de Nicolás Rosa: tengo objeciones que hacerle precisamente
porque lo he leído, sus líneas de fuerza a veces reproducen la temática de lo
transgresivo en los “ismos” que dicen ser tales en la poesía, pero que están
perfectamente ubicados en la trama utopista. Y correlativa a una inversión de
Borges que hace con él lo que no se permitió con Sarmiento: un medio para
llegar a los zaguanes de fin de siglo, la poesía que es llamado a la mudez en
nombre de la transgresión. Sin embargo en el libro de Rosa están Loyola, Sade,
Néstor Sánchez, el culto mariano en versión gnóstica, la Trinidad y el Otro en
relación no dada, atravesada... el mayor escándalo del libro está en su nivel
(fulgor) intelectual que está escrito en cada línea.
Alberdi le reprochaba a Sarmiento haber confundido el país con una escuela:
expulsar lo que no entrara en ella. Aunque perseguían el mismo fin, tenían
lecturas diferentes de la Argentina. En homenaje a Sarmiento habrá que
multiplicar las vías purgativas – conexión con la cultura considerada en
sentido amplio- ante una segregación de connotaciones utopistas que es ante
todo una cuestión de lengua: se apunta a que lo que se habla en estos discursos sea la lengua misma del
Estado.
Ante las antinomias irresolubles de los “ismos” cabe poner en juego la
paradoja, un cierto afuera de la escritura donde la comunidad nunca está dada,
supone una travesía de los nombres que manifiesta, por ejemplo, que hay no poca
hipocresía sexual en muchas actitudes “éticas” o que la transgresión sexual es
no pocas veces mera impostura.
Dicho de otra manera: el dilema cultural en la Argentina ya no reside en saber si Sarmiento sabía o no el lugar exacto
de la desembocadura del Carcarañá, si el criollismo debe o no complementarse
con el folklore o el rock para ser más criollo, con preguntarse si Virgilio es
o no reemplazable por Sofovich, en “irse o suicidarse”, sino en estar o no con
los “ismos” que describo y su cultura implícita.
Notando esta distinción de Kant: “El “republicanismo” es el principio político
de la separación del poder ejecutivo del gobierno – y el poder legislativo; el
despotismo es el gobierno del Estado por leyes que el propio gobernante ha
dado; es pues, la voluntad pública manejada y aplicada por el regente como
voluntad privada. De las tres formas posibles del Estado, es la democracia – en
el estricto sentido de la palabra- necesariamente despotismo, porque funda un
poder ejecutivo en el que todos deciden sobre uno y hasta a veces contra uno –
si no da su consentimiento- ; todos, por tanto, deciden sin ser en realidad
todos, lo cual es una contradicción de la voluntad general consigo misma y con
la libertad”.
El “nosotros traicionamos” fundador de la comunidad – moderna- se disuelve en
una primera persona en relación anagónica con el Verbo, la escritura es por
tanto un error en un proyecto continuo de legitimidad, resiste la “utopía
democrática” que – a diferencia de la República de la República que es
imposible en Sade ya que para eso hay que tomar algún otro como objeto,
defraudando el “todo” – ya que la democracia de la democracia de realizarse
sería una monstruosidad, el incesto generalizado bajo la forma del amor de
todos con todos: tal vía propia para salir del cierto tratamiento del “todos”
que se aprovecha de la democracia, de sus antinomias, su equívoco para
conspirar contra la República: instaurar una democracia sin República, he aquí
la legitimidad a que apunta el proyecto utópico.
ANUNCIACIÓN
“Cuando ellos se dirigen a ofrecerle sacrificios como a un héroe brota por sí
solo el humo de la tumba. Esto, pues, lo he visto yo personalmente. Los tebanos
enseñan también la tumba de Tiresias a unos quince estadios de la tumba de los
hijos de Edipo. Los mismos tebanos admiten que Tiresias acabó sus días en
Halartía y admiten que el monumento que hay en Tebas es un cenotafio”.
Pausanias, Descripción de Grecia
Un mismo espacio –según la
narración de Pausanias- cobija las cenizas de la progenie de Edipo y de su
primer intérprete, Tiresias; cuenta, por otra parte, que cuando le ofrecen
sacrificios tiene lugar algo prodigioso que asombra a los lugareños: el humo y
la llama que le sigue se dividen en dos. En la tumba el acto de la obra en
cierto modo continúa, es el ulterior y perpetuamente renovado: lo que el mito
preserva – según la tajante recomendación de Aristóteles que el poeta no debe
cambiarlos – lo que la historia mezcló- en términos de parentesco, como incesto
y crimen- a lo que la tragedia, en fin, dio forma, ahora lo separa y conmemora
dócilmente el humo de las piedras. Consideremos no ya a Edipo un personaje
histórico, padre de sus hijos, o un personaje de tragedia, tomémoslo sólo en su
nombre que es apertura de historias sobre un fondo de leyenda: el intérprete y
su progenie cohabitan un mismo espacio, locus y humus parecen pacificar la
tensión de dos genealogías antagonistas, hay la cálida y pétrea comunión-
apenas diferenciada como la llama del humo- que devuelve todo a la fábula, al poema,
al tiempo de la lectura, y su variación. A la historia de sus precursores: la
narración detenida de los ritos que hace Pausanias. Sólo a través de la
representación de la tragedia los agonistas volverán a salir a escena, habrá
algo que nos estará interdicto, que la tragedia nunca fue trágica estrictamente
hablando en una voz moderna: su función era la de recomponer una cadena social
amenazada de disolución. Era un detenimiento en la marea que una creciente, en un punto, parece decirnos: la peste ha de terminar; su purificación será equivalente a un rito religioso, lo que
éste, falto de recursos, no puede llevar a cabo.
El héroe no es sino un punto de encuentro de esas fuerzas indómitas,
incontenibles que cruzan –contaminan- la comunidad, son también su fin
encarnado a través del cual ella renace. Estamos en plena purgación de las
pasiones, lo que Aristóteles llamó catarsis.
La purgación trágica, en lo que Pausanias describe, prosigue a modo de ritual
precisamente porque ya ha tenido lugar: la llama, como signo
de las pasiones, sucede en cambio en otro incendio, cenizas tanto más
inquietantes que el humo y la llama, los espectadores están calmos, extasiados
o irritados por la representación de la obra, no es eso lo que importa, la
comunidad en cambio no cesará de purificarse jamás, nunca estará tranquila:
hemos, dice, como si la obra siguiese, enterrado y llorado nuestros muertos,
él, el héroe, ha matado por nosotros, hecho lo que sin duda nunca nos
hubiésemos atrevido a llevar a cabo, hemos muerto ya en cada uno de ellos y
todavía sin embargo hablamos...¿qué otra sangre hay en juego que no tiene
nombre, rango, género...?
Y siempre daremos con el susurro a media voz de todo corifeo, que ningún
progreso puede acallar: ¿por qué somos, todavía, aún en potencia, asesinos? Por
la purgación dirán algunos, no es que haya habido purgación a causa de un
derramamiento de sangre sino que ha ocurrido esto, tenía que pasar y
esto en función de la purgación misma. Ahí la circularidad trágica se dobla,
parece amenazar a lo social que debía ordenar, diferenciar, pero es, sabemos,
sólo una ilusión retrospectiva, el último resplandor de un simulacro ya falto
de potencia. Hasta ahí pudo la tragedia, separó la confusión aniquiladora de
las pasiones, las encauzó, sublimó, hacia un discernimiento que no hay que
confundir con el del sujeto cartesiano o psicológico sino con un yo ya religado
a la comunidad, precisamente, el seco clamor de Edipo en Colono, cuando el
pudor fulgura por encima de todas las obras humanas, no es el fin de la vida
sino su ordenamiento para una respuesta que no puede no ser religiosa.
La tragedia sin embargo dejó el interrogante de algo demasiado vago para ser
respondido de una sola vez, eso lo supo Nietzsche hasta la locura, algunos
helenistas leerán como dionisíaco este sobrevuelo del pudor sobre toda obra
humana que es sin duda el límite trágico, un don a la religión no de los
hombres sino de los dioses.
Pero el interrogante del corifeo es también el de los hombres. Cuando ha sido
retomado por la religión lo descubrimos en una forma aseverativa: somos todos
asesinos, lo sabemos desde que tenemos conciencia del pecado. Quiero decir: de
un acto marcado por la secundariedad. En un lapso que se roba toda la historia
ya no podemos identificarnos con quien ha violado –confundido- tales o cuales
lazos de parentesco, entramos en otro orden, el del primer creador y el primer
imitador según la Biblia, el efecto Adán, menos adánico de lo que suele
creerse.
A diferencia de los héroes trágicos cuyos nombres dependen del linaje y el lugar en la ciudad, el
abolengo y la genealogía, Adán puede ser cualquiera, es el número inicial de
una serie ausente, está en cruce con un nombre por venir, Jesús, en el Nuevo
Testamento, no es la mera respuesta al Job que pregunta cómo de mujer puede
nacer algo puro. La redención emerge como un trazo que marca algo no purificable en todas las purgaciones.
Leibniz se interrogó qué habría ocurrido si Adán no hubiera hecho lo que hizo y
tal pregunta no sería compatible (en términos leibnizianos) para cualquier
héroe trágico.
Cualquiera, desnudo: el padre de la especie humana cuyo acto de creación es
pecado no tanto por ser malo sino por proceder por imitación, estar viciado de
secundariedad y bajo dictado femenino. Esto suena a fábula en una época que
hace a la paradoja de ser la menos religiosa de todas pero en la cual nunca fue
tanta la idolatría, no hay objeto tangible de adoración, la producción serial
de fetiches equilibra las tensiones como conjuro estratificado del Otro y se
constituye en la pura performatividad de la palabra. El lenguaje se torna una mudez redundante
que duda entre la consigna y el anatema, ninguna voz, pocas, son “artísticas”,
quiero decir, se sostiene pasando por cada uno de los poros; el adjetivo, con
un eco de misterio, “imposible” reaparece a cada frase, diríase que es
imposible dejar de escribirlo.
La cultura como una gran compañía de seguros de vida contra todo riesgo –
incorrecto – termina por asegurar contra la propia vida.
El género y la especie tienen muy poco que traducir para reflejar una cadena,
una continuidad no de tipo matemático sino antropomórfica. El que habla no es
Edipo ni Adán, soy cualquiera, me es imposible imitar al creador, en cierto
modo uno escribe en un tiempo donde todo ha sido ya imitado, citado. Recuerdo que para Walter Benjamin todo hombre que
citaba era una suerte de Adán, yo tengo que contentarme con no ser Caín. Ni el
poder ni el arte puro entonces: apenas si cierta relación con la verdad pero
que no es lógica, filosófica, religiosa o científica, relación que se da como
no relación, una relación con la verdad no puede ser exceptuada de las
paradojas, creer que puede darse en un cotejo de proposiciones –verdaderas,
falsas- , no hay relación con la verdad sin un exceso de “mentira”, quiero
decir, de simulacro, es éste quien la traza en constelación, es ésta la que me
dice ante todo que tengo un nombre propio y hay algo de verdad en la firma de
tal nombre en una trama indeterminada, escrita ahí mismo donde la botella
arrojada al mar no es una metáfora, donde ésta nace en el movimiento diferido,
desviado de su huella, no en el acto de arrojarla, mucho menos su intención,
sólo la figura del ideograma: una indicación de Leonardo, una escansión de
Bach, la “circulata melodia” que Dante entona ante el nombre de María: “Io sono
amore angelico che giro...”
Quedemos en que la tragedia es más catártica que “trágica”, ahí vive la
diferencia trágica con la cual, siempre, toda vez, diferimos, esta diferencia
es idealizante, la expulsión de la víctima nos hunde, cómodos, en el espacio
regulado de la ciudad, las piezas de nuevo colocadas.
El Paraíso –el de Dante- en cambio responde a otra vía, la de la sublimación,
siempre artificial luego de Baudelaire, no es cuestión sólo de la condena a
trabajar (Adán) y el dolor de gozar (la criatura), el paraíso es precisamente
el nombre que surge cuando el placer y el dolor, el trabajo y el derroche pasan
por vías no calculables, que para escándalo de la especie cualquiera –si
abandona toda esperanza-, puede atravesar, basta perder el pudor trágico para
eso.
Paradiso: si la vía de Dante resulta un poco árida, hay que repensar la de
Claudel; tocada por la gracia, que pone de manifiesto cierta falsa arrogancia
en la humildad contemporánea, o si de entrada se quiere desbordar todo lo
moderno: Lezama Lima, explicando la gracia en Claudel; están las voces que ascienden en el aire en Joyce: “and still the
voices sang in supplication to the Virgin, most powerful, Virgin most
merciful”.
Si uno no se sitúa en relación a estos nombres intensos no entenderá palabra de
estos dichos: la purgación joyceana es menor, consiste, en el Retrato,
en limpiarse las uñas. En Ulises, Ella: “Refuge of
sinners. Comfortress of the afflicted”. Es que la risa del paraíso –según Dante, recordada por Phillipe Sollers-
poco tiene que ver con la felicidad, sí con el cumplimiento de una trama que
firma más que supera las figuras del confinamiento infernal, su cara a cara
mortífero, hay un entre dos con resonancia de infinito: es el Deseo que se
convierte en Temor (voz de Virgilio), el criminal desea castigo (Dante). La rosa
de Dante es también mística en Joyce, ella, a través de la plegaria de San
Bernardo, es un poder de intersección –“Virgin’s intercessory power”- para
quienes le imploraron: “Trough the open window of the church the fragant
incense was wafted and with in the fragant names of her who was conceived
without stain of original sin, spiritual vessel, pray for us, mystical rose”. Y uno pide que entre tantos “joycismos” se
piense esto en Joyce.
El verbo retorna de lo reprimido, es un ángel de Swedenborg que cuenta que hay
que diferenciar la pasión de la cruz –la duda en cuanto al Padre: “¿por qué me
has abandonado?-, de la redención de los pecados. No hay aquí la seguridad
estratégica de la dialéctica, las trampas de las preguntas-respuestas, hay más
bien un sacramento, ese goce de la confesión que Joyce examina en todo un
capítulo sin que el lenguaje pueda ser mediado, detenido por ese tiempo que es
dinero, por el mundo, que reza la purificación final, utópica. Por eso: “el
cielo y la tierra pasarán”... “Huc omnis turba ad ripas effusa ruebat”, ese
verso de Virgilio explica los pretextos de Carón para con Dante... sostenida
privación.
Las indicaciones de Leonardo son sugestivas cuando tratan el tema de la Anunciación,
está menos preocupado por los puntos de fuga que por el encuadre de María y el
Ángel: “Hace algunos días vi el cuadro de un ángel que al formular la
Anunciación parecía que estuviese expulsando a María de su habitación, con
movimientos que mostraban la clase de ataque que uno haría contra un odiado
enemigo; y María como desesperada, que parecía tratar de arrojarse por la
ventana: no caigas en errores como estos”.
No se trata de una perspectiva sino de un matiz en torno de una figura que en
sí misma es fuga, hay toda una dispositio que en su misma enunciación es
“pintura”, aunque no se trata del ut pictura poiesis del clasicismo, el
monólogo en torno de Ella de Fra Roberto entre las condiciones anunciadoras
–loables dice- habla de la Humiliatio, cuarta condición, cuando ella
baja la cabeza y dice he aquí la doncella del señor: “¿Qué lengua podría jamás
describir, en verdad, qué mente podría contemplar el movimiento y estilo con
que ella apoyó en el suelo sus sagradas rodillas?”
Las condiciones son, Fra Roberto lo entreve, posibilidades de representación
artística, eso parece imposible, pero no cesarán las versiones; según Max
Baxandall las Anunciaciones del siglo XV son de inquietud o Sumisión, también
de Interrogación y/o Reflexión, la Humiliatio –que muestra la
mansedumbre de Ella- está en antítesis con la Conturbatio- su
exageración, efecto de una moda violenta según Leonardo- y eso opone, hace
diferir las Anunciaciones de Fra Angélico y Botticelli: “Nos recuerdan, por
ejemplo, que Fra Angélico en sus muchas Anunciaciones nunca se apartó del tipo Humiliatio
mientras Botticelli tiene una peligrosa afinidad con la Conturbatio”.
Esto hacía cuerpo con los discursos de los predicadores, la casuística, era, ya
antes de Gracián cosa de pintores, el predicador tenía el interrogante, por
ejemplo, su cabello ¿era oscuro o claro?, no podía ser morena, no podía ser
rubia, menos pelirroja, pensaba Alberto el Magno, cada uno de esos colores
supone una imperfección, es una aleación de colores que participa de todos
ellos pero no se confunde con ninguno parece decirnos el dominico Gabriel
Barletta, estaba cerca de ser morena, del lado oscuro, era judía, insiste
Alberto... los pintores asumirán estas frases a veces en un más allá del color,
un estallido incesantemente reiniciado.
La Anunciación, parafraseando a Leonardo, no puede confundirse con una
expulsión, los personajes de Beckett, expulsados antes de haber entrado a lo
social, testimonian como expósitos esa ausencia, tampoco con un después de una
incorporación previa, es la voz que suena en todo un capítulo de Joyce en el Ulises
en un universo abrumado de mujer, la que parece más bella se descubre
coja, imperfecta, una falla inconfesable interrumpe el sueño de las diosas. No
hay hoy tampoco que negarse al oído, caer en la alucinación, hay esa expulsión
sin negación que favorece la utopía de la purificación final. El demonio, es sabido, no lo es tanto por ser malo de película sino
por decir casi siempre la verdad mintiendo, él sin embargo también tiene sus
malos ratos, ahí sueña ser más puro que Ella, un discurso sin Virgen, común a
esa purificación mortífera donde incluso puede declamarse el sexo pero la
diferencia sexual no cuenta, es esto lo que ella permite entrever desde su
lugar significante –exterior a la reproducción sexual- sublime sin duda no por
negar el cuerpo sino por encarnar la voz –verbo- en la imagen imposible por
excelencia y que las Anunciaciones no dejarán de anunciar, jugar, volver
artística: se explica la obsesión de Lutero en negar intelectualmente a la
Virgen, en lanzarla a la cadena de la especie, todo un sistema de equivalencias
depende de eso, estamos ya cerca ahí del discurso positivista y la impotencia
correlativa que Jean Luc Godard ha puesto de manifiesto en su oración fílmica: Je vous salve Marie... una entre todas las mujeres, protégeme
de la idealización tanto más mediocre cuanto se dice sublime...-incluyendo idealización setentista de La Chinoise (tener en cuenta a Ibn-Boltan : si un negro cayera del cielo, lo haría
con mesura...)-, por ella ya no puede haber nada “puro”
en el mundo, ella puede “enseñar a los mismos espíritus pureza” (Gracián); la pregunta desesperada de Job - ¿cómo de mujer puede nacer algo
puro? – no tiene respuesta, acaso sí una relación idealizada con el verbo, hay
un breve tramo que se va a resolver en anatema, cerrando a priori esa trama de
la sublimación donde “ella” es un efecto de inicio: impide un campo común para
la pulsión unitaria que quisiera encontrarse de cuerpo entero, desacierta los
pactos, las concordancias entre lo anatómico y lo sexual, entre la reproducción
y su finalidad social, agujero que el Saber no puede topologizar ni la moral
contemporáneo; el “hedonismo irreligioso” (Pasolini)
transgredir sin poner de manifiesto su moralismo contenido, esa cara permisiva
de la represión que para Pasolini anunciaba el mito de la “liberación sexual”,
tan compartido, repartido en cada uno de los “ismos”.
Las Meditaciones de Gracián son ejercicios que el orante debe llevar a
cabo según casos específicos, topos que suponen una labor de sublimación, una
música y un circuito, se trata que ésta pueda “recibir el mismo Verbo encarnado
en su pecho que María recibió en su vientre”, lo que en el vientre está
encarnado en el pecho está sacramentado: si ella, piensa Gracián, se turba (Conturbatio:
las vacilaciones ante el Ángel), cómo uno no habrá de experimentar algo
parecido, y la retórica que resuelve la confrontación entre conturbatio y
humiliatio: “Menester fue que entrase el Ángel a buscarla en su escondido
retrete, y que llamase al retiro de su corazón; tres veces la saludó para que
la atendiese una; tan dentro de sí estaba, tan engolfada en su devoción; era
velo a su belleza su virginal modestia, y el recatado encogimiento muro de su
honestidad. Admirado la saluda el Ángel, turbada lo oye María, que puede
enseñar a los mismos espíritus pureza. Convídala el sagrado Paraninfo con la
maternidad divina y ella atiende al resguardo de su virginidad; encógese al dar
el sí de la mayor grandeza, y concede, no el ser reina, sino esclava, que en
cada palabra cita un prodigio y en cada acción un extremo”.
Literalmente: en cada palabra un prodigio y en cada acción un extremo habla de
un curso no necesariamente barroco del lenguaje pero en cierto modo asediado,
interrogado por él en una “aleación de colores”; es posible volver a oírla a
Ella en los cantos de poetas de nombre paterno, está en el nacimiento de las
lenguas romances con una memoria medieval, es posible hablar de los poetas de
la Virgen: de Villón (Oh louée conception / Envoiée ca jus des cieulx / Du
noble lis digne syon / Don de Jhesus tres precieulx / Marie, nomb tres
gracieux”, a Claudel (pasando por Baudelaire), de Gonzalo de Berceo a Lezama
Lima –vía Gracián-, de Chaucer a G. M. Hopkins: “Now burn, new born to the
world / Doubled – natured name / The heaven flung, heart – fleshed, maiden-
furled / Miracle – in – Mary – of – Flame”; en ese afuera cíclico de las
literaturas que tiene el nombre de Joyce, vía, dirá Beckett, Vico, Bruno, Dante
que dice su lugar como “albergo de nostro disiro”, nos da a pensar que la
negación de ese otro lugar hace que la lengua tienda a lo virginal, quede
absuelta, exculpada de sus paradojas y sus dogmas, eso supone la purga de las
vías purgativas –expurgación -, la cual suele reaparecer en las más siniestras
políticas de lo sublime en las cuales todo es religioso (ídolos: tierra,
sangre, raza, partido) menos esta vía que abre la trama de la sublimación en la
que tanto insistió Pasolini.
Es por tanto la contrainiciación moderna (Murena), nada menos que el
intercambio de corte protestante que hoy triunfa a escala mundial hasta ser la
“utopía” de los socialismos concretos: Lutero, que al mismo tiempo que creaba
la lengua alemana repudiaba a la Virgen y anatemizaba al judío “preparaba el
terreno que hizo posible cuatro siglos más tarde la herejía hitleriana” (León
Poliakov), habría dado lugar a un relato de los fines, que continúa circulando,
silencioso, de mano en mano, moneda predicable, traducible, “universal”.
En términos de la vida y derechos la diferencia de las sociedades democráticas
con los socialismos concretos es abismal, pero el malestar insiste. En todo eso
hay la omisión de la risa del Paraíso, tan necesaria a la clarividencia de un
infierno que es necesario volver a recorrer, en su línea oblicua y bifurcada, y
ya estamos de nuevo en curso, hay que decir buen día demonio, él ha tenido sus
épocas tontas, brutales, asesinas, hoy se muestra demasiado humano, un pobre
diablo, ni siquiera intenta ser más inteligente que la criatura, hemos notado
ya que no era demonio por malo sino por estar diciendo siempre la mentira como
verdad, faltaba el aprendizaje interminable de dejarse ganar por él para
vencerlo de su propia victoria: ahí surgen los nombres propios más intensos, la
lengua reconoce en el olvido sus huellas.
Se insiste en las matanzas llevadas a cabo por los cruzados en guerras
sangrientas, pero el tema del homicidio ritual – al que se refiere Poliakov -
tendrá un límite con la bula de Inocencio III (1274), desde la Santa Sede en
defensa de los judíos: “Si en algún lugar aparece un cadáver a ellos se les
imputa aviesamente el homicidio. Se les persigue tomando como pretexto esas
fábulas u otras muy parecidas, y en contra de los privilegios que les han sido
concedidos por la Santa Sede apostólica, sin proceso y sin instrucción regular,
pasando por alto la justicia, se les despoja de todos sus bienes, se les hace pasar
hambre, se les encarcela y se les tortura, de manera que el destino es tal vez
peor que el de sus padres en Egipto”.
Es esta tradición que Pier Paolo Pasolini – en posición de “corsario”- le
recuerda a la Iglesia, que ha sido vencida por el “mundo”, que su poder es
superfluo, la invita a traducir su tema – el de los pobres- a su lenguaje, la
invoca contra una ideología sexual, el “hedonismo irreligioso”, la única
religión que cuenta, la llama a pasar a la oposición, antes de la
renovación de Juan Pablo: “si las faltas de la Iglesia han sido numerosas y
graves en su larga historia de poder, la más grave de todas sería la de aceptar
pasivamente el ser liquidada por un poder que se burla del Evangelio”.
Muestra cómo la televisión a través de la réclame neutraliza al
catolicismo en el momento de predicarlo, este medio (vuelto a valorarse hoy
desde el postmodernismo) es para él el signo del nuevo poder ante el cual son
irrisorios los slogans fascistas: “Sin ninguna duda (los resultados lo prueban)
la televisión es autoritaria y represiva como jamás ningún medio de información
del mundo ha sido”[4]
¿Significa esto que Pasolini es asimilable al Pound de la radio, a quien, en
una retrospectiva que alcance a otros, sólo puede justificarse por haber sido
fascista por primera vez cuando , a diferencia de muchos contemporáneos
ellos no sabían dónde iban, querían restaurar una cultura a través de esa
mediación? Exagera... para introducirnos a un ámbito post-apocalíptico: un
infierno donde no hay individuos (Dante) sino masas. Creemos entrar en la
transparencia posmoderna sin haber agotado la selva negra que no es
precisamente esa cabellera que nace del fondo del mar para atravesar un aro de
fuego en un cielo diáfano.
Con predominancia de Infierno, Pasolini escribió su vía purgativa en la Divina
Mímesis. Había sido , creo, el primer intelectual de izquierda europeo – a
diferencia de un Sartre - en denunciar los gulags que no llegó a conocer
totalmente; ahí, entre círculos no se encuentra con Rimbaud ni con Gramsci, es
sólo un viejo poeta de los años 50, oímos su propia voz, retornando del otro,
el Guía que apenas tiene palabra, la Lengua del Odio – ahí donde lo culto y lo
popular ya no son discernibles, donde “no hay pasión ni corazón” – por momentos
lo traba, hay que esperar sus momentos amables, alguna articulación: “Antes la
gente era pequeña, no quería serlo. En suma... toda esta gente, por miedo a la
grandeza, es instintivamente falta de religión. Reducción, espíritu de
reducción, es ausencia de religión: éste es el gran pecado de la época del
odio. Y así en ninguna parte del Infierno verás a tanta gente ¡Las masas, amigo
mío! Las masas que han elegido como religión el no querer tenerla sin saberlo”.
La religión se ha diluido o retornado como fanatismo. En la semiología de
Pasolini el lenguaje del comportamiento, del slogan, de la uniformidad total
-que vuelve indiscernible la diferencia entre cualquier fascista de otrora y un
bienpensante en un universo donde hasta los más antagónicos hablan el mismo
lenguaje-, tiene más semejanzas que diferencias con el espíritu de reducción
que analiza en la jerga – “con una grosería típica de la psicología y la
técnica del bienestar” – estereotipada al extremo de los jóvenes del mayo del
68, sus derivaciones: se dice “asesino” para señalar una responsabilidad
indirecta con algún hecho político; no hay sutileza lingüística, la lengua está
tomada de los textos sociológicos de por sí simplificadores. Pasolini nos dice
que estos jóvenes no hablan, analiza el libro de uno que ha superado en
su osadía – la “espantosa miseria cultural” vertida en la estereotipia de una
nueva cultura – lo que ningún magazine femenino del más bajo nivel se atrevió a
hacer: publicarse en forma de libro.
Ahí se nota la función paralizante- reproducción mimética- que es para él
asumida por medios que simulan un respeto por la cultura cuando se trata de un
desprecio profundo- coexiste, encuentra su paradigma en el obediente
contestatario, no es extraño que el poder lo adule, no sabe siquiera burlarse:
“Su humildad esencial vuelve absolutamente mecánicas todas sus actitudes. Su
rebelión es puramente mimética. Y lo importante: el es demasiado bueno para
saber burlarse. Se queja, sonríe, ríe, pero es incapaz de burlarse. Si lo hace
es en forma organizada, colectiva”.
Que la más baja subcultura coexista con la más alta técnica es casi una
anécdota. Pasolini muestra bien que los jóvenes del 68 han sido leídos por sus
supuestas buenas intenciones- a las que sumaban a un Mao-, un laberinto de
supuestos, falacias en espiral. Ni bien se pronuncian se revelan hijos de los
slogans de época: uno no deja de pensar en nuestros, hoy, tardíos
contestatarios que con atonía tratan de traducir el aspecto festivo del 68 a la
tragedia ocurrida en la Argentina: No obran así por europeizantes o
afrancesados sino por obediencia al dictado de los maestros, el tema es
reducido a lo hilarante, con suprema vulgaridad, tienen en común con la
dictadura la negación – repudio- de lo acontecido, o su aceptación superflua.
Por eso también los escritores de mi generación, hasta los más declaradamente
“transgresivos” no tienen voz propia: o bien esperan ser hablados por los
Pupilos, adulándolos, o bien tienden a hacerse pasar por alguno de ellos,
fingiendo la amnesia, parecer “jóvenes”, recienvenidos. Y los más afines son
cómplices de lo que Pasolini llamaba el linchamiento. Así todo ocurre en el
“nuevo” medio cultural, habida cuenta de las excepciones.
“El primer carácter de la vulgaridad consiste en ser invasora, en su voluntad
de hacer vulgar también lo que no lo es, al que es “extraño a su mundo”,
escribe. Y esto en el “nuevo fascismo” vale tanto para lo culto como para lo
popular, ambos términos son para él categorías extraclasistas, que resisten la
uniformidad.
Algunos quieren en nuestros medios “ayudar a la cultura”, difundir la
literatura con el uso de una voz retórica, “profunda”, pero acrecientan las más
de las veces la sospecha de aburrimiento que pesa sobre ella, terminan por
convertirla en pariente pobre ya que la miden con su rasero. Los escritores
contribuyen a eso, cuando, piadosos, se prestan al personaje irrisorio que ha
sido concebido de antemano.
Todo el problema estriba en cómo decir lo “intraducible” de la escritura y para
eso tiene que haber una voz en la que se escuche, por ejemplo, que por primera
vez la Humanidad puede prescindir totalmente de la literatura – no hablo,
cierto, de su función ornamental, piadosa-, ésta es una nueva que pocos se
atreven a confesar, fingen ceremoniosamente incluso tratar de domesticarla,
pero es un gesto formal, un homenaje a lo que otrora fue peligroso. Por eso a
mi entender una cultura verdaderamente pluralista tendría que comenzar
partiendo de las voces singulares de los escritores, no con la complicidad
concertada para degradar los temas, ni hacer de la cultura una cuestión de
votos.
¿Cómo hablar de posmodernismo sin haber leído a Hannah Arendt, a Poliakov,
silenciando a Soljeinistein y los campos en Cuba? Por eso también lo ritual ha
ido ganando los temas posmodernos ya que se parte de una modernidad que
conservaría intactas sus ilusiones teleológicas, su Utopía, ella más que
ninguna otra tradición está quebrada en su perspectiva humanista.
En vez de traducirlo todo a la parálisis del “lenguaje acción”, con la ética
muda que resulta de ello, las autoridades universitarias tendrían que pensar en
esa necesidad del Latín que Anthony Burgess recuerda, haciendo eco en el
reproche que Pasolini le hacía al latín de la Iglesia – el tratar los textos
sin amor-, todo eso nos hace pensar que en la función excéntrica del
anacronismo, Borges no está solo. Esto podría coexistir creativamente con la
adopción de nuevas tecnologías para que el lenguaje no se vuelva definitivamente
instrumental.
El deseo de querer curar a toda costa conduce inevitablemente a la policía del
pensamiento, antesala del campo de reeducación a la cubana, apenas camuflado en
los ideólogos del utopismo. Para mí no se trata de reemplazar una ilusión por
otra sino de un arte de decepcionar (Freud) que en su camino encuentra el
principio jesuita de tratar el mal por el mal. Curarlo todo desde una política
en la que no hay política –oposición- , he ahí el rasgo común que se reproduce
en los dichos de la religión de Utopía, es siempre un tema comunitario donde se
expresa anticipadamente la lengua del odio (Pasolini) como única, el arte de
decepcionar el bienestar de la cultura (no asimilable al de la sociedad) no
desconoce por eso el encanto que era para Stevenson la condición perdurable de
la literatura, el movimiento abrupto, la transición a veces suave de la fuga,
el contretemps: cosa de trazo, metáfora, color, cita, vibración musical,
cambio de lengua y de plano, el mal por el mal habla de la salida como exceso
(la crítica de Pasolini a los media está en su visión puesta en escena: El
Evangelio según San Mateo, en la trilogía de Eros: Chaucer, Bocaccio, Sade). O
también por la saturación de la representación, una tranquila, apacible delicia
como intermitencia; recordar que en Joyce el promontorio ante el mar no es
canto a la naturaleza, o, de otro modo, todo es ahí salvaje, vegetal, femenino,
salvo la Iglesia que se alza entre las rocas en coros, es the voice of prayer,
la cual nombra a la que es un faro para el atribulado corazón del hombre –
“Mary, star of the sea” -, tener en cuenta un teatro como el de Tadeuz Kantor
que se aparta de las vanguardias pero como escribe Guy Scarpetta “no se separa
de esa negatividad, de ese negativismo”, por el contrario, los arranca de una
plácida infancia que fatiga de sí misma y “muy católicamente los carga de
Pecado”, algo “decisivo en mi creación” según anota en sus escritos Kantor.
Lo fértil está por ahora en el desencuentro: empezando por el de los
“escritores” y los “críticos” que se encuentran en demasía en sus roles,
revuelven la misma crema mientras la fatiga, amarga, crece, ninguna ilusión
sirve ya de sabor. Se trata de recrear la disidencia no respecto a tal o cual
enunciado sino en un lenguaje que atraviesa la regulación que impone la
especie.
Aun si no se nos ha escuchado – entendido, suele decirse- al tratar de explicar
el “utopismo a los niños” cuando se vuelve al de la escritura tras cierto halo
– rocío en el aire- la visita de un vértigo donde en singular insiste el sermón
de Fray Roberto Caracciolo de Lecce: ahí el predicador debe ser el répétiteur
del pintor a riesgo de esparcirse en un puñado de arena.
Fra Roberto distingue tres misterios en La Anunciación: 1) La Misión Angélica;
2) El Saludo Angélico; 3) El Coloquio Angélico, que se divide en cinco
condiciones espirituales, las de una mujer que es virgen y madre, la madre
ben-dita, una que ha sido bien-dicha por el Verbo. La
lengua del odio común va quedando de manifiesto: coincide, curiosamente, con la
especie, y se entiende mejor a San Francisco en su campanario – acrobacia del
verbo-, a Loyola, peregrinando con los Ejercicios bajo el brazo.
Entonces las condiciones se dejan oír mejor: la Conturbatio (inquietud), la
Cogitatio (reflexión), la Humiliatio (humillación), la Meritatio (el mérito),
llevan a pensar que la teología es la demostración de una inexistencia en
cuanto especie, la escritura cálamo currente en un paisaje de hayas de platino.
Y desde la perturbación de inicio pasando por esas figuras límites que son la
Interrogatio y la Humiliatio – figuras de paradiso, ya en la voz o en el gesto
– que no dejan de ser inquietantes para la conciencia, turbar la dócil afinidad
con los silogismos, la negativa universal – ninguna M es V – y la afirmativa
universal – toda M es V – con todas las inclusiones lógicas y predicables que
le atañen, damos con que ese afuera es más articulable desde la topología que
por la filosofía y siempre por los efectos del arte.[5]
La Anunciación es una frase
declarativa no del todo bien formada, no se deja ordenar por la trama del
sujeto, el objeto, el referente, por la forma lógica de un enunciado que remite
a una clase general, extensiva;
no participa del postulado
lógico por el cual la frase que tiene por objeto todas las frases no debe
formar parte de su referencia, es una declarativa que vuelve vanas todas las
declaraciones, incluidas las prédicas donde el mal está a punto de ser tomado
por las astas, las que dicen que reside, por ejemplo, en la pornografía, cuando
lo clerical quiere abolir el mal en vez de tratarlo e ignora que la poena danni
– el mayor tormento, la pena del daño, según el jesuita del Retrato – hoy
consiste en que todo tiene que ser pornográfico, hasta los mismos anatemas: esa
vertiente represora que transforma el mal en litigio – quaestio en términos
teológicos- no es extraña a la crisis de Stephen Dedalus en el Retrato
de Joyce: “Era extraño cómo encontraba un árido placer en seguir hasta su
término las rígidas líneas de la doctrina católica y en penetrar hasta sus
puntos más oscuros sólo por oír y sentir más profundamente su propia
condenación. Aquella sentencia del apóstol Santiago – en su Epístola – según la
cual el que infringe un mandamiento se hace reo de todos, le había parecido una
frase vacía antes y sólo la había llegado a comprender ahora al tantear en la
oscuridad de su propia situación”.
El artista como reo de todos, he aquí alguien que evita por esa acepción la
mayor de las condenas: el desconocimiento de la propia condenación, ahí
comienza, por un retorno, la escritura de Joyce, por la Angenbite. Los nombres en él no son “trazas de intensidad” como en Nietzsche –
escritura de la amante, de la filología y la filosofía, inclinadas a una
inocencia del devenir, según una creencia en el “mundo” - , los nombres y su
mordedura son velocidades entre la condenación y el paraíso: porque los ciclos
(Vico) son culpables es que hay Time Finnegan’s o la resurrección.[6]
Para Samuel Beckett: “¿En qué
sentido es, pues, purgatorial la obra de Joyce? En el de la ausencia absoluta
del Absoluto”. Además: “¿Y el agente parcialmente purgatorial? El parcialmente
purificado”. Ni premio ni castigo: la risa que suena con exterioridad del
todo...
En la división del humo y la llama, división trágica, ritual, filosófica, no
hay esta vez un dilema – tipo: Protágoras y discípulo, el que perdió todas las
causas pese a la instrucción del maestro y, en consecuencia, no quería pagarle,
pero al no hacerlo ganaba una, luego por el contrato debía pagar, había
perdido, ganado, y al perder, ganar – ni una víctima lista para ser
reapropiada, instrumentada, articulada. Hay que recordar lo que San Agustín
escribió de las mujeres violadas: las defiende de la condena social – los
castigos físicos en primer término – pero también del linchamiento subyacente
en la comunidad ya que “un ser no es responsable de lo que se hace con su carne
sino de las adhesiones y rechazos de su voluntad”, la pureza es asimilada a la
fuerza, la belleza, la salud, pueden disminuir con el tiempo sin comprometer el
ser: la violencia ejercida contra un cuerpo no implica el alma. Agustín dice que no deberían castigarse a sí mismas, quitarse la
vida como Lucrecia, que agrava con el homicidio de sí misma el otro crimen del
cual no es responsable, haber sido violada. En todos los casos el dilema de la
víctima es un “falso” dilema, aun si ella, Lucrecia, dio un consentimiento
voluptuoso a la agresión, en ningún caso hubiera debido poner fin a su vida; tal vez lo hizo porque creyó que sospecharían una complicidad implícita. No hay salida
posible del dilema – “Si adulterata, cur laudata; si púdica, cur occisa?” -, es
decir, si ella fue adúltera – gozó en la violación -, por qué se la alaba
(post-mortem, convengamos), si ella fue casta, ¿por qué se quitó la vida?
Agustín concluye que ella no pudo soportar la mirada de los hombres – “quibus
conscientiam demonstrare non potuit”, a quien no pudo abrir la conciencia ,
encontrar las palabras... que confesión y demostración vayan juntas. La falta
para Agustín reside en una sustitución: por querer evitar las ofensas y las
sospechas humanas, la injuria, termina, ella, por sustraerse a la ley divina. Agustín ahí defiende el individuo contra la comunidad
precisamente porque él no se pertenece a sí mismo: el “non occides” refiere
también a sí mismo, al suicidio.[7]
La víctima está siempre en
otra parte, no da lugar a la ceremonia ni a los réditos de la victimización,
pide ser nombrada a discreción, yo he hablado de una que no se distingue de un
hombre cualquiera en una calle cualquiera. El discurso de la Utopía que habla
en nombre de los pueblos oprimidos a los que ese mismo discurso sojuzgó es la
tentativa descarnada de una última palabra y un último silencio, el epíteto
postrero y vencedor como el sueño de una lengua compartida por todos y dicha
por ninguno.
Hay sin embargo otra figura, no decantada de inmediato, surgida en la lectura,
la metalepsis de un duelo que descubre la risa al escribir su diferencia –
“culpable” – con el todo, no para abrir un litigio, o resolverse en una escena de
contraprestaciones, en un contrato subyacente entre partes y en función de un
dictamen que ha de medrar en el tiempo. La paradoja de que hablo no es objeto de juicio, está tomada
en un cruce de anatemas, siempre en la inminencia comunitaria del tema
compartido, es ante todo cosa de ritmo: antes de leer tantas cosas que no
deberían haber sido dichas, antes de entrar en frases, formar parte algunas
veces de los paradigmas y los contrastes, atravesar los nuevos cultos y la
idolatría de nuevo cuño – la proximidad de un suicidio cultural que ahí se lee
en todas sus letras – antes de poner en juego (inventar) el valor de una
diferencia entre tantos heroicos temores es necesario recordar – para evitar un
malentendido respecto de este punto – esa condición – decepcionante para el
género humano – que Fra Roberto llamó su mérito: “ella pasó más allá de la
experiencia de toda otra criatura”.
Diciembre, 1988, La Anunciación
Bibliografía
.
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[1] El futuro de la democracia no depende sólo de un partido,
es fundamental, por ejemplo, la actitud que pueda tomar la renovación peronista
con los aspectos corporativos de un programa, respecto de los militares
“kadafistas”, etcétera. En suma: la actitud intolerante refuerza lo que se dice
criticar. En los sucesos de Semana Santa los ideólogos del utopismo no se
diferenciaron en sus discursos de los golpistas.
[2] Son necesarios los matices. De lo contrario se es
“macarthista” para con los otros y revolucionario para sí mismo, síntoma
primario de la mayoría de las izquierdas. ¿Acaso los que tomaron parte de la
lucha armada no sufrieron una educación semejante a los textos que analizo? En
términos culturales su objetivo final lo leemos en Palabras contra la
Tiranía de Carlos Franqui: que pueden extenderse a la frase que inmortalizó
un régimen: “Un poeta vale menos que una silla”.
[3] También se lee en un artículo de David Viñas-“ Alfonsín,
recapitulación, insidias y pronósticos”- revista Fin de Siglo, número I-
que éste,
desmintiendo la firmeza que se le atribuía, llega a descalificarlo con epítetos
más acordes al grupo faccioso durante los hechos de Semana Santa- “ese profesor
de botánica saludó sin placer, como si quisiera comprobar que las sisas del
saco no le oprimían los sobacos”, o “El profesor de pastelería se había
cambiado en escolástico medieval: Felices Pascuas, concluyó”, es decir, todo lo
que se quiera menos una figura presidencial. Para no quedarse atrás, Piglia en El
Periodista-número 194, junio de 1988- le aconseja un diván público: “¿O no
dicen ahora que Alfonsín está deprimido? Lo único que falta es que lo trate
Abadi en el programa de Neustad”. Esta insistencia en la debilidad de
Alfonsín termina por hacerle el juego al fascismo…que el utopismo necesita para
la Verdad de su prédica. Los ultras de izquierda y derecha quieren un hombre
fuerte, sea Fidel Castro o Aldo Rico, dos “antiimperialistas” de raza. Y casi
con el mismo lenguaje: la grosería como estilo, la intimidación como método
para lograr consenso. La “superada” escolástica medieval podría demostrar que
los límpidos espacios verdes no reemplazarán los cuarteles: los extenderán a
toda la sociedad, aun si la militarización total tiene el color del follaje,
verde.
[4] La televisión, pese al tajante rechazo de Pasolini, ha
demostrado que puede defender la democracia. Ni bien se pasaban las noticias de
la acción de los golpistas puede decirse que ésta empezaba a disolverse fuera
cual fuere la intención de los comunicadores: no había sombra de consenso para
ellos. Habría que analizar el funcionamiento de los nuevos medios en
situaciones específicas y como instrumentos que pueden resistir la
instrumentalización de los cuerpos que se produce cuando el Estado es dueño y
señor de los mismos.
[5] Para algunos filósofos como Victor Massuh el nazismo es
cosa del pasado. Si bien Massuh muestra que en Europa los temas se han
desplazado pasa por alto el tema de los campos en la Argentina “no
necesariamente encuadrados en la ideología nazi”, pero campos de solución final
al fin. Hoy todo un coro universitario repite una mala traducción de Wittgenstein: “aquello de lo
cual no se puede hablar, hay que callarlo”. El es necesario (muss man) referido
al sujeto implica necesidad, no obligación. Si el nazismo es ya un viejo
fantasma (pese a las recientes declaraciones del Presidente del Parlamento de
Alemania Federal) habría que pensarlo en sus metamorfosis y la continuidad en
la historia del antisemitismo. Recuerda en esto a Gorgias: ya no hay campos en
Alemania, importa poco que los haya habido en la Argentina, o bien nuestro
folklore carece de dignidad filosófica o de cámara de gas.
[6] Ultra posse nemu obligatur: nadie está obligado a lo
imposible, escribió Kant desde la sentencia latina. “Si la negación de un acto
está prohibida, el acto se llama obligatorio. Debemos hacer lo que no se nos
permite no hacer”, escribió G.H. Wright, sucesor de Wittgenstein en Cambridge.
El utopismo crónico repetiría el tema común a Aristóteles de la batalla naval:
desplaza lo obligatorio a un futuro en bruto- ya ni contingente ni necesario- ,
es decir sin ninguna relación de obligatoriedad con él: debemos hacer lo que
siempre será imposible de hacer, siempre que se borre la instancia obligatoria
del discurso, el juego de lo prescriptivo y lo normativo. Resultado: los
primeros ahogados son los pupilos, haya o no haya batalla naval que ha pasado
de lo necesario a lo imposible (de ahí la tendencia argentina a vencer batallas
que se perdieron o pelear gestas imaginarias). Habrá que poner siempre sobre el
tapete el tema de los campos de concentración que hubo en la Argentina, ya que
algunos sienten melancolía por ellos, otros dicen que no los hubo, que nada
influyeron en la cultura, mientras que algunos sueñan otros- mejores, más
perfectibles- y esto se atisba en los discursos que quieren retornar a los
orígenes preconstitucionales- “puros”- , llevar al pueblo ahí para disiparlo en
una sola línea de tierra, La Gran Matriz Concentracionaria que en cada uno de
los “ismos”- fundamentalismo, fundacionalismo, utopismo- supone que el nombre
no está en juego, que el “pueblo” no es más que la ausencia de voces
individuales- sólo el Uno habla-según un programa “progresista” que no es sino
una militarización de la cultura en coexistencia con lo arcaico…que no hay que
confundir con anacronismos creadores como los de Lezama Lima que habla de “ las
cobardes pacificaciones de la síntesis”.
7 En el vasto poema de Shakespeare, “The Rape of Lucrece”, entre el violador y
la víctima el personaje central es el Azar – tiempo, noche, oportunidad -,
ambas figuras parecen repartirse todo el mal universal según una temática
estoica, ella en cierto modo “nace” al discurso en ese lapso interminable del
después hasta que llega, como sucede en Shakespeare, el brillo de puñal, el
heredero: “My honour I’ ll bequeath unto the knife”.