jueves, 21 de marzo de 2013

El Santo Oficio. Por James Joyce



A la distancia me vuelvo para mirar

los restos de este abigarrado grupo,

esas almas que odian la fuerza que la mía tiene

templada en la escuela del viejo Aquino.

Allí donde ellos se han arrastrado, encogido y orado

yo permanezo firme, sin amigos y solo

indiferente como la raspa del arenque,

firme como los riscos de la montaña

en cuyo aire agito mi cornamenta de ciervo.

Que continúen como está convenido

para adecuar la hora del balance.

Aunque laboren hasta la sepultura

jamás tendrán mi espíritu

ni unirán mi alma a la suya

hasta que llegue el Mahamanvantara

Y aunque a patadas me rechacen de su puerta

más a patadas los rechazará mi alma.

James Joyce, El Santo Oficio, 1904, fragmento final, traducción Andrés Bosch.
El Santo Oficio es un poema contra la servidumbre voluntaria de los escritores irlandeses, Yeats incluido, ante los delirios del nacionalismo irlandés. De título irónico, es también una carta de despedida antes de su exilio, Joyce, nombrándose a sí mismo Catarsis Purgativa y desde la fuerza de un alma formada en la escuela del viejo Aquino por los jesuitas, satiriza a los popes del nacionalismo irlandés que por cierto no le son indiferentes: consideraba que Irlanda era “un país aristocrático sin aristocracia” cuyos barones se pasaron peleando por siglos en guerras instestinas mientras que “al otro lado del Canal de San Jorge, obligaban al Rey Juan a firmar la Carta Magna( primer capítulo de las libertades modernas) en el campo de Runnymede” (Irlanda, Isla de santos y sabios, 1907) En esta conferencia- Trieste-, Joyce demuestra que conocía en detalle la historia política, religiosa y económica de su país, hasta se detiene en la industria de la lana. Para él esa cultura ya había cumplido su ciclo y se movía, ahogaba en las aguas empantanadas de la impostura y del mito.

Tomado de Libros peligrosos, Enero 2012.

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