sábado, 21 de diciembre de 2013

Fragmentos y reflexiones. Por Luis Thonis.


Quisiera darme una última cabalgata como un aficionado a la música al que se le permite en un último aliento profanar con un añadido instrumental una obra maestra, tomar las riendas, no con el temor que la muerte impone en la civilización sino con la pavura del desierto, ojos abiertos y oído en tierra, esperando el sonido de los cascos y un relincho entrecortado entre el incendio de cardos y pajonales, una descarga que suena lejana dispersando caranchos y teruteros, el viento que recuerda el perfume extinto de una flor de invernáculo que renace en un cactus y el amor llega para informarnos que todo lo perdemos menos lo que repite nuestra dicha cuando ella se hace perdiz, cae el velo opalino del cielo que se apampa y desparrama dejándonos el olor de las bestias en celo.(Viento Agrio)

El tiempo modifica la lectura. A medida que el tiempo pasa Ernesto Che Guevara se vuelve cada vez más fascista.

Diez frases del Che.

1.“Los jóvenes deben abstenerse de cuestionamientos ingratos de los  mandatos gubernamentales. En su lugar, tienen que dedicarse a estudiar, trabajar y al servicio militar.”

2. “¡Los jóvenes deben aprender a pensar y actuar como una masa. Es criminal pensar como individuos!”

3. Durante la crisis cubana de los misiles en octubre de 1962, el Che apoyó a Fidel en la confrontación nuclear con Estados Unidos. Se decepcionó cuando Khrushchev decidió retirar los misiles, ante la amenaza de una guerra nuclear (ver las Memorias de Nikita Khrushchev). Él le dijo al reportero británico Sam Russell del periódico socialista Daily Worker que “si los misiles hubiesen permanecido (en Cuba), los hubiésemos utilizado contra el mismo corazón de los Estados Unidos incluyendo a Nueva York. Nunca debemos establecer la coexistencia pacífica. En esta lucha a muerte entre dos sistemas tenemos que llegar a la victoria final. Debemos andar por el sendero de la liberación incluso si cuesta millones de víctimas atómicas.”

4. “Hay que acabar con todos los periódicos. Una revolución no se puede lograr con la libertad de prensa.”

5. “Para enviar hombres al pelotón de fusilamiento, la prueba judicial es innecesaria. Estos procedimientos son un detalle burgués arcaico. ¡Esta es una revolución! Y un revolucionario debe convertirse en una fría máquina de matar motivado por odio puro.”

6. “¡El odio es el elemento central de nuestra lucha! El odio tan violento que impulsa al ser humano más allá de sus limitaciones naturales, convirtiéndolo en una máquina de matar violenta y de sangre fría. Nuestros soldados tienen que ser así.”

7. El racismo de Che se hace evidente en estos comentarios en su diario de viaje: “Los negros, esos magníficos ejemplares de la raza africana que han mantenido su pureza racial gracias al poco apego que le tienen al baño, han visto invadidos sus reales por un nuevo ejemplar de esclavo: el portugués.  El desprecio y la pobreza los une en la lucha cotidiana, pero el diferente modo de rí que realmente me gusta maencarar la vida los separa completamente.”

8. Y continúa “…el negro indolente y soñador, se gasta sus pesitos en cualquier frivolidad o en ‘pegar unos palos’ (emborracharse), el europeo tiene una tradición de trabajo y de ahorro que lo persigue hasta este rincón de América y lo impulsa a progresar, aún independientemente de sus propias aspiraciones individuales.” En la película “Diarios de Motocicletas” omitieron esta observación incómoda del diario del Che.

9. El 18 de febrero de 1957 el guía campesino Eutimio Guerra, acusado de pasar información al enemigo, es enjuiciado por los rebeldes y condenado a muerte. A la hora de la ejecución, sus compañeros no se deciden a pasarlo por las armas, y es cuando el Che se adelanta, extrae su pistola matando de un disparo en la sien a Eutimio, describiendo el acto en su diario de la Sierra Maestra: “…acabé el problema dándole en la sien derecha un tiro de pistola [calibre] 32, con orificio de salida en el temporal derecho. Boqueó un rato y quedó muerto. Al proceder a requisarle las pertenencias no podía sacarle el reloj amarrado con una cadena al cinturón, entonces él me dijo con una voz sin temblar muy lejos del miedo: ‘Arráncala, chico, total…’ Eso hice y sus pertenencias pasaron a mi poder.” Posteriormente Che escribirá en su Diario: “…ejecutar a un ser humano es algo feo, pero ejemplarizante. De ahora en adelante aquí nadie me volverá a decir el saca muelas de la guerrilla.”

10. En una carta a su padre refiriéndose a dicha ejecución escribe: “Tengo que confesarte, papá, que en ese momento descubri que me gustaba matar.”

Alvaro Vargas Llosa.


 A propósito de la aparición de Epitalámica( 1969)

Este reportaje introduce el ciclo que Murena, evocando a Goya, llamó las novelas del Sueño de la Razón: Epitalámica, Caina Muerte, Poliscuerpón y Folisofía que anticipan la carnicería que va a darse en la Argentina en la década del setenta.




--Usted no ignora, Murena, cómo termina  ese capítulo de un sueño de Goya
Murena- Sí,  “el sueño de la razón produce monstruos”. Frase que para ser precisos corresponde a Quevedo. Pero el sueño de mi razón quiere ser sabio y parir monstruos que representan la raíz de lo normal, de lo común.
P- ¿Leyó a Quevedo mientras escribía este libro?
Murena- Lo releí después, pensando que era un pariente. Y lo era, aunque lejano. Hay otros. Toda obra al nacer, se encuentra con una familia…
P- En Epitalámica hay una intención obsena, lo mismo que en cierto Quevedo. Y su novela anterior, Los herederos de la Promesa, acaba de ser juzgada en Italia por obscenidad…
Murena- Y absuelta… ¿Pero, yo, obseno? Hablo del hombre tal como se ha quedado, desnudo: eso es todo. Ocurre que no hay que negarse a ver. Además, por favor, lea “Las Mil y una noches”. Y considere que se trata de un libro esotéricamente religioso. 
P- ¿Por qué emplea la palabra religioso en relación a ese libro suyo? Muchas personas no encontrarán en él más que un sadismo regocijado y escandaloso.
 Murena- Oh, este libro, este ciclo, tras sus carcajadas, es triste y espiritual. Podría hacerlo llorar si le contase la historia en detalle. No soy cruel. Le diré sólo que tenía una señora de la que estaba enamorado en forma absoluta. Hubiera hecho- tal vez hice- cualquier cosa por ella. Un díría la vi  bajo no sé qué luz y me desilusioné. Y empecé a tratarla mal, como simple medio. Aconteció que nuestros amores nunca fueron tan libres y dichosos como desde entonces. Esta señora es la literatura. La literatura como camino hacia la espiritualidad: así en estos libros el mundo- por presencia- y lo que lo supera- por ausencia- cobran su verdadero valor.
P- Algún crítico podria sentir que usted maneja a sus personajes con cierta arbitrariedad
M- Mire, esa desilusión que yo sufrí en cuanto a la literatura es hoy común a muchos escritores. La literatura, unas convenciones centenarias que la sostienen, ha terminado. Hueso duro de roer para muchos escritores. Entonces, para justificar sus paralíicas creaciones- prueba óptima de que la cosa no camina-, inventan las teorías de la “obra abierta”, de que el lector debe colaborar para que la obra se haga. Pamplinas. Si se acepta que la literatura concluyó, la literatura podría volver a ser lo que era: ser- me refiero a la novela- como la tragedia y la epopeya de la que surgió, un teatro de títeres donde “no hay que hacer”, pues el destino impera. La literatura como ilustradora del destino: a eso sin duda llama su crítico arbitrariedad. Yo he creado un mundo inexorabemente cerrado, que por eso es poético. Como en mí, como en cualquier hombre, está todo, comprobé después con sorpresa que la realidad  se ponía a obedecer ese mundo sólo mío Así ha sido siempre la literatura clásica: una cuestión de fe.
P- ¿A qué se debe ese lenguaje insólito, mezcla de arcaísmos, porteñismos, españolismos y hasta de sintaxis latinizante que usted usa?
Murena- No uso  un lenguaje. Esta obra “es” ese lenguaje. Como es pura literatura- o sea pura realidad- es puro lenguaje. Y como la literatura se terminó, es un lenguaje que se burla del lenguaje. Es la palabra “injusta”- lo contrario y lo mismo que la mot juste flaubertiano-, cuyo fin es demostrar que a una palabra se le puede hacer expresar todo, incluso lo contrario que su significación convencional. Así el hombre siente que puede liberarse de la esclavitud de la lengua: mi ideal sería escribir sólo con insultos la más maravillosa historia de amor. Quiero que a través de ese lenguaje que se destruye a sí mismo el lector sospeche la existencia de un vacío absoluto, que lo inquiete y le trasmita una realidad superior a él. Ahí tiene otra vez lo religioso, en el lenguaje.
P- ¿Qué piensa del público lector?
Murena- Del público en general me interesa una sola persona. Persona a la que no conozco. De la que no sé si ya nació o si ya murió. Sin embargo, existe.
P- ¿Cómo ha hecho para crearse el prestigio preferentemente negro que tiene?
M- Oh, es una tarea de muchos años cuyo secreto no voy a revelar tan fácilmente.
Revista Panorama

Con el budismo para consumidores contestatarios de Kerouak nunca fui ni hasta la esquina. La generación beat estuvo contra la guerra de Vietnam que permitió la llegada al poder del genocida Ho-Chi Min y que como en Corea del Sur hoy haya instituciones libres en Indochina. Coexiste con el nacimiento del paradigma vietnamita y el negocio universitario de los pueblos oprimidos y la exaltación de las peores dictaduras. Amo el Estados Unidos profundo, el de Katherine Anne Porter o el de Cormak Mac Carthy, unas de las pocas reservas que queda junto a Israel de la libertad soberanía en el mundo.

El vergonzante fallo del Tribunal Europeo de los derechos del hombre que pone en duda el concepto de genocidio, es un insulto a más de un millón de víctimas armenias asesinadas de la forma más aberramte por los "Jóvenes Turcos". No es casual que quien considera esto una "mentira internacional", Dogu Perincek, sea el líder del partido de trabajadores turcos, que es ultranacionalista, nazi y estanilista al mismo tiempo. Europa sigue cediendo hacia un estado , Turquía, que siempre fue negacionista y ha practicado diversas formas de chantaje, pero que ahora ha girado hacia el integrismo y amenaza a las minorías, la armenia en primer término. Está demás decir que el gobierno argentino ha sido indiferente al hecho, no podía ser de otro modo por parte de un estado que ha entregado sus víctimas- las de la AMIA- a los victimarios. Un motivo más para leer Mar Negro de Ana Arzoumanian, uns novela única e ilegible en un país de ratas donde hoy el fascismo y el estalinismo se dan la mano.

La traición a la patria según la constitución se ha cometido tantas veces que ya parece un hecho natural, de justicia o de lealtad.

Nuestra Reina Batata/ es peor que una rata/ maquilla sus emociones/ te vende espejitos de colores/ te regala patacones/ y cuando no te das cuenta/ te come hasta la ñata.

Ad Kalendas graecas.

Horacio González ha creado una suerte de neoclacisimo ramplón, cobarde, populista, más próximo a una nov lengua que vuelve respetable el crimen según Orwell que a los clásicos donde el miedo a decir algo por su nombre supone un inmenso déficit de metáforas a la par del fiscal que destruye la economía y la vida. Hace tiempo que este procedimiento está de moda en la impotente cultura progre: matar al otro de aburrimiento, hundirlo en la depre tipo “a mí me pasa lo mismo que a usted”, hacerle odiar el lenguaje de tanto no decir nada o celebrar la misma nada siempre en el tono de contraido sabelotodo. Ni una palabra de la evidente disyuntiva formulada por Cristina: o una dictadura militar o yo...mientras bautiza a Milani según el ritual predilecto del nacional populismo.  Dejando de lado el tema de su injustificado enriquecimiento, le vale la presunción de inocencia pero la Presidente desoyó al CELS y González no se pregunta sobre este punto único y clave. Todo parece reducirse a una hemorragia de conciencia. ¿El sordo pacto con Irán? ¿La militarización de los desplazados que formula Omar Genovese hablando de Estado de sitio tácito  donde los narcos son los justicieros? ¿La política? Vecinos que se arman para la autodefensa de un lado, parapoliciales del otro hablan de la desaparición de la política en un contexto de guerra tribal. Nada, como dicen los pibes, hay que disfrutar de la década ganada, apenas alterada por un mosquito que pica en la buena conciencia.
Así, en Pravda 12, para mostrar su disidencia con el nombramiento de Milani nos larga esta tirada donde el hecho parece responder a una ciega fatalidad- "por algo será"- más que a una decisión que tiene el nombre y apellido de la Presidente.
Cito este atentado a la inteligencia del prójimo: “¿qué es saber? ¿Alguien estaba dentro de la maquinaria y no sabía? ¿La conciencia tiene tantos planos sigilosos y signos de autoexculpación que logra convertir en no-saber lo que se sospecha saber? ¿En verdad se puede vivir en estado continuo de pretexto? ¿Haciendo excepciones a nuestro favor? No son estos asuntos de Estado, sino del estado de las conciencias, con sus repliegues que pueden ir anulándose en cascada a cada acto que concebimos infausto. A pesar de eso, todo puede comprenderse en medio de la tensión última del conocimiento, la que nos lleva a acercarnos a lo que es una época, sus condiciones políticas, sus urgentes inmediatismos y el llamado siempre silencioso de las grandes arquitecturas que a lo largo de los tiempos adquiere el sujeto culposo, forma interna, a veces complementaria, a veces contradiciente del Estado. Si están bien encaminadas estas reflexiones, nos apoyamos en ellas para manifestar nuestra disconformidad con el nombramiento del nuevo jefe del Ejército".
¿Quién es el sujeto culposo? No lo saben ni dios, ni el diablo, ni Marx. 

González escribió en enero de 2002, La Multitud creadora, donde no dice una palabra de la megadevaluación de Duhalde ni de los miles de muertos que causó esa estafa gigantesca y ensalza a la multitud citando a los zombi filósofos del momento, pasa por alto el golpe de estado y le atribuye un decisionismo a lo Schmitt cuando entre gallos y medianoche no pudo decidir nada.
Eran los tiempos donde Duhalde era un "prócer"(Pigna) y no el posterior Padrino. Hay que estar atentos para que la historia no vuelva a repetirse aunque ya el gobierno devalúa a un cuarenta por ciento anual. 
A partir de ese momento comenzó el matrimonio entre los intelectuales mitómanos y poetas de la servidumbre voluntaria, filo castristas chic por décadas y que encontró en la delictiva oligarquía santacruceña su realización y que ha sido el destino mercenario, exánime de la vanguardia en la Argentina. Horacio González puede hablar interminablemente Ad kalendas graecas sin que nada afecte la circularidad de su lengua que reproduce lo mismo con lo mismo. Como el reaparecido Cavallo, González habla como si no tuviera nada que ver con la actual tribalización que trivializa a más no poder.
El pez no muere por la boca en las culturas estructuradas por el delirio, en los países donde los sujetos están en posición de duelo invertido habla hasta secar el mar y probarte que en riachuelo hay sirenas.

El fanatismo de intelectuales y poetas por el nacional populismo se debió a la promesa implícita que dejarían de pertenecer a una pequeña burguesía asalariada y formar parte de una oligarquía de Estado. Manuel Gálvez había dicho eso mucho antes con total franqueza. En cambio, aquí se hizo en nombre ideales tercermundistas que ya eran pornográficos. Los K además de la promesa de formar parte de una nueva clase privilegiada los confirmaban: haber amado a Castro, al Che, a Mao, etc, era haber participado en una gesta histórica que seguía su curso sin interrupciones contra el imperialismo. Es desde esa trama donde surgen las imposturas más flagrantes, que pasan por el ridículo y el grotesco hasta convertir una supuesta épica en la ética del mini-miserabilismo actual. 
La novela El neoromanticismo de Diego Fernández Pais narra de primera mano desde el humor y la sátira ese mini-miserabilismo.
 

El colombiano se burló de mi. Contó una serie de chistes sobre argentinos: "¿ Qué hacen dos argentinos en la Torre Eiffel? Miran cómo se ve París sin ellos." La reunión no fue muy feliz. Los defraudé o les fui útil para continuar con la idea que tienen de nosotros. En la despedida, el colombiano me invitó al estreno de una obra dirigida por él, de autor argentino. Nos admiran.

Informe sobre Moscú, José Sbarra, Palabras Amarillas ediciones.


"Dejadme llorar a orillas del mar" (Góngora). Así vale la pena quejarse, lo mismo en la pena extraordinaria que canta Martin Fierro. Quejarse en demasía por la falta de luz y de agua es una burla para las viejitas que no pueden subir las escaleras. Nadie del Estado ni de los entes reguladores ni las empresas oyó nada. Vayamos entonces a romperle en mil pedazos el generador a Oyarbide, no nos axfisiemos, ahogemos a falta de agua en un nudo borromeo, no hay nada más fácil que separar un aro para liberar los otros dos, no hay que construir una vida contra eso. En esta me prendo y luego teorizo cómo Oyarbide ha gozado con ello.



La corrupción insolente de funcionarios que se sienten impunes, combinada con la prédica de propagandistas oficiales persuadidos de que la militancia política entraña el derecho a mofarse de la legalidad burguesa, ha contribuido mucho al clima anímico imperante. Sería poco razonable esperar que los habitantes de un país dominado por personajes considerados fabulosamente corruptos respetaran las mismas normas que los finlandeses o neocelandeses. En todas partes importa la ejemplaridad: no basta que la mujer de César sea honesta, también tiene que parecerlo.

El ejemplo brindado por Cristina dista de ser edificante. Es de suponer que al festejar el trigésimo aniversario del reencuentro con la democracia bailando con personajes de la farándula local y batiendo un tambor mientras moría más de una docena de compatriotas y millones se atrincheraban aterrorizadas en sus hogares por miedo a ser atacados por hordas de delincuentes, Cristina imaginaba que el espectáculo la ayudaría a robustecer tanto su propia autoridad como su compromiso con la gente joven.

Se equivocaba, claro está. Para todos salvo los incondicionales, el contraste entre el jolgorio oficial protagonizado por la Presidenta y la tragedia que estaba viviendo un país que, para su horror, acababa de verse en el espejo, fue demasiado cruel. A menos que Cristina tenga mucha suerte, aquel episodio nada feliz permanecerá como una metáfora perfecta de su gestión.

En el mundo binario de Cristina, todo es maravillosamente sencillo: el país ha sido condenado a elegir entre ella y una dictadura militar. Puede hacer lo que se le antoje porque su gobierno jamás cometerá los mismos crímenes que el régimen castrense. Quienes la critican son, lo entiendan o no, golpistas, ya que están despejando el camino de regreso para los milicos y sus aliados civiles.

Para los ultra-K, estos golpistas fantasmagóricos cumplen un papel esencial. Les brindan un pretexto para comparar su propia conducta no con la de gobernantes más racionales y más respetuosos de las normas democráticas, sino con la barbarie del Proceso. Por lo demás, puesto que el Gobierno tiene que concentrarse en la lucha contra “los vestigios de la dictadura”, sería injusto pedirle intentar solucionar problemas menos urgentes como los supuestos por la inflación desbocada, la brecha creciente entre el gasto público y los recursos financieros disponibles, el déficit energético, la educación en caída libre y la sensación ya generalizada de que “el modelo” está por desintegrarse, con consecuencias dolorosísimas para buena parte de la población del país.

Por fortuna, a pesar de los esfuerzos de los kirchneristas por resucitarlo, el golpismo se niega a salir de la tumba en la que yace desde hace un par de décadas. Así y todo, puede entenderse la nostalgia que sienten Cristina y sus íntimos por épocas en que combatir el poder fáctico militar era prioritario. Es una cosa oponerse a una dictadura brutal, aunque sólo fuera anímicamente y en retrospectiva; es otra muy distinta, y mucho más complicada, gobernar con eficacia un país que se ha atrasado tanto como la Argentina.

No solo los kirchneristas, sino también otros peronistas, radicales, izquierdistas y muchos que se suponen progresistas se han acostumbrado a atribuir todas las deficiencias nacionales a la malignidad de sus enemigos particulares; militares, conservadores, oligarcas, “neoliberales”, los agentes de una sinarquía cosmopolita y así, largamente, por el estilo. Parecen estar mucho más interesados en el pasado que en el presente.

Coinciden con los “revisionistas” en que la Argentina es el país víctima por antonomasia.
Tanta autocompasión por parte de los políticos es comprensible: no les convendría que la ciudadanía atribuyera el estado lamentable del país a las deficiencias de una proporción notable de los miembros de la clase política permanente. Con todo, sería mejor que se quejaran menos por lo sucedido en el pasado que, al fin y al cabo, no podrán modificar, y que hicieran un esfuerzo mayor por enfrentar los desafíos planteados por la actualidad.

James Neilson


 "No es importante lo de Lázaro Báez" dijo Ricardo Forster, además de defender a Milani, sin decir palabra de los cuestinamientos del CELS.
bien este imbécil ignora el sentido de la palabra obsecuencia y no sabe lo que dice o bien lo sabe y es un canalla. Lo cierto es que habla en jerga galtierista como Estela Carlotto. Los muertos le resbalan. Patético final de toda una cultura de izquierda predominante en la argentina que culmina abrazada a los saqueadores asociados al Estado, Milani y a los ayatolas de la muerte. "Ya se ver" dice Carloto ...cuando sea demasiado tarde y seamos definitivamente un país de ratas.







Creo que no se entendió nada cuando dije que las líneas de transmisión han sido devastadas. No se trata de novelas, poemas ni de obras de teatro. 
En la Alemania de Weimar, Berlín era la capital artística del mundo. Estaban las mejores novelas- Broch, Musil, Schnitzler, etc. – los mejores poetas, el mejor teatro- Piscator, Reinhardt, Bretch, Hauptmann, el cine de Von Stenberg y Fritz Lang, la mejor música- Schonberg, Alban Berg, Bartok, Bahaus en las artes visuales, Klee y Kokoscka en pintura y esto para empezar. Trato el asunto detenidamente en Lecturas del Museo.
Pero venció el nacionalismo de la Kultur, ganaron Heidegger y Carl Schmitt y vino Hitler. Nadie vio nada, salvo Karl Kraus. Todo era maravilloso. Ni Freud ni Lacan hubieran podido hacer nada, era demasiado tarde, los zombies venían marchando y nadie quiso combatir cuando había que hacerlo. Cuando una elite humillada se une al populacho nadie escucha a los Karl Kraus. Aquí nadie quiso oír a Murena, era angustiante que no fuera populista o de izquierda y no hiciera los deberes: había que convertirse en zombie para ser parte del start system. 

Se asumía como un efecto retardado de las novelas de caballería, a excepción de Tirant lo Blanch que se bajaba turcos en la neblina para quedarse con Bizancio y Carmesina: Tirant era neoliberal.

Hay que sacar al poeta de lugar rentístico de la víctima. No suponerle una ética porque diga que es de izquierda ni porque se pronuncie populista cederle el monopolio de los sentimientos. Ni ilusionar una profundidad cualquiera porque parafrasea al chanta de Heidegger.
La poesía es lo contrario de la performatividad.


Esta frase de  Hernán Brienza es espeluznante y para la posteridad: "Lo que sí es indiscutible es que lo que lastima, lo que molesta a muchos fariseos del pasado no es lo que Milani haya hecho en décadas anteriores. Milani es incómodo por su adscripción indiscutible a un proyecto nacional y popular"- Lo que demuestra que el populismo toma el bautismo de la religión tradicional y lo usa tendenciosamente: no importa que Milani- o Gerardo Martínez, acusado con argumentos de más de cien desapariciones- hayan hecho, torturado o asesinado, basta el bautismo de la Reina Batata para de golpe y porrazo formar parte del Eje del Bien. Milani ya tuvo su bautismo y Brienza lo aprovecha atacando a los "fariseos" como si los Kirchner no hubieran estado en las mejores migas con los militares de la dictadura, votado por la amnistía de Luder, prohibido a las madres en Santa Cruz y retornar en el 2003 con la furia de los conversos.

Milani no es una casualidad en el gobierno nacional y popular. Es el producto de una concepción ideológica, pero también la consecuencia política de una estrategia corporativa que no sé si podrá concretar con todas sus consecuencias, pero las intenciones existen y los primeros pasos se han dado. El populismo, por otra parte, necesita de Fuerzas Armadas adictas con prescindencia de los resultados decepcionantes que han tenido en la materia. A las enseñanzas de Perón se suma el ejemplo de ese otro ícono de la superchería populista: Hugo Chávez.

Decía que el ascenso de Milani preocupa no tanto por su pasado como por las consecuencias que esta decisión tiene en el presente. Por supuesto que la decisión es un retroceso en materia de derechos humanos, tal como se los concibió en 1983. ¿Pero es una contradicción con la gestión de los Kirchner? Lo es a medias, porque para un gobierno populista cuya vocación de poder es decisiva, estas contradicciones son absolutamente previsibles y hasta funcionales a su estilo.

Seamos sinceros. Este gobierno nunca creyó en los derechos humanos. Sus principales promotores, empezando por los Kirchner, estuvieron ajenos a ellos y si alguna vez retomaron algunas consignas fue por oportunismo. En el camino, como no podía ser de otra manera, lograron la hazaña cultural de corromper a instituciones que en su momento fueron símbolos de resistencia a la dictadura. A lo sumo, los Kirchner se preocuparon por juzgar a represores -en algunos casos a ancianos que asisten a los tribunales con pañales descartables- pero el juicio a los represores puede ser en el mejor de los casos un capítulo en materia de derechos humanos, porque la plenitud de esta asignatura incluye una filosofía, una ética, una práctica social que este gobierno desprecia o desconoce. Además requiere la vigencia de un Estado de derecho que para los Kirchner ha sido siempre más un obstáculo y una molestia que un espacio a perfeccionar y ampliar.
Rogelio Alaniz

En Guantánamo hay un estatuto, el del “unlawful combattant”, que decreta el estado de suspensión de toda garantía para un nuevo tipo de terrorismo en referencia al urbicidio. El Acta Patriótica no supone que haya caducado la separación de poderes y que Estados Unidos- un país que está en guerra, no hay que pasarlo por alto- sea un estado de excepción como afirma Agamben que considera a las democracias como estados de excepción pero no dice una palabra de estados totalitarios como Cuba, Corea del Norte o Zimbabwe. El estado de sitio tiene una base jurídica, más grave me parece la vuelta a la hipótesis del enemigo interno porque no sabemos quién es. Me temo que con Milani a cargo de la inteligencia se apunte más a opositores y periodistas que a los autores de los saqueos, empujados por los propios punteros como sucedió en Tucumán.

Estamos en pleno reino de la mediocridad. Entre plumíferos sin fantasía, graves, frondosos, pontificadores con la audacia paralizada. Y no hay esperanzas de salir de esto. Los "nuevos", sólo aspiran a que uno de los inconmovibles fantasmones que ofician de papas, les digan alguna palabra de elogio acerca de sus poemitas. Y los poemitas han sido facturados, expresamente, para alcanzar ese alto destino. Hay sólo un camino. El que hubo siempre. Que el creador de verdad tenga la fuerza de vivir solitario y mire dentro suyo. Que comprenda que no tenemos huellas para seguir, que el camino habrá de hacérselo cada uno, tenaz y alegremente, cortando la sombra del monte y los arbustos enanos.

ONETTI


 La culpa no es del chancho sino del que le da de comer. 
 Si hay un militante que es la apoteosis que combina la imbecilidad y lo canalla es el militante anti- Monsanto K. Critica a la empresa como si el gobierno no hiciera contratos con ella, siendo Cristina su máxima apóloga. Porque o bien las semillas transgénicas aterrizan libremente sobre el territorio y no existe el gobierno o hay un gobierno que impulsa la sojización en todo el territorio. Otra discusión sería si la empresa contamina o no y si hay otra agricultura de sustitución posible.
Lo cierto que es el militante anti- Monsanto K es el elemento más tóxico que hasta ahora produjo esta diabolizada empresa.
http://youtu.be/gSPMF7v7Uno


El dia de la Lealtad peronista se parece cada vez más al de los Santos inocentes. Su líder tiró la primera piedra traicionado a Cipriano Reyes, luego Vandor traicionó a Perón, Perón a los montoneros y Cámpora a Perón, Menem a Duhalde, todos los masivos aníbales y fellers a Menen pasándose a los K que traicionaron Duhalde. Massa a los K es la última lealtad al revés de una religión que reza: el peronismo exalta la traición, lo que no perdona es la derrota.
Todo bien, porque luego estos santos inocentes se reconcilarán para disfrutar de la torta.


domingo, 15 de diciembre de 2013

La última lectura. Por Bettina Bonifatti



   Una lectura dice: ¡acordate de vivir, bestia lenta!

No puedo separar la muerte de la vida. Lo vivo puede contener mil muertes y el no cesar de revivir tiene su encanto. En cuanto al progreso en el ataúd, pienso que pudrirse es desligarse también del ayer.

Siempre que quiero hacer una cosa me sale otra. Escribo. Y escribo monologado. Por eso no investigo. Siento un firme respeto por los investigadores. No he hecho una investigación, sólo escribir. Sin embargo, hay investigaciones que hacen a la literatura. Una vez leí un texto sobre las últimas palabras. Alguien o muchos las han investigado. Me quedé pensando en si existiría alguna investigación sobre las últimas lecturas. Fue en ocasión de escribir: se me había ocurrido una teoría absurda acerca de la muerte. La muerte por lectura. Me pregunté: ¿por qué morimos? y se me dio por pensar que era porque damos con el libro adecuado a nuestra muerte. Los libros inadecuados a nuestra muerte nos dejan seguir vivos. La última lectura es involuntaria. Pero ¿y si la provocara?

El hecho pasó desapercibido por siglos. Fugacidad, el rostro lector. Las traducciones impedían las muertes, debido a que mucha gente no leía porque no comprendía otras lenguas. 
La peligrosidad del acto de leer era rechazada de inicio por la mayoría de las personas, antes del descubrimiento. El hecho pasó desapercibido por siglos. Fugacidad, el rostro lector. Las traducciones impedían las muertes, debido a que mucha gente no leía porque no comprendía otras lenguas. La peligrosidad del acto de leer era rechazada de inicio por la mayoría de las personas, antes del descubrimiento. Almas valientes lo ignoraron.  
Antes también había sido así, pero no se lo notaba. Nunca se encontró la adecuación, pero hubo hipótesis. Incluso científicas. Ritmo. Adecuación parecida al amor. Uno podía leer otras obras del autor que le arriesgaba la vida y no producirse la muerte hasta no dar con la lectura (no necesariamente completa) de ese volumen. De allí el hecho del señalador quedando en una página en particular. El número de la página también fue cotejado en la adecuación y se realizaron pruebas estadísticas de multiplicación y otras operaciones matemáticas con las edades de las muertes, pero nunca se encontró una ley numérica que indicara algo. Tampoco se logró nada con el cálculo de probabilidades. Había números de páginas considerados peligrosos y la gente salteaba la hoja o leía rápido y no se detenía, tenían temor a quedarse dormidos para siempre en esa página de superstición. Luego se prestó atención a la temática, el significado, lo que ocurría en la obra: por ejemplo, cuando una mujer murió leyendo El agente secreto de Conrad se pensó que era por haber presumido apenas un vez o dos de su ascendencia francesa, cosa que apenas se leía al pasar. Cuando un hombre murió con La casa del oruga solitario de James Purdy, ya los literatos se ponían a buscar: esto los obligaba a leer con un entusiasmo que nunca habían tenido pero lamentablemente leían con buscadores  arrojando hipótesis cual juego de ruleta marplatense. Un criterio ideado por la universidad dividió los libros en distintas posibilidades: ofensivos e inofensivos. Nadie entendía por qué los que hacían estas clasificaciones sobrevivían. Las obras completas de Hitchcock  se agotaron. Se buscaban claves entre las muertes y las últimas lecturas. Clarice Lispector y Las aguas del mundo nada tenían que ver con Alfonsina Storni. No había una relación obvia, ninguna correlación entre relatos de accidentes y accidentes reales. ¡No era una cuestión de hechos! Una correlación subjetiva, única (como un invento), era la causante de la muerte por lectura. Y no se podía prevenir si aquella adecuación se producía. En realidad la prevención tampoco había logrado mucho antes, pero con esto era más notorio que no servía para nada. Probaron qué pasaba si uno le leía a otro y la autoría de lectura pasó a formar parte importante. Se investigó si eran más mortales los cuentos que las novelas. La poesía no superaba el ensayo en sus caídos.  Las cartas y todo cambio epistolar fue puesto en estudio. ¿La gente no enfermaba? ¿O sí? Los amantes de la lectura prefirieron seguir arriesgando la vida. Vivir sin leer no tenía sentido para muchos de ellos. Entre los lectores más asiduos estaban algunos escritores. Escribir entonces pasó a ser un dilema ético notable. Hasta que no se comprobara que la adecuación lectura-muerte respondía a una lógica única, los gobiernos no pudieron hacer leyes de prohibición de escritura. Era la libertad de cada uno. Se abrieron nuevos negocios de epitafios que dibujaban y reproducían la tapa del libro provocador en las lápidas. O decían a secas: Murió por La Purga. O más solemne: Aquí yacen los restos de Don Rosendo  Aparicio Brauselario, que nos dejó apenas por Pelajes Criollos de Emilio Solanet (decía apenas, como si no fuera posible que una de aquellas adecuaciones fatales se produjera por la sinonimia del ruano y el hispanismo de los araucanos (pampas) o por la evolución del tuse. ¿O acaso sólo era bueno morir por Homero o Cayo Cornelio Tácito? Acá cada uno muere por lo que ni sabe que quiso, y usted puede ver (decía el cuidador del cementerio) que no los podemos acomodar por países, mire que tiene un sector allá donde hay mucho romano y de este otro lado tenemos muertos bajo títulos de Arturo Cerretani y eso no significa que el hombre haya sido bruto.

Hubo que poner visitas guiadas, carteles aclaratorios, y algunos escribían notas por si quedaban deshonrados por un libro inesperado. Pero lo más difícil fue comprender la sutil conexión entre los decesos de los difuntos y los títulos. No se sabía si eran los títulos, una frase, las letras, el nombre, o si a través de los ojos, en el aire entre las letras y los globos oculares, la transmisión fatal se producía. Fue descartado lo biológico. Así como la muerte súbita ha sido una incógnita similar a la ciencia ficción, se trataba de algo similar. Se acrecentaron los árboles genealógicos buscando si los autores estaban en línea con sus muertos. Había una clave, un secreto no sabido entre el libro y el muerto. Comités de lectura cerraron sus puertas por prevención. Los concursos literarios no pudieron volver a convocar; pero en secreto la gente a la que vivir sin leer no le interesaba, no le importó armar un mercado paralelo de libros peligrosos. Los que sólo decían que leían y no lo hacían nunca, preguntaban si los suplementos dominicales también eran de riesgo, a lo que se les respondió que no había casos de muerte por leer el diario. Los falsos lectores se escondieron, agradecieron no haber leído y se regocijaron con las muertes ajenas que sobrevendrían a toda esa gente olvidada a la que habían querido suplantar. Pero los lectores que nunca esperaron nada a cambio siguieron leyendo y sacaban solicitadas diciéndole al mundo que con ese criterio nadie saldría a la calle por si lo pisaba un colectivo. Además era de gran difusión el autor y libro que daba el tiro de gracia (más allá de Yourcenar), lo cual hacía a la gente conocerlos, pero no leerlos. Algunos decían que el mundo debía leer igual, aunque fuera peligroso (además no era contagiosa la muerte). También había otras causas de muerte. Lo que ahora sucedía es que no se sabía si las otras muertes se producían por causas sumadas a la lectura o no. El mundo se dividió: lectores versus no lectores. Escritores que abandonaron sus plumas para no matar a nadie y escritores que continuaron con nuevas obras y las guardaban para proteger a los otros. Decían que si alguna vez se descubría la curación para la muerte por lectura, sacarían a la luz los manuscritos. Entrar a una biblioteca era un acto de arrojo. Los escritores querían narrar una novela que explicara el fenómeno y se escribieron muchísimas con distintas teorías absurdas y desopilantes. La provocación fue fecunda, pero sus resultados celosamente escondidos. La lectura mortal era de un solo libro por persona. Alguien descubrió qué libro provocó la muerte a un lector.  El hecho se expandió a otros libros como reguero de pólvora. ¿Había empezado por uno como los virus? Un libro que provocaba la muerte a ciertos lectores. La gente tenía miedo de leer (igual que antes pero ahora era notorio). 
Los señaladotes pasaron de ser inofensivos trozos de cartón, a indicar la causa de los fallecimientos. Entonces leer se había tornado una de las más peligrosas actividades y las personas que habían leído miles de libros se sentían inmortales. Los cementerios quedaron casi sin datos al comprobar que nadie se había fijado en saber bajo qué libro yacían los muertos anteriores porque ahora no se concebía una tumba sin cita de autor y título (lo de las editoriales fue muy confuso) porque si figuraban no sabían si eso era bueno o malo. A partir de esa época se empezó a escribir en los epitafios el libro que dio muerte al difunto (no eran libros asesinos), simplemente adecuados a la muerte de esa persona. 
Si la gente había aceptado todo tipo de pestes y enfermedades sin chistar ¿por qué ahora exigían en hordas que se les dijera la causa de cada caso? Los científicos ahondaron en la química de las palabras. Los psicólogos (que ya leían cada vez menos), entraron en pánico y dejaron los libros. Los suicidas leían frenéticamente buscando la muerte que no encontraban. Leían y esperaban. La teoría de la muerte por lectura tuvo estudiosos entre todas las profesiones. Los escritores buscaban el modo de detectar qué adecuación se producía entre la vida de una persona y un libro, para evitar la muerte de sus lectores. En verdad, la mayoría de las personas no daba nunca con su libro mortal (por leer poco o porque acaso no estaba traducido a su lengua). Y rehicieron y reescribieron la historia de la muerte. Antes de las batallas las bibliotecas causaban el destino. Tenía que haber una lógica. Eran pocas personas las que morían, dado el azar de llegar al hallazgo personal e íntimo. Los amantes de la literatura vieron en el morir nuevos atributos; y fingían haber muerto por Dante cuando no habían llegado al Antepurgatorio, mientras escondían el dato de haber muerto con un libro de mala calaña en las manos. La Billiken se llevó a muchos inocentes. Se volvió prestigioso morir por La Ilíada, y paradójico espichar por un volumen de autoayuda. Y en vez de deprimirse surgió el futurismo melancólico. Una cosa que algunos ya conocían: nostalgia pero no para atrás en el tiempo sino para adelante. El no saber qué pasará, el azar, la vía no prevista. ¿Por qué me mataría a mí el libro Herida, de Oskar Kokoschka? Adecuaciones posibles: y esa se me había metido en la cabeza. Era porque cada vez que estaba por conseguir ese libro pasaba algo. No me había ocurrido con Purdy, Murena, Kerouac, Hrabal, Holan, Papini, Marina Tsvetáieva, Katherine Anne Porter ni con Rosa Chacel. Una vez me había desmayado al terminar un libro, pero enseguida había despertado. La gente discutía diciendo: Los libros no son películas de cine. Escribir no es para mí inventar una trama y personajes que atrapen a un lector. Yo no soy un artefacto de atrapar nada. Para mí escribir es como hacer una escultura, con ganas honestas de no fallar con las palabras, como si fueran dardos en un blanco y debo acertar. Tarea de concentración. Y bueno, parece que eso mata, decía otro. Lo parlante había salvado las almas del mundo y ahora lo escrito mataba (siempre había sido así, pero ahora era notorio). Otro grupo decía que era lo escrito lo que salvaba y lo parlante lo que mataba, por lo tanto todo el mundo empezó a quedarse callado, tenían miedo de pronunciar una palabra. Decir era caminar por la cuerda floja, antes era gratis (eso creían antes, pero también el lenguaje los mataba, sucede que ahora era ocurría de veras). Ya habían relacionado firma y muerte. El hombre mató algo al escribir. La escritura como pecado original. Pero también existieron las firmas guachas. Y los libros que ya estaban leídos y marcados. Las marcas. Las dedicatorias. Los libros autografiados. Se comprobó que nunca los libros pertenecientes a la última lectura eran nuevos. O sería que un libro soportaba una cantidad finita de lectores, y que al ser uno el último lector de ese libro (las cantidades no eran idénticas)  la adecuación, en fin, no guardaba relación con la persona del lector, sino simplemente era el libro el que tenía los lectores contados,  así como un ser vivo tiene contados los días. La adecuación buscada había resultado al final una cuestión numérica. Sacando entonces a los lectores y a los misterios del carácter humano, que nunca habían sido muy importantes (pero ahora era más notorio) en nada se relacionaban en la muerte por lectura. Hubo que buscar la adecuación entre cada libro y su cifra de cantidad de lectores. Hipótesis o no. Ello nunca se pudo saber, y si se hubiera sabido no podría uno conocer qué número de lector era; porque había gente que leía y como ahora no dejaba rastro alguno sobre los ejemplares. Se pudieron cotejar fechas y formas de marcar, o el paso de lectores distintos por un libro. Yo suelo tener la impresión de ser la tercera o cuarta lectora de algunos ejemplares marcados. Y la segunda lectora de la Colección Jackson de un hombre cuyo bisabuelo dejó comentarios en cada tomo a lápiz, y avisos como: 1914-1851= 0063 y en otro: “audaz e ingenioso en las concepciones mercantiles”.  O: “¡Gran verdad! ¡Gran verdad!” O: “338: la fe.” Largas dedicatorias daban cuenta ya de algunas lecturas. Sin embargo nunca con precisión se pudo saber cómo fue designado el número que un ejemplar soportaría. Era un error: los fatigados libros no nos liquidaban. Luego de ese número (era una suposición) los siguientes lectores ya no morían, y de allí es dable pensar que estamos aún leyendo libros que mataron a alguien y que vinimos con suerte a leer fuera del número asignado, antes o después. La mayoría de la gente dejó de prestarse libros. Y de aceptar libros leídos, los llamados usados traían esquelas que avisaban haber sido leídos por tantas personas que era casi imposible estar en riesgo. Y furiosos lectores arremetieron regresando a veces con un ejemplar cuyas páginas estaban unidas, señal de que nunca habían sido leídos. Como siempre los lectores que arriesgaban su vida por las hojas amarillas y el aroma a pensamiento (ese olor perfecto de muebles y persianas bajas, mate de lata, papel y oscuridad), siguieron adelante. Nunca se advirtió el peligro escrito. Y hubo que dejar morir a la gente con su señalador en donde estuviese, y hubo que ver los cementerios como bibliotecas y las bibliotecas como enigmas de cifras inciertas. ¿De qué se trataba poder o no poder leer? Se parecía a tener o no tener fe. La lectura era en un sentido religiosa, antes también lo había sido, pero ahora era más notorio. Leer requirió concentración. Enfermarse. Detención obligada. Reposo o ayuno, silencio, voz de otro que entra sin sonido. Apertura, ideas de uno y de otros que se cruzan al leer, despojamiento, orden en el desorden de las nuevas palabras. Entrar en la cabeza de alguien, adentro de alma ajena, ofrecerse de lugar donde caen las letras y llegan. ¿Por qué se ligó la lectura a la muerte? Porque la muerte es pasar al plano espiritual. Es un movimiento del alma que se desentiende de la materia. Leer es como estar muerto un tiempo (el tiempo de la lectura).  Es muerte pasajera. Pero algo lo confundió con el cuerpo, de tanto hablar del cuerpo se hizo carne y ocurrió la catástrofe. Entre su estar de ojos que van y vienen por las líneas, a veces también cada estante era ahora de verdad un cementerio de nombres y epitafios. 
¿Qué es lo que nos mata al leer?, no lo sabía nadie. La gente le tenía ya antes el mismo estilo de miedo a la muerte que a la lectura. Como una evasión. Parecido al temor a aburrirse. Y buscan entretenimientos. Los libros no se habían cansado de eso porque no podían hacer nada. Si al leer se esfumaban las urgencias, uno cedía su integridad y se entregaba,  no había nadie más que la letra; y uno caminaba por la línea de letras como hormigas, un caminar hacia adelante. Desaparecía como siempre el alrededor, y por la letra se caminaba también en la puntuación donde se respiraba igual que antes, donde el escribiente pide y obliga. Leer había sido obedecer. 
Las únicas rebeldías consistieron en saltearse páginas, cosa que consideraban una viveza, otros más honestos se rebelaban al marcar los márgenes, en escribir sobre la letra impresa signos o asteriscos. En cerrar el libro.  Ahora morían al leer, porque si lo que llaman vida lo requiere, debían dejar sus libros los miedosos. Hecho simple, morir y dejar por la mitad una lectura.

Se investigaron para siempre las últimas lecturas.

Mi abuelo croata había muerto décadas antes en mitad de un cuento de Chesterton. Eso lo supe durante años. Pero, como siempre que quiero hacer una cosa me sale otra, y esto comprenderlo es mi vía, soñé. Y tuve un sueño: un hombre leía en un ataúd, con los lentes puestos, recostado.

Decía: ocho años estuve enterrado y no pude leer nada. 
Las muertes por lectura no son reales...pero que las hay las hay.