sábado, 12 de abril de 2014

Montaigne y el mercado del amor. Por Luis Thonis.

Cupido:
"Siempre
los enamorados tendrán buen tiempo
Siempre y en todos los tiempos
los enamorados tendrán buen tiempo."

Cymbalum Mundi, Alción editora, 2014.



Lo primero que ocupa a Montaigne cuando trata el tema del amor es la diferencia entre decir y hacer. Este maestro osado de la primera persona funda entre el libro y él un espacio de mutuos oficios y servicios. Un quiasmo une al libro que escribe con el yo que lo enuncia con una prosa aguda “a salto de mata”. Se lo considera el creador del ensayo moderno. Ensayar para Montaigne es reconocer que hay “tanta diferencia entre mí y yo mismo que entre el yo y el otro”.
Esta diferencia se suele evitar con el uso convencional de la tercera persona y desaparece totalmente en el paper como suma de clichés académicos que es lo contrario del riesgo. Abolir definitivamente el salto de mata es la pasión actual de la república de los profesores como lo recuerda Hugo Savino, autor de un notable libro con ese nombre.
El amor pertenece a las Musas, es un acontecimiento que desgarra las nubes descendiendo del cielo. Pero es también un mercado y una forma de comercio. No es ilegal ni necesariamente clandestino pero es una palabra reprimida, no explicitada por la fuerza de las convenciones sociales que prescriben hacer silencio sobre la sexualidad y no nombrarla, una escritura interior más imprimida que expresada y que sólo la poesía puede dar cuenta de este lenguaje que piensa como oculto. En textos de Virgilio y de Lucrecio reconoce “yo no sé qué aire más amoroso que el amor mismo”.
Al mismo tiempo que reprocha a sus contemporáneos su hipocresía, agradece a estos escritores enunciar el amor en una lengua de claroscuros que cautiva la imaginación. 
La obra de Montaigne no conoce los vientos calientes ni las tormentas de la historia ni las ilusorias brisas calmas del progreso: todavía no habían sido inventados. Vivió en un siglo sangriento, de guerra entre católicos y protestantes pero utilizó la palabra Historia en singular. El ángel de la historia, el cuadro de Paul Klee hubieran sido para él un cuadro vacío en un cuadro desierto pintado por Velázquez. Se refiere al progreso ordinario de la naturaleza como si las generaciones humanas transcurrieran a su ritmo y el árbol de Homero permaneciera con su tronco intacto. Nada afecta a sus líneas de transmisión, hay tragedias pero nunca efectos de catástrofe que se sitúa en un más allá de lo trágico y para las cuales no hay un género posible, sólo una arbitrariedad anárquica que se presenta ante cada historiador que respete su oficio. En su estilo político- le habla a la polis- innovar se opone a conservar, contrasta con las "nouvellez". Esta oposición semántica propia de las lenguas europeas del siglo XVI es diferente a las convenciones actuales: hoy el concepto de conservador y de conservadurismo se define respecto del progreso y por simetría de sufijos al progresismo en general que ha pasado de creer que existe un texto ya escrito de la Historia- en el sentido de Lefort: "el Partido escribe la historia"- a un simplificador ye inquietante buenismo: el historiador o el hermeneuta se define como bueno, como habitante de Imperio del Bien, luego todo lo que dice es cierto, quien lo refuta son implícitamente enemigos del género humano. 
La innovación de Montaigne a partir de siglo XIX se traduce a revolución en la que hoy podemos ver la palabra más siniestra de la lengua por las experiencias que ha dado lugar y que un mínimo de honestidad deontológica debería evitar pronunciar. El sistema semántico actual no puede evitar darles un signo de positividad a lo que se enuncia con el nombre de progreso, pero más todavía a progresismo- por obra de un sufijo- y el término revolución, inseparable ya del discurso del mito. Montaige se hubiera reído al enterarse que Horkheimer hizo una sinonimia entre progreso y "humanismo activo" que culminaría por hacer del humanismo un buenismo simplón. A partir de entonces la historia se convierte en una guerra de sinonimias en función de algo que no existe como la siniestra resolución de la ONU de 1976, lograda por la complicidad de la Unión Soviética y los estados árabes que identifica al sionismo con el racismo. No se hubiera asombrado tanto de la definición que dio Orwell de sí mismo de anarquista conservador luego de su experiencia en Cataluña. Le hubiera preguntado por qué dijo que la primera tarea del intelectual era combatir al marxismo leninismo en todos los frentes. Orwell le hubiera dicho que era un concepto empírico, evidente en sí mismo y le hubiera dado leer su libro Homenaje a Cataluña y mostrado el negacionismo que los comunistas y la izquierda de su época practicaron con él hasta convertirlo en "agente de" desde la infamia y las teorías de la conspiración. Lograron su objetivo al extremo que todavía pocos saben lo que sucedió. No se hubiera imaginado que la Historia como discurso del mito triunfaría en función de un Otro que no existe y dejaría millones de muertos en el nazismo y el comunismo en función de ese otro que es una raza o una clase elegida. No lo hubiera sorprendido una historia en clave de Kafka que parte de los mínimos detalles y donde resuena el Tácito que afirma que los acontecimientos más extraordinarios nos son desconocidos, pasan delante de nuestras narices sin que se lo advierta, no por la influencia del clima o de los planetas como se creía entonces sino por la potencia combianadas de una voluntad de ignorar y una voluntad de creer de ese historicismo que convierte a los hombres en muertos que gozan de licencia.
 Montaigne era católico, todavía el sexo no ha sido descubierto por los libertinos que anticipa, estamos felizmente lejos de Rousseau y de los puritanos y toma en cuenta la fuerza de encarnación del sexo en el lenguaje. Contario al manierismo, sólo se interesa en la poesía que se hace “carne y hueso” y donde los el significado es sobreabundante en relación a un sentido primero. No se conforma con el simple amor, quiere que este avance, conquiste nuevos territorios y se multiplique. Se podría decir que en su vida hay etapas donde siempre conserva su independencia. En su juventud se entrega al laisser –aller, un dejarse ir pasivo que se enreda en las pasiones más extremas. Habla de un “servicio” que les hace a las mujeres y a sí mismo. , de un comercio sólo apto para quienes tienen un cuerpo que “puede mucho”.
El cuerpo de Montaigne era por cierto diferente a la mayoría de sus contemporáneos y que sobrevivió “todas las rabias que los poetas que se dejan llevar sin orden y sin juicio”. Podría afirmar con Nietzche que la juventud no se encuentra sino en la madurez. El dejarse llevar pasivo nos conduce al “furor”. Llama mercado al mundo amoroso: “Yo encontré en este mercado cuando era dueño de mi mismo, una justa moderación entre dos extremos.” Ninguna novedad: Montaigne sabe de los engaños de Cupido y que la más inocente de las mosquitas muertas puede dar sorpresas como las que tuvo Casanova en el affaire Charpillon. ¿Qué relación hay entre los sentimientos fingidos y los verdaderos? A veces nos engaña el propio lenguaje que está lleno de trampas y espejismos. La seducción mediante el engaño le interesa poco y comenta las “traiciones ordinarias de los hombres de hoy”. No ve qué fruto puede obtenerse de “esta farsa”. Antes que el mito de Don Juan se haya impuesto, sabe que el engañador o el burlador puede ser el mayor engañado y burlado. No lo condena en términos morales sino económicos, como si fuera un liberal ortodoxo: considera al donjuanismo un mercado nulo. Se muestra irónico con el matrimonio: “El matrimonio es una jaula: los pájaros fuera desesperan por entrar, pero los de dentro desesperan por salir”. Pero también se refiere al buen matrimonio, al bon mariage: “Es una dulce sociedad de vida, plena de constancia y de un número infinito de útiles y sólidos oficios y obligaciones mutuas. Esta fórmula está muy próxima a la con el que el mundo anglosajón concibe el matrimonio que no es ajena a las bien entendidas conveniencias. A veces lo ve próximo a la amistad. El amor puede ser también convertirse en sustituto de la amistad y contribuir a llevar un duelo. La muerte de su amigo La Boetie, el autor del ineludible ensayo sobre La servidumbre voluntaria, lo toca profundamente y busca en el “comercio amoroso” y la “diversión violenta” un modo de hacer el duelo con el amigo muerto. Jean Starobinsky afirma en Montaigne en mouvement que busca sustituir un recuerdo doloroso por un objeto presente, “una relación carnal(heterosexual) a una relación espiritual(homosexual)”. En vez de hundirse en la melancolía apela al mercado amoroso que es un intercambio respecto al deseo pero supone un previo reconocimiento del deseo femenino, algo que el burlador desconoce. Vive e intercambia en un mercado nulo. No tiene deseo sino una especie de hambre. Con su lista de almacenero, Don Juan le resultaría el ejemplo de un mal comerciante. A los burladores, que se atribuyen el derecho de establecer sus reglas de juego, se debe la desconfianza que tienen las mujeres. Montaigne se precia en este mercado no haber dicho una palabra de más ni una de menos a las mujeres. Piensa la relación erótica como una transacción donde el amante no tiene derecho a una “usurpación de autoridad”.
Así este comercio resulta lo contrario de una reificación, de una reducción a un “valor mercantil”, es una “convención libre”. Poseer un cuerpo sin su consentimiento no le parece diferente de la necrofilia, una negativa a considerar a la mujer como una igual como si la asimetría que nos constituye no fuera suficiente. 
La suya es una operación, una gestión de amor que pasa por el análisis de todas las maniobras de la reticencia y del pudor, de las máscaras y de la ilusión hasta llegar a proponer, prefigurando el dandy del siglo XIX, instruir a la coquetería de las mujeres: “ Apprenons aux dames a faire voloir, estimer, à nos amuser et á nous piper”.

Cuando los reumas y los achaques comienzan a anunciar la vejez, Montaigne que se ha burlado y desacreditado a la medicina de su época ante su “cuerpo abatido” piensa que es “excusable reanimarlo y sostenerlo por el arte” y mediante la fantasía hacerle recuperar la gracia y la alegría. El amor encuentra una nueva función, ajena al vertiginoso dejarse llevar de otras épocas: le exige ejercer una vigilancia sobre sí mismo y cuidar la sobriedad de su persona de modo que este mercado siga ofreciéndole beneficios.
A su vez, haciendo eco en una larga tradición y en lo arcaico se asombra que se utilicen tan poco las palabras “de nuestras cazas y nuestras guerras” en el amor porque como la hierba con el trasplante las formas de hablar se fortifican con éstas metáforas En el castillo que lleva su nombre hizo grabar como lema la exclamación ¿Qué sais-je? y ordenó acuñar con esta divisa una medalla cuyo dos platos se hallaban en equilibrio como el decir y el hacer de la frescura de sus Ensayos.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Dejá tu opinión aquí