sábado, 5 de abril de 2014

Un Estado contra su pueblo. Octubre, el Terror Rojo, Kronstad. Por Nicolás Werth.


Paradojas y Malentendidos de Octubre

Un Imperio en disolución

Con la caída del comunismo, la necesidad de mostrar el carácter «históricamente ineluctable» de la «gran revolución socialista de octubre» ha desaparecido. 1917 podía, finalmente, convertirse en un objeto histórico «normal». Desgraciadamente, ni los historiadores, ni nuestra sociedad están dispuestos a romper con el mito fundador del año cero, de ese año en el que todo habría comenzado: la fortuna o la desgracia del pueblo ruso.
Estas frases de un historiador ruso contemporáneo ilustran una cuestión permanente: ochenta años después del acontecimiento, la “batalla por el relato” continúa.
Para una primera escuela histórica, que se podría calificar de “liberal”, la revolución de octubre no fue sino un golpe impuesto por la violencia sobre una sociedad pasiva, resultado de una hábil conspiración tramada por un puñado de fanáticos disciplinados y cínicos, desprovistos de toda base real en el país. Hoy en día, la práctica totalidad de los historiadores rusos, tanto las élites cultivadas como los dirigentes de la Rusia postcomunista, ha hecho suya la vulgata liberal. Privada de toda profundidad social e histórica, la revolución de octubre de 1917 es vuelta a leer como un accidente que ha arrancado de su curso natural a la Rusia anterior a la revolución; una Rusia rica y laboriosa, en buen camino hacia la democracia. Teniendo en cuenta, además, que perdura una notable continuidad de las élites dirigentes que han pertenecido totalmente a la nomenklatura comunista, la ruptura simbólica con el “monstruoso paréntesis soviético” presenta un triunfo considerable: el de liberar a la sociedad rusa del peso de la culpabilidad, y de un arrepentimiento que pesó mucho durante los años de la perestroika, marcados por el descubrimiento doloroso del stalinismo. Si el golpe de Estado bolchevique de 1917 no fue más que un accidente, entonces el pueblo ruso no fue más que una víctima inocente.
Frente a esta interpretación, la historiografía soviética trató de demostrar que octubre de 1917 fue la conclusión lógica, previsible e inevitable, de un itinerario liberador emprendido por “las masas” conscientemente seguidoras del bolchevismo. Bajo sus diversos avatares, esta corriente historiográfica unió la “batalla por el relato” de 1917 con la cuestión de la legitimidad del régimen soviético. Si la gran revolución socialista de octubre fue el cumplimiento del sentido de la Historia, un acontecimiento portador de un mensaje de emancipación dirigido a los pueblos del mundo entero, entonces el sistema político, las instituciones y el Estado que surgieron de ella siguen siendo legítimos,  por encima y a pesar de todos los errores cometidos por el stalinismo. El colapso del régimen soviético ha implicado de manera natural una deslegitimación completa de la revolución de octubre de 1917 y la desaparición de la vulgata marxista, arrojada – para retomar una célebre fórmula bolchevique – “al cubo de basura de la Historia”. No obstante, al igual que la memoria del miedo, la memoria de esta vulgata sigue viva, tanto – si no más – en Occidente como en la antigua URSS.
Rechazando tanto la vulgata liberal como la vulgata marxista, una tercera corriente historiográfica se ha esforzado por “desideologizar” la Historia de la revolución rusa, por comprender, como escribe Marc Ferro, que “la insurrección de octubre de 1917 pudo ser, a la vez, un movimiento de masas, participando en él un número pequeño de personas”. Existen problemas claves entre las numerosas cuestiones que, a propósito de 1917, se plantean muchos historiadores que niegan el sistema simplista de la historiografía liberal hoy en día dominante. ¿Qué papel desempeñaron la militarización de la economía y la brutalización de las relaciones sociales posteriores a la entrada del imperio ruso en la Primera Guerra Mundial? ¿Se produjo la emergencia de una violencia social específica que iba a preparar la violencia política ejercida después contra la sociedad? ¿Cómo una revolución popular y plebeya, profundamente antiautoritaria y antiestatal, llevó al poder al grupo político más dictatorial y más estatista? ¿Qué vínculo se puede establecer entre el bolchevismo y la innegable radicalización de la sociedad rusa a lo largo del año 1917?
Con el paso del tiempo y gracias a numerosos trabajos de una historiografía conflictiva aunque intelectualmente estimulante, la revolución de octubre se nos aparece como la convergencia momentánea de dos movimientos: una toma del poder político, fruto de una minuciosa preparación insurreccional, por parte de un partido que se distingue radicalmente, por sus prácticas, su organización y su ideología, de todos los demás actores de la revolución; y una vasta revolución social, multiforme y autónoma. Esta revolución social se manifiesta bajo muy diversos aspectos: una inmensa revuelta campesina primero, vasto movimiento de fondo que hunde sus raíces en una larga historia marcada no solamente por el odio al propietario terrateniente, sino también por una profunda desconfianza del campesinado hacia la ciudad, el mundo exterior y hacia toda forma de injerencia estatal.
El verano y el otoño de 1917 aparecen así como la conclusión, finalmente victoriosa, de un gran ciclo de revueltas iniciado en 1902, y que culmina una primera vez en 1905/1907. El año 1917 es la etapa decisiva de una gran revolución agraria, del enfrentamiento entre el campesinado y los grandes propietarios por la apropiación de las tierras, la realización tan esperada del “reparto negro”, un reparto de todas las tierras en función del número de bocas que había que alimentar en cada familia. Pero es también una etapa importante en el enfrentamiento entre el campesinado y el Estado, por el rechazo de toda tutela del poder de las ciudades sobre los campos. En ese área, 1917 es sólo uno de los jalones de un ciclo de enfrentamientos que culminará en 1918/1922 y, después, en los años 1929/1933 concluyendo con una derrota total del mundo rural, quebrantado hasta las raíces por la colectivización forzosa de las tierras.
En  paralelo a la revolución campesina, a lo largo del año 1917 se produce una descomposición en profundidad del ejército, formado por cerca de diez millones de campesinos-soldados movilizados desde hacía más de tres años en una guerra cuyo sentido no comprendían. Casi todos los generales deploraban la falta de patriotismo de estos soldados-campesinos, políticamente poco integrados a la nación y cuyo horizonte cívico no iba más allá de su comunidad rural.
Un tercer movimiento de fondo afectó a una minoría social que representaba apenas el 3% de la población activa, pero que era una minoría políticamente muy activa, muy concentrada en las grandes ciudades del país: el mundo obrero. Este medio que condensa todas las contradicciones sociales de una modernización económica en marcha desde hacía apenas una generación, da nacimiento a un movimiento reivindicativo obrero específico, alrededor de lemas auténticamente revolucionarios: el “control obrero”, el “poder de los soviets”.
Finalmente, un cuarto movimiento se dibuja a través de la emancipación rápida de las nacionalidades y los pueblos alógenos del antiguo imperio zarista que reclaman su autonomía y después su independencia.
Cada uno de estos movimientos tiene su propia temporalidad, su dinámica interna, sus aspiraciones específicas, que evidentemente no podían quedar reducidas ni a los lemas bolcheviques, ni a la acción política de ese partido. A lo largo del año 1917 estos movimientos actúan como tantas “fuerzas disolventes” que contribuyen poderosamente a la destrucción de las instituciones tradicionales y, de manera más general, a la de todas las formas de autoridad. Durante un breve pero decisivo instante – el final del año 1917 – la acción de los bolcheviques, una minoría política que actúa en el vacío institucional reinante, discurre en el sentido de las aspiraciones de un número cada vez mayor de personas, aunque los objetivos a mediano y largo plazo sean diferentes para unos y otros. Momentáneamente, el golpe de Estado político y la revolución social convergen o bien, más exactamente, se unen en una visión telescópica, antes de separarse hacia décadas de dictadura.
Los movimientos sociales y nacionales que explotan en el otoño de 1917 se desarrollan a favor de una coyuntura muy particular que combina en sí misma, en una situación de guerra total, una fuente de regresión y de brutalización generales, una crisis económica, el trastorno de las relaciones sociales, y la debilidad del Estado.
Lejos de proporcionar un nuevo impulso al régimen zarista y de reforzar la cohesión, todavía imperfecta, del cuerpo social, la Primera Guerra Mundial actuó como un formidable revelador de la fragilidad de un régimen autocrático ya quebrantado por la revolución de 1905/1906 y debilitado por una política inconsecuente que alternaba las concesiones insuficientes con la recuperación del poder en manos conservadoras. La guerra acentuó igualmente las debilidades de una modernización económica inconclusa que dependía de una afluencia regular de capitales, de especialistas y de tecnologías extranjeras. Reactivó la profunda fractura existente entra una Rusia urbana, industrial y gobernadora, y la Rusia rural, políticamente no integrada y todavía ampliamente cerrada sobre sus estructuras locales y comunitarias.
Como los otros beligerantes, el gobierno zarista había contado con que la guerra sería corta. La clausura de los estrechos y el bloqueo económico de Rusia revelaron brutalmente la dependencia del Imperio de sus proveedores extranjeros. La pérdida de las provincias occidentales, invadidas por los ejércitos alemanes y austrohúngaros en 1915, privó a Rusia de los productos de la industria polaca, una de las más desarrolladas del Imperio. La economía nacional no resistió durante mucho tiempo la continuación de la guerra. En 1915 el sistema de transporte ferroviario cayó en la desorganización al carecer de piezas de repuesto. La reconversión de la casi totalidad de las fábricas en pro del esfuerzo militar destrozó al mercado interno. Al cabo de algunos meses, la retaguardia carecía de productos manufacturados y el país se vio sumergido en la escasez y la inflación.
En los campos la situación de degradó rápidamente: la detención brutal del crédito agrícola y de la concentración parcelaria, la movilización masiva de los hombres al ejército, las requisas de ganado y de cereales, la escasez de bienes manufacturados y la ruptura de los circuitos de intercambio entre las ciudades y el campo detuvieron claramente el proceso de modernización de las explotaciones rurales llevado a cabo con éxito, desde 1906, por el primer ministro Piotr Stolypin, asesinado en 1910. Tres años de guerra reforzaron la percepción que los campesinos tenían del Estado como una fuerza hostil y extraña. Las vejaciones cotidianas en un ejército en que el soldado era, por añadidura, tratado más como un siervo que como un ciudadano, exacerbaron las tensiones entre los reclutas y los oficiales, mientras que las derrotas minaban lo que quedaba de prestigio de un régimen imperial demasiado lejano. De esta situación salió reforzado el viejo fondo de arcaísmo y violencia, siempre presente en los campos, y que se había expresado con fuerza durante las inmensas revueltas campesinas de los años 1902/1906.
Desde finales de 1915, el poder no controlaba ya la situación. Ante la pasividad del régimen se pudo ver cómo por todas partes se organizaban comités y asociaciones que afrontaban la tarea de la gestión de lo cotidiano que el Estado no parecía ya en posición de asegurar: el cuidado de los enfermos y el suministro de las ciudades y del ejército. Los rusos comenzaron a gobernarse por sí mismos. Se puso en marcha un gran movimiento, procedente del trasfondo de la sociedad y de cuyo tamaño nadie se había percatado hasta entonces. Pero, para que ese movimiento triunfara sobre las fuerzas disolventes que también estaban actuando, habría sido preciso que el poder lo estimulara y le tendiera la mano. Ahora bien, en lugar de construir un puente entre el poder y los elementos más avanzados de la sociedad civil, Nicolás II se aferró a la utopía monárquico-populista “padrecito-zar-comandante-del-ejército-de-su-buen-pueblo-campesino”. Asumió en persona el mando supremo de los ejércitos, un acto suicida para la autocracia en plena derrota nacional. Aislado en su tren especial del cuartel general de Mogilev, Nicolás II dejó en realidad de dirigir el país en 1915, entregándoselo a su esposa, la emperatriz Alejandra, muy impopular a causa de su origen alemán.

La caída del Zar

En el curso del año 1916 se extendió la impresión de que el poder se disolvía. La Duma del Imperio, única asamblea elegida, por poco representativa que fuera, no sesionaba más que algunas semanas al año. Los gobiernos y los ministros se sucedían, tan incompetentes como impopulares. El rumor público acusaba a la influyente camarilla, dirigida por la emperatriz y por Rasputín, de abrir a sabiendas el territorio nacional a la invasión enemiga. Resultaba manifiesto que la autocracia ya no era capaz de dirigir la guerra. A finales del año 1916 el país se convirtió en ingobernable. En una atmósfera de crisis política ilustrada por el asesinato de Rasputín el 31 de diciembre, las huelgas, que habían descendido a un nivel insignificante al principio de la guerra, recuperaron su amplitud. La agitación se apoderó del ejército y la desorganización total de los transportes quebró el conjunto del sistema de suministros. A este régimen, a la vez desacreditado y debilitado, fue al que vinieron a sorprender las jornadas de febrero de 1917.
La caída del régimen zarista, producida después de cinco días de manifestaciones obreras y del amotinamiento de algunos millares de hombres de la guarnición de Petrogrado, reveló no solamente la debilidad del zarismo y el estado de descomposición de un ejército al que el Estado Mayor no se atrevió a llamar para sofocar una revuelta popular, sino también la falta de preparación política de todas las fuerzas de la oposición profundamente divididas, desde los liberales del partido constitucional-demócrata hasta los social-demócratas.
En ningún momento de esta revolución popular espontánea, iniciada en la calle y concluida en los gabinetes tapizados del palacio de Tauride, sede de la Duma, las fuerzas políticas de la oposición dirigieron el movimiento. Los liberales le tenían miedo a la calle. En cuanto a los partidos socialistas, le tenían miedo a una reacción militar. Entre los liberales, inquietos por la extensión de los disturbios, y los socialistas, para quienes la hora evidentemente era la de la revolución “burguesa” – primera etapa de un largo proceso que podría, con el tiempo, abrir el camino a una revolución socialista – se produjeron negociaciones que llegaron, después de largas conversaciones, a la fórmula inédita de un doble poder. Por un lado estaba el Gobierno Provisional, resueltamente anclado en sus aliados franceses y británicos, un poder preocupado por el orden cuya lógica era la del parlamentarismo y cuyo objetivo era el de una Rusia capitalista, moderna y liberal. Por el otro, se hallaba el poder del Soviet de Petrogrado que un puñado de militantes socialistas acababa de constituir y que pretendía ser, en la gran tradición del Soviet de San Petersburgo de 1905, una representación más directa y más revolucionaria de “las masas”. Pero este “poder de los soviets” era, en sí mismo, una realidad móvil y cambiante, según el grado de evolución de sus estructuras descentralizadas e incipientes y, más aun, de los cambios de una versátil opinión pública.
Los tres gobiernos provisionales que se sucedieron, del 2 de marzo al 25 de octubre de 1917, demostraron ser incapaces de resolver los problemas que les había dejado en herencia el antiguo régimen: la crisis económica, la continuación de la guerra, la cuestión obrera y el problema agrario.
Los nuevos hombres en el poder – los liberales del partido constitucional-demócrata, mayoritarios en los dos primeros gobiernos, al igual que los mencheviques y los socialistas revolucionarios, mayoritarios en el tercero – pertenecían todos a esas élites urbanas, cultivadas, a esos elementos avanzados de la sociedad civil que estaban divididos entre una confianza ingenua y ciega en “el pueblo”, y un temor a las “masas sombrías” que los rodeaban y a las que, además, conocían muy mal. En su mayoría consideraban – al menos en los primeros meses de una revolución que había afectado a los espíritus por su aspecto pacífico – que había que dejar el curso libre al impulso democrático liberado por la crisis y, después, por la caída del antiguo régimen. Convertir a Rusia en “el país más libre del mundo” era el sueño de idealistas como el príncipe Lvov, jefe de los dos primeros gobiernos provisionales.
El espíritu del pueblo ruso” – dijo en una de sus primeras declaraciones – “demuestra ser, por su misma naturaleza, un espíritu universalmente democrático. Está dispuesto no sólo a fundirse en la democracia universal, sino a ponerse a la cabeza en el camino del progreso jalonado por los grandes principios de la Revolución Francesa: libertad, igualdad y fraternidad.”
Asentado sobre estas convicciones, el gobierno provisional multiplicó las medidas democráticas – libertades fundamentales, sufragio universal, supresión de toda discriminación de casta, de raza o de religión, reconocimiento del derecho de Polonia y de Finlandia a la autodeterminación, promesa de autonomía a las minorías nacionales, etc. – que debían, según pensaban, permitir un vasto salto patriótico, consolidar la cohesión social, asegurar la victoria militar al lado de los aliados y unir sólidamente al nuevo régimen con las democracias occidentales. Por un escrupuloso cuidado de la legalidad, el gobierno se negó, sin embargo, en una situación de guerra, a tomar toda una serie medidas importantes que influirían en el porvenir, antes de la reunión de una Asamblea Constituyente que debía ser elegida en otoño de 1917. Se empeñó deliberadamente en seguir siendo “provisional”, dejando en suspenso los problemas más acuciantes: el problema de la paz y el problema de la tierra. En cuanto a la crisis económica, vinculada a la continuación de la guerra, el Gobierno Provisional, durante los meses de su existencia, no llegó a superarla más que el régimen anterior. Los problemas de abastecimiento, penurias, inflación, ruptura de los circuitos de intercambio, clausura de empresas y explosión del desempleo, no hicieron más que exacerbar las tensiones sociales.
Frente a la política de espera del régimen, la sociedad continuó organizándose de manera autónoma. En algunas semanas, por millares, los soviets, los comités de fábrica y de cuartel, las milicias obreras armadas (los “Guardias Rojos”), los comités de campesinos, los comités de soldados, de cosacos y de amas de casa, se fusionaron. Eran otros tantos lugares de discusión, de iniciativas, de enfrentamientos donde se expresaban reivindicaciones, una opinión pública, y otra manera de hacer política. La mitingovanie (el mitin permanente) estaba en las antípodas de la democracia parlamentaria con la que soñaban los hombres políticos del nuevo régimen. Era una verdadera fiesta de la liberación que fue cobrando mayor fuerza con el paso de los días, al haber desatado la revolución de febrero el resentimiento y las frustraciones sociales largamente acumuladas. A lo largo del año 1917 se asistió a una innegable radicalización de las reivindicaciones y de los movimientos sociales.
Los obreros pasaban de las reivindicaciones económicas – la jornada de ocho horas, la supresión de las multas y otras medidas vejatorias, los seguros sociales, los aumentos de salarios – a las demandas sociales que implicaban un cambio radical de las relaciones sociales entre patronos y asalariados, y otra forma de poder. Organizados en comités de fábrica, cuyo objetivo primero era controlar la contratación y los despidos e impedir a los patronos que cerraran abusivamente la empresa con el pretexto de la interrupción de los suministros, los obreros llegaron a exigir el “control obrero” de la producción. Pero, para que este control obrero llegara a tener vida, se necesitaba una forma absolutamente nueva de gobierno, el “poder de los soviets”, el único capaz de adoptar medidas radicales – fundamentalmente la ocupación de las empresas y su nacionalización – una reivindicación desconocida en la primavera de 1917, pero cada vez más situada en primer lugar seis meses más tarde.

Los soldados-campesinos

En el curso de las revoluciones de 1917, el papel de los soldados-campesinos – una masa de diez millones de hombres movilizados – fue decisivo. La descomposición rápida del ejército ruso, vencido por las deserciones y el pacifismo, desempeñó un papel de entrenamiento en la debilitación generalizada de las instituciones. Los comités de soldados, autorizados por el primer texto adoptado por el Gobierno Provisional – el famoso Decreto N° 1 , verdadera “declaración de los derechos del soldado”, que abolió las reglas disciplinarias más vejatorias del antiguo régimen – no tardaron en sobrepasar sus prerrogativas. Llegaron a recusar a cualquier oficial, a “elegir” a otros nuevos, y a involucrarse en la estrategia militar, planteando un “poder soldado” de un tipo inédito. Este poder soldado abrió el camino a un “bolchevismo de trincheras” específico que el general Brussilov, comandante en jefe del ejército ruso describió así: “los soldados no tenían la menor idea de lo que era el comunismo, el proletariado o la constitución. Deseaban la paz, la tierra, la libertad de vivir sin leyes, sin oficiales ni propietarios terratenientes. Su «bolchevismo» no era, en realidad, más que una formidable aspiración a una libertad sin trabas, a la anarquía”.
Después del fracaso de la última ofensiva del ejército ruso, en junio de 1917, el ejército se desmoronó. Centenares de oficiales de los que las tropas sospechaban de ser “contrarrevolucionarios” fueron arrestados por los soldados y a menudo asesinados. El número de desertores se disparó, para alcanzar en agosto-septiembre varias decenas de miles al día. Los campesinos-soldados no tuvieron más que una sola idea en la cabeza: regresar a su casa para no faltar en el reparto de tierras y del ganado de los grandes propietarios. De junio a octubre de 1917, más de dos millones de soldados, cansados de combatir o de esperar con el estómago vacío en las trincheras y las guarniciones, desertaron de un ejército que se disolvía. Su regreso a la aldea alimentó, a su vez, los disturbios en los campos.
Hasta el verano, los disturbios agrarios seguían estando bastante limitados a zonas concretas, sobre todo en comparación con lo que había sucedido durante la revolución de 1905/1906. Una vez conocida la abdicación del zar, como era costumbre cuando se producía un acontecimiento importante, la asamblea campesina se reunió y redactó una petición exponiendo las quejas y los deseos de los campesinos. La primera reivindicación fue que la tierra perteneciera a quienes la trabajaban, que fueran inmediatamente redistribuidas las tierras no cultivadas de los grandes propietarios y que los arrendamientos fueran revaluados a la baja. Poco a poco, los campesinos se organizaron, poniendo en funcionamiento comités agrarios, tanto en el nivel de la aldea como en el del cantón, dirigidos por regla general por miembros de la intelligentsia rural – maestros, popes, agrónomos, funcionarios de sanidad – cercanos a los medios socialistas revolucionarios.
A partir de mayo/junio de 1917 el movimiento campesino se endureció. Para no dejarse desbordar por una base impaciente, numerosos comités agrarios comenzaron a apoderarse del material agrícola y del ganado de los propietarios terratenientes, pero también de los “kulaks”, esos campesinos acomodados que, aprovechando las reformas de Stolypin, habían abandonado la comunidad rural para establecerse en un campo disponiendo de una propiedad plena y completa, liberada de todas las servidumbres comunitarias. Desde antes de la revolución de octubre de 1917, el kulak, bestia negra de todos los discursos bolchevique que estigmatizaban al “campesino rico y rapaz”, al “burgués rural”, al “usurero”, al “kulak chupasangre”, no era más que la sombra de sí mismo. Efectivamente, había tenido que devolver a la comunidad aldeana la mayor parte de su ganado, de sus máquinas, de sus tierras, devueltas al fondo común y compartidas según el ancestral principio igualitarios de las “bocas que hay que alimentar”.
En el curso del verano, los disturbios agrarios, atizados por el regreso a la aldea de centenares de desertores armados, fueron adquiriendo una violencia cada vez mayor. A partir de finales del mes de agosto, decepcionados por las promesas no cumplidas de un gobierno que no dejaba de retrasar para más adelante la reforma agraria, los campesinos marcharon al asalto de los dominios señoriales, sistemáticamente saqueados e incendiados, para expulsar de una vez por todas al vergonzante propietario terrateniente. En Ucrania, en las provincias centrales de Rusia – Tambov, Penza, Voronezh, Saratov, Orel, Tula, Riazán – millares de moradas señoriales fueron incendiadas y centenares de propietarios asesinados.
Ante la extensión de esta revolución social, las élites dirigentes y los partidos políticos – con la excepción notable de los bolcheviques sobre cuya actitud volveremos – dudaban entre dos tentativas para controlar, de mejor o de peor manera, el movimiento y la tentación del golpe militar. Tras haber aceptado, en el mes de mayo, entrar en el gobierno, los mencheviques, populares en los medios obreros y los socialistas revolucionarios, mejor implantados en el mundo rural que cualquier otra formación política, resultaron ser incapaces – por la participación de algunos de sus dirigentes en un gobierno cuidadoso de respetar el orden y la legalidad – de realizar las reformas que siempre habían preconizado; fundamentalmente en lo que se refería a los socialistas revolucionarios: el reparto de las tierras. Convertidos en gestores y guardianes del Estado “burgués”, los partidos socialistas moderados abandonaron el terreno de la oposición a los bolcheviques, sin obtener el beneficio de su participación en un gobierno que controlaba cada día un poco menos la situación del país.
Frente a la anarquía que invadía todo, los medios patronales, los propietarios, los terratenientes, el Estado Mayor y un cierto número de liberales desengañados, se sintieron tentados por la solución del golpe de fuerza militar que proponía el general Kornilov. Esta solución fracasó ante la oposición del gobierno provisional presidido por Alexander Kerensky.  La victoria del golpe militar habría ciertamente aniquilado el poder civil que, por débil que fuera, se aferraba a la dirección formal de los asuntos del país. El fracaso del golpe del general Kornilov, los días 24 al 27 de septiembre de 1917, precipitó la crisis final de un gobierno provisional que no controlaba ya ninguno de los resortes tradicionales del poder. Mientras que, en la cumbre, los juegos de poder distraían a civiles y militares que aspiraban a una dictadura ilusoria, los pilares sobre los que reposaba el Estado – la justicia, la administración, el ejército – cedieron. El derecho resultó escarnecido y la autoridad, bajo todas sus formas, fue objeto de controversia.
¿Acaso la radicalización innegable de las masas urbanas y rurales significaba su bolchevización? No hay nada menos seguro. Detrás de los lemas comunes – “control, obrero”, “todo el poder a los soviets” – los militantes obreros y los militantes bolcheviques no le otorgaban a los términos el mismo significado. En el ejército, el “bolchevismo de trincheras” reflejaba ante todo una aspiración a la paz, compartida por los combatientes de todos los países implicados desde hacía tres años en la más mortífera y total de las guerras. En cuanto a la revolución campesina, la misma seguía una vía completamente autónoma, mucho más cerca del programa socialista revolucionario favorable al “reparto negro” que al programa bolchevique que preconizaba la nacionalización de las tierras y su explotación en grandes unidades colectivas. En los campos no se conocía a los bolcheviques más que por los relatos que de ellos hacían los desertores, precursores de un bolchevismo difuso, portador de dos palabras mágicas: la paz y la tierra.
Todos los descontentos estaban lejos de adherir al partido bolchevique que contaba, según cifras discutibles, entre cien y doscientos mil miembros a principios del octubre de 1917. No obstante, en el vacío institucional de otoño de 1917, en que toda autoridad estatal había desaparecido para ceder su lugar a una pléyade de comités, soviets y otros grupúsculos, bastaba con que un núcleo bien organizado y decidido actuara con determinación para que ejerciera de manera inmediata una autoridad desproporcionad a su fuerza real. Eso fue lo que hizo el partido bolchevique.
Desde su fundación en 1903, este partido se había separado de las otras corrientes de la socialdemocracia, tanto rusa como europea, fundamentalmente por su estrategia voluntarista de ruptura radical con el orden existente y por su concepción del partido: un partido fuertemente estructurado, disciplinado, elitista y eficaz; vanguardia de revolucionarios profesionales, situada en las antípodas del gran partido de unión, ampliamente abierto a simpatizantes de tendencias diferentes, tal como lo concebían los mencheviques y los socialdemócratas europeos en general.
La Primera Guerra Mundial acentuó todavía más la especificidad del bolchevismo leninista. Al rechazar cualquier colaboración con las otras corrientes socialdemócratas, Lenin, cada vez más aislado, justificó teóricamente su posición en su ensayo “El imperialismo, estadio supremo del capitalismo”. En él explicaba que la revolución estallaría no en el país en dónde el capitalismo fuera más fuerte, sino en un Estado económicamente poco desarrollado como Rusia; a condición de que el movimiento revolucionario fuera dirigido por una vanguardia disciplinada, dispuesta a ir hasta el final, es decir: hasta la dictadura del proletariado y las transformación de la guerra imperialista en una guerra civil.
En una carta del 17 de octubre de 1914, dirigida a Alexander Shliapnikov, uno de los dirigentes bolcheviques, Lenin escribía:
“El mal menor en el ámbito de lo inmediato sería la «derrota» del zarismo en la guerra (...) La esencia entera de nuestro trabajo (persistente, sistemático, quizás de larga duración) es dirigirnos hacia la transformación de la guerra en una guerra civil. Cuándo se producirá, ésa es otra cuestión, y todavía no resulta clara. Debemos dejar que madure el momento y «forzarlo a madurar» sistemáticamente... No podemos ni «prometer» la guerra civil, ni »decretarla«, pero tenemos el deber de actuar – el tiempo que sea necesario – »en esa dirección«”.
Al revelar las “contradicciones interimperialistas”, la “guerra imperialista” revertía así los términos del dogma marxista e indicaba que la explosión era más probable en Rusia que en ninguna otra parte. A lo largo de toda la guerra, Lenin volvió sobre la idea de que los bolchevique debían estar dispuestos a estimular, por todos los medios, el estallido de una guerra civil.
Cualquiera que acepte la guerra de clases – escribía en septiembre de 1916 – debe aceptar la guerra civil que, en toda sociedad de clases, representa la continuación, el desarrollo y la acentuación naturales de la guerra de clases”.
Después de la victoria de la revolución de febrero de 1917, en la que ningún dirigente bolchevique de envergadura había tomado parte, al encontrarse todos en el exilio o en el extranjero, Lenin , contra la opinión de la inmensa mayoría de los dirigentes del partido, predijo el fracaso de la política de conciliación con el gobierno provisional que intentaba llevar a cabo el Soviet de Petrogrado, dominado por una mayoría de socialistas revolucionarios y de socialdemócratas, de todas las tendencias unidas. En sus cuatro Cartas desde lejos – escritas en Zurich desde el 20 al 25 de marzo de 1917, y de las que el diario bolchevique Pravda no se atrevió a publicar más que la primera, en la medida en que estos escritos rompían con las posiciones políticas entonces defendidas por los dirigentes bolcheviques de Petrogrado – Lenin exigía la ruptura inmediata entre el Soviet de Petrogrado y el gobierno provisional, así como la preparación activa de la fase siguiente, la “proletaria”, de la revolución. Para Lenin, la aparición de los soviets era la señal de que la revolución ya había superado su “fase burguesa”. Sin esperar más, estos órganos revolucionarios debían de hacerse con el poder por la fuerza, y poner fin a la guerra imperialista, incluso al precio de la guerra civil, inevitable en todo proceso revolucionario.

La “Gloriosa Revolución de Octubre”

De regreso en Rusia, el 3 de abril de 1917, Lenin continuó defendiendo posiciones extremas. En sus célebres Tesis de Abril, repitió su hostilidad incondicional hacia la república parlamentaria y el proceso democrático. Acogidas con estupefacción y hostilidad por la mayoría de los dirigentes bolcheviques de Petrogrado, las ideas de Lenin progresaron con rapidez, fundamentalmente entre los nuevos reclutas del partido, a los que Stalin denominaba, con justicia, los praktiki (los “prácticos”) , por oposición a los “teóricos”.
En algunos meses, los elementos plebeyos, entre los que los soldados-campesinos ocupaban un lugar central, sumergieron a los elementos urbanizados e intelectuales, viejos compañeros de las luchas sociales institucionalizadas. Portadores de una gran violencia enraizada en la cultura campesina y exacerbada por tres años de guerra, menos prisioneros del dogma marxista que no conocían, estos militantes de origen popular – poco formados políticamente, representantes típicos de un bolchevismo plebeyo que iba muy pronto a destacarse con fuerza sobre el bolchevismo teórico intelectual de los bolcheviques originales – no se planteaban ya la cuestión de: ¿Es, o no, necesaria una “etapa burguesa” para “pasar al socialismo”? Partidarios de la acción directa, del golpe de fuerza, fueron los activistas más fervientes de un bolchevismo en el que los debates teóricos dejaban lugar a la única cuestión entonces en el orden del día: la de la toma del poder.
Entre una base plebeya cada vez más impaciente y dispuesta a la aventura – los marinos de la base naval de Kronstadt, cercana a Petrogrado, algunas unidades de la guarnición de la capital, los guardias rojos de los barrios obreros de Vyborg – y algunos dirigentes atormentados por el fracaso de una insurrección prematura abocada al fracaso, la vía leninista seguía siendo estricta. Durante todo el año 1917 el partido bolchevique siguió siendo, en contra de una idea ampliamente extendida, un partido profundamente dividido, desgarrado entre los excesos de unos y las reticencias de otros. La famosa disciplina de partido era más algo que se aceptaba por fe que una realidad. A principios del mes de julio de 1917, los excesos de la base, impaciente por separarse de las fuerzas gubernamentales, no lograron arrastrar al partido bolchevique, declarado fuera de la ley después de las sangrientas manifestaciones de los días 3, 4 y 5 de julio en Petrogrado y cuyos dirigentes fueron arrestados u obligados, como Lenin, a marchar al exilio.
La impotencia del gobierno para enfrentarse con los grandes problemas, la debilidad de las instituciones y de las autoridades tradicionales, el desarrollo de los movimientos sociales, y el fracaso de la tentativa del golpe militar del general Kornilov, permitieron al partido bolchevique salir a la superficie a finales de agosto de 1917, en una situación propicia para tomar el poder mediante una insurrección armada.
Una vez más, el papel personal de Lenin como teórico y estratega de la toma del poder, fue decisivo. En las semanas que precedieron al golpe de Estado bolchevique del 25 de octubre de 1917, Lenin fue siguiendo todas las etapas de un golpe de Estado militar que no podía ser desbordado por una sublevación imprevista de “las masas”, ni ser frenado por el “legalismo revolucionario” de dirigentes bolcheviques tales como Zinoviev o Kamenev quienes, escaldados por la amarga experiencia de los días de julio, deseaban llegar al poder con una mayoría rural de socialistas revolucionarios y de socialdemócratas de distintas tendencias mayoritarias en los soviets. Desde su exilio finlandés, Lenin no dejó de enviar al Comité Central del partido bolchevique cartas y artículos que llamaban a desencadenar la insurrección.
“Al proponer una paz inmediata y al entregar la tierra a los campesinos, los bolcheviques establecerán un poder que nadie derribará. “ – escribía – “Sería vano esperar una mayoría formal favorable a los bolcheviques. Ninguna revolución espera una cosa así. La historia no nos perdonará si no tomamos ahora el poder”.
Estos llamamientos dejaban a la mayor parte de los dirigentes bolcheviques sumidos en el escepticismo. ¿Por qué forzar las cosas, si la situación se radicalizaba cada día más? ¿No bastaba con unir a las masas estimulando su violencia espontánea, con dejar que actuaran las fuerzas disolventes de los movimientos sociales, con esperar a la reunión del II Congreso ruso de los soviets prevista para el 20 de octubre? Los bolcheviques tenían todas las posibilidades de obtener una mayoría relativa en esa asamblea en la que los delegados de los soviets de los grandes centros obreros y de los comités de soldados estaban ampliamente sobrerrepresentados en relación con los soviets rurales de predominio socialista revolucionario.
Ahora bien, para Lenin, si la transferencia del poder se realizaba en virtud del voto de un Congreso de los Soviets, el gobierno que surgiera de él sería un gobierno de coalición en el que los bolcheviques deberían compartir el poder con otras formaciones socialistas. Lenin, que reclamaba desde hacía meses todo el poder para los bolcheviques únicamente, quería a toda costa que éstos se apoderaran del poder por sí mismos mediante una insurrección militar antes de la convocatoria del II Congreso pan-ruso de los soviets. Sabía que los otros partidos socialistas condenarían el golpe de Estado insurreccional y que no les quedaría entonces más remedio que entrar en la oposición, dejando todo el poder a los bolcheviques.
El 10 de octubre, después de haber regresado clandestinamente a Petrogrado, Lenin reunió a doce de los 21 miembros del partido bolchevique. Después de dos horas de discusiones logró convencer a la mayoría de los presentes para que votaran la más importante decisión que nunca había tomado el partido: el principio de una insurrección armada en el tiempo más breve posible. Esta decisión fue aprobada por diez votos contra dos: los de Zinoviev y Kamenev, resueltamente apegados a la idea de que no había que hacer nada antes de la reunión del II Congreso de los Soviets. El 16 de octubre, Trotsky puso en funcionamiento, pese a la oposición de los socialistas moderados, una organización militar que emanaba teóricamente del Soviet de Petrogrado, pero que era controlada de hecho por los bolcheviques: el Comité Militar Revolucionario de Petrogrado (CMRP), encargado de poner en funcionamiento la toma del poder según el arte de la insurrección militar, en las antípodas de una sublevación popular espontánea y anárquica susceptible de desbordar al partido bolchevique.
Como deseaba Lenin, el número de los participantes directos en la gran revolución socialista de octubre de 1917 fue muy limitado: algunos millares de soldados de la guarnición, marinos de Kronstadt y guardias rojos vinculados con el CMRP, más algunos centenares de militantes bolcheviques de los comités de fábrica. Los raros enfrentamientos y un número de víctimas insignificante atestiguan la facilidad de un golpe de Estado esperado, cuidadosamente preparado y perpetrado sin oposición. De manera significativa, la toma del poder se realizó en nombre del CMRP. Así los dirigentes bolcheviques atribuían la totalidad del poder a una instancia a la que nadie, fuera del Comité Central bolchevique, había otorgado mandato y que no dependía, por lo tanto, de ninguna manera del Congreso de los Soviets.
La estrategia de Lenin demostró ser la justa. Enfrentados con  los hechos consumados, los socialistas moderados, después de haber denunciado “la conspiración militar organizada a espaldas de los soviets”, abandonaron el II Congreso de los Soviets. Abandonados al lado de sus únicos aliados, los miembros del pequeño grupo socialista revolucionario de izquierda fueron obligados por los bolcheviques a ratificar el golpe de fuerza. Los diputados del Congreso todavía presentes votaron un texto redactado por Lenin atribuyendo “todo el poder a los soviets”.
Esta resolución puramente formal permitió a los bolcheviques acreditar una ficción que iba a engañar a generaciones de crédulos: gobernaban en nombre del pueblo en el “país de los soviets”. Algunas horas más tarde, el Congreso, antes de separarse, estableció la creación de un nuevo gobierno bolchevique – el Consejo de los Comisarios del Pueblo, presidido por Lenin – y aprobó unos decretos sobre la paz y sobre la tierra, primeros actos del nuevo régimen.

Los malentendidos

Muy rápidamente, los malentendidos, y después los conflictos, se multiplicaron entre el nuevo poder y los movimientos sociales que habían actuado de manera autónoma como fuerzas disolventes del antiguo orden político, económico y social.
El primer malentendido estuvo relacionado con la revolución agraria. Los bolcheviques, que siempre habían impulsado la nacionalización de las tierras, debieron, en una relación de fuerzas que no les era favorable, retomar – “robar” – el programa socialista revolucionario y aprobar la redistribución de las tierras entre los campesinos. El “Decreto sobre la tierra” – cuya disposición principal proclamaba que “la propiedad privada de la tierra queda abolida sin indemnización, y todas las tierras se ponen a disposición de los comités agrarios locales para su redistribución” – se limitaba, en realidad, a legitimar lo que numerosas comunidades campesinas ya habían realizado en el verano de 1917: la apropiación brutal de las tierras que pertenecían a los grandes propietarios terratenientes y a los campesinos acomodados, los kulaks. Obligados momentáneamente a “colaborar” con esta revolución campesina autónoma, que había facilitado tanto su llegada al poder, los bolcheviques recuperarían su programa diez años más tarde. La colectivización forzada de los campos, apogeo del enfrentamiento entre el régimen surgido en 1917 y el campesinado, será la resolución trágica del malentendido de 1917.
Segundo malentendido: las relaciones del partido bolchevique con todas las instituciones – comités de fábrica, sindicatos, partidos socialistas, comités de cuartel, guardias rojos y, sobre todo, soviets – que habían participado tanto en la destrucción de las instituciones tradicionales como luchado a favor de la afirmación y la extensión de sus propias competencias. En algunas semanas, estas instituciones fueron despojadas de su poder, subordinadas al partido bolchevique o eliminadas. El “poder para los soviets”, el lema sin duda más popular en la Rusia de 1917, se convirtió en un abrir y cerrar de ojos en el poder del partido bolchevique sobre los soviets. En cuanto al “control obrero” – otra reivindicación fundamental de aquellos en nombre de quienes los bolcheviques pretendían actuar, los proletarios de Petrogrado y de otros grandes centros industriales – fue rápidamente descartado en beneficio del control de un Estado pretendidamente “obrero” sobre las empresas y los trabajadores. Una incomprensión mutua se instaló entre el mundo obrero – obsesionado con el paro, por la degradación continua de su poder adquisitivo y por el hambre – y el Estado, preocupado por la eficacia económica. Desde el mes de diciembre de 1917, el nuevo régimen tuvo que enfrentar una oleada de reivindicaciones obreras y huelgas. En algunas semanas, los bolcheviques perdieron lo esencial del capital de confianza que habían acumulado en una parte del mundo laboral durante el año 1917.
Tercer malentendido: las relaciones del nuevo poder con las nacionalidades del antiguo Imperio zarista. El golpe de Estado bolchevique aceleró las tendencias centrífugas que los nuevos dirigentes parecieron, en un principio, garantizar. Al reconocer la legalidad y la soberanía de los pueblos del antiguo Imperio, y el derecho a la autodeterminación, a la federación y a la secesión, los bolcheviques parecían invitar a los pueblos alógenos a emanciparse de la tutela del poder central ruso. En unos meses, polacos, fineses, bálticos, ucranianos, georgianos, armenios y aceríes proclamaron su independencia. Desbordados, los bolcheviques subordinaron inmediatamente el derecho de los pueblos a la autodeterminación a la necesidad de conservar el trigo ucraniano, el petróleo y los minerales del Cáucaso y, en resumen, los intereses vitales del nuevo Estado que se afirmó rápidamente, al menos en el plano territorial, como el heredero del antiguo Imperio, más aun que el Gobierno Provisional.
La ligazón de las revoluciones sociales y nacionales multiformes, y de una práctica política específica que excluía todo reparto de poder, tenía que conducir rápidamente a un enfrentamiento generador de violencia y de terror entre el nuevo poder y amplios sectores de la sociedad.

El “Brazo Armado de la Dictadura del Proletariado”

El Comité Militar Revolucionario

El nuevo poder aparecía como una construcción compleja. Una fachada, “el poder de los soviets”, representada formalmente por el Comité Ejecutivo Central; un gobierno legal, el Consejo de los Comisarios del Pueblo, que se esfuerza por adquirir una legitimidad tanto internacional como interior; y una organización revolucionaria, estructura operativa en el centro del dispositivo de toma del poder, el Comité Militar Revolucionario de Petrogrado (CMRP).
Félix Dzerzhinsky caracterizaba este comité. Desde los primeros días desempeñó en él un papel decisivo y describiéndolo de la siguiente manera: “Una estructura ligera, flexible, inmediatamente operativa, sin un juridicismo puntilloso. Ninguna restricción para tratar, para golpear a los enemigos con el brazo armado de la dictadura del proletariado”.
¿Cómo funcionó desde los primeros días del nuevo régimen este “brazo armado de la dictadura del proletariado”, según la expresión muy gráfica de Dzerzhinsky, retomada más tarde para recalificar a la policía política bolchevique, la Cheka? De manera sencilla y expeditiva, el CMRP estaba compuesto por unas sesenta personas de las que cuarenta y ocho eran bolcheviques, algunos socialistas revolucionarios de izquierda y anarquistas. Estaba colocado bajo la dirección formal de un “presidente”, un socialista revolucionario de izquierda, Lazimir, debidamente flanqueado por cuatro adjuntos bolcheviques entre los que se encontraban Antonov-Ovscenko y Dzerzhinsky. En realidad, una veintena de personas redactaron y firmaron, con el título de “presidente” o de “secretario”, las aproximadamente seis mil órdenes dictadas, en general en pequeños trozos de papel garrapateados con lápiz, por el CMRP durante sus cincuenta y tres días de existencia.
La misma “sencillez operativa” hizo acto de presencia en la difusión de las directrices y en la ejecución de las órdenes. El CMRP actuaba como intermediario de una red de más de un millar de “comisarios”, nombrados para las organizaciones más diversas, unidades militares, soviets, comités de barrio y administraciones. Responsables ante el CMRP únicamente, estos comisarios adoptaban a menudo medidas sin el aval del gobierno ni del Comité Central bolchevique. El 26 de octubre (8 de noviembre [1] ), en ausencia de todos los dirigentes bolcheviques ocupados en formar el gobierno, oscuros “comisarios” cuyo anonimato se ha mantenido, decidieron fortalecer la “dictadura del proletariado” mediante las siguientes medidas: prohibición de las octavillas “contrarrevolucionarias”, clausura de los siete principales diarios de la capital, tanto “burgueses” como “socialistas moderados”, control de la radio y del telégrafo, y elaboración de un proyecto de requisa de los apartamentos y de los automóviles privados. La clausura de los diarios fue legalizada dos días más tarde mediante un decreto del gobierno y, una semana más tarde, no sin discusiones, por el Comité Ejecutivo Central de los soviets. [2]
Poco seguros de su fuerza, los dirigentes bolcheviques estimularon en un primer momento, según una táctica que les había dado éxito en el curso del año 1917, lo que ellos denominaban la “espontaneidad revolucionaria de las masas”. Al responder a una delegación de representantes de los soviets rurales procedentes de la provincia de Pskov, que preguntaban al CMRP sobre las medidas que había que tomar para “evitar la anarquía”, Dzerzhinsky explicó que “la tarea es destrozar el orden natural. Nosotros, los bolcheviques, no somos bastante numerosos para realizar esta tarea histórica. Por lo tanto, hay que dejar que actúe la espontaneidad revolucionaria de las masas que luchan por su emancipación. En un segundo momento nosotros, los bolcheviques, mostraremos a las masas el camino que deben seguir. A través del CMRP, son las masas las que hablan, las que actúan contra su enemigo de clase, contra los enemigos del pueblo. Nosotros no estamos ahí más que para canalizar y dirigir el odio y el deseo legítimo de venganza de los oprimidos contra los opresores”.
Algunos días antes, en la reunión del CMRP del 29 de octubre (10 de noviembre), algunas personas presentes, voces anónimas, habían señalado la necesidad de luchar con más energía contra los “enemigos del pueblo”, una fórmula que iba a conocer en los meses, los años y las décadas venideras un gran éxito, y que fue retomada en una proclamación del CMRP de fecha 13 de noviembre (26 de noviembre): “los altos funcionarios de las administraciones del Estado, de los bancos, del tesoro, de los ferrocarriles, de correos y de telégrafos, sabotean las medidas del gobierno bolchevique. De ahora en adelante, estas personas son declaradas enemigos del pueblo. Sus nombres serán publicados en todos los periódicos y las listas de los enemigos del pueblo serán fijadas en todos los lugares públicos”. [3]  Algunos días después de la creación de estas listas de proscripción, se dictó una nueva proclama: “Todos los individuos sospechosos de sabotaje, de especulación y de acaparamiento, son susceptibles de ser detenidos instantáneamente como enemigos del pueblo y transferidos a las prisiones de Kronstadt.[4]
En unos días, el CMRP introdujo dos mociones particularmente notables: la de “enemigo del pueblo” y la de “sospechoso”. . .
El 28 de noviembre (10 de diciembre), el gobierno institucionalizó la noción de “enemigo del pueblo”. Un decreto firmado por Lenin estipulaba que “los miembros de las instancias dirigentes del partido constitucional-demócrata, partido de los enemigos del pueblo, quedan fuera de la ley y son susceptibles de arresto inmediato y de comparecencia ante los tribunales revolucionarios.[5] Estos tribunales acababan de ser instituidos en virtud del “Decreto N° 1 sobre los tribunales”. En los términos de este decreto quedaban abolidas todas las leyes que estaban “en contradicción con los decretos del gobierno obrero y campesino, así como de los programas políticos de los partidos socialdemócrata y socialista revolucionario”. Mientras esperaban la redacción de un nuevo Código Penal, los jueces tenían la máxima flexibilidad para apreciar la validez de la legislación existente “en función del orden y de la legalidad revolucionaria”, noción tan vaga que permitía los mayores abusos.
Los tribunales del antiguo régimen fueron suprimidos y reemplazados por tribunales populares y tribunales revolucionarios, competentes en todos los crímenes y delitos cometidos “contra el Estado proletario”, el “sabotaje”, el “espionaje”, los “abusos de función” y otros “crímenes revolucionarios”. Como lo reconocía Kursky, comisario del pueblo para la justicia de 1918 a 1928, los tribunales revolucionarios no eran tribunales en el sentido habitual, “burgués”, de este término, sino tribunales de la dictadura del proletariado, órganos de lucha contra la contrarrevolución, más preocupados por erradicar que por juzgar. [6] Entre los tribunales revolucionarios figuraba un “Tribunal revolucionario de asuntos de prensa”, encargado de juzgar los delitos de prensa y de suspender cualquier publicación que “sembrara la desazón en los espíritus al publicar noticias voluntariamente erróneas.” [7]
Mientras aparecían categorías inéditas (“sospechosos", "enemigos del pueblo”) y se ponían en funcionamiento nuevos dispositivos judiciales, el Comité Militar Revolucionario de Petrogrado continuaba estructurándose. En una ciudad en que las reservas de harina eran inferiores a un día de racionamiento miserable – media libra de pan por adulto – la cuestión de los suministros era, naturalmente, primordial.
El 4 (17) de noviembre se creó una comisión de suministros cuya primera proclama estigmatizaba a las “clases ricas que se aprovechan de la miseria” y afirmaba “que es hora de requisar los excedentes de los ricos y, por qué no, sus bienes”. El 11 (24) de noviembre, la comisión de suministros decidió enviar inmediatamente destacamentos especiales, compuestos por soldados, marinos, obreros y guardias rojos, a las provincias productoras de cereales, a fin de procurarse los productos alimenticios de primera necesidad para Petrogrado y para el frente. [8] Esta medida, adoptada por una comisión del CMRP, prefiguraba la política de requisa que llevarían a cabo durante cerca de tres años los destacamentos del “ejército de suministros”, y que sería el factor esencial del enfrentamiento, generador de violencia y de terror, entre el nuevo poder y el campesinado.
La comisión de investigación militar, creada el 10 (23) de noviembre, fue encargada del arresto de los oficiales “contrarrevolucionarios” denunciados por regla general por sus soldados, de los miembros de los partidos “burgueses” y de los funcionarios sospechosos de “sabotaje”. Rápidamente esta comisión fue encargada de los asuntos más diversos. En el clima turbulento de una ciudad que padecía hambre, en que los destacamentos de guardias rojos y de milicianos improvisados requisaban, robaban y saqueaban en nombre de la revolución, basándose en una orden incierta firmada por algún “comisario”, centenares de individuos comparecían ante la comisión por los delitos más diversos: pillaje, “especulación”, “acaparamiento” de los productos de primera necesidad, pero también “estado de embriaguez”, o “pertenencia a una clase hostil”. [9]
Los llamamientos de los bolcheviques en favor de la espontaneidad revolucionaria de las masas fueron un arma de manejo delicado. Los ajustes de cuentas y las violencias se multiplicaron, en particular los robos a mano armada y el pillaje de almacenes, fundamentalmente de los almacenes que vendían alcohol y de las bodegas del Palacio de Invierno. Con el paso de los días el fenómeno llegó a tener tal amplitud que, a propuesta de Dzerzhinsky, el CMRP decidió crear una comisión de lucha contra la embriaguez y los desórdenes. El 6 (20) de diciembre, esta comisión declaró el estado de sitio en la ciudad de Petrogrado y decretó el toque de queda a fin de “poner fin a los disturbios y desórdenes iniciados por elementos sospechosos enmascarados de revolucionarios”. [10]

El modelo jacobino: la Cheka

Más todavía que estos trastornos esporádicos, el gobierno bolchevique temía, en realidad, la extensión de la huelga de los funcionarios, que duraba desde los días posteriores al golpe de Estado del 25 de octubre (7 de noviembre). Fue esta amenaza la que constituyó el pretexto para la creación, el 7 (20) de diciembre de la Vserssiskaya Chrezvytcaïnaïa komissia po bor’bes kontr’reoliutsii, spekuliatsei i sabotagem – la comisión pan-rusa extraordinaria de lucha contra la contrarrevolución, la especulación y el sabotaje – que iba a entrar en la Historia bajo sus iniciales de Vecheka o, abreviadamente, Cheka.
Algunos días antes de la creación de la Cheka, el gobierno había decidido, no sin dudas, disolver el CMRP. Estructura operativa provisional fundada en la víspera de la insurrección para dirigir las operaciones sobre el terreno, ya había realizado las tareas que le habían sido encomendadas. Había permitido tomar el poder y defender al nuevo régimen hasta el momento en que éste había creado su propio aparato de Estado. Debía, además, para evitar una confusión de poderes y un encabalgamiento de las competencias, transferir sus prerrogativas al gobierno legal, el Consejo de Comisarios del Pueblo.
Pero, ¿cómo renunciar, en un momento juzgado crítico por los dirigentes bolcheviques, al “brazo armado de la dictadura del proletariado”? Durante su reunión de 6 de diciembre, el gobierno encargó “al camarada Dzerzhinsky que estableciera una comisión especial que examinara los medios para luchar con la mayor energía revolucionaria, contra la huelga general de los funcionarios y determinara los métodos para suprimir el sabotaje”. La elección del “camarada Dzerzhinsky” no solamente no suscitó ninguna discusión, sino que pareció evidente.
Algunos días antes, Lenin, siempre aficionado a los paralelos históricos entre la Gran Revolución – la francesa – y la revolución rusa de 1917, había indicado a su secretario, V. Bonch-Bruevich, la necesidad de encontrar con urgencia otro “Fouquier-Tinville, que nos mantenga en jaque a toda la canalla contrarrevolucionaria:” [11] El 6 de diciembre, la elección de un “sólido jacobino proletario”, por reproducir la fórmula de Lenin, recayó de manera unánime en Félix Dzerzhinsky, convertido en algunas semanas, en virtud de su enérgica acción en el CMRP, en el gran especialista de las cuestiones de seguridad. Además, como explicó Lenin a Bonch-Bruevich, “de todos nosotros es el que ha pasado más tiempo en los calabozos zaristas y el que ha tenido mayor contacto con la Ojrana (la policía política zarista). ¡Conoce su oficio!”.
Antes de la reunión gubernamental del 17 (20) de diciembre, Lenin le envió una nota a Dzerzhinsky:
“Respecto de su informe de hoy, ¿no sería posible redactar un decreto con un preámbulo del género: la burguesía se apresta a cometer los crímenes más abominables reclutando la hez de la sociedad para organizar tumultos. Los cómplices de la burguesía, fundamentalmente los altos funcionarios, los cuadros de los bancos, etc. realizan sabotaje y organizan huelgas para minar las medidas del gobierno destinadas a poner en funcionamiento la transformación socialista de la sociedad. La burguesía no retrocede ante el sabotaje de los suministros, condenando así a millones de personas al hambre. Deben tomarse medidas excepcionales para luchar contra los saboteadores contrarrevolucionarios. En consecuencia, el Consejo de Comisarios del Pueblo decreta. . .? “ [12]
En la tarde del 7 (20) de diciembre, Dzerzhinsky presentó su proyecto al Consejo de Comisarios del Pueblo. Inició su intervención con un discurso sobre los peligros que amenazaban a la revolución en el “frente interior”.
“Debemos enviar a ese frente, el más peligroso y el más cruel de los frentes, a camaradas determinados, duros, sólidos, sin escrúpulos, dispuestos a sacrificarse por la salvación de la revolución. No penséis, camaradas, que busco una forma de justicia revolucionaria. ¡No tenemos nada que ver con  la “justicia”! ¡Estamos en guerra, en el frente más cruel, porque el enemigo avanza enmascarado y se trata de una lucha a muerte! ¡Propongo, exijo, la creación de un órgano que ajuste las cuentas con los contrarrevolucionarios de manera revolucionaria, auténticamente bolchevique.”
Dzerzhinsky abordó de inmediato el núcleo de su intervención, que transcribimos tal y como aparece en el protocolo de la reunión:
“La Comisión tiene como tarea:
1. Suprimir y liquidar todo intento y acto contrarrevolucionario de sabotaje, vengan de donde vengan, en todo el territorio de Rusia.
2. Llevar a todos los saboteadores contrarrevolucionarios ante un tribunal revolucionario.
La Comisión realiza una investigación preliminar en la medida en que ésta resulta indispensable para llevar a cabo correctamente su tarea.
La Comisión se divide en departamentos: 1. Información; 2. Organización; 3. Operación.
La Comisión otorgará una atención muy particular a los asuntos de prensa, de sabotaje, a los KD (constitucionales-demócratas o “kadetes”),  a los SR (socialistas-revolucionarios o “eseristas”) de derechas, a los saboteadores y a los huelguistas.
Medidas represivas encargadas a la Comisión: confiscación de bienes, expulsión del domicilio, privación de cartillas de racionamiento, publicación de listas de enemigos del pueblo, etc.
Resolución: aprobar el proyecto. Apelar a la Comisión pan-rusa extraordinaria de lucha contra la revolución, la especulación y el sabotaje. Que se publique.” [13]
Este texto fundacional de la policía política soviética suscita inmediatamente una pregunta. ¿Cómo interpretar la discordancia entre el discurso agresivo de Dzerzhinsky y la relativa modestia de las competencias atribuidas a la Cheka? Los bolcheviques estaban a punto de concluir un acuerdo con los socialistas-revolucionarios de izquierda (seis de sus dirigentes entraron en el gobierno el 12 de diciembre) a fin de romper su aislamiento político, en un momento en que les era preciso afrontar la cuestión de la convocatoria de la Asamblea Constituyente en la que eran minoritarios. También adoptaron un programa de mínimos. En contra de la resolución adoptada por el gobierno el 7 (20) de diciembre, no fue publicado ningún decreto que anunciara la creación de la Cheka y que definiera sus competencias.
Comisión “extraordinaria”, la Cheka iba a prosperar y actuar sin la menor base legal. Dzerzhinsky que deseaba, como Lenin, tener las manos libres, pronunció esta frase sobrecogedora: “Es la vida misma la que dicta su camino a la Cheka”. La vida, es decir, el “terror revolucionario de las masas”, la violencia de la calle que la mayoría de los dirigentes bolcheviques estimulaba entonces con entusiasmo, olvidando por el momento su profunda desconfianza hacia la espontaneidad popular.
Al dirigirse el 1 (13) de diciembre a los delegados del Comité Ejecutivo Central de los soviets, Trotsky, comisario del pueblo para la guerra, previno: “En menos de un mes, el terror va a adquirir formas muy violentas, a ejemplo de lo que sucedió durante la gran Revolución Francesa. No será ya solamente la prisión, sino la guillotina, ese notable invento de la gran Revolución Francesa, que tiene como ventaja reconocida la de recortar en el hombre una cabeza, lo que se dispondrá para nuestros enemigos.” [14]
Algunas semanas más tarde, tomando la palabra en una asamblea de obreros, Lenin apeló, una vez más, al terror, esa “justicia revolucionaria de clases”:
“El poder de los soviets ha actuado como tendrían que haber actuado todas las revoluciones proletarias: ha destrozado claramente a la justicia burguesa, instrumento de las clases dominantes. (...) Los soldados y los obreros deben comprender que nadie los ayudará si no se ayudan a sí mismos. Si las masas no se levantan espontáneamente, no llegaremos a nada. (...) ¡A menos que apliquemos el terror a los especuladores – una bala en la cabeza en el momento – no llegaremos a nada! “ [15]
Estas llamadas al terror atizaban una violencia que, ciertamente, no había esperado la llegada de los bolcheviques al poder para desencadenarse. Desde el otoño de 1917, millares de grandes propiedades rurales habían sido saqueadas por los campesinos encolerizados y centenares de grandes propietarios habían sido asesinados. En  la Rusia del verano de 1917 la violencia era algo omnipresente. Esta violencia no era nueva, pero los acontecimientos del año 1917 habían permitido la convergencia de varias formas de violencia presentes en estado latente: una violencia urbana “reactivada” por la brutalidad de las relaciones capitalistas en el seno del mundo industrial; una violencia campesina “tradicional”; y la violencia “moderna” de la Primera Guerra Mundial, portadora de una extraordinaria regresión y una formidable brutalización de las relaciones humanas. La mezcla de estas tres formas de violencia constituyó una combinación explosiva cuyo efecto podía llegar a ser devastador en la coyuntura muy particular de la Rusia sumergida en una revolución marcada, a su vez, por la debilidad de las instituciones del orden y de la autoridad, por la escalda de los resentimientos y de las frustraciones sociales acumuladas durante largo tiempo y por la instrumentalización política de la violencia popular.
Entre los habitantes de las ciudades y los del campo la desconfianza era recíproca; para los campesinos la ciudad era, más que nunca, el lugar del poder y de la opresión. Para la élite urbana, para los revolucionarios profesionales surgidos en su inmensa mayoría de la intelliguentsia, los campesinos seguían siendo, como escribía Gorky, una masa de “gente medio salvaje” cuyos “instintos crueles” e “individualismo animal” debían ser sometidos a “la razón organizada de la ciudad”. Al mismo tiempo, los políticos e intelectuales eran perfectamente conscientes del hecho que el desencadenamiento de las revueltas campesinas era lo que había resquebrajado al Gobierno Provisional, permitiendo a los bolcheviques, muy minoritarios en el país, apoderarse del poder en el vacío constitucional reinante.
A finales de 1917 y principios de 1918, ninguna oposición seria amenazaba al nuevo régimen que, un mes después del golpe de Estado bolchevique, controlaba la mayor parte del norte y del centro de Rusia hasta el Volga medio, pero también grandes aglomeraciones en el Cáucaso (Bakú) y Asia Central (Tashkent). Ciertamente, Ucrania y Finlandia se habían separado pero no abrigaban intenciones belicosas contra el poder bolchevique. La única fuerza militar antibolchevique organizada era el pequeño “ejército de voluntarios”, de unos tres mil hombres aproximadamente, embrión del futuro “ejército blanco”, puesto en pie en el sur de Rusia por los generales Alexeyev y Kornilov. Estos generales zaristas fundaban todas sus esperanzas en los cosacos del Don y del Kubán.
Los cosacos se diferenciaban radicalmente de los otros campesinos rusos. Su privilegio principal, bajo el antiguo régimen, era recibir 30 hectáreas de tierra a cambio de un servicio militar que alcanzaba hasta la edad de 36 años. Aunque no aspiraban a adquirir nuevas tierras, deseaban conservar las que poseían. Deseando ante todo salvaguardar su condición de independencia, los cosacos, inquietos por las declaraciones bolcheviques que estigmatizaban a los kulaks, se unieron en la primavera de 1918 a las fuerzas antibolcheviques.
¿Se puede hablar de “guerra civil” a propósito de los primeros enfrentamientos del invierno de 1917 y de la primavera de 1918, en el sur de Rusia, entre algunos millares de hombres del ejército de voluntarios y las tropas bolcheviques del general Sivers que contaba apenas con seis mil hombres? Lo que llama la atención de entrada es el contraste entre la modestia de los efectivos implicados y la violencia inaudita de la represión ejercida por los bolcheviques, no solamente contra los militares capturados sino también contra los civiles. Instituida en 1919 por el general Denikin, comandante en jefe de las fuerzas del sur de Rusia, la “comisión de investigación sobre los crímenes bolcheviques” se esforzó por censar, durante los meses de su actividad, las atrocidades cometidas por los bolcheviques en Ucrania, en el Kubán, la región del Don y en Crimea.
Los testimonios recogidos por esta comisión – que constituyen la fuente principal del libro de S. P. Melgunov, El terror rojo en Rusia, 1918-1924, el gran clásico sobre el terror bolchevique aparecido en Londres en 1924 – establecen innumerables atrocidades perpetradas desde enero de 1918. En Taganrog, los destacamentos del ejército de Sivers arrojaron a cincuenta junkers y oficiales “blancos”, con los pies y las manos atadas, a un alto horno. En Evpatoria, varios centenares de oficiales y de “burgueses” fueron atados y luego arrojados al mar después de haber sido torturados. Idéntica violencias tuvieron lugar en la mayoría de las ciudades de Crimea ocupadas por los bolcheviques: Sebastopol, Yalta, Alushta, Simferopol. Las mismas atrocidades se produjeron a partir de abril-mayo de 1918 en las grandes aldeas cosacas insurrectas. Los muy precisos expedientes de la comisión Denikin hacen referencia a “cadáveres con las manos cortadas, con los huesos rotos, con las cabezas arrancadas, con las mandíbulas destrozadas y los órganos genitales cortados.[16]
Como señala Melgunov, es no obstante “difícil distinguir lo que sería una puesta en práctica sistemática de un terror organizado de lo que aparece como «excesos incontrolados»”. Hasta agosto-septiembre de 1918 no se menciona nunca una Cheka local que dirigiera las matanzas. Ciertamente, hasta esa fecha la red de chekas seguía siendo bastante tenue. Las matanzas, dirigidas a sabiendas no solamente contra los combatientes del campo enemigo sino también contra los “enemigos del pueblo” civiles – así, entre las 240 personas muertas en Yalta a inicios del mes de marzo de 1918 figuraban, además de 165 oficiales, alrededor de 7 hombres, políticos, abogados, periodistas, profesores – fueron por regla general perpetradas por “destacamentos armados”, “guardias rojos” y otros “elementos bolcheviques” no especificados. Exterminar al “enemigo del pueblo” no era más que la prolongación lógica de una revolución a la vez política y social en la que unos eran los “vencedores” y los otros los “vencidos”. Esta concepción del mundo no había aparecido bruscamente después de octubre de 1917, pero las tomas de posición bolcheviques, completamente explícitas sobre la cuestión, la habían legitimado.
Recordemos lo que escribía, ya en marzo de 1917, en una carta bien perspicaz, un joven capitán a propósito de la revolución en su regimiento: “Entre nosotros y los soldados, el abismo es insondable: Para ellos somos y seguiremos siendo »barines« (amos). Para ellos, lo que acaba de pasar no es una revolución política, sino más bien una revolución social en la que ellos son los vencedores y nosotros los vencidos. Nos dicen: »¡Antes erais los barines; ahora nos toca a nosotros serlo!« Tienen la impresión de obtener finalmente su desquite tras siglos de servidumbre.” [17]
Los dirigentes bolcheviques estimularon todo lo que en las masas populares podía afirmar esta aspiración a un “desquite social” que pasaba por una legitimación moral de la delación, del terror y de una guerra civil “justa”, según los términos del mismo Lenin. El 15 (28) de diciembre de 1917, Dzerzhinsky publicó en Izvestia un llamamiento invitando “a todos los soviets” a organizar chekas. El resultado fue un formidable aumento de “comisiones”, “destacamentos” y otros “órganos extraordinarios” que las autoridades centrales tuvieron muchas dificultades para controlar cuando decidieron, algunos meses más tarde, poner término a la “iniciativa de las masas” y organizar una red estructurada y centralizada de chekas. [18]

“Un período de improvisación y de tanteos”

Describiendo los seis primeros meses de la Cheka, Dzerzhinsky escribía en julio de 1918: “Fue un período de improvisación y de tanteos, durante el cual la organización no siempre estuvo a la altura de las circunstancias.” [19] En esa fecha, no obstante, el balance de la acción de la Cheka como órgano de represión contra las libertades ya era considerable. Y la organización, que contaba apenas con un centenar de personas en diciembre de 1917, ¡había multiplicado sus efectivos por 120 en seis meses!
Ciertamente, los inicios de la organización fueron muy modestos. El 11 de enero de 1918, Dzerzhinsky envió una nota a Lenin en la que le comunicaba: “Nos encontramos en una situación imposible, a pesar de los importantes servicios ya rendidos. No contamos con ninguna financiación. Trabajamos día y noche sin pan, ni azúcar, ni té, ni mantequilla, ni queso. Tome medidas para que haya raciones decentes, o autorícenos a realizar requisas entre los burgueses.[20] Dzerzhinsky había reclutado a un centenar de hombres, en buena medida antiguos camaradas de la clandestinidad, en su mayoría polacos o bálticos, que habían trabajado casi todos en el Comité Militar Revolucionario de Petrogrado, y entre los cuales figuraban ya los futuros cuadros de la GPU de los años 20 y de la NKVD de los años 30: Latsis, Menzhinsky, Meing, Moroz, Peters, Trilisser, Unschlicht, Yagoda.
La primera acción de la Cheka fue aplastar la huelga de funcionarios de Petrogrado. El método fue expeditivo – arresto de los “agitadores” – y la justificación simple: “quien no quiere trabajar con el pueblo no tiene lugar en él”, declaró Dzerzhinsky, que ordenó arrestar a un cierto número de diputados socialistas-revolucionarios y mencheviques, elegidos para la Asamblea Constituyente. Este acto arbitrario fue inmediatamente condenado por el comisario del pueblo para la justicia, Steinberg, un socialista-revolucionario de izquierda que había entrado al gobierno unos días antes. Este primer incidente entre la Cheka y la justicia planteaba la cuestión capital: la condición extra-legal de esta policía política.
“¿Para qué sirve un  comisario del pueblo para la justicia? – preguntó entonces Steinberg a Lenin – ¡Que lo llamen comisariado del pueblo para el exterminio social y se entenderá la razón!
– Excelente idea – respondió Lenin. – Es exactamente como yo lo veo. ¡Desgraciadamente no se le puede llamar así.” [21]
Naturalmente, Lenin arbitró el conflicto entre Steinberg, que exigía estricta subordinación de la Cheka a la justicia, y Dzerzhinsky, que se rebelaba contra el juridicismo puntilloso de la vieja escuela del antiguo régimen. El favorecido fue Dzerzhinsky. La Cheka no debía responder de sus actos más que ante el gobierno.
El 6 (19) de enero de 1918 marcó una etapa importante en el reforzamiento de la dictadura bolchevique. Por la mañana temprano, la Asamblea Constituyente, elegida entre noviembre y diciembre de 1917, y en la que los bolcheviques estaban en minoría puesto que no disponían más que de 175 diputados sobre un total de 607 elegidos, fue dispersada por la fuerza, después de haber celebrado sus sesiones durante tan solo un día. Este acto arbitrario no provocó ningún eco apreciable en el país. Una pequeña manifestación organizada para protestar contra la disolución fue reprimida por las tropas. Se produjeron 20 muertos, un pesado tributo para una experiencia de democracia parlamentaria que solo había durado algunas horas. [22]
En los días y semanas que siguieron a la disolución de la Asamblea Constituyente, la posición del gobierno bolchevique en Petrogrado se hizo cada vez más incómoda, en el momento mismo en que Trotsky, Kamenev, Yoffé y Radek negociaban en Brest-Litovsk las condiciones de paz con las delegaciones de los imperios centrales. El 9 de enero de 1918, el gobierno consagró su orden del día a la cuestión de su traslado a Moscú. [23]
Lo que inquietaba a los dirigentes bolcheviques era menos la amenaza alemana – el armisticio había entrado en vigor a partir del 15 (28) de diciembre – que una sublevación obrera. Efectivamente, en los barrios obreros que dos meses antes los habían apoyado, crecía el descontento. Con la desmovilización y las mermas de los pedidos militares, las empresas habían despedido a decenas de millares de personas. La agravación de las dificultades de los suministros había hecho caer la ración cotidiana de pan hasta un cuarto de libra. Incapaz de enderezar la situación, Lenin estigmatizaba a los “acaparadores” y a los “especuladores” designados como chivos expiatorios. “Cada fábrica, cada compañía, debe organizar destacamentos de requisa. Hay que movilizar para la búsqueda de alimentos no solamente a los voluntarios sino a todo el mundo, bajo pena de confiscación inmediata de la cartilla de racionamiento”, escribía el 22 de enero (3 de febrero) de 1918.
El nombramiento de Trotsky a su regreso de Brest-Litovsk, el 31 de enero de 1918, a la cabeza de una comisión extraordinaria encargada del suministro y del transporte, señala bien a las claras la importancia decisiva otorgada por el gobierno a la “caza de suministros”, primera etapa de la “dictadura del suministro”. En esta comisión Lenin propuso, a mediados de febrero, un proyecto de decreto que incluso los miembros de este organismo – entre los que, además de Trotsky, figuraba Tsiuroupa, comisario del pueblo para suministros – juzgaron oportuno rechazar. El texto preparado por Lenin preveía que todos los campesinos fuesen obligados a entregar sus excedentes a cambio de un recibo. En caso de no entregar en los plazos señalados, los transgresores serían fusilados. “Cuando leímos este proyecto, quedamos sobrecogidos.” – escribió Tsiuroupa en sus memorias – “Aplicar semejante decreto habría llevado a ejecuciones masivas. Finalmente, el proyecto de Lenin fue abandonado.[24]
Este episodio resulta, no obstante, muy revelador. Desde principios de 1918, Lenin, paralizado en el punto muerto al que le había conducido su política, inquieto ante la situación catastrófica de los suministros de los grandes centros industriales contemplados como los únicos islotes bolcheviques en medio de un océano campesino, estaba dispuesto a todo para “apoderarse de los cereales”, salvo a modificar un ápice de su política. Resultaba inevitable el conflicto entre un campesinado que deseaba conservar para sí los frutos de su trabajo y rechazaba toda injerencia de una autoridad exterior y el nuevo régimen que ansiaba imponer su autoridad, se negaba a comprender el funcionamiento de los circuitos económicos y quería – y pensaba – controlar lo que no le parecía más que una manifestación de anarquía social.

El traslado de la capital a Moscú

El 21 de febrero de 1918, frente al avance fulminante de los ejércitos alemanes, posterior a la ruptura de conversaciones de Brest-Litovsk, el gobierno proclamó “la patria socialista en peligro”. El llamamiento de resistencia contra el invasor iba acompañado de una llamada al terror de las masas: “Todo agente enemigo, especulador, gamberro, agitador contrarrevolucionario y espía alemán será fusilado sobre el terreno.” [25] Esta proclama venía a instaurar la ley marcial en la zona de operaciones militares. Con la firma de la paz, el 3 de marzo de 1918 en Brest-Litovsk, se convirtió en algo caduco. Legalmente, la pena de muerte no fue restablecida en Rusia hasta el 16 de julio de 1918. No obstante, a partir de febrero de 1918, la Cheka procedió a realizar numerosas ejecuciones sumarias fuera de la zona de operaciones militares.
El 10 de marzo de 1918, el gobierno abandonó Petrogrado en dirección a Moscú, que se había convertido en la capital. La Cheka se instaló cerca del Kremlin, en la calle Bolshaya-Lubianka, en los edificios de una compañía de seguros que ocuparía bajo sus siglas sucesivas – GPU, NKVD, MVD, KGB – hasta la caída del régimen soviético. De 600 efectivos en marzo, el número de chekistas que trabajaba en Moscú en la “Gran Casa” pasó, en julio de 1918, a 2.000; sin contar las tropas especiales. Cifra considerable cuando se sabe que el Comisariado del Pueblo para el Interior, encargado de dirigir el inmenso aparato de los soviets locales del conjunto del país, no contaba en esa misma fecha con más que 400 funcionarios.
La Cheka realizó su primera operación de envergadura durante la noche del 11 al 12 de abril de 1918. Más de 1.000 hombres de sus tropas especiales tomaron por asalto en Moscú a una veintena de casas controladas por los anarquistas. Al cabo de varias horas de combate encarnizado fueron detenidos 52 anarquistas y 25 de ellos fueron sumariamente ejecutados como “bandidos”, una denominación que desde entonces iría a servir para designar a los obreros en huelga, a los desertores que huían del reclutamiento, o a los campesinos sublevados contra las requisas. [26]
Después de este primer éxito, seguido de otras operaciones “de pacificación”, tanto en Moscú como en Petrogrado, Dzerzhinsky reclamó en una carta dirigida al Comité Ejecutivo Central, el 29 de abril de 1918, un aumento considerable de los medios de la Cheka: “En la etapa actual” – escribió – “es inevitable que la actividad de la Cheka conozca un crecimiento exponencial, ante la multiplicación de las oposiciones contrarrevolucionarias de todo tipo.[27]
La “etapa actual” a la que Dzerzhinsky hacía referencia aparecía, en efecto, como un período decisivo en la puesta en funcionamiento de la dictadura política y económica y en el reforzamiento de la represión contra una población cada vez más hostil hacia los bolcheviques. Desde octubre de 1917 no había, en efecto, ni mejorado la suerte cotidiana ni salvaguardado las libertades fundamentales conseguidas a lo largo del año 1917. De haber sido los únicos, entre todos los políticos, que permitieron a los campesinos apoderarse de las tierras tan largamente codiciadas, los bolcheviques se habían transformado a sus ojos en “comunistas” que les arrebataban los frutos de su trabajo. ¿Eran los mismos, se interrogaban numerosos campesinos – que distinguían en sus quejas a los “bolcheviques” que habían dado la tierra y a los “comunistas” que robaban al honrado trabajador, privándole hasta de su última camisa?
La primavera de 1918 fue, en realidad, un momento en el que las posiciones no estaban perfiladas del todo. Los soviets – que todavía no habían sido amordazados y transformados en simples órganos de la administración estatal – eran un lugar de verdaderos debates políticos entre los bolcheviques y los socialistas moderados. Los periódicos de oposición, aunque cotidianamente perseguidos, continuaban existiendo. La vida política local conocía una abundancia de instituciones concurrentes. Durante este período, marcado por la agravación de las condiciones de vida y por la ruptura total de los circuitos de intercambio económicos entre las ciudades y el campo, los socialistas revolucionarios y los mencheviques obtuvieron innegables éxitos políticos. En el curso de las elecciones para la renovación de los soviets, a pesar de las presiones y de las manipulaciones, triunfaron en 19 de las 30 capitales de provincia en que las elecciones tuvieron lugar y los resultados fueron publicados. [28]

El “comunismo de guerra”

Frente a esta situación, el gobierno bolchevique reaccionó endureciendo su dictadura, tanto en el plano económico como en el político. Los circuitos de distribución económica estaban  rotos a la vez en el área de los medios – en virtud de la degradación espectacular de las comunicaciones, fundamentalmente ferroviarias – y en las motivaciones, porque la ausencia de productos manufacturados no impulsaba al campesino a vender. El problema vital era, por lo tanto, asegurar el suministro del ejército y de las ciudades, lugar del poder y sede del “proletariado”.
A los bolcheviques se les ofrecían dos posibilidades: o bien restablecer la apariencia de un mercado en una economía en ruinas, o bien utilizar la amenaza. Escogieron  la segunda, persuadidos de la necesidad de avanzar en la lucha en pro de la destrucción del “orden antiguo”.
Tomando la palabra el 29 de abril de 1918 ante el Comité Ejecutivo Central de los soviets, Lenin declaró sin ambages: “Sí, los pequeños propietarios, los pequeños poseedores han estado a nuestro lado, el de los proletarios, cuando se ha tratado de derribar a los propietarios terratenientes y a los capitalistas. Pero ahora nuestros caminos se separan. Los pequeños propietarios sienten horror hacia la organización, hacia la disciplina. Ha llegado la hora de que llevemos a cabo una lucha despiadada, sin compasión, contra estos pequeños propietarios, estos pequeños poseedores.” [29]
Algunos días más tarde, el comisario del pueblo para el suministro precisó ante la misma asamblea: “Lo digo abiertamente: es una cuestión de guerra. Solo obtendremos los cereales utilizando los fusiles.[30] Y Trotsky se ocupó de remachar: “Nuestro partido está a favor de la guerra civil. La guerra civil es la lucha por el pan. . . ¡Viva la guerra civil![31]
Citemos un último texto, escrito en 1921 por otro dirigente bolchevique, Karl Radek, que aclara perfectamente la política bolchevique de la primavera de 1918, es decir, varios meses antes del desarrollo del conflicto armado que iba a enfrentar durante dos años a rojos y a blancos: “El campesino acababa de recibir la tierra, acababa de regresar del frente a su casa, había guardado sus armas, y su actitud hacia el Estado podía ser resumida de la siguiente manera: ¿Para qué sirve un Estado? ¡No tenía ninguna utilidad! Si hubiéramos decidido poner en funcionamiento un impuesto en especie, no habríamos logrado cobrarlo porque carecíamos de aparato de Estado. El antiguo había sido deshecho y los campesinos no nos habrían dado nada sin verse forzados a hacerlo. Nuestra tarea, a principios de 1918, era sencilla. Teníamos que hacerle comprender a los campesinos dos cosas elementales: que el Estado tenía derechos sobre una parte de los productos del campesinado para satisfacer sus propias necesidades y que disponía de la fuerza para hacer valer sus derechos.” [32]
En mayo-junio de 1918 el gobierno bolchevique adoptó dos medidas decisivas que inauguraban un período de guerra civil que se denomina tradicionalmente como “comunismo de guerra”.
El 13 de mayo de 1918, un decreto atribuyó poderes extraordinarios al Comisariado del pueblo para Suministros, encargado de requisar los productos alimenticios y de poner en funcionamiento un verdadero “ejército de suministros”. En julio de 1918, cerca de 12.000 personas participaban ya en estos “destacamentos de suministros” que contarán, durante su apogeo en 1920, con hasta 80.000 hombres, de los que la mitad pertenecía a los obreros de Petrogrado en situación de desempleo, que se vieron atraídos por un salario decente y una remuneración es especie proporcional a la cantidad de cereales confiscados.
Segunda medida: el decreto del 11 de junio de 1918 que instituyó comités de campesinos pobres, encargados de colaborar estrechamente con los destacamentos de suministros y requisar, también, a cambio de una parte de las requisas, los excedentes agrícolas de los campesinos acomodados. Estos comités de campesinos pobres debían también reemplazar a los soviets rurales considerados poco dignos de confianza por el poder, ya que estaban impregnados de la ideología socialista-revolucionaria. Dadas las tareas que se les pedía que ejecutaran – tomar por la fuerza el fruto del trabajo de otro – y las motivaciones que se consideraba que los espolearían – el poder, el sentimiento de frustración y de envidia hacia los “ricos”, la promesa de una parte del botín – se puede imaginar lo que fueron estos representantes del poder bolchevique en los campos. Como escribe con perspicacia Andrea Graziosi, “en estas gentes, la devoción a la causa – o más bien al nuevo Estado – y algunas capacidades operativas innegables iban a la par con una conciencia política y social balbuciente, un acentuado carrerismo y comportamientos “tradicionales”, como la brutalidad para con los subordinados, el alcoholismo y el nepotismo. (...) Tenemos un buen ejemplo de la manera en que “el espíritu” de la revolución plebeya impregnaba al nuevo régimen”.  [33]
A pesar de algunos éxitos iniciales, la organización de comités de campesinos pobres no duró mucho. La idea misma de situar por delante a la parte más pobre del campesinado reflejaba el desconocimiento profundo que tenían los bolcheviques de la sociedad campesina. De acuerdo con un esquema marxista simplista, la imaginaban dividida en clases antagónicas, y en realidad era, ante todo, solidaria frente al mundo exterior, frente a los extraños venidos de la ciudad. Cuando se trataba de entregar los excedentes, el reflejo igualitario y comunitario de la asamblea campesina actuaba de forma plena. En lugar de recaer solo sobre los campesinos acomodados, el peso de las requisas fue repartido en función de las disponibilidades de cada uno. La masa de los campesinos medios se vio afectada y el descontento resultó general. Estallaron disturbios en numerosas regiones.
Ante la brutalidad de los destacamentos de suministros respaldados por la Cheka o el Ejército, una verdadera guerrilla adquirió forma desde junio de 1918. En julio-agosto, 110 insurrecciones campesinas, calificadas por el poder de “rebeliones kulaks” – terminología bolchevique que se usaba para designar las revueltas en las que participaban aldeas enteras, con todas las categorías sociales entremezcladas – estallaron en las zonas controladas por el nuevo poder. El crédito del cual los bolcheviques habían disfrutado durante un breve período, por no haberse opuesto en 1917 al reparto de las tierras, se vio aniquilado en algunas semanas. Durante tres años, la policía de requisas provocaría millares de sublevaciones y de motines que degeneraron en verdaderas guerras campesinas reprimidas con la mayor violencia.
En el plano político, el endurecimiento de la dictadura durante la primavera de 1918 se tradujo en la clausura definitiva de todos los periódicos no bolcheviques, la disolución de los soviets no bolcheviques, el arresto de los opositores y la represión brutal de numerosos movimientos de huelga. En mayo-junio de 1918, 205 periódicos de la oposición socialista fueron definitivamente cerrados. Los soviets, de mayoría menchevique o socialista-revolucionaria, de Kaluga, Tver, Yaroslavl, Riazán. Kostroma, Kazán, Saratov, Penza, Tambov, Voronezh, Orel y Vologdae fueron disueltos por la fuerza. [34] El escenario fue idéntico en casi todas partes: algunos días después de las elecciones en las que obtuvieron la victoria los partidos de la oposición, la fracción bolchevique recurría a la ayuda de la fuerza armada, generalmente un destacamento de la Cheka, que decretaba la ley marcial y detenía a los opositores.
Dzerzhinsky – que había enviado a sus principales colaboradores a las ciudades donde la oposición había ganado – impulsaba sin ambages el golpe de fuerza, como dan testimonio de manera elocuente las directrices que dirigió el 31 de mayo a Eiduk, su plenipotenciario en misión en Tver: “los obreros, influidos por los mencheviques, los eseristas y otros cerdos contrarrevolucionarios, se han declarado en huelga y se han manifestado a favor de la constitución de un gobierno que reúna a todos los «socialistas». Debes fijar por toda la ciudad una proclama indicando que la Cheka ejecutará sobre el terreno a todo bandido, ladrón, especulador y contrarrevolucionario que conspire contra el poder soviético. Establece una contribución extraordinaria sobre los burgueses de la villa. Cénsalos. Estas listas serán útiles aunque no se muevan nunca. Me preguntas con qué elementos hay que formar nuestra Cheka local. Echa mano a gente resuelta que sepa que no hay nada más eficaz que una bala para hacer callar a alguien. La experiencia me ha enseñado que un número reducido de gente decidida puede hacer cambiar una situación.[35]
La disolución de los soviets controlados por los opositores y la expulsión, el 14 de julio de 1918, de los mencheviques y de los socialistas revolucionarios del Comité Ejecutivo pan-ruso de los soviets, suscitaron protestas, manifestaciones y movimientos de huelga en numerosas ciudades obreras en las que, además, la situación alimentaria no dejaba de degradarse. En Kolpino, cerca de Petrogrado, el jefe de un destacamento de la Cheka ordenó disparar sobre una manifestación contra el hambre, organizada por obreros cuya ración mensual había descendido a dos libras de harina. Se produjeron 10 muertos. El mismo día, en la fábrica Berezovski, cerca de Ekaterimburgo, 15 personas fueron muertas por un destacamento de guardias rojos durante la celebración de un mitin de protesta contra los “comisarios bolcheviques” acusados de haberse apropiado de las mejores casas de la ciudad y de haber utilizado en beneficio propio los 500 rublos de impuestos a la burguesía local. Al día siguiente, las autoridades del sector decretaron la ley marcial en esta ciudad obrera y 14 personas fueron inmediatamente fusiladas por la Cheka local, que no informó de ello a Moscú. [36]
Durante la segunda quincena de mayo y el mes de junio de 1918, numerosas manifestaciones obreras fueron reprimidas con sangre en Sormovo, Yaroslavl y Tula, así como en las ciudades industriales de los Urales, Taguil, Beloretsk, Zlatus y Ekaterimburgo. La parte cada vez más activa que desempeñaron en la represión las chekas locales queda atestiguada por la frecuencia creciente, en los medios obreros, de consignas y lemas contra la nueva “Ojrana” [37] (policía política zarista) al servicio de la “comisariocracia”.[38]
Del 8 al 11 de junio de 1918, Dzerzhinsky presidió la primera conferencia pan-rusa de chekas, a la que asistieron un centenar de delegados de 43 secciones locales que totalizaban ya unos 12.000 hombres – serán 40.000 a finales del año 1918, más de 280.000 a principios de 1921. Afirmándose por encima de los soviets – e incluso “por encima del partido”, señalaron algunos bolcheviques – la conferencia declaró que “asumía en todo el territorio de la república el peso de la lucha contra la contrarrevolución, en su condición de órgano supremo del poder administrativo de la Rusia soviética”.
El organigrama ideal adoptado como consecuencia de esta conferencia ponía de manifiesto el vasto campo de actividad transferido a la policía política desde junio de 1918, es decir, antes de la gran oleada de insurrecciones “contrarrevolucionarias” del verano de 1918. Calcada sobre el modelo de la casa madre de la Lubianka, cada cheka de provincia debía, en los plazos más breves, organizar los departamentos y oficinas siguientes:
1). Departamento de Información. Oficinas: Ejército Rojo, monárquicos, cadetes, eseristas de derecha y mencheviques, anarquistas y delincuentes de derecho común, burguesía y gente de la iglesia, sindicatos y comités obreros, súbditos extranjeros. En relación con cada una de estas categorías, las oficinas correspondientes debían elaborar una lista de sospechosos.
2). Departamento de Lucha Contra la Contrarrevolución. Oficinas: Ejército Rojo, monárquicos, cadetes, eseristas de derecha y mencheviques, anarquistas, sindicalistas, minorías nacionales, extranjeros, alcoholismo, pogroms y orden público, asuntos de prensa.
3). Departamento de Lucha contra la Especulación y los Abusos de Autoridad:
4). Departamento de Transportes, Vías de Comunicación y Puertos.
5). Departamento Operativo, que agrupa a las unidades especiales de la Cheka. [39]

Atentados y pena de muerte

Dos días después del final de esta conferencia pan-rusa de las chekas, el gobierno decretó el restablecimiento legal de la pena de muerte. La misma, abolida después de la revolución de febrero de 1917, había sido restaurada por Kerensky en julio de 1917. No obstante, no se aplicó entonces más que en las regiones del frente, bajo jurisdicción militar. Una de las primeras medidas adoptadas por el Segundo Congreso de los Soviets, el 16 de octubre ( 8 de noviembre) de 1917, fue el abolir de nuevo la pena capital. Esta decisión provocó la cólera de Lenin: “¡Es un error, una debilidad inadmisible, una ilusión pacifista![40]
Lenin y Dzerzhinsky no pararon hasta restablecer legalmente la pena de muerte, a sabiendas de que pertinentemente podría ser aplicada, sin ningún “juridicismo puntilloso”, por órganos extra-legales como las chekas. La primera condena a muerte legal, pronunciada por un tribunal revolucionario, tuvo lugar el 21 de junio de 1918: el almirante Chastny fue el primer “contrarrevolucionario” fusilado “legalmente”.
El 20 de junio de 1918, V. Volodarsky, uno de los dirigentes bolcheviques de Petrogrado, fue abatido por un militante socialista-revolucionario. Este atentado se producía en un período de extrema tensión en la antigua capital. En el curso de las semanas precedentes, las relaciones entre los bolcheviques y el mundo obrero no habían dejado de deteriorarse. En mayo-junio de 1918, la cheka de Petrogrado señaló 70 “incidentes” – huelgas, mítines antibolcheviques, manifestaciones – que implicaban principalmente a los metalúrgicos de las fortalezas obreras, que habían sido los más ardientes partidarios de los bolcheviques en 1917 e incluso con anterioridad. Las autoridades respondieron a las huelgas mediante el cierre de las grandes fábricas nacionalizadas, una práctica que iba a resultar generalizada a la hora de quebrar la resistencia obrera en los meses siguientes. El asesinato de Volodarsky fue seguido por una oleada de arrestos sin  precedentes en los medios obreros de Petrogrado. “La asamblea de los plenipotenciarios obreros”, organización de mayoría menchevique que coordinaba la oposición obrera en Petrogrado, fue disuelta. Más de 800 “agitadores” fueron detenidos en dos días. Los medios obreros replicaron a estos arrestos masivos convocando a una huelga general el 2 de julio de 1918. [41]
Desde Moscú, Lenin envió entonces una carta a Zinoviev, presidente del comité de Petrogrado del partido bolchevique, documento revelador a la vez de la concepción leninista del terror y de una extraordinaria ilusión política. ¡Se trataba, efectivamente, de un formidable contrasentido político el que cometía Lenin al afirmar que los obreros se sublevaban contra el asesinato de Volodarsky!
“Camarada Zinoviev; acabamos de saber que los obreros de Petrogrado deseaban responder mediante el terror de las masas al asesinato del camarada Volodarsky, y que usted (no usted personalmente, sino los miembros del comité del partido de Petrogrado) los ha frenado. ¡Protesto enérgicamente! Estamos comprometidos: impulsamos el terror de las masas en las resoluciones del soviet, pero cuando se trata de actuar, obstruimos la iniciativa absolutamente correcta de las masas. ¡Es i-nad-mi-si-ble! Los terroristas van a considerar que somos unos locos blandengues. La hora es extremadamente marcial. Resulta indispensable estimular la energía y el carácter de las masas del terror dirigido contra los contrarrevolucionarios, especialmente en Petrogrado, cuyo ejemplo es decisivo. Saludos. Lenin” [42]

El Terror Rojo

Las revueltas del verano de 1918

Los bolcheviques dicen abiertamente que sus días están contados.” – informaba a su gobierno Karl Helferich, embajador alemán en Moscú el 3 de agosto de 1918 – “Un verdadero pánico se ha apoderado de Moscú . . . corren los rumores más absurdos acerca de los »traidores« que habrían entrado en la ciudad”.
Nunca habían sentido los bolcheviques su poder tan amenazado como en el curso del verano de 1918. Realmente no controlaban ya más que un territorio reducido de la Moscovia histórica frente a tres frentes antibolchevique firmemente establecidos: uno en la región del Don, ocupada por las tropas cosacas del atamán Krasnov y por el ejército blanco del general Denikin. El segundo en Ucrania, en manos de los alemanes y de la Rada (el parlamento ucraniano); y el tercero a lo largo del ferrocarril transiberiano, donde la mayoría de las grandes ciudades había caído en manos de la Legión Checa [43] cuya ofensiva era apoyada por el gobierno socialista-revolucionario de Samara.
Durante el verano de 1918 estallaron cerca de 140 revueltas e insurrecciones de gran amplitud en las regiones más o menos controladas por los bolcheviques. Las más frecuentes se debían a comunidades campesinas que se oponían a las requisas realizadas con brutalidad por los destacamentos de suministros, a las limitaciones impuestas al comercio privado y a las nuevas movilizaciones de reclutas llevadas a cabo por el Ejército Rojo. [44] Los campesinos encolerizados se dirigían en masa a la ciudad más próxima y sitiaban el soviet, intentando a veces prenderle fuego. Generalmente, los incidentes degeneraban. La tropa, las milicias encargadas del mantenimiento del orden y, cada vez con mayor frecuencia, los destacamentos de la Cheka, no dudaban en disparar sobre los manifestantes. En estos enfrentamientos, cada vez más numerosos a medida en que pasaban los días, los dirigentes bolcheviques veían una vasta conspiración contrarrevolucionaria dirigida contra su poder por los “kulaks disfrazados de guardias blancos”.
Es evidente que una sublevación de guardias blancos se está preparando en Nizhni-Novgorod” – telegrafió Lenin el 9 de agosto de 1918 al presidente del Comité Ejecutivo del soviet de esa ciudad que acababa de comunicarle algunos incidentes que implicaban a campesinos que protestaban contra las requisas. – “Hay que formar inmediatamente una «troika» dictatorial (usted mismo, Markin y otro), implantar el terror de masas, fusilar o deportar a los centenares de prostitutas que hacen beber a los soldados, a todos los antiguos oficiales, etc. No hay un minuto que perder. . .  Se trata de actuar con resolución: requisas masivas. Ejecución por llevar armas. Deportaciones masivas de los mencheviques y de otros elementos sospechosos”.  [45]
Al día siguiente, 10 de agosto, Lenin envió otro telegrama del mismo tenor al Comité Ejecutivo del soviet de Penza: “¡Camaradas! La subversión kulak en vuestros cinco distritos debe ser aplastada sin piedad. Los intereses de la revolución lo exigen porque en todas partes se ha entablado la «lucha final» contra los kulaks. Es preciso dar un escarmiento. 1)- Colgar (y digo colgar de manera que la gente lo vea) al menos a cien kulaks ricos y chupasangres conocidos. 2)- Publicar sus nombres. 3)- Apoderarse de su grano. 4)- Identificar a los rehenes como hemos indicado en nuestro programa de ayer. Haced esto de manera que en centenares de leguas a la redonda la gente vea, tiemble, sepa y se digan: matan y continuarán matando a los kulaks sedientos de sangre. Telegrafiad que habéis recibido y ejecutado estas instrucciones. Vuestro. Lenin. PS: Encontrad gente más dura.” [46]
De hecho, como deja de manifiesto una lectura atenta de los informes de la Cheka sobre las revueltas de verano de 1918, solamente estuvieron, al parecer, preparadas con antelación las sublevaciones de Yaroslavl, Rybinsk y Murom, organizadas por la Unión para la Defensa de la Patria del dirigente socialista-revolucionario Boris Savinkov, y la de los obreros de las fábricas de armamento de Izhevsk, inspiradas por los mencheviques y los socialistas-revolucionarios locales. Todas las demás insurrecciones se desarrollaron de manera espontánea y puntual a partir de incidentes que implicaban a comunidades campesinas que rechazaban las requisas o el reclutamiento. Fueron ferozmente reprimidas en algunos días por destacamentos seguros del Ejército Rojo o de la Cheka. Solo la ciudad de Yaroslavl, en la que destacamentos de Savinkov habían derribado el poder bolchevique local, resistió unos quince días. Después de la caída de la ciudad, Dzerzhinsky envió a Yaroslavl una “comisión especial de investigación” que, en cinco días, del 24 al 28 de julio de 1918, ejecutó a 428 personas. [47]

Rehenes y primeros campos de concentración

Durante todo el mes de agosto de 1918 – es decir: antes del desencadenamiento “oficial” del terror rojo el 3 de septiembre – los dirigentes bolcheviques, con Lenin y Dzerzhinsky a la cabeza, enviaron un gran número de telegramas a los responsables locales de la Cheka o del partido, exigiéndoles que tomaran “medidas profilácticas” para evitar cualquier intento de insurrección. Entre estas medidas, explicaba Dzerzhinsky, “las más eficaces son la captura de rehenes entre la burguesía partiendo de listas que habéis establecido para las contribuciones excepcionales descargadas sobre los burgueses (…) el arresto y la reclusión de todos los rehenes y sospechosos en campos de concentración[48]
El 8 de agosto de 1918 Lenin pidió a Tsuriupa, Comisario del pueblo para el Suministro, que redactara un decreto en virtud del cual “en cada distrito productor de cereales, 25 rehenes designados entre los habitantes más acomodados responderán con sus vidas por el no cumplimiento del plan de requisa”. Dado que Tsuriupa se había hecho el sordo, pretextando que era difícil organizar esa captura de rehenes, Lenin le envió una segunda nota todavía más explícita: “No sugiero que se capturen rehenes, sino que sean designados nominalmente en cada distrito. El objeto de esta designación es que los ricos, sujetos a contribución, sean igualmente responsables con su vida de la realización inmediata del plan de requisas en su distrito”. [49]
Además del sistema de rehenes, los dirigentes bolcheviques experimentaron en agosto de 1918 con otro instrumento de represión aparecido en la Rusia de guerra: el campo de concentración. El 9 de agosto de 1918 Lenin telegrafió al Comité Ejecutivo de la provincia de Penza para recluir “a los kulaks, a los sacerdotes, a los guardias blancos y a otros elementos dudosos en un campo de concentración.[50]
Algunos días antes, Dzerzhinsky y Trotsky habían igualmente ordenado la reclusión de los rehenes en “campos de concentración”. Estos “campos de concentración” eran campos de internamiento donde debían ser recluidos, en virtud de una simple medida administrativa y sin el menor juicio, los “elementos dudosos”. En Rusia existían abundantes campos donde habían sido internados numerosos prisioneros de guerra, al igual de lo que sucedía en otros países beligerantes.
Entre los “elementos dudosos” que había que detener de manera preventiva figuraban, en primer lugar, los responsables políticos de oposición que todavía se encontraban en libertad. El 15 de agosto de 1918, Lenin y Dzerzhinsky firmaron la orden de arresto de los principales dirigentes del partido menchevique – Martov, Dan, Potressov, Goldman – cuya prensa ya había sido reducida a silencio y cuyos representantes habían sido expulsados de los soviets. [51]
Para los dirigentes bolchevique, las fronteras entre las distintas categorías de opositores estaban completamente borradas, en una guerra civil que – según explicaban ellos – tenía sus propias leyes.
“La guerra civil no obedece leyes escritas” – escribía en Izvestia el 23 de agosto de a918 Latsis, uno de los principales colaboradores de Dzerzhinsky – “La guerra capitalista tiene sus leyes escritas (…) pero la guerra civil tiene sus propias leyes (…) No solo hay que destruir las fuerzas activas del enemigo sino demostrar que cualquiera que desenfunde la espada contra el orden de clase existente perecerá por la espada. Tales son las reglas que la burguesía ha observado siempre en las guerras civiles que ha desencadenado contra el proletariado (…) Todavía no hemos asimilado de manera suficiente estas reglas. Se mata a los nuestros por centenares y por miles. Ejecutamos a los suyos uno por uno, después de largas deliberaciones ante comisiones y tribunales. En la guerra civil no hay tribunales para el enemigo. Es una lucha a muerte. Si no matas, te matarán. ¡Por lo tanto mata, si no quieres que te maten!” [52]

Los atentados contra Uritsky y Lenin

El 30 de agosto de 1918, dos atentados, uno dirigido contra M.S. Uritsky, jefe de la cheka de Petrogrado, y el otro contra Lenin, afirmaron a los dirigentes bolcheviques en la idea de que una verdadera conjura amenazaba su propia existencia.
En realidad, estos dos atentados no tenían ninguna relación entre sí. El primero había sido cometido, dentro de la más pura tradición del terrorismo revolucionario populista, por un estudiante deseoso de vengar a un amigo oficial ejecutado algunos días antes por la cheka de Petrogrado. En cuanto al segundo, dirigido contra Lenin, atribuido durante mucho tiempo a Fanny Kaplan, una militante cercana a los medios anarquistas y socialistas-revolucionarios, detenida en el momento y ejecutada tres días después de los hechos, parece hoy en día que fue el resultado de una provocación organizada por la Cheka que se escapó de las manos de sus instigadores. [53] El gobierno bolchevique imputó inmediatamente estos atentados a los “socialistas-revolucionarios de derecha, lacayos del imperialismo francés e inglés”. A partir del día siguiente, los artículos de prensa y las declaraciones oficiales llevaron a cabo un llamamiento para incrementar el terror.
“Trabajadores, ” – señalaba el Pravda del 31 de agosto de 1918 – “ha llegado la hora de aniquilar a la burguesía, de lo contrario seréis aniquilados por ella. Las ciudades deben ser implacablemente limpiadas de toda la putrefacción burguesa. Todos estos señores serán fichados y aquellos que representen un peligro para la causa revolucionaria serán exterminados. (…) ¡El himno de la clase obrera será un canto de odio y de venganza”. [54]
El mismo día, Dzerzhinsky y su adjunto Peters redactaron un “llamamiento a la clase obrera” de un tenor semejante: “¡Que la clase obrera aplaste, mediante un terror masivo, a la hidra de la contrarrevolución! ¡Que los enemigos de la clase obrera sepan que todo individuo detenido en posesión ilícita de un arma será ejecutado en el mismo terreno, que todo individuo que se atreva a realizar la menor propaganda contra el régimen soviético será inmediatamente detenido y encerrado en un campo de concentración!

El terror como herramienta y sistema

Impreso en el Izvestia del 3 de septiembre, este llamamiento fue seguido al día siguiente por la publicación de una instrucción enviada por N. Petrovsky, comisario del pueblo para el Interior, a todos los soviets. Petrovsky se quejaba del hecho de que, a pesar de la “represión de masas” ejercida por los enemigos del régimen contra las “masas laboriosas”, el terror rojo tardaba en dejarse sentir:
“Ya es hora de poner fin a toda esa blandura y a ese sentimentalismo. Todos los socialistas-revolucionarios de derecha deben ser inmediatamente detenidos. Hay que capturar un número considerable de rehenes entre la burguesía y los oficiales. A la menor resistencia, hay que recurrir a las ejecuciones masivas. Los comités ejecutivos de provincias deben demostrar la iniciativa en este terreno. Las checas y otras milicias deben identificar y detener a todos los sospechosos y ejecutar inmediatamente a todos los que se hayan comprometido en actividades contrarrevolucionarias (…) Los responsables de los comités ejecutivos deben informar inmediatamente al Comisariado del Pueblo para el Interior de toda blandura e indecisión por parte de los soviets locales (…) Ninguna debilidad, ninguna duda puede ser tolerada en la realización del terror de masas.” [55]
Este telegrama, señal oficial del terror rojo en gran escala, refuta la argumentación desarrollada a posteriori por Dzerzhinsky y Peters, según la cual el terror rojo, expresión de la indignación general y espontánea de las masas contra los atentados del 30 de agosto de 1918, se inició sin la menor directriz del “centro”. En verdad, el terror rojo fue el resultado natural de un odio casi abstracto que alimentaba la mayoría de los dirigentes bolcheviques hacia los “opresores” que estaban dispuestos a liquidar, pero no de manera individual, sino como “clase”. En sus recuerdos, el dirigente menchevique Rafael Abramovich recuerda una conversación muy reveladora que tuvo en agosto de 1917 con Félix Dzerzhinsky, el futuro jefe de la Cheka:
— Abramovich, ¿te acuerdas del discurso de LaSalle sobre la esencia de una constitución?
— Por supuesto.
— Decía que toda constitución está determinada por la relación de las fuerzas sociales en un país y en un momento dados. Me pregunto cómo podía cambiar esa correlación entre lo político y lo social.
— Pues bien, mediante los diversos procesos de evolución económica y política, mediante la emergencia de nuevas formas económicas, el ascenso de ciertas clases sociales, etc. todas esas cosas que tú conoces perfectamente, Félix.
— Sí, pero ¿no se podría cambiar radicalmente esa correlación? ¿Por ejemplo, mediante la sumisión o el exterminio de algunas clases de la sociedad?  [56]
Una crueldad de este tipo, fría, calculada, cínica, fruto de una lógica implacable de “guerra de clases”, llevada hasta su extremo, era compartida por numerosos bolcheviques. Grigori Zinoviev declaró: “Para deshacernos de nuestros enemigos debemos tener nuestro propio terror socialista. Debemos atraer a nuestro lado, digamos, a 90 de los 100 millones de habitantes de la Rusia soviética. En cuanto a los otros, no tenemos nada que decirles. Deben ser aniquilados”. [57]
El 5 de septiembre, el gobierno soviético legalizó el terror en virtud del famoso decreto “Sobre el terror rojo”: “En la situación actual resulta absolutamente vital reforzar a la Cheka (…), proteger a la república soviética contra sus enemigos de clase aislando a éstos en campos de concentración, fusilar en el mismo lugar a todo individuo relacionado con organizaciones de guardias blancos, conjuras, insurrecciones o tumultos; publicar los nombres de los individuos fusilados dando las razones por las que han sido pasados por las armas”. [58] Como reconoció después Dzerzhinsky, “los textos de los días 3 y 5 de septiembre de 1918 nos atribuían finalmente de manera legal aquello contra lo que incluso algunos camaradas del partido habían protestado hasta entonces, el derecho de acabar sobre el terreno, sin tener que informar a nadie, con la canalla contrarrevolucionaria”.
En una circular interna, fechada el 17 de septiembre, Dzerzhinsky invitó a todas las chekas locales a “acelerar los procedimientos y a terminar, es decir a liquidar, los asuntos pendientes”. [59] Las “liquidaciones” habían, de hecho, empezado el 31 de agosto. El 3 de septiembre de 1918 Izvestia informó que más de 500 rehenes habían sido ejecutados por la cheka local de Petrogrado en el curso de los días anteriores. Según una fuente chekista, 800 personas habían sido ejecutadas en el curso del mes de septiembre de 1918 en Petrogrado. Esta cifra está calculada considerablemente a la baja. Un testigo de los acontecimientos relataba los siguientes detalles: “En Petrogrado, una enumeración superficial da un resultado de 1.300 ejecuciones (…) Los bolcheviques no cuentan en sus “estadísticas” a los centenares de oficiales y de civiles fusilados en Kronstadt por orden de las autoridades locales. Nada más que en Kronstadt, en una sola noche, fueron fusiladas 400 personas. Se excavaron en el patio tres grandes fosas, 400 personas fueron colocadas ante ellas y ejecutadas una detrás de la otra”. [60]
En una entrevista concedida el 3 de noviembre de 1918 al periódico Utro Moskvy, el brazo derecho de Dzerzhinsky, Peters, reconoció que “en Petrogrado los chekistas sensibleros (sic) terminaron por perder la cabeza y derrocharon celo. Antes del asesinato de Uritsky no se había ejecutado a nadie – créame, a pesar de todo lo que se afirma, no soy tan sanguinario como se dice – mientras que después hubo demasiadas pocas ejecuciones y, a menudo, sin discernimiento. Por su parte, Moscú no respondió al atentado contra Lenin más que con la ejecución de algunos ministros del zar”. [61]
Siempre según Izvestia, “solamente” 29 rehenes fueron pasados por las armas en Moscú los días 3 y 4 de septiembre. Entre ellos figuraban dos antiguos ministros de Nicolás II: N. Jvostov (Interior) y I. Shcheglovitov (Justicia). No obstante, numerosos testimonios concordantes hacen referencia a centenares de ejecuciones de rehenes en las prisiones moscovitas durante las “matanzas de septiembre”.
En esos tiempos del terror rojo, Dzerzhinsky hizo publicar un periódico Ezhenedelnik VChK (El Semanario de la Cheka), abiertamente encargado de propagar los méritos de la policía política y de estimular el “justo deseo de venganza de las masas”. Durante seis semanas y hasta su supresión por orden del Comité Central – en un momento en que la Cheka era puesta en tela de juicio por bastantes responsables bolcheviques – este semanario relató sin tapujos ni pudor las detenciones de rehenes, los internamientos en campos de concentración, las ejecuciones, etc. Constituye una fuente oficial, y a la mínima, del terror rojo durante los meses de septiembre y octubre de 1918.
En él se lee que, en la cheka de Nizhni-Novgorod, particularmente dispuesta a reaccionar bajo las órdenes de Nicolai Bulganin – futuro Jefe de Estado soviético de 1954 a 1957 – se ejecutó desde el 31 de agosto a 141 rehenes. En tres días se detuvo a 700 rehenes en esta ciudad media de Rusia. En Viatka, la cheka regional de los Urales evacuada de Ekaterimburgo informaba de la ejecución de 23 “antiguos policías”, de 154 “contrarrevolucionarios, de 8 “monárquicos”, de 28 “miembros del partido constitucional demócrata”, de 186 “oficiales”, de 10 “mencheviques y eseristas de derecha”, en el espacio de una semana. La cheka de Ivano-Voznessensk anunciaba la captura de 181 rehenes, la ejecución de 25 “contrarrevolucionarios” y la creación de “un campo de concentración con capacidad para 1.000 personas”. Por lo que se refiere a la cheka de la pequeña ciudad de Sebezsk, “16 kulaks (fueron) pasados por las armas y un sacerdote que había celebrado una misa por el sanguinario Nicolás II”. En relación con la cheka de Tevr, se informaba de 130 rehenes y 39 ejecuciones. Por lo que se refiere a la cheka de Perm, habían tenido lugar 50 ejecuciones. Se podría prolongar esta catálogo macabro extraído de algunos de los seis números aparecidos en el “Semanario de la Cheka”. [62]
Otros diarios provinciales señalaron igualmente, durante el otoño de 1918, millares de arrestos y de ejecuciones. Así, para no indicar más que dos ejemplos: el único número aparecido de Izvestia Tsaritsynkoi Gobcheka (Noticias de la cheka provincial de Tsarytsin) hacía referencia a la ejecución de 103 personas durante la semana del 3 al 10 de septiembre de 1918. Del 1 al 3 de noviembre de 1918, 361 comparecieron ante el tribunal local de la Cheka: 50 fueron condenadas a muerte, las otras a “reclusión en campos de concentración, como medida profiláctica, y en calidad de rehenes hasta la liquidación completa de todas las insurrecciones contrarrevolucionarias”. El único número de Izvestia Penzevskoi Gubcheka (Noticias de la cheka provincial de Penza) informaba sin ningún otro comentario: “Por el asesinato del camarada Egorov, obrero de Petrogrado de misión en un destacamento de requisa, 152 guardias blancos han sido ejecutados por la cheka. En el futuro se adoptarán otras medidas aun más rigurosas (sic) contra todos aquellos que levanten el brazo contra el brazo armado del proletariado”. [63]
Los informes confidenciales (svodki) de las chekas locales enviados a Moscú, accesibles desde hace poco, confirman por regla general la brutalidad con que fueron reprimidos durante el verano de 1918 los menores incidentes entre las comunidades campesinas y las autoridades locales; incidentes que tenían por regla general su origen en el rechazo de las requisas o del reclutamiento y que fueron sistemáticamente catalogados como “disturbios kulaks contrarrevolucionarios” y reprimidos sin piedad.

Balance del número de víctimas

Resulta inútil intentar calcular el número de víctimas de esta primera oleada del terror rojo. Latsis, uno de los principales dirigentes de la Cheka, pretendía que en el segundo trimestre de 1918 la Cheka había ejecutado a 4.500 personas, añadiendo, no sin cinismo, “si se puede acusar a la Cheka de algo, no es de exceso de celo en las ejecuciones, sino de insuficiencia en la aplicación de las medidas supremas de castigo, es decir, una mano de hierro disminuye siempre la cantidad de víctimas”. [64]
A finales de octubre de 1918, el dirigente menchevique Yuri Martov estimaba el número de las víctimas directas de la Cheka desde inicios del mes de septiembre, en “más de 10.000”. [65]
Sea cual fuere el número exacto de las víctimas del terror rojo del otoño de 1918 – y solamente el número de ejecuciones de las que informó la prensa nos sugiere que no podría ser inferior a 10.000 o 15.000 – este terror consagró definitivamente la práctica bolchevique de tratar de cualquier forma de resistencia real o potencial en el marco de una guerra civil, sin misericordia, según la expresión de Latsis, de acuerdo con “sus propias leyes”. Si los obreros se declaraban en huelga – como fue, por ejemplo, el caso de la fábrica de armamento de Motovilija, en la provincia de Perm, a principios del mes de noviembre de 1918 – para protestar contra el principio bolchevique de racionamiento “en función del origen social” y contra los abusos de la cheka local, la fábrica entera era inmediatamente declarada “en estado de insurrección” por las autoridades. Ninguna negociación con los huelguistas: cierre y despido de todos los obreros, arresto de los “agitadores”, búsqueda de los “contrarrevolucionarios” mencheviques sospechosos de haber originado la huelga. [66] Estas prácticas habían sido, en realidad, moneda corriente desde el verano de 1918. Sin embargo, en el otoño, la cheka local, por añadidura bien organizada y “estimulada” por los llamados al homicidio procedentes del centro, fue más lejos en la represión. Hizo ejecutar a más de 100 huelguistas, sin ningún tipo de proceso.
De por sí estas magnitudes – entre 10.000 a 15.000 ejecuciones sumarias en dos meses – ponía de manifiesto de allí en adelante un verdadero cambio cuantitativo en relación con el período zarista. Basta recordar que, para el conjunto del período de 1825-1917, el número de sentencias de muerte pronunciadas por los tribunales zaristas (incluidos los tribunales militares), en todos los asuntos que habían tenido que juzgar “en relación con el orden político” se había elevado, en 92 años, a 6.321, con un máximo de 1.310 condenas a muerte en 1906, año de reacción contra los revolucionarios de 1905. En algunas semanas, la Cheka sola ejecutó entre dos y tres veces más personas que el Imperio zarista había condenado a muerte en 92 años. Condenas zaristas dictadas en virtud de procedimientos legales y que no fueron ejecutadas en todos los casos ya que buena parte de las sentencias fueron conmutadas por penas de trabajos forzados. [67]
Este cambio cuantitativo superaba las cifras desnudas. La introducción de categorías nuevas, tales como la de “sospechoso”, “enemigo del pueblo”, “rehén”, “campo de concentración” o “tribunal revolucionario”; de prácticas inéditas como “la reclusión profiláctica” o la ejecución sumaria, sin juicio, de centenares y hasta de miles de personas detenidas por una policía política de nuevo cuño, situada por encima de las leyes, constituía en realidad una verdadera revolución copernicana.

Consolidación de la Cheka

Esta revolución fue de tal magnitud que algunos dirigentes bolcheviques no estuvieron preparados para ella. De ello da testimonio la polémica que se desarrolló en los medios dirigentes bolcheviques entre octubre y diciembre de 1918 en torno al papel de la Cheka. En ausencia de Dzerzhinsky – enviado a Suiza de incógnito por un mes para que rehiciera su salud mental y física – el Comité Central del partido bolchevique discutió el 25 de octubre de 1918 una nueva condición para la Cheka. Criticando los “plenos poderes” otorgados a una organización que pretendía actuar por encima de los soviets y del mismo partido, Bujarin, Olminsky, uno de los veteranos del partido, y Petrovsky, comisario del pueblo para el Interior, solicitaron que se adoptaran medidas para limitar los “excesos de celo de una organización repleta de criminales y de sádicos, de elementos degenerados del lumpen-proletariado”. Se creó una comisión de control político. Kamenev, que formaba parte de la misma, llegó incluso hasta el punto de proponer la abolición pura y simple de la Cheka. [68]
Pero el bando de los partidarios incondicionales de ésta se salió muy pronto con la suya. En él figuraban, además de Dzerzhinsky, eminencias del partido como Sverdlov, Stalin, Trotsky y, por supuesto, Lenin. Éste adoptó resueltamente la defensa de una institución “injustamente atacada por algunos excesos, por una inteligencia limitada (…) incapaz de considerar el problema del terror desde una perspectiva más amplia[69]
El 19 de diciembre de 1918, a propuesta de Lenin, el Comité Central adoptó una resolución que prohibía a la prensa bolchevique publicar “artículos calumniosos contras las instituciones, fundamentalmente contra la Cheka que realiza su trabajo en condiciones particularmente difíciles”. Así se cerró el debate. El “brazo armado de la dictadura del proletariado” recibió su visto bueno de infalibilidad. Como dijo Lenin: “un buen comunista es igualmente un buen chekista”.
A principios de 1919, Dzerzhinsky obtuvo del Comité Central la creación de departamentos especiales de la Cheka responsables, además, de la seguridad militar. El 16 de marzo de 1919 fue nombrado comisario del pueblo para el Interior y emprendió una reorganización, bajo la égida de la Cheka, del conjunto de milicias, tropas, destacamentos y unidades auxiliares relacionadas hasta entonces con diversas administraciones. En mayo de 1919, todas estas unidades – milicias de ferrocarriles, destacamentos de suministros, guardias fronterizos, batallones de la Cheka – fueron agrupados en un cuerpo especial, las “Tropas de la Defensa Interna de la República”, que iban a alcanzar los 200.000 hombres en 1921.
Estas tropas estaban encargadas de asegurar la vigilancia de los campos, de las estaciones y de otros puntos estratégicos, de llevar a cabo las operaciones de requisa, pero también y sobre todo, de reprimir las revueltas campesinas, los disturbios obreros y los amotinamientos del Ejército Rojo. Las unidades especiales de la Cheka y las tropas de defensa internas de la república – es decir, cerca de los 200.000 hombres en total – representaban una formidable fuerza de miedo y represión, un verdadero ejército en el seno de un Ejército Rojo minado por las deserciones, y que no llegó nunca, a pesar de los efectivos teóricamente muy elevados del orden de los 3 a 5 millones, a reunir más de 500.000 soldados equipados. [70]

Los inicios del GULAG

Uno de los primeros decretos del nuevo comisario del pueblo para el Interior se ocupó de las modalidades de organización de los campos de concentración que existían desde el verano de 1918 sin la menor base legal o reglamentaria. El decreto del 15 de abril de 1919 distinguía dos tipos de campos de reclusión: los “campos de trabajo forzado” donde estaban, en principio, confinados aquellos que habían sido condenados por un tribunal, y los “campos de concentración”, que agrupaban a las personas encarceladas, por regla general en calidad de “rehenes”, en virtud de una simple medida administrativa. En realidad, las diferencias entre estos dos tipos de campos de reclusión siguieron siendo fundamentalmente teóricas, como deja de manifiesto la instrucción complementaria del 17 de mayo de 1919 que, además de la creación de “al menos un campo de reclusión en cada provincia, de una capacidad mínima para 300 personas”, preveía una lista tipo de 16 categorías de personas a las que había que internar. Entre éstas figuraban contingentes tan diversos como “rehenes procedentes de la alta burguesía”, funcionarios del antiguo régimen hasta el grado de asesor de colegio y los fiscales y sus adjuntos, alcaldes “de las ciudades que tuvieran rango de cabeza de partido”, “personas condenadas bajo el régimen soviético a todo tipo de penas por delitos de parasitismo, proxenetismo, prostitución”, “desertores ordinarios (no reincidentes) y soldados prisioneros de la guerra civil”, etc. [71]
El número de personas internadas en los campos de trabajo o de concentración experimentó un aumento constante durante los años 1919-1921, pasando de aproximadamente 16.000 en mayo de 1919 a más de 60.000 en septiembre de 1921. [72] Estas cifras no tienen en cuenta numerosos campos de reclusión abiertos en las regiones que se habían sublevado contra el poder soviético. Así, solamente en la provincia de Tambov, se contaba en el verano de 1921 con al menos 50.000 “bandidos” y “miembros de las familias de los bandidos capturados como rehenes” en los siete campos de concentración abiertos por las autoridades encargadas de la represión de la sublevación campesina. [73]

La Guerra Sucia

La guerra civil

La guerra civil en Rusia ha sido analizada generalmente como un conflicto entre los rojos (bolcheviques) y los blancos (monárquicos). En realidad, más allá de los enfrentamientos militares entre los dos ejércitos, el Ejército Rojo y las diversas unidades que componían el ejército blanco bastante heteróclito, lo más importante fue lo que sucedió en la retaguardia de las líneas del frente principales. Esta dimensión de la guerra civil fue la del “frente interior”.
Se caracterizó por una represión multiforme ejercida por los poderes establecidos, blanco o rojo, contra los militantes políticos de los partidos o de los grupos de oposición, contra los obreros que se habían declarado en huelga por sus reivindicaciones, contra los desertores que huían del reclutamiento o de su unidad, o simplemente contra ciudadanos que pertenecían a una clase social sospechosa u “hostil”, y cuyo único delito era el haberse encontrado en una ciudad o en una población reconquistada por el “enemigo”. La lucha en el frente interior de la guerra civil fue también, y ante todo, la resistencia opuesta por millones de campesinos, insumisos y desertores, aquellos a los que tanto los rojos como los blancos denominaban “los verdes”, y que desempeñaron un papel a menudo decisivo en el avance o en la derrota de uno u otro bando.
Así, el verano de 1919 conoció inmensas revueltas campesinas contra el poder bolchevique, en el Volga medio y en Ucrania, que permitieron al almirante Kolchak y al general Denikin hundir las líneas bolcheviques en centenares de kilómetros. De modo recíproco, algunos meses más tarde, fue la sublevación de los campesinos siberianos desesperados por el establecimiento de los derechos de los terratenientes lo que precipitó la derrota del almirante blanco Kolchak frente al Ejército Rojo.
Mientras que las operaciones militares de envergadura entre blancos y rojos apenas duraron más de un año – de finales de 1919 a inicios de 1920 – lo esencial de lo que se acostumbra designar con el término de “guerra civil” aparece en realidad como una “guerra sucia”, una guerra de "pacificación" llevada a cabo por las diversas autoridades, militares o civiles, rojas o blancas, contra todos los opositores, potenciales o reales, en las zonas que cada uno de los dos bandos controlaba momentáneamente. En las regiones controladas por los bolcheviques, fue la “lucha de clases” contra “los de arriba”, los burgueses, los “elementos socialmente extraños”; la persecución de los militantes de todos los partidos no bolcheviques; la represión de las huelgas obreras, de los motines de unidades poco seguras del Ejército Rojo, de las revueltas campesinas. En las zonas controladas por los blancos fue la persecución de elementos sospechosos de posibles simpatías “judeo-bolcheviques”.
Los bolcheviques no tuvieron el monopolio del terror. Existió un terror blanco cuya expresión más visible fue la oleada de pogroms cometidos en Ucrania durante el verano y el otoño de 1919 por destacamentos del ejército de Denikin y unidades de Petlyura y que causaron cerca de 150.000 víctimas. Pero, como ha subrayado la mayoría de los historiadores del terror rojo y del terror blanco durante la guerra civil rusa, los dos terrores no pueden ser colocados al mismo nivel.
La política del terror bolchevique fue más sistemática, más organizada, pensada y puesta en funcionamiento como tal mucho antes de la guerra y establecida teóricamente contra grupos enteros de la sociedad. El terror blanco nunca fue erigido en sistema. Casi siempre fue la acción de destacamentos incontrolados que escapaban a la autoridad de un comandante militar que intentaba, sin gran éxito, cumplir las funciones de gobierno. Si se exceptúan los pogroms, condenados por Denikin, el terror blanco por regla general se limitó a ser una represión policial al estilo de un servicio de contraespionaje militar. Frente al contraespionaje de las unidades blancas, la Cheka y las tropas de defensa interna de la República constituían un instrumento de represión mucho más estructurado y poderoso, que se beneficiaba de todas las prioridades del régimen bolchevique.

Los objetivos del terror y la represión

Como en toda guerra civil, es difícil elaborar un balance completo de las formas de represión y de los tipos de terror perpetrados por uno u otro de los bandos intervinientes. El terror bolchevique se relaciona con varias tipologías pertinentes. Con sus métodos, sus especifidades y sus blancos privilegiados, fue muy anterior a la guerra civil propiamente dicha, que no estalló sino hasta finales del verano de 1918. En la continuidad de una evolución que se puede seguir desde los primeros meses del régimen, hemos escogido una tipología que hace referencia a los principales grupos de víctimas sometidas a una represión consecuente y sistemática:
  • Los militantes políticos no bolcheviques, desde los anarquistas hasta los monárquicos.
  • Los obreros en lucha por sus derechos más elementales – el pan, el trabajo, un mínimo de libertad y de dignidad.
  • Los campesinos – a menudo desertores – implicados en una de las innumerables revueltas campesinas o motines de unidades del Ejército Rojo.
  • Los cosacos, deportados en masa como grupo social y étnico considerado hostil al régimen soviético. La “descosaquización” preanuncia las grandes operaciones de deportación de los años 30 (“deskulakización”, deportación de grupos étnicos) y subraya la continuidad entre la fase leninista y la stalinista en materia de política represiva.
  • Los “elementos socialmente extraños” y otros “enemigos del pueblo”, sospechosos y rehenes liquidados “preventivamente”, en lo fundamental durante la evacuación de las ciudades por los bolcheviques o, por el contrario, durante la recuperación de ciudades y de territorios ocupados en algún momento por los blancos.
La represión que afectó a los militantes políticos de los diversos partidos de oposición al régimen bolchevique es, sin duda, la mejor conocida. Los principales dirigentes de los partidos de oposición, encarcelados, a menudo exiliados, pero que generalmente quedaron con vida, dejaron numerosos testimonios, a diferencia de los militantes obreros y de los campesinos corrientes, fusilados sin proceso o asesinados en el curso de operaciones punitivas de la Cheka.
Uno de los primeros hechos de armas de ésta había sido el asalto, desencadenado el 11 de abril de 1918, contra los anarquistas de Moscú, de los que varias docenas fueron ejecutadas sobre el terreno. La lucha contra los anarquistas no se debilitó en el curso de los años siguientes, aunque muchos de ellos se unieron a las filas de los bolcheviques, ocupando incluso puestos importantes en la Cheka, como Alexander Goldberg, Mijail Brener o Timofei Samsonov. El dilema de la mayoría de los anarquistas, que rehusaban tanto la dictadura bolchevique como el regreso de los partidarios del antiguo régimen, queda ilustrado por los cambios del gran dirigente anarquista campesino Majno, que tuvo que hacer causa común con el Ejército Rojo contra los blancos y después, una vez que quedó descartada la amenaza blanca, tuvo que combatir a los rojos para intentar salvaguardar sus ideales.
Millares de militantes anarquistas anónimos fueron ejecutados como “bandidos” durante la represión llevada a cabo contra los ejércitos campesinos de Majno y de sus partidarios. Estos campesinos constituyeron, al parecer, la inmensa mayoría de las víctimas anarquistas si se cree en el balance, incompleto sin duda pero único disponible, de la represión bolchevique presentado por los anarquistas rusos en el exilio de Berlín en 1922. Este balance hacía referencia a 138 militantes anarquistas ejecutados durante los años 1919-1921, 281 exiliados y 608 que seguían encarcelados al 1° de enero de 1922.
Aliados de los bolcheviques hasta el verano de 1918, los socialistas revolucionarios (eseristas) de izquierda se beneficiaron, hasta febrero de 1919, de una relativa clemencia. Su dirigente histórica, María Spiridonova, presidió en diciembre de 1918 un congreso de su partido, tolerado por los bolcheviques. Tras haber condenado vigorosamente el terror practicado de manera cotidiana por la Cheka, fue detenida junto con otros 210 militantes, el 10 de febrero de 1919 y condenada por el tribunal revolucionario a “la detención en un sanatorio, dado su estado histérico”. Se trató del primer ejemplo bajo el régimen soviético de confinamiento de un opositor político en un establecimiento psiquiátrico.
María Spiridonova consiguió evadirse y dirigir en la clandestinidad al partido socialista revolucionario de izquierda prohibido por los bolcheviques. Según fuentes de la Cheka, 58 organizaciones socialistas revolucionarias de izquierda habrían sido desmanteladas en 1919 y 45 en 1920. En el curso de estos dos años, 1.875 militantes habrían sido encarcelados en calidad de rehenes, conforme a las directivas de Dzerzhinsky, que había declarado el 18 de marzo de 1919: “De ahora en adelante, la Cheka no distinguirá entre los guardias blancos del tipo Krasnov y los guardias blancos del campo socialista (…) Los eseristas y los mencheviques detenidos serán considerados como rehenes y su suerte dependerá del comportamiento político de su partido”. [74]
Para los bolcheviques, los socialistas revolucionarios de derecha habían sido siempre considerados como los rivales políticos más peligrosos. Nadie había olvidado que habían sido mayoritarios en el país, y por amplio margen, durante las elecciones libres celebradas por sufragio universal en noviembre/diciembre de 1917. Tras la disolución de la Asamblea Constituyente, en la que disponían de la mayoría absoluta de los escaños, los socialistas revolucionarios habían continuado teniendo su lugar en los soviets y en el Comité Ejecutivo Central de los soviets, de donde fueron expulsados junto con los mencheviques en junio de 1918. Una parte de los dirigentes socialistas-revolucionarios constituyó entonces, con los constitucionalistas-demócratas (los “kadetes”) y los mencheviques, gobiernos efímeros en Samara y en Omsk, pronto derribados por el almirante blanco Kolchak. Sorprendidos entre dos fuegos, entre los bolcheviques y los blancos, socialistas-revolucionarios y mencheviques tuvieron muchas dificultades para definir una política coherente de oposición a un régimen bolchevique que llevaba frente a la oposición socialista moderada una política hábil en la que alternaba medidas de apaciguamiento con maniobras de infiltración y represión.
Después de haber autorizado del 20 al 30 de marzo de 1919 – en el punto más delicado de la ofensiva del almirante Kolchak – la reaparición, del diario socialista-revolucionario Delo Naroda (La Causa del Pueblo), la Cheka desencadenó el 31 de marzo de 1919 una gran redada contra los militantes socialistas-revolucionarios y los mencheviques, aunque sus partidos no eran objeto de ninguna prohibición legal.
Más de 1.900 militantes fueron detenidos en Moscú, Tula, Smolensk, Voronezh, Penza, Samara, Kostroma. [75] ¿Cuántos fueron ejecutados sumariamente en la represión de las huelgas y de las revueltas campesinas en las que los mencheviques y los socialistas-revolucionarios representaron a menudo los primeros papeles? Disponemos de pocas cifras porque, aunque se sabe, bien que aproximadamente, el número de víctimas de los principales episodios de las represiones censadas, se ignora la proporción de militantes políticos implicados en estas matanzas.
Una segunda oleada de arrestos siguió al artículo que Lenin publicó en Pravda el 28 de agosto de 1919, donde fustigaba una vez más a los eseristas y a los mencheviques “cómplices y servidores de los blancos, de los terratenientes y de los capitalistas”. Según las fuentes de la Cheka, 2.380 socialistas-revolucionarios y mencheviques fueron detenidos en el curso de los cuatro últimos meses de 1919. [76]
Después de que el dirigente socialista-revolucionario Víctor Chernov, presidente por un día de la Asamblea Constituyente disuelta, activamente buscado por la policía política, hubo ridiculizado a la Cheka y al gobierno tomando la palabra, bajo una falsa identidad y enmascarado, en un mitin organizado por el sindicato de tipógrafos en honor de una delegación obrera inglesa el 23 de mayo de 1920, la represión contra los militantes socialistas adquirió una nueva virulencia. Toda la familia de Chernov fue reducida a la condición de rehén y los dirigentes socialistas-revolucionarios que todavía estaban en libertad fueron  arrojados a la prisión. [77]
Durante el verano de 1920, más de 2.000 militantes socialistas-revolucionarios y mencheviques, debidamente fichados, fueron detenidos y encarcelados como rehenes. Un documento interno de la Cheka, de fecha 1° de julio de 1920, explicaba así con un raro cinismo las grandes líneas de acción que había que llevar a cabo contra los opositores socialistas: “En lugar de prohibir estos partidos, lo que los llevaría a una clandestinidad que podría ser difícil de controlar, es mucho más preferible dejarles en una situación semi-legal. Así resulta más fácil tenerlos a mano y extraer de ellos, cuando sea necesario, promotores de disturbios, renegados y otros proveedores de informaciones útiles (…) Frente a estos partidos antisoviéticos, es indispensable aprovecharse de la situación de guerra actual para imputar a sus miembros crímenes tales como “actividad contrarrevolucionaria”, “alta traición”, “desorganización de la retaguardia”, “espionaje en beneficio de una potencia extranjera intervencionista”, etc.”  [78]
De todos los episodios de represión, uno de los más cuidadosamente ocultados por el nuevo régimen fue la violencia ejercida contra el mundo obrero, en nombre del cual los bolcheviques habían tomado el poder. Comenzada en 1918, esta represión se desarrolló en 1919-1920 para culminar en la primavera de 1921 con el episodio, bien conocido, de Kronstadt. El mundo obrero de Petrogrado había manifestado desde principios de 1918 su desafío frente a los bolcheviques. Después del fracaso de la huelga general del 2 de julio de 1918, el segundo período álgido de problemas obreros en la antigua capital estalló en marzo de 1919, después de que los bolcheviques detuvieran a numerosos dirigentes socialistas-revolucionarios, entre los cuales se encontraba María Spiridonova quien acababa de efectuar un recorrido memorable por las principales fábricas de Petrogrado en todas las cuales había sido aclamada.
Estos arrestos desencadenaron – en una coyuntura ya muy tensa a causa de las dificultades del aprovisionamiento – un vasto movimiento de protestas y huelgas. El 10 de marzo de 1919, la asamblea general de obreros de las fábricas Putilov, en presencia de 10.000 participantes, adoptó una proclama que condenaba solemnemente a los bolcheviques: “Este gobierno es solo una dictadura del Comité Central del Partido Comunista que gobierna con la Cheka y los tribunales revolucionarios”. [79]

Represión a los obreros

La proclama exigía el paso de todo el poder a los soviets, la libertad de elecciones en los soviets y en los comités de fábrica, la suspensión de las limitaciones sobre las cantidades de alimentos que los obreros estaban autorizados a traer desde el campo hasta Petrogrado (1.5 puds, es decir: 24 kilos), y una liberación de todos los prisioneros políticos de los “auténticos partidos revolucionarios” y muy especialmente de María Spiridonova.
Para intentar frenar un movimiento que cada día adquiría una mayor amplitud, Lenin en persona se dirigió, los días 12 y 13 de marzo de 1919, a Petrogrado. Pero cuando quiso tomar la palabra en las fábricas en huelga ocupadas por los obreros, fue abucheado juntamente con Zinoviev a los gritos de “¡Abajo los judíos y los comisarios!”. [80] El viejo trasfondo del antisemitismo popular, siempre dispuesto a salir a la superficie, identificó  inmediatamente a judíos y bolcheviques en cuanto éstos perdieron el crédito del que habían disfrutado de manera momentánea, inmediatamente después de la revolución de octubre de 1917. El hecho que una proporción importante de los dirigentes bolcheviques más conocidos – Trotsky, Zinoviev, Kamenev, Rykov, Radek, etc. – eran judíos justificaba, a los ojos de las masas, esta identificación de bolcheviques con judíos.
El 16 de marzo de 1919, los destacamentos de la Cheka tomaron por asalto la fábrica Putilov, defendida con las armas en la mano. Alrededor de 900 obreros fueron detenidos. En el curso de los días siguientes, cerca de 200 huelguistas fueron ejecutados sin juicio en la fortaleza de Schüsselbourg, distante unos 50 km de Petrogrado. Según un nuevo ritual, los huelguistas, todos despedidos, solo fueron readmitidos después de haber firmado una declaración en  la cual reconocían haber sido engañados e “inducidos al crimen” por agitadores contrarrevolucionarios. [81] Además, los obreros iban a verse sometidos a una profunda vigilancia. A partir de la primavera de 1919, el departamento secreto de la Cheka puso en funcionamiento en muchos centros obreros toda una red de informadores encargados de informarles regularmente sobre el “estado de la moral” en tal o cual fábrica. Clases laboriosas, clases peligrosas. . .
La primavera de 1919 estuvo marcada por huelgas muy numerosas salvajemente reprimidas en varios centros obreros de Rusia, en Tula, Sormovo, Orel, Briansk, Tver, Ivanovo-Vozsnessenk, Astracán. [82] Las reivindicaciones obreras eran casi idénticas en todas partes. Reducidos al hambre por salarios de miseria que cubrían solamente el precio de una cartilla de racionamiento que aseguraba media libra de pan por día, los huelguistas reclamaban en primer lugar la equiparación de sus raciones con las de los soldados del Ejército Rojo. Pero sus demandas eran también y ante todo políticas: supresión de los privilegios para los comunistas, liberación de todos los presos políticos, elecciones libres al comité de fábrica y al soviet, interrupción del reclutamiento en el Ejército Rojo, libertad de asociación, de expresión, de prensa, etc.
Lo que convertía a estos movimientos en peligrosos a los ojos del poder bolchevique era que atraían a menudo a las unidades militares acuarteladas en las ciudades obreras. En Orel, Briansk, Gomel, Astracán, los soldados amotinados se unieron a los huelguistas a los gritos de “muerte a los judíos, abajo los comisarios bolcheviques”. Ocuparon y saquearon una parte de la ciudad que no fue reconquistada por los destacamentos de la Cheka y las topas que permanecieron fieles al régimen más que después de varios días de combate. [83]
Frente a estas huelgas y estos motines, la represión fue diversa. Desde el lock-out masivo del conjunto de las fábricas, con  confiscación de las cartillas de racionamiento – una de las armas más eficaces del poder bolchevique fue el arma del hambre – hasta la ejecución masiva, por centenares, de huelguistas y de amotinados.

Las matanzas de Tula y Astracán

Entre los episodios represivos más significativos figuran, en marzo-abril de 1919, los de Tula y Astracán. Dzerzhinsky se dirigió en persona a Tula, capital histórica de la fabricación de armas en Rusia, el 3 de abril de 1919, para liquidar la huelga de los obreros de las fábricas de armamentos. Durante el invierno de 1918-1919 estas fábricas, vitales para el Ejército Rojo – se fabricaba en ellas entre el 80 y el 90% de los fusiles producidos en Rusia – ya habían sido teatro de paros y de huelgas. Los mencheviques y los socialistas-revolucionarios eran ampliamente mayoritarios entre los militantes políticos con peso en este medio obrero altamente calificado. El arresto, a principios de marzo de 1919, de centenares de militantes socialistas suscitó una oleada de protestas que culminó el 27 de marzo durante una inmensa “marcha por la libertad y contra el hambre” que reunió a millares de obreros y de ferroviarios. El 4 de abril, Dzerzhinsky hizo detener todavía a 800 “agitadores” y evacuar por la fuerza las fábricas ocupadas desde hacía varias semanas por los huelguistas. Todos los obreros fueron despedidos. La resistencia obrera fue quebrantada mediante el arma del hambre. Desde hacía varias semanas no se habían atendido las cartillas de racionamiento. Para obtener nuevas cartillas, que dieran derecho a 250 gramos de pan y a recuperar el trabajo después del lock-out general, los obreros tuvieron que firmar una petición de readmisión que estipulaba fundamentalmente que cualquier detención del trabajo sería asimilada a una deserción castigada con la pena de muerte. El 10 de abril la producción se reinició. El día anterior, 26 “agitadores” habían sido pasados por las armas. [84]
La ciudad de Astracán, cerca de la desembocadura del Volga, tenía en la primavera de 1919 una importancia estratégica muy especial. Constituía el último cerrojo bolchevique que impedía la unión de las tropas del almirante Kolchak, en el noreste, y las del general Denikin, en el suroeste. Sin duda, esta circunstancia explica la extraordinaria violencia con la que fue reprimida en marzo de 1919 la huelga obrera de esta ciudad.
Comenzada a inicios de marzo por razones a la vez económicas – normas de racionamiento muy bajas – y políticas – el arresto de los militantes socialistas – la huelga degeneró el 10 de marzo cuando el regimiento número 45 de infantería se negó a disparar sobre los obreros que desfilaban por el centro de la ciudad. Tras unirse a los huelguistas, los soldados se pusieron a saquear la sede del partido bolchevique, matando a varios responsables. Sergei Kirov, presidente del comité militar revolucionario de la región, ordenó entonces “el exterminio sin piedad de los sucios guardias blancos por todos los medios”. Las tropas que permanecieron fieles al régimen y los destacamentos de la Cheka bloquearon todos los accesos de la ciudad antes de emprender metódicamente la reconquista. Cuando las prisiones estuvieron llenas hasta reventar, amotinados y huelguistas fueron embarcados en gabarras desde donde fueron precipitados por centenares en el Volga con una piedra al cuello.
Del 12 al 14 de marzo, se fusilaron y se ahogaron entre 2.000 y 4.000 obreros huelguistas y amotinados. A partir del 15, la represión golpeó a los “burgueses” de la ciudad, bajo el pretexto de que habían “inspirado” la conspiración de la “guardia blanca” de la cual los obreros y soldados no habrían sido más que la infantería. Durante dos días, las ricas moradas de los comerciantes de Astracán fueron entregadas al pillaje y sus propietarios detenidos y fusilados. Los cálculos, inseguros, del número de víctimas “burguesas” de las matanzas de Astracán oscilan entre 600 y 1.000 personas. En total, en una semana, entre 3.000 y 5.000 personas fueron ejecutadas o ahogadas. En cuanto al número de comunistas muertos e inhumados con gran pompa el 18 de marzo – día del aniversario de la Comuna de París como subrayaron las autoridades – se elevó a 47.
Durante mucho tiempo recordado como un simple episodio de la guerra entre rojos y blancos, la matanza de Astracán se revela hoy en día, a la luz de los documentos disponibles procedentes de los archivos, según su verdadera naturaleza: la mayor matanza de obreros realizada por el poder bolchevique antes de la de Kronstadt. [85]

La militarización del trabajo

A finales de 1919 y a principios de 1920, las relaciones entre el poder bolchevique y el mundo obrero se degradaron aún más después de la militarización de más de 2.000 empresas. El principal partidario de la militarización del trabajo, Leon Trotsky, desarrolló durante el IX Congreso del partido, en marzo de 1920, sus concepciones sobre la cuestión.
El hombre está inclinado de manera natural hacia la pereza, explicó Trotsky. Bajo el capitalismo los obreros deben buscar trabajo para sobrevivir. Es el mercado capitalista el que aguijonea al trabajador. Bajo el socialismo “la utilización de los recursos del trabajo reemplaza al mercado”. El Estado tiene, por lo tanto, la tarea de orientar, de destinar y de encuadrar al trabajador, que debe obedecer como un soldado al Estado obrero, defensor de los intereses del proletariado. Tales fueron el fundamento y el sentido de la militarización del trabajo, vivamente criticada por una minoría de sindicalistas y de dirigentes bolcheviques. Significó, en efecto, la prohibición de las huelgas, asimiladas a una deserción en tiempo de guerra, el refuerzo de la disciplina de los poderes de dirección, la subordinación completa de los sindicatos y de los comités de fábrica cuyo papel se limitó, además, a poner en funcionamiento la política productivista, la prohibición para los obreros de abandonar su puesto de trabajo, la sanción del ausentismo y de los retrasos, muy numerosos en aquella época en que los obreros estaban buscando alimentos, siempre de manera problemática.
Al descontento suscitado en el mundo del trabajo por la militarización se añadían las dificultades crecientes de la vida cotidiana. Como lo reconocía un informe de la Cheka enviado el 6 de diciembre de 1919 al gobierno: “(en) estos últimos tiempos, la crisis de suministros no ha dejado de agravarse. El hambre amenaza a las masas obreras. Los obreros ya no tienen la fuerza física suficiente para continuar el trabajo y se ausentan cada vez con mayor frecuencia bajo los efectos conjugados del frío y del hambre. En toda una serie de empresas metalúrgicas de Moscú, las masas desesperadas están dispuestas a todo – huelga, disturbio, insurrección – si no se resuelve en plazos muy breves la cuestión de los suministros”. [86]

La comida como arma

A inicios de 1920, el salario obrero en Petrogrado estaba situado entre los 7.000 y los 12.000 rublos al mes. Además de este salario de base insignificante (en el mercado libre 450 gramos de manteca costaban 5.000 rublos; 450 gramos de carne 3.000 y un litro de leche 750 rublos), cada trabajador tenía derecho a cierto número de productos en función de la categoría en la que estaba clasificado. En Petrogrado, a finales de 1919, un trabajador manual tenía derecho a 250 gramos de pan por día, 450 gramos de azúcar al mes, 250 gramos de materias grasas, 1,8 Kg. de arenques salados. . .
En teoría, los ciudadanos estaban clasificados en 5 categorías de “estómagos”; desde los trabajadores manuales y los soldados del Ejército Rojo hasta los “ociosos” – categoría en la que entraban los intelectuales, particularmente mal considerados – con “raciones de clase” decrecientes. En realidad, el sistema era bastante más injusto y complejo todavía. Servidos los más favorecidos, los demás no recibían a menudo nada en absoluto. En cuanto a los “trabajadores”, se dividían en realidad en una multitud de categorías, según una jerarquía de prioridades que privilegiaba a los sectores vitales para la supervivencia del régimen. En Petrogrado, durante el invierno de 1919-1920, se contaban 33 categorías de cartillas cuya validez nunca excedía de un mes. En el sistema de suministros centralizado que los bolcheviques habían puesto en funcionamiento, el arma alimenticia representaba un papel de primer orden para estimular o para castigar a tal o cual categoría de ciudadanos.
La ración de pan debe ser reducida para aquellos que no trabajan en el sector de los transportes, hoy en día decisivo, y aumentada para los que trabajan en el mismo” – escribía el 1° de febrero Lenin a Trotsky – “¡Que millares de personas perezcan si es necesario, pero el país debe salvarse![87]
Frente a esta política, todos aquellos que habían conservado los vínculos con el campo, y eran numerosos, se esforzaban por volver al pueblo siempre que tenían oportunidad para intentar traer comida de él.

La represión del “frente obrero”

Destinadas a “establecer el orden” en las fábricas, las medidas de militarización del trabajo suscitaron, en contra del efecto buscado, paros muy numerosos, detenciones del trabajo, huelgas y motines reprimidos sin compasión. “El mejor lugar para un huelguista, ese mosquito amarillo y dañino” – se podía leer en el Pravda del 12 de febrero de 1920 – “es el campo de concentración”.
Según las estadísticas oficiales del comisariado del pueblo para el Trabajo, el 77% de las grandes y medianas empresas industriales de Rusia fueron afectadas por huelgas durante el primer semestre de 1920. De manera significativa, los sectores más perturbados – la metalurgia, la minería y los ferrocarriles – eran también aquellos en los que la militarización del trabajo estaba más avanzada. Los informes secretos de la Cheka dirigidos a los dirigentes bolcheviques arrojan una cruda luz sobre la represión llevada a cabo contra los obreros refractarios a la militarización. Una vez detenidos, eran, por regla general, juzgados por un tribunal revolucionario, acusados de “sabotaje” o “deserción”. Así, en Simbirsk, por no hacer referencia más que a este ejemplo, 12 obreros de la fábrica de armamentos fueron condenados a una pena de campo de concentración en abril de 1920 por haber “realizado sabotaje bajo la forma de huelga italiana (…) desarrollado una propaganda contra el poder soviético apoyándose en las supersticiones religiosas y la débil politización de las masas (…) y dado una falsa interpretación de la política soviética en materia de salarios”. [88] Si se descifra esta jerga, se puede deducir de ella que los acusados habían realizado pausas no autorizadas por la dirección, protestado contra la obligación de trabajar el domingo, criticado los privilegios de los comunistas y denunciado los salarios de miseria. . .
Los más altos dirigentes del partido, entre ellos Lenin, apelaban a una represión ejemplar de las huelgas. El 29 de enero de 1920, inquieto ante la extensión de los movimientos obreros de los Urales, Lenin telegrafió a Smirnov, jefe del consejo militar revolucionario del V Ejército: “P. me ha informado que existe un sabotaje manifiesto por parte de los ferroviarios (…) Se me dice que los obreros de Izhvesk están también en el golpe. Estoy sorprendido de que os acomodéis a ello y no procedáis a ejecuciones masivas por sabotaje”. [89]
Hubo numerosas huelgas suscitadas en 1920 por la militarización del trabajo: en Ekaterinburgo, en marzo de 1920, 80 obreros fueron detenidos y condenados a penas de campos de concentración. En el ferrocarril de Riazan-Ural, en abril de 1920, 100 ferroviarios fueron condenados. En la fábrica metalúrgica de Briansk, en junio de 1920, 152 obreros fueron condenados. Se podrían multiplicar estos ejemplos de huelga severamente reprimidas en el marco de la militarización del trabajo. [90]
Una de las huelgas más notables fue, en junio de 1920, la de las manufacturas de armas de Tula, lugar de especial importancia en la protesta obrera contra el régimen y bastante sufrido ya por los sucesos de abril de 1919. El domingo 6 de junio de 1920, un grupo relativamente numeroso de obreros se negó a realizar las horas suplementarias exigidas por la dirección. En cuanto a las obreras, se negaron a trabajar ese día y los domingos en general, explicando que el domingo era el único día en que podían ir a conseguir suministros a los campos circundantes. Ante la solicitud de la administración, un nutrido destacamento de chekistas vino a detener a los huelguistas. Se decretó la ley marcial y una troika [91] compuesta por representantes del partido y de la Cheka fue encargada de denunciar la “conspiración contrarrevolucionaria fomentada por los espías polacos y los Cien Negros [92] con la finalidad de debilitar el poder combativo del Ejército Rojo”.
Mientras la huelga se extendía y los arrestos de los “agitadores” se multiplicaban, un hecho nuevo vino a turbar el desarrollo habitual que tomaba el asunto: por centenares, y después por millares, obreras y simples artesanas se presentaron en la Cheka solicitando ser detenidas también. El movimiento se amplió con obreros que también exigieron ser detenidos en masa a fin de convertir en absurda la tesis de la “conspiración polaca de los Cien Negros”. En cuatro días, más de 10.000 personas fueron encarceladas, o más bien confinadas en un vasto espacio al aire libre vigilado por chekistas.
Desbordados por un momento, no sabiendo como presentar los acontecimientos a Moscú, las organizaciones locales del partido y de la Cheka llegaron finalmente a convencer a las autoridades centrales de la realidad de una vasta conspiración. Un “comité de liquidación de la conspiración de Tula” interrogó a millares de obreros y de obreras con la esperanza de encontrar a los culpables ideales. Para ser liberados, readmitidos y conseguir que se les entregara una nueva cartilla de racionamiento, todos los trabajadores detenidos tuvieron que firmar la siguiente declaración. “Yo, el que suscribe, perro hediondo y criminal, me arrepiento delante del tribunal revolucionario y del Ejército Rojo, confieso mis pecados y prometo trabajar conscientemente”. Al contrario de otros movimientos de protesta obrera, los problemas de Tula del verano de 1920 dieron lugar a condenas bastante ligeras: 28 personas fueron condenadas a penas de campos de concentración y 200 fueron exiladas. [93] En una coyuntura de falta de mano de obra altamente calificada, el poder bolchevique sin duda no podía prescindir de los mejores armeros del país. La represión, al igual que el suministro, debía tener en cuenta a los sectores decisivos y a los intereses superiores del régimen.

Rojos, blancos y verdes. La represión del campesinado

Tan importante, simbólica y estratégicamente, como fue el “frente obrero”, no representaba más que una ínfima parte de los compromisos del régimen en los innumerables “frentes interiores” de la guerra civil. La lucha contra los campesinos que se negaban a las requisas y al reclutamiento – los “verdes” – movilizó todas las energías. Los informes, hoy en día disponibles, de los departamentos especiales de la Cheka y de las tropas de Defensa Interna de la República, encargados de luchar contra los motines, las deserciones y las revueltas campesinas, revelan en todo su horror la extraordinaria violencia de esta “guerra sucia” de represión llevada a cabo al margen de los combates entre rojos y blancos. En este enfrentamiento crucial entre el poder bolchevique y el campesinado, que fue donde se forjó de manera definitiva una práctica política terrorista fundada en una visión radicalmente pesimista de las masas “hasta tal punto oscuras e ignorantes” – escribía Dzerzhinsky – “que ni siquiera son capaces de ver dónde está su propio interés”. Estas masas bestiales solo podían ser tratadas mediante la fuerza, por esa “escoba de hierro” que evocaba Trotsky para caracterizar con una imagen la represión que convenía llevar a cabo a fin de “limpiar” Ucrania de las “bandas de bandidos” dirigidas por Néstor Majno y otros jefes campesinos. [94]
Las revueltas campesinas habían comenzado en el verano de 1918. Tomaron una notable amplitud en 1919-1920 para culminar durante el invierno de 1920-1921, obligando momentáneamente a retroceder al régimen bolchevique.
Dos razones inmediatas impulsaban a los campesinos a rebelarse: las requisas y el reclutamiento en el Ejército Rojo. En enero de 1919, la búsqueda desordenada de los excedentes agrícolas – que había caracterizado las primeras operaciones desde el verano de 1918 – fue reemplazada por un sistema centralizado y planificado de requisas. Cada provincia, cada distrito, cada cantón, cada comunidad aldeana, debía entregar al Estado una cuota fijada por adelantado en función de las cosechas estimadas. Estas cuotas no se limitaban a los cereales sino que incluían una veintena de productos tan variados como las papas, la miel, los huevos, la manteca, las semillas oleaginosas, la carne, la nata, la leche. . .
Cada comunidad aldeana era responsable de manera solidaria por la cosecha. Solo cuando toda la aldea había cumplido sus cuotas, las autoridades distribuían los recibos que daban derecho a la adquisición de bienes manufacturados en cantidades muy inferiores a las necesidades puesto que, a finales de 1920, éstas se cubrían solamente en un 15% aproximadamente. En cuanto al pago de las cosechas agrícolas, el mismo se realizaba con precios simbólicos al haber perdido el rublo, a finales de 1920, el 95% de su valor en relación con el rublo oro. De 1918 a 1920, las requisas de cereales se multiplicaron por tres. Difícil de cifrar con precisión, el número de revueltas campesinas siguió una progresión como mínimo paralela. [95]
Las negativas al reclutamiento en el Ejército Rojo, después de tres años en los frentes y en las trincheras de la “guerra imperialista”, constituían el segundo motivo de las revueltas campesinas llevadas a cabo, por regla general, por los desertores ocultos en los bosques: los “verdes”. El número de desertores en 1919-1920 se estima en al menos 3.000.000. En 1919 alrededor de 500.000 fueron detenidos por los diversos destacamentos de la Cheka y por las comisiones especiales de lucha contra los desertores. En 1920, la cifra quedó establecida entre 700.000 y 800.000. No obstante, entre 1.500.000 y 2.000.000 de desertores – en su inmensa mayoría campesinos que conocían bien el terreno – llegaron a sustraerse a las investigaciones.
Frente a la amplitud del problema, el gobierno adoptó medidas de represión cada vez más duras. No solamente millares de desertores fueron fusilados sino que las familias de los desertores fueron convertidas en rehenes. El principio de los rehenes se aplicó, en realidad, desde el verano de 1918 a las circunstancias más cotidianas. De ello da testimonio, por ejemplo, el decreto gubernamental del 15 de febrero de 1919, firmado por Lenin, que encargaba a las checas locales tomar rehenes entre los campesinos en las localidades donde los reclutamientos para la limpieza de la nieve en los ferrocarriles no habían sido realizados de manera satisfactoria: “si la limpieza no se realiza, los rehenes serán pasados por las armas”. [96]
El 12 de mayo de 1920, Lenin envió instrucciones a todas las comisiones provinciales de lucha contra los desertores: “después de la expiración del plazo de gracia de siete días concedido a los desertores para que se entreguen, todavía es preciso reforzar las sanciones en relación con esos incorregibles traidores al pueblo trabajador. Las familias y todos aquellos que ayudan a los desertores, de la manera que sea, serán además considerados como rehenes y tratados como tales”. [97] Este decreto no hacía más que legalizar prácticas cotidianas.
Pero la oleada de deserciones no se redujo. En 1920-1921, al igual que en 1919, los desertores constituyeron el grueso de los guerrilleros verdes contra quienes los bolcheviques llevaron a cabo durante tres años (incluso cuatro o cinco años en algunas regiones) una guerra despiadada de una crueldad inaudita. Más allá de la negativa a las requisas y al reclutamiento, los campesinos rechazaban cada vez de manera más general toda intrusión de un poder que consideraban extraño: el poder de los “comunistas” de la ciudad. En el espíritu de numerosos campesinos, los comunistas que practicaban las requisas eran diferentes de los “bolcheviques” que habían estimulado la revolución agraria de 1917. En los campos sometidos tanto a la soldadesca blanca como a los destacamentos de requisa rojos, la confusión y la violencia habían llegado al máximo.
Fuente excepcional que permite aprehender las múltiples facetas de esta guerrilla campesina, los informes de los diversos departamentos de la Cheka encargados de la represión distinguen dos tipos principales de movimientos campesinos: el bunt, revuelta puntual, breve llamarada de violencia que implica un grupo relativamente restringido de participantes, entre algunas decenas a un centenar de personas; y la vosstanie, insurrección que implicaba la participación de millares, incluso decenas de millares, de campesinos organizados en verdaderos ejércitos capaces de apoderarse de pueblos y ciudades y dotados de un programa político coherente de tendencia social-revolucionaria o anarquista.
“30 de abril de 1919. Provincia de Tambov. A inicios de abril, en el distrito de Lebyandinsky, ha estallado una revuelta de kulaks y de desertores que protestaban contra la movilización de los hombres, de los caballos y la requisa de cereales. Al grito de «abajo los comunistas, abajo los soviets», los insurgentes armados han saqueado cuatro comités ejecutivos de cantón, asesinado de manera bárbara a siete comunistas, aserrados vivos. Solicitada ayuda por miembros del destacamento de requisa, el 212° batallón de la Cheka ha aplastado a los kulaks insurgentes. Setenta personas han sido detenidas, cincuenta ejecutadas sobre el terreno, la aldea de la que partió la rebelión ha sido enteramente quemada.”
“Provincia de Voronezh, 11 de junio de 1919, 16 horas 15 minutos. Por telégrafo. La situación mejora. La revuelta del distrito de Novojopersk está prácticamente liquidada. Nuestro aeroplano ha bombardeado y quemado enteramente el pueblo Tretyaky, uno de los nidos principales de los bandidos. Las operaciones de limpieza continúan.”
“Provincia de Yaroslavl, 23 de junio de 1919. La revuelta de los desertores en la volost Petroplavlovskaya ha sido liquidada. Las familias de los desertores han sido detenidas como rehenes. Cuando se comenzó a fusilar a un hombre en cada familia de desertores, los verdes empezaron a salir del bosque y a rendirse. Treinta y cuatro desertores han sido fusilados como ejemplo” [98]
Millares de informes similares [99] testifican la extraordinaria violencia de esta guerra de represión llevada a cabo por las autoridades contra la guerrilla campesina, alimentada por la deserción, pero calificada como “revuelta de kulaks” o de “insurrección de bandidos”. Los tres extractos citados revelan los métodos de represión más corrientemente utilizados: arresto y ejecución de rehenes tomados de las familias de desertores o de los “bandidos”, y aldeas bombardeadas y quemadas.
La represión ciega y desproporcionada descansaba en el principio de la responsabilidad colectiva del conjunto de la comunidad aldeana. Generalmente, las autoridades daban a los desertores un plazo para entregarse. Pasado ese plazo, el desertor era considerado como un “bandido de los bosques”, sujeto a una ejecución inmediata. Los textos de las autoridades, tanto civiles como militares, precisaban, además, que si “los habitantes de una aldea ayudan de la manera que sea a los bandidos a esconderse en los bosques vecinos, la aldea será completamente quemada”.
Algunos informes de síntesis de la Cheka dan indicaciones cuantificadas sobre la amplitud de esta guerra de represión en los campos. Así, para el período que fue del 15 de octubre al 30 de noviembre de 1918, tan solo en doce provincias de Rusia, estallaron 44 revueltas (bunty) en el curso de las cuales 2.320 personas fueron detenidas, 620 muertas y 982 fusiladas. Durante estas revueltas, 480 funcionarios soviéticos fueron muertos, así como 112 hombres de los destacamentos de suministros, del Ejército Rojo y de la Cheka. Durante el mes de septiembre de 1919, para las 10 provincias rusas sobre las cuales se dispone de una información sintética, se cuentan 48.735 desertores y 7.325 “bandidos” detenidos, 1.826 muertos, 2.230 fusilados y 430 víctimas del lado de los funcionarios y militares soviéticos. Estas cifras, muy incompletas, no tienen en cuenta las pérdidas experimentadas durante las grandes insurrecciones campesinas.
Estas insurrecciones conocieron varios momentos álgidos: marzo-agosto de 1919, fundamentalmente en las regiones del Volga medio y de Ucrania; febrero-agosto de 1920, en las provincias de Samara, Ufa, Kazán, Tambov y, de nuevo, en la Ucrania reconquistada por los bolcheviques a los blancos, pero siempre controlada en el país profundo por la guerrilla campesina.
A partir de finales de 1920 y durante toda la primera mitad del año 1921, el movimiento campesino, mal dirigido en Ucrania y en las regiones del Don y del Kuban, culminó en Rusia en una inmensa revuelta popular centrada en las provincias de Tambov, Penza, Samara, Saratov, Simbirsk y Tsarisyn. [100] El ardor de esta guerra campesina no se extinguirá más que con la llegada de una de las más terribles hambrunas que haya conocido el Siglo XX.
En las ricas provincias de Samara y de Simbirsk, que debían por sí solas entregar en 1919 cerca de una quinta parte de las requisas de cereales de Rusia, las revueltas campesinas puntuales se transformaron en marzo de 1919 en una verdadera insurrección por primera vez desde el establecimiento del régimen bolchevique. Decenas de aldeas fueron tomadas por un ejército insurrecto campesino que contó con hasta 30.000 hombres armados. Durante cerca de un mes, el poder bolchevique perdió el control de la provincia de Samara. Esta rebelión favoreció el avance hacia el Volga de las unidades del ejército blanco, mandadas por el almirante Kolchak, al tener que enviar los bolcheviques varias decenas de miles de hombres para acabar con un ejército campesino tan bien organizado y que defendía un programa político coherente en virtud del cual se reclamaba la supresión de las requisas, la libertad de comercio, elecciones libres para los soviets y el fin de la “comisariocracia bolchevique”. Haciendo un balance de la liquidación de las insurrecciones campesinas a principios de abril de 1929, el jefe de la cheka de Samara indicaba 4.240 muertos del lado de los insurgentes, 625 fusilados y 6.210 desertores “bandidos” detenidos.
Apenas se había extinguido momentáneamente el fuego en la provincia de Samara cuando volvió a prender con una amplitud desigual en la mayor parte de Ucrania. Después del retiro de los alemanes y de los austro-húngaros a finales de 1918, el gobierno bolchevique decidió reconquistar Ucrania. La región más rica del antiguo Imperio zarista debía “alimentar al proletariado de Moscú y de Petrogrado”.
Aquí, más todavía que en otros sitios, las cuotas de requisa fueron muy elevadas. Cumplirlas significaba condenar a un hambre segura a millares de poblaciones ya sangradas por los ejércitos de ocupación alemanes y austro-húngaros durante todo el año 1918. Además, a diferencia de la política que habían tenido que aceptar en Rusia a finales de 1917 – el reparto de tierras entre las comunidades campesinas – los bolcheviques rusos deseaban en Ucrania nacionalizar todas las grandes propiedades agrarias, las más modernas del antiguo imperio. Esta política, que pretendía transformar los grandes dominios cerealistas y azucareros en grandes propiedades colectivas, donde los campesinos se convertirían en obreros agrícolas, solo podía suscitar el descontento del campesinado.

La represión en Ucrania

El campesino ucraniano se había curtido en la lucha contra las fuerzas de ocupación alemanas y austro-húngaras. A principios de 1919 existían en Ucrania verdaderos ejércitos de campesinos de decenas de miles de hombres mandados por jefes militares y políticos ucranianos, tales como Simón Petlyura, Néstor Majno, Hryhoryiv o, incluso, Zeleny. Estos ejércitos campesinos estaban firmemente decididos a que triunfara su concepto de la revolución agraria: la tierra para los campesinos, libertad de comercio y soviets libremente elegidos “sin moscovitas ni judíos”. Para la mayoría de los campesinos ucranianos, marcados por una larga tradición de antagonismo entre los campos mayoritariamente poblados de ucranianos y las ciudades mayoritariamente pobladas de rusos y judíos, era tentador y sencillo llevar a cabo la equiparación: moscovitas = bolcheviques = judíos. Todos debían ser expulsados de Ucrania.
Estas particularidades propias de Ucrania explican la brutalidad y la duración de los enfrentamientos entre los bolcheviques y una amplia fracción del campesinado ucraniano. La presencia de otro actor, los blancos, combatidos a su vez por los bolcheviques y por los diversos ejércitos campesinos, convertía en algo todavía más complejo el embrollo político y militar en esta región donde ciertas ciudades, como Kiev, cambiaron hasta 14 veces de dueños en dos años.
Las primeras grandes revueltas contra los bolcheviques y sus destacamentos de requisa estallaron a partir de abril de 1919. Tan solo durante este mes tuvieron lugar 93 revueltas campesinas en las provincias de Kiev, Chernigov, Poltava y Odessa. Durante los 20 primeros días de julio de 1919, los datos oficiales de la Cheka hacen referencia a 210 revoluciones, lo que implica cerca de 100.000 combatientes armados y varios centenares de miles de campesinos. Los ejércitos campesinos de Hryhoryiv – cerca de 20.000 hombres armados, entre ellos varias unidades amotinadas del Ejército Rojo, con 50 cañones y 700 ametralladoras – tomaron, en abril-mayo de 1919, una serie de ciudades del sur de Ucrania, entre ellas Cherkassy, Jerson, Nikolayev y Odessa, estableciendo en ellas un poder autónomo cuyas consignas no admitían equívocos: “¡Todo el poder a los soviets del pueblo ucraniano!”, “¡Ucrania para los ucranianos sin bolcheviques ni judíos!”, “Reparto de tierras”, “Libertad de empresa y de comercio”. [101]
Los partidarios de Zeleny, aproximadamente 20.000 hombres armados, controlaban la provincia de Kiev, con la excepción de las ciudades principales. Bajo el lema “¡Viva el poder soviético, abajo los bolcheviques y los judíos!”, organizaron decenas de pogroms contra las comunidades judías de las aldeas y de las provincias de Kiev y de Chernigov.
Mejor conocida gracias a numerosos estudios, la acción de Néstor Majno, a la cabeza de un ejército campesino de decenas de miles de hombres, presentaba un programa a la vez nacional, social y anarquizante, elaborado en el curso de verdaderos congresos tales como el “congreso de los delegados campesinos, rebeldes y obreros de Guliay-Polic”, celebrado en abril de 1919 en el centro mismo de la rebelión majnovista. Como tantos otros movimientos campesinos menos estructurados, los majnovistas expresaban en primer lugar el rechazo de cualquier injerencia del Estado en los asuntos campesinos y el deseo de un autogobierno campesino – una especie de autogestión – fundada en soviets libremente elegidos. A estas reivindicaciones de base se añadió cierto número de demandas comunes a todos los movimientos campesinos: la paralización de las requisas, la supresión de los impuestos y de las tasas, la libertad para todos los partidos socialistas y los grupos anarquistas, el reparto de la tierra y la supresión de la “comisariocracia bolchevique”, de las tropas especiales y de la Cheka. [102]
Los centenares de insurrecciones campesinas de la primavera y el verano de 1919 que ocurrieron en las retaguardias del Ejército Rojo desempeñaron un papel determinante en la victoria sin futuro de las tropas blancas del general Denikin. Saliendo del sur de Ucrania el 19 de mayo de 1919, el ejército blanco avanzó con mucha rapidez frente a las unidades del Ejército Rojo ocupadas en operaciones de represión contras las rebeliones campesinas. Las tropas de Denikin tomaron Jarkov el 12 de junio, Kiev el 28 de agosto y Voronezh el 30 de septiembre. La retirada de los bolcheviques, que no habían llegado a establecer su poder más que en las ciudades más grandes, dejando los campos a los campesinos insurrectos, vino acompañada por ejecuciones masivas de prisioneros y de rehenes sobre los cuales volveremos más adelante.
En su retirada precipitada a través del país profundo controlado por la guerrilla campesina, los destacamentos del Ejército Rojo y de la Cheka no dieron cuartel: aldeas quemadas por centenares, ejecuciones masivas de “bandidos”, de desertores, de “rehenes”. El abandono y después la reconquista de Ucrania, de finales de 1919 y principios de 1920, dieron lugar a una extraordinaria oleada de violencia contra las poblaciones civiles de las cuales informa ampliamente la obra Caballería Roja de Isaak Babel,. [103]

La “Vendée soviética”

A principios de 1920, los ejércitos blancos estaban derrotados, a excepción de algunas unidades dispersas que habían encontrado refugio en Crimea bajo el mando del barón Wrangel, sucesor de Denikin. Quedaban frente a frente las fuerzas bolcheviques y los campesinos. Hasta 1922, una despiadada represión iba a abatirse sobre los campos en lucha contra el poder. En febrero-marzo de 1920 una nueva gran revuelta, conocida bajo el nombre de “insurrección de las horquillas”, estalló en un vasto territorio que se extendía del Volga a los Urales, por las provincias de Kazan, Simbirsk y Ufa. Pobladas por rusos, pero también por tártaros y bashkires, estas regiones estaban sometidas a requisas particularmente onerosas. En algunas semanas la rebelión ganó una decena de distritos. El ejército campesino sublevado de las “águilas negras” contó en su apogeo con hasta 50.000 combatientes. Armados con cañones y ametralladoras, las topas de Defensa Interna de la República diezmaron a los rebeldes armados con horquillas y picas. En algunos días, millares de insurgentes fueron asesinados y centenares de aldeas quemadas. [104]
Después del rápido aplastamiento de la “insurrección de las horquillas” el fuego de las revueltas campesinas se propagó de nuevo por las provincias del Volga medio, también muy fuertemente desangradas por las requisas: Tambov, Penza, Samara y Tsaritsyn. Como lo reconocía el dirigente bolchevique Antonov-Ovseenko, que iba a conducir la represión contra los campesinos insurgentes de Tambov, si hubieran seguido los planes de requisas de 1920-1921, habrían condenado a los campesinos a una muerte segura: les dejaban una media de 1 pud (16 kilos) de grano y de 1.5 pud (24 kilos) de papas, por persona y por año; es decir: 12 veces menos que el mínimo vital. Se trató, por lo tanto, de una lucha por la supervivencia la que desencadenaron desde el verano de 1920 los campesinos de esas provincias. Duró dos años sin interrupción, hasta que el hambre acabó con los campesinos insurgentes.
El tercer gran polo de enfrentamiento entre los bolcheviques y los campesinos en 1920 seguía siendo Ucrania, reconquistada entre diciembre de 1919 y febrero de 1920 por los ejércitos blancos pero cuyos campos profundos habían seguido estando bajo el control de centenares de destacamentos verdes, libres de toda lealtad, o de unidades más o menos relacionadas con el mando de Majno.
A diferencia de las “águilas negras”, los destacamentos de ucranianos compuestos esencialmente por desertores, estaban bien armados. Durante el verano de 1920, el ejército de Majno contaba todavía con cerca de 15.000 hombres, 2.500 jinetes, un centenar de ametralladoras, una veintena de cañones de artillería y dos vehículos blindados. Centenares de “bandas” más pequeñas, reuniendo cada una de ellas algunas docenas o centenares de combatientes, oponían igualmente una fuerte resistencia a la penetración bolchevique.
Para luchar contra esta guerrilla campesina, el gobierno nombró, a principios de mayo de 1920, al jefe de la Cheka, Félix Dzerzhinsky, “comandante en jefe de la retaguardia del frente suroeste”. Dzerzhinsky permaneció más de dos meses en Jarkov para poner en pie 24 unidades especiales de las fuerzas de seguridad interna de la república, unidades de élite, dotadas de una caballería encargada de perseguir a los “rebeldes” y de aviones destinados a bombardear los “nidos de bandidos” [105] Tenían como tarea erradicar, en tres meses, la guerrilla campesina. En realidad, las operaciones de “pacificación” se prolongaron durante más de dos años, del verano de 1920 al otoño de 1922, al precio de decenas de miles de víctimas.
Entre los diversos episodios de la lucha llevada a cabo por el poder bolchevique contra el campesinado, la “descosaquización” – es decir, la eliminación de los cosacos del Don y del Kuban como grupo social – ocupa un lugar particular.
Efectivamente, por primera vez, el nuevo régimen adoptó abundantes medidas represivas para eliminar, exterminar y deportar – siguiendo el principio de la responsabilidad colectiva – al conjunto de la población de un territorio que los dirigentes bolcheviques habían adquirido la costumbre de calificar como la “Vendée soviética”, en alusión a La Vendée francesa brutalmente arrasada por las autoridades de la Revolución Francesa en 1793/94. [106] Estas operaciones no fueron el resultado de medidas de represalia militar adoptadas en el fuego de los combates, sino que fueron planificadas con antelación, y fueron objeto de varios decretos promulgados en la cima del Estado, implicando directamente a muy numerosos responsables políticos de alto rango (Lenin, Ordzhonikizde, Syrtsov, Sokolnikov, Reingold). Puesta en jaque por primera vez durante la primavera de 1919, a causa de los reveses militares de los bolcheviques, la descosaquización volvió a iniciarse con una crueldad renovada en 1920, durante la reconquista bolchevique de las tierras cosacas del Don y del Kuban.

La aniquilación de los cosacos.

Los cosacos, privados desde diciembre de 1917 del status del que se beneficiaban bajo el antiguo régimen, catalogados por los bolcheviques como “kulaks” y “enemigos de clase”, habían reunido bajo el estandarte del atamán Krasnov a las fuerzas blancas que se habían constituido en el sur de Rusia en la primavera de 1918. Hasta febrero de 1919, durante el avance general de los bolcheviques hacia Ucrania y el sur de Rusia, los primeros destacamentos del Ejército Rojo no habían penetrado en los territorios de los cosacos del Don.
De entrada, los bolcheviques tomaron diversas medidas que aniquilaban todo lo que constituía la especificad cosaca: las tierras que pertenecían a los cosacos fueron confiscadas y redistribuidas a colonos rusos o a campesinos locales que no tenían status cosaco; los cosacos fueron obligados, bajo pena de muerte, a entregar sus armas (a causa de su status tradicional de guardianes de los confines del Imperio ruso, todos los cosacos estaban armados), las asambleas y las circunscripciones administrativas cosacas fueron disueltas.
Todas estas medidas formaban parte de un plan preestablecido de descosaquización, así definido en una resolución secreta del Comité Central del partido bolchevique, de fecha 24 de enero de 1919: “En vista de la experiencia de la guerra civil contra los cosacos, es necesario reconocer como sola medida políticamente correcta una lucha sin compasión, un terror masivo contra los ricos cosacos, que deberán ser exterminados y físicamente liquidados hasta el último.[107]
En realidad, como reconoció en junio de 1919 Reingold, presidente del comité revolucionario del Don, encargado de imponer “el orden bolchevique” en las tierras cosacas, “hemos tenido una tendencia a realizar una política de exterminio masivo de los cosacos sin la menor distinción”. [108] En algunas semanas, de mediados de febrero a mediados de marzo de 1919, los destacamentos bolcheviques ejecutaron a más de 8.000 cosacos [109]  En cada stanitsa (aldea cosaca) los tribunales revolucionarios procedían en algunos minutos a juicios sumarios de listas de sospechosos, generalmente condenados todos a la pena capital por “comportamiento contrarrevolucionario”. Frente a esta oleada represiva los cosacos no tuvieron otra salida que la de sublevarse.
La sublevación se inició en el distrito de Veshenskaya, el 11 de marzo de 1919. Bien organizados, los cosacos insurgentes decretaron la movilización general de todos los hombres de 16 a 55 años. Enviaron por toda la región del Don y hasta la provincia limítrofe de Voronezh telegramas llamando a la población a sublevarse contra los bolcheviques. “Nosotros, los cosacos” – explicaban – “estamos en contra de los soviets. Estamos a favor de elecciones libres. Estamos contra los comunistas, las comunas (explotaciones colectivas) y los judíos. Estamos contra las requisas, los robos y las ejecuciones perpetradas por las checas”. [110]
A principios del mes de abril, los cosacos insurgentes presentaban una fuerza armada considerable de más de 30.000 hombres bien armados y aguerridos. Operando en la retaguardia del Ejército Rojo que combatía más al sur las tropas de Denikin aliadas con los cosacos del Kuban, los insurgentes del Don contribuyeron, al igual que los campesinos ucranianos, al avance fulminante de los ejércitos blancos en mayo-junio de 1919. A principios del mes de junio, los cosacos del Don se unieron con el grueso de los ejércitos blancos apoyados por los cosacos del Kuban. Toda la “Vendée cosaca” se había liberado del poder vergonzante de los “moscovitas, judíos y bolcheviques”.
No obstante, con los cambios de fortuna militar, los bolcheviques regresaron en febrero de 1920. Así comenzó una segunda ocupación militar de las tierras cosacas, que resultó mucho más mortífera que la primera. La región del Don se vio sujeta a una contribución de 36.000.000 de puds de cereales, una cantidad que superaba ampliamente el conjunto de la producción local. La población local fue sistemáticamente expoliada no solo de sus escasas reservas alimenticias sino también del conjunto de sus bienes “calzado, ropa, orejeras y samovares comprendidos”, según precisaba un informe de la Cheka. [111]
Todos los hombres en estado de combatir respondieron a estos pillajes y a estas represiones sistemáticas uniéndose a las bandas de guerrilleros verdes. En julio de 1920, éstas contaban al menos con 35.000 hombres en el Kuban y en el Don. Bloqueado en Crimea desde febrero, el general Wrangel decidió, en una última tentativa, librarse del cerco bolchevique y operar una conjunción con los cosacos y los verdes del Kuban. El 17 de agosto de 1920, 5.000 hombres desembarcaron cerca de Novorossisk. Bajo la presión conjunta de los blancos, los cosacos y los verdes, los bolcheviques tuvieron que abandonar Yekaterinodar, la principal ciudad del Kuban, y después el conjunto de la región. Por su parte, el general Wrangel avanzó por Ucrania del sur.
Los éxitos de los blancos fueron, sin embargo, de corta duración. Desbordados por fuerzas bolcheviques muy superiores en número, las tropas de Wrangel, entorpecidas por inmensos cortejos de civiles, regresaron a finales de octubre a Crimea en el más indescriptible desorden. La recuperación de Crimea por los bolcheviques, último episodio del enfrentamiento entre blancos y rojos, dio lugar a una de las mayores matanzas de la guerra civil: al menos 50.000 civiles fueron asesinados por los bolcheviques en noviembre y diciembre de 1920. [112]
Al encontrarse, una vez más, en el campo de los vencidos, los cosacos se vieron sometidos a un  nuevo terror rojo. Uno de los principales dirigentes de la Cheka, el letón Karl Lander, fue nombrado “plenipotenciario en el norte del Cáucaso y del Don”. Puso en funcionamiento troikas, tribunales especiales encargados de la descosaquización. Tan solo durante el mes de octubre de 1920 estas troikas condenaron a muerte a más de 6.000 personas inmediatamente ejecutadas. [113] Las familias – a veces incluso los vecinos – de los guerrilleros verdes o de los cosacos que habían tomado las armas contra el régimen y que no habían sido atrapados, fueron detenidas sistemáticamente como rehenes y encerradas en campos de concentración; verdaderos campos de la muerte como lo reconoció Martin Latsis, el jefe de la Cheka de Ucrania, en uno de sus informes: “Reunidos en un campo de concentración cerca de Maikop, los rehenes – mujeres, niños y ancianos – sobreviven en condiciones terribles, en medio del barro y el frío de octubre (…) Mueren como moscas (…) Las mujeres están dispuestas a todo con tal de escapar de la muerte. Los soldados que vigilan el campo se aprovechan de ello para mantener relaciones con estas mujeres”. [114]
Toda resistencia era objeto de despiadados castigos. Cuando el jefe de la cheka de Piatigorsk cayó en una emboscada, los chekistas decidieron organizar una “jornada de terror rojo”. Sobrepasando las instrucciones del mismo Lander, que deseaba que “este acto terrorista sea aprovechado para atrapar a rehenes preciosos con la intención de ejecutarlos y para acelerar los procedimientos de ejecución de los espías blancos y contrarrevolucionarios en general”, los chekistas de Piatigorsk se lanzaron a una oleada de arrestos y de ejecuciones. Según Lander, la cuestión del terror rojo fue resuelta de manera simplista. Los chekistas de Piatigorsk decidieron ejecutar a 300 personas en un día. Definieron cuotas para la ciudad de Piatigorsk y para las aldeas de los alrededores y ordenaron a las organizaciones del partido que prepararan las listas para la ejecución. Este método insatisfactorio implicó numerosos ajustes de cuentas. En Kislovodsk, faltos de ideas, se decidió matar a las personas que se encontraban en el hospital.
Uno de los métodos más expeditivos de descosaquización fue la destrucción de aldeas cosacas y la deportación de todos los supervivientes. Los archivos de Sergo Ordzhonikizde, uno de los principales dirigentes bolcheviques, y en aquella época presidente del Comité Revolucionario del Cáucaso Norte, conservaron los documentos de una de esas operaciones que se desarrollaron a finales de octubre, mediados de noviembre de 1920. [115]
El 23 de octubre, Sergo Ordzhonikizde ordenó:
“1)- Quemar completamente la aldea Kalinovskaya.
2)- Vaciar de todos sus habitantes las aldeas Ermolovskaya, Romanovskaya, Samachinskaya y Mijailovskaya; las casas y las tierras que pertenecen a los habitantes serán distribuidas entre los campesinos pobres y en particular entre los chechenos que se han caracterizado siempre por su profundo apego al poder soviético.
3)- Embarcar a toda la población de 18 a 50 años de estas aldeas ya mencionadas en transportes y deportarlos, bajo escolta, hacia el norte, para realizar allí trabajos forzados de categoría pesada.
4)- Expulsar a las mujeres, a los niños y a los ancianos, dejándoles no obstante autorización para reinstalarse en otras aldeas más al norte.
5)- Requisar todo el ganado y todos los bienes de los habitantes de los Burgos ya mencionados.”
Tres semanas más tarde, un informe dirigido a Ordzhonikizde describía así el desarrollo de las operaciones:
  • “Kalinovskaya: aldea enteramente quemada, toda la población (4.220) deportada o expulsada.
  • Ermolovskaya: limpiada de todos sus habitantes (3.218)
  • Romanovskaya: deportados 1.600; quedan por deportar 1.661
  • Samachinskaya: deportados 1.018; quedan por deportar 1.900
  • Mijailovskaya: deportados 600; quedan por deportar 2.200
Además, 154 vagones de productos alimenticios fueron enviados a Grozny. En las tres aldeas en las que la deportación no ha sido aun concluida fueron deportadas en primer lugar las familias de los elementos blancos-verdes, así como elementos que habían participado en la última insurrección. Entre aquellos que no han sido deportados figuran simpatizantes del régimen soviético, familias de soldados del Ejército Rojo, funcionarios y comunistas. El retraso sufrido por las operaciones de deportación se explica por la carencia de vagones. Como término medio, no se recibe, para llevar a cabo las operaciones, más que un solo transporte al día. Para acabar las operaciones de deportación, se solicitan con urgencia 306 vagones suplementarios”. [116]
¿Cómo concluyeron estas “operaciones”? Desgraciadamente ningún documento preciso nos arroja claridad sobre este aspecto. Se sabe que las “operaciones” se prolongaron y que, al fin de cuentas, los hombres deportados fueron, por regla general, enviados no hacia el Gran Norte – como sería el caso con posterioridad – sino hacia las minas del Donetz, más cercanas. Dado el estado de los transportes ferroviarios a finales de 1920, la intendencia debió tener dificultades para seguirlos…
No obstante, en muchos aspectos, estas “operaciones” de descosaquización prefiguraban las “operaciones” de deskulakización que se iniciarían 10 años más tarde: con incluso la misma concepción de una responsabilidad colectiva, el mismo proceso de deportación mediante transportes, los mismos problemas de intendencia y de lugares de acogida no preparados para recibir a los deportados y la misma idea de explotar a los deportados sometiéndolos a trabajos forzados. Las regiones cosacas del Don y del Kuban pagaron un pesado tributo por su oposición a los bolcheviques. Según las estimaciones más fiables, entre 300.000 y 500.000 personas fueron muertas o deportadas entre 1919 y 1920, sobre una población total que no superaba las 3.000.000 de personas.

Las matanzas de rehenes y detenidos

Entre las operaciones represivas más difíciles de incluir en una lista y de evaluar figuran las matanzas de detenidos y de rehenes encarcelados por la sola pertenencia a una “clase enemiga” o “socialmente extraña”. Estas matanzas se inscribían en la continuidad y la lógica del terror rojo de la segunda mitad de 1918, pero a una escala todavía más importante. Esta oleada de matanzas “sobre una base de clase” estaba permanentemente justificada por el hecho de que un mundo nuevo estaba naciendo. Todo estaba permitido, como explicaba a sus lectores el editorial del primer número de Krasnyi Mech (La Espada Roja), periódico de la cheka de Kiev:
“Rechazamos los viejos sistemas de moralidad y de »humanidad« inventados por la burguesía con la finalidad de oprimir y de explotar a las »clases inferiores«. Nuestra moralidad no tiene precedente, nuestra humanidad es absoluta porque descansa sobre un nuevo ideal: destruir cualquier forma de opresión y de violencia. Para nosotros todo está permitido porque somos los primeros en el mundo en levantar la espada no para oprimir y reducir a la esclavitud, sino para liberar a la humanidad de sus cadenas. . . ¿Sangre? ¡Que la sangre corra a ríos! Puesto que solo la sangre puede colorear para siempre la bandera negra de la burguesía pirata convirtiéndola en un estandarte rojo, bandera de la Revolución. ¡Puesto que solo la muerte final del viejo mundo puede liberarnos para siempre jamás del regreso de los chacales!” [117]
Estas llamadas al asesinato atizaban el viejo fondo de violencia y deseo de venganza social presentes en muchos chekistas, reclutados a menudo – como lo reconocía un buen número de dirigentes bolcheviques – entre los “elementos criminales y socialmente degenerados de la sociedad”. En una carta dirigida el 22 de marzo de 1919 a Lenin, el dirigente bolchevique Gopnes describía así las actividades de la cheka de Yekaterinoslavl: “En esta organización gangrenada de criminalidad, de violencia y de arbitrariedad, dominada por canallas y criminales comunes, hombres armados hasta los dientes ejecutaban a todo el que no les gustaba, requisaban, saqueaban, violaban, metían en prisión, hacían circular billetes falsos, exigían sobornos, a continuación obligaban a cantar a aquellos a los que habían arrancado estos sobornos, y después los liberaban a cambio de sumas diez o veinte veces superiores”. [118]
Los archivos del Comité Central, al igual que los de Félix Dzerzhinsky, contienen innumerables informes de responsables del partido o de inspectores de la policía política describiendo la “degeneración” de las checas locales “ebrias de violencia y de sangre”. La desaparición de toda norma jurídica o moral favorecía a menudo una total autonomía de los responsables locales de la Cheka, que no respondían ya de sus actos ante sus superiores y se transformaban en tiranos sangrientos, incontrolados e incontrolables. Tres extractos de informe, entre decenas de otros del mismo tipo, ilustran esta derivación de la Cheka hacia un contexto de arbitrariedad total, de ausencia absoluta de derecho.
De Sysran, en la provincia de Tambov, el 22 de marzo de 1919, llega este informe de Smirnov, instructor de la Cheka, a Dzerzhinsky: “He verificado el asunto de la sublevación kulak en la volost Novo-Matrionskaya. La instrucción ha sido llevada a cabo de manera caótica. Setenta y cinco personas han sido interrogadas bajo tortura y los testimonios transcriptos de tal manera que es imposible entender nada (...) Se ha fusilado a 5 personas el 16 de febrero, a 13 el día siguiente. El proceso verbal de las condenas y de las ejecuciones es del 28 de febrero. Cuando se ha pedido al responsable de la cheka local que se explique, me ha respondido: »Nunca hay tiempo para escribir los procesos verbales. ¿De qué servirían de todas maneras ya que se extermina a los kulaks y a los burgueses como clase?« [119]
De Yaroslavl, el 26 de septiembre de 1919, llega el informe del secretario de la organización regional del partido bolchevique: “Los chekistas saquean y detienen a cualquiera. Sabiendo que quedarán impunes, han transformado la sede de la cheka en un inmenso burdel adonde llevan a las «burguesas». La embriaguez es general. La cocaína es ampliamente utilizada por los jefecillos”. [120]
De Astracán, el 16 de octubre de 1919, llega el informe de misión de N. Rosental, inspector de la dirección de departamentos especiales: “Atarbekov, jefe de los departamentos especiales del XI Ejército, ni siquiera reconoce el poder central. El 30 de julio último, cuando el camarada Zakovsky, enviado por Moscú para controlar el trabajo de los departamentos especiales, se dirigió a ver a Atarbekov, éste le dijo: »Dígale a Dzerzhinsky que no me dejaré controlar...« Ninguna norma administrativa es respetada por un  personal compuesto mayoritariamente por elementos dudosos, incluso criminales. Los archivos del departamento operativo son casi inexistentes. En relación con las condenas a muerte y las ejecuciones de las sentencias, no he encontrado los protocolos individuales de juicio y de condena; solo listas, a menudo incompletas, con la única mención de «fusilado por orden del camarada Atarbekov». Por lo que se refiere a los sucesos del mes de marzo, es imposible hacerse una idea de quién ha sido fusilado y por qué (...) Las borracheras y la orgías son cotidianas. Casi todos los chekistas consumen abundantemente cocaína. Esto les permite, dicen ellos, soportar mejor la visión cotidiana de la sangre. Ebrios de violencia y de sangre, los chekistas cumplen con su deber, pero son indudablemente elementos incontrolados que es necesario vigilar estrechamente”. [121]
Las relaciones internas de la Cheka y del partido bolchevique confirman hoy en día los numerosos testimonios recogidos desde los años 1919-1920 por los adversarios de los bolcheviques y fundamentalmente por la comisión especial de encuesta sobre los crímenes bolcheviques, puesta en funcionamiento por el general Denikin, y cuyos archivos, transferidos de Praga a Moscú en 1945, cerrados durante largo tiempo, ahora resultan accesibles.
Desde 1926, el historiador socialista-revolucionario ruso Serguei Melgunov había intentado inventariar, en su obra El terror rojo en Rusia, las principales matanzas de detenidos, de rehenes y de simples civiles ejecutados en masa por los bolcheviques, casi siempre sobre una “base de clase”. Aunque incompleta, la lista de los principales episodios relacionados con este tipo de represión, tal y como resulta mencionada en esta obra precursora, está plenamente confirmada por un conjunto concordante de fuentes documentales muy diversas que emanan de los dos campos presentes. La incertidumbre sigue existiendo no obstante, dado el caos organizativo que reinaba en la Cheka en relación con el número de víctimas ejecutadas en el curso de los principales episodios represivos identificados hoy en día con precisión. Se puede, como mucho, correr el riesgo de avanzar cifras de su magnitud, contrastando diversas fuentes.

El “exterminio de la burguesía como clase”.

Las primeras matanzas de “sospechosos”, rehenes y otros “enemigos del pueblo” encerrados preventivamente, y por simple medida administrativa, en prisiones o en campos de concentración, habían comenzado en septiembre de 1918, durante el primer Terror Rojo. Tras quedar establecidas las categorías de “sospechosos”, “rehenes” y “enemigos del pueblo”, y al resultar rápidamente operativos los campos de concentración, la máquina represora estaba dispuesta para funcionar. El elemento desencadenante, en una guerra de frentes móviles en que cada mes aportaba su parte de cambio de la fortuna militar, era naturalmente la toma de una ciudad ocupada hasta entonces por el adversario o bien, por el contrario, su abandono precipitado.
La imposición de la “dictadura del proletariado” en las ciudades conquistadas o recuperadas pasaba por las mismas etapas: disolución de todas las asambleas anteriormente elegidas; prohibición total del comercio, medida que implicaba inmediatamente el encarecimiento de todos los productos y después su desaparición;  confiscación de las empresas, nacionalizadas o municipalizadas; imposición de una muy elevada contribución financiera sobre la burguesía – 600 millones de rublos en Jarkov en febrero de 1919, 500 millones en Odesa en abril de 1919. Para garantizar la buena ejecución de esta contribución, centenares de “burgueses” eran tomados de rehenes y encarcelados en campos de concentración. En la práctica, la contribución  fue sinónimo de saqueos, de expropiación y de vejación, primera etapa de un aniquilamiento de la “burguesía como clase”.
“Conforme a las resoluciones del soviet de los trabajadores, este 13 de mayo ha sido decretado el día de la expropiación de la burguesía”, se podía leer en el Izvestia del consejo de los diputados obreros de Odessa del 13 de mayo de 1919. “Las clases poseedoras deberán llenar un cuestionario detallado, inventariando los productos alimenticios, el calzado, la ropa, las joyas, las bicicletas, las colchas, las sábanas, los cubiertos de plata, la vajilla y otros objetos indispensables para el pueblo trabajador (...) Cada uno debe asistir a las comisiones de expropiación en esta tarea sagrada (...) Aquellos que no obedezcan las órdenes de las comisiones de expropiación serán inmediatamente detenidos. Los que se resistan serán fusilados sobre el terreno”.
Como lo reconocía Latsis, el jefe de la cheka ucraniana, en una circular a las chekas locales, todas estas “expropiaciones” iban a parar al bolsillo de los chekistas y de otros jefecillos de innumerables destacamentos de requisas, de expropiación  y de guardias rojos que pululaban en circunstancias parecidas.
La segunda etapa de las expropiaciones fue la confiscación de los apartamentos burgueses. En esta “guerra de clases”, la humillación de los vencidos desempeñaba también un papel importante. “El pez gusta de ser sazonado con nata. La burguesía gusta de la autoridad que golpea y que mata”, se podía leer en el diario de Odessa ya citado, el 26 de abril de 1919. “Si ejecutamos algunas decenas de estos golfos y de estos idiotas, si los obligamos a barrer las calles, si obligamos a sus mujeres a fregar los cuarteles de los guardias rojos (y no sería un pequeño honor para ellas), comprenderán entonces que nuestro poder es sólido, y que no pueden esperar nada ni de los ingleses ni de los hotentotes”.  [122]
Tema recurrente de los numerosos artículos de los periódicos bolcheviques en Odessa, Kiev, Jarkov, Yekaterinoslavl, y también Perm, en los Urales, o Nizhni-Novgorod, la humillación de las “burguesas” obligadas a limpiar las letrinas y los cuarteles de los chekistas o de los guardias rojos parece haber sido una práctica corriente. Pero era también una versión edulcorada y “políticamente presentable” de una realidad mucho más brutal: la violación; fenómeno que según muy numerosos testimonios concordantes, adquirió proporciones gigantescas muy especialmente durante la segunda reconquista de Ucrania, de las regiones cosacas y de Crimea en 1920.
Etapa lógica y última del “exterminio de la burguesía como clase”, las ejecuciones de detenidos, sospechosos y rehenes encarcelados por su sola pertenencia a las “clases poderosas” aparecen atestiguadas en numerosas ciudades tomadas por los bolcheviques. En Jarkov, entre 2.000 y 3.000 ejecuciones en febrero-junio de 1919; entre 1.000 y 2.000 durante la segunda toma de la ciudad, en diciembre de 1919. En  Rostov sobre el Don, alrededor de 1.000 en enero de 1920; en Odessa, 2.200 entre mayo y agosto de 1919, después de 1.500 a 3.000 entre febrero de 1920 y febrero de 1921. En Yekaterinodar, al menos 3.000 entre agosto de 1920 y febrero de 1921. En Armavir, pequeña ciudad del Kuban, de 2.000 a 3.000 entre agosto y octubre de 1920. La lista se podría prolongar.
En realidad, tuvieron lugar además muchas otras ejecuciones pero no fueron objeto de investigaciones llevadas a cabo muy poco tiempo después de las matanzas. Así, se conoció mucho mejor lo sucedido en Ucrania o en el sur de Rusia que en el Cáucaso, en Asia Central o en los Urales. En efecto, las ejecuciones se aceleraban al acercarse el adversario, en el momento en que los bolcheviques abandonaban sus posiciones y “descongestionaban” las prisiones. En Jarkov, en el curso de los dos días precedentes a la llegada de los blancos, los días 8 y 9 de junio de 1919, centenares de rehenes fueron ejecutados. En Kiev, más de 1.800 personas fueron asesinadas entre el 22 y el 28 de agosto de 1919, antes de la reconquista de los blancos de la ciudad el 30 de agosto. Lo mismo sucedió en Yekaterinodar, donde, ante el avance de las tropas de los cosacos, Atarvekov, el jefe local de la cheka, hizo ejecutar en tres días, del 17 al 19 de agosto de 1920, a 1.620 “burgueses” en esa pequeña ciudad provincial que contaba antes de la guerra con menos de 30.000 habitantes. [123]
Los documentos de las comisiones de investigación de las unidades del ejército blanco, llegados al lugar algunos días, incluso algunas horas, después de las ejecuciones, contienen un océano de declaraciones, de testimonios, de informes de autopsias, de fotos de las matanzas y de la identidad de las víctimas. Si los ejecutados “de última hora”, eliminados con una bala en la nuca, no presentaban en general rastros de tortura, sucedía algo muy distinto con los cadáveres exhumados de los osarios más antiguos. El uso de las torturas más terribles está atestiguado por las autopsias, por elementos materiales y por testimonios. Descripciones detalladas de estas torturas figuran fundamentalmente en la recopilación de Serguei Melgunov, ya citada, y en la del Buró Central del partido socialista revolucionario, Cheka, editada en Berlín, en 1922. [124]

La masacre de Crimea

Las matanzas alcanzaron su apogeo en Crimea, durante la evacuación de las últimas unidades blancas de Wrangel y de los civiles que habían huido ante el avance de los bolcheviques. En algunas semanas, de mediados de noviembre a finales de diciembre de 1920, alrededor de 50.000 personas fueron fusiladas o ahorcadas. [125] Un gran número de ejecuciones tuvo lugar inmediatamente después del embarque de las tropas de Wrangel. En Sebastopol, varios centenares de estibadores fueron fusilados el 26 de noviembre por haber ayudado a la evacuación de los blancos. Los días 28 y 30 de noviembre, los Izvestia del comité revolucionario de Sebastopol publicaron dos listas de fusilados. La primera contaba con 1.634 nombres, la segunda con 1.202.
A principios de diciembre, cuando la fiebre de las primeras ejecuciones en masa volvió a descender, las autoridades comenzaron a proceder a elaborar un número de fichas tan completo como fuera posible, dadas las circunstancias, de la población de las principales ciudades de Crimea donde, pensaban, se ocultaban decenas, incluso centenares de millares, de burgueses que, procedentes de toda Rusia, habían huido a sus lugares de veraneo. El 6 de diciembre Lenin declaró ante una asamblea de responsables de Moscú que 300.000 burgueses habían huido en masa a Crimea. Aseguró que, en un futuro próximo, estos “elementos” que constituían una “reserva de espías y de agentes dispuestos a ayudar al capitalismo” serían “castigados”, [126]
Los cordones militares que cerraban el istmo de Perekop, única escapatoria terrestre, fueron reforzados. Con la red cerrada, las autoridades ordenaron a cada habitante que se presentara ante la Cheka para rellenar un largo formulario de investigación, que implicaba unas cincuenta cuestiones sobre su origen social, su pasado, sus actividades y sus ingresos, pero también su empleo en noviembre de 1920, sobre lo que pensaba de Polonia, de Wrangel, de los bolcheviques, etc. Sobre la base de estas “encuestas”, la población fue dividida en tres categorías: los que había que fusilar; los que había que enviar a un campo de concentración y a los que había que perdonar. Los testimonios de los raros supervivientes, publicados en los diarios de la emigración de 1921, describen a Sebastopol, una de las ciudades más duramente golpeadas por la represión, como una “ciudad de ahorcados”. “La perspectiva (avenida) Najimovsky estaba llena de cadáveres ahorcados de oficiales, de soldados, de civiles, detenidos en las calles. (...) La ciudad estaba muerta, y la población se escondía en cuevas y graneros. Todas las empalizadas, los muros de las casas, los postes de telégrafo y las vitrinas de los almacenes, estaban cubiertas de carteles que decían »muerte a los traidores«. (...) Se colgaba en las calles como instructivo.[127]
El último episodio del enfrentamiento entre blancos y rojos no puso fin a la represión. Los frentes militares de la guerra civil no existían ya, pero la guerra de “pacificación” y de “erradicación” se prolongaría durante cerca de dos años.

De Tambov a la Hambruna

La NEP: la Nueva Política Económica

A finales de 1920, el régimen bolchevique parecía triunfar. El último ejército blanco había sido vencido, los cosacos estaban derrotados y los destacamentos de Majno se retiraban.
No obstante, si la guerra reconocida – la llevada a cabo por los rojos contra los blancos – estaba terminada, el enfrentamiento entre el régimen y amplios sectores de la sociedad continuaba con todo encarnizamiento. El apogeo de las guerras campesinas se sitúa a principios de 1921, cuando provincias enteras escaparon del poder bolchevique. En la provincia de Tambov (Samara, Saratov, Tsaritsyn, Simbirsk), y en la Siberia occidental, los bolcheviques no controlaban más que las ciudades. Los campos estaban bajo el control de centenares de bandas de verdes, incluso de verdaderos ejércitos campesinos. En las unidades del Ejército Rojo los motines estallaban cada día. Las huelgas, los disturbios y las protestas obreras se multiplicaban en los últimos centros industriales del país que todavía seguían activos, en Moscú, Petrogrado, Ivanovo-Vosnessensk y Tula.
A finales del mes de febrero de 1921, los marinos de la base naval de Kronstadt, en la zona de Petrogrado, se amotinaron a su vez. La situación se convertía en explosiva y el país en ingobernable. Ante la amenaza de un verdadero maremoto social que significaría el riesgo de hundimiento del régimen, los dirigentes bolcheviques se vieron obligados a dar marcha atrás y a tomar la única medida que podía de momento calmar el descontento más masivo, el más general y peligroso: el descontento campesino. Prometieron poner término a las requisas, reemplazadas por un impuesto en especie. En este contexto de enfrentamiento entre el régimen y la sociedad es cuando comenzó, a partir de marzo de 1921, la NEP, la Nueva Política Económica.
Una historia política dominante durante largo tiempo ha acentuado de manera exagerada la “ruptura” de marzo de 1921. Ahora bien, adoptada precipitadamente, el último día del X Congreso del partido bolchevique y bajo la amenaza de una explosión social, la sustitución de las requisas por el impuesto en especie no implicó ni el final de las revueltas campesinas ni el de las huelgas obreras, ni una relajación de la represión. Los archivos hoy en día accesibles muestran que la paz civil no se instauró de la noche a la mañana durante la primavera de 1921. Las tensiones siguieron siendo muy fuertes, al menos hasta el verano de 1922 y en ciertas regiones hasta mucho después.
Los destacamentos de requisa continuaron asolando los campos, las huelgas obreras fueron salvajemente aplastadas, los últimos militantes socialistas detenidos, y la “erradicación de los bandidos de los bosques” se prosiguió por todos los medios – fusilamientos masivos de rehenes, bombardeos de aldeas con gas asfixiante. Al fin de cuentas, fue la hambruna de 1921-1922 la que doblegó los campos más agitados, aquellos que los destacamentos de requisa habían presionado más y que se habían sublevado para sobrevivir.
El mapa del hambre cubre exactamente aquellas zonas donde hubo requisas más elevadas durante el curso de los años precedentes y donde se produjeron las revueltas campesinas más virulentas. Aliada “objetiva” del régimen, arma absoluta de “pacificación”, la hambruna sirvió, además, de pretexto a los bolcheviques para asestar un golpe decisivo contra la Iglesia Ortodoxa y a la intelliguentsia que se habían movilizado para luchar contra el desastre.

La revuelta de Tambov

De todas las revueltas campesinas que habían estallado desde la instauración de las requisas en el verano de 1918, la revuelta de los campesinos de Tambov fue la más prolongada, la más importante y la mejor organizada. Situada a menos de 500 kilómetros al sudoeste de Moscú, la provincia de Tambov era, desde principios de siglo, uno de los bastiones del partido socialista-revolucionario, heredero del populismo ruso. En 1918-1920, a pesar de las represiones que se habían abatido sobre este partido, sus militantes seguían siendo numerosos y activos. Pero la provincia de Tambov era también el granero de trigo más cercano a Moscú y, desde el otoño de 1918, más de 100 destacamentos de requisa hicieron estragos en esta provincia agrícola densamente poblada.
En 1919 estallaron decenas de bunny, motines sin futuro, siendo todos despiadadamente reprimidos. En 1920, las cuotas de requisa fueron elevadas sustancialmente, pasando de 18 a 27 millones de puds, mientras que los campesinos habían disminuido considerablemente la superficie sembrada, sabiendo que todo lo que no tuvieran tiempo de consumir sería inmediatamente requisado. [128] Cumplir con las cuotas significaba, por lo tanto, hacer morir de hambre al campesinado.
El 9 de agosto de 1920, los incidentes habituales que se relacionaban con los destacamentos de suministros degeneraron en la aldea de Jitrovo. Como lo reconocieron las mismas autoridades locales, “los destacamentos cometían toda clase de abusos; saqueaban todo a su paso, hasta las almohadas y los utensilios de cocina; se repartían el botín y daban palizas a los ancianos de setenta años, siendo esto visto y sabido por todos. Estos ancianos eran castigados por la ausencia de sus hijos desertores que se ocultaban en los bosques (…) Lo que indignaba también a los campesinos era que el grano confiscado, transportado en carretas hasta la estación más próxima, se pudría en el lugar a la intemperie”. [129]
Iniciada en Jitrovo, la revuelta se extendió como una mancha de aceite. A finales de agosto de 1920, más de 14.000 hombres, desertores en su mayor parte, armados con fusiles, horquillas y hoces, habían expulsado o asesinado a “todos los representantes del poder soviético” de tres distritos de la provincia de Tambov. En algunas semanas esta revuelta campesina, que no se distinguía inicialmente de centenares de otras revueltas que desde hacía dos años habían estallado en Rusia o en Ucrania, se transformó – en ese bastión tradicional de los socialistas-revolucionarios – en un movimiento insurreccional bien organizado bajo la dirección de un hábil jefe militar: Alexander Stepanovich Antonov.
Militante socialista-revolucionario desde 1906, exiliado político en Siberia desde 1908, Antonov había estado relacionado a la revolución de febrero de 1917 como otros socialistas-revolucionarios “de izquierda” unido durante un tiempo al régimen bolchevique y había desempeñado funciones de jefe de la milicia de Kirsanov, su distrito natal. En agosto de 1918 había roto con los bolcheviques y se había puesto a la cabeza de una de esas innumerables bandas de desertores que controlaban los campos profundos, enfrentándose con los destacamentos de requisa y atacando a los escasos funcionarios soviéticos que se arriesgaban por los pueblos. Cuando, en agosto de 1920, la revuelta campesina afectó a su distrito de Kirsanov, Antonov puso en funcionamiento una organización eficaz de milicias campesinas, pero también un notable servicio de información que se infiltró hasta en la cheka de Tambov.  Organizó igualmente un servicio de propaganda que difundía tratados y proclamas denunciando la “comisariocracia bolchevique” y que movilizó a los campesinos en torno a determinadas reivindicaciones populares, tales como la libertad de comercio, el fin de las requisas, las elecciones libres y la abolición de los comisarios bolcheviques y de la Cheka. [130]
En paralelo, la organización clandestina del partido socialista-revolucionario fundaba una Unión del Campesinado Trabajador, red clandestina de militantes campesinos de fuerte implantación local. A pesar de las fuertes tensiones existentes entre Antonov, socialista-revolucionario disidente, y la dirección de la Unión, el movimiento campesino de la provincia de Tambov disponía de una organización militar, de un servicio de información y de un programa político que le proporcionaba una fuerza y una coherencia que no habían tenido antes la mayoría de los movimientos campesinos, con la excepción del movimiento de Majno.
En octubre de 1920, el poder bolchevique solo controlaba a la ciudad de Tambov y algunos escasos centros urbanos provinciales. Los desertores se unían por millares al ejército campesino de Antonov, que iba a contar en su apogeo con más de 50.000 hombres armados. El 19 de octubre, Lenin, que finalmente había adquirido conciencia de la gravedad de la situación, escribió a Dzerzhinsky: “Es indispensable aplastar de la manera más rápida y más ejemplar este movimiento (…) ¡Hay que dar muestra de la mayor energía![131]
A principios de noviembre, los bolcheviques reunían apenas a 5.000 hombres de las tropas de seguridad interna de la república pero, después de la derrota de Wrangel en Crimea, los efectivos de las tropas especiales enviadas a Tambov aumentaron rápidamente hasta alcanzar los 100.000 hombres, incluidos los destacamentos del Ejército Rojo, siempre minoritarios, porque eran juzgados poco fiables a la hora de reprimir las revueltas populares.
A comienzos del año 1921, las revueltas campesinas abarcaron nuevas regiones: todo el bajo Volga (las provincias de Samara, Saratov, Tsaritsyn, Astracán) pero también Siberia occidental. En la provincia de Samara, el comandante del distrito militar del Volga informaba el 12 de febrero de 1921: “Multitudes de varios miles de campesinos hambrientos asedian los hangares en que los destacamentos han almacenado el grano requisado para las ciudades y el ejército. La situación ha degenerado en varias ocasiones y el ejército ha tenido que disparar sobre la turba ebria de cólera”. Desde Saratov, los dirigentes bolcheviques locales telegrafiaron a Moscú: “El bandolerismo ha conquistado toda la provincia. Los campesinos se han apoderado de todas las reservas – 3 millones de puds – de los hangares del Estado. Están fuertemente armados gracias a los fusiles que les proporcionan los desertores. Unidades enteras del Ejército Rojo se han volatilizado”.
Al mismo tiempo, a más de 1.000 kilómetros al este, adquiría forma un nuevo foco de disturbios campesinos. Tras haber absorbido todos los recursos posibles de las regiones agrícolas prósperas del sur de Rusia y de Ucrania, el gobierno bolchevique se había vuelto, en otoño de 1920, hacia Siberia occidental, donde las cuotas de entrega fueron arbitrariamente fijadas en función de las exportaciones de cereales realizadas en . . . ¡1913!
Pero, ¿se podían comparar las entregas destinadas a las exportaciones pagadas en rublos-oro contantes y sonantes con las entregas reservadas por el campesino para las requisas arrancadas bajo amenaza? Como en todas partes, los campesinos siberianos se sublevaron para defender el fruto de su trabajo y asegurar su supervivencia. En enero-marzo de 1921, los bolcheviques perdieron el control de las provincias de Tiumen, de Omsk, de Cheliabinsk y de Ekaterinburgo, un territorio mayor que Francia, y el Transiberiano – la única vía férrea que unía la Rusia europea con Siberia – fue cortado.
El 21 de febrero, un ejército popular campesino se apoderó de la ciudad de Tobolsk, que las unidades del Ejército Rojo no llegaron a recuperar hasta el 30 de marzo. [132] En el otro extremo del país, en las capitales – la antigua Petrogrado y la nueva Moscú – la situación a principios de 1921 era casi igual de explosiva. La economía estaba prácticamente paralizada. Los trenes ya no circulaban. Carentes de combustible, la mayoría de las fábricas estaban cerradas o trabajaban a un ritmo lento. El suministro de las ciudades no estaba asegurado. Los obreros estaban en la calle o buscando alimento en los pueblos circundantes, o discutiendo en los talleres glaciales y medio desocupados después de que todos hubieran robado lo que podían para cambiar “la manufactura” por un poco de alimento.
El descontento es general”, concluía, el 16 de enero, un informe del Departamento de Información de la Cheka. “En los medios obreros se predice la caída próxima del régimen. Ya no trabaja nadie, la gente tiene hambre. Son inminentes las huelgas de gran intensidad. Las unidades de la guarnición de Moscú son cada vez menos seguras y pueden en cualquier instante escapar de nuestro control. Se imponen medidas profilácticas”. [133]
El 21 de enero, un decreto del gobierno ordenó reducir en un tercio, a contar desde el día siguiente, las raciones de pan en Moscú, Petrogrado, Ivanovo-Voznessensk y Kronstadt. Esta medida, que se producía en un momento en que el régimen no podía agitar la amenaza del peligro contrarrevolucionario blanco y apelar al patriotismo de clase de las masas trabajadoras (los dos últimos ejércitos blancos ya habían sido derrotados), provocó un estallido. Desde finales de enero hasta mediados de marzo de 1921, las huelgas, las reuniones de protesta, las marchas contra el hambre, las manifestaciones y las ocupaciones de fábricas se sucedieron diariamente. A finales de febrero y principios de marzo alcanzaron su apogeo, tanto en Moscú como en Petrogrado. Los días 22-24 de febrero graves incidentes enfrentaron en Moscú a destacamentos de la Cheka con manifestantes obreros que intentaban forzar la entrada de los cuarteles para confraternizar con los soldados. Algunos obreros fueron muertos y centenares detenidos. [134]
En Petrogrado, los disturbios adquirieron una nueva amplitud a partir del 22 de febrero, cuando los obreros de varias grandes fábricas eligieron, como en marzo de 1918, una “asamblea de representantes obreros” con fuerte coloración menchevique y socialista-revolucionaria. En su primera proclama, esta asamblea exigió la abolición de la dictadura bolchevique, elecciones libres para los soviets, libertad de palabra, asociación y prensa, y la liberación de todos los presos políticos. Para conseguir estos objetivos, la asamblea convocaba a la huelga general.
El comandante militar no consiguió impedir que varios regimientos celebraran reuniones en el curso de las cuales se adoptaron mociones de apoyo a los obreros. El 24 de febrero, algunos destacamentos de la Cheka, abrieron fuego sobre una manifestación obrera, matando a 12 obreros. Ese mismo día, cerca de 1.000 obreros y militantes socialistas fueron detenidos. [135]

El amotinamiento de Kronstadt

No obstante, las filas de los manifestantes aumentaban sin cesar. Millares de soldados desertaban de sus unidades para unirse a los obreros. Cuatro años después de los días de febrero que habían derribado al régimen zarista, parecía que se repetía el mismo escenario: la confraternización de los manifestantes obreros y de los soldados amotinados. El 26 de febrero, a las 21 horas, Zinoviev, el dirigente de la organización bolchevique de Petrogrado, envió a Lenin un telegrama en el que se percibía el pánico: “Los obreros han entrado en contacto con los soldados acuartelados. (…) Seguimos esperando el refuerzo de las tropas solicitadas a Novgorod. Si no llegan tropas seguras en las próximas horas, vamos a vernos desbordados.
Dos días después se produjo el acontecimiento que los dirigentes bolcheviques temían por encima de todo: el amotinamiento de los marinos de los dos acorazados en la base de Kronstadt, situada en la cercanía de Petrogrado. El 28 de febrero, a las 23 horas, Zinoviev dirigió un nuevo telegrama a Lenin: “Kronstadt: los dos principales navíos, el Sebastopol y el Petropavlovsk, han adoptado resoluciones eseristas-cien-negros y dirigido un ultimátum al que debemos responder en 24 horas. Entre los obreros de Petrogrado la situación sigue siendo muy inestable. Las grandes empresas están de huelga. Pensamos que los eseristas van a acelerar el movimiento”. [136]
Las reivindicaciones que Zinoviev calificaba de “eseristas-cien-negros” no eran otras que las formuladas por la inmensa mayoría de los ciudadanos después de tres años de dictadura bolchevique: reelección de los soviets por sufragio secreto después de debates y de elecciones libres; libertad de palabra y de prensa – precisando, no obstante que sería “a favor de los obreros, de los campesinos, de los anarquistas y de los partidos socialistas de izquierda” – igualdad de racionamiento para todos y liberación de todos los detenidos políticos miembros de los partidos socialistas, de todos los obreros, campesinos, soldados y marinos detenidos en razón de sus actividades en los movimientos obrero y campesino; creación de una comisión encargada de examinar los casos de todos los detenidos en las prisiones y en los campos de concentración; supresión de las requisas; abolición de los destacamentos especiales de la Cheka; libertad absoluta para los campesinos de “hacer lo que deseen con su tierra y criar su propio ganado, a condición de que se las arreglen por sus propios medios”. [137]
En Kronstadt, los acontecimientos se precipitaban. El 1 de marzo se celebró un inmenso mitin que reunió a más de 15.000 personas, la cuarta parte de la población civil y militar de la base naval. Al acudir al lugar para intentar salvar la situación, Mijail Kalinin, presidente del Comité Ejecutivo Central de los soviets, fue despedido bajo los abucheos de la multitud. Al día siguiente, los insurrectos, a los que se habían unido al menos la mitad de los 2.000 bolcheviques de Kronstadt, formaron un comité revolucionario provisional que intentó inmediatamente entrar en contacto con los huelguistas y los soldados de Petrogrado.
Los informes cotidianos de la Cheka sobre la situación en Petrogrado durante la primera semana de marzo de 1921 dan testimonio de la amplitud del apoyo popular al motín de Kronstadt. “El comité revolucionario de Kronstadt espera de un día a otro una sublevación general en Petrogrado. Se ha establecido el contacto entre los amotinados y un gran número de fábricas. (…) Hoy, durante un mitin en la fábrica Arsenal, los obreros han votado una resolución en la que se llama a unirse a la insurrección. Una delegación de tres personas – un anarquista, un menchevique y un socialista-revolucionario – ha sido elegida para mantener el contacto con Kronstadt”. [138]
Para aplastar directamente el movimiento, la cheka de Petrogrado recibió orden, el 7 de marzo, de “emprender acciones decisivas contra los obreros”. En cuarenta y ocho horas, más de 2.000 obreros, simpatizantes y militantes socialistas o anarquistas, fueron detenidos. A diferencia de los amotinados, los obreros no tenían armas y no podían oponer ninguna resistencia frente a los destacamentos de la Cheka.
Tras haber aplastado la base de retaguardia de la insurrección, los bolcheviques prepararon minuciosamente el asalto a Kronstadt. El general Tujachevsky recibió el encargo de liquidar la rebelión. Para disparar contra el pueblo, el vencedor de la campaña de Polonia de 1920 recurrió a los jóvenes reclutas de la escuela militar, sin tradición revolucionaria, así como a las tropas especiales de la Cheka. Las operaciones se iniciaron el 8 de marzo. Diez días más tarde, Kronstadt caía al precio de millares de muertos de uno y otro lado.
La represión de la insurrección fue despiadada. Varios centenares de insurgentes, que habían caído prisioneros, fueron pasados por las armas en los días que siguieron a su derrota. Los archivos recientemente publicados hacen referencia, solamente durante los meses de abril-junio de 1921, a 2.103 condenas a muerte y a 6.459 condenas a penas de prisión o de campo de concentración. [139]
Justo antes de la toma de Kronstadt, cerca de 8.000 personas habían logrado huir, a través de las extensiones heladas del golfo, hasta Finlandia, donde fueron internadas en campos de tránsito, entre Terijoki, Vyborg e Ino. Engañadas por una promesa de amnistía, muchas de ellas regresaron en 1922 a Rusia, donde fueron inmediatamente detenidas y enviadas a los campos de concentración de las islas Solovky y a Jolmogory, uno de los campos de concentración más siniestros, cerca de Arkángel. [140] Según una fuente procedente de medios anarquistas, de los 5.000 detenidos de Kronstadt enviados a Jolmogory, menos de 1.500 seguían todavía con vida en la primavera de 1922. [141]
El campo de Jolmogory, situado a orillas del gran río Dvina, era tristemente célebre por la manera expeditiva en que se desembarazaban en él de un gran número de detenidos. Se los embarcaba en gamarras y se precipitaba a los desdichados, con una piedra al cuello y los brazos atados, a las aguas del río. Mijail Kedrov, uno de los principales dirigentes de la Cheka, había inaugurado estos asesinatos por ahogamiento masivo en junio de 1920. Según varios testimonios concordantes, un gran número de amotinados de Kronstadt, de los cosacos y de campesinos de la provincia de Tambov, deportados a Jolmogory, habrían sido ahogados en el Dvina en 1922. Ese mismo año, una comisión especial de evaluación deportó a Siberia a 2.514 civiles de Kronstadt, ¡por el simple hecho de haber permanecido en la plaza fuerte durante los acontecimientos! [142]

La represión a los socialistas no bolcheviques

Vencida la rebelión de Kronstadt, el régimen dedicó todas sus fuerzas a la caza de los militantes socialistas, a la lucha contra las huelgas y el “abandono obrero”, al aplastamiento de las insurrecciones campesinas que continuaban en su apogeo a pesar de la proclamación oficial del fin de las requisas, y a la represión contra la Iglesia.
El 28 de febrero de 1921, Dzerzhinsky había ordenado a todas las checas provinciales: “1)- Detener inmediatamente a toda la intelliguentsia anarquizante menchevique, socialista-revolucionaria, en particular a los funcionarios que trabajan en los comisariados del pueblo para la agricultura y los suministros. 2)- Después de este inicio, detener a todos los mencheviques, socialistas-revolucionarios y anarquistas que trabajan en las fábricas y que son susceptibles de convocar a huelgas o manifestaciones” [143]
Lejos de señalar un relajamiento en la política represiva, la introducción de la NEP, a partir de marzo de 1921, vino acompañada por un recrudecimiento de la represión contra los militantes socialistas moderados. Esta represión no fue dictada por el peligros de ver cómo se oponían a la nueva política económica, sino por el hecho de que la habían reclamado desde hacía mucho tiempo, mostrando así su perspicacia y la justicia de su análisis. “El único lugar de los mencheviques y de los eseristas, ya lo sean declarada o encubiertamente” – escribía Lenin en abril de 1921 – “es la prisión”.
Algunos meses más tarde, juzgando que los socialistas eran todavía demasiado “revoltosos”, escribió: “¡Si los mencheviques y los eseristas siguen enseñando todavía la punta de la nariz, fusilarlos sin piedad!”. Entre marzo y junio de 1921, todavía fueron detenidos más de 2.000 militantes y simpatizantes socialistas moderados. Todos los miembros del Comité Central del partido menchevique se encontraban en prisión. Amenazados con la deportación a Siberia, iniciaron, en enero de 1922, una huelga de hambre. Doce dirigentes, entre ellos Dan y Nikolayevsky, fueron entonces expulsados al extranjero y llegaron a Berlín en febrero de 1922.

La represión a los mineros del Donbass

Una de las prioridades del régimen en la primavera de 1921 era volver a poner en marcha la producción industrial que había caído a una décima parte de lo que había sido en 1913. Lejos de relajar la presión que se ejercía sobre los obreros, los bolcheviques mantuvieron e incluso reforzaron la militarización del trabajo puesta en vigor en el curso de los años anteriores. La política llevada a cabo en 1921, después de la adopción de la NEP, en la gran región industrial y minera del Donbass, que producía más del 80% del carbón y del acero del país, resulta reveladora de los métodos dictatoriales empleados por los bolcheviques para “volver a poner los obreros a trabajar”.
A finales de 1920, Piatakov, uno de los principales dirigentes y personaje cercano a Trotsky, había sido nombrado para desempeñar la dirección central de la industria del carbón. En un año llegó a quintuplicar la producción de carbón, al precio de una política de explotación y represión de la clase obrera sin precedentes que descansaba sobre una militarización del trabajo de los 120.000 mineros que dependían de su dirección. Piatakov impuso una disciplina rigurosa: cualquier ausencia era considerada “un acto de sabotaje” y sancionada con una pena de campo de concentración, incluso con la pena de muerte: 18 mineros fueron ejecutados en 1921 por “parasitismo grave”. Procedió a un aumento de los horarios de trabajo (fundamentalmente el trabajo en domingo) y generalizó el “chantaje de la cartilla de racionamiento” para obtener de los obreros un aumento de productividad.
Todas estas medidas fueron adoptadas en un momento en que los obreros recibían, como pago total, entre la tercera parte y la mitad del pan necesario para su supervivencia, y en que debían, al final de su jornada de trabajo, prestar su único par de zapatos a los compañeros que los relevaban. Como reconocía la dirección de la industria carbonífera, entre las numerosas razones del elevado ausentismo figuraban, además de las epidemias, el “hambre permanente” y “la ausencia casi total de ropa, pantalones y calzado”.
Para reducir el número de bocas que había que alimentar cuando amenazaba el hambre, Piatakov ordenó, el 24 de junio de 1921, la expulsión de las ciudades mineras de todas las personas que no trabajaban en las minas y que representaban, por lo tanto, “un peso muerto”. Se retiraron las cartillas de racionamiento a los miembros de las familias de los mineros. Las normas de racionamiento fueron estrictamente relacionadas con los logros individuales de cada minero y fue introducida una forma primitiva de salario a destajo. [144]
Todas estas medidas iban en contra de las ideas de igualdad y de “racionamiento garantizado” con las que todavía se ilusionaban muchos obreros, encandilados por la mitología obrerista bolchevique. Preanunciaban de manera notable las medidas antiobreras de los años treinta. Las masas obreras no eran más que rabsita (la fuerza de trabajo) que había que explotar de la manera más eficaz posible, limitando a la legislación laboral y a los sindicatos inútiles al simple papel de aguijones de la productividad.
La militarización del trabajo aparecía como la forma más eficaz de encuadramiento de esta mano de obra reacia, muerta de hambre y poco productiva. No podemos dejar de preguntarnos acerca de la relación existente entre esta forma de explotación del trabajo libre y el trabajo forzado de los grandes complejos penitenciarios creados a principios de los años treinta. Como tantos otros episodios de estos años nacientes del bolchevismo – que no pueden verse limitados a la guerra civil – lo que pasaba en el Donbass en 1921 anunciaba determinadas prácticas que iban a darse cita en el núcleo del stalinismo.

La “pacificación” de los campesinos de Tambov

Entre las otras operaciones prioritarias en la primavera de 1921 figuraba, para el régimen bolchevique, la “pacificación” de todas las regiones controladas por bandas y destacamentos de campesinos. El 27 de abril de 1921, el Buró Político nombró al general Tujachevsky responsable de “las operaciones de liquidación de las bandas de Antonov en la provincia de Tambov”. A la cabeza de cerca de 100.000 hombres, entre los que se encontraba una elevada proporción de destacamentos especiales de la Cheka, equipados con artillería pesada y aviones, Tujachevsky acabó con los destacamentos de Antonov desencadenando una represión de una violencia inaudita.
Tujachevsky y Antonov-Ovseenko, presidente de la comisión plenipotenciaria del Comité ejecutivo Central nombrado para establecer un verdadero régimen de ocupación en la provincia de Tambov, practicaron masivamente las detenciones de rehenes, las ejecuciones, los internamientos en campos de concentración, el exterminio mediante gases asfixiantes y la deportación de aldeas enteras de las que se sospechaba que ayudaban y daban cobijo a los “bandidos”. [145]
La orden del día número 171 de fecha 11 de junio de 1921 de Antonov-Ovseenko y Tujachevsky, aclara los métodos con los que fue “pacificada” la provincia de Tambov. Esta orden estipulaba fundamentalmente:
“1)- Fusilar en el lugar sin juicio a todo ciudadano que se niegue a dar su nombre.
2)- Las comisiones políticas de distrito o las comisiones políticas de zona tienen el poder de pronunciar contra las aldeas en que están ocultas armas un veredicto para arrestar rehenes y fusilarlos en el caso de que no se entreguen las armas.
3)- En el caso en que se encuentren armas ocultas, fusilar en el lugar, sin juicio, al hijo mayor de la familia.
4)- la familia que haya ocultado a un bandido en su casa debe ser arrestada y deportada fuera de la provincia, sus bienes confiscados y el hijo mayor de esta familia fusilado sin juicio.
5)- Considerar como bandidos a las familias que oculten miembros de la familia de los bandidos y fusilar en el lugar, sin juicio, al hijo mayor de esta familia.
6)- En el caso de que tenga lugar la huida de la familia de un bandido, repartir sus bienes entre los campesinos fieles al poder soviético y quemar o demoler las casas abandonadas.
7)- Aplicar la presente orden del día rigurosamente y sin piedad” [146]
Al día siguiente de la promulgación de la orden del día número 171, el general Tujachevsky ordenó atacar con gases asfixiantes a los rebeldes. “Los residuos de las bandas desechas y de los bandidos aislados continúan reuniéndose en los bosques (…) Los bosques en que se ocultan los bandidos deben ser limpiados mediante gas asfixiante. Todo debe estar calculado para que la nube de gas penetre en el bosque y extermine a todo aquél que se oculta en el mismo. El inspector de artillería debe proporcionar inmediatamente las cantidades necesarias de gas asfixiante así como especialistas competentes en este género de operaciones.”  El 19 de julio, ante la oposición de numerosos dirigentes bolcheviques a esta forma extrema de “erradicación”, la orden número 117 fue anulada. [147]
En este mes de julio de 1921, las autoridades militares y la Cheka habían abierto ya siete campos de concentración en los que, según datos todavía parciales, estaban encerradas al menos 50.000 personas, en su mayoría mujeres, ancianos, niños, “rehenes” y miembros de familias de campesinos desertores. La situación de estos campos era terrible: el tifus y el cólera eran endémicos y los detenidos, medio desnudos, carecían de todo. Durante el verano de 1921 hizo su aparición el hambre. La mortalidad alcanzó, en el otoño, del 15 al 20% mensual.
El 1 de septiembre de 1921 no quedaban más que algunas bandas que reunían en total apenas más de un millar de hombres en armas, frente a los 40.000 que había en el apogeo del movimiento campesino en febrero de 1921. A partir de noviembre de 1921, aunque los campos habían sido “pacificados” hacía mucho tiempo, varios millares de detenidos entre los más capaces fueron deportados hacia los campos de concentración del norte de Rusia, a Arkángel y Jolmogory. [148]
Tal como testifican los informes semanales de la Cheka dirigidos a los jefes bolcheviques, la “pacificación” de los campos continuó en numerosas regiones – Ucrania, Siberia occidental, provincias del Volga, Cáucaso – al menos hasta la segunda mitad del año 1922. Las costumbres adquiridas en el transcurso de los años precedentes seguían persistiendo y, aunque oficialmente las requisas habían sido abolidas en marzo de 1921, el cobro del impuesto en especie que reemplazaba a las requisas a menudo se llevaba a cabo con una extrema brutalidad. Las cuotas, muy elevadas en relación con la situación catastrófica de la agricultura en 1921, mantenían una tensión permanente en los campos donde muchos campesinos habían guardado armas.
Describiendo sus impresiones de viaja a las provincias de Tula, Orel y Voronezh en mayo de 1921, el comisario del pueblo para la agricultura, Nikolay Ossinsky, informaba que los funcionarios locales estaban convencidos de que las requisas serían restablecidas en otoño. Las autoridades locales “no podían considerar a los campesinos de otra manera que como saboteadores natos”. [149]

El Informe de la Comisión Plenipotenciaria de Tambov

Informe del presidente de la comisión plenipotenciaria de cinco miembros acerca de las medidas represivas contra los bandidos de la provincia de Tambov, 10 de julio de 1921 [150]
Las operaciones de limpieza del volost (cantón) Judriukovskaya se iniciaron el 27 de junio en la aldea Ossinovsky, que había albergado en el pasado a grupos de bandidos. La actitud de los campesinos respecto de nuestros destacamentos represivos estaba caracterizada por cierta desconfianza. Los campesinos no denunciaban a los bandidos de los bosques y respondían que no sabían nada de las preguntas que se les formulaban.
Capturamos 40 rehenes, decretamos el estado de sitio en la aldea y concedimos dos horas a los aldeanos para que entregaran a los bandidos y a las armas ocultas. Reunidos en asamblea, los aldeanos dudaban sobre la conducta que había que seguir, pero no se decidían a colaborar de manera activa en la caza de los bandidos. Al expirar el plazo, ejecutamos a 21 rehenes ante la asamblea de la aldea. La ejecución pública, mediante un fusilamiento individual, con todas las formalidades de rigor, en presencia de todos los miembros de la comisión plenipotenciaria, de los comunistas, etc. provocó un efecto considerable sobre los campesinos.
Por lo que se refiere a la aldea Kareyevka, que por su situación geográfica, constituía un emplazamiento privilegiado de los grupos de bandidos, la comisión decidió borrarla del mapa. Toda la población fue deportada, sus bienes confiscados, a excepción de las familias de los soldados que servían en el Ejército Rojo que fueron trasladadas a la villa de Kurdiuky y realojadas en las casas confiscadas a las familias de los bandidos. Tras recuperar algunos objetos de valor – marcos de ventanas, objetos de cristal y de madera etc. – se prendió fuego a las casas de la aldea.
El 3 de julio emprendimos las operaciones en la villa de Bogoslovka. Rara vez nos hemos encontrado con unos campesinos tan reticentes y organizados. Cuando se discutía con estos campesinos, del más joven al más viejo, respondían unánimemente adoptando un aire sorprendido: »¿Bandidos en nuestras casas? ¡Ni piensen en ello! Quizás los hemos visto pasar alguna vez por los alrededores, pero a saber si eran bandidos. . . Nosotros, como se puede ver perfectamente, no hacemos daño a nadie; no sabemos nada.«
Hemos adoptado las mismas medidas que en Ossinovka: hemos capturado 58 rehenes. El 4 de julio hemos fusilado públicamente a un primer grupo de 21 personas, luego, a las 3 de la tarde, hemos logrado que 60 familias de bandidos, es decir, unas 200 personas aproximadamente, no tuvieran la posibilidad de causar molestias. A fin de cuentas, hemos logrado nuestros objetivos y los campesinos se han visto obligados a encontrar a los bandidos y a las armas ocultas.
La limpieza de las aldeas y villas mencionadas arriba concluyó el 6 de julio. La operación se vio coronada por el éxito y tiene consecuencias que sobrepasan los dos volost (cantones) limítrofes. Se continúa la rendición de los elementos bandidos.
El presidente de la comisión plenipotenciaria
de cinco miembros.
Uskonin

La represión en Siberia

Para acelerar el cobro del impuesto en Siberia, región que debía proporcionar el grueso de las entradas en productos agrícolas en el momento en que el hambre devastaba todas las regiones del Volga, en diciembre de 1921 se envió como plenipotenciario extraordinario a Félix Dzerzhinsky. Éste estableció “tribunales revolucionarios volantes” encargados de peinar las aldeas y de condenar sobre el terreno a penas de prisión o a campo de concentración a los campesinos que no pagaban el impuesto. [151]
Cuántos abusos no habrán cometido los destacamentos de requisas, esos tribunales respaldados por “destacamentos fiscales”, que el presidente del Tribunal Supremo mismo, Nicolay Krylenko, tuvo que ordenar una investigación sobre las acciones de esos órganos nombrados por el jefe de la Cheka. Desde Omsk, el 14 de febrero de 1922, escribía un inspector: “Los abusos de los destacamentos de requisas han alcanzado un grado inimaginable. Se encierra sistemáticamente a los campesinos detenidos en hangares sin calefacción, se les da latigazos, se les amenaza con la ejecución. Aquellos que no han cumplido de manera total su cuota de entrega son amarrados, obligados a correr desnudos a lo largo de la calle principal de la aldea, y después son encerrados en un hangar sin calefacción. Se ha golpeado a un gran número de mujeres hasta que perdieron el conocimiento, se las introdujo desnudas en agujeros cavados en la nieve…” En todas las provincias, las tensiones seguían siendo muy vivas.
De ello testifican estos extractos de un informe de la policía política en octubre de 1922, un año y medio después del inicio de la NEP.
“En la provincia de Psov, las cuotas fijadas para el impuesto en especia representan los 2/3 de la cosecha. Cuatro distritos han tomado las armas (…) En la provincia de Novgorod no se cumplirán las cuotas, a pesar de la reducción del 25% recientemente acordada en vista de la mala cosecha. En la provincia de Riazan y del Tver, la realización de un 100% de las cuotas condenaría al campesinado a morir de hambre (…) En la provincia de Novo-Nikolayevsk, el hambre amenaza y los campesinos se aprovisionan de hierba y de raíces para su propio consumo (…) Pero todos estos hechos parecen anodinos en relación con las informaciones que nos llegan de la provincia de Kiev, donde se asiste a una oleada de suicidios como no se había visto jamás: los campesinos se suicidan en masa porque no pueden ni pagar sus impuestos, ni volver a tomar las armas que les han sido confiscadas. El hambre que se abate desde hace más de un año sobre toda la región provoca que los campesinos sean muy pesimistas en lo que se refiere a su porvenir”.

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