Paradojas y Malentendidos de Octubre
Un Imperio en disolución
“Con la caída del comunismo, la necesidad de mostrar el carácter
«históricamente ineluctable» de la «gran revolución socialista de
octubre» ha desaparecido. 1917 podía, finalmente, convertirse en un
objeto histórico «normal». Desgraciadamente, ni los historiadores, ni
nuestra sociedad están dispuestos a romper con el mito fundador del año
cero, de ese año en el que todo habría comenzado: la fortuna o la
desgracia del pueblo ruso.”
Estas frases de un historiador ruso contemporáneo ilustran una
cuestión permanente: ochenta años después del acontecimiento, la
“batalla por el relato” continúa.
Para una primera escuela histórica, que se podría calificar de
“liberal”, la revolución de octubre no fue sino un golpe impuesto por la
violencia sobre una sociedad pasiva, resultado de una hábil
conspiración tramada por un puñado de fanáticos disciplinados y cínicos,
desprovistos de toda base real en el país. Hoy en día, la práctica
totalidad de los historiadores rusos, tanto las élites cultivadas como
los dirigentes de la Rusia postcomunista, ha hecho suya la vulgata
liberal. Privada de toda profundidad social e histórica, la revolución
de octubre de 1917 es vuelta a leer como un accidente que ha arrancado
de su curso natural a la Rusia anterior a la revolución; una Rusia rica y
laboriosa, en buen camino hacia la democracia. Teniendo en cuenta,
además, que perdura una notable continuidad de las élites dirigentes que
han pertenecido totalmente a la nomenklatura comunista, la
ruptura simbólica con el “monstruoso paréntesis soviético” presenta un
triunfo considerable: el de liberar a la sociedad rusa del peso de la
culpabilidad, y de un arrepentimiento que pesó mucho durante los años de
la perestroika, marcados por el descubrimiento doloroso del
stalinismo. Si el golpe de Estado bolchevique de 1917 no fue más que un
accidente, entonces el pueblo ruso no fue más que una víctima inocente.
Frente a esta interpretación, la historiografía soviética trató de
demostrar que octubre de 1917 fue la conclusión lógica, previsible e
inevitable, de un itinerario liberador emprendido por “las masas”
conscientemente seguidoras del bolchevismo. Bajo sus diversos avatares,
esta corriente historiográfica unió la “batalla por el relato” de 1917
con la cuestión de la legitimidad del régimen soviético. Si la gran
revolución socialista de octubre fue el cumplimiento del sentido de la
Historia, un acontecimiento portador de un mensaje de emancipación
dirigido a los pueblos del mundo entero, entonces el sistema político,
las instituciones y el Estado que surgieron de ella siguen siendo
legítimos, por encima y a pesar de todos los errores cometidos por el
stalinismo. El colapso del régimen soviético ha implicado de manera
natural una deslegitimación completa de la revolución de octubre de 1917
y la desaparición de la vulgata marxista, arrojada – para retomar una
célebre fórmula bolchevique – “al cubo de basura de la Historia”. No
obstante, al igual que la memoria del miedo, la memoria de esta vulgata
sigue viva, tanto – si no más – en Occidente como en la antigua URSS.
Rechazando tanto la vulgata liberal como la vulgata marxista, una
tercera corriente historiográfica se ha esforzado por “desideologizar”
la Historia de la revolución rusa, por comprender, como escribe Marc
Ferro, que “la insurrección de octubre de 1917 pudo ser, a la vez, un
movimiento de masas, participando en él un número pequeño de personas”.
Existen problemas claves entre las numerosas cuestiones que, a propósito
de 1917, se plantean muchos historiadores que niegan el sistema
simplista de la historiografía liberal hoy en día dominante. ¿Qué papel
desempeñaron la militarización de la economía y la brutalización de las
relaciones sociales posteriores a la entrada del imperio ruso en la
Primera Guerra Mundial? ¿Se produjo la emergencia de una violencia
social específica que iba a preparar la violencia política ejercida
después contra la sociedad? ¿Cómo una revolución popular y plebeya,
profundamente antiautoritaria y antiestatal, llevó al poder al grupo
político más dictatorial y más estatista? ¿Qué vínculo se puede
establecer entre el bolchevismo y la innegable radicalización de la
sociedad rusa a lo largo del año 1917?
Con el paso del tiempo y gracias a numerosos trabajos de una
historiografía conflictiva aunque intelectualmente estimulante, la
revolución de octubre se nos aparece como la convergencia momentánea de
dos movimientos: una toma del poder político, fruto de una minuciosa
preparación insurreccional, por parte de un partido que se distingue
radicalmente, por sus prácticas, su organización y su ideología, de
todos los demás actores de la revolución; y una vasta revolución social,
multiforme y autónoma. Esta revolución social se manifiesta bajo muy
diversos aspectos: una inmensa revuelta campesina primero, vasto
movimiento de fondo que hunde sus raíces en una larga historia marcada
no solamente por el odio al propietario terrateniente, sino también por
una profunda desconfianza del campesinado hacia la ciudad, el mundo
exterior y hacia toda forma de injerencia estatal.
El verano y el otoño de 1917 aparecen así como la conclusión,
finalmente victoriosa, de un gran ciclo de revueltas iniciado en 1902, y
que culmina una primera vez en 1905/1907. El año 1917 es la etapa
decisiva de una gran revolución agraria, del enfrentamiento entre el
campesinado y los grandes propietarios por la apropiación de las
tierras, la realización tan esperada del “reparto negro”, un reparto de
todas las tierras en función del número de bocas que había que alimentar
en cada familia. Pero es también una etapa importante en el
enfrentamiento entre el campesinado y el Estado, por el rechazo de toda
tutela del poder de las ciudades sobre los campos. En ese área, 1917 es
sólo uno de los jalones de un ciclo de enfrentamientos que culminará en
1918/1922 y, después, en los años 1929/1933 concluyendo con una derrota
total del mundo rural, quebrantado hasta las raíces por la
colectivización forzosa de las tierras.
En paralelo a la revolución campesina, a lo largo del año 1917 se
produce una descomposición en profundidad del ejército, formado por
cerca de diez millones de campesinos-soldados movilizados desde hacía
más de tres años en una guerra cuyo sentido no comprendían. Casi todos
los generales deploraban la falta de patriotismo de estos
soldados-campesinos, políticamente poco integrados a la nación y cuyo
horizonte cívico no iba más allá de su comunidad rural.
Un tercer movimiento de fondo afectó a una minoría social que
representaba apenas el 3% de la población activa, pero que era una
minoría políticamente muy activa, muy concentrada en las grandes
ciudades del país: el mundo obrero. Este medio que condensa todas las
contradicciones sociales de una modernización económica en marcha desde
hacía apenas una generación, da nacimiento a un movimiento
reivindicativo obrero específico, alrededor de lemas auténticamente
revolucionarios: el “control obrero”, el “poder de los soviets”.
Finalmente, un cuarto movimiento se dibuja a través de la
emancipación rápida de las nacionalidades y los pueblos alógenos del
antiguo imperio zarista que reclaman su autonomía y después su
independencia.
Cada uno de estos movimientos tiene su propia temporalidad, su
dinámica interna, sus aspiraciones específicas, que evidentemente no
podían quedar reducidas ni a los lemas bolcheviques, ni a la acción
política de ese partido. A lo largo del año 1917 estos movimientos
actúan como tantas “fuerzas disolventes” que contribuyen poderosamente a
la destrucción de las instituciones tradicionales y, de manera más
general, a la de todas las formas de autoridad. Durante un breve pero
decisivo instante – el final del año 1917 – la acción de los
bolcheviques, una minoría política que actúa en el vacío institucional
reinante, discurre en el sentido de las aspiraciones de un número cada
vez mayor de personas, aunque los objetivos a mediano y largo plazo sean
diferentes para unos y otros. Momentáneamente, el golpe de Estado
político y la revolución social convergen o bien, más exactamente, se
unen en una visión telescópica, antes de separarse hacia décadas de
dictadura.
Los movimientos sociales y nacionales que explotan en el otoño de
1917 se desarrollan a favor de una coyuntura muy particular que combina
en sí misma, en una situación de guerra total, una fuente de regresión y
de brutalización generales, una crisis económica, el trastorno de las
relaciones sociales, y la debilidad del Estado.
Lejos de proporcionar un nuevo impulso al régimen zarista y de
reforzar la cohesión, todavía imperfecta, del cuerpo social, la Primera
Guerra Mundial actuó como un formidable revelador de la fragilidad de un
régimen autocrático ya quebrantado por la revolución de 1905/1906 y
debilitado por una política inconsecuente que alternaba las concesiones
insuficientes con la recuperación del poder en manos conservadoras. La
guerra acentuó igualmente las debilidades de una modernización económica
inconclusa que dependía de una afluencia regular de capitales, de
especialistas y de tecnologías extranjeras. Reactivó la profunda
fractura existente entra una Rusia urbana, industrial y gobernadora, y
la Rusia rural, políticamente no integrada y todavía ampliamente cerrada
sobre sus estructuras locales y comunitarias.
Como los otros beligerantes, el gobierno zarista había contado con
que la guerra sería corta. La clausura de los estrechos y el bloqueo
económico de Rusia revelaron brutalmente la dependencia del Imperio de
sus proveedores extranjeros. La pérdida de las provincias occidentales,
invadidas por los ejércitos alemanes y austrohúngaros en 1915, privó a
Rusia de los productos de la industria polaca, una de las más
desarrolladas del Imperio. La economía nacional no resistió durante
mucho tiempo la continuación de la guerra. En 1915 el sistema de
transporte ferroviario cayó en la desorganización al carecer de piezas
de repuesto. La reconversión de la casi totalidad de las fábricas en pro
del esfuerzo militar destrozó al mercado interno. Al cabo de algunos
meses, la retaguardia carecía de productos manufacturados y el país se
vio sumergido en la escasez y la inflación.
En los campos la situación de degradó rápidamente: la detención
brutal del crédito agrícola y de la concentración parcelaria, la
movilización masiva de los hombres al ejército, las requisas de ganado y
de cereales, la escasez de bienes manufacturados y la ruptura de los
circuitos de intercambio entre las ciudades y el campo detuvieron
claramente el proceso de modernización de las explotaciones rurales
llevado a cabo con éxito, desde 1906, por el primer ministro Piotr
Stolypin, asesinado en 1910. Tres años de guerra reforzaron la
percepción que los campesinos tenían del Estado como una fuerza hostil y
extraña. Las vejaciones cotidianas en un ejército en que el soldado
era, por añadidura, tratado más como un siervo que como un ciudadano,
exacerbaron las tensiones entre los reclutas y los oficiales, mientras
que las derrotas minaban lo que quedaba de prestigio de un régimen
imperial demasiado lejano. De esta situación salió reforzado el viejo
fondo de arcaísmo y violencia, siempre presente en los campos, y que se
había expresado con fuerza durante las inmensas revueltas campesinas de
los años 1902/1906.
Desde finales de 1915, el poder no controlaba ya la situación. Ante
la pasividad del régimen se pudo ver cómo por todas partes se
organizaban comités y asociaciones que afrontaban la tarea de la gestión
de lo cotidiano que el Estado no parecía ya en posición de asegurar: el
cuidado de los enfermos y el suministro de las ciudades y del ejército.
Los rusos comenzaron a gobernarse por sí mismos. Se puso en marcha un
gran movimiento, procedente del trasfondo de la sociedad y de cuyo
tamaño nadie se había percatado hasta entonces. Pero, para que ese
movimiento triunfara sobre las fuerzas disolventes que también estaban
actuando, habría sido preciso que el poder lo estimulara y le tendiera
la mano. Ahora bien, en lugar de construir un puente entre el poder y
los elementos más avanzados de la sociedad civil, Nicolás II se aferró a
la utopía monárquico-populista
“padrecito-zar-comandante-del-ejército-de-su-buen-pueblo-campesino”.
Asumió en persona el mando supremo de los ejércitos, un acto suicida
para la autocracia en plena derrota nacional. Aislado en su tren
especial del cuartel general de Mogilev, Nicolás II dejó en realidad de
dirigir el país en 1915, entregándoselo a su esposa, la emperatriz
Alejandra, muy impopular a causa de su origen alemán.
La caída del Zar
En el curso del año 1916 se extendió la impresión de que el poder se
disolvía. La Duma del Imperio, única asamblea elegida, por poco
representativa que fuera, no sesionaba más que algunas semanas al año.
Los gobiernos y los ministros se sucedían, tan incompetentes como
impopulares. El rumor público acusaba a la influyente camarilla,
dirigida por la emperatriz y por Rasputín, de abrir a sabiendas el
territorio nacional a la invasión enemiga. Resultaba manifiesto que la
autocracia ya no era capaz de dirigir la guerra. A finales del año 1916
el país se convirtió en ingobernable. En una atmósfera de crisis
política ilustrada por el asesinato de Rasputín el 31 de diciembre, las
huelgas, que habían descendido a un nivel insignificante al principio de
la guerra, recuperaron su amplitud. La agitación se apoderó del
ejército y la desorganización total de los transportes quebró el
conjunto del sistema de suministros. A este régimen, a la vez
desacreditado y debilitado, fue al que vinieron a sorprender las
jornadas de febrero de 1917.
La caída del régimen zarista, producida después de cinco días de
manifestaciones obreras y del amotinamiento de algunos millares de
hombres de la guarnición de Petrogrado, reveló no solamente la debilidad
del zarismo y el estado de descomposición de un ejército al que el
Estado Mayor no se atrevió a llamar para sofocar una revuelta popular,
sino también la falta de preparación política de todas las fuerzas de la
oposición profundamente divididas, desde los liberales del partido
constitucional-demócrata hasta los social-demócratas.
En ningún momento de esta revolución popular espontánea, iniciada en
la calle y concluida en los gabinetes tapizados del palacio de Tauride,
sede de la Duma, las fuerzas políticas de la oposición dirigieron el
movimiento. Los liberales le tenían miedo a la calle. En cuanto a los
partidos socialistas, le tenían miedo a una reacción militar. Entre los
liberales, inquietos por la extensión de los disturbios, y los
socialistas, para quienes la hora evidentemente era la de la revolución
“burguesa” – primera etapa de un largo proceso que podría, con el
tiempo, abrir el camino a una revolución socialista – se produjeron
negociaciones que llegaron, después de largas conversaciones, a la
fórmula inédita de un doble poder. Por un lado estaba el Gobierno
Provisional, resueltamente anclado en sus aliados franceses y
británicos, un poder preocupado por el orden cuya lógica era la del
parlamentarismo y cuyo objetivo era el de una Rusia capitalista, moderna
y liberal. Por el otro, se hallaba el poder del Soviet de Petrogrado
que un puñado de militantes socialistas acababa de constituir y que
pretendía ser, en la gran tradición del Soviet de San Petersburgo de
1905, una representación más directa y más revolucionaria de “las
masas”. Pero este “poder de los soviets” era, en sí mismo, una realidad
móvil y cambiante, según el grado de evolución de sus estructuras
descentralizadas e incipientes y, más aun, de los cambios de una
versátil opinión pública.
Los tres gobiernos provisionales que se sucedieron, del 2 de marzo
al 25 de octubre de 1917, demostraron ser incapaces de resolver los
problemas que les había dejado en herencia el antiguo régimen: la crisis
económica, la continuación de la guerra, la cuestión obrera y el
problema agrario.
Los nuevos hombres en el poder – los liberales del partido
constitucional-demócrata, mayoritarios en los dos primeros gobiernos, al
igual que los mencheviques y los socialistas revolucionarios,
mayoritarios en el tercero – pertenecían todos a esas élites urbanas,
cultivadas, a esos elementos avanzados de la sociedad civil que estaban
divididos entre una confianza ingenua y ciega en “el pueblo”, y un temor
a las “masas sombrías” que los rodeaban y a las que, además, conocían
muy mal. En su mayoría consideraban – al menos en los primeros meses de
una revolución que había afectado a los espíritus por su aspecto
pacífico – que había que dejar el curso libre al impulso democrático
liberado por la crisis y, después, por la caída del antiguo régimen.
Convertir a Rusia en “el país más libre del mundo” era el sueño de
idealistas como el príncipe Lvov, jefe de los dos primeros gobiernos
provisionales.
“El espíritu del pueblo ruso” – dijo en una de sus primeras declaraciones – “demuestra
ser, por su misma naturaleza, un espíritu universalmente democrático.
Está dispuesto no sólo a fundirse en la democracia universal, sino a
ponerse a la cabeza en el camino del progreso jalonado por los grandes
principios de la Revolución Francesa: libertad, igualdad y fraternidad.”
Asentado sobre estas convicciones, el gobierno provisional
multiplicó las medidas democráticas – libertades fundamentales, sufragio
universal, supresión de toda discriminación de casta, de raza o de
religión, reconocimiento del derecho de Polonia y de Finlandia a la
autodeterminación, promesa de autonomía a las minorías nacionales, etc. –
que debían, según pensaban, permitir un vasto salto patriótico,
consolidar la cohesión social, asegurar la victoria militar al lado de
los aliados y unir sólidamente al nuevo régimen con las democracias
occidentales. Por un escrupuloso cuidado de la legalidad, el gobierno se
negó, sin embargo, en una situación de guerra, a tomar toda una serie
medidas importantes que influirían en el porvenir, antes de la reunión
de una Asamblea Constituyente que debía ser elegida en otoño de 1917. Se
empeñó deliberadamente en seguir siendo “provisional”, dejando en
suspenso los problemas más acuciantes: el problema de la paz y el
problema de la tierra. En cuanto a la crisis económica, vinculada a la
continuación de la guerra, el Gobierno Provisional, durante los meses de
su existencia, no llegó a superarla más que el régimen anterior. Los
problemas de abastecimiento, penurias, inflación, ruptura de los
circuitos de intercambio, clausura de empresas y explosión del
desempleo, no hicieron más que exacerbar las tensiones sociales.
Frente a la política de espera del régimen, la sociedad continuó
organizándose de manera autónoma. En algunas semanas, por millares, los
soviets, los comités de fábrica y de cuartel, las milicias obreras
armadas (los “Guardias Rojos”), los comités de campesinos, los comités
de soldados, de cosacos y de amas de casa, se fusionaron. Eran otros
tantos lugares de discusión, de iniciativas, de enfrentamientos donde se
expresaban reivindicaciones, una opinión pública, y otra manera de
hacer política. La mitingovanie (el mitin permanente) estaba en
las antípodas de la democracia parlamentaria con la que soñaban los
hombres políticos del nuevo régimen. Era una verdadera fiesta de la
liberación que fue cobrando mayor fuerza con el paso de los días, al
haber desatado la revolución de febrero el resentimiento y las
frustraciones sociales largamente acumuladas. A lo largo del año 1917 se
asistió a una innegable radicalización de las reivindicaciones y de los
movimientos sociales.
Los obreros pasaban de las reivindicaciones económicas – la jornada
de ocho horas, la supresión de las multas y otras medidas vejatorias,
los seguros sociales, los aumentos de salarios – a las demandas sociales
que implicaban un cambio radical de las relaciones sociales entre
patronos y asalariados, y otra forma de poder. Organizados en comités de
fábrica, cuyo objetivo primero era controlar la contratación y los
despidos e impedir a los patronos que cerraran abusivamente la empresa
con el pretexto de la interrupción de los suministros, los obreros
llegaron a exigir el “control obrero” de la producción. Pero, para que
este control obrero llegara a tener vida, se necesitaba una forma
absolutamente nueva de gobierno, el “poder de los soviets”, el único
capaz de adoptar medidas radicales – fundamentalmente la ocupación de
las empresas y su nacionalización – una reivindicación desconocida en la
primavera de 1917, pero cada vez más situada en primer lugar seis meses
más tarde.
Los soldados-campesinos
En el curso de las revoluciones de 1917, el papel de los
soldados-campesinos – una masa de diez millones de hombres movilizados –
fue decisivo. La descomposición rápida del ejército ruso, vencido por
las deserciones y el pacifismo, desempeñó un papel de entrenamiento en
la debilitación generalizada de las instituciones. Los comités de
soldados, autorizados por el primer texto adoptado por el Gobierno
Provisional – el famoso Decreto N° 1 , verdadera “declaración de los
derechos del soldado”, que abolió las reglas disciplinarias más
vejatorias del antiguo régimen – no tardaron en sobrepasar sus
prerrogativas. Llegaron a recusar a cualquier oficial, a “elegir” a
otros nuevos, y a involucrarse en la estrategia militar, planteando un
“poder soldado” de un tipo inédito. Este poder soldado abrió el camino a
un “bolchevismo de trincheras” específico que el general Brussilov,
comandante en jefe del ejército ruso describió así: “los soldados no
tenían la menor idea de lo que era el comunismo, el proletariado o la
constitución. Deseaban la paz, la tierra, la libertad de vivir sin
leyes, sin oficiales ni propietarios terratenientes. Su «bolchevismo» no
era, en realidad, más que una formidable aspiración a una libertad sin
trabas, a la anarquía”.
Después del fracaso de la última ofensiva del ejército ruso, en
junio de 1917, el ejército se desmoronó. Centenares de oficiales de los
que las tropas sospechaban de ser “contrarrevolucionarios” fueron
arrestados por los soldados y a menudo asesinados. El número de
desertores se disparó, para alcanzar en agosto-septiembre varias decenas
de miles al día. Los campesinos-soldados no tuvieron más que una sola
idea en la cabeza: regresar a su casa para no faltar en el reparto de
tierras y del ganado de los grandes propietarios. De junio a octubre de
1917, más de dos millones de soldados, cansados de combatir o de esperar
con el estómago vacío en las trincheras y las guarniciones, desertaron
de un ejército que se disolvía. Su regreso a la aldea alimentó, a su
vez, los disturbios en los campos.
Hasta el verano, los disturbios agrarios seguían estando bastante
limitados a zonas concretas, sobre todo en comparación con lo que había
sucedido durante la revolución de 1905/1906. Una vez conocida la
abdicación del zar, como era costumbre cuando se producía un
acontecimiento importante, la asamblea campesina se reunió y redactó una
petición exponiendo las quejas y los deseos de los campesinos. La
primera reivindicación fue que la tierra perteneciera a quienes la
trabajaban, que fueran inmediatamente redistribuidas las tierras no
cultivadas de los grandes propietarios y que los arrendamientos fueran
revaluados a la baja. Poco a poco, los campesinos se organizaron,
poniendo en funcionamiento comités agrarios, tanto en el nivel de la
aldea como en el del cantón, dirigidos por regla general por miembros de
la intelligentsia rural – maestros, popes, agrónomos, funcionarios de sanidad – cercanos a los medios socialistas revolucionarios.
A partir de mayo/junio de 1917 el movimiento campesino se endureció.
Para no dejarse desbordar por una base impaciente, numerosos comités
agrarios comenzaron a apoderarse del material agrícola y del ganado de
los propietarios terratenientes, pero también de los “kulaks”, esos
campesinos acomodados que, aprovechando las reformas de Stolypin, habían
abandonado la comunidad rural para establecerse en un campo disponiendo
de una propiedad plena y completa, liberada de todas las servidumbres
comunitarias. Desde antes de la revolución de octubre de 1917, el kulak,
bestia negra de todos los discursos bolchevique que estigmatizaban al
“campesino rico y rapaz”, al “burgués rural”, al “usurero”, al “kulak
chupasangre”, no era más que la sombra de sí mismo. Efectivamente, había
tenido que devolver a la comunidad aldeana la mayor parte de su ganado,
de sus máquinas, de sus tierras, devueltas al fondo común y compartidas
según el ancestral principio igualitarios de las “bocas que hay que
alimentar”.
En el curso del verano, los disturbios agrarios, atizados por el
regreso a la aldea de centenares de desertores armados, fueron
adquiriendo una violencia cada vez mayor. A partir de finales del mes de
agosto, decepcionados por las promesas no cumplidas de un gobierno que
no dejaba de retrasar para más adelante la reforma agraria, los
campesinos marcharon al asalto de los dominios señoriales,
sistemáticamente saqueados e incendiados, para expulsar de una vez por
todas al vergonzante propietario terrateniente. En Ucrania, en las
provincias centrales de Rusia – Tambov, Penza, Voronezh, Saratov, Orel,
Tula, Riazán – millares de moradas señoriales fueron incendiadas y
centenares de propietarios asesinados.
Ante la extensión de esta revolución social, las élites dirigentes y
los partidos políticos – con la excepción notable de los bolcheviques
sobre cuya actitud volveremos – dudaban entre dos tentativas para
controlar, de mejor o de peor manera, el movimiento y la tentación del
golpe militar. Tras haber aceptado, en el mes de mayo, entrar en el
gobierno, los mencheviques, populares en los medios obreros y los
socialistas revolucionarios, mejor implantados en el mundo rural que
cualquier otra formación política, resultaron ser incapaces – por la
participación de algunos de sus dirigentes en un gobierno cuidadoso de
respetar el orden y la legalidad – de realizar las reformas que siempre
habían preconizado; fundamentalmente en lo que se refería a los
socialistas revolucionarios: el reparto de las tierras. Convertidos en
gestores y guardianes del Estado “burgués”, los partidos socialistas
moderados abandonaron el terreno de la oposición a los bolcheviques, sin
obtener el beneficio de su participación en un gobierno que controlaba
cada día un poco menos la situación del país.
Frente a la anarquía que invadía todo, los medios patronales, los
propietarios, los terratenientes, el Estado Mayor y un cierto número de
liberales desengañados, se sintieron tentados por la solución del golpe
de fuerza militar que proponía el general Kornilov. Esta solución
fracasó ante la oposición del gobierno provisional presidido por
Alexander Kerensky. La victoria del golpe militar habría ciertamente
aniquilado el poder civil que, por débil que fuera, se aferraba a la
dirección formal de los asuntos del país. El fracaso del golpe del
general Kornilov, los días 24 al 27 de septiembre de 1917, precipitó la
crisis final de un gobierno provisional que no controlaba ya ninguno de
los resortes tradicionales del poder. Mientras que, en la cumbre, los
juegos de poder distraían a civiles y militares que aspiraban a una
dictadura ilusoria, los pilares sobre los que reposaba el Estado – la
justicia, la administración, el ejército – cedieron. El derecho resultó
escarnecido y la autoridad, bajo todas sus formas, fue objeto de
controversia.
¿Acaso la radicalización innegable de las masas urbanas y rurales
significaba su bolchevización? No hay nada menos seguro. Detrás de los
lemas comunes – “control, obrero”, “todo el poder a los soviets” – los
militantes obreros y los militantes bolcheviques no le otorgaban a los
términos el mismo significado. En el ejército, el “bolchevismo de
trincheras” reflejaba ante todo una aspiración a la paz, compartida por
los combatientes de todos los países implicados desde hacía tres años en
la más mortífera y total de las guerras. En cuanto a la revolución
campesina, la misma seguía una vía completamente autónoma, mucho más
cerca del programa socialista revolucionario favorable al “reparto
negro” que al programa bolchevique que preconizaba la nacionalización de
las tierras y su explotación en grandes unidades colectivas. En los
campos no se conocía a los bolcheviques más que por los relatos que de
ellos hacían los desertores, precursores de un bolchevismo difuso,
portador de dos palabras mágicas: la paz y la tierra.
Todos los descontentos estaban lejos de adherir al partido
bolchevique que contaba, según cifras discutibles, entre cien y
doscientos mil miembros a principios del octubre de 1917. No obstante,
en el vacío institucional de otoño de 1917, en que toda autoridad
estatal había desaparecido para ceder su lugar a una pléyade de comités,
soviets y otros grupúsculos, bastaba con que un núcleo bien organizado y
decidido actuara con determinación para que ejerciera de manera
inmediata una autoridad desproporcionad a su fuerza real. Eso fue lo que
hizo el partido bolchevique.
Desde su fundación en 1903, este partido se había separado de las
otras corrientes de la socialdemocracia, tanto rusa como europea,
fundamentalmente por su estrategia voluntarista de ruptura radical con
el orden existente y por su concepción del partido: un partido
fuertemente estructurado, disciplinado, elitista y eficaz; vanguardia de
revolucionarios profesionales, situada en las antípodas del gran
partido de unión, ampliamente abierto a simpatizantes de tendencias
diferentes, tal como lo concebían los mencheviques y los
socialdemócratas europeos en general.
La Primera Guerra Mundial acentuó todavía más la especificidad del
bolchevismo leninista. Al rechazar cualquier colaboración con las otras
corrientes socialdemócratas, Lenin, cada vez más aislado, justificó
teóricamente su posición en su ensayo “El imperialismo, estadio supremo del capitalismo”.
En él explicaba que la revolución estallaría no en el país en dónde el
capitalismo fuera más fuerte, sino en un Estado económicamente poco
desarrollado como Rusia; a condición de que el movimiento revolucionario
fuera dirigido por una vanguardia disciplinada, dispuesta a ir hasta el
final, es decir: hasta la dictadura del proletariado y las
transformación de la guerra imperialista en una guerra civil.
En una carta del 17 de octubre de 1914, dirigida a Alexander Shliapnikov, uno de los dirigentes bolcheviques, Lenin escribía:
“El mal menor en el ámbito de lo inmediato sería la «derrota»
del zarismo en la guerra (...) La esencia entera de nuestro trabajo
(persistente, sistemático, quizás de larga duración) es dirigirnos hacia
la transformación de la guerra en una guerra civil. Cuándo se
producirá, ésa es otra cuestión, y todavía no resulta clara. Debemos
dejar que madure el momento y «forzarlo a madurar» sistemáticamente...
No podemos ni «prometer» la guerra civil, ni »decretarla«, pero tenemos
el deber de actuar – el tiempo que sea necesario – »en esa dirección«”.
Al revelar las “contradicciones interimperialistas”, la “guerra
imperialista” revertía así los términos del dogma marxista e indicaba
que la explosión era más probable en Rusia que en ninguna otra parte. A
lo largo de toda la guerra, Lenin volvió sobre la idea de que los
bolchevique debían estar dispuestos a estimular, por todos los medios,
el estallido de una guerra civil.
“Cualquiera que acepte la guerra de clases – escribía en septiembre de 1916 – debe
aceptar la guerra civil que, en toda sociedad de clases, representa la
continuación, el desarrollo y la acentuación naturales de la guerra de
clases”.
Después de la victoria de la revolución de febrero de 1917, en la
que ningún dirigente bolchevique de envergadura había tomado parte, al
encontrarse todos en el exilio o en el extranjero, Lenin , contra la
opinión de la inmensa mayoría de los dirigentes del partido, predijo el
fracaso de la política de conciliación con el gobierno provisional que
intentaba llevar a cabo el Soviet de Petrogrado, dominado por una
mayoría de socialistas revolucionarios y de socialdemócratas, de todas
las tendencias unidas. En sus cuatro Cartas desde lejos – escritas en Zurich desde el 20 al 25 de marzo de 1917, y de las que el diario bolchevique Pravda
no se atrevió a publicar más que la primera, en la medida en que estos
escritos rompían con las posiciones políticas entonces defendidas por
los dirigentes bolcheviques de Petrogrado – Lenin exigía la ruptura
inmediata entre el Soviet de Petrogrado y el gobierno provisional, así
como la preparación activa de la fase siguiente, la “proletaria”, de la
revolución. Para Lenin, la aparición de los soviets era la señal de que
la revolución ya había superado su “fase burguesa”. Sin esperar más,
estos órganos revolucionarios debían de hacerse con el poder por la
fuerza, y poner fin a la guerra imperialista, incluso al precio de la
guerra civil, inevitable en todo proceso revolucionario.
La “Gloriosa Revolución de Octubre”
De regreso en Rusia, el 3 de abril de 1917, Lenin continuó defendiendo posiciones extremas. En sus célebres Tesis de Abril,
repitió su hostilidad incondicional hacia la república parlamentaria y
el proceso democrático. Acogidas con estupefacción y hostilidad por la
mayoría de los dirigentes bolcheviques de Petrogrado, las ideas de Lenin
progresaron con rapidez, fundamentalmente entre los nuevos reclutas del
partido, a los que Stalin denominaba, con justicia, los praktiki (los “prácticos”) , por oposición a los “teóricos”.
En algunos meses, los elementos plebeyos, entre los que los
soldados-campesinos ocupaban un lugar central, sumergieron a los
elementos urbanizados e intelectuales, viejos compañeros de las luchas
sociales institucionalizadas. Portadores de una gran violencia enraizada
en la cultura campesina y exacerbada por tres años de guerra, menos
prisioneros del dogma marxista que no conocían, estos militantes de
origen popular – poco formados políticamente, representantes típicos de
un bolchevismo plebeyo que iba muy pronto a destacarse con fuerza sobre
el bolchevismo teórico intelectual de los bolcheviques originales – no
se planteaban ya la cuestión de: ¿Es, o no, necesaria una “etapa
burguesa” para “pasar al socialismo”? Partidarios de la acción directa,
del golpe de fuerza, fueron los activistas más fervientes de un
bolchevismo en el que los debates teóricos dejaban lugar a la única
cuestión entonces en el orden del día: la de la toma del poder.
Entre una base plebeya cada vez más impaciente y dispuesta a la
aventura – los marinos de la base naval de Kronstadt, cercana a
Petrogrado, algunas unidades de la guarnición de la capital, los
guardias rojos de los barrios obreros de Vyborg – y algunos dirigentes
atormentados por el fracaso de una insurrección prematura abocada al
fracaso, la vía leninista seguía siendo estricta. Durante todo el año
1917 el partido bolchevique siguió siendo, en contra de una idea
ampliamente extendida, un partido profundamente dividido, desgarrado
entre los excesos de unos y las reticencias de otros. La famosa
disciplina de partido era más algo que se aceptaba por fe que una
realidad. A principios del mes de julio de 1917, los excesos de la base,
impaciente por separarse de las fuerzas gubernamentales, no lograron
arrastrar al partido bolchevique, declarado fuera de la ley después de
las sangrientas manifestaciones de los días 3, 4 y 5 de julio en
Petrogrado y cuyos dirigentes fueron arrestados u obligados, como Lenin,
a marchar al exilio.
La impotencia del gobierno para enfrentarse con los grandes
problemas, la debilidad de las instituciones y de las autoridades
tradicionales, el desarrollo de los movimientos sociales, y el fracaso
de la tentativa del golpe militar del general Kornilov, permitieron al
partido bolchevique salir a la superficie a finales de agosto de 1917,
en una situación propicia para tomar el poder mediante una insurrección
armada.
Una vez más, el papel personal de Lenin como teórico y estratega de
la toma del poder, fue decisivo. En las semanas que precedieron al golpe
de Estado bolchevique del 25 de octubre de 1917, Lenin fue siguiendo
todas las etapas de un golpe de Estado militar que no podía ser
desbordado por una sublevación imprevista de “las masas”, ni ser frenado
por el “legalismo revolucionario” de dirigentes bolcheviques tales como
Zinoviev o Kamenev quienes, escaldados por la amarga experiencia de los
días de julio, deseaban llegar al poder con una mayoría rural de
socialistas revolucionarios y de socialdemócratas de distintas
tendencias mayoritarias en los soviets. Desde su exilio finlandés, Lenin
no dejó de enviar al Comité Central del partido bolchevique cartas y
artículos que llamaban a desencadenar la insurrección.
“Al proponer una paz inmediata y al entregar la tierra a los campesinos, los bolcheviques establecerán un poder que nadie derribará. “ – escribía – “Sería vano esperar una mayoría formal
favorable a los bolcheviques. Ninguna revolución espera una cosa así.
La historia no nos perdonará si no tomamos ahora el poder”.
Estos llamamientos dejaban a la mayor parte de los dirigentes
bolcheviques sumidos en el escepticismo. ¿Por qué forzar las cosas, si
la situación se radicalizaba cada día más? ¿No bastaba con unir a las
masas estimulando su violencia espontánea, con dejar que actuaran las
fuerzas disolventes de los movimientos sociales, con esperar a la
reunión del II Congreso ruso de los soviets prevista para el 20 de
octubre? Los bolcheviques tenían todas las posibilidades de obtener una
mayoría relativa en esa asamblea en la que los delegados de los soviets
de los grandes centros obreros y de los comités de soldados estaban
ampliamente sobrerrepresentados en relación con los soviets rurales de
predominio socialista revolucionario.
Ahora bien, para Lenin, si la transferencia del poder se realizaba
en virtud del voto de un Congreso de los Soviets, el gobierno que
surgiera de él sería un gobierno de coalición en el que los bolcheviques
deberían compartir el poder con otras formaciones socialistas. Lenin,
que reclamaba desde hacía meses todo el poder para los bolcheviques
únicamente, quería a toda costa que éstos se apoderaran del poder por sí
mismos mediante una insurrección militar antes de la convocatoria del
II Congreso pan-ruso de los soviets. Sabía que los otros partidos
socialistas condenarían el golpe de Estado insurreccional y que no les
quedaría entonces más remedio que entrar en la oposición, dejando todo
el poder a los bolcheviques.
El 10 de octubre, después de haber regresado clandestinamente a
Petrogrado, Lenin reunió a doce de los 21 miembros del partido
bolchevique. Después de dos horas de discusiones logró convencer a la
mayoría de los presentes para que votaran la más importante decisión que
nunca había tomado el partido: el principio de una insurrección armada
en el tiempo más breve posible. Esta decisión fue aprobada por diez
votos contra dos: los de Zinoviev y Kamenev, resueltamente apegados a la
idea de que no había que hacer nada antes de la reunión del II Congreso
de los Soviets. El 16 de octubre, Trotsky puso en funcionamiento, pese a
la oposición de los socialistas moderados, una organización militar que
emanaba teóricamente del Soviet de Petrogrado, pero que era controlada
de hecho por los bolcheviques: el Comité Militar Revolucionario de
Petrogrado (CMRP), encargado de poner en funcionamiento la toma del
poder según el arte de la insurrección militar, en las antípodas de una
sublevación popular espontánea y anárquica susceptible de desbordar al
partido bolchevique.
Como deseaba Lenin, el número de los participantes directos en la
gran revolución socialista de octubre de 1917 fue muy limitado: algunos
millares de soldados de la guarnición, marinos de Kronstadt y guardias
rojos vinculados con el CMRP, más algunos centenares de militantes
bolcheviques de los comités de fábrica. Los raros enfrentamientos y un
número de víctimas insignificante atestiguan la facilidad de un golpe de
Estado esperado, cuidadosamente preparado y perpetrado sin oposición.
De manera significativa, la toma del poder se realizó en nombre del
CMRP. Así los dirigentes bolcheviques atribuían la totalidad del poder a
una instancia a la que nadie, fuera del Comité Central bolchevique,
había otorgado mandato y que no dependía, por lo tanto, de ninguna
manera del Congreso de los Soviets.
La estrategia de Lenin demostró ser la justa. Enfrentados con los
hechos consumados, los socialistas moderados, después de haber
denunciado “la conspiración militar organizada a espaldas de los
soviets”, abandonaron el II Congreso de los Soviets. Abandonados al lado
de sus únicos aliados, los miembros del pequeño grupo socialista
revolucionario de izquierda fueron obligados por los bolcheviques a
ratificar el golpe de fuerza. Los diputados del Congreso todavía
presentes votaron un texto redactado por Lenin atribuyendo “todo el
poder a los soviets”.
Esta resolución puramente formal permitió a los bolcheviques
acreditar una ficción que iba a engañar a generaciones de crédulos:
gobernaban en nombre del pueblo en el “país de los soviets”. Algunas
horas más tarde, el Congreso, antes de separarse, estableció la creación
de un nuevo gobierno bolchevique – el Consejo de los Comisarios del
Pueblo, presidido por Lenin – y aprobó unos decretos sobre la paz y
sobre la tierra, primeros actos del nuevo régimen.
Los malentendidos
Muy rápidamente, los malentendidos, y después los conflictos, se
multiplicaron entre el nuevo poder y los movimientos sociales que habían
actuado de manera autónoma como fuerzas disolventes del antiguo orden
político, económico y social.
El primer malentendido estuvo relacionado con la revolución agraria.
Los bolcheviques, que siempre habían impulsado la nacionalización de
las tierras, debieron, en una relación de fuerzas que no les era
favorable, retomar – “robar” – el programa socialista revolucionario y
aprobar la redistribución de las tierras entre los campesinos. El
“Decreto sobre la tierra” – cuya disposición principal proclamaba que
“la propiedad privada de la tierra queda abolida sin indemnización, y
todas las tierras se ponen a disposición de los comités agrarios locales
para su redistribución” – se limitaba, en realidad, a legitimar lo que
numerosas comunidades campesinas ya habían realizado en el verano de
1917: la apropiación brutal de las tierras que pertenecían a los grandes
propietarios terratenientes y a los campesinos acomodados, los kulaks.
Obligados momentáneamente a “colaborar” con esta revolución campesina
autónoma, que había facilitado tanto su llegada al poder, los
bolcheviques recuperarían su programa diez años más tarde. La
colectivización forzada de los campos, apogeo del enfrentamiento entre
el régimen surgido en 1917 y el campesinado, será la resolución trágica
del malentendido de 1917.
Segundo malentendido: las relaciones del partido bolchevique con
todas las instituciones – comités de fábrica, sindicatos, partidos
socialistas, comités de cuartel, guardias rojos y, sobre todo, soviets –
que habían participado tanto en la destrucción de las instituciones
tradicionales como luchado a favor de la afirmación y la extensión de
sus propias competencias. En algunas semanas, estas instituciones fueron
despojadas de su poder, subordinadas al partido bolchevique o
eliminadas. El “poder para los soviets”, el lema sin duda más popular en
la Rusia de 1917, se convirtió en un abrir y cerrar de ojos en el poder
del partido bolchevique sobre los soviets. En cuanto al “control
obrero” – otra reivindicación fundamental de aquellos en nombre de
quienes los bolcheviques pretendían actuar, los proletarios de
Petrogrado y de otros grandes centros industriales – fue rápidamente
descartado en beneficio del control de un Estado pretendidamente
“obrero” sobre las empresas y los trabajadores. Una incomprensión mutua
se instaló entre el mundo obrero – obsesionado con el paro, por la
degradación continua de su poder adquisitivo y por el hambre – y el
Estado, preocupado por la eficacia económica. Desde el mes de diciembre
de 1917, el nuevo régimen tuvo que enfrentar una oleada de
reivindicaciones obreras y huelgas. En algunas semanas, los bolcheviques
perdieron lo esencial del capital de confianza que habían acumulado en
una parte del mundo laboral durante el año 1917.
Tercer malentendido: las relaciones del nuevo poder con las
nacionalidades del antiguo Imperio zarista. El golpe de Estado
bolchevique aceleró las tendencias centrífugas que los nuevos dirigentes
parecieron, en un principio, garantizar. Al reconocer la legalidad y la
soberanía de los pueblos del antiguo Imperio, y el derecho a la
autodeterminación, a la federación y a la secesión, los bolcheviques
parecían invitar a los pueblos alógenos a emanciparse de la tutela del
poder central ruso. En unos meses, polacos, fineses, bálticos,
ucranianos, georgianos, armenios y aceríes proclamaron su independencia.
Desbordados, los bolcheviques subordinaron inmediatamente el derecho de
los pueblos a la autodeterminación a la necesidad de conservar el trigo
ucraniano, el petróleo y los minerales del Cáucaso y, en resumen, los
intereses vitales del nuevo Estado que se afirmó rápidamente, al menos
en el plano territorial, como el heredero del antiguo Imperio, más aun
que el Gobierno Provisional.
La ligazón de las revoluciones sociales y nacionales multiformes, y
de una práctica política específica que excluía todo reparto de poder,
tenía que conducir rápidamente a un enfrentamiento generador de
violencia y de terror entre el nuevo poder y amplios sectores de la
sociedad.
El “Brazo Armado de la Dictadura del Proletariado”
El Comité Militar Revolucionario
El nuevo poder aparecía como una construcción compleja. Una fachada,
“el poder de los soviets”, representada formalmente por el Comité
Ejecutivo Central; un gobierno legal, el Consejo de los Comisarios del
Pueblo, que se esfuerza por adquirir una legitimidad tanto internacional
como interior; y una organización revolucionaria, estructura operativa
en el centro del dispositivo de toma del poder, el Comité Militar
Revolucionario de Petrogrado (CMRP).
Félix Dzerzhinsky caracterizaba este comité. Desde los primeros días
desempeñó en él un papel decisivo y describiéndolo de la siguiente
manera: “Una estructura ligera, flexible, inmediatamente operativa,
sin un juridicismo puntilloso. Ninguna restricción para tratar, para
golpear a los enemigos con el brazo armado de la dictadura del
proletariado”.
¿Cómo funcionó desde los primeros días del nuevo régimen este “brazo
armado de la dictadura del proletariado”, según la expresión muy
gráfica de Dzerzhinsky, retomada más tarde para recalificar a la policía
política bolchevique, la Cheka? De manera sencilla y expeditiva, el
CMRP estaba compuesto por unas sesenta personas de las que cuarenta y
ocho eran bolcheviques, algunos socialistas revolucionarios de izquierda
y anarquistas. Estaba colocado bajo la dirección formal de un
“presidente”, un socialista revolucionario de izquierda, Lazimir,
debidamente flanqueado por cuatro adjuntos bolcheviques entre los que se
encontraban Antonov-Ovscenko y Dzerzhinsky. En realidad, una veintena
de personas redactaron y firmaron, con el título de “presidente” o de
“secretario”, las aproximadamente seis mil órdenes dictadas, en general
en pequeños trozos de papel garrapateados con lápiz, por el CMRP durante
sus cincuenta y tres días de existencia.
La misma “sencillez operativa” hizo acto de presencia en la difusión
de las directrices y en la ejecución de las órdenes. El CMRP actuaba
como intermediario de una red de más de un millar de “comisarios”,
nombrados para las organizaciones más diversas, unidades militares,
soviets, comités de barrio y administraciones. Responsables ante el CMRP
únicamente, estos comisarios adoptaban a menudo medidas sin el aval del
gobierno ni del Comité Central bolchevique. El 26 de octubre (8 de
noviembre [1]
), en ausencia de todos los dirigentes bolcheviques ocupados en formar
el gobierno, oscuros “comisarios” cuyo anonimato se ha mantenido,
decidieron fortalecer la “dictadura del proletariado” mediante las
siguientes medidas: prohibición de las octavillas
“contrarrevolucionarias”, clausura de los siete principales diarios de
la capital, tanto “burgueses” como “socialistas moderados”, control de
la radio y del telégrafo, y elaboración de un proyecto de requisa de los
apartamentos y de los automóviles privados. La clausura de los diarios
fue legalizada dos días más tarde mediante un decreto del gobierno y,
una semana más tarde, no sin discusiones, por el Comité Ejecutivo
Central de los soviets. [2]
Poco seguros de su fuerza, los dirigentes bolcheviques estimularon
en un primer momento, según una táctica que les había dado éxito en el
curso del año 1917, lo que ellos denominaban la “espontaneidad
revolucionaria de las masas”. Al responder a una delegación de
representantes de los soviets rurales procedentes de la provincia de
Pskov, que preguntaban al CMRP sobre las medidas que había que tomar
para “evitar la anarquía”, Dzerzhinsky explicó que “la tarea es
destrozar el orden natural. Nosotros, los bolcheviques, no somos
bastante numerosos para realizar esta tarea histórica. Por lo tanto, hay
que dejar que actúe la espontaneidad revolucionaria de las masas que
luchan por su emancipación. En un segundo momento nosotros, los
bolcheviques, mostraremos a las masas el camino que deben seguir. A
través del CMRP, son las masas las que hablan, las que actúan contra su
enemigo de clase, contra los enemigos del pueblo. Nosotros no estamos
ahí más que para canalizar y dirigir el odio y el deseo legítimo de
venganza de los oprimidos contra los opresores”.
Algunos días antes, en la reunión del CMRP del 29 de octubre (10 de
noviembre), algunas personas presentes, voces anónimas, habían señalado
la necesidad de luchar con más energía contra los “enemigos del pueblo”,
una fórmula que iba a conocer en los meses, los años y las décadas
venideras un gran éxito, y que fue retomada en una proclamación del CMRP
de fecha 13 de noviembre (26 de noviembre): “los altos funcionarios
de las administraciones del Estado, de los bancos, del tesoro, de los
ferrocarriles, de correos y de telégrafos, sabotean las medidas del
gobierno bolchevique. De ahora en adelante, estas personas son
declaradas enemigos del pueblo. Sus nombres serán publicados en todos
los periódicos y las listas de los enemigos del pueblo serán fijadas en
todos los lugares públicos”. [3] Algunos días después de la creación de estas listas de proscripción, se dictó una nueva proclama: “Todos
los individuos sospechosos de sabotaje, de especulación y de
acaparamiento, son susceptibles de ser detenidos instantáneamente como
enemigos del pueblo y transferidos a las prisiones de Kronstadt.” [4]
En unos días, el CMRP introdujo dos mociones particularmente notables: la de “enemigo del pueblo” y la de “sospechoso”. . .
El 28 de noviembre (10 de diciembre), el gobierno institucionalizó
la noción de “enemigo del pueblo”. Un decreto firmado por Lenin
estipulaba que “los miembros de las instancias dirigentes del
partido constitucional-demócrata, partido de los enemigos del pueblo,
quedan fuera de la ley y son susceptibles de arresto inmediato y de
comparecencia ante los tribunales revolucionarios.” [5]
Estos tribunales acababan de ser instituidos en virtud del “Decreto N° 1
sobre los tribunales”. En los términos de este decreto quedaban
abolidas todas las leyes que estaban “en contradicción con los decretos
del gobierno obrero y campesino, así como de los programas políticos de
los partidos socialdemócrata y socialista revolucionario”. Mientras
esperaban la redacción de un nuevo Código Penal, los jueces tenían la
máxima flexibilidad para apreciar la validez de la legislación existente
“en función del orden y de la legalidad revolucionaria”, noción tan
vaga que permitía los mayores abusos.
Los tribunales del antiguo régimen fueron suprimidos y reemplazados
por tribunales populares y tribunales revolucionarios, competentes en
todos los crímenes y delitos cometidos “contra el Estado proletario”, el
“sabotaje”, el “espionaje”, los “abusos de función” y otros “crímenes
revolucionarios”. Como lo reconocía Kursky, comisario del pueblo para la
justicia de 1918 a 1928, los tribunales revolucionarios no eran
tribunales en el sentido habitual, “burgués”, de este término, sino
tribunales de la dictadura del proletariado, órganos de lucha contra la
contrarrevolución, más preocupados por erradicar que por juzgar. [6]
Entre los tribunales revolucionarios figuraba un “Tribunal
revolucionario de asuntos de prensa”, encargado de juzgar los delitos de
prensa y de suspender cualquier publicación que “sembrara la desazón en
los espíritus al publicar noticias voluntariamente erróneas.” [7]
Mientras aparecían categorías inéditas (“sospechosos", "enemigos del
pueblo”) y se ponían en funcionamiento nuevos dispositivos judiciales,
el Comité Militar Revolucionario de Petrogrado continuaba
estructurándose. En una ciudad en que las reservas de harina eran
inferiores a un día de racionamiento miserable – media libra de pan por
adulto – la cuestión de los suministros era, naturalmente, primordial.
El 4 (17) de noviembre se creó una comisión de suministros cuya
primera proclama estigmatizaba a las “clases ricas que se aprovechan de
la miseria” y afirmaba “que es hora de requisar los excedentes de los
ricos y, por qué no, sus bienes”. El 11 (24) de noviembre, la comisión
de suministros decidió enviar inmediatamente destacamentos especiales,
compuestos por soldados, marinos, obreros y guardias rojos, a las
provincias productoras de cereales, a fin de procurarse los productos
alimenticios de primera necesidad para Petrogrado y para el frente. [8]
Esta medida, adoptada por una comisión del CMRP, prefiguraba la
política de requisa que llevarían a cabo durante cerca de tres años los
destacamentos del “ejército de suministros”, y que sería el factor
esencial del enfrentamiento, generador de violencia y de terror, entre
el nuevo poder y el campesinado.
La comisión de investigación militar, creada el 10 (23) de
noviembre, fue encargada del arresto de los oficiales
“contrarrevolucionarios” denunciados por regla general por sus soldados,
de los miembros de los partidos “burgueses” y de los funcionarios
sospechosos de “sabotaje”. Rápidamente esta comisión fue encargada de
los asuntos más diversos. En el clima turbulento de una ciudad que
padecía hambre, en que los destacamentos de guardias rojos y de
milicianos improvisados requisaban, robaban y saqueaban en nombre de la
revolución, basándose en una orden incierta firmada por algún
“comisario”, centenares de individuos comparecían ante la comisión por
los delitos más diversos: pillaje, “especulación”, “acaparamiento” de
los productos de primera necesidad, pero también “estado de embriaguez”,
o “pertenencia a una clase hostil”. [9]
Los llamamientos de los bolcheviques en favor de la espontaneidad
revolucionaria de las masas fueron un arma de manejo delicado. Los
ajustes de cuentas y las violencias se multiplicaron, en particular los
robos a mano armada y el pillaje de almacenes, fundamentalmente de los
almacenes que vendían alcohol y de las bodegas del Palacio de Invierno.
Con el paso de los días el fenómeno llegó a tener tal amplitud que, a
propuesta de Dzerzhinsky, el CMRP decidió crear una comisión de lucha
contra la embriaguez y los desórdenes. El 6 (20) de diciembre, esta
comisión declaró el estado de sitio en la ciudad de Petrogrado y decretó
el toque de queda a fin de “poner fin a los disturbios y desórdenes
iniciados por elementos sospechosos enmascarados de revolucionarios”. [10]
El modelo jacobino: la Cheka
Más todavía que estos trastornos esporádicos, el gobierno
bolchevique temía, en realidad, la extensión de la huelga de los
funcionarios, que duraba desde los días posteriores al golpe de Estado
del 25 de octubre (7 de noviembre). Fue esta amenaza la que constituyó
el pretexto para la creación, el 7 (20) de diciembre de la Vserssiskaya Chrezvytcaïnaïa komissia po bor’bes kontr’reoliutsii, spekuliatsei i sabotagem
– la comisión pan-rusa extraordinaria de lucha contra la
contrarrevolución, la especulación y el sabotaje – que iba a entrar en
la Historia bajo sus iniciales de Vecheka o, abreviadamente, Cheka.
Algunos días antes de la creación de la Cheka, el gobierno había
decidido, no sin dudas, disolver el CMRP. Estructura operativa
provisional fundada en la víspera de la insurrección para dirigir las
operaciones sobre el terreno, ya había realizado las tareas que le
habían sido encomendadas. Había permitido tomar el poder y defender al
nuevo régimen hasta el momento en que éste había creado su propio
aparato de Estado. Debía, además, para evitar una confusión de poderes y
un encabalgamiento de las competencias, transferir sus prerrogativas al
gobierno legal, el Consejo de Comisarios del Pueblo.
Pero, ¿cómo renunciar, en un momento juzgado crítico por los
dirigentes bolcheviques, al “brazo armado de la dictadura del
proletariado”? Durante su reunión de 6 de diciembre, el gobierno encargó
“al camarada Dzerzhinsky que estableciera una comisión especial que
examinara los medios para luchar con la mayor energía revolucionaria,
contra la huelga general de los funcionarios y determinara los métodos
para suprimir el sabotaje”. La elección del “camarada Dzerzhinsky” no solamente no suscitó ninguna discusión, sino que pareció evidente.
Algunos días antes, Lenin, siempre aficionado a los paralelos
históricos entre la Gran Revolución – la francesa – y la revolución rusa
de 1917, había indicado a su secretario, V. Bonch-Bruevich, la
necesidad de encontrar con urgencia otro “Fouquier-Tinville, que nos mantenga en jaque a toda la canalla contrarrevolucionaria:” [11]
El 6 de diciembre, la elección de un “sólido jacobino proletario”, por
reproducir la fórmula de Lenin, recayó de manera unánime en Félix
Dzerzhinsky, convertido en algunas semanas, en virtud de su enérgica
acción en el CMRP, en el gran especialista de las cuestiones de
seguridad. Además, como explicó Lenin a Bonch-Bruevich, “de todos nosotros es el que ha pasado más tiempo en los calabozos zaristas y el que ha tenido mayor contacto con la Ojrana (la policía política zarista). ¡Conoce su oficio!”.
Antes de la reunión gubernamental del 17 (20) de diciembre, Lenin le envió una nota a Dzerzhinsky:
“Respecto de su informe de hoy, ¿no sería posible redactar un
decreto con un preámbulo del género: la burguesía se apresta a cometer
los crímenes más abominables reclutando la hez de la sociedad para
organizar tumultos. Los cómplices de la burguesía, fundamentalmente los
altos funcionarios, los cuadros de los bancos, etc. realizan sabotaje y
organizan huelgas para minar las medidas del gobierno destinadas a poner
en funcionamiento la transformación socialista de la sociedad. La
burguesía no retrocede ante el sabotaje de los suministros, condenando
así a millones de personas al hambre. Deben tomarse medidas
excepcionales para luchar contra los saboteadores
contrarrevolucionarios. En consecuencia, el Consejo de Comisarios del
Pueblo decreta. . .? “ [12]
En la tarde del 7 (20) de diciembre, Dzerzhinsky presentó su
proyecto al Consejo de Comisarios del Pueblo. Inició su intervención con
un discurso sobre los peligros que amenazaban a la revolución en el
“frente interior”.
“Debemos enviar a ese frente, el más peligroso y el más cruel de
los frentes, a camaradas determinados, duros, sólidos, sin escrúpulos,
dispuestos a sacrificarse por la salvación de la revolución. No penséis,
camaradas, que busco una forma de justicia revolucionaria. ¡No tenemos
nada que ver con la “justicia”! ¡Estamos en guerra, en el frente más
cruel, porque el enemigo avanza enmascarado y se trata de una lucha a
muerte! ¡Propongo, exijo, la creación de un órgano que ajuste las
cuentas con los contrarrevolucionarios de manera revolucionaria,
auténticamente bolchevique.”
Dzerzhinsky abordó de inmediato el núcleo de su intervención, que
transcribimos tal y como aparece en el protocolo de la reunión:
“La Comisión tiene como tarea:
1. Suprimir y liquidar todo intento y acto contrarrevolucionario
de sabotaje, vengan de donde vengan, en todo el territorio de Rusia.
2. Llevar a todos los saboteadores contrarrevolucionarios ante un tribunal revolucionario.
La Comisión realiza una investigación preliminar en la medida en
que ésta resulta indispensable para llevar a cabo correctamente su
tarea.
La Comisión se divide en departamentos: 1. Información; 2. Organización; 3. Operación.
La Comisión otorgará una atención muy particular a los asuntos
de prensa, de sabotaje, a los KD (constitucionales-demócratas o
“kadetes”), a los SR (socialistas-revolucionarios o “eseristas”) de
derechas, a los saboteadores y a los huelguistas.
Medidas represivas encargadas a la Comisión: confiscación de
bienes, expulsión del domicilio, privación de cartillas de
racionamiento, publicación de listas de enemigos del pueblo, etc.
Resolución: aprobar el proyecto. Apelar a la Comisión pan-rusa
extraordinaria de lucha contra la revolución, la especulación y el
sabotaje. Que se publique.” [13]
Este texto fundacional de la policía política soviética suscita
inmediatamente una pregunta. ¿Cómo interpretar la discordancia entre el
discurso agresivo de Dzerzhinsky y la relativa modestia de las
competencias atribuidas a la Cheka? Los bolcheviques estaban a punto de
concluir un acuerdo con los socialistas-revolucionarios de izquierda
(seis de sus dirigentes entraron en el gobierno el 12 de diciembre) a
fin de romper su aislamiento político, en un momento en que les era
preciso afrontar la cuestión de la convocatoria de la Asamblea
Constituyente en la que eran minoritarios. También adoptaron un programa
de mínimos. En contra de la resolución adoptada por el gobierno el 7
(20) de diciembre, no fue publicado ningún decreto que anunciara la
creación de la Cheka y que definiera sus competencias.
Comisión “extraordinaria”, la Cheka iba a prosperar y actuar sin la
menor base legal. Dzerzhinsky que deseaba, como Lenin, tener las manos
libres, pronunció esta frase sobrecogedora: “Es la vida misma la que dicta su camino a la Cheka”.
La vida, es decir, el “terror revolucionario de las masas”, la
violencia de la calle que la mayoría de los dirigentes bolcheviques
estimulaba entonces con entusiasmo, olvidando por el momento su profunda
desconfianza hacia la espontaneidad popular.
Al dirigirse el 1 (13) de diciembre a los delegados del Comité
Ejecutivo Central de los soviets, Trotsky, comisario del pueblo para la
guerra, previno: “En menos de un mes, el terror va a adquirir formas
muy violentas, a ejemplo de lo que sucedió durante la gran Revolución
Francesa. No será ya solamente la prisión, sino la guillotina, ese
notable invento de la gran Revolución Francesa, que tiene como ventaja
reconocida la de recortar en el hombre una cabeza, lo que se dispondrá
para nuestros enemigos.” [14]
Algunas semanas más tarde, tomando la palabra en una asamblea de
obreros, Lenin apeló, una vez más, al terror, esa “justicia
revolucionaria de clases”:
“El poder de los soviets ha actuado como tendrían que haber
actuado todas las revoluciones proletarias: ha destrozado claramente a
la justicia burguesa, instrumento de las clases dominantes. (...) Los
soldados y los obreros deben comprender que nadie los ayudará si no se
ayudan a sí mismos. Si las masas no se levantan espontáneamente, no
llegaremos a nada. (...) ¡A menos que apliquemos el terror a los
especuladores – una bala en la cabeza en el momento – no llegaremos a
nada! “ [15]
Estas llamadas al terror atizaban una violencia que, ciertamente, no
había esperado la llegada de los bolcheviques al poder para
desencadenarse. Desde el otoño de 1917, millares de grandes propiedades
rurales habían sido saqueadas por los campesinos encolerizados y
centenares de grandes propietarios habían sido asesinados. En la Rusia
del verano de 1917 la violencia era algo omnipresente. Esta violencia no
era nueva, pero los acontecimientos del año 1917 habían permitido la
convergencia de varias formas de violencia presentes en estado latente:
una violencia urbana “reactivada” por la brutalidad de las relaciones
capitalistas en el seno del mundo industrial; una violencia campesina
“tradicional”; y la violencia “moderna” de la Primera Guerra Mundial,
portadora de una extraordinaria regresión y una formidable brutalización
de las relaciones humanas. La mezcla de estas tres formas de violencia
constituyó una combinación explosiva cuyo efecto podía llegar a ser
devastador en la coyuntura muy particular de la Rusia sumergida en una
revolución marcada, a su vez, por la debilidad de las instituciones del
orden y de la autoridad, por la escalda de los resentimientos y de las
frustraciones sociales acumuladas durante largo tiempo y por la
instrumentalización política de la violencia popular.
Entre los habitantes de las ciudades y los del campo la desconfianza
era recíproca; para los campesinos la ciudad era, más que nunca, el
lugar del poder y de la opresión. Para la élite urbana, para los
revolucionarios profesionales surgidos en su inmensa mayoría de la intelliguentsia,
los campesinos seguían siendo, como escribía Gorky, una masa de “gente
medio salvaje” cuyos “instintos crueles” e “individualismo animal”
debían ser sometidos a “la razón organizada de la ciudad”. Al mismo
tiempo, los políticos e intelectuales eran perfectamente conscientes del
hecho que el desencadenamiento de las revueltas campesinas era lo que
había resquebrajado al Gobierno Provisional, permitiendo a los
bolcheviques, muy minoritarios en el país, apoderarse del poder en el
vacío constitucional reinante.
A finales de 1917 y principios de 1918, ninguna oposición seria
amenazaba al nuevo régimen que, un mes después del golpe de Estado
bolchevique, controlaba la mayor parte del norte y del centro de Rusia
hasta el Volga medio, pero también grandes aglomeraciones en el Cáucaso
(Bakú) y Asia Central (Tashkent). Ciertamente, Ucrania y Finlandia se
habían separado pero no abrigaban intenciones belicosas contra el poder
bolchevique. La única fuerza militar antibolchevique organizada era el
pequeño “ejército de voluntarios”, de unos tres mil hombres
aproximadamente, embrión del futuro “ejército blanco”, puesto en pie en
el sur de Rusia por los generales Alexeyev y Kornilov. Estos generales
zaristas fundaban todas sus esperanzas en los cosacos del Don y del
Kubán.
Los cosacos se diferenciaban radicalmente de los otros campesinos
rusos. Su privilegio principal, bajo el antiguo régimen, era recibir 30
hectáreas de tierra a cambio de un servicio militar que alcanzaba hasta
la edad de 36 años. Aunque no aspiraban a adquirir nuevas tierras,
deseaban conservar las que poseían. Deseando ante todo salvaguardar su
condición de independencia, los cosacos, inquietos por las declaraciones
bolcheviques que estigmatizaban a los kulaks, se unieron en la
primavera de 1918 a las fuerzas antibolcheviques.
¿Se puede hablar de “guerra civil” a propósito de los primeros
enfrentamientos del invierno de 1917 y de la primavera de 1918, en el
sur de Rusia, entre algunos millares de hombres del ejército de
voluntarios y las tropas bolcheviques del general Sivers que contaba
apenas con seis mil hombres? Lo que llama la atención de entrada es el
contraste entre la modestia de los efectivos implicados y la violencia
inaudita de la represión ejercida por los bolcheviques, no solamente
contra los militares capturados sino también contra los civiles.
Instituida en 1919 por el general Denikin, comandante en jefe de las
fuerzas del sur de Rusia, la “comisión de investigación sobre los
crímenes bolcheviques” se esforzó por censar, durante los meses de su
actividad, las atrocidades cometidas por los bolcheviques en Ucrania, en
el Kubán, la región del Don y en Crimea.
Los testimonios recogidos por esta comisión – que constituyen la fuente principal del libro de S. P. Melgunov, El terror rojo en Rusia, 1918-1924,
el gran clásico sobre el terror bolchevique aparecido en Londres en
1924 – establecen innumerables atrocidades perpetradas desde enero de
1918. En Taganrog, los destacamentos del ejército de Sivers arrojaron a
cincuenta junkers y oficiales “blancos”, con los pies y las manos
atadas, a un alto horno. En Evpatoria, varios centenares de oficiales y
de “burgueses” fueron atados y luego arrojados al mar después de haber
sido torturados. Idéntica violencias tuvieron lugar en la mayoría de las
ciudades de Crimea ocupadas por los bolcheviques: Sebastopol, Yalta,
Alushta, Simferopol. Las mismas atrocidades se produjeron a partir de
abril-mayo de 1918 en las grandes aldeas cosacas insurrectas. Los muy
precisos expedientes de la comisión Denikin hacen referencia a “cadáveres
con las manos cortadas, con los huesos rotos, con las cabezas
arrancadas, con las mandíbulas destrozadas y los órganos genitales
cortados.” [16]
Como señala Melgunov, es no obstante “difícil distinguir lo que
sería una puesta en práctica sistemática de un terror organizado de lo
que aparece como «excesos incontrolados»”. Hasta agosto-septiembre de
1918 no se menciona nunca una Cheka local que dirigiera las matanzas.
Ciertamente, hasta esa fecha la red de chekas seguía siendo bastante
tenue. Las matanzas, dirigidas a sabiendas no solamente contra los
combatientes del campo enemigo sino también contra los “enemigos del
pueblo” civiles – así, entre las 240 personas muertas en Yalta a inicios
del mes de marzo de 1918 figuraban, además de 165 oficiales, alrededor
de 7 hombres, políticos, abogados, periodistas, profesores – fueron por
regla general perpetradas por “destacamentos armados”, “guardias rojos” y
otros “elementos bolcheviques” no especificados. Exterminar al “enemigo
del pueblo” no era más que la prolongación lógica de una revolución a
la vez política y social en la que unos eran los “vencedores” y los
otros los “vencidos”. Esta concepción del mundo no había aparecido
bruscamente después de octubre de 1917, pero las tomas de posición
bolcheviques, completamente explícitas sobre la cuestión, la habían
legitimado.
Recordemos lo que escribía, ya en marzo de 1917, en una carta bien
perspicaz, un joven capitán a propósito de la revolución en su
regimiento: “Entre nosotros y los soldados, el abismo es insondable: Para ellos somos y seguiremos siendo »barines« (amos).
Para ellos, lo que acaba de pasar no es una revolución política, sino
más bien una revolución social en la que ellos son los vencedores y
nosotros los vencidos. Nos dicen: »¡Antes erais los barines; ahora nos
toca a nosotros serlo!« Tienen la impresión de obtener finalmente su
desquite tras siglos de servidumbre.” [17]
Los dirigentes bolcheviques estimularon todo lo que en las masas
populares podía afirmar esta aspiración a un “desquite social” que
pasaba por una legitimación moral de la delación, del terror y de una
guerra civil “justa”, según los términos del mismo Lenin. El 15 (28) de
diciembre de 1917, Dzerzhinsky publicó en Izvestia un
llamamiento invitando “a todos los soviets” a organizar chekas. El
resultado fue un formidable aumento de “comisiones”, “destacamentos” y
otros “órganos extraordinarios” que las autoridades centrales tuvieron
muchas dificultades para controlar cuando decidieron, algunos meses más
tarde, poner término a la “iniciativa de las masas” y organizar una red
estructurada y centralizada de chekas. [18]
“Un período de improvisación y de tanteos”
Describiendo los seis primeros meses de la Cheka, Dzerzhinsky escribía en julio de 1918: “Fue
un período de improvisación y de tanteos, durante el cual la
organización no siempre estuvo a la altura de las circunstancias.” [19]
En esa fecha, no obstante, el balance de la acción de la Cheka como
órgano de represión contra las libertades ya era considerable. Y la
organización, que contaba apenas con un centenar de personas en
diciembre de 1917, ¡había multiplicado sus efectivos por 120 en seis
meses!
Ciertamente, los inicios de la organización fueron muy modestos. El
11 de enero de 1918, Dzerzhinsky envió una nota a Lenin en la que le
comunicaba: “Nos encontramos en una situación imposible, a pesar de
los importantes servicios ya rendidos. No contamos con ninguna
financiación. Trabajamos día y noche sin pan, ni azúcar, ni té, ni
mantequilla, ni queso. Tome medidas para que haya raciones decentes, o
autorícenos a realizar requisas entre los burgueses.” [20]
Dzerzhinsky había reclutado a un centenar de hombres, en buena medida
antiguos camaradas de la clandestinidad, en su mayoría polacos o
bálticos, que habían trabajado casi todos en el Comité Militar
Revolucionario de Petrogrado, y entre los cuales figuraban ya los
futuros cuadros de la GPU de los años 20 y de la NKVD de los años 30:
Latsis, Menzhinsky, Meing, Moroz, Peters, Trilisser, Unschlicht, Yagoda.
La primera acción de la Cheka fue aplastar la huelga de funcionarios
de Petrogrado. El método fue expeditivo – arresto de los “agitadores” –
y la justificación simple: “quien no quiere trabajar con el pueblo no
tiene lugar en él”, declaró Dzerzhinsky, que ordenó arrestar a un cierto
número de diputados socialistas-revolucionarios y mencheviques,
elegidos para la Asamblea Constituyente. Este acto arbitrario fue
inmediatamente condenado por el comisario del pueblo para la justicia,
Steinberg, un socialista-revolucionario de izquierda que había entrado
al gobierno unos días antes. Este primer incidente entre la Cheka y la
justicia planteaba la cuestión capital: la condición extra-legal de esta
policía política.
“¿Para qué sirve un comisario del pueblo para la justicia? –
preguntó entonces Steinberg a Lenin – ¡Que lo llamen comisariado del
pueblo para el exterminio social y se entenderá la razón!
– Excelente idea – respondió Lenin. – Es exactamente como yo lo veo. ¡Desgraciadamente no se le puede llamar así.” [21]
Naturalmente, Lenin arbitró el conflicto entre Steinberg, que exigía
estricta subordinación de la Cheka a la justicia, y Dzerzhinsky, que se
rebelaba contra el juridicismo puntilloso de la vieja escuela del
antiguo régimen. El favorecido fue Dzerzhinsky. La Cheka no debía
responder de sus actos más que ante el gobierno.
El 6 (19) de enero de 1918 marcó una etapa importante en el
reforzamiento de la dictadura bolchevique. Por la mañana temprano, la
Asamblea Constituyente, elegida entre noviembre y diciembre de 1917, y
en la que los bolcheviques estaban en minoría puesto que no disponían
más que de 175 diputados sobre un total de 607 elegidos, fue dispersada
por la fuerza, después de haber celebrado sus sesiones durante tan solo
un día. Este acto arbitrario no provocó ningún eco apreciable en el
país. Una pequeña manifestación organizada para protestar contra la
disolución fue reprimida por las tropas. Se produjeron 20 muertos, un
pesado tributo para una experiencia de democracia parlamentaria que solo
había durado algunas horas. [22]
En los días y semanas que siguieron a la disolución de la Asamblea
Constituyente, la posición del gobierno bolchevique en Petrogrado se
hizo cada vez más incómoda, en el momento mismo en que Trotsky, Kamenev,
Yoffé y Radek negociaban en Brest-Litovsk las condiciones de paz con
las delegaciones de los imperios centrales. El 9 de enero de 1918, el
gobierno consagró su orden del día a la cuestión de su traslado a Moscú.
[23]
Lo que inquietaba a los dirigentes bolcheviques era menos la amenaza
alemana – el armisticio había entrado en vigor a partir del 15 (28) de
diciembre – que una sublevación obrera. Efectivamente, en los barrios
obreros que dos meses antes los habían apoyado, crecía el descontento.
Con la desmovilización y las mermas de los pedidos militares, las
empresas habían despedido a decenas de millares de personas. La
agravación de las dificultades de los suministros había hecho caer la
ración cotidiana de pan hasta un cuarto de libra. Incapaz de enderezar
la situación, Lenin estigmatizaba a los “acaparadores” y a los
“especuladores” designados como chivos expiatorios. “Cada fábrica,
cada compañía, debe organizar destacamentos de requisa. Hay que
movilizar para la búsqueda de alimentos no solamente a los voluntarios
sino a todo el mundo, bajo pena de confiscación inmediata de la cartilla
de racionamiento”, escribía el 22 de enero (3 de febrero) de 1918.
El nombramiento de Trotsky a su regreso de Brest-Litovsk, el 31 de
enero de 1918, a la cabeza de una comisión extraordinaria encargada del
suministro y del transporte, señala bien a las claras la importancia
decisiva otorgada por el gobierno a la “caza de suministros”, primera
etapa de la “dictadura del suministro”. En esta comisión Lenin propuso, a
mediados de febrero, un proyecto de decreto que incluso los miembros de
este organismo – entre los que, además de Trotsky, figuraba Tsiuroupa,
comisario del pueblo para suministros – juzgaron oportuno rechazar. El
texto preparado por Lenin preveía que todos los campesinos fuesen
obligados a entregar sus excedentes a cambio de un recibo. En caso de no
entregar en los plazos señalados, los transgresores serían fusilados. “Cuando leímos este proyecto, quedamos sobrecogidos.” – escribió Tsiuroupa en sus memorias – “Aplicar semejante decreto habría llevado a ejecuciones masivas. Finalmente, el proyecto de Lenin fue abandonado.” [24]
Este episodio resulta, no obstante, muy revelador. Desde principios
de 1918, Lenin, paralizado en el punto muerto al que le había conducido
su política, inquieto ante la situación catastrófica de los suministros
de los grandes centros industriales contemplados como los únicos islotes
bolcheviques en medio de un océano campesino, estaba dispuesto a todo
para “apoderarse de los cereales”, salvo a modificar un ápice de su
política. Resultaba inevitable el conflicto entre un campesinado que
deseaba conservar para sí los frutos de su trabajo y rechazaba toda
injerencia de una autoridad exterior y el nuevo régimen que ansiaba
imponer su autoridad, se negaba a comprender el funcionamiento de los
circuitos económicos y quería – y pensaba – controlar lo que no le
parecía más que una manifestación de anarquía social.
El traslado de la capital a Moscú
El 21 de febrero de 1918, frente al avance fulminante de los
ejércitos alemanes, posterior a la ruptura de conversaciones de
Brest-Litovsk, el gobierno proclamó “la patria socialista en peligro”.
El llamamiento de resistencia contra el invasor iba acompañado de una
llamada al terror de las masas: “Todo agente enemigo, especulador, gamberro, agitador contrarrevolucionario y espía alemán será fusilado sobre el terreno.” [25]
Esta proclama venía a instaurar la ley marcial en la zona de
operaciones militares. Con la firma de la paz, el 3 de marzo de 1918 en
Brest-Litovsk, se convirtió en algo caduco. Legalmente, la pena de
muerte no fue restablecida en Rusia hasta el 16 de julio de 1918. No
obstante, a partir de febrero de 1918, la Cheka procedió a realizar
numerosas ejecuciones sumarias fuera de la zona de operaciones
militares.
El 10 de marzo de 1918, el gobierno abandonó Petrogrado en dirección
a Moscú, que se había convertido en la capital. La Cheka se instaló
cerca del Kremlin, en la calle Bolshaya-Lubianka, en los edificios de
una compañía de seguros que ocuparía bajo sus siglas sucesivas – GPU,
NKVD, MVD, KGB – hasta la caída del régimen soviético. De 600 efectivos
en marzo, el número de chekistas que trabajaba en Moscú en la “Gran
Casa” pasó, en julio de 1918, a 2.000; sin contar las tropas especiales.
Cifra considerable cuando se sabe que el Comisariado del Pueblo para el
Interior, encargado de dirigir el inmenso aparato de los soviets
locales del conjunto del país, no contaba en esa misma fecha con más que
400 funcionarios.
La Cheka realizó su primera operación de envergadura durante la
noche del 11 al 12 de abril de 1918. Más de 1.000 hombres de sus tropas
especiales tomaron por asalto en Moscú a una veintena de casas
controladas por los anarquistas. Al cabo de varias horas de combate
encarnizado fueron detenidos 52 anarquistas y 25 de ellos fueron
sumariamente ejecutados como “bandidos”, una denominación que desde
entonces iría a servir para designar a los obreros en huelga, a los
desertores que huían del reclutamiento, o a los campesinos sublevados
contra las requisas. [26]
Después de este primer éxito, seguido de otras operaciones “de
pacificación”, tanto en Moscú como en Petrogrado, Dzerzhinsky reclamó en
una carta dirigida al Comité Ejecutivo Central, el 29 de abril de 1918,
un aumento considerable de los medios de la Cheka: “En la etapa actual” – escribió – “es
inevitable que la actividad de la Cheka conozca un crecimiento
exponencial, ante la multiplicación de las oposiciones
contrarrevolucionarias de todo tipo.” [27]
La “etapa actual” a la que Dzerzhinsky hacía referencia aparecía, en
efecto, como un período decisivo en la puesta en funcionamiento de la
dictadura política y económica y en el reforzamiento de la represión
contra una población cada vez más hostil hacia los bolcheviques. Desde
octubre de 1917 no había, en efecto, ni mejorado la suerte cotidiana ni
salvaguardado las libertades fundamentales conseguidas a lo largo del
año 1917. De haber sido los únicos, entre todos los políticos, que
permitieron a los campesinos apoderarse de las tierras tan largamente
codiciadas, los bolcheviques se habían transformado a sus ojos en
“comunistas” que les arrebataban los frutos de su trabajo. ¿Eran los
mismos, se interrogaban numerosos campesinos – que distinguían en sus
quejas a los “bolcheviques” que habían dado la tierra y a los
“comunistas” que robaban al honrado trabajador, privándole hasta de su
última camisa?
La primavera de 1918 fue, en realidad, un momento en el que las
posiciones no estaban perfiladas del todo. Los soviets – que todavía no
habían sido amordazados y transformados en simples órganos de la
administración estatal – eran un lugar de verdaderos debates políticos
entre los bolcheviques y los socialistas moderados. Los periódicos de
oposición, aunque cotidianamente perseguidos, continuaban existiendo. La
vida política local conocía una abundancia de instituciones
concurrentes. Durante este período, marcado por la agravación de las
condiciones de vida y por la ruptura total de los circuitos de
intercambio económicos entre las ciudades y el campo, los socialistas
revolucionarios y los mencheviques obtuvieron innegables éxitos
políticos. En el curso de las elecciones para la renovación de los
soviets, a pesar de las presiones y de las manipulaciones, triunfaron en
19 de las 30 capitales de provincia en que las elecciones tuvieron
lugar y los resultados fueron publicados. [28]
El “comunismo de guerra”
Frente a esta situación, el gobierno bolchevique reaccionó
endureciendo su dictadura, tanto en el plano económico como en el
político. Los circuitos de distribución económica estaban rotos a la
vez en el área de los medios – en virtud de la degradación espectacular
de las comunicaciones, fundamentalmente ferroviarias – y en las
motivaciones, porque la ausencia de productos manufacturados no
impulsaba al campesino a vender. El problema vital era, por lo tanto,
asegurar el suministro del ejército y de las ciudades, lugar del poder y
sede del “proletariado”.
A los bolcheviques se les ofrecían dos posibilidades: o bien
restablecer la apariencia de un mercado en una economía en ruinas, o
bien utilizar la amenaza. Escogieron la segunda, persuadidos de la
necesidad de avanzar en la lucha en pro de la destrucción del “orden
antiguo”.
Tomando la palabra el 29 de abril de 1918 ante el Comité Ejecutivo Central de los soviets, Lenin declaró sin ambages: “Sí,
los pequeños propietarios, los pequeños poseedores han estado a nuestro
lado, el de los proletarios, cuando se ha tratado de derribar a los
propietarios terratenientes y a los capitalistas. Pero ahora nuestros
caminos se separan. Los pequeños propietarios sienten horror hacia la
organización, hacia la disciplina. Ha llegado la hora de que llevemos a
cabo una lucha despiadada, sin compasión, contra estos pequeños
propietarios, estos pequeños poseedores.” [29]
Algunos días más tarde, el comisario del pueblo para el suministro precisó ante la misma asamblea: “Lo digo abiertamente: es una cuestión de guerra. Solo obtendremos los cereales utilizando los fusiles.” [30] Y Trotsky se ocupó de remachar: “Nuestro partido está a favor de la guerra civil. La guerra civil es la lucha por el pan. . . ¡Viva la guerra civil!” [31]
Citemos un último texto, escrito en 1921 por otro dirigente
bolchevique, Karl Radek, que aclara perfectamente la política
bolchevique de la primavera de 1918, es decir, varios meses antes del desarrollo del conflicto armado que iba a enfrentar durante dos años a rojos y a blancos: “El
campesino acababa de recibir la tierra, acababa de regresar del frente a
su casa, había guardado sus armas, y su actitud hacia el Estado podía
ser resumida de la siguiente manera: ¿Para qué sirve un Estado? ¡No
tenía ninguna utilidad! Si hubiéramos decidido poner en funcionamiento
un impuesto en especie, no habríamos logrado cobrarlo porque carecíamos
de aparato de Estado. El antiguo había sido deshecho y los campesinos no
nos habrían dado nada sin verse forzados a hacerlo. Nuestra tarea, a
principios de 1918, era sencilla. Teníamos que hacerle comprender a los
campesinos dos cosas elementales: que el Estado tenía derechos sobre una
parte de los productos del campesinado para satisfacer sus propias
necesidades y que disponía de la fuerza para hacer valer sus derechos.” [32]
En mayo-junio de 1918 el gobierno bolchevique adoptó dos medidas
decisivas que inauguraban un período de guerra civil que se denomina
tradicionalmente como “comunismo de guerra”.
El 13 de mayo de 1918, un decreto atribuyó poderes extraordinarios
al Comisariado del pueblo para Suministros, encargado de requisar los
productos alimenticios y de poner en funcionamiento un verdadero
“ejército de suministros”. En julio de 1918, cerca de 12.000 personas
participaban ya en estos “destacamentos de suministros” que contarán,
durante su apogeo en 1920, con hasta 80.000 hombres, de los que la mitad
pertenecía a los obreros de Petrogrado en situación de desempleo, que
se vieron atraídos por un salario decente y una remuneración es especie
proporcional a la cantidad de cereales confiscados.
Segunda medida: el decreto del 11 de junio de 1918 que instituyó
comités de campesinos pobres, encargados de colaborar estrechamente con
los destacamentos de suministros y requisar, también, a cambio de una
parte de las requisas, los excedentes agrícolas de los campesinos
acomodados. Estos comités de campesinos pobres debían también reemplazar
a los soviets rurales considerados poco dignos de confianza por el
poder, ya que estaban impregnados de la ideología
socialista-revolucionaria. Dadas las tareas que se les pedía que
ejecutaran – tomar por la fuerza el fruto del trabajo de otro – y las
motivaciones que se consideraba que los espolearían – el poder, el
sentimiento de frustración y de envidia hacia los “ricos”, la promesa de
una parte del botín – se puede imaginar lo que fueron estos
representantes del poder bolchevique en los campos. Como escribe con
perspicacia Andrea Graziosi, “en estas gentes, la devoción a la
causa – o más bien al nuevo Estado – y algunas capacidades operativas
innegables iban a la par con una conciencia política y social
balbuciente, un acentuado carrerismo y comportamientos “tradicionales”,
como la brutalidad para con los subordinados, el alcoholismo y el
nepotismo. (...) Tenemos un buen ejemplo de la manera en que “el
espíritu” de la revolución plebeya impregnaba al nuevo régimen”. [33]
A pesar de algunos éxitos iniciales, la organización de comités de
campesinos pobres no duró mucho. La idea misma de situar por delante a
la parte más pobre del campesinado reflejaba el desconocimiento profundo
que tenían los bolcheviques de la sociedad campesina. De acuerdo con un
esquema marxista simplista, la imaginaban dividida en clases
antagónicas, y en realidad era, ante todo, solidaria frente al mundo
exterior, frente a los extraños venidos de la ciudad. Cuando se trataba
de entregar los excedentes, el reflejo igualitario y comunitario de la
asamblea campesina actuaba de forma plena. En lugar de recaer solo sobre
los campesinos acomodados, el peso de las requisas fue repartido en
función de las disponibilidades de cada uno. La masa de los campesinos
medios se vio afectada y el descontento resultó general. Estallaron
disturbios en numerosas regiones.
Ante la brutalidad de los destacamentos de suministros respaldados
por la Cheka o el Ejército, una verdadera guerrilla adquirió forma desde
junio de 1918. En julio-agosto, 110 insurrecciones campesinas,
calificadas por el poder de “rebeliones kulaks” – terminología
bolchevique que se usaba para designar las revueltas en las que
participaban aldeas enteras, con todas las categorías sociales
entremezcladas – estallaron en las zonas controladas por el nuevo poder.
El crédito del cual los bolcheviques habían disfrutado durante un breve
período, por no haberse opuesto en 1917 al reparto de las tierras, se
vio aniquilado en algunas semanas. Durante tres años, la policía de
requisas provocaría millares de sublevaciones y de motines que
degeneraron en verdaderas guerras campesinas reprimidas con la mayor
violencia.
En el plano político, el endurecimiento de la dictadura durante la
primavera de 1918 se tradujo en la clausura definitiva de todos los
periódicos no bolcheviques, la disolución de los soviets no
bolcheviques, el arresto de los opositores y la represión brutal de
numerosos movimientos de huelga. En mayo-junio de 1918, 205 periódicos
de la oposición socialista fueron definitivamente cerrados. Los soviets,
de mayoría menchevique o socialista-revolucionaria, de Kaluga, Tver,
Yaroslavl, Riazán. Kostroma, Kazán, Saratov, Penza, Tambov, Voronezh,
Orel y Vologdae fueron disueltos por la fuerza. [34]
El escenario fue idéntico en casi todas partes: algunos días después de
las elecciones en las que obtuvieron la victoria los partidos de la
oposición, la fracción bolchevique recurría a la ayuda de la fuerza
armada, generalmente un destacamento de la Cheka, que decretaba la ley
marcial y detenía a los opositores.
Dzerzhinsky – que había enviado a sus principales colaboradores a
las ciudades donde la oposición había ganado – impulsaba sin ambages el
golpe de fuerza, como dan testimonio de manera elocuente las directrices
que dirigió el 31 de mayo a Eiduk, su plenipotenciario en misión en
Tver: “los obreros, influidos por los mencheviques, los eseristas y
otros cerdos contrarrevolucionarios, se han declarado en huelga y se han
manifestado a favor de la constitución de un gobierno que reúna a todos
los «socialistas». Debes fijar por toda la ciudad una proclama
indicando que la Cheka ejecutará sobre el terreno a todo bandido,
ladrón, especulador y contrarrevolucionario que conspire contra el poder
soviético. Establece una contribución extraordinaria sobre los
burgueses de la villa. Cénsalos. Estas listas serán útiles aunque no se
muevan nunca. Me preguntas con qué elementos hay que formar nuestra
Cheka local. Echa mano a gente resuelta que sepa que no hay nada más
eficaz que una bala para hacer callar a alguien. La experiencia me ha
enseñado que un número reducido de gente decidida puede hacer cambiar
una situación.” [35]
La disolución de los soviets controlados por los opositores y la
expulsión, el 14 de julio de 1918, de los mencheviques y de los
socialistas revolucionarios del Comité Ejecutivo pan-ruso de los
soviets, suscitaron protestas, manifestaciones y movimientos de huelga
en numerosas ciudades obreras en las que, además, la situación
alimentaria no dejaba de degradarse. En Kolpino, cerca de Petrogrado, el
jefe de un destacamento de la Cheka ordenó disparar sobre una
manifestación contra el hambre, organizada por obreros cuya ración
mensual había descendido a dos libras de harina. Se produjeron 10
muertos. El mismo día, en la fábrica Berezovski, cerca de Ekaterimburgo,
15 personas fueron muertas por un destacamento de guardias rojos
durante la celebración de un mitin de protesta contra los “comisarios
bolcheviques” acusados de haberse apropiado de las mejores casas de la
ciudad y de haber utilizado en beneficio propio los 500 rublos de
impuestos a la burguesía local. Al día siguiente, las autoridades del
sector decretaron la ley marcial en esta ciudad obrera y 14 personas
fueron inmediatamente fusiladas por la Cheka local, que no informó de
ello a Moscú. [36]
Durante la segunda quincena de mayo y el mes de junio de 1918,
numerosas manifestaciones obreras fueron reprimidas con sangre en
Sormovo, Yaroslavl y Tula, así como en las ciudades industriales de los
Urales, Taguil, Beloretsk, Zlatus y Ekaterimburgo. La parte cada vez más
activa que desempeñaron en la represión las chekas locales queda
atestiguada por la frecuencia creciente, en los medios obreros, de
consignas y lemas contra la nueva “Ojrana” [37] (policía política zarista) al servicio de la “comisariocracia”.[38]
Del 8 al 11 de junio de 1918, Dzerzhinsky presidió la primera
conferencia pan-rusa de chekas, a la que asistieron un centenar de
delegados de 43 secciones locales que totalizaban ya unos 12.000 hombres
– serán 40.000 a finales del año 1918, más de 280.000 a principios de
1921. Afirmándose por encima de los soviets – e incluso “por encima del
partido”, señalaron algunos bolcheviques – la conferencia declaró que “asumía
en todo el territorio de la república el peso de la lucha contra la
contrarrevolución, en su condición de órgano supremo del poder
administrativo de la Rusia soviética”.
El organigrama ideal adoptado como consecuencia de esta conferencia
ponía de manifiesto el vasto campo de actividad transferido a la policía
política desde junio de 1918, es decir, antes
de la gran oleada de insurrecciones “contrarrevolucionarias” del verano
de 1918. Calcada sobre el modelo de la casa madre de la Lubianka, cada
cheka de provincia debía, en los plazos más breves, organizar los
departamentos y oficinas siguientes:
1). Departamento de Información. Oficinas: Ejército Rojo,
monárquicos, cadetes, eseristas de derecha y mencheviques, anarquistas y
delincuentes de derecho común, burguesía y gente de la iglesia,
sindicatos y comités obreros, súbditos extranjeros. En relación con cada
una de estas categorías, las oficinas correspondientes debían elaborar
una lista de sospechosos.
2). Departamento de Lucha Contra la Contrarrevolución. Oficinas:
Ejército Rojo, monárquicos, cadetes, eseristas de derecha y
mencheviques, anarquistas, sindicalistas, minorías nacionales,
extranjeros, alcoholismo, pogroms y orden público, asuntos de prensa.
3). Departamento de Lucha contra la Especulación y los Abusos de Autoridad:
4). Departamento de Transportes, Vías de Comunicación y Puertos.
5). Departamento Operativo, que agrupa a las unidades especiales de la Cheka. [39]
Atentados y pena de muerte
Dos días después del final de esta conferencia pan-rusa de las
chekas, el gobierno decretó el restablecimiento legal de la pena de
muerte. La misma, abolida después de la revolución de febrero de 1917,
había sido restaurada por Kerensky en julio de 1917. No obstante, no se
aplicó entonces más que en las regiones del frente, bajo jurisdicción
militar. Una de las primeras medidas adoptadas por el Segundo Congreso
de los Soviets, el 16 de octubre ( 8 de noviembre) de 1917, fue el
abolir de nuevo la pena capital. Esta decisión provocó la cólera de
Lenin: “¡Es un error, una debilidad inadmisible, una ilusión pacifista!” [40]
Lenin y Dzerzhinsky no pararon hasta restablecer legalmente la pena
de muerte, a sabiendas de que pertinentemente podría ser aplicada, sin
ningún “juridicismo puntilloso”, por órganos extra-legales como las
chekas. La primera condena a muerte legal, pronunciada por un tribunal
revolucionario, tuvo lugar el 21 de junio de 1918: el almirante Chastny
fue el primer “contrarrevolucionario” fusilado “legalmente”.
El 20 de junio de 1918, V. Volodarsky, uno de los dirigentes
bolcheviques de Petrogrado, fue abatido por un militante
socialista-revolucionario. Este atentado se producía en un período de
extrema tensión en la antigua capital. En el curso de las semanas
precedentes, las relaciones entre los bolcheviques y el mundo obrero no
habían dejado de deteriorarse. En mayo-junio de 1918, la cheka de
Petrogrado señaló 70 “incidentes” – huelgas, mítines antibolcheviques,
manifestaciones – que implicaban principalmente a los metalúrgicos de
las fortalezas obreras, que habían sido los más ardientes partidarios de
los bolcheviques en 1917 e incluso con anterioridad. Las autoridades
respondieron a las huelgas mediante el cierre de las grandes fábricas
nacionalizadas, una práctica que iba a resultar generalizada a la hora
de quebrar la resistencia obrera en los meses siguientes. El asesinato
de Volodarsky fue seguido por una oleada de arrestos sin precedentes en
los medios obreros de Petrogrado. “La asamblea de los plenipotenciarios
obreros”, organización de mayoría menchevique que coordinaba la
oposición obrera en Petrogrado, fue disuelta. Más de 800 “agitadores”
fueron detenidos en dos días. Los medios obreros replicaron a estos
arrestos masivos convocando a una huelga general el 2 de julio de 1918. [41]
Desde Moscú, Lenin envió entonces una carta a Zinoviev, presidente
del comité de Petrogrado del partido bolchevique, documento revelador a
la vez de la concepción leninista del terror y de una extraordinaria
ilusión política. ¡Se trataba, efectivamente, de un formidable
contrasentido político el que cometía Lenin al afirmar que los obreros
se sublevaban contra el asesinato de Volodarsky!
“Camarada Zinoviev; acabamos de saber que los obreros de
Petrogrado deseaban responder mediante el terror de las masas al
asesinato del camarada Volodarsky, y que usted (no usted personalmente,
sino los miembros del comité del partido de Petrogrado) los ha frenado.
¡Protesto enérgicamente! Estamos comprometidos: impulsamos el terror de
las masas en las resoluciones del soviet, pero cuando se trata de
actuar, obstruimos la iniciativa absolutamente correcta de las masas.
¡Es i-nad-mi-si-ble! Los terroristas van a considerar que somos unos
locos blandengues. La hora es extremadamente marcial. Resulta
indispensable estimular la energía y el carácter de las masas del terror
dirigido contra los contrarrevolucionarios, especialmente en
Petrogrado, cuyo ejemplo es decisivo. Saludos. Lenin” [42]
El Terror Rojo
Las revueltas del verano de 1918
“Los bolcheviques dicen abiertamente que sus días están contados.” – informaba a su gobierno Karl Helferich, embajador alemán en Moscú el 3 de agosto de 1918 – “Un
verdadero pánico se ha apoderado de Moscú . . . corren los rumores más
absurdos acerca de los »traidores« que habrían entrado en la ciudad”.
Nunca habían sentido los bolcheviques su poder tan amenazado como en
el curso del verano de 1918. Realmente no controlaban ya más que un
territorio reducido de la Moscovia histórica frente a tres frentes
antibolchevique firmemente establecidos: uno en la región del Don,
ocupada por las tropas cosacas del atamán Krasnov y por el ejército
blanco del general Denikin. El segundo en Ucrania, en manos de los
alemanes y de la Rada (el parlamento ucraniano); y el tercero a lo largo
del ferrocarril transiberiano, donde la mayoría de las grandes ciudades
había caído en manos de la Legión Checa [43] cuya ofensiva era apoyada por el gobierno socialista-revolucionario de Samara.
Durante el verano de 1918 estallaron cerca de 140 revueltas e
insurrecciones de gran amplitud en las regiones más o menos controladas
por los bolcheviques. Las más frecuentes se debían a comunidades
campesinas que se oponían a las requisas realizadas con brutalidad por
los destacamentos de suministros, a las limitaciones impuestas al
comercio privado y a las nuevas movilizaciones de reclutas llevadas a
cabo por el Ejército Rojo. [44]
Los campesinos encolerizados se dirigían en masa a la ciudad más
próxima y sitiaban el soviet, intentando a veces prenderle fuego.
Generalmente, los incidentes degeneraban. La tropa, las milicias
encargadas del mantenimiento del orden y, cada vez con mayor frecuencia,
los destacamentos de la Cheka, no dudaban en disparar sobre los
manifestantes. En estos enfrentamientos, cada vez más numerosos a medida
en que pasaban los días, los dirigentes bolcheviques veían una vasta
conspiración contrarrevolucionaria dirigida contra su poder por los
“kulaks disfrazados de guardias blancos”.
“Es evidente que una sublevación de guardias blancos se está preparando en Nizhni-Novgorod”
– telegrafió Lenin el 9 de agosto de 1918 al presidente del Comité
Ejecutivo del soviet de esa ciudad que acababa de comunicarle algunos
incidentes que implicaban a campesinos que protestaban contra las
requisas. – “Hay que formar inmediatamente una «troika» dictatorial
(usted mismo, Markin y otro), implantar el terror de masas, fusilar o
deportar a los centenares de prostitutas que hacen beber a los soldados,
a todos los antiguos oficiales, etc. No hay un minuto que perder. . .
Se trata de actuar con resolución: requisas masivas. Ejecución por
llevar armas. Deportaciones masivas de los mencheviques y de otros
elementos sospechosos”. [45]
Al día siguiente, 10 de agosto, Lenin envió otro telegrama del mismo tenor al Comité Ejecutivo del soviet de Penza:
“¡Camaradas! La subversión kulak en vuestros cinco distritos debe ser
aplastada sin piedad. Los intereses de la revolución lo exigen porque en
todas partes se ha entablado la «lucha final» contra los kulaks. Es
preciso dar un escarmiento. 1)- Colgar (y digo colgar de manera que la gente lo vea)
al menos a cien kulaks ricos y chupasangres conocidos. 2)- Publicar sus
nombres. 3)- Apoderarse de su grano. 4)- Identificar a los rehenes como
hemos indicado en nuestro programa de ayer. Haced esto de manera que en
centenares de leguas a la redonda la gente vea, tiemble, sepa y se
digan: matan y continuarán matando a los kulaks sedientos de sangre.
Telegrafiad que habéis recibido y ejecutado estas instrucciones.
Vuestro. Lenin. PS: Encontrad gente más dura.” [46]
De hecho, como deja de manifiesto una lectura atenta de los informes
de la Cheka sobre las revueltas de verano de 1918, solamente
estuvieron, al parecer, preparadas con antelación las sublevaciones de
Yaroslavl, Rybinsk y Murom, organizadas por la Unión para la Defensa de
la Patria del dirigente socialista-revolucionario Boris Savinkov, y la
de los obreros de las fábricas de armamento de Izhevsk, inspiradas por
los mencheviques y los socialistas-revolucionarios locales. Todas las
demás insurrecciones se desarrollaron de manera espontánea y puntual a
partir de incidentes que implicaban a comunidades campesinas que
rechazaban las requisas o el reclutamiento. Fueron ferozmente reprimidas
en algunos días por destacamentos seguros del Ejército Rojo o de la
Cheka. Solo la ciudad de Yaroslavl, en la que destacamentos de Savinkov
habían derribado el poder bolchevique local, resistió unos quince días.
Después de la caída de la ciudad, Dzerzhinsky envió a Yaroslavl una
“comisión especial de investigación” que, en cinco días, del 24 al 28 de
julio de 1918, ejecutó a 428 personas. [47]
Rehenes y primeros campos de concentración
Durante todo el mes de agosto de 1918 – es decir: antes del
desencadenamiento “oficial” del terror rojo el 3 de septiembre – los
dirigentes bolcheviques, con Lenin y Dzerzhinsky a la cabeza, enviaron
un gran número de telegramas a los responsables locales de la Cheka o
del partido, exigiéndoles que tomaran “medidas profilácticas” para
evitar cualquier intento de insurrección. Entre estas medidas, explicaba
Dzerzhinsky, “las más eficaces son la captura de rehenes entre la
burguesía partiendo de listas que habéis establecido para las
contribuciones excepcionales descargadas sobre los burgueses (…) el
arresto y la reclusión de todos los rehenes y sospechosos en campos de
concentración” [48]
El 8 de agosto de 1918 Lenin pidió a Tsuriupa, Comisario del pueblo
para el Suministro, que redactara un decreto en virtud del cual “en
cada distrito productor de cereales, 25 rehenes designados entre los
habitantes más acomodados responderán con sus vidas por el no
cumplimiento del plan de requisa”. Dado que Tsuriupa se había hecho
el sordo, pretextando que era difícil organizar esa captura de rehenes,
Lenin le envió una segunda nota todavía más explícita: “No sugiero que se capturen rehenes, sino que sean designados nominalmente
en cada distrito. El objeto de esta designación es que los ricos,
sujetos a contribución, sean igualmente responsables con su vida de la
realización inmediata del plan de requisas en su distrito”. [49]
Además del sistema de rehenes, los dirigentes bolcheviques
experimentaron en agosto de 1918 con otro instrumento de represión
aparecido en la Rusia de guerra: el campo de concentración. El 9 de
agosto de 1918 Lenin telegrafió al Comité Ejecutivo de la provincia de
Penza para recluir “a los kulaks, a los sacerdotes, a los guardias blancos y a otros elementos dudosos en un campo de concentración.” [50]
Algunos días antes, Dzerzhinsky y Trotsky habían igualmente ordenado
la reclusión de los rehenes en “campos de concentración”. Estos “campos
de concentración” eran campos de internamiento donde debían ser
recluidos, en virtud de una simple medida administrativa y sin el menor
juicio, los “elementos dudosos”. En Rusia existían abundantes campos
donde habían sido internados numerosos prisioneros de guerra, al igual
de lo que sucedía en otros países beligerantes.
Entre los “elementos dudosos” que había que detener de manera
preventiva figuraban, en primer lugar, los responsables políticos de
oposición que todavía se encontraban en libertad. El 15 de agosto de
1918, Lenin y Dzerzhinsky firmaron la orden de arresto de los
principales dirigentes del partido menchevique – Martov, Dan, Potressov,
Goldman – cuya prensa ya había sido reducida a silencio y cuyos
representantes habían sido expulsados de los soviets. [51]
Para los dirigentes bolchevique, las fronteras entre las distintas
categorías de opositores estaban completamente borradas, en una guerra
civil que – según explicaban ellos – tenía sus propias leyes.
“La guerra civil no obedece leyes escritas” – escribía en
Izvestia el 23 de agosto de a918 Latsis, uno de los principales
colaboradores de Dzerzhinsky – “La guerra capitalista tiene sus leyes
escritas (…) pero la guerra civil tiene sus propias leyes (…) No solo
hay que destruir las fuerzas activas del enemigo sino demostrar que
cualquiera que desenfunde la espada contra el orden de clase existente
perecerá por la espada. Tales son las reglas que la burguesía ha
observado siempre en las guerras civiles que ha desencadenado contra el
proletariado (…) Todavía no hemos asimilado de manera suficiente estas
reglas. Se mata a los nuestros por centenares y por miles. Ejecutamos a
los suyos uno por uno, después de largas deliberaciones ante comisiones y
tribunales. En la guerra civil no hay tribunales para el enemigo. Es
una lucha a muerte. Si no matas, te matarán. ¡Por lo tanto mata, si no
quieres que te maten!” [52]
Los atentados contra Uritsky y Lenin
El 30 de agosto de 1918, dos atentados, uno dirigido contra M.S.
Uritsky, jefe de la cheka de Petrogrado, y el otro contra Lenin,
afirmaron a los dirigentes bolcheviques en la idea de que una verdadera
conjura amenazaba su propia existencia.
En realidad, estos dos atentados no tenían ninguna relación entre
sí. El primero había sido cometido, dentro de la más pura tradición del
terrorismo revolucionario populista, por un estudiante deseoso de vengar
a un amigo oficial ejecutado algunos días antes por la cheka de
Petrogrado. En cuanto al segundo, dirigido contra Lenin, atribuido
durante mucho tiempo a Fanny Kaplan, una militante cercana a los medios
anarquistas y socialistas-revolucionarios, detenida en el momento y
ejecutada tres días después de los hechos, parece hoy en día que fue el
resultado de una provocación organizada por la Cheka que se escapó de
las manos de sus instigadores. [53]
El gobierno bolchevique imputó inmediatamente estos atentados a los
“socialistas-revolucionarios de derecha, lacayos del imperialismo
francés e inglés”. A partir del día siguiente, los artículos de prensa y
las declaraciones oficiales llevaron a cabo un llamamiento para
incrementar el terror.
“Trabajadores, ” – señalaba el Pravda del 31 de agosto de 1918
– “ha llegado la hora de aniquilar a la burguesía, de lo contrario
seréis aniquilados por ella. Las ciudades deben ser implacablemente
limpiadas de toda la putrefacción burguesa. Todos estos señores serán
fichados y aquellos que representen un peligro para la causa
revolucionaria serán exterminados. (…) ¡El himno de la clase obrera será
un canto de odio y de venganza”. [54]
El mismo día, Dzerzhinsky y su adjunto Peters redactaron un “llamamiento a la clase obrera” de un tenor semejante: “¡Que
la clase obrera aplaste, mediante un terror masivo, a la hidra de la
contrarrevolución! ¡Que los enemigos de la clase obrera sepan que todo
individuo detenido en posesión ilícita de un arma será ejecutado en el
mismo terreno, que todo individuo que se atreva a realizar la menor
propaganda contra el régimen soviético será inmediatamente detenido y
encerrado en un campo de concentración!”
El terror como herramienta y sistema
Impreso en el Izvestia del 3 de septiembre, este
llamamiento fue seguido al día siguiente por la publicación de una
instrucción enviada por N. Petrovsky, comisario del pueblo para el
Interior, a todos los soviets. Petrovsky se quejaba del hecho de que, a
pesar de la “represión de masas” ejercida por los enemigos del régimen
contra las “masas laboriosas”, el terror rojo tardaba en dejarse sentir:
“Ya es hora de poner fin a toda esa blandura y a ese
sentimentalismo. Todos los socialistas-revolucionarios de derecha deben
ser inmediatamente detenidos. Hay que capturar un número considerable de
rehenes entre la burguesía y los oficiales. A la menor resistencia, hay
que recurrir a las ejecuciones masivas. Los comités ejecutivos de
provincias deben demostrar la iniciativa en este terreno. Las checas y
otras milicias deben identificar y detener a todos los sospechosos y
ejecutar inmediatamente a todos los que se hayan comprometido en
actividades contrarrevolucionarias (…) Los responsables de los comités
ejecutivos deben informar inmediatamente al Comisariado del Pueblo para
el Interior de toda blandura e indecisión por parte de los soviets
locales (…) Ninguna debilidad, ninguna duda puede ser tolerada en la
realización del terror de masas.” [55]
Este telegrama, señal oficial del terror rojo en gran escala, refuta la argumentación desarrollada a posteriori
por Dzerzhinsky y Peters, según la cual el terror rojo, expresión de la
indignación general y espontánea de las masas contra los atentados del
30 de agosto de 1918, se inició sin la menor directriz del “centro”. En
verdad, el terror rojo fue el resultado natural de un odio casi
abstracto que alimentaba la mayoría de los dirigentes bolcheviques hacia
los “opresores” que estaban dispuestos a liquidar, pero no de manera
individual, sino como “clase”. En sus recuerdos, el dirigente
menchevique Rafael Abramovich recuerda una conversación muy reveladora
que tuvo en agosto de 1917 con Félix Dzerzhinsky, el futuro jefe de la
Cheka:
— Abramovich, ¿te acuerdas del discurso de LaSalle sobre la esencia de una constitución?
— Por supuesto.
— Decía que toda constitución está determinada por la relación
de las fuerzas sociales en un país y en un momento dados. Me pregunto
cómo podía cambiar esa correlación entre lo político y lo social.
— Pues bien, mediante los diversos procesos de evolución
económica y política, mediante la emergencia de nuevas formas
económicas, el ascenso de ciertas clases sociales, etc. todas esas cosas
que tú conoces perfectamente, Félix.
— Sí, pero ¿no se podría cambiar radicalmente esa correlación?
¿Por ejemplo, mediante la sumisión o el exterminio de algunas clases de
la sociedad? [56]
Una crueldad de este tipo, fría, calculada, cínica, fruto de una
lógica implacable de “guerra de clases”, llevada hasta su extremo, era
compartida por numerosos bolcheviques. Grigori Zinoviev declaró: “Para
deshacernos de nuestros enemigos debemos tener nuestro propio terror
socialista. Debemos atraer a nuestro lado, digamos, a 90 de los 100
millones de habitantes de la Rusia soviética. En cuanto a los otros, no
tenemos nada que decirles. Deben ser aniquilados”. [57]
El 5 de septiembre, el gobierno soviético legalizó el terror en virtud del famoso decreto “Sobre el terror rojo”: “En
la situación actual resulta absolutamente vital reforzar a la Cheka
(…), proteger a la república soviética contra sus enemigos de clase
aislando a éstos en campos de concentración, fusilar en el mismo lugar a
todo individuo relacionado con organizaciones de guardias blancos,
conjuras, insurrecciones o tumultos; publicar los nombres de los
individuos fusilados dando las razones por las que han sido pasados por
las armas”. [58] Como reconoció después Dzerzhinsky, “los
textos de los días 3 y 5 de septiembre de 1918 nos atribuían finalmente
de manera legal aquello contra lo que incluso algunos camaradas del
partido habían protestado hasta entonces, el derecho de acabar sobre el
terreno, sin tener que informar a nadie, con la canalla
contrarrevolucionaria”.
En una circular interna, fechada el 17 de septiembre, Dzerzhinsky invitó a todas las chekas locales a “acelerar los procedimientos y a terminar, es decir a liquidar, los asuntos pendientes”. [59] Las “liquidaciones” habían, de hecho, empezado el 31 de agosto. El 3 de septiembre de 1918 Izvestia
informó que más de 500 rehenes habían sido ejecutados por la cheka
local de Petrogrado en el curso de los días anteriores. Según una fuente
chekista, 800 personas habían sido ejecutadas en el curso del mes de
septiembre de 1918 en Petrogrado. Esta cifra está calculada
considerablemente a la baja. Un testigo de los acontecimientos relataba
los siguientes detalles: “En Petrogrado, una enumeración superficial
da un resultado de 1.300 ejecuciones (…) Los bolcheviques no cuentan en
sus “estadísticas” a los centenares de oficiales y de civiles fusilados
en Kronstadt por orden de las autoridades locales. Nada más que en
Kronstadt, en una sola noche, fueron fusiladas 400 personas. Se
excavaron en el patio tres grandes fosas, 400 personas fueron colocadas
ante ellas y ejecutadas una detrás de la otra”. [60]
En una entrevista concedida el 3 de noviembre de 1918 al periódico Utro Moskvy, el brazo derecho de Dzerzhinsky, Peters, reconoció que “en Petrogrado los chekistas sensibleros (sic)
terminaron por perder la cabeza y derrocharon celo. Antes del asesinato
de Uritsky no se había ejecutado a nadie – créame, a pesar de todo lo
que se afirma, no soy tan sanguinario como se dice – mientras que
después hubo demasiadas pocas ejecuciones y, a menudo, sin
discernimiento. Por su parte, Moscú no respondió al atentado contra
Lenin más que con la ejecución de algunos ministros del zar”. [61]
Siempre según Izvestia, “solamente” 29
rehenes fueron pasados por las armas en Moscú los días 3 y 4 de
septiembre. Entre ellos figuraban dos antiguos ministros de Nicolás II:
N. Jvostov (Interior) y I. Shcheglovitov (Justicia). No obstante,
numerosos testimonios concordantes hacen referencia a centenares de
ejecuciones de rehenes en las prisiones moscovitas durante las “matanzas
de septiembre”.
En esos tiempos del terror rojo, Dzerzhinsky hizo publicar un periódico Ezhenedelnik VChK
(El Semanario de la Cheka), abiertamente encargado de propagar los
méritos de la policía política y de estimular el “justo deseo de
venganza de las masas”. Durante seis semanas y hasta su supresión por
orden del Comité Central – en un momento en que la Cheka era puesta en
tela de juicio por bastantes responsables bolcheviques – este semanario
relató sin tapujos ni pudor las detenciones de rehenes, los
internamientos en campos de concentración, las ejecuciones, etc.
Constituye una fuente oficial, y a la mínima, del terror rojo durante los meses de septiembre y octubre de 1918.
En él se lee que, en la cheka de Nizhni-Novgorod, particularmente
dispuesta a reaccionar bajo las órdenes de Nicolai Bulganin – futuro
Jefe de Estado soviético de 1954 a 1957 – se ejecutó desde el 31 de
agosto a 141 rehenes. En tres días se detuvo a 700 rehenes en esta
ciudad media de Rusia. En Viatka, la cheka regional de los Urales
evacuada de Ekaterimburgo informaba de la ejecución de 23 “antiguos
policías”, de 154 “contrarrevolucionarios, de 8 “monárquicos”, de 28
“miembros del partido constitucional demócrata”, de 186 “oficiales”, de
10 “mencheviques y eseristas de derecha”, en el espacio de una semana.
La cheka de Ivano-Voznessensk anunciaba la captura de 181 rehenes, la
ejecución de 25 “contrarrevolucionarios” y la creación de “un campo de
concentración con capacidad para 1.000 personas”. Por lo que se refiere a
la cheka de la pequeña ciudad de Sebezsk, “16 kulaks (fueron) pasados
por las armas y un sacerdote que había celebrado una misa por el
sanguinario Nicolás II”. En relación con la cheka de Tevr, se informaba
de 130 rehenes y 39 ejecuciones. Por lo que se refiere a la cheka de
Perm, habían tenido lugar 50 ejecuciones. Se podría prolongar esta
catálogo macabro extraído de algunos de los seis números aparecidos en
el “Semanario de la Cheka”. [62]
Otros diarios provinciales señalaron igualmente, durante el otoño de
1918, millares de arrestos y de ejecuciones. Así, para no indicar más
que dos ejemplos: el único número aparecido de Izvestia Tsaritsynkoi Gobcheka
(Noticias de la cheka provincial de Tsarytsin) hacía referencia a la
ejecución de 103 personas durante la semana del 3 al 10 de septiembre de
1918. Del 1 al 3 de noviembre de 1918, 361 comparecieron ante el
tribunal local de la Cheka: 50 fueron condenadas a muerte, las otras a
“reclusión en campos de concentración, como medida profiláctica, y en
calidad de rehenes hasta la liquidación completa de todas las
insurrecciones contrarrevolucionarias”. El único número de Izvestia Penzevskoi Gubcheka
(Noticias de la cheka provincial de Penza) informaba sin ningún otro
comentario: “Por el asesinato del camarada Egorov, obrero de Petrogrado
de misión en un destacamento de requisa, 152 guardias blancos han sido
ejecutados por la cheka. En el futuro se adoptarán otras medidas aun más
rigurosas (sic) contra todos aquellos que levanten el brazo contra el
brazo armado del proletariado”. [63]
Los informes confidenciales (svodki) de las chekas locales
enviados a Moscú, accesibles desde hace poco, confirman por regla
general la brutalidad con que fueron reprimidos durante el verano de
1918 los menores incidentes entre las comunidades campesinas y las
autoridades locales; incidentes que tenían por regla general su origen
en el rechazo de las requisas o del reclutamiento y que fueron
sistemáticamente catalogados como “disturbios kulaks
contrarrevolucionarios” y reprimidos sin piedad.
Balance del número de víctimas
Resulta inútil intentar calcular el número de víctimas de esta
primera oleada del terror rojo. Latsis, uno de los principales
dirigentes de la Cheka, pretendía que en el segundo trimestre de 1918 la
Cheka había ejecutado a 4.500 personas, añadiendo, no sin cinismo, “si
se puede acusar a la Cheka de algo, no es de exceso de celo en las
ejecuciones, sino de insuficiencia en la aplicación de las medidas
supremas de castigo, es decir, una mano de hierro disminuye siempre la
cantidad de víctimas”. [64]
A finales de octubre de 1918, el dirigente menchevique Yuri Martov
estimaba el número de las víctimas directas de la Cheka desde inicios
del mes de septiembre, en “más de 10.000”. [65]
Sea cual fuere el número exacto de las víctimas del terror rojo del
otoño de 1918 – y solamente el número de ejecuciones de las que informó
la prensa nos sugiere que no podría ser inferior a 10.000 o 15.000 –
este terror consagró definitivamente la práctica bolchevique de tratar
de cualquier forma de resistencia real o potencial en el marco de una
guerra civil, sin misericordia, según la expresión de Latsis, de acuerdo
con “sus propias leyes”. Si los obreros se declaraban en huelga – como
fue, por ejemplo, el caso de la fábrica de armamento de Motovilija, en
la provincia de Perm, a principios del mes de noviembre de 1918 – para
protestar contra el principio bolchevique de racionamiento “en función
del origen social” y contra los abusos de la cheka local, la fábrica
entera era inmediatamente declarada “en estado de insurrección” por las
autoridades. Ninguna negociación con los huelguistas: cierre y despido
de todos los obreros, arresto de los “agitadores”, búsqueda de los
“contrarrevolucionarios” mencheviques sospechosos de haber originado la
huelga. [66]
Estas prácticas habían sido, en realidad, moneda corriente desde el
verano de 1918. Sin embargo, en el otoño, la cheka local, por añadidura
bien organizada y “estimulada” por los llamados al homicidio procedentes
del centro, fue más lejos en la represión. Hizo ejecutar a más de 100
huelguistas, sin ningún tipo de proceso.
De por sí estas magnitudes – entre 10.000 a 15.000 ejecuciones
sumarias en dos meses – ponía de manifiesto de allí en adelante un
verdadero cambio cuantitativo en relación con el período zarista. Basta
recordar que, para el conjunto del período de 1825-1917, el número de
sentencias de muerte pronunciadas por los tribunales zaristas (incluidos
los tribunales militares), en todos los asuntos que habían tenido que
juzgar “en relación con el orden político” se había elevado, en 92 años,
a 6.321, con un máximo de 1.310 condenas a muerte en 1906, año de
reacción contra los revolucionarios de 1905. En algunas semanas, la
Cheka sola ejecutó entre dos y tres veces más personas que el Imperio
zarista había condenado a muerte en 92 años. Condenas zaristas dictadas
en virtud de procedimientos legales y que no fueron ejecutadas en todos
los casos ya que buena parte de las sentencias fueron conmutadas por
penas de trabajos forzados. [67]
Este cambio cuantitativo superaba las cifras desnudas. La
introducción de categorías nuevas, tales como la de “sospechoso”,
“enemigo del pueblo”, “rehén”, “campo de concentración” o “tribunal
revolucionario”; de prácticas inéditas como “la reclusión profiláctica” o
la ejecución sumaria, sin juicio, de centenares y hasta de miles de
personas detenidas por una policía política de nuevo cuño, situada por
encima de las leyes, constituía en realidad una verdadera revolución
copernicana.
Consolidación de la Cheka
Esta revolución fue de tal magnitud que algunos dirigentes
bolcheviques no estuvieron preparados para ella. De ello da testimonio
la polémica que se desarrolló en los medios dirigentes bolcheviques
entre octubre y diciembre de 1918 en torno al papel de la Cheka. En
ausencia de Dzerzhinsky – enviado a Suiza de incógnito por un mes para
que rehiciera su salud mental y física – el Comité Central del partido
bolchevique discutió el 25 de octubre de 1918 una nueva condición para
la Cheka. Criticando los “plenos poderes” otorgados a una organización
que pretendía actuar por encima de los soviets y del mismo partido,
Bujarin, Olminsky, uno de los veteranos del partido, y Petrovsky,
comisario del pueblo para el Interior, solicitaron que se adoptaran
medidas para limitar los “excesos de celo de una organización repleta de criminales y de sádicos, de elementos degenerados del lumpen-proletariado”.
Se creó una comisión de control político. Kamenev, que formaba parte de
la misma, llegó incluso hasta el punto de proponer la abolición pura y
simple de la Cheka. [68]
Pero el bando de los partidarios incondicionales de ésta se salió
muy pronto con la suya. En él figuraban, además de Dzerzhinsky,
eminencias del partido como Sverdlov, Stalin, Trotsky y, por supuesto,
Lenin. Éste adoptó resueltamente la defensa de una institución “injustamente
atacada por algunos excesos, por una inteligencia limitada (…) incapaz
de considerar el problema del terror desde una perspectiva más amplia” [69]
El 19 de diciembre de 1918, a propuesta de Lenin, el Comité Central
adoptó una resolución que prohibía a la prensa bolchevique publicar “artículos
calumniosos contras las instituciones, fundamentalmente contra la Cheka
que realiza su trabajo en condiciones particularmente difíciles”.
Así se cerró el debate. El “brazo armado de la dictadura del
proletariado” recibió su visto bueno de infalibilidad. Como dijo Lenin: “un buen comunista es igualmente un buen chekista”.
A principios de 1919, Dzerzhinsky obtuvo del Comité Central la
creación de departamentos especiales de la Cheka responsables, además,
de la seguridad militar. El 16 de marzo de 1919 fue nombrado comisario
del pueblo para el Interior y emprendió una reorganización, bajo la
égida de la Cheka, del conjunto de milicias, tropas, destacamentos y
unidades auxiliares relacionadas hasta entonces con diversas
administraciones. En mayo de 1919, todas estas unidades – milicias de
ferrocarriles, destacamentos de suministros, guardias fronterizos,
batallones de la Cheka – fueron agrupados en un cuerpo especial, las
“Tropas de la Defensa Interna de la República”, que iban a alcanzar los
200.000 hombres en 1921.
Estas tropas estaban encargadas de asegurar la vigilancia de los
campos, de las estaciones y de otros puntos estratégicos, de llevar a
cabo las operaciones de requisa, pero también y sobre todo, de reprimir
las revueltas campesinas, los disturbios obreros y los amotinamientos
del Ejército Rojo. Las unidades especiales de la Cheka y las tropas de
defensa internas de la república – es decir, cerca de los 200.000
hombres en total – representaban una formidable fuerza de miedo y
represión, un verdadero ejército en el seno de un Ejército Rojo minado
por las deserciones, y que no llegó nunca, a pesar de los efectivos
teóricamente muy elevados del orden de los 3 a 5 millones, a reunir más
de 500.000 soldados equipados. [70]
Los inicios del GULAG
Uno de los primeros decretos del nuevo comisario del pueblo para el
Interior se ocupó de las modalidades de organización de los campos de
concentración que existían desde el verano de 1918 sin la menor base
legal o reglamentaria. El decreto del 15 de abril de 1919 distinguía dos
tipos de campos de reclusión: los “campos de trabajo forzado” donde
estaban, en principio, confinados aquellos que habían sido condenados
por un tribunal, y los “campos de concentración”, que agrupaban a las
personas encarceladas, por regla general en calidad de “rehenes”, en
virtud de una simple medida administrativa. En realidad, las diferencias
entre estos dos tipos de campos de reclusión siguieron siendo
fundamentalmente teóricas, como deja de manifiesto la instrucción
complementaria del 17 de mayo de 1919 que, además de la creación de “al
menos un campo de reclusión en cada provincia, de una capacidad mínima
para 300 personas”, preveía una lista tipo de 16 categorías de personas a
las que había que internar. Entre éstas figuraban contingentes tan
diversos como “rehenes procedentes de la alta burguesía”, funcionarios
del antiguo régimen hasta el grado de asesor de colegio y los fiscales y
sus adjuntos, alcaldes “de las ciudades que tuvieran rango de cabeza de
partido”, “personas condenadas bajo el régimen soviético a todo tipo de
penas por delitos de parasitismo, proxenetismo, prostitución”,
“desertores ordinarios (no reincidentes) y soldados prisioneros de la
guerra civil”, etc. [71]
El número de personas internadas en los campos de trabajo o de
concentración experimentó un aumento constante durante los años
1919-1921, pasando de aproximadamente 16.000 en mayo de 1919 a más de
60.000 en septiembre de 1921. [72]
Estas cifras no tienen en cuenta numerosos campos de reclusión abiertos
en las regiones que se habían sublevado contra el poder soviético. Así,
solamente en la provincia de Tambov, se contaba en el verano de 1921
con al menos 50.000 “bandidos” y “miembros de las familias de los
bandidos capturados como rehenes” en los siete campos de concentración
abiertos por las autoridades encargadas de la represión de la
sublevación campesina. [73]
La Guerra Sucia
La guerra civil
La guerra civil en Rusia ha sido analizada generalmente como un
conflicto entre los rojos (bolcheviques) y los blancos (monárquicos). En
realidad, más allá de los enfrentamientos militares entre los dos
ejércitos, el Ejército Rojo y las diversas unidades que componían el
ejército blanco bastante heteróclito, lo más importante fue lo que
sucedió en la retaguardia de las líneas del frente principales. Esta
dimensión de la guerra civil fue la del “frente interior”.
Se caracterizó por una represión multiforme ejercida por los poderes
establecidos, blanco o rojo, contra los militantes políticos de los
partidos o de los grupos de oposición, contra los obreros que se habían
declarado en huelga por sus reivindicaciones, contra los desertores que
huían del reclutamiento o de su unidad, o simplemente contra ciudadanos
que pertenecían a una clase social sospechosa u “hostil”, y cuyo único
delito era el haberse encontrado en una ciudad o en una población
reconquistada por el “enemigo”. La lucha en el frente interior de la
guerra civil fue también, y ante todo, la resistencia opuesta por
millones de campesinos, insumisos y desertores, aquellos a los que tanto
los rojos como los blancos denominaban “los verdes”, y que desempeñaron
un papel a menudo decisivo en el avance o en la derrota de uno u otro
bando.
Así, el verano de 1919 conoció inmensas revueltas campesinas contra
el poder bolchevique, en el Volga medio y en Ucrania, que permitieron al
almirante Kolchak y al general Denikin hundir las líneas bolcheviques
en centenares de kilómetros. De modo recíproco, algunos meses más tarde,
fue la sublevación de los campesinos siberianos desesperados por el
establecimiento de los derechos de los terratenientes lo que precipitó
la derrota del almirante blanco Kolchak frente al Ejército Rojo.
Mientras que las operaciones militares de envergadura entre blancos y
rojos apenas duraron más de un año – de finales de 1919 a inicios de
1920 – lo esencial de lo que se acostumbra designar con el término de
“guerra civil” aparece en realidad como una “guerra sucia”, una guerra
de "pacificación" llevada a cabo por las diversas autoridades, militares
o civiles, rojas o blancas, contra todos los opositores, potenciales o
reales, en las zonas que cada uno de los dos bandos controlaba
momentáneamente. En las regiones controladas por los bolcheviques, fue
la “lucha de clases” contra “los de arriba”, los burgueses, los
“elementos socialmente extraños”; la persecución de los militantes de
todos los partidos no bolcheviques; la represión de las huelgas obreras,
de los motines de unidades poco seguras del Ejército Rojo, de las
revueltas campesinas. En las zonas controladas por los blancos fue la
persecución de elementos sospechosos de posibles simpatías
“judeo-bolcheviques”.
Los bolcheviques no tuvieron el monopolio del terror. Existió un
terror blanco cuya expresión más visible fue la oleada de pogroms
cometidos en Ucrania durante el verano y el otoño de 1919 por
destacamentos del ejército de Denikin y unidades de Petlyura y que
causaron cerca de 150.000 víctimas. Pero, como ha subrayado la mayoría
de los historiadores del terror rojo y del terror blanco durante la
guerra civil rusa, los dos terrores no pueden ser colocados al mismo
nivel.
La política del terror bolchevique fue más sistemática, más
organizada, pensada y puesta en funcionamiento como tal mucho antes de
la guerra y establecida teóricamente contra grupos enteros de la
sociedad. El terror blanco nunca fue erigido en sistema. Casi siempre
fue la acción de destacamentos incontrolados que escapaban a la
autoridad de un comandante militar que intentaba, sin gran éxito,
cumplir las funciones de gobierno. Si se exceptúan los pogroms,
condenados por Denikin, el terror blanco por regla general se limitó a
ser una represión policial al estilo de un servicio de contraespionaje
militar. Frente al contraespionaje de las unidades blancas, la Cheka y
las tropas de defensa interna de la República constituían un instrumento
de represión mucho más estructurado y poderoso, que se beneficiaba de
todas las prioridades del régimen bolchevique.
Los objetivos del terror y la represión
Como en toda guerra civil, es difícil elaborar un balance completo
de las formas de represión y de los tipos de terror perpetrados por uno u
otro de los bandos intervinientes. El terror bolchevique se relaciona
con varias tipologías pertinentes. Con sus métodos, sus especifidades y
sus blancos privilegiados, fue muy anterior a la guerra civil
propiamente dicha, que no estalló sino hasta finales del verano de 1918.
En la continuidad de una evolución que se puede seguir desde los
primeros meses del régimen, hemos escogido una tipología que hace
referencia a los principales grupos de víctimas sometidas a una
represión consecuente y sistemática:
- Los militantes políticos no bolcheviques, desde los anarquistas hasta los monárquicos.
- Los obreros en lucha por sus derechos más elementales – el pan, el trabajo, un mínimo de libertad y de dignidad.
- Los campesinos – a menudo desertores – implicados en una de las innumerables revueltas campesinas o motines de unidades del Ejército Rojo.
- Los cosacos, deportados en masa como grupo social y étnico considerado hostil al régimen soviético. La “descosaquización” preanuncia las grandes operaciones de deportación de los años 30 (“deskulakización”, deportación de grupos étnicos) y subraya la continuidad entre la fase leninista y la stalinista en materia de política represiva.
- Los “elementos socialmente extraños” y otros “enemigos del pueblo”, sospechosos y rehenes liquidados “preventivamente”, en lo fundamental durante la evacuación de las ciudades por los bolcheviques o, por el contrario, durante la recuperación de ciudades y de territorios ocupados en algún momento por los blancos.
La represión que afectó a los militantes políticos de los diversos
partidos de oposición al régimen bolchevique es, sin duda, la mejor
conocida. Los principales dirigentes de los partidos de oposición,
encarcelados, a menudo exiliados, pero que generalmente quedaron con
vida, dejaron numerosos testimonios, a diferencia de los militantes
obreros y de los campesinos corrientes, fusilados sin proceso o
asesinados en el curso de operaciones punitivas de la Cheka.
Uno de los primeros hechos de armas de ésta había sido el asalto,
desencadenado el 11 de abril de 1918, contra los anarquistas de Moscú,
de los que varias docenas fueron ejecutadas sobre el terreno. La lucha
contra los anarquistas no se debilitó en el curso de los años
siguientes, aunque muchos de ellos se unieron a las filas de los
bolcheviques, ocupando incluso puestos importantes en la Cheka, como
Alexander Goldberg, Mijail Brener o Timofei Samsonov. El dilema de la
mayoría de los anarquistas, que rehusaban tanto la dictadura bolchevique
como el regreso de los partidarios del antiguo régimen, queda ilustrado
por los cambios del gran dirigente anarquista campesino Majno, que tuvo
que hacer causa común con el Ejército Rojo contra los blancos y
después, una vez que quedó descartada la amenaza blanca, tuvo que
combatir a los rojos para intentar salvaguardar sus ideales.
Millares de militantes anarquistas anónimos fueron ejecutados como
“bandidos” durante la represión llevada a cabo contra los ejércitos
campesinos de Majno y de sus partidarios. Estos campesinos
constituyeron, al parecer, la inmensa mayoría de las víctimas
anarquistas si se cree en el balance, incompleto sin duda pero único
disponible, de la represión bolchevique presentado por los anarquistas
rusos en el exilio de Berlín en 1922. Este balance hacía referencia a
138 militantes anarquistas ejecutados durante los años 1919-1921, 281
exiliados y 608 que seguían encarcelados al 1° de enero de 1922.
Aliados de los bolcheviques hasta el verano de 1918, los socialistas
revolucionarios (eseristas) de izquierda se beneficiaron, hasta febrero
de 1919, de una relativa clemencia. Su dirigente histórica, María
Spiridonova, presidió en diciembre de 1918 un congreso de su partido,
tolerado por los bolcheviques. Tras haber condenado vigorosamente el
terror practicado de manera cotidiana por la Cheka, fue detenida junto
con otros 210 militantes, el 10 de febrero de 1919 y condenada por el
tribunal revolucionario a “la detención en un sanatorio, dado su estado
histérico”. Se trató del primer ejemplo bajo el régimen soviético de
confinamiento de un opositor político en un establecimiento
psiquiátrico.
María Spiridonova consiguió evadirse y dirigir en la clandestinidad
al partido socialista revolucionario de izquierda prohibido por los
bolcheviques. Según fuentes de la Cheka, 58 organizaciones socialistas
revolucionarias de izquierda habrían sido desmanteladas en 1919 y 45 en
1920. En el curso de estos dos años, 1.875 militantes habrían sido
encarcelados en calidad de rehenes, conforme a las directivas de
Dzerzhinsky, que había declarado el 18 de marzo de 1919: “De ahora
en adelante, la Cheka no distinguirá entre los guardias blancos del tipo
Krasnov y los guardias blancos del campo socialista (…) Los eseristas y
los mencheviques detenidos serán considerados como rehenes y su suerte
dependerá del comportamiento político de su partido”. [74]
Para los bolcheviques, los socialistas revolucionarios de derecha
habían sido siempre considerados como los rivales políticos más
peligrosos. Nadie había olvidado que habían sido mayoritarios en el
país, y por amplio margen, durante las elecciones libres celebradas por
sufragio universal en noviembre/diciembre de 1917. Tras la disolución de
la Asamblea Constituyente, en la que disponían de la mayoría absoluta
de los escaños, los socialistas revolucionarios habían continuado
teniendo su lugar en los soviets y en el Comité Ejecutivo Central de los
soviets, de donde fueron expulsados junto con los mencheviques en junio
de 1918. Una parte de los dirigentes socialistas-revolucionarios
constituyó entonces, con los constitucionalistas-demócratas (los
“kadetes”) y los mencheviques, gobiernos efímeros en Samara y en Omsk,
pronto derribados por el almirante blanco Kolchak. Sorprendidos entre
dos fuegos, entre los bolcheviques y los blancos,
socialistas-revolucionarios y mencheviques tuvieron muchas dificultades
para definir una política coherente de oposición a un régimen
bolchevique que llevaba frente a la oposición socialista moderada una
política hábil en la que alternaba medidas de apaciguamiento con
maniobras de infiltración y represión.
Después de haber autorizado del 20 al 30 de marzo de 1919 – en el
punto más delicado de la ofensiva del almirante Kolchak – la
reaparición, del diario socialista-revolucionario Delo Naroda
(La Causa del Pueblo), la Cheka desencadenó el 31 de marzo de 1919 una
gran redada contra los militantes socialistas-revolucionarios y los
mencheviques, aunque sus partidos no eran objeto de ninguna prohibición
legal.
Más de 1.900 militantes fueron detenidos en Moscú, Tula, Smolensk, Voronezh, Penza, Samara, Kostroma. [75]
¿Cuántos fueron ejecutados sumariamente en la represión de las huelgas y
de las revueltas campesinas en las que los mencheviques y los
socialistas-revolucionarios representaron a menudo los primeros papeles?
Disponemos de pocas cifras porque, aunque se sabe, bien que
aproximadamente, el número de víctimas de los principales episodios de
las represiones censadas, se ignora la proporción de militantes
políticos implicados en estas matanzas.
Una segunda oleada de arrestos siguió al artículo que Lenin publicó en Pravda
el 28 de agosto de 1919, donde fustigaba una vez más a los eseristas y a
los mencheviques “cómplices y servidores de los blancos, de los
terratenientes y de los capitalistas”. Según las fuentes de la Cheka,
2.380 socialistas-revolucionarios y mencheviques fueron detenidos en el
curso de los cuatro últimos meses de 1919. [76]
Después de que el dirigente socialista-revolucionario Víctor
Chernov, presidente por un día de la Asamblea Constituyente disuelta,
activamente buscado por la policía política, hubo ridiculizado a la
Cheka y al gobierno tomando la palabra, bajo una falsa identidad y
enmascarado, en un mitin organizado por el sindicato de tipógrafos en
honor de una delegación obrera inglesa el 23 de mayo de 1920, la
represión contra los militantes socialistas adquirió una nueva
virulencia. Toda la familia de Chernov fue reducida a la condición de
rehén y los dirigentes socialistas-revolucionarios que todavía estaban
en libertad fueron arrojados a la prisión. [77]
Durante el verano de 1920, más de 2.000 militantes
socialistas-revolucionarios y mencheviques, debidamente fichados, fueron
detenidos y encarcelados como rehenes. Un documento interno de la
Cheka, de fecha 1° de julio de 1920, explicaba así con un raro cinismo
las grandes líneas de acción que había que llevar a cabo contra los
opositores socialistas: “En lugar de prohibir estos partidos, lo que
los llevaría a una clandestinidad que podría ser difícil de controlar,
es mucho más preferible dejarles en una situación semi-legal. Así
resulta más fácil tenerlos a mano y extraer de ellos, cuando sea
necesario, promotores de disturbios, renegados y otros proveedores de
informaciones útiles (…) Frente a estos partidos antisoviéticos, es
indispensable aprovecharse de la situación de guerra actual para imputar
a sus miembros crímenes tales como “actividad contrarrevolucionaria”,
“alta traición”, “desorganización de la retaguardia”, “espionaje en
beneficio de una potencia extranjera intervencionista”, etc.” [78]
De todos los episodios de represión, uno de los más cuidadosamente
ocultados por el nuevo régimen fue la violencia ejercida contra el mundo
obrero, en nombre del cual los bolcheviques habían tomado el poder.
Comenzada en 1918, esta represión se desarrolló en 1919-1920 para
culminar en la primavera de 1921 con el episodio, bien conocido, de
Kronstadt. El mundo obrero de Petrogrado había manifestado desde
principios de 1918 su desafío frente a los bolcheviques. Después del
fracaso de la huelga general del 2 de julio de 1918, el segundo período
álgido de problemas obreros en la antigua capital estalló en marzo de
1919, después de que los bolcheviques detuvieran a numerosos dirigentes
socialistas-revolucionarios, entre los cuales se encontraba María
Spiridonova quien acababa de efectuar un recorrido memorable por las
principales fábricas de Petrogrado en todas las cuales había sido
aclamada.
Estos arrestos desencadenaron – en una coyuntura ya muy tensa a
causa de las dificultades del aprovisionamiento – un vasto movimiento de
protestas y huelgas. El 10 de marzo de 1919, la asamblea general de
obreros de las fábricas Putilov, en presencia de 10.000 participantes,
adoptó una proclama que condenaba solemnemente a los bolcheviques: “Este
gobierno es solo una dictadura del Comité Central del Partido Comunista
que gobierna con la Cheka y los tribunales revolucionarios”. [79]
Represión a los obreros
La proclama exigía el paso de todo el poder a los soviets, la
libertad de elecciones en los soviets y en los comités de fábrica, la
suspensión de las limitaciones sobre las cantidades de alimentos que los
obreros estaban autorizados a traer desde el campo hasta Petrogrado
(1.5 puds, es decir: 24 kilos), y una liberación de todos los
prisioneros políticos de los “auténticos partidos revolucionarios” y muy
especialmente de María Spiridonova.
Para intentar frenar un movimiento que cada día adquiría una mayor
amplitud, Lenin en persona se dirigió, los días 12 y 13 de marzo de
1919, a Petrogrado. Pero cuando quiso tomar la palabra en las fábricas
en huelga ocupadas por los obreros, fue abucheado juntamente con
Zinoviev a los gritos de “¡Abajo los judíos y los comisarios!”. [80]
El viejo trasfondo del antisemitismo popular, siempre dispuesto a salir
a la superficie, identificó inmediatamente a judíos y bolcheviques en
cuanto éstos perdieron el crédito del que habían disfrutado de manera
momentánea, inmediatamente después de la revolución de octubre de 1917.
El hecho que una proporción importante de los dirigentes bolcheviques
más conocidos – Trotsky, Zinoviev, Kamenev, Rykov, Radek, etc. – eran
judíos justificaba, a los ojos de las masas, esta identificación de
bolcheviques con judíos.
El 16 de marzo de 1919, los destacamentos de la Cheka tomaron por
asalto la fábrica Putilov, defendida con las armas en la mano. Alrededor
de 900 obreros fueron detenidos. En el curso de los días siguientes,
cerca de 200 huelguistas fueron ejecutados sin juicio en la fortaleza de
Schüsselbourg, distante unos 50 km de Petrogrado. Según un nuevo
ritual, los huelguistas, todos despedidos, solo fueron readmitidos
después de haber firmado una declaración en la cual reconocían haber
sido engañados e “inducidos al crimen” por agitadores
contrarrevolucionarios. [81]
Además, los obreros iban a verse sometidos a una profunda vigilancia. A
partir de la primavera de 1919, el departamento secreto de la Cheka
puso en funcionamiento en muchos centros obreros toda una red de
informadores encargados de informarles regularmente sobre el “estado de
la moral” en tal o cual fábrica. Clases laboriosas, clases peligrosas. .
.
La primavera de 1919 estuvo marcada por huelgas muy numerosas
salvajemente reprimidas en varios centros obreros de Rusia, en Tula,
Sormovo, Orel, Briansk, Tver, Ivanovo-Vozsnessenk, Astracán. [82]
Las reivindicaciones obreras eran casi idénticas en todas partes.
Reducidos al hambre por salarios de miseria que cubrían solamente el
precio de una cartilla de racionamiento que aseguraba media libra de pan
por día, los huelguistas reclamaban en primer lugar la equiparación de
sus raciones con las de los soldados del Ejército Rojo. Pero sus
demandas eran también y ante todo políticas: supresión de los
privilegios para los comunistas, liberación de todos los presos
políticos, elecciones libres al comité de fábrica y al soviet,
interrupción del reclutamiento en el Ejército Rojo, libertad de
asociación, de expresión, de prensa, etc.
Lo que convertía a estos movimientos en peligrosos a los ojos del
poder bolchevique era que atraían a menudo a las unidades militares
acuarteladas en las ciudades obreras. En Orel, Briansk, Gomel, Astracán,
los soldados amotinados se unieron a los huelguistas a los gritos de
“muerte a los judíos, abajo los comisarios bolcheviques”. Ocuparon y
saquearon una parte de la ciudad que no fue reconquistada por los
destacamentos de la Cheka y las topas que permanecieron fieles al
régimen más que después de varios días de combate. [83]
Frente a estas huelgas y estos motines, la represión fue diversa. Desde el lock-out
masivo del conjunto de las fábricas, con confiscación de las cartillas
de racionamiento – una de las armas más eficaces del poder bolchevique
fue el arma del hambre – hasta la ejecución masiva, por centenares, de
huelguistas y de amotinados.
Las matanzas de Tula y Astracán
Entre los episodios represivos más significativos figuran, en
marzo-abril de 1919, los de Tula y Astracán. Dzerzhinsky se dirigió en
persona a Tula, capital histórica de la fabricación de armas en Rusia,
el 3 de abril de 1919, para liquidar la huelga de los obreros de las
fábricas de armamentos. Durante el invierno de 1918-1919 estas fábricas,
vitales para el Ejército Rojo – se fabricaba en ellas entre el 80 y el
90% de los fusiles producidos en Rusia – ya habían sido teatro de paros y
de huelgas. Los mencheviques y los socialistas-revolucionarios eran
ampliamente mayoritarios entre los militantes políticos con peso en este
medio obrero altamente calificado. El arresto, a principios de marzo de
1919, de centenares de militantes socialistas suscitó una oleada de
protestas que culminó el 27 de marzo durante una inmensa “marcha por la
libertad y contra el hambre” que reunió a millares de obreros y de
ferroviarios. El 4 de abril, Dzerzhinsky hizo detener todavía a 800
“agitadores” y evacuar por la fuerza las fábricas ocupadas desde hacía
varias semanas por los huelguistas. Todos los obreros fueron despedidos.
La resistencia obrera fue quebrantada mediante el arma del hambre.
Desde hacía varias semanas no se habían atendido las cartillas de
racionamiento. Para obtener nuevas cartillas, que dieran derecho a 250
gramos de pan y a recuperar el trabajo después del lock-out
general, los obreros tuvieron que firmar una petición de readmisión que
estipulaba fundamentalmente que cualquier detención del trabajo sería
asimilada a una deserción castigada con la pena de muerte. El 10 de
abril la producción se reinició. El día anterior, 26 “agitadores” habían
sido pasados por las armas. [84]
La ciudad de Astracán, cerca de la desembocadura del Volga, tenía en
la primavera de 1919 una importancia estratégica muy especial.
Constituía el último cerrojo bolchevique que impedía la unión de las
tropas del almirante Kolchak, en el noreste, y las del general Denikin,
en el suroeste. Sin duda, esta circunstancia explica la extraordinaria
violencia con la que fue reprimida en marzo de 1919 la huelga obrera de
esta ciudad.
Comenzada a inicios de marzo por razones a la vez económicas –
normas de racionamiento muy bajas – y políticas – el arresto de los
militantes socialistas – la huelga degeneró el 10 de marzo cuando el
regimiento número 45 de infantería se negó a disparar sobre los obreros
que desfilaban por el centro de la ciudad. Tras unirse a los
huelguistas, los soldados se pusieron a saquear la sede del partido
bolchevique, matando a varios responsables. Sergei Kirov, presidente del
comité militar revolucionario de la región, ordenó entonces “el
exterminio sin piedad de los sucios guardias blancos por todos los
medios”. Las tropas que permanecieron fieles al régimen y los
destacamentos de la Cheka bloquearon todos los accesos de la ciudad
antes de emprender metódicamente la reconquista. Cuando las prisiones
estuvieron llenas hasta reventar, amotinados y huelguistas fueron
embarcados en gabarras desde donde fueron precipitados por centenares en
el Volga con una piedra al cuello.
Del 12 al 14 de marzo, se fusilaron y se ahogaron entre 2.000 y
4.000 obreros huelguistas y amotinados. A partir del 15, la represión
golpeó a los “burgueses” de la ciudad, bajo el pretexto de que habían
“inspirado” la conspiración de la “guardia blanca” de la cual los
obreros y soldados no habrían sido más que la infantería. Durante dos
días, las ricas moradas de los comerciantes de Astracán fueron
entregadas al pillaje y sus propietarios detenidos y fusilados. Los
cálculos, inseguros, del número de víctimas “burguesas” de las matanzas
de Astracán oscilan entre 600 y 1.000 personas. En total, en una semana,
entre 3.000 y 5.000 personas fueron ejecutadas o ahogadas. En cuanto al
número de comunistas muertos e inhumados con gran pompa el 18 de marzo –
día del aniversario de la Comuna de París como subrayaron las
autoridades – se elevó a 47.
Durante mucho tiempo recordado como un simple episodio de la guerra
entre rojos y blancos, la matanza de Astracán se revela hoy en día, a la
luz de los documentos disponibles procedentes de los archivos, según su
verdadera naturaleza: la mayor matanza de obreros realizada por el
poder bolchevique antes de la de Kronstadt. [85]
La militarización del trabajo
A finales de 1919 y a principios de 1920, las relaciones entre el
poder bolchevique y el mundo obrero se degradaron aún más después de la
militarización de más de 2.000 empresas. El principal partidario de la
militarización del trabajo, Leon Trotsky, desarrolló durante el IX
Congreso del partido, en marzo de 1920, sus concepciones sobre la
cuestión.
El hombre está inclinado de manera natural hacia la pereza, explicó
Trotsky. Bajo el capitalismo los obreros deben buscar trabajo para
sobrevivir. Es el mercado capitalista el que aguijonea al trabajador.
Bajo el socialismo “la utilización de los recursos del trabajo reemplaza
al mercado”. El Estado tiene, por lo tanto, la tarea de orientar, de
destinar y de encuadrar al trabajador, que debe obedecer como un soldado
al Estado obrero, defensor de los intereses del proletariado. Tales
fueron el fundamento y el sentido de la militarización del trabajo,
vivamente criticada por una minoría de sindicalistas y de dirigentes
bolcheviques. Significó, en efecto, la prohibición de las huelgas,
asimiladas a una deserción en tiempo de guerra, el refuerzo de la
disciplina de los poderes de dirección, la subordinación completa de los
sindicatos y de los comités de fábrica cuyo papel se limitó, además, a
poner en funcionamiento la política productivista, la prohibición para
los obreros de abandonar su puesto de trabajo, la sanción del ausentismo
y de los retrasos, muy numerosos en aquella época en que los obreros
estaban buscando alimentos, siempre de manera problemática.
Al descontento suscitado en el mundo del trabajo por la
militarización se añadían las dificultades crecientes de la vida
cotidiana. Como lo reconocía un informe de la Cheka enviado el 6 de
diciembre de 1919 al gobierno: “(en) estos últimos tiempos, la
crisis de suministros no ha dejado de agravarse. El hambre amenaza a las
masas obreras. Los obreros ya no tienen la fuerza física suficiente
para continuar el trabajo y se ausentan cada vez con mayor frecuencia
bajo los efectos conjugados del frío y del hambre. En toda una serie de
empresas metalúrgicas de Moscú, las masas desesperadas están dispuestas a
todo – huelga, disturbio, insurrección – si no se resuelve en plazos
muy breves la cuestión de los suministros”. [86]
La comida como arma
A inicios de 1920, el salario obrero en Petrogrado estaba situado
entre los 7.000 y los 12.000 rublos al mes. Además de este salario de
base insignificante (en el mercado libre 450 gramos de manteca costaban
5.000 rublos; 450 gramos de carne 3.000 y un litro de leche 750 rublos),
cada trabajador tenía derecho a cierto número de productos en función
de la categoría en la que estaba clasificado. En Petrogrado, a finales
de 1919, un trabajador manual tenía derecho a 250 gramos de pan por día,
450 gramos de azúcar al mes, 250 gramos de materias grasas, 1,8 Kg. de
arenques salados. . .
En teoría, los ciudadanos estaban clasificados en 5 categorías de
“estómagos”; desde los trabajadores manuales y los soldados del Ejército
Rojo hasta los “ociosos” – categoría en la que entraban los
intelectuales, particularmente mal considerados – con “raciones de
clase” decrecientes. En realidad, el sistema era bastante más injusto y
complejo todavía. Servidos los más favorecidos, los demás no recibían a
menudo nada en absoluto. En cuanto a los “trabajadores”, se dividían en
realidad en una multitud de categorías, según una jerarquía de
prioridades que privilegiaba a los sectores vitales para la
supervivencia del régimen. En Petrogrado, durante el invierno de
1919-1920, se contaban 33 categorías de cartillas cuya validez nunca
excedía de un mes. En el sistema de suministros centralizado que los
bolcheviques habían puesto en funcionamiento, el arma alimenticia
representaba un papel de primer orden para estimular o para castigar a
tal o cual categoría de ciudadanos.
“La ración de pan debe ser reducida para aquellos que no
trabajan en el sector de los transportes, hoy en día decisivo, y
aumentada para los que trabajan en el mismo” – escribía el 1° de febrero Lenin a Trotsky – “¡Que millares de personas perezcan si es necesario, pero el país debe salvarse!” [87]
Frente a esta política, todos aquellos que habían conservado los
vínculos con el campo, y eran numerosos, se esforzaban por volver al
pueblo siempre que tenían oportunidad para intentar traer comida de él.
La represión del “frente obrero”
Destinadas a “establecer el orden” en las fábricas, las medidas de
militarización del trabajo suscitaron, en contra del efecto buscado,
paros muy numerosos, detenciones del trabajo, huelgas y motines
reprimidos sin compasión. “El mejor lugar para un huelguista, ese mosquito amarillo y dañino” – se podía leer en el Pravda del 12 de febrero de 1920 – “es el campo de concentración”.
Según las estadísticas oficiales del comisariado del pueblo para el
Trabajo, el 77% de las grandes y medianas empresas industriales de Rusia
fueron afectadas por huelgas durante el primer semestre de 1920. De
manera significativa, los sectores más perturbados – la metalurgia, la
minería y los ferrocarriles – eran también aquellos en los que la
militarización del trabajo estaba más avanzada. Los informes secretos de
la Cheka dirigidos a los dirigentes bolcheviques arrojan una cruda luz
sobre la represión llevada a cabo contra los obreros refractarios a la
militarización. Una vez detenidos, eran, por regla general, juzgados por
un tribunal revolucionario, acusados de “sabotaje” o “deserción”. Así,
en Simbirsk, por no hacer referencia más que a este ejemplo, 12 obreros
de la fábrica de armamentos fueron condenados a una pena de campo de
concentración en abril de 1920 por haber “realizado sabotaje bajo la
forma de huelga italiana (…) desarrollado una propaganda contra el
poder soviético apoyándose en las supersticiones religiosas y la débil
politización de las masas (…) y dado una falsa interpretación de la
política soviética en materia de salarios”. [88]
Si se descifra esta jerga, se puede deducir de ella que los acusados
habían realizado pausas no autorizadas por la dirección, protestado
contra la obligación de trabajar el domingo, criticado los privilegios
de los comunistas y denunciado los salarios de miseria. . .
Los más altos dirigentes del partido, entre ellos Lenin, apelaban a
una represión ejemplar de las huelgas. El 29 de enero de 1920, inquieto
ante la extensión de los movimientos obreros de los Urales, Lenin
telegrafió a Smirnov, jefe del consejo militar revolucionario del V
Ejército: “P. me ha informado que existe un sabotaje manifiesto por
parte de los ferroviarios (…) Se me dice que los obreros de Izhvesk
están también en el golpe. Estoy sorprendido de que os acomodéis a ello y
no procedáis a ejecuciones masivas por sabotaje”. [89]
Hubo numerosas huelgas suscitadas en 1920 por la militarización del
trabajo: en Ekaterinburgo, en marzo de 1920, 80 obreros fueron detenidos
y condenados a penas de campos de concentración. En el ferrocarril de
Riazan-Ural, en abril de 1920, 100 ferroviarios fueron condenados. En la
fábrica metalúrgica de Briansk, en junio de 1920, 152 obreros fueron
condenados. Se podrían multiplicar estos ejemplos de huelga severamente
reprimidas en el marco de la militarización del trabajo. [90]
Una de las huelgas más notables fue, en junio de 1920, la de las
manufacturas de armas de Tula, lugar de especial importancia en la
protesta obrera contra el régimen y bastante sufrido ya por los sucesos
de abril de 1919. El domingo 6 de junio de 1920, un grupo relativamente
numeroso de obreros se negó a realizar las horas suplementarias exigidas
por la dirección. En cuanto a las obreras, se negaron a trabajar ese
día y los domingos en general, explicando que el domingo era el único
día en que podían ir a conseguir suministros a los campos circundantes.
Ante la solicitud de la administración, un nutrido destacamento de
chekistas vino a detener a los huelguistas. Se decretó la ley marcial y
una troika [91] compuesta por representantes del partido y de la Cheka fue encargada de denunciar la “conspiración contrarrevolucionaria fomentada por los espías polacos y los Cien Negros [92] con la finalidad de debilitar el poder combativo del Ejército Rojo”.
Mientras la huelga se extendía y los arrestos de los “agitadores” se
multiplicaban, un hecho nuevo vino a turbar el desarrollo habitual que
tomaba el asunto: por centenares, y después por millares, obreras y
simples artesanas se presentaron en la Cheka solicitando ser detenidas
también. El movimiento se amplió con obreros que también exigieron ser
detenidos en masa a fin de convertir en absurda la tesis de la
“conspiración polaca de los Cien Negros”. En cuatro días, más de 10.000
personas fueron encarceladas, o más bien confinadas en un vasto espacio
al aire libre vigilado por chekistas.
Desbordados por un momento, no sabiendo como presentar los
acontecimientos a Moscú, las organizaciones locales del partido y de la
Cheka llegaron finalmente a convencer a las autoridades centrales de la
realidad de una vasta conspiración. Un “comité de liquidación de la
conspiración de Tula” interrogó a millares de obreros y de obreras con
la esperanza de encontrar a los culpables ideales. Para ser liberados,
readmitidos y conseguir que se les entregara una nueva cartilla de
racionamiento, todos los trabajadores detenidos tuvieron que firmar la
siguiente declaración. “Yo, el que suscribe, perro hediondo y
criminal, me arrepiento delante del tribunal revolucionario y del
Ejército Rojo, confieso mis pecados y prometo trabajar conscientemente”.
Al contrario de otros movimientos de protesta obrera, los problemas de
Tula del verano de 1920 dieron lugar a condenas bastante ligeras: 28
personas fueron condenadas a penas de campos de concentración y 200
fueron exiladas. [93]
En una coyuntura de falta de mano de obra altamente calificada, el
poder bolchevique sin duda no podía prescindir de los mejores armeros
del país. La represión, al igual que el suministro, debía tener en
cuenta a los sectores decisivos y a los intereses superiores del
régimen.
Rojos, blancos y verdes. La represión del campesinado
Tan importante, simbólica y estratégicamente, como fue el “frente
obrero”, no representaba más que una ínfima parte de los compromisos del
régimen en los innumerables “frentes interiores” de la guerra civil. La
lucha contra los campesinos que se negaban a las requisas y al
reclutamiento – los “verdes” – movilizó todas las energías. Los
informes, hoy en día disponibles, de los departamentos especiales de la
Cheka y de las tropas de Defensa Interna de la República, encargados de
luchar contra los motines, las deserciones y las revueltas campesinas,
revelan en todo su horror la extraordinaria violencia de esta “guerra
sucia” de represión llevada a cabo al margen de los combates entre rojos
y blancos. En este enfrentamiento crucial entre el poder bolchevique y
el campesinado, que fue donde se forjó de manera definitiva una práctica
política terrorista fundada en una visión radicalmente pesimista de las
masas “hasta tal punto oscuras e ignorantes” – escribía Dzerzhinsky – “que ni siquiera son capaces de ver dónde está su propio interés”.
Estas masas bestiales solo podían ser tratadas mediante la fuerza, por
esa “escoba de hierro” que evocaba Trotsky para caracterizar con una
imagen la represión que convenía llevar a cabo a fin de “limpiar”
Ucrania de las “bandas de bandidos” dirigidas por Néstor Majno y otros
jefes campesinos. [94]
Las revueltas campesinas habían comenzado en el verano de 1918.
Tomaron una notable amplitud en 1919-1920 para culminar durante el
invierno de 1920-1921, obligando momentáneamente a retroceder al régimen
bolchevique.
Dos razones inmediatas impulsaban a los campesinos a rebelarse: las
requisas y el reclutamiento en el Ejército Rojo. En enero de 1919, la
búsqueda desordenada de los excedentes agrícolas – que había
caracterizado las primeras operaciones desde el verano de 1918 – fue
reemplazada por un sistema centralizado y planificado de requisas. Cada
provincia, cada distrito, cada cantón, cada comunidad aldeana, debía
entregar al Estado una cuota fijada por adelantado en función de las
cosechas estimadas. Estas cuotas no se limitaban a los cereales sino que
incluían una veintena de productos tan variados como las papas, la
miel, los huevos, la manteca, las semillas oleaginosas, la carne, la
nata, la leche. . .
Cada comunidad aldeana era responsable de manera solidaria por la
cosecha. Solo cuando toda la aldea había cumplido sus cuotas, las
autoridades distribuían los recibos que daban derecho a la adquisición
de bienes manufacturados en cantidades muy inferiores a las necesidades
puesto que, a finales de 1920, éstas se cubrían solamente en un 15%
aproximadamente. En cuanto al pago de las cosechas agrícolas, el mismo
se realizaba con precios simbólicos al haber perdido el rublo, a finales
de 1920, el 95% de su valor en relación con el rublo oro. De 1918 a
1920, las requisas de cereales se multiplicaron por tres. Difícil de
cifrar con precisión, el número de revueltas campesinas siguió una
progresión como mínimo paralela. [95]
Las negativas al reclutamiento en el Ejército Rojo, después de tres
años en los frentes y en las trincheras de la “guerra imperialista”,
constituían el segundo motivo de las revueltas campesinas llevadas a
cabo, por regla general, por los desertores ocultos en los bosques: los
“verdes”. El número de desertores en 1919-1920 se estima en al menos
3.000.000. En 1919 alrededor de 500.000 fueron detenidos por los
diversos destacamentos de la Cheka y por las comisiones especiales de
lucha contra los desertores. En 1920, la cifra quedó establecida entre
700.000 y 800.000. No obstante, entre 1.500.000 y 2.000.000 de
desertores – en su inmensa mayoría campesinos que conocían bien el
terreno – llegaron a sustraerse a las investigaciones.
Frente a la amplitud del problema, el gobierno adoptó medidas de
represión cada vez más duras. No solamente millares de desertores fueron
fusilados sino que las familias de los desertores fueron convertidas en
rehenes. El principio de los rehenes se aplicó, en realidad, desde el
verano de 1918 a las circunstancias más cotidianas. De ello da
testimonio, por ejemplo, el decreto gubernamental del 15 de febrero de
1919, firmado por Lenin, que encargaba a las checas locales tomar
rehenes entre los campesinos en las localidades donde los reclutamientos
para la limpieza de la nieve en los ferrocarriles no habían sido
realizados de manera satisfactoria: “si la limpieza no se realiza, los rehenes serán pasados por las armas”. [96]
El 12 de mayo de 1920, Lenin envió instrucciones a todas las comisiones provinciales de lucha contra los desertores: “después
de la expiración del plazo de gracia de siete días concedido a los
desertores para que se entreguen, todavía es preciso reforzar las
sanciones en relación con esos incorregibles traidores al pueblo
trabajador. Las familias y todos aquellos que ayudan a los desertores,
de la manera que sea, serán además considerados como rehenes y tratados
como tales”. [97] Este decreto no hacía más que legalizar prácticas cotidianas.
Pero la oleada de deserciones no se redujo. En 1920-1921, al igual
que en 1919, los desertores constituyeron el grueso de los guerrilleros
verdes contra quienes los bolcheviques llevaron a cabo durante tres años
(incluso cuatro o cinco años en algunas regiones) una guerra despiadada
de una crueldad inaudita. Más allá de la negativa a las requisas y al
reclutamiento, los campesinos rechazaban cada vez de manera más general
toda intrusión de un poder que consideraban extraño: el poder de los
“comunistas” de la ciudad. En el espíritu de numerosos campesinos, los
comunistas que practicaban las requisas eran diferentes de los
“bolcheviques” que habían estimulado la revolución agraria de 1917. En
los campos sometidos tanto a la soldadesca blanca como a los
destacamentos de requisa rojos, la confusión y la violencia habían
llegado al máximo.
Fuente excepcional que permite aprehender las múltiples facetas de
esta guerrilla campesina, los informes de los diversos departamentos de
la Cheka encargados de la represión distinguen dos tipos principales de
movimientos campesinos: el bunt, revuelta puntual, breve
llamarada de violencia que implica un grupo relativamente restringido de
participantes, entre algunas decenas a un centenar de personas; y la vosstanie,
insurrección que implicaba la participación de millares, incluso
decenas de millares, de campesinos organizados en verdaderos ejércitos
capaces de apoderarse de pueblos y ciudades y dotados de un programa
político coherente de tendencia social-revolucionaria o anarquista.
“30 de abril de 1919. Provincia de Tambov. A inicios de abril,
en el distrito de Lebyandinsky, ha estallado una revuelta de kulaks y de
desertores que protestaban contra la movilización de los hombres, de
los caballos y la requisa de cereales. Al grito de «abajo los
comunistas, abajo los soviets», los insurgentes armados han saqueado
cuatro comités ejecutivos de cantón, asesinado de manera bárbara a siete
comunistas, aserrados vivos. Solicitada ayuda por miembros del
destacamento de requisa, el 212° batallón de la Cheka ha aplastado a los
kulaks insurgentes. Setenta personas han sido detenidas, cincuenta
ejecutadas sobre el terreno, la aldea de la que partió la rebelión ha
sido enteramente quemada.”
“Provincia de Voronezh, 11 de junio de 1919, 16 horas 15
minutos. Por telégrafo. La situación mejora. La revuelta del distrito de
Novojopersk está prácticamente liquidada. Nuestro aeroplano ha
bombardeado y quemado enteramente el pueblo Tretyaky, uno de los nidos
principales de los bandidos. Las operaciones de limpieza continúan.”
“Provincia de Yaroslavl, 23 de junio de 1919. La revuelta de los
desertores en la volost Petroplavlovskaya ha sido liquidada. Las
familias de los desertores han sido detenidas como rehenes. Cuando se
comenzó a fusilar a un hombre en cada familia de desertores, los verdes
empezaron a salir del bosque y a rendirse. Treinta y cuatro desertores
han sido fusilados como ejemplo” [98]
Millares de informes similares [99]
testifican la extraordinaria violencia de esta guerra de represión
llevada a cabo por las autoridades contra la guerrilla campesina,
alimentada por la deserción, pero calificada como “revuelta de kulaks” o
de “insurrección de bandidos”. Los tres extractos citados revelan los
métodos de represión más corrientemente utilizados: arresto y ejecución
de rehenes tomados de las familias de desertores o de los “bandidos”, y
aldeas bombardeadas y quemadas.
La represión ciega y desproporcionada descansaba en el principio de
la responsabilidad colectiva del conjunto de la comunidad aldeana.
Generalmente, las autoridades daban a los desertores un plazo para
entregarse. Pasado ese plazo, el desertor era considerado como un
“bandido de los bosques”, sujeto a una ejecución inmediata. Los textos
de las autoridades, tanto civiles como militares, precisaban, además,
que si “los habitantes de una aldea ayudan de la manera que sea a los
bandidos a esconderse en los bosques vecinos, la aldea será
completamente quemada”.
Algunos informes de síntesis de la Cheka dan indicaciones
cuantificadas sobre la amplitud de esta guerra de represión en los
campos. Así, para el período que fue del 15 de octubre al 30 de
noviembre de 1918, tan solo en doce provincias de Rusia, estallaron 44
revueltas (bunty) en el curso de las cuales 2.320 personas
fueron detenidas, 620 muertas y 982 fusiladas. Durante estas revueltas,
480 funcionarios soviéticos fueron muertos, así como 112 hombres de los
destacamentos de suministros, del Ejército Rojo y de la Cheka. Durante
el mes de septiembre de 1919, para las 10 provincias rusas sobre las
cuales se dispone de una información sintética, se cuentan 48.735
desertores y 7.325 “bandidos” detenidos, 1.826 muertos, 2.230 fusilados y
430 víctimas del lado de los funcionarios y militares soviéticos. Estas
cifras, muy incompletas, no tienen en cuenta las pérdidas
experimentadas durante las grandes insurrecciones campesinas.
Estas insurrecciones conocieron varios momentos álgidos:
marzo-agosto de 1919, fundamentalmente en las regiones del Volga medio y
de Ucrania; febrero-agosto de 1920, en las provincias de Samara, Ufa,
Kazán, Tambov y, de nuevo, en la Ucrania reconquistada por los
bolcheviques a los blancos, pero siempre controlada en el país profundo
por la guerrilla campesina.
A partir de finales de 1920 y durante toda la primera mitad del año
1921, el movimiento campesino, mal dirigido en Ucrania y en las regiones
del Don y del Kuban, culminó en Rusia en una inmensa revuelta popular
centrada en las provincias de Tambov, Penza, Samara, Saratov, Simbirsk y
Tsarisyn. [100]
El ardor de esta guerra campesina no se extinguirá más que con la
llegada de una de las más terribles hambrunas que haya conocido el Siglo
XX.
En las ricas provincias de Samara y de Simbirsk, que debían por sí
solas entregar en 1919 cerca de una quinta parte de las requisas de
cereales de Rusia, las revueltas campesinas puntuales se transformaron
en marzo de 1919 en una verdadera insurrección por primera vez desde el
establecimiento del régimen bolchevique. Decenas de aldeas fueron
tomadas por un ejército insurrecto campesino que contó con hasta 30.000
hombres armados. Durante cerca de un mes, el poder bolchevique perdió el
control de la provincia de Samara. Esta rebelión favoreció el avance
hacia el Volga de las unidades del ejército blanco, mandadas por el
almirante Kolchak, al tener que enviar los bolcheviques varias decenas
de miles de hombres para acabar con un ejército campesino tan bien
organizado y que defendía un programa político coherente en virtud del
cual se reclamaba la supresión de las requisas, la libertad de comercio,
elecciones libres para los soviets y el fin de la “comisariocracia
bolchevique”. Haciendo un balance de la liquidación de las
insurrecciones campesinas a principios de abril de 1929, el jefe de la
cheka de Samara indicaba 4.240 muertos del lado de los insurgentes, 625
fusilados y 6.210 desertores “bandidos” detenidos.
Apenas se había extinguido momentáneamente el fuego en la provincia
de Samara cuando volvió a prender con una amplitud desigual en la mayor
parte de Ucrania. Después del retiro de los alemanes y de los
austro-húngaros a finales de 1918, el gobierno bolchevique decidió
reconquistar Ucrania. La región más rica del antiguo Imperio zarista
debía “alimentar al proletariado de Moscú y de Petrogrado”.
Aquí, más todavía que en otros sitios, las cuotas de requisa fueron
muy elevadas. Cumplirlas significaba condenar a un hambre segura a
millares de poblaciones ya sangradas por los ejércitos de ocupación
alemanes y austro-húngaros durante todo el año 1918. Además, a
diferencia de la política que habían tenido que aceptar en Rusia a
finales de 1917 – el reparto de tierras entre las comunidades campesinas
– los bolcheviques rusos deseaban en Ucrania nacionalizar todas las
grandes propiedades agrarias, las más modernas del antiguo imperio. Esta
política, que pretendía transformar los grandes dominios cerealistas y
azucareros en grandes propiedades colectivas, donde los campesinos se
convertirían en obreros agrícolas, solo podía suscitar el descontento
del campesinado.
La represión en Ucrania
El campesino ucraniano se había curtido en la lucha contra las
fuerzas de ocupación alemanas y austro-húngaras. A principios de 1919
existían en Ucrania verdaderos ejércitos de campesinos de decenas de
miles de hombres mandados por jefes militares y políticos ucranianos,
tales como Simón Petlyura, Néstor Majno, Hryhoryiv o, incluso, Zeleny.
Estos ejércitos campesinos estaban firmemente decididos a que triunfara
su concepto de la revolución agraria: la tierra para los campesinos,
libertad de comercio y soviets libremente elegidos “sin moscovitas ni
judíos”. Para la mayoría de los campesinos ucranianos, marcados por una
larga tradición de antagonismo entre los campos mayoritariamente
poblados de ucranianos y las ciudades mayoritariamente pobladas de rusos
y judíos, era tentador y sencillo llevar a cabo la equiparación:
moscovitas = bolcheviques = judíos. Todos debían ser expulsados de
Ucrania.
Estas particularidades propias de Ucrania explican la brutalidad y
la duración de los enfrentamientos entre los bolcheviques y una amplia
fracción del campesinado ucraniano. La presencia de otro actor, los
blancos, combatidos a su vez por los bolcheviques y por los diversos
ejércitos campesinos, convertía en algo todavía más complejo el embrollo
político y militar en esta región donde ciertas ciudades, como Kiev,
cambiaron hasta 14 veces de dueños en dos años.
Las primeras grandes revueltas contra los bolcheviques y sus
destacamentos de requisa estallaron a partir de abril de 1919. Tan solo
durante este mes tuvieron lugar 93 revueltas campesinas en las
provincias de Kiev, Chernigov, Poltava y Odessa. Durante los 20 primeros
días de julio de 1919, los datos oficiales de la Cheka hacen referencia
a 210 revoluciones, lo que implica cerca de 100.000 combatientes
armados y varios centenares de miles de campesinos. Los ejércitos
campesinos de Hryhoryiv – cerca de 20.000 hombres armados, entre ellos
varias unidades amotinadas del Ejército Rojo, con 50 cañones y 700
ametralladoras – tomaron, en abril-mayo de 1919, una serie de ciudades
del sur de Ucrania, entre ellas Cherkassy, Jerson, Nikolayev y Odessa,
estableciendo en ellas un poder autónomo cuyas consignas no admitían
equívocos: “¡Todo el poder a los soviets del pueblo ucraniano!”,
“¡Ucrania para los ucranianos sin bolcheviques ni judíos!”, “Reparto de
tierras”, “Libertad de empresa y de comercio”. [101]
Los partidarios de Zeleny, aproximadamente 20.000 hombres armados,
controlaban la provincia de Kiev, con la excepción de las ciudades
principales. Bajo el lema “¡Viva el poder soviético, abajo los
bolcheviques y los judíos!”, organizaron decenas de pogroms contra las
comunidades judías de las aldeas y de las provincias de Kiev y de
Chernigov.
Mejor conocida gracias a numerosos estudios, la acción de Néstor
Majno, a la cabeza de un ejército campesino de decenas de miles de
hombres, presentaba un programa a la vez nacional, social y
anarquizante, elaborado en el curso de verdaderos congresos tales como
el “congreso de los delegados campesinos, rebeldes y obreros de
Guliay-Polic”, celebrado en abril de 1919 en el centro mismo de la
rebelión majnovista. Como tantos otros movimientos campesinos menos
estructurados, los majnovistas expresaban en primer lugar el rechazo de
cualquier injerencia del Estado en los asuntos campesinos y el deseo de
un autogobierno campesino – una especie de autogestión – fundada en
soviets libremente elegidos. A estas reivindicaciones de base se añadió
cierto número de demandas comunes a todos los movimientos campesinos: la
paralización de las requisas, la supresión de los impuestos y de las
tasas, la libertad para todos los partidos socialistas y los grupos
anarquistas, el reparto de la tierra y la supresión de la
“comisariocracia bolchevique”, de las tropas especiales y de la Cheka. [102]
Los centenares de insurrecciones campesinas de la primavera y el
verano de 1919 que ocurrieron en las retaguardias del Ejército Rojo
desempeñaron un papel determinante en la victoria sin futuro de las
tropas blancas del general Denikin. Saliendo del sur de Ucrania el 19 de
mayo de 1919, el ejército blanco avanzó con mucha rapidez frente a las
unidades del Ejército Rojo ocupadas en operaciones de represión contras
las rebeliones campesinas. Las tropas de Denikin tomaron Jarkov el 12 de
junio, Kiev el 28 de agosto y Voronezh el 30 de septiembre. La retirada
de los bolcheviques, que no habían llegado a establecer su poder más
que en las ciudades más grandes, dejando los campos a los campesinos
insurrectos, vino acompañada por ejecuciones masivas de prisioneros y de
rehenes sobre los cuales volveremos más adelante.
En su retirada precipitada a través del país profundo controlado por
la guerrilla campesina, los destacamentos del Ejército Rojo y de la
Cheka no dieron cuartel: aldeas quemadas por centenares, ejecuciones
masivas de “bandidos”, de desertores, de “rehenes”. El abandono y
después la reconquista de Ucrania, de finales de 1919 y principios de
1920, dieron lugar a una extraordinaria oleada de violencia contra las
poblaciones civiles de las cuales informa ampliamente la obra Caballería Roja de Isaak Babel,. [103]
La “Vendée soviética”
A principios de 1920, los ejércitos blancos estaban derrotados, a
excepción de algunas unidades dispersas que habían encontrado refugio en
Crimea bajo el mando del barón Wrangel, sucesor de Denikin. Quedaban
frente a frente las fuerzas bolcheviques y los campesinos. Hasta 1922,
una despiadada represión iba a abatirse sobre los campos en lucha contra
el poder. En febrero-marzo de 1920 una nueva gran revuelta, conocida
bajo el nombre de “insurrección de las horquillas”, estalló en un vasto
territorio que se extendía del Volga a los Urales, por las provincias de
Kazan, Simbirsk y Ufa. Pobladas por rusos, pero también por tártaros y
bashkires, estas regiones estaban sometidas a requisas particularmente
onerosas. En algunas semanas la rebelión ganó una decena de distritos.
El ejército campesino sublevado de las “águilas negras” contó en su
apogeo con hasta 50.000 combatientes. Armados con cañones y
ametralladoras, las topas de Defensa Interna de la República diezmaron a
los rebeldes armados con horquillas y picas. En algunos días, millares
de insurgentes fueron asesinados y centenares de aldeas quemadas. [104]
Después del rápido aplastamiento de la “insurrección de las
horquillas” el fuego de las revueltas campesinas se propagó de nuevo por
las provincias del Volga medio, también muy fuertemente desangradas por
las requisas: Tambov, Penza, Samara y Tsaritsyn. Como lo reconocía el
dirigente bolchevique Antonov-Ovseenko, que iba a conducir la represión
contra los campesinos insurgentes de Tambov, si hubieran seguido los
planes de requisas de 1920-1921, habrían condenado a los campesinos a
una muerte segura: les dejaban una media de 1 pud (16 kilos) de grano y de 1.5 pud
(24 kilos) de papas, por persona y por año; es decir: 12 veces menos
que el mínimo vital. Se trató, por lo tanto, de una lucha por la
supervivencia la que desencadenaron desde el verano de 1920 los
campesinos de esas provincias. Duró dos años sin interrupción, hasta que
el hambre acabó con los campesinos insurgentes.
El tercer gran polo de enfrentamiento entre los bolcheviques y los
campesinos en 1920 seguía siendo Ucrania, reconquistada entre diciembre
de 1919 y febrero de 1920 por los ejércitos blancos pero cuyos campos
profundos habían seguido estando bajo el control de centenares de
destacamentos verdes, libres de toda lealtad, o de unidades más o menos
relacionadas con el mando de Majno.
A diferencia de las “águilas negras”, los destacamentos de
ucranianos compuestos esencialmente por desertores, estaban bien
armados. Durante el verano de 1920, el ejército de Majno contaba todavía
con cerca de 15.000 hombres, 2.500 jinetes, un centenar de
ametralladoras, una veintena de cañones de artillería y dos vehículos
blindados. Centenares de “bandas” más pequeñas, reuniendo cada una de
ellas algunas docenas o centenares de combatientes, oponían igualmente
una fuerte resistencia a la penetración bolchevique.
Para luchar contra esta guerrilla campesina, el gobierno nombró, a
principios de mayo de 1920, al jefe de la Cheka, Félix Dzerzhinsky,
“comandante en jefe de la retaguardia del frente suroeste”. Dzerzhinsky
permaneció más de dos meses en Jarkov para poner en pie 24 unidades
especiales de las fuerzas de seguridad interna de la república, unidades
de élite, dotadas de una caballería encargada de perseguir a los
“rebeldes” y de aviones destinados a bombardear los “nidos de bandidos” [105]
Tenían como tarea erradicar, en tres meses, la guerrilla campesina. En
realidad, las operaciones de “pacificación” se prolongaron durante más
de dos años, del verano de 1920 al otoño de 1922, al precio de decenas
de miles de víctimas.
Entre los diversos episodios de la lucha llevada a cabo por el poder
bolchevique contra el campesinado, la “descosaquización” – es decir, la
eliminación de los cosacos del Don y del Kuban como grupo social –
ocupa un lugar particular.
Efectivamente, por primera vez, el nuevo régimen adoptó abundantes
medidas represivas para eliminar, exterminar y deportar – siguiendo el
principio de la responsabilidad colectiva – al conjunto de la población
de un territorio que los dirigentes bolcheviques habían adquirido la
costumbre de calificar como la “Vendée soviética”, en alusión a La
Vendée francesa brutalmente arrasada por las autoridades de la
Revolución Francesa en 1793/94. [106]
Estas operaciones no fueron el resultado de medidas de represalia
militar adoptadas en el fuego de los combates, sino que fueron
planificadas con antelación, y fueron objeto de varios decretos
promulgados en la cima del Estado, implicando directamente a muy
numerosos responsables políticos de alto rango (Lenin, Ordzhonikizde,
Syrtsov, Sokolnikov, Reingold). Puesta en jaque por primera vez durante
la primavera de 1919, a causa de los reveses militares de los
bolcheviques, la descosaquización volvió a iniciarse con una crueldad
renovada en 1920, durante la reconquista bolchevique de las tierras
cosacas del Don y del Kuban.
La aniquilación de los cosacos.
Los cosacos, privados desde diciembre de 1917 del status del que se
beneficiaban bajo el antiguo régimen, catalogados por los bolcheviques
como “kulaks” y “enemigos de clase”, habían reunido bajo el estandarte
del atamán Krasnov a las fuerzas blancas que se habían constituido en el
sur de Rusia en la primavera de 1918. Hasta febrero de 1919, durante el
avance general de los bolcheviques hacia Ucrania y el sur de Rusia, los
primeros destacamentos del Ejército Rojo no habían penetrado en los
territorios de los cosacos del Don.
De entrada, los bolcheviques tomaron diversas medidas que
aniquilaban todo lo que constituía la especificad cosaca: las tierras
que pertenecían a los cosacos fueron confiscadas y redistribuidas a
colonos rusos o a campesinos locales que no tenían status cosaco; los
cosacos fueron obligados, bajo pena de muerte, a entregar sus armas (a
causa de su status tradicional de guardianes de los confines del Imperio
ruso, todos los cosacos estaban armados), las asambleas y las
circunscripciones administrativas cosacas fueron disueltas.
Todas estas medidas formaban parte de un plan preestablecido de
descosaquización, así definido en una resolución secreta del Comité
Central del partido bolchevique, de fecha 24 de enero de 1919: “En
vista de la experiencia de la guerra civil contra los cosacos, es
necesario reconocer como sola medida políticamente correcta una lucha
sin compasión, un terror masivo contra los ricos cosacos, que deberán
ser exterminados y físicamente liquidados hasta el último.” [107]
En realidad, como reconoció en junio de 1919 Reingold, presidente
del comité revolucionario del Don, encargado de imponer “el orden
bolchevique” en las tierras cosacas, “hemos tenido una tendencia a realizar una política de exterminio masivo de los cosacos sin la menor distinción”. [108]
En algunas semanas, de mediados de febrero a mediados de marzo de 1919,
los destacamentos bolcheviques ejecutaron a más de 8.000 cosacos [109] En cada stanitsa
(aldea cosaca) los tribunales revolucionarios procedían en algunos
minutos a juicios sumarios de listas de sospechosos, generalmente
condenados todos a la pena capital por “comportamiento
contrarrevolucionario”. Frente a esta oleada represiva los cosacos no
tuvieron otra salida que la de sublevarse.
La sublevación se inició en el distrito de Veshenskaya, el 11 de
marzo de 1919. Bien organizados, los cosacos insurgentes decretaron la
movilización general de todos los hombres de 16 a 55 años. Enviaron por
toda la región del Don y hasta la provincia limítrofe de Voronezh
telegramas llamando a la población a sublevarse contra los bolcheviques.
“Nosotros, los cosacos” – explicaban – “estamos en contra de los soviets. Estamos a favor de elecciones libres. Estamos contra los comunistas, las comunas (explotaciones colectivas) y los judíos. Estamos contra las requisas, los robos y las ejecuciones perpetradas por las checas”. [110]
A principios del mes de abril, los cosacos insurgentes presentaban
una fuerza armada considerable de más de 30.000 hombres bien armados y
aguerridos. Operando en la retaguardia del Ejército Rojo que combatía
más al sur las tropas de Denikin aliadas con los cosacos del Kuban, los
insurgentes del Don contribuyeron, al igual que los campesinos
ucranianos, al avance fulminante de los ejércitos blancos en mayo-junio
de 1919. A principios del mes de junio, los cosacos del Don se unieron
con el grueso de los ejércitos blancos apoyados por los cosacos del
Kuban. Toda la “Vendée cosaca” se había liberado del poder vergonzante
de los “moscovitas, judíos y bolcheviques”.
No obstante, con los cambios de fortuna militar, los bolcheviques
regresaron en febrero de 1920. Así comenzó una segunda ocupación militar
de las tierras cosacas, que resultó mucho más mortífera que la primera.
La región del Don se vio sujeta a una contribución de 36.000.000 de puds
de cereales, una cantidad que superaba ampliamente el conjunto de la
producción local. La población local fue sistemáticamente expoliada no
solo de sus escasas reservas alimenticias sino también del conjunto de
sus bienes “calzado, ropa, orejeras y samovares comprendidos”, según
precisaba un informe de la Cheka. [111]
Todos los hombres en estado de combatir respondieron a estos
pillajes y a estas represiones sistemáticas uniéndose a las bandas de
guerrilleros verdes. En julio de 1920, éstas contaban al menos con
35.000 hombres en el Kuban y en el Don. Bloqueado en Crimea desde
febrero, el general Wrangel decidió, en una última tentativa, librarse
del cerco bolchevique y operar una conjunción con los cosacos y los
verdes del Kuban. El 17 de agosto de 1920, 5.000 hombres desembarcaron
cerca de Novorossisk. Bajo la presión conjunta de los blancos, los
cosacos y los verdes, los bolcheviques tuvieron que abandonar
Yekaterinodar, la principal ciudad del Kuban, y después el conjunto de
la región. Por su parte, el general Wrangel avanzó por Ucrania del sur.
Los éxitos de los blancos fueron, sin embargo, de corta duración.
Desbordados por fuerzas bolcheviques muy superiores en número, las
tropas de Wrangel, entorpecidas por inmensos cortejos de civiles,
regresaron a finales de octubre a Crimea en el más indescriptible
desorden. La recuperación de Crimea por los bolcheviques, último
episodio del enfrentamiento entre blancos y rojos, dio lugar a una de
las mayores matanzas de la guerra civil: al menos 50.000 civiles fueron
asesinados por los bolcheviques en noviembre y diciembre de 1920. [112]
Al encontrarse, una vez más, en el campo de los vencidos, los
cosacos se vieron sometidos a un nuevo terror rojo. Uno de los
principales dirigentes de la Cheka, el letón Karl Lander, fue nombrado
“plenipotenciario en el norte del Cáucaso y del Don”. Puso en
funcionamiento troikas, tribunales especiales encargados de la
descosaquización. Tan solo durante el mes de octubre de 1920 estas
troikas condenaron a muerte a más de 6.000 personas inmediatamente
ejecutadas. [113]
Las familias – a veces incluso los vecinos – de los guerrilleros verdes
o de los cosacos que habían tomado las armas contra el régimen y que no
habían sido atrapados, fueron detenidas sistemáticamente como rehenes y
encerradas en campos de concentración; verdaderos campos de la muerte
como lo reconoció Martin Latsis, el jefe de la Cheka de Ucrania, en uno
de sus informes: “Reunidos en un campo de concentración cerca de
Maikop, los rehenes – mujeres, niños y ancianos – sobreviven en
condiciones terribles, en medio del barro y el frío de octubre (…)
Mueren como moscas (…) Las mujeres están dispuestas a todo con tal de
escapar de la muerte. Los soldados que vigilan el campo se aprovechan de
ello para mantener relaciones con estas mujeres”. [114]
Toda resistencia era objeto de despiadados castigos. Cuando el jefe
de la cheka de Piatigorsk cayó en una emboscada, los chekistas
decidieron organizar una “jornada de terror rojo”. Sobrepasando las
instrucciones del mismo Lander, que deseaba que “este acto
terrorista sea aprovechado para atrapar a rehenes preciosos con la
intención de ejecutarlos y para acelerar los procedimientos de ejecución
de los espías blancos y contrarrevolucionarios en general”, los
chekistas de Piatigorsk se lanzaron a una oleada de arrestos y de
ejecuciones. Según Lander, la cuestión del terror rojo fue resuelta de
manera simplista. Los chekistas de Piatigorsk decidieron ejecutar a 300
personas en un día. Definieron cuotas para la ciudad de Piatigorsk y
para las aldeas de los alrededores y ordenaron a las organizaciones del
partido que prepararan las listas para la ejecución. Este método
insatisfactorio implicó numerosos ajustes de cuentas. En Kislovodsk,
faltos de ideas, se decidió matar a las personas que se encontraban en
el hospital.
Uno de los métodos más expeditivos de descosaquización fue la
destrucción de aldeas cosacas y la deportación de todos los
supervivientes. Los archivos de Sergo Ordzhonikizde, uno de los
principales dirigentes bolcheviques, y en aquella época presidente del
Comité Revolucionario del Cáucaso Norte, conservaron los documentos de
una de esas operaciones que se desarrollaron a finales de octubre,
mediados de noviembre de 1920. [115]
El 23 de octubre, Sergo Ordzhonikizde ordenó:
“1)- Quemar completamente la aldea Kalinovskaya.
2)- Vaciar de todos sus habitantes las aldeas Ermolovskaya,
Romanovskaya, Samachinskaya y Mijailovskaya; las casas y las tierras que
pertenecen a los habitantes serán distribuidas entre los campesinos
pobres y en particular entre los chechenos que se han caracterizado
siempre por su profundo apego al poder soviético.
3)- Embarcar a toda la población de 18 a 50 años de estas aldeas
ya mencionadas en transportes y deportarlos, bajo escolta, hacia el
norte, para realizar allí trabajos forzados de categoría pesada.
4)- Expulsar a las mujeres, a los niños y a los ancianos,
dejándoles no obstante autorización para reinstalarse en otras aldeas
más al norte.
5)- Requisar todo el ganado y todos los bienes de los habitantes de los Burgos ya mencionados.”
Tres semanas más tarde, un informe dirigido a Ordzhonikizde describía así el desarrollo de las operaciones:
- “Kalinovskaya: aldea enteramente quemada, toda la población (4.220) deportada o expulsada.
- Ermolovskaya: limpiada de todos sus habitantes (3.218)
- Romanovskaya: deportados 1.600; quedan por deportar 1.661
- Samachinskaya: deportados 1.018; quedan por deportar 1.900
- Mijailovskaya: deportados 600; quedan por deportar 2.200
Además, 154 vagones de productos alimenticios fueron enviados a
Grozny. En las tres aldeas en las que la deportación no ha sido aun
concluida fueron deportadas en primer lugar las familias de los
elementos blancos-verdes, así como elementos que habían participado en
la última insurrección. Entre aquellos que no han sido deportados
figuran simpatizantes del régimen soviético, familias de soldados del
Ejército Rojo, funcionarios y comunistas. El retraso sufrido por las
operaciones de deportación se explica por la carencia de vagones. Como
término medio, no se recibe, para llevar a cabo las operaciones, más que
un solo transporte al día. Para acabar las operaciones de deportación,
se solicitan con urgencia 306 vagones suplementarios”. [116]
¿Cómo concluyeron estas “operaciones”? Desgraciadamente ningún
documento preciso nos arroja claridad sobre este aspecto. Se sabe que
las “operaciones” se prolongaron y que, al fin de cuentas, los hombres
deportados fueron, por regla general, enviados no hacia el Gran Norte –
como sería el caso con posterioridad – sino hacia las minas del Donetz,
más cercanas. Dado el estado de los transportes ferroviarios a finales
de 1920, la intendencia debió tener dificultades para seguirlos…
No obstante, en muchos aspectos, estas “operaciones” de
descosaquización prefiguraban las “operaciones” de deskulakización que
se iniciarían 10 años más tarde: con incluso la misma concepción de una
responsabilidad colectiva, el mismo proceso de deportación mediante
transportes, los mismos problemas de intendencia y de lugares de acogida
no preparados para recibir a los deportados y la misma idea de explotar
a los deportados sometiéndolos a trabajos forzados. Las regiones
cosacas del Don y del Kuban pagaron un pesado tributo por su oposición a
los bolcheviques. Según las estimaciones más fiables, entre 300.000 y
500.000 personas fueron muertas o deportadas entre 1919 y 1920, sobre
una población total que no superaba las 3.000.000 de personas.
Las matanzas de rehenes y detenidos
Entre las operaciones represivas más difíciles de incluir en una
lista y de evaluar figuran las matanzas de detenidos y de rehenes
encarcelados por la sola pertenencia a una “clase enemiga” o
“socialmente extraña”. Estas matanzas se inscribían en la continuidad y
la lógica del terror rojo de la segunda mitad de 1918, pero a una escala
todavía más importante. Esta oleada de matanzas “sobre una base de
clase” estaba permanentemente justificada por el hecho de que un mundo
nuevo estaba naciendo. Todo estaba permitido, como explicaba a sus
lectores el editorial del primer número de Krasnyi Mech (La Espada Roja), periódico de la cheka de Kiev:
“Rechazamos los viejos sistemas de moralidad y de »humanidad«
inventados por la burguesía con la finalidad de oprimir y de explotar a
las »clases inferiores«. Nuestra moralidad no tiene precedente, nuestra
humanidad es absoluta porque descansa sobre un nuevo ideal: destruir
cualquier forma de opresión y de violencia. Para nosotros todo está
permitido porque somos los primeros en el mundo en levantar la espada no
para oprimir y reducir a la esclavitud, sino para liberar a la
humanidad de sus cadenas. . . ¿Sangre? ¡Que la sangre corra a ríos!
Puesto que solo la sangre puede colorear para siempre la bandera negra
de la burguesía pirata convirtiéndola en un estandarte rojo, bandera de
la Revolución. ¡Puesto que solo la muerte final del viejo mundo puede
liberarnos para siempre jamás del regreso de los chacales!” [117]
Estas llamadas al asesinato atizaban el viejo fondo de violencia y
deseo de venganza social presentes en muchos chekistas, reclutados a
menudo – como lo reconocía un buen número de dirigentes bolcheviques –
entre los “elementos criminales y socialmente degenerados de la
sociedad”. En una carta dirigida el 22 de marzo de 1919 a Lenin, el
dirigente bolchevique Gopnes describía así las actividades de la cheka
de Yekaterinoslavl: “En esta organización gangrenada de
criminalidad, de violencia y de arbitrariedad, dominada por canallas y
criminales comunes, hombres armados hasta los dientes ejecutaban a todo
el que no les gustaba, requisaban, saqueaban, violaban, metían en
prisión, hacían circular billetes falsos, exigían sobornos, a
continuación obligaban a cantar a aquellos a los que habían arrancado
estos sobornos, y después los liberaban a cambio de sumas diez o veinte
veces superiores”. [118]
Los archivos del Comité Central, al igual que los de Félix
Dzerzhinsky, contienen innumerables informes de responsables del partido
o de inspectores de la policía política describiendo la “degeneración”
de las checas locales “ebrias de violencia y de sangre”. La desaparición
de toda norma jurídica o moral favorecía a menudo una total autonomía
de los responsables locales de la Cheka, que no respondían ya de sus
actos ante sus superiores y se transformaban en tiranos sangrientos,
incontrolados e incontrolables. Tres extractos de informe, entre decenas
de otros del mismo tipo, ilustran esta derivación de la Cheka hacia un
contexto de arbitrariedad total, de ausencia absoluta de derecho.
De Sysran, en la provincia de Tambov, el 22 de marzo de 1919, llega
este informe de Smirnov, instructor de la Cheka, a Dzerzhinsky: “He
verificado el asunto de la sublevación kulak en la volost
Novo-Matrionskaya. La instrucción ha sido llevada a cabo de manera
caótica. Setenta y cinco personas han sido interrogadas bajo tortura y
los testimonios transcriptos de tal manera que es imposible entender
nada (...) Se ha fusilado a 5 personas el 16 de febrero, a 13 el día
siguiente. El proceso verbal de las condenas y de las ejecuciones es del
28 de febrero. Cuando se ha pedido al responsable de la cheka local que
se explique, me ha respondido: »Nunca hay tiempo para escribir los
procesos verbales. ¿De qué servirían de todas maneras ya que se
extermina a los kulaks y a los burgueses como clase?« [119]
De Yaroslavl, el 26 de septiembre de 1919, llega el informe del
secretario de la organización regional del partido bolchevique: “Los
chekistas saquean y detienen a cualquiera. Sabiendo que quedarán
impunes, han transformado la sede de la cheka en un inmenso burdel
adonde llevan a las «burguesas». La embriaguez es general. La cocaína es
ampliamente utilizada por los jefecillos”. [120]
De Astracán, el 16 de octubre de 1919, llega el informe de misión de
N. Rosental, inspector de la dirección de departamentos especiales:
“Atarbekov, jefe de los departamentos especiales del XI Ejército, ni
siquiera reconoce el poder central. El 30 de julio último, cuando el
camarada Zakovsky, enviado por Moscú para controlar el trabajo de los
departamentos especiales, se dirigió a ver a Atarbekov, éste le dijo:
»Dígale a Dzerzhinsky que no me dejaré controlar...« Ninguna norma
administrativa es respetada por un personal compuesto mayoritariamente
por elementos dudosos, incluso criminales. Los archivos del departamento
operativo son casi inexistentes. En relación con las condenas a muerte y
las ejecuciones de las sentencias, no he encontrado los protocolos
individuales de juicio y de condena; solo listas, a menudo incompletas,
con la única mención de «fusilado por orden del camarada Atarbekov». Por
lo que se refiere a los sucesos del mes de marzo, es imposible hacerse
una idea de quién ha sido fusilado y por qué (...) Las borracheras y la
orgías son cotidianas. Casi todos los chekistas consumen abundantemente
cocaína. Esto les permite, dicen ellos, soportar mejor la visión
cotidiana de la sangre. Ebrios de violencia y de sangre, los chekistas
cumplen con su deber, pero son indudablemente elementos incontrolados
que es necesario vigilar estrechamente”. [121]
Las relaciones internas de la Cheka y del partido bolchevique
confirman hoy en día los numerosos testimonios recogidos desde los años
1919-1920 por los adversarios de los bolcheviques y fundamentalmente por
la comisión especial de encuesta sobre los crímenes bolcheviques,
puesta en funcionamiento por el general Denikin, y cuyos archivos,
transferidos de Praga a Moscú en 1945, cerrados durante largo tiempo,
ahora resultan accesibles.
Desde 1926, el historiador socialista-revolucionario ruso Serguei Melgunov había intentado inventariar, en su obra El terror rojo en Rusia,
las principales matanzas de detenidos, de rehenes y de simples civiles
ejecutados en masa por los bolcheviques, casi siempre sobre una “base de
clase”. Aunque incompleta, la lista de los principales episodios
relacionados con este tipo de represión, tal y como resulta mencionada
en esta obra precursora, está plenamente confirmada por un conjunto
concordante de fuentes documentales muy diversas que emanan de los dos
campos presentes. La incertidumbre sigue existiendo no obstante, dado el
caos organizativo que reinaba en la Cheka en relación con el número de
víctimas ejecutadas en el curso de los principales episodios represivos
identificados hoy en día con precisión. Se puede, como mucho, correr el
riesgo de avanzar cifras de su magnitud, contrastando diversas fuentes.
El “exterminio de la burguesía como clase”.
Las primeras matanzas de “sospechosos”, rehenes y otros “enemigos
del pueblo” encerrados preventivamente, y por simple medida
administrativa, en prisiones o en campos de concentración, habían
comenzado en septiembre de 1918, durante el primer Terror Rojo. Tras
quedar establecidas las categorías de “sospechosos”, “rehenes” y
“enemigos del pueblo”, y al resultar rápidamente operativos los campos
de concentración, la máquina represora estaba dispuesta para funcionar.
El elemento desencadenante, en una guerra de frentes móviles en que cada
mes aportaba su parte de cambio de la fortuna militar, era naturalmente
la toma de una ciudad ocupada hasta entonces por el adversario o bien,
por el contrario, su abandono precipitado.
La imposición de la “dictadura del proletariado” en las ciudades
conquistadas o recuperadas pasaba por las mismas etapas: disolución de
todas las asambleas anteriormente elegidas; prohibición total del
comercio, medida que implicaba inmediatamente el encarecimiento de todos
los productos y después su desaparición; confiscación de las empresas,
nacionalizadas o municipalizadas; imposición de una muy elevada
contribución financiera sobre la burguesía – 600 millones de rublos en
Jarkov en febrero de 1919, 500 millones en Odesa en abril de 1919. Para
garantizar la buena ejecución de esta contribución, centenares de
“burgueses” eran tomados de rehenes y encarcelados en campos de
concentración. En la práctica, la contribución fue sinónimo de saqueos,
de expropiación y de vejación, primera etapa de un aniquilamiento de la
“burguesía como clase”.
“Conforme a las resoluciones del soviet de los trabajadores,
este 13 de mayo ha sido decretado el día de la expropiación de la
burguesía”, se podía leer en el Izvestia del consejo de los diputados obreros de Odessa del 13 de mayo de 1919.
“Las clases poseedoras deberán llenar un cuestionario detallado,
inventariando los productos alimenticios, el calzado, la ropa, las
joyas, las bicicletas, las colchas, las sábanas, los cubiertos de plata,
la vajilla y otros objetos indispensables para el pueblo trabajador
(...) Cada uno debe asistir a las comisiones de expropiación en esta
tarea sagrada (...) Aquellos que no obedezcan las órdenes de las
comisiones de expropiación serán inmediatamente detenidos. Los que se
resistan serán fusilados sobre el terreno”.
Como lo reconocía Latsis, el jefe de la cheka ucraniana, en una
circular a las chekas locales, todas estas “expropiaciones” iban a parar
al bolsillo de los chekistas y de otros jefecillos de innumerables
destacamentos de requisas, de expropiación y de guardias rojos que
pululaban en circunstancias parecidas.
La segunda etapa de las expropiaciones fue la confiscación de los
apartamentos burgueses. En esta “guerra de clases”, la humillación de
los vencidos desempeñaba también un papel importante. “El pez gusta de ser sazonado con nata. La burguesía gusta de la autoridad que golpea y que mata”, se podía leer en el diario de Odessa ya citado, el 26 de abril de 1919. “Si
ejecutamos algunas decenas de estos golfos y de estos idiotas, si los
obligamos a barrer las calles, si obligamos a sus mujeres a fregar los
cuarteles de los guardias rojos (y no sería un pequeño honor para
ellas), comprenderán entonces que nuestro poder es sólido, y que no
pueden esperar nada ni de los ingleses ni de los hotentotes”. [122]
Tema recurrente de los numerosos artículos de los periódicos
bolcheviques en Odessa, Kiev, Jarkov, Yekaterinoslavl, y también Perm,
en los Urales, o Nizhni-Novgorod, la humillación de las “burguesas”
obligadas a limpiar las letrinas y los cuarteles de los chekistas o de
los guardias rojos parece haber sido una práctica corriente. Pero era
también una versión edulcorada y “políticamente presentable” de una
realidad mucho más brutal: la violación; fenómeno que según muy
numerosos testimonios concordantes, adquirió proporciones gigantescas
muy especialmente durante la segunda reconquista de Ucrania, de las
regiones cosacas y de Crimea en 1920.
Etapa lógica y última del “exterminio de la burguesía como clase”,
las ejecuciones de detenidos, sospechosos y rehenes encarcelados por su
sola pertenencia a las “clases poderosas” aparecen atestiguadas en
numerosas ciudades tomadas por los bolcheviques. En Jarkov, entre 2.000 y
3.000 ejecuciones en febrero-junio de 1919; entre 1.000 y 2.000 durante
la segunda toma de la ciudad, en diciembre de 1919. En Rostov sobre el
Don, alrededor de 1.000 en enero de 1920; en Odessa, 2.200 entre mayo y
agosto de 1919, después de 1.500 a 3.000 entre febrero de 1920 y
febrero de 1921. En Yekaterinodar, al menos 3.000 entre agosto de 1920 y
febrero de 1921. En Armavir, pequeña ciudad del Kuban, de 2.000 a 3.000
entre agosto y octubre de 1920. La lista se podría prolongar.
En realidad, tuvieron lugar además muchas otras ejecuciones pero no
fueron objeto de investigaciones llevadas a cabo muy poco tiempo después
de las matanzas. Así, se conoció mucho mejor lo sucedido en Ucrania o
en el sur de Rusia que en el Cáucaso, en Asia Central o en los Urales.
En efecto, las ejecuciones se aceleraban al acercarse el adversario, en
el momento en que los bolcheviques abandonaban sus posiciones y
“descongestionaban” las prisiones. En Jarkov, en el curso de los dos
días precedentes a la llegada de los blancos, los días 8 y 9 de junio de
1919, centenares de rehenes fueron ejecutados. En Kiev, más de 1.800
personas fueron asesinadas entre el 22 y el 28 de agosto de 1919, antes
de la reconquista de los blancos de la ciudad el 30 de agosto. Lo mismo
sucedió en Yekaterinodar, donde, ante el avance de las tropas de los
cosacos, Atarvekov, el jefe local de la cheka, hizo ejecutar en tres
días, del 17 al 19 de agosto de 1920, a 1.620 “burgueses” en esa pequeña
ciudad provincial que contaba antes de la guerra con menos de 30.000
habitantes. [123]
Los documentos de las comisiones de investigación de las unidades
del ejército blanco, llegados al lugar algunos días, incluso algunas
horas, después de las ejecuciones, contienen un océano de declaraciones,
de testimonios, de informes de autopsias, de fotos de las matanzas y de
la identidad de las víctimas. Si los ejecutados “de última hora”,
eliminados con una bala en la nuca, no presentaban en general rastros de
tortura, sucedía algo muy distinto con los cadáveres exhumados de los
osarios más antiguos. El uso de las torturas más terribles está
atestiguado por las autopsias, por elementos materiales y por
testimonios. Descripciones detalladas de estas torturas figuran
fundamentalmente en la recopilación de Serguei Melgunov, ya citada, y en
la del Buró Central del partido socialista revolucionario, Cheka, editada en Berlín, en 1922. [124]
La masacre de Crimea
Las matanzas alcanzaron su apogeo en Crimea, durante la evacuación
de las últimas unidades blancas de Wrangel y de los civiles que habían
huido ante el avance de los bolcheviques. En algunas semanas, de
mediados de noviembre a finales de diciembre de 1920, alrededor de
50.000 personas fueron fusiladas o ahorcadas. [125]
Un gran número de ejecuciones tuvo lugar inmediatamente después del
embarque de las tropas de Wrangel. En Sebastopol, varios centenares de
estibadores fueron fusilados el 26 de noviembre por haber ayudado a la
evacuación de los blancos. Los días 28 y 30 de noviembre, los Izvestia
del comité revolucionario de Sebastopol publicaron dos listas de
fusilados. La primera contaba con 1.634 nombres, la segunda con 1.202.
A principios de diciembre, cuando la fiebre de las primeras
ejecuciones en masa volvió a descender, las autoridades comenzaron a
proceder a elaborar un número de fichas tan completo como fuera posible,
dadas las circunstancias, de la población de las principales ciudades
de Crimea donde, pensaban, se ocultaban decenas, incluso centenares de
millares, de burgueses que, procedentes de toda Rusia, habían huido a
sus lugares de veraneo. El 6 de diciembre Lenin declaró ante una
asamblea de responsables de Moscú que 300.000 burgueses habían huido en
masa a Crimea. Aseguró que, en un futuro próximo, estos “elementos” que
constituían una “reserva de espías y de agentes dispuestos a ayudar al
capitalismo” serían “castigados”, [126]
Los cordones militares que cerraban el istmo de Perekop, única
escapatoria terrestre, fueron reforzados. Con la red cerrada, las
autoridades ordenaron a cada habitante que se presentara ante la Cheka
para rellenar un largo formulario de investigación, que implicaba unas
cincuenta cuestiones sobre su origen social, su pasado, sus actividades y
sus ingresos, pero también su empleo en noviembre de 1920, sobre lo que
pensaba de Polonia, de Wrangel, de los bolcheviques, etc. Sobre la base
de estas “encuestas”, la población fue dividida en tres categorías: los
que había que fusilar; los que había que enviar a un campo de
concentración y a los que había que perdonar. Los testimonios de los
raros supervivientes, publicados en los diarios de la emigración de
1921, describen a Sebastopol, una de las ciudades más duramente
golpeadas por la represión, como una “ciudad de ahorcados”. “La perspectiva (avenida) Najimovsky
estaba llena de cadáveres ahorcados de oficiales, de soldados, de
civiles, detenidos en las calles. (...) La ciudad estaba muerta, y la
población se escondía en cuevas y graneros. Todas las empalizadas, los
muros de las casas, los postes de telégrafo y las vitrinas de los
almacenes, estaban cubiertas de carteles que decían »muerte a los
traidores«. (...) Se colgaba en las calles como instructivo.” [127]
El último episodio del enfrentamiento entre blancos y rojos no puso
fin a la represión. Los frentes militares de la guerra civil no existían
ya, pero la guerra de “pacificación” y de “erradicación” se prolongaría
durante cerca de dos años.
De Tambov a la Hambruna
La NEP: la Nueva Política Económica
A finales de 1920, el régimen bolchevique parecía triunfar. El
último ejército blanco había sido vencido, los cosacos estaban
derrotados y los destacamentos de Majno se retiraban.
No obstante, si la guerra reconocida – la llevada a cabo por los
rojos contra los blancos – estaba terminada, el enfrentamiento entre el
régimen y amplios sectores de la sociedad continuaba con todo
encarnizamiento. El apogeo de las guerras campesinas se sitúa a
principios de 1921, cuando provincias enteras escaparon del poder
bolchevique. En la provincia de Tambov (Samara, Saratov, Tsaritsyn,
Simbirsk), y en la Siberia occidental, los bolcheviques no controlaban
más que las ciudades. Los campos estaban bajo el control de centenares
de bandas de verdes, incluso de verdaderos ejércitos campesinos. En las
unidades del Ejército Rojo los motines estallaban cada día. Las huelgas,
los disturbios y las protestas obreras se multiplicaban en los últimos
centros industriales del país que todavía seguían activos, en Moscú,
Petrogrado, Ivanovo-Vosnessensk y Tula.
A finales del mes de febrero de 1921, los marinos de la base naval
de Kronstadt, en la zona de Petrogrado, se amotinaron a su vez. La
situación se convertía en explosiva y el país en ingobernable. Ante la
amenaza de un verdadero maremoto social que significaría el riesgo de
hundimiento del régimen, los dirigentes bolcheviques se vieron obligados
a dar marcha atrás y a tomar la única medida que podía de momento
calmar el descontento más masivo, el más general y peligroso: el
descontento campesino. Prometieron poner término a las requisas,
reemplazadas por un impuesto en especie. En este contexto de
enfrentamiento entre el régimen y la sociedad es cuando comenzó, a
partir de marzo de 1921, la NEP, la Nueva Política Económica.
Una historia política dominante durante largo tiempo ha acentuado de
manera exagerada la “ruptura” de marzo de 1921. Ahora bien, adoptada
precipitadamente, el último día del X Congreso del partido bolchevique y
bajo la amenaza de una explosión social, la sustitución de las requisas
por el impuesto en especie no implicó ni el final de las revueltas
campesinas ni el de las huelgas obreras, ni una relajación de la
represión. Los archivos hoy en día accesibles muestran que la paz civil
no se instauró de la noche a la mañana durante la primavera de 1921. Las
tensiones siguieron siendo muy fuertes, al menos hasta el verano de
1922 y en ciertas regiones hasta mucho después.
Los destacamentos de requisa continuaron asolando los campos, las
huelgas obreras fueron salvajemente aplastadas, los últimos militantes
socialistas detenidos, y la “erradicación de los bandidos de los
bosques” se prosiguió por todos los medios – fusilamientos masivos de
rehenes, bombardeos de aldeas con gas asfixiante. Al fin de cuentas, fue
la hambruna de 1921-1922 la que doblegó los campos más agitados,
aquellos que los destacamentos de requisa habían presionado más y que se
habían sublevado para sobrevivir.
El mapa del hambre cubre exactamente aquellas zonas donde hubo
requisas más elevadas durante el curso de los años precedentes y donde
se produjeron las revueltas campesinas más virulentas. Aliada “objetiva”
del régimen, arma absoluta de “pacificación”, la hambruna sirvió,
además, de pretexto a los bolcheviques para asestar un golpe decisivo
contra la Iglesia Ortodoxa y a la intelliguentsia que se habían movilizado para luchar contra el desastre.
La revuelta de Tambov
De todas las revueltas campesinas que habían estallado desde la
instauración de las requisas en el verano de 1918, la revuelta de los
campesinos de Tambov fue la más prolongada, la más importante y la mejor
organizada. Situada a menos de 500 kilómetros al sudoeste de Moscú, la
provincia de Tambov era, desde principios de siglo, uno de los bastiones
del partido socialista-revolucionario, heredero del populismo ruso. En
1918-1920, a pesar de las represiones que se habían abatido sobre este
partido, sus militantes seguían siendo numerosos y activos. Pero la
provincia de Tambov era también el granero de trigo más cercano a Moscú
y, desde el otoño de 1918, más de 100 destacamentos de requisa hicieron
estragos en esta provincia agrícola densamente poblada.
En 1919 estallaron decenas de bunny, motines sin futuro,
siendo todos despiadadamente reprimidos. En 1920, las cuotas de requisa
fueron elevadas sustancialmente, pasando de 18 a 27 millones de puds,
mientras que los campesinos habían disminuido considerablemente la
superficie sembrada, sabiendo que todo lo que no tuvieran tiempo de
consumir sería inmediatamente requisado. [128] Cumplir con las cuotas significaba, por lo tanto, hacer morir de hambre al campesinado.
El 9 de agosto de 1920, los incidentes habituales que se
relacionaban con los destacamentos de suministros degeneraron en la
aldea de Jitrovo. Como lo reconocieron las mismas autoridades locales, “los
destacamentos cometían toda clase de abusos; saqueaban todo a su paso,
hasta las almohadas y los utensilios de cocina; se repartían el botín y
daban palizas a los ancianos de setenta años, siendo esto visto y sabido
por todos. Estos ancianos eran castigados por la ausencia de sus hijos
desertores que se ocultaban en los bosques (…) Lo que indignaba también a
los campesinos era que el grano confiscado, transportado en carretas
hasta la estación más próxima, se pudría en el lugar a la intemperie”. [129]
Iniciada en Jitrovo, la revuelta se extendió como una mancha de
aceite. A finales de agosto de 1920, más de 14.000 hombres, desertores
en su mayor parte, armados con fusiles, horquillas y hoces, habían
expulsado o asesinado a “todos los representantes del poder soviético”
de tres distritos de la provincia de Tambov. En algunas semanas esta
revuelta campesina, que no se distinguía inicialmente de centenares de
otras revueltas que desde hacía dos años habían estallado en Rusia o en
Ucrania, se transformó – en ese bastión tradicional de los
socialistas-revolucionarios – en un movimiento insurreccional bien
organizado bajo la dirección de un hábil jefe militar: Alexander
Stepanovich Antonov.
Militante socialista-revolucionario desde 1906, exiliado político en
Siberia desde 1908, Antonov había estado relacionado a la revolución de
febrero de 1917 como otros socialistas-revolucionarios “de izquierda”
unido durante un tiempo al régimen bolchevique y había desempeñado
funciones de jefe de la milicia de Kirsanov, su distrito natal. En
agosto de 1918 había roto con los bolcheviques y se había puesto a la
cabeza de una de esas innumerables bandas de desertores que controlaban
los campos profundos, enfrentándose con los destacamentos de requisa y
atacando a los escasos funcionarios soviéticos que se arriesgaban por
los pueblos. Cuando, en agosto de 1920, la revuelta campesina afectó a
su distrito de Kirsanov, Antonov puso en funcionamiento una organización
eficaz de milicias campesinas, pero también un notable servicio de
información que se infiltró hasta en la cheka de Tambov. Organizó
igualmente un servicio de propaganda que difundía tratados y proclamas
denunciando la “comisariocracia bolchevique” y que movilizó a los
campesinos en torno a determinadas reivindicaciones populares, tales
como la libertad de comercio, el fin de las requisas, las elecciones
libres y la abolición de los comisarios bolcheviques y de la Cheka. [130]
En paralelo, la organización clandestina del partido
socialista-revolucionario fundaba una Unión del Campesinado Trabajador,
red clandestina de militantes campesinos de fuerte implantación local. A
pesar de las fuertes tensiones existentes entre Antonov,
socialista-revolucionario disidente, y la dirección de la Unión, el
movimiento campesino de la provincia de Tambov disponía de una
organización militar, de un servicio de información y de un programa
político que le proporcionaba una fuerza y una coherencia que no habían
tenido antes la mayoría de los movimientos campesinos, con la excepción
del movimiento de Majno.
En octubre de 1920, el poder bolchevique solo controlaba a la ciudad
de Tambov y algunos escasos centros urbanos provinciales. Los
desertores se unían por millares al ejército campesino de Antonov, que
iba a contar en su apogeo con más de 50.000 hombres armados. El 19 de
octubre, Lenin, que finalmente había adquirido conciencia de la gravedad
de la situación, escribió a Dzerzhinsky: “Es indispensable aplastar de la manera más rápida y más ejemplar este movimiento (…) ¡Hay que dar muestra de la mayor energía!” [131]
A principios de noviembre, los bolcheviques reunían apenas a 5.000
hombres de las tropas de seguridad interna de la república pero, después
de la derrota de Wrangel en Crimea, los efectivos de las tropas
especiales enviadas a Tambov aumentaron rápidamente hasta alcanzar los
100.000 hombres, incluidos los destacamentos del Ejército Rojo, siempre
minoritarios, porque eran juzgados poco fiables a la hora de reprimir
las revueltas populares.
A comienzos del año 1921, las revueltas campesinas abarcaron nuevas
regiones: todo el bajo Volga (las provincias de Samara, Saratov,
Tsaritsyn, Astracán) pero también Siberia occidental. En la provincia de
Samara, el comandante del distrito militar del Volga informaba el 12 de
febrero de 1921: “Multitudes de varios miles de campesinos
hambrientos asedian los hangares en que los destacamentos han almacenado
el grano requisado para las ciudades y el ejército. La situación ha
degenerado en varias ocasiones y el ejército ha tenido que disparar
sobre la turba ebria de cólera”. Desde Saratov, los dirigentes bolcheviques locales telegrafiaron a Moscú: “El
bandolerismo ha conquistado toda la provincia. Los campesinos se han
apoderado de todas las reservas – 3 millones de puds – de los hangares
del Estado. Están fuertemente armados gracias a los fusiles que les
proporcionan los desertores. Unidades enteras del Ejército Rojo se han
volatilizado”.
Al mismo tiempo, a más de 1.000 kilómetros al este, adquiría forma
un nuevo foco de disturbios campesinos. Tras haber absorbido todos los
recursos posibles de las regiones agrícolas prósperas del sur de Rusia y
de Ucrania, el gobierno bolchevique se había vuelto, en otoño de 1920,
hacia Siberia occidental, donde las cuotas de entrega fueron
arbitrariamente fijadas en función de las exportaciones de cereales
realizadas en . . . ¡1913!
Pero, ¿se podían comparar las entregas destinadas a las
exportaciones pagadas en rublos-oro contantes y sonantes con las
entregas reservadas por el campesino para las requisas arrancadas bajo
amenaza? Como en todas partes, los campesinos siberianos se sublevaron
para defender el fruto de su trabajo y asegurar su supervivencia. En
enero-marzo de 1921, los bolcheviques perdieron el control de las
provincias de Tiumen, de Omsk, de Cheliabinsk y de Ekaterinburgo, un
territorio mayor que Francia, y el Transiberiano – la única vía férrea
que unía la Rusia europea con Siberia – fue cortado.
El 21 de febrero, un ejército popular campesino se apoderó de la
ciudad de Tobolsk, que las unidades del Ejército Rojo no llegaron a
recuperar hasta el 30 de marzo. [132]
En el otro extremo del país, en las capitales – la antigua Petrogrado y
la nueva Moscú – la situación a principios de 1921 era casi igual de
explosiva. La economía estaba prácticamente paralizada. Los trenes ya no
circulaban. Carentes de combustible, la mayoría de las fábricas estaban
cerradas o trabajaban a un ritmo lento. El suministro de las ciudades
no estaba asegurado. Los obreros estaban en la calle o buscando alimento
en los pueblos circundantes, o discutiendo en los talleres glaciales y
medio desocupados después de que todos hubieran robado lo que podían
para cambiar “la manufactura” por un poco de alimento.
“El descontento es general”, concluía, el 16 de enero, un informe del Departamento de Información de la Cheka. “En
los medios obreros se predice la caída próxima del régimen. Ya no
trabaja nadie, la gente tiene hambre. Son inminentes las huelgas de gran
intensidad. Las unidades de la guarnición de Moscú son cada vez menos
seguras y pueden en cualquier instante escapar de nuestro control. Se
imponen medidas profilácticas”. [133]
El 21 de enero, un decreto del gobierno ordenó reducir en un tercio,
a contar desde el día siguiente, las raciones de pan en Moscú,
Petrogrado, Ivanovo-Voznessensk y Kronstadt. Esta medida, que se
producía en un momento en que el régimen no podía agitar la amenaza del
peligro contrarrevolucionario blanco y apelar al patriotismo de clase de
las masas trabajadoras (los dos últimos ejércitos blancos ya habían
sido derrotados), provocó un estallido. Desde finales de enero hasta
mediados de marzo de 1921, las huelgas, las reuniones de protesta, las
marchas contra el hambre, las manifestaciones y las ocupaciones de
fábricas se sucedieron diariamente. A finales de febrero y principios de
marzo alcanzaron su apogeo, tanto en Moscú como en Petrogrado. Los días
22-24 de febrero graves incidentes enfrentaron en Moscú a destacamentos
de la Cheka con manifestantes obreros que intentaban forzar la entrada
de los cuarteles para confraternizar con los soldados. Algunos obreros
fueron muertos y centenares detenidos. [134]
En Petrogrado, los disturbios adquirieron una nueva amplitud a
partir del 22 de febrero, cuando los obreros de varias grandes fábricas
eligieron, como en marzo de 1918, una “asamblea de representantes
obreros” con fuerte coloración menchevique y socialista-revolucionaria.
En su primera proclama, esta asamblea exigió la abolición de la
dictadura bolchevique, elecciones libres para los soviets, libertad de
palabra, asociación y prensa, y la liberación de todos los presos
políticos. Para conseguir estos objetivos, la asamblea convocaba a la
huelga general.
El comandante militar no consiguió impedir que varios regimientos
celebraran reuniones en el curso de las cuales se adoptaron mociones de
apoyo a los obreros. El 24 de febrero, algunos destacamentos de la
Cheka, abrieron fuego sobre una manifestación obrera, matando a 12
obreros. Ese mismo día, cerca de 1.000 obreros y militantes socialistas
fueron detenidos. [135]
El amotinamiento de Kronstadt
No obstante, las filas de los manifestantes aumentaban sin cesar.
Millares de soldados desertaban de sus unidades para unirse a los
obreros. Cuatro años después de los días de febrero que habían derribado
al régimen zarista, parecía que se repetía el mismo escenario: la
confraternización de los manifestantes obreros y de los soldados
amotinados. El 26 de febrero, a las 21 horas, Zinoviev, el dirigente de
la organización bolchevique de Petrogrado, envió a Lenin un telegrama en
el que se percibía el pánico: “Los obreros han entrado en contacto
con los soldados acuartelados. (…) Seguimos esperando el refuerzo de las
tropas solicitadas a Novgorod. Si no llegan tropas seguras en las
próximas horas, vamos a vernos desbordados.”
Dos días después se produjo el acontecimiento que los dirigentes
bolcheviques temían por encima de todo: el amotinamiento de los marinos
de los dos acorazados en la base de Kronstadt, situada en la cercanía de
Petrogrado. El 28 de febrero, a las 23 horas, Zinoviev dirigió un nuevo
telegrama a Lenin: “Kronstadt: los dos principales navíos, el
Sebastopol y el Petropavlovsk, han adoptado resoluciones
eseristas-cien-negros y dirigido un ultimátum al que debemos responder
en 24 horas. Entre los obreros de Petrogrado la situación sigue siendo
muy inestable. Las grandes empresas están de huelga. Pensamos que los
eseristas van a acelerar el movimiento”. [136]
Las reivindicaciones que Zinoviev calificaba de
“eseristas-cien-negros” no eran otras que las formuladas por la inmensa
mayoría de los ciudadanos después de tres años de dictadura bolchevique:
reelección de los soviets por sufragio secreto después de debates y de
elecciones libres; libertad de palabra y de prensa – precisando, no
obstante que sería “a favor de los obreros, de los campesinos, de los
anarquistas y de los partidos socialistas de izquierda” – igualdad de
racionamiento para todos y liberación de todos los detenidos políticos
miembros de los partidos socialistas, de todos los obreros, campesinos,
soldados y marinos detenidos en razón de sus actividades en los
movimientos obrero y campesino; creación de una comisión encargada de
examinar los casos de todos los detenidos en las prisiones y en los
campos de concentración; supresión de las requisas; abolición de los
destacamentos especiales de la Cheka; libertad absoluta para los
campesinos de “hacer lo que deseen con su tierra y criar su propio
ganado, a condición de que se las arreglen por sus propios medios”. [137]
En Kronstadt, los acontecimientos se precipitaban. El 1 de marzo se
celebró un inmenso mitin que reunió a más de 15.000 personas, la cuarta
parte de la población civil y militar de la base naval. Al acudir al
lugar para intentar salvar la situación, Mijail Kalinin, presidente del
Comité Ejecutivo Central de los soviets, fue despedido bajo los abucheos
de la multitud. Al día siguiente, los insurrectos, a los que se habían
unido al menos la mitad de los 2.000 bolcheviques de Kronstadt, formaron
un comité revolucionario provisional que intentó inmediatamente entrar
en contacto con los huelguistas y los soldados de Petrogrado.
Los informes cotidianos de la Cheka sobre la situación en Petrogrado
durante la primera semana de marzo de 1921 dan testimonio de la
amplitud del apoyo popular al motín de Kronstadt. “El comité
revolucionario de Kronstadt espera de un día a otro una sublevación
general en Petrogrado. Se ha establecido el contacto entre los
amotinados y un gran número de fábricas. (…) Hoy, durante un mitin en la
fábrica Arsenal, los obreros han votado una resolución en la que se
llama a unirse a la insurrección. Una delegación de tres personas – un
anarquista, un menchevique y un socialista-revolucionario – ha sido
elegida para mantener el contacto con Kronstadt”. [138]
Para aplastar directamente el movimiento, la cheka de Petrogrado
recibió orden, el 7 de marzo, de “emprender acciones decisivas contra
los obreros”. En cuarenta y ocho horas, más de 2.000 obreros,
simpatizantes y militantes socialistas o anarquistas, fueron detenidos. A
diferencia de los amotinados, los obreros no tenían armas y no podían
oponer ninguna resistencia frente a los destacamentos de la Cheka.
Tras haber aplastado la base de retaguardia de la insurrección, los
bolcheviques prepararon minuciosamente el asalto a Kronstadt. El general
Tujachevsky recibió el encargo de liquidar la rebelión. Para disparar
contra el pueblo, el vencedor de la campaña de Polonia de 1920 recurrió a
los jóvenes reclutas de la escuela militar, sin tradición
revolucionaria, así como a las tropas especiales de la Cheka. Las
operaciones se iniciaron el 8 de marzo. Diez días más tarde, Kronstadt
caía al precio de millares de muertos de uno y otro lado.
La represión de la insurrección fue despiadada. Varios centenares de
insurgentes, que habían caído prisioneros, fueron pasados por las armas
en los días que siguieron a su derrota. Los archivos recientemente
publicados hacen referencia, solamente durante los meses de abril-junio
de 1921, a 2.103 condenas a muerte y a 6.459 condenas a penas de prisión
o de campo de concentración. [139]
Justo antes de la toma de Kronstadt, cerca de 8.000 personas habían
logrado huir, a través de las extensiones heladas del golfo, hasta
Finlandia, donde fueron internadas en campos de tránsito, entre
Terijoki, Vyborg e Ino. Engañadas por una promesa de amnistía, muchas de
ellas regresaron en 1922 a Rusia, donde fueron inmediatamente detenidas
y enviadas a los campos de concentración de las islas Solovky y a
Jolmogory, uno de los campos de concentración más siniestros, cerca de
Arkángel. [140]
Según una fuente procedente de medios anarquistas, de los 5.000
detenidos de Kronstadt enviados a Jolmogory, menos de 1.500 seguían
todavía con vida en la primavera de 1922. [141]
El campo de Jolmogory, situado a orillas del gran río Dvina, era
tristemente célebre por la manera expeditiva en que se desembarazaban en
él de un gran número de detenidos. Se los embarcaba en gamarras y se
precipitaba a los desdichados, con una piedra al cuello y los brazos
atados, a las aguas del río. Mijail Kedrov, uno de los principales
dirigentes de la Cheka, había inaugurado estos asesinatos por
ahogamiento masivo en junio de 1920. Según varios testimonios
concordantes, un gran número de amotinados de Kronstadt, de los cosacos y
de campesinos de la provincia de Tambov, deportados a Jolmogory,
habrían sido ahogados en el Dvina en 1922. Ese mismo año, una comisión
especial de evaluación deportó a Siberia a 2.514 civiles de Kronstadt,
¡por el simple hecho de haber permanecido en la plaza fuerte durante los
acontecimientos! [142]
La represión a los socialistas no bolcheviques
Vencida la rebelión de Kronstadt, el régimen dedicó todas sus
fuerzas a la caza de los militantes socialistas, a la lucha contra las
huelgas y el “abandono obrero”, al aplastamiento de las insurrecciones
campesinas que continuaban en su apogeo a pesar de la proclamación
oficial del fin de las requisas, y a la represión contra la Iglesia.
El 28 de febrero de 1921, Dzerzhinsky había ordenado a todas las checas provinciales:
“1)- Detener inmediatamente a toda la intelliguentsia anarquizante
menchevique, socialista-revolucionaria, en particular a los funcionarios
que trabajan en los comisariados del pueblo para la agricultura y los
suministros. 2)- Después de este inicio, detener a todos los
mencheviques, socialistas-revolucionarios y anarquistas que trabajan en
las fábricas y que son susceptibles de convocar a huelgas o
manifestaciones” [143]
Lejos de señalar un relajamiento en la política represiva, la
introducción de la NEP, a partir de marzo de 1921, vino acompañada por
un recrudecimiento de la represión contra los militantes socialistas
moderados. Esta represión no fue dictada por el peligros de ver cómo se
oponían a la nueva política económica, sino por el hecho de que la
habían reclamado desde hacía mucho tiempo, mostrando así su perspicacia y
la justicia de su análisis. “El único lugar de los mencheviques y de los eseristas, ya lo sean declarada o encubiertamente” – escribía Lenin en abril de 1921 – “es la prisión”.
Algunos meses más tarde, juzgando que los socialistas eran todavía demasiado “revoltosos”, escribió: “¡Si los mencheviques y los eseristas siguen enseñando todavía la punta de la nariz, fusilarlos sin piedad!”.
Entre marzo y junio de 1921, todavía fueron detenidos más de 2.000
militantes y simpatizantes socialistas moderados. Todos los miembros del
Comité Central del partido menchevique se encontraban en prisión.
Amenazados con la deportación a Siberia, iniciaron, en enero de 1922,
una huelga de hambre. Doce dirigentes, entre ellos Dan y Nikolayevsky,
fueron entonces expulsados al extranjero y llegaron a Berlín en febrero
de 1922.
La represión a los mineros del Donbass
Una de las prioridades del régimen en la primavera de 1921 era
volver a poner en marcha la producción industrial que había caído a una
décima parte de lo que había sido en 1913. Lejos de relajar la presión
que se ejercía sobre los obreros, los bolcheviques mantuvieron e incluso
reforzaron la militarización del trabajo puesta en vigor en el curso de
los años anteriores. La política llevada a cabo en 1921, después de la
adopción de la NEP, en la gran región industrial y minera del Donbass,
que producía más del 80% del carbón y del acero del país, resulta
reveladora de los métodos dictatoriales empleados por los bolcheviques
para “volver a poner los obreros a trabajar”.
A finales de 1920, Piatakov, uno de los principales dirigentes y
personaje cercano a Trotsky, había sido nombrado para desempeñar la
dirección central de la industria del carbón. En un año llegó a
quintuplicar la producción de carbón, al precio de una política de
explotación y represión de la clase obrera sin precedentes que
descansaba sobre una militarización del trabajo de los 120.000 mineros
que dependían de su dirección. Piatakov impuso una disciplina rigurosa:
cualquier ausencia era considerada “un acto de sabotaje” y sancionada
con una pena de campo de concentración, incluso con la pena de muerte:
18 mineros fueron ejecutados en 1921 por “parasitismo grave”. Procedió a
un aumento de los horarios de trabajo (fundamentalmente el trabajo en
domingo) y generalizó el “chantaje de la cartilla de racionamiento” para
obtener de los obreros un aumento de productividad.
Todas estas medidas fueron adoptadas en un momento en que los
obreros recibían, como pago total, entre la tercera parte y la mitad del
pan necesario para su supervivencia, y en que debían, al final de su
jornada de trabajo, prestar su único par de zapatos a los compañeros que
los relevaban. Como reconocía la dirección de la industria carbonífera,
entre las numerosas razones del elevado ausentismo figuraban, además de
las epidemias, el “hambre permanente” y “la ausencia casi total de
ropa, pantalones y calzado”.
Para reducir el número de bocas que había que alimentar cuando
amenazaba el hambre, Piatakov ordenó, el 24 de junio de 1921, la
expulsión de las ciudades mineras de todas las personas que no
trabajaban en las minas y que representaban, por lo tanto, “un peso
muerto”. Se retiraron las cartillas de racionamiento a los miembros de
las familias de los mineros. Las normas de racionamiento fueron
estrictamente relacionadas con los logros individuales de cada minero y
fue introducida una forma primitiva de salario a destajo. [144]
Todas estas medidas iban en contra de las ideas de igualdad y de
“racionamiento garantizado” con las que todavía se ilusionaban muchos
obreros, encandilados por la mitología obrerista bolchevique.
Preanunciaban de manera notable las medidas antiobreras de los años
treinta. Las masas obreras no eran más que rabsita (la fuerza
de trabajo) que había que explotar de la manera más eficaz posible,
limitando a la legislación laboral y a los sindicatos inútiles al simple
papel de aguijones de la productividad.
La militarización del trabajo aparecía como la forma más eficaz de
encuadramiento de esta mano de obra reacia, muerta de hambre y poco
productiva. No podemos dejar de preguntarnos acerca de la relación
existente entre esta forma de explotación del trabajo libre y el trabajo
forzado de los grandes complejos penitenciarios creados a principios de
los años treinta. Como tantos otros episodios de estos años nacientes
del bolchevismo – que no pueden verse limitados a la guerra civil – lo
que pasaba en el Donbass en 1921 anunciaba determinadas prácticas que
iban a darse cita en el núcleo del stalinismo.
La “pacificación” de los campesinos de Tambov
Entre las otras operaciones prioritarias en la primavera de 1921
figuraba, para el régimen bolchevique, la “pacificación” de todas las
regiones controladas por bandas y destacamentos de campesinos. El 27 de
abril de 1921, el Buró Político nombró al general Tujachevsky
responsable de “las operaciones de liquidación de las bandas de Antonov
en la provincia de Tambov”. A la cabeza de cerca de 100.000 hombres,
entre los que se encontraba una elevada proporción de destacamentos
especiales de la Cheka, equipados con artillería pesada y aviones,
Tujachevsky acabó con los destacamentos de Antonov desencadenando una
represión de una violencia inaudita.
Tujachevsky y Antonov-Ovseenko, presidente de la comisión
plenipotenciaria del Comité ejecutivo Central nombrado para establecer
un verdadero régimen de ocupación en la provincia de Tambov, practicaron
masivamente las detenciones de rehenes, las ejecuciones, los
internamientos en campos de concentración, el exterminio mediante gases
asfixiantes y la deportación de aldeas enteras de las que se sospechaba
que ayudaban y daban cobijo a los “bandidos”. [145]
La orden del día número 171 de fecha 11 de junio de 1921 de
Antonov-Ovseenko y Tujachevsky, aclara los métodos con los que fue
“pacificada” la provincia de Tambov. Esta orden estipulaba
fundamentalmente:
“1)- Fusilar en el lugar sin juicio a todo ciudadano que se niegue a dar su nombre.
2)- Las comisiones políticas de distrito o las comisiones
políticas de zona tienen el poder de pronunciar contra las aldeas en que
están ocultas armas un veredicto para arrestar rehenes y fusilarlos en
el caso de que no se entreguen las armas.
3)- En el caso en que se encuentren armas ocultas, fusilar en el lugar, sin juicio, al hijo mayor de la familia.
4)- la familia que haya ocultado a un bandido en su casa debe
ser arrestada y deportada fuera de la provincia, sus bienes confiscados y
el hijo mayor de esta familia fusilado sin juicio.
5)- Considerar como bandidos a las familias que oculten miembros
de la familia de los bandidos y fusilar en el lugar, sin juicio, al
hijo mayor de esta familia.
6)- En el caso de que tenga lugar la huida de la familia de un
bandido, repartir sus bienes entre los campesinos fieles al poder
soviético y quemar o demoler las casas abandonadas.
7)- Aplicar la presente orden del día rigurosamente y sin piedad” [146]
Al día siguiente de la promulgación de la orden del día número 171,
el general Tujachevsky ordenó atacar con gases asfixiantes a los
rebeldes. “Los residuos de las bandas desechas y de los bandidos
aislados continúan reuniéndose en los bosques (…) Los bosques en que se
ocultan los bandidos deben ser limpiados mediante gas asfixiante. Todo
debe estar calculado para que la nube de gas penetre en el bosque y
extermine a todo aquél que se oculta en el mismo. El inspector de
artillería debe proporcionar inmediatamente las cantidades necesarias de
gas asfixiante así como especialistas competentes en este género de
operaciones.” El 19 de julio, ante la oposición de numerosos
dirigentes bolcheviques a esta forma extrema de “erradicación”, la orden
número 117 fue anulada. [147]
En este mes de julio de 1921, las autoridades militares y la Cheka
habían abierto ya siete campos de concentración en los que, según datos
todavía parciales, estaban encerradas al menos 50.000 personas, en su
mayoría mujeres, ancianos, niños, “rehenes” y miembros de familias de
campesinos desertores. La situación de estos campos era terrible: el
tifus y el cólera eran endémicos y los detenidos, medio desnudos,
carecían de todo. Durante el verano de 1921 hizo su aparición el hambre.
La mortalidad alcanzó, en el otoño, del 15 al 20% mensual.
El 1 de septiembre de 1921 no quedaban más que algunas bandas que
reunían en total apenas más de un millar de hombres en armas, frente a
los 40.000 que había en el apogeo del movimiento campesino en febrero de
1921. A partir de noviembre de 1921, aunque los campos habían sido
“pacificados” hacía mucho tiempo, varios millares de detenidos entre los
más capaces fueron deportados hacia los campos de concentración del
norte de Rusia, a Arkángel y Jolmogory. [148]
Tal como testifican los informes semanales de la Cheka dirigidos a
los jefes bolcheviques, la “pacificación” de los campos continuó en
numerosas regiones – Ucrania, Siberia occidental, provincias del Volga,
Cáucaso – al menos hasta la segunda mitad del año 1922. Las costumbres
adquiridas en el transcurso de los años precedentes seguían persistiendo
y, aunque oficialmente las requisas habían sido abolidas en marzo de
1921, el cobro del impuesto en especie que reemplazaba a las requisas a
menudo se llevaba a cabo con una extrema brutalidad. Las cuotas, muy
elevadas en relación con la situación catastrófica de la agricultura en
1921, mantenían una tensión permanente en los campos donde muchos
campesinos habían guardado armas.
Describiendo sus impresiones de viaja a las provincias de Tula, Orel
y Voronezh en mayo de 1921, el comisario del pueblo para la
agricultura, Nikolay Ossinsky, informaba que los funcionarios locales
estaban convencidos de que las requisas serían restablecidas en otoño.
Las autoridades locales “no podían considerar a los campesinos de otra manera que como saboteadores natos”. [149]
El Informe de la Comisión Plenipotenciaria de Tambov
Informe del presidente de la comisión plenipotenciaria de cinco miembros acerca de las medidas represivas contra los bandidos de la provincia de Tambov, 10 de julio de 1921 [150]
Las operaciones de limpieza del volost (cantón) Judriukovskaya se iniciaron el 27 de junio en la aldea Ossinovsky, que había albergado en el pasado a grupos de bandidos. La actitud de los campesinos respecto de nuestros destacamentos represivos estaba caracterizada por cierta desconfianza. Los campesinos no denunciaban a los bandidos de los bosques y respondían que no sabían nada de las preguntas que se les formulaban.
Capturamos 40 rehenes, decretamos el estado de sitio en la aldea y concedimos dos horas a los aldeanos para que entregaran a los bandidos y a las armas ocultas. Reunidos en asamblea, los aldeanos dudaban sobre la conducta que había que seguir, pero no se decidían a colaborar de manera activa en la caza de los bandidos. Al expirar el plazo, ejecutamos a 21 rehenes ante la asamblea de la aldea. La ejecución pública, mediante un fusilamiento individual, con todas las formalidades de rigor, en presencia de todos los miembros de la comisión plenipotenciaria, de los comunistas, etc. provocó un efecto considerable sobre los campesinos.
Por lo que se refiere a la aldea Kareyevka, que por su situación geográfica, constituía un emplazamiento privilegiado de los grupos de bandidos, la comisión decidió borrarla del mapa. Toda la población fue deportada, sus bienes confiscados, a excepción de las familias de los soldados que servían en el Ejército Rojo que fueron trasladadas a la villa de Kurdiuky y realojadas en las casas confiscadas a las familias de los bandidos. Tras recuperar algunos objetos de valor – marcos de ventanas, objetos de cristal y de madera etc. – se prendió fuego a las casas de la aldea.
El 3 de julio emprendimos las operaciones en la villa de Bogoslovka. Rara vez nos hemos encontrado con unos campesinos tan reticentes y organizados. Cuando se discutía con estos campesinos, del más joven al más viejo, respondían unánimemente adoptando un aire sorprendido: »¿Bandidos en nuestras casas? ¡Ni piensen en ello! Quizás los hemos visto pasar alguna vez por los alrededores, pero a saber si eran bandidos. . . Nosotros, como se puede ver perfectamente, no hacemos daño a nadie; no sabemos nada.«
Hemos adoptado las mismas medidas que en Ossinovka: hemos capturado 58 rehenes. El 4 de julio hemos fusilado públicamente a un primer grupo de 21 personas, luego, a las 3 de la tarde, hemos logrado que 60 familias de bandidos, es decir, unas 200 personas aproximadamente, no tuvieran la posibilidad de causar molestias. A fin de cuentas, hemos logrado nuestros objetivos y los campesinos se han visto obligados a encontrar a los bandidos y a las armas ocultas.
La limpieza de las aldeas y villas mencionadas arriba concluyó el 6 de julio. La operación se vio coronada por el éxito y tiene consecuencias que sobrepasan los dos volost (cantones) limítrofes. Se continúa la rendición de los elementos bandidos.
El presidente de la comisión plenipotenciaria
de cinco miembros.
Uskonin
La represión en Siberia
Para acelerar el cobro del impuesto en Siberia, región que debía
proporcionar el grueso de las entradas en productos agrícolas en el
momento en que el hambre devastaba todas las regiones del Volga, en
diciembre de 1921 se envió como plenipotenciario extraordinario a Félix
Dzerzhinsky. Éste estableció “tribunales revolucionarios volantes”
encargados de peinar las aldeas y de condenar sobre el terreno a penas
de prisión o a campo de concentración a los campesinos que no pagaban el
impuesto. [151]
Cuántos abusos no habrán cometido los destacamentos de requisas,
esos tribunales respaldados por “destacamentos fiscales”, que el
presidente del Tribunal Supremo mismo, Nicolay Krylenko, tuvo que
ordenar una investigación sobre las acciones de esos órganos nombrados
por el jefe de la Cheka. Desde Omsk, el 14 de febrero de 1922, escribía
un inspector: “Los abusos de los destacamentos de requisas han
alcanzado un grado inimaginable. Se encierra sistemáticamente a los
campesinos detenidos en hangares sin calefacción, se les da latigazos,
se les amenaza con la ejecución. Aquellos que no han cumplido de manera
total su cuota de entrega son amarrados, obligados a correr desnudos a
lo largo de la calle principal de la aldea, y después son encerrados en
un hangar sin calefacción. Se ha golpeado a un gran número de mujeres
hasta que perdieron el conocimiento, se las introdujo desnudas en
agujeros cavados en la nieve…” En todas las provincias, las tensiones seguían siendo muy vivas.
De ello testifican estos extractos de un informe de la policía
política en octubre de 1922, un año y medio después del inicio de la
NEP.
“En la provincia de Psov, las cuotas fijadas para el impuesto en
especia representan los 2/3 de la cosecha. Cuatro distritos han tomado
las armas (…) En la provincia de Novgorod no se cumplirán las cuotas, a
pesar de la reducción del 25% recientemente acordada en vista de la mala
cosecha. En la provincia de Riazan y del Tver, la realización de un
100% de las cuotas condenaría al campesinado a morir de hambre (…) En la
provincia de Novo-Nikolayevsk, el hambre amenaza y los campesinos se
aprovisionan de hierba y de raíces para su propio consumo (…) Pero todos
estos hechos parecen anodinos en relación con las informaciones que nos
llegan de la provincia de Kiev, donde se asiste a una oleada de
suicidios como no se había visto jamás: los campesinos se suicidan en
masa porque no pueden ni pagar sus impuestos, ni volver a tomar las
armas que les han sido confiscadas. El hambre que se abate desde hace
más de un año sobre toda la región provoca que los campesinos sean muy
pesimistas en lo que se refiere a su porvenir”.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Dejá tu opinión aquí