viernes, 12 de septiembre de 2014

Paradojas del último Sarmiento. Por Luis Thonis







Aparecida en 1883, Conflictos y Armonías en las razas de América[1]  puede considerarse como la última obra de largo aliento en la producción de Sarmiento. La seguirán en forma de libro esas biografías ejemplares que son Vida y Escritos del Coronel D. Francisco Muñiz, y Vida de Dominguito, ambas de 1886. Pero también decenas de artículos entre los que se cuentan hasta el año de su muerte, 1888, Condición del Extranjero en América, El Indio Juan Chipaco, Los Ranchillos, El Paraguay Industrial y hasta alguna reflexión sobre pintura.

Hay que recordar que en 1885 fundará un diario con el irónico título de El Censor –dirigido por su nieto, Belín Sarmiento-, para disponer de una palabra que ahora –según declara- le niegan los diarios en los que ha estado escribiendo, especialmente El Nacional.

Estas referencias apuradas no tienen otro objeto que significar que en el momento en que escribe Conflictos Sarmiento no es en lo intelectual "el pobre anciano derribado por la decrepitud" como pontifica Sud-América .diario de los partidarios de Julio A. Roca- sino que mantiene su vigor intacto: "Es asombroso Sarmiento en su vejez. En los dos meses que debieron ser de descanso ha escrito una decena de largos artículos y, sin pensar en su hipertrofia de corazón, ha permanecido en lugares a mil metros sobre el nivel del mar y subido a otros más altos, y visitado ingenios, fábricas, escuelas y realizado paseos cansadores", escribe Manuel Gálvez que trata detenidamente los pormenores de su última época[2].

La mayoría de los historiadores y críticos que han hecho alguna referencia a Conflictos hablan de positivismo en unos casos y de la filosofía evolucionista de Herbert Spencer en otros: afinidad esta última declarada explícitamente por el autor. Tomándole la palabra al mismo Sarmiento, se fatiga la zona que va de la hipótesis de trabajo –el pensamiento de Spencer- hacia su conclusión única, dejándose en omisión lo que media entre una y otra.

Con graduales atenuaciones en las lecturas del último Sarmiento permanece impertérrita esa imagen época que Lugones exaltó en su Historia de Sarmiento (1911), la arquitectura de una cabeza que en su forma piramidal acusa la norma frontalis, con ese rostro que es un "apéndice del cráneo", siendo la norma verticalis afín a su vista de pájaro. Una fisonomía, en fin, "declaradamente caucásica", un caso de "exhibición leonina", donde la pasión tiende a encontrar el legado de la Idea, apenas ensombrecida según Lugones por un perfil lampiño. Esta imagen -conflicto de una diversidad de "razas"– la hará suya, previo recorte fronterizo, un Martínez Estrada, irá pasando a un fondo común, apacible ficción letrada, arca de memoria blanca.

Sin embargo, en cuanto a Conflictos se nos informa que algo de su arrebato -la fuerza de "cuatro caballos dinámicos" que se atribuye en carta a Mary Mann- parece haberse atenuado: "Facundo envejecido" afirma José Ingenieros, quien no obstante esta apurada analogía es de los primeros que estudian la transición[3].

Se suele omitir por completo que ante todo Conflictos no es un folletín, forma en que se ceban sus obras: hubo un cambio de género, con plausibles implicaciones políticas. Ha dejado de lado el vínculo con el paisaje y el color, el historicismo imaginativo, romántico; su palabra no es ya un "látigo", intenta ser comprensiva y distinta, hasta piadosamente nos habla de la necesidad de rigor. Cuando el ímpetu de otrora asoma suena más bien a un chasquido, y ante eso los nuevos críticos afinan sus uñas para ridiculizarlo. Sarmiento les responde al final del libro, en el Apéndice. Dirá que en este vasto libro ha intentado configurar en un examen de las razas para entender los procesos culturales en América. Para su mismo autor la obra ha quedado incompleta; lo cual parece inevitable, siendo su búsqueda de orden científico. Sarmiento se prometía un segundo volumen, mientras reincidía en notas polémicas, entre bravatas y melancolías.

Lo polémico no reside en que declare que este libro "no tiene antecedentes en nuestra literatura", sea para introducir una reflexión antropológica, o para alabarse a sí mismo; consiste en que se opaca un rasgo de estilo: me refiero a su uso magistral de la primera persona que parece haberse eclipsado y con ésta las célebres intromisiones que hasta le permiten encomiarse, y que esto, por su estilo, tenga validez literaria.

Está ausente su asombrosa capacidad novelística para hacer de un personaje la medida de su época, y de él su antagonista. Surge a veces para dar una información. A las cargas briosas del Facundo que iban de común con su talento, ofreciéndole un terreno apto para sacar el mejor partido posible, le sucede otro tipo de autor: no un "creador", sino un transcriptor protocolar. Sarmiento no pocas veces se contenta con transcribir largos períodos de otros libros –Taine, Buckle- y no por azaroso epigonismo.

Esos pasajes no tienen en su libro el lugar conflictivo de citas, operaciones con las que ante asombró a la propia lengua: no hay transformación, error o invención de traducción, siquiera paráfrasis o plagio. La transcripción pura y simple habla de un autor ahorrativo, que toma, más que lo europeo, lo anglosajón como un hecho literal de legitimación y no como un pretexto sometido a su arte y a su humor. En sus Prolegómenos interroga mediante un nosotros, un plural de majestad: "¿Somos europeos?" -Tantas caras cobrizas nos desmienten. ¿Somos indígenas? Sonrisas de desdén en nuestras blondas damas nos dan acaso la única respuesta- ¿Mixtos? Nadie quiere serlo, y hay millares que ni americanos ni argentinos querrían ser llamados. ¿Somos nación? –Hasta dónde y hasta cuándo, bueno es darse cuenta de ello".

Sarmiento parece enfrentarse a "ser otra cosa que nadie puede definir: argentino" como lo anuncia el poema La Cifra de Borges[4], en que es legible que no se trata de una representación única sino de un juego de atributos, tanto que se puede ser argentino cuanto "devoto de Conrad", o ciego, como si esa ausencia de definición tuviera al anunciar el "ser" que estar precedida de una frase en construcción de infinitivo. Siempre definido por algo anterior, otra frase, que habla más de una construcción gramatical que de una definición.

Borges escribe ese poema en relación con un universalismo implícito, que no necesita definirse, tanto más si es poesía. Hay que suponer, conjeturar, que Sarmiento nunca emplearía el infinitivo. Por una cuestión metódica no puede decir "yo" –salvo en las cartas o las réplicas-, hablar como poeta o literato.

En este cambio de género Sarmiento esta vez no está solo en tanto individualidad diferenciada; más bien se incluye en un capullo abigarrado y tribal, donde coexisten cabellos lacios de mujer y una piel cobriza.  Pero más que suponer por qué no emplea ese infinitivo que indica que el ser es un problema de gramática importa la sustitución por un imperativo que no es irreal –poético- sino político: es el alienante "Seamos los Estados Unidos" del final. Algo que no se puede atribuir a que se haya vuelto intelectualmente senil sino a una trama que es legible en la sintaxis, que añade a ésta y a la enunciación que insiste en declararse "científica". El equívoco "nosotros" citado en los Prolegómenos habla de unos sujetos de enunciación disímiles que nunca conciertan con sus complementos ni pueden traducirse a enunciados que tengan la universalidad que los legitima.

Sarmiento en esa trama intenta resolver el enigma de qué somos como escritor.: volviendo a narrar, no ya personajes –como Facundo o el Chacho- sino sujetos de enunciados colectivos –"las masas a caballo- que se reabsorben en la tradición, el medio, la raza, en lo arcaico, con Taine abundantemente citado. En esta obra crece paradojalmente el determinismo, al mismo tiempo que invoca, profiere la "libertad" de las cartas constitucionales norteamericanas e inglesas. En lo cultural el conflicto ya no es político sino hereditario, reside más en la herencia colonial que en los caudillos que son su consecuencia: indígenas de a caballo. Sarmiento ya no puede traducir a lo político como parte cantante del conflicto: ha cumplido ya su presidencia –del 68 al 74- y en los hechos ha triunfado respecto de las posiciones constitucionales de Alberdi; ha experimentado, en fin, el sabor y el desgarro, las limitaciones del ejercicio del poder. Sarmiento ahora carece de todo asomo de propuesta política. Alguien  que nunca le tuvo simpatía, Paul Groussac, lo ha descrito como un hombre siempre "extraviado en política", y Martínez Estrada –que se considera un discípulo- dirá reivindicándolo que nunca tuvo el poder en sus manos, que otras obraban burocráticamente en su nombre.

El inconformismo de la época de Conflictos se confunde a menudo con lo rezongón, y en Sud-América lo bautizan como Facundo II. Cuando, luego de las de Alberdi, Roca decide publicar sus obras completas, él califica a éste de "acto de publicista" y si algo se puede conceder es que trataba de evitar que se hiciera de él una reliquia: en Conflictos  quiere dar testimonio de que todavía está “vivo”.

 Fuera del círculo donde se cifran los tejes y manejes del poder, lejos de la prensa de peso que favorece una instancia opositora, descubrimos que Sarmiento ya no es molesto al nuevo orden del 80, a una organización nacional que saca a relucir la voluntad de consenso casi total y que marca el nacimiento del Estado en la Argentina.

Luego de la realización de un proyecto de país en que no es para nada ajeno, después de la federalización de Buenos Aires como capital y finalizada la contienda con las provincias, Argentina crece vertiginosamente : la producción del trigo, de granos y de lino se multiplican hasta colocarla entre los primeros países del mundo.

Lo curioso es que hay desconcierto por parte de Sarmiento ante la nueva situación. Sus saetas continúan buscando enemigos pero es como si tuviera los ojos empapados. No aciertan o yerran de blanco, como cuando la emprende con las monjas del Sagrado Corazón, respecto de quienes sospecha una conspiración preparada desde Irlanda, y termina cantando loas a los metodistas y mormones, propuestos como modelos religiosos de la Civilización.

Al último Sarmiento la voluntad pública –consenso- no lo toma demasiado en serio como pensador, al mismo tiempo que lo exalta como reliquia viviente de un nada reticente y siniestro discurso del Bien: hará escuela.

Por eso se puede leer Conflictos como la tentativa desesperada por volver a retomar las riendas otra vez, ser el vicario y el guía por antonomasia, aunque ya no tenga partidarios, adversarios, interlocutores. Sarmiento no debió ignorar que a las ideas ya no se las mataba: no tienen la incidencia de otrora y cuentan menos, casi nada. Él mismo es la prueba de eso, en su admiración de Spencer y de Taine. Lo político y lo polémico en una época de armonía positivista dejan paso a lo etnológico. El conflicto se traslada a las razas y las tradiciones, fatalidades palpitantes que indaga con tono mortecino, con un estilo que ya no se confunde con el punzón de antaño, que a veces, es cierto, clava sus ancas contra un tronco que no siempre es de roble.

La clave –más que la respuesta- Sarmiento la posee de antemano; está al final de su obra –En Sinopsis y Conclusiones- y formulada, dicha, como un ruego: "lleguemos a enderezar las vías tortuosas en que la civilización europea vino a extraviarse en las soledades de América. Reconozcamos el árbol por sus frutos: son malos, amargos a veces, escasos siempre. La América del Sur se quedó atrás y perderá su misión providencial de sucursal de la civilización moderna. No detengamos a los Estados Unidos en su marcha, es lo que en definitiva proponen algunos. Seamos la América, como el mar es al Océano. Seamos los Estados Unidos".

Alguno reconocerá aquí la resonancia de un programa imperialista en bruto donde sabe a dulce hasta el pan y la manteca de Cecil Rhodes. Lo notable es que la conclusión está ausente: en su lugar hay un rezo, un voto, un mandato, una apuesta de vaporosa religiosidad, palabra de un profeta demasiado complacido con la ductilidad del verbo que enuncia para que se la pueda tomar en serio. Que recuerda el reproche de Juan B. Alberdi cuando le decía que confundía al país con una escuela y su pedagogía –libresca- dejaba en exclusión todo lo que no entrara en su modelo. nadie se propone en la Argentina de entonces "detener a los Estados Unidos"; todavía no ha surgido el antinorteamericanismo que despunta de principios del siglo veinte hasta adquirir en nuestros días la forma ciega de una religión. Ese ruego se comprende desde lo que Sarmiento llama "civilización", pero es precisamente –y su libro es la prueba ostensible- el concepto mismo de civilización lo que está en conflicto. Sarmiento coloca al país del Norte en un lugar de poder idealizado. El derrotero de Conflictos contradice su conclusión: por eso ésta surge como una consigna, un cierre para los planteos abiertos en la obra.

En su viaje a los Estados Unidos (1845) Sarmiento se adelantó a su tiempo; captó que por ahí pasaba un ritmo nuevo[5]. Al final de su relato en una extensa oración muy digna de Tácito, contradiciendo las burlas de sesgo aristocrático de algunos europeos, afirma que si algún pueblo actual es comparable a los antiguos romanos éste es el norteamericano, con la diferencia de que los primeros conquistaban con la guerra y ellos con el trabajo. Vaticina que muchos países habrán de ponerse de rodillas ante ese embrión de coloso. Opone esta sociedad fluctuante y vital que se basa en el municipio y el derecho de asociación –donde se juntan diez yanquis, observa, por pobres que sean antes de "construirse una morada se reúnen para arreglar las bases de la asociación"- a la cultura europea, que entre tanto ruido sólo encuentra vulgaridad, la vulgaridad propia de un país de ferrocarriles –en los que no advierte la función federativa- y entonces casi exento de obras de arte.

No hay mayor contraste, que yo sepa, que entre los viajes de Sarmiento y los del exquisito Oscar Wilde a Norteamérica: sus observaciones sarcásticas no dejan de ser estéticamente premonitorias cuando prevé allí una gran Disneylandia. A diferencia de Tocqueville, no hay sombra de pesimismo en la visión de Sarmiento. Entre las tantas cualidades que descubrió en el pueblo norteamericano -el municipio, las asociaciones, el espíritu federativo, la libertad de expresión –Alexis de Tocqueville también llegó a preguntarse por esa uniformidad común ahí a las grandes mayorías, el tema de los dos partidos políticos cuyas diferencias son nominales, y en eso era europeo, trataba de entender cómo todos podían pensar lo mismo, a dónde podía llevar eso: temía un deslizamiento hacia lo totalitario. La constitución norteamericana lo impidió. Karl W. Deustuch ha escrito: "en un régimen autoritario –monárquico- todo lo que no está permitido está prohibido; en una república liberal, todo lo que no está prohibido está permitido; en un régimen totalitario, todo lo que no está prohibido es obligatorio"[6].

Esa uniformidad poco tiene que ver con la del totalitarismo de partido único. Está permanentemente consensuada por la libertad de expresión, por las formas culturales más diversas y movimientos “contestatarios” permanentes- el feminismo dio sus primeros pasos en Estados Unidos- y por una crítica interna que es un lujo impensable en los países concentracionarios para los cuales esta sociedad más bien podría representar la anarquía.

Reflexión que tiene como correlato la ética modal como indagación de sistemas políticos, y que hace inferir que Sarmiento se ve llevado a mediar entre formas modales sin referencia política para enunciar su deber ser: lo obligatorio en una ética kantiana tiene como referencia al sujeto individual que puede o no asumirlo libremente, pero lo obligatorio impuesto como un modelo exterior a "todos" puede ya en sus rellanos cobrar una coloración "totalitaria". Contrariar el self-government preconizado.

Por eso la adhesión de Sarmiento a la evolución (Spencer), a la herencia (Darwin), al medio (Taine) amenazan no sólo al método sino a la ética por la que abogó hasta el alarde: el individuo y la libertad son tan inherentes a sus determinaciones que desaparecen de escena, o quedan pospuestos para un después. De ahí los vaivenes del libro, la acumulación de hechos separados de sus conjuntos históricos, la frágil morada entre los Prolegómenos y el Apéndice, el nunca comenzar.

Ocurre que Sarmiento tomó a los norteamericanos como un director de cine: en pleno movimiento. Dos se encuentra, constituyen asociación, el telégrafo lo transforma en noticia, esto ya es sabido en México. Para él, todo ocurre entre velocidades y simultaneidades; va en auto antes del automóvil.

Aun en el Hudson, Sarmiento en su viaje pone el acento en las zonas medias de la "civilización". Por momentos está obnubilado por la velocidad, apenas oye: la cámara  es la mera extensión de un ojo partido en dos en el entrecejo, un ojo que sueña en un regazo inexpugnable. Visión la suya muy diferente de la de un José Martí en cuyos escritos predomina un encendido lirismo: sea para celebrar la Estatua de la Libertad –"¿no es pueblo, a pesar de su rudeza, la casa hospitalaria de los oprimidos de todo el mundo?"-, sea para denunciar en "Un Drama Terrible" esos cuatro anarquistas que llevó Chicago a la horca", sea para citar a Desmoulins –"cuando interrogas a una Libertad que tiene que reinar sobre cadáveres"-. Y lejos de hablar apuradamente de barbarie, intenta comprender a los sectarios: "Del infierno vienen: ¿qué lengua han de hablar sino la del infierno?[7].

Su viaje tiene que ver con la lectura: va hacia el país de Tocqueville. Pero en Conflictos –tras su presencia- su referencia es Taine: sabe por él que el bastón en el agua es recto pero teme que valga más la creencia de que está encorvado. A medida que ahora cree menos se ve llevado a ilusionar más. En el viaje cada presencia del Norte es una ausencia de América: la pedagogía del gajo –el transplante que intenta según Bernardo Canal Feijóo[8]- sufre en Conflictos tal mudanza que el injerto tiene por tierra el aire. La ineptitud decretada para todo lo español alcanza a la mima lengua: declara que el castellano no es apto para gobernar. El análisis detenido de las mixturas de razas le ha relevado datos que se agrupan en una comba fatal: somos ab initio otros, hay pocos de pura raza.

Su enunciado de obligación –lo que debemos ser- ocupa el lugar de otro enunciado: una frase de opción. Un lugar vacío que intenta conjurar "científicamente": el "seamos" no puede ser traducido a un programa político –ya, por otra parte, en curso mediante el roquismo-, suena a religioso con vaguedad. Mediante lo etnológico ensayará probar que no ha sido suficiente el corte hispánico acontecido en lo político: lo pretende desde raíz.

Echeverría había escrito que no era España quien nos oprimía sino sus tradiciones; y ahora Sarmiento parecería tomarlo al pie de la letra: luego de haber él ejercido la presidencia nada parece haberse modificado. Es que hay una lectura de lo etnológico a través del prisma de la decepción política. Los datos suministrados por Blakenridge, secretario de la misión norteamericana, las notas que dejó sobre la distribución numérica de las poblaciones del Alto Perú, deben haberlo preocupado: "La proporción de blancos con los aborígenes es de uno a cinco (cien mil), pero aún entre aquellos, considerados como blancos o españoles, la proporción de razas mezcladas debe ser muy grande, circunstancia que tiende a borrar la línea de distinción entre criollos e indígenas, y acercarlos más y más en punto a sentimientos".

El análisis de Sarmiento parte de los datos que le revelan la "raza cobriza como base" y la blanca y negra como accidentes. Raza cobriza que se subdivide en quichua o peruana, guaraní o misionera, pampa o araucana y que en su carácter tienen en común "la más abyecta timidez" según M. F. Depons, agente francés en Caracas, citado por Sarmiento: "Todos los esfuerzos del legislador para inspirarles (a los indios) el deseo de mejorar sus facultades nativas han abortado". Depons comprueba reiteradamente que el indio aprovecha la primera oportunidad que se le presenta para dispararse hacia los bosques. Esto poco tiene que ver con el amor a la libertad sino con la necesidad de "hallar la umbría habitación de los bosques conforme a su melancolía".

Sarmiento para corroborarlo recordará que Belgrano luego de la batalla de Salta liberó a 3.000 indios que "estaban de parte de los conquistadores" y, sin embargo, volvieron a tomar las armas pese a que dieron su palabra de honor  "porque no sabían lo que es el honor y porque los españoles los requerían de nuevo".

Se ve la dificultad de Sarmiento: entre lo político y lo individual –en este caso el carácter- lo racial no puede echarse a un banco de listones.

De las divisiones tipológicas pasará a la división de los tipos: lo quichua es una clase de raza cobriza pero a su vez tiene subclases tales como los zambos –mezcla de indios con negros- o los mestizos –mezcla de blancos con indios-; en Bolivia no es igual que en Perú donde están los cholos: mezcla de mestizos y de indios. Entre las mezclas de esta hibridación interminable el menos apto a Sarmiento le resulta el mameluco brasileño –mezcla de indio y blanco- por ser "pálido, afeminado, débil, perezoso y terco", descripción a la que no le falta un polvillo estereotipado para caracterizar  lo más afectado por el "deterioro consecuente de la amalgamación".

He aquí la cara más negativa del "conflicto": lo menos apto hace a la efigie donde lo indio termina por predominar sobre lo blanco. Si de esto se hace una política se obtiene el racismo o el etnocidio. Algo que ya ha ocurrido. Sarmiento no lo infiere en su análisis. Lo opresivo al respecto está para él en la colonia, en las Actas del Ayuntamiento en las que Juan Ramírez de Velazco llama "ir a la guerra" a la caza de indios que tienen un lugar análogo al del ganado cimarrón. Ve algo positivo en la adopción del indio, especialmente de la mujer; recuerda que al vivir cada indio "con cuantas mujeres puede mantener", a su antojo, la mujer ha ganado mucho con su "arrimo y aún servidumbre a la raza europea". La vertical va desde lo inservible (mameluco) al casi valor de uso. Hay un palpitante cálculo de razas en Conflictos: cuanto más los rasgos responden a lo europeo, el signo es positivo; cuanto menos, como el caso del mameluco, se tiende al conjunto vacío.

La misma lógica de las razas se aplica a las culturas: cuanto más la Argentina se aproxima a los Estados Unidos se aproxima al Ser, cuanto menos, retorna a lo arcaico –colonial- español. Y como lo español es también europeo su decadencia le es achacada a la cultura árabe. No obstante, la línea que había querido trazar en el Facundo entre civilización y barbarie sufre en Conflictos cierta fractura que va envolviendo al propio narrador a punto de engullírselo en la función de transcriptor. Se puede mediante la retórica fingir que la historia hable por sí misma, pero nunca la raza. Ahora ya no niega, más bien pone de manifiesto, que hay una "barbarie" implícita en el mismo concepto de civilización, la multiplicidad de conflictos es a veces confusión en el ordenamiento de los hechos históricos, todo lo cual lo obliga a dejar el escenario épico y proceder por análisis minuciosos hasta reconocer que cuando acontece se trata de barbarie política.

Ha notado desde inicio que nadie quiere reconocerlo como efecto de mestizaje, y eso debió alertarlo en cuanto a los usos históricos del concepto de raza: nunca nadie puedo definirlo de una vez por todas, lo mismo que a la civilización.

He aquí un punto rigurosamente endeble en su construcción: que la "raza" no pueda definirse sólo etnológicamente. Lévy-Strauss en Raza e Historia ha hecho precisiones al respecto contra la idea iluminista primero –positivista después- que piensa la historia de la humanidad como una serie de etapas que tienden a un mismo objetivo; de ahí proviene el concepto de civilización, creado en el siglo XVIII y que es indisociable del de colonización. Ha habido desde el siglo XIX la inversión de ese uso por parte de la mala conciencia europea. Con eso Lévy-Strauss cuestiona una tradición que va desde las Luces a la Unesco en este punto: postula que la humanidad no es de ningún modo idéntica a sí misma ni tiene rasgos hereditarios comunes, que el bárbaro no es otro respecto del civilizado sino que es "fundamentalmente el hombre que cree en la barbarie. Lo discutible en Levy Strauss es la casi indiferenciación entre el pensamiento salvaje y el científico que ha dado lugar a un rechazo de la univerisalidad en favor de los relativismos culturales.

Alan Finkielkarut en La Derrota del Pensamiento prueba que fue el discurso de las Luces el "culpable de haber instaurado esta creencia en el corazón de Occidente", y encuentra parecida lógica en los relatos de liberación nacional y la creencia en el buen salvaje, en los discursos de la "tolerancia" como los de un Regís Debray que la predican pero no sin antes tribalizar al sujeto en el grupo, aunque ahora los medios sean posmodernos: al pedagogo Sarmiento le hubieran interesado estos jóvenes que no pueden decir "yo", que sólo pueden enunciarse como "tribu"[9].

Sarmiento por cierto algo tiene que ver con la introducción de la falsa problemática de la "barbarie" en la cultura argentina; en Conflictos hay un reconocimiento a medias, que no logra salvar la diferencia etnológica: el quiénes somos tiene menos que ver con una interrogación antropológica que con una sombra de pregunta ontológica, filosófica, que sustituye con defecto la falta de una respuesta política. Por eso su patética declaración final que con el tema de la raza sustituye a la política. Y es que Sarmiento no formula ontología alguna, de prisa se inclina por una teología, la protestante, que asocia a las cartas constitucionales del mundo anglosajón.

Vuelve sobre lo constitucional después que la unión nacional ha tenido lugar:  demasiado tarde. Sarmiento ha escrito este libro en momentos de una dura polémica con los "clericales" y sus posiciones permiten diferenciar el catolicismo de lo inquisitorial, que deplora con motivo. Escribe pasajes sostenidos acerca del gusto rococó de la arquitectura jesuítica (a diferencia de lo despojado de la lectura de Lugones) cuyo altares se levantan "como en la India entre ramas de árboles frondosos a los que cubren, mechadas las hendiduras con vegetaciones tropicales, de parásitos y de lianas".

El uso de la metáfora cultural no tiene aquí su fuente en una cita europea en tanto sostén comparativo y anáfora narrativa. El símil exótico, remoto, viene después. Lástima que no ocurre muchas veces; ahí Sarmiento no es un transcriptor sino un operador conflictivo: la civilización no es en lo anterior sólo un término de comparación, lo exótico aparece con posterioridad a lo propio y excéntrico. El relativismo antropológico ha hecho su aparición en lo narrativo. Los jesuitas son reivindicados en tanto "institución que rindió inmensos servicios", en su trato para con el indíge00na: "Eran una institución admirable para cierto estado de la sociedad en su infancia, era poco adecuada para esa sociedad en su estado más maduro. En el siglo XVI los jesuitas estaban delante de su época. En el siglo XVIII se habían quedado atrás".

Lectura la suya discutible de los "estadios" pero que lo exime de la alentada difamatio que hubo contra ellos hacia el fin del siglo y que Lugones transcribió pasivamente sin notar que fueron burdamente negociados entre la corona portuguesa y española y que tras su expulsión el indio quedó en total inermidad; pasó a ser un enemigo potencial. Escribe Sarmiento: "pero la tentativa de los jesuitas en las misiones, aún despojándolas del plan de predominio que se les atribuía, entrañaba una revolución práctica, más eficaz con la sola exposición de sus doctrinas, que la que han propuesto Rousseau, Fourier, Saint-Simon y otros reformadores".

Esta valoración de la tarea cultural de los jesuitas es complementaria de sus frases contundentes respecto de la campaña llevada a cabo en el desierto por Julio A. Roca, que culmina lo iniciado por Rosas, pero bajo la forma de exterminio étnico: "bastaría recordar nuestra reciente irrupción al territorio indio, hasta el Río Negro y las Cordilleras, para hacer a lo vivo el cuadro de lo que pudieron haber hecho los españoles, en mayor escala aunque con menos estrago. Mirando el caso desde el punto de vista de los indígenas, la verdad histórica es que entre nosotros y por nosotros todo fue llevado a sangre y fuego: arrastrando millares de familias, de mujeres, de niños y repartiéndolos como siervos en las casas de particulares. Estos eran los antiguos repartimientos".

Su punto de vista –el del relativismo- es lo inverso de lo apologético, como fructuosamente lo ensaya Lugones en su Historia de Roca, en la cual sin embargo cita el discurso de éste que anuncia el exterminio en la desigualdad total de fuerzas que comprueba: "como se ve, La Pampa está muy lejos de hallarse cubierta de tribus salvajes, y éstas ocupan lugares determinados y precisos. Su número es insignificante, en relación al poder y los medios de que dispone la Nación. Tenemos 600 soldados armados con los últimos inventos modernos de la guerra para oponerlos a 2000 indios, que no tienen otra defensa que la dispersión y otras armas que la lanza primitiva, y, sin embargo, les abandonamos toda la iniciativa de la guerra, permaneciendo nosotros en la más absoluta defensiva, como si fuéramos un pueblo pusilánime, contra un puñado de bárbaros".

Es el típico discurso del exterminio masivo, y por mucho que en la civilización haya algún alma benévola... Leyendo la Historia de Roca se hace legible y de un modo para nada psicológico, el suicidio de Lugones: no puede narrar a Roca como un héroe, no puede retomar esa historia idealizada de puras designaciones nominales –según Alberdi- y su declaración final, siempre acallada, es que de él, Lugones, no quede rastro, tumba, nombre[10].

Aparentemente hay un rasgo de estilo insólito con el Sarmiento anterior: es el autor de Facundo nada menos quien enrostra la "verdad histórica" desde una mirada indígena, es el máximo adalid de la civilización quien dice que todo fue llevado a sangre y fuego. Como si toda su escritura épica hubiera caído sobre el rostro de ese "puñado de bárbaros".

Sarmiento entonces no habla desde la unilateralidad del indigenismo sino –ahí donde faltan palabras- desde la religión. Y esto no viene de aceptar una culpa cultural sino de entrever que no habrá disculpa posible ante la liquidación masiva: "como si dijera que la Constitución, como la humanidad, prohiben esta conquista, aquel no dejar refugio a una raza para vivir, derecho que le viene al hombre de Dios, y conservaban hace cuatro siglos aquellas apartadas tribus, tendríamos menos disculpa que los españoles que habían descubierto un continente, del que la humanidad cristiana, civilizada, necesitaba entrar en posesión para dilatarse".

En la campaña de Roca había sacerdotes y médicos, no fue un genocidio sino un empuje de los malones hacia las fronteras con Chile como lo cuentan las memorias del Comanante Prado y lo muestra el libro de Félix Luna. La masacre de Napalpi, sucedida en 1924 si puede considerarse un genocidio del mismo modo que la de Rincón Bomba durante el peronismo en 1947 donde en Formosa cientos de indígees fueron asesinados con ametralladoras a las órdenes de un empresario salterño que había sido gobernador de su provincia, antecesor de posteriores gobiernos autocráticos.
La liquidación a sangre y fuego para el problema del indio, no es explicable por la raza o herencia española, ni por la Inquisición, ni como episodio de la guerra civil que había tocado a término con la federalización de Buenos Aires. Las crecientes incursiones del malón, más feroces cuando más próximas estaban de Buenos Aires, la inquietante presencia de los indios gauchos descritos por Mansilla, los secuestros de mujeres blancas y los ataques a las ciudades como en 1870 a Tres Arroyos de mil indios a las órdenes de Cafulcurá generaron, luego del fallido pozo de Alsina, el consenso para que Roca llevara a cabo la hipótesis que barajó desde el comienzo: que para acabar con las hormigas había que terminar con el hormiguero.

José Hernández había sospechado este final, lo leemos en sus Escritos de Frontera, sus propuestas no sólo en favor del gaucho sino también del indio, otra "criatura".

Sarmiento sabe que tiene su parte de "autor" en este concierto. Si no se examina lo que llamo dramática constitucional será difícil entenderle. No se trata sólo del "odio", ahora atenuado, sino de una lógica discursiva de la cual él ha sido en su momento "representativo" : nada menos que el ideólogo mas enérgico de lo acontecido.

En el Tomo II de sus Obras Completas, página 219, leemos. "Es preciso que seamos justos con los españoles; al exterminar un pueblo salvaje cuyo territorio iban a ocupar, hacían simplemente lo que todos los pueblos civilizados hacen con los salvajes, lo que la colonia efectúa deliberada o indeliberadamente con los indígenas: absorbe, destruye, extermina".

Es él mismo quien en la lógica intrínseca de su discurso ha posibilitado, aproximado la civilización al exterminio.

Hay que recordar que casi todos los artículos de Sarmiento cuando se juega la instancia constitucional –qué clase de federalismo se persigue en la busca de una unidad nacional- son de intransigencia: a veces visitada por la instigación al crimen. Tal el tono de sus prédicas contra Nazario Benavídez –general de la Confederación, amigo de Urquiza- que está preso en manos de Gómez Rufino –afín a la posición porteña- y que terminan el 22 de octubre de 1958 con su asesinato en la misma cárcel: luego es arrojado por la ventana. Julio Victorica en Urquiza y Mitre[11] transcribe la recepción de esa noticia por Sarmiento , que culmina con una prédica de nuevo tomo terrorista: "el pueblo de San Juan ha sido el primer pueblo argentino que ha tenido el coraje de quebrar a un caudillo. Un puebblo ha dado el ejemplo de quitar la vida a su tirano. ¡Adelante! Que el porvenir es el de los libres. La provincia de San Juan y su gobierno se han elevado a una gran altura con el desenlace de la tentativa de Benavídez... Esperemos que pronto llegue la noticia de que igual suerte ha tenido el degollador de Vences".

Que Benavídez sea el gobernador legítimamente elegido es una anécdota: aunque haya sido un tirano no justifica el crimen, bien cobarde ya que estaba prisionero, dice qué poco de derecho entiende alguien que en esos momentos se esfuerza en ser reconocido como "jurista". Sarmiento no sólo celebra este acto: alienta uno parecido contra el "degollador de Vences", que no es sino Urquiza. Prédicas como la citada harán que José Hernández escriba la Vida del Chacho –1863[12]- como explícita advertencia para Urquiza: la premonición será luego cumplida por una facción de sus propios partidarios en venganza de su retirada en Pavón.

Luego de Benavídez, Sarmiento la emprenderá contra Virasoro, que pone preso a Gómez Rufino –apoyado por Sarmiento- y es elegido gobernador por la legislatura  de la provincia. El asesinato se precipita y nuevamente es celebrado por Sarmiento: Guillermo Rawson[13] da de esto un testimonio invalorable si se tiene en cuenta que no era él precisamente un partidario de Virasoro, un hombre a quien en definitiva nadie pudo reprocharle nada.

Ante una ciudad separatista, Buenos Aires, que se declara "unitaria" cuando los candidatos no son los suyos y se proclama a viva voz "federalista" cuando coloca a sus hombres en el poder, Urquiza llegará a decir que los asesinados deberían ser presupuestos por sus asesinos... legítimos[14].

Se reconocerá el mismo sello en sus posiciones en el ciclo de la guerra del Paraguay que de paso desmienten la neutralidad inglesa en el conflicto. Sarmiento adopta su misma posición y le escribe al ministro Elizalde, refiriéndose a las tratativas con el ministro de Brasil: "...que está resuelto llevar adelante la guerra del Paraguay que es guaraní, dejando entender que el imperio aceptaría compensaciones de territorio en el Paraguay, quizás entendía el Paraguay mismo; y que cree que la misión Paranhos tiene ese objeto. La ocasión ese bellísima para deshacernos de esos bárbaros del Paraguay, dominándolos, aborreciéndolos y disolviendo ese monstruoso Estado"[15].

Posición muy distinta es la de Alberdi que sitúa el conflicto respecto de dos tradiciones: el legendario avance portugués del imperio del Brasil muy poco puede ayudar a reconstruir el "Virreinato de Buenos Aires" ya que este mismo Virreinato –escindido por las actitudes separatistas- nació precisamente como resistencia a sus tentativas expansivas: "ni una ni otra idea pueden recibir su ejecución de la mano del Brasil por una razón que es imposible desconocer, y es que el Virreinato de Buenos Aires fue constituido por España para contener las usurpaciones de los portugueses en los países del Plata, hoy más que nunca necesarios al Brasil, si ha de continuar gobernado por dinastías de origen europeo. ¿Gastaría su oro y sangre Brasil para reconstruir la monarquía que se erigió para servir de barrera contra él mismo?"[16].

Para Alberdi el pretexto de terminar con una tiranía encubre el hecho de querer destruir una nación y, lo leemos en la carta de Sarmiento, una etnia. Por eso, Alberdi explicita: "Dios me libre de querer absolver al doctor Francia; digo solamente que su dictadura fue un resultado, no una causa; y que la causa que creó esa dictadura es la misma que engendró la del General Rosas, a saber: la congestión morbosa o enfermiza de la vitalidad de vastos países en una provincia, en una ciudad, en una mano".

Párrafo que demuestra cuánto la dramática constitucional está estrechamente ligada a esta guerra emprendida por una "provincia", que viene de un proceso complejo donde pueden cotejarse dos formas de colonización –la española y la portuguesa- que muestran a esta última como descarnada. Ahora ha ocurrido la pacificación a sangre y fuego, y si hacia el '65 Sarmiento quería borrar al Paraguay del mapa, ahora extiende otra mirada a las razas donde se cultivó el etnocidio. Su amado Paraguay: otra de sus paradojas.

Raimundo Lida, que aborda a Sarmiento por el humor, escribe: "El ex presidente Sarmiento clamará que la Argentina se ha reducido en breves años a una ficción verbal de democracia. Cuando el General Roca gobierne el país y cuando, para el período presidencial, el mismo Roca imponga la candidatura y el triunfo de su pariente Juárez Celman, Sarmiento sentirá que la república se ha transformado de hecho en una monarquía. Gobierno hereditario; todo queda en familia. Lo peor es que la Argentina para Sarmiento se desnaturaliza a ciegas, y marcha así hacia un rápido desastre"[17].

Sus más lúcidos lectores a propósito de Conflictos hablan de un pesimismo radical, obra contemporánea a un estado de cosas descripto por Raimundo Lida. Tal vez vislumbró un destino más oligárquico que democrático. Ha vuelto a ser, pienso, el pobre hidalgo sanjuanino que ya no puede jugar sus dos orígenes en términos políticos: ser porteño en las provincias y provinciano en Buenos Aires, según su máxima favorita.

El doble origen está  en la mutación autobiográfica que en 1843 sostiene en Mi Defensa[18] –donde reivindica un origen todavía más pobre que el que le atribuyen, casi indigente, sin otro abolengo que el que su padre haya prestado "algunos servicios en un empleo subalterno en la guerra de la independencia"-, y Recuerdos de Provincia (1850), donde memora que sus deudos "subieron alto en la jerarquía de la Iglesia" y hubo otros que "honraron con sus trabajos las letras americanas", es decir, se construye una genealogía más autorizada, viene de una "nobleza democrática", que es la "aristocracia del patriotismo y del talento" de una familia que tuvo muchos notables[19]. En este cambio radical mucho tuvo que ver su viaje a los Estados Unidos; ahí, entre peculiares análisis de la arquitectura popular –"El banco es jónico; el hotel es corintio"- donde enumera la democratización de las formas, constata: "El yankee ha nacido irrevocablemente propietario; si nada posee ni poseyó jamás, no dice que es pobre, sino que está pobre..." Ser pobre ha dejado para él de ser un mérito.

En el vaivén entre esas dos figuras se juega casi toda su obra. En Conflictos se diría que todo tiende a un grado cero, que es ya ese "nosotros" etnológico donde lo blanco –anglosajón- es más bien reconocido por su ausencia entre razas que están en abandono o extinción: el negro y el indio apenas si sobreviven.

En Conflictos, Sarmiento intenta someter a crítica a dos grandes estructuras narrativas antagónicas, que tienen el lugar de instituciones y modos –negativos- de transmisión: la Inquisición Española y la Revolución Francesa.

Llama "carniceros" a los idólatras del terror que en la famosa Asamblea se negaron a seguir las reglas del debate al estilo inglés: Mirabeu por eso lo llamó "geográfico". Pero su lectura es en gran parte la transcripción de Los Orígenes de la Francia Contemporánea de Taine. A través de esa crítica se oye la continuidad de la crítica de la generación del 37 al Iluminismo dogmático. Algunos, hoy, sin embargo, tienden a situar a Saint-Just en la "contrarrevolución francesa"[20]. Más difuso es el extenso análisis que consagra a la Inquisición, su lugar en España y las colonias. Es sin duda pertinente en su lectura postular que lo colonial reaparecerá –como restauración- en la dictadura de Rosas. No así encontrar a Rosas en las colonias mismas. Son estructuras diferentes, ante todo, porque como señaló Alberdi, la colonia tenía otra economía política. No obstante su marcada aversión hacia el catolicismo recuerda las repúblicas italianas de Florencia y Pisa, su amor intenso a la libertad cuando "el resto de la humanidad estaba sumida en comparativa esclavitud" y ahí traza un preciso contraste entre la tensión renacentista y la España decadente que conquistó América. 
El análisis de la Inquisición vale para todo sistema opresivo que le niegue al acusado conocer el motivo de la acusación. Sin embargo, pronto se advierte que Sarmiento pasa de un hecho a otro, juzga un inventario: no logra reconstruir conjuntos históricos.

En el viaje a Europa, Sarmiento no se siente obligado a pisarle los talones al progreso que se fuga por el norte americano. Se diría cambia de ritmo y acomoda su cuerpo a otra cultura. La carta que escribe al obispo de Cuyo en 1847 nos presenta una Roma festiva y sensual como pocas veces ha surgido en la visión de un escritor argentino: la mirada asciende al Capitolio, encuentra las estatuas de Cástor y  Pólux, contempla en el frente opuesto al Nilo y al Tíber para descender a una Roma subterránea, entre costras de fragmentos y de frisos, bronces y formas de granito. Esa sobreabundancia de objetos que no están muertos y que permiten incursionar en la historia, le produce el olvido de los siglos. Al llegar a Roma oye sonar la campana del Capitolio a golpes redoblados  y queda absorto ante el  un murmullo general que responde desde todos los ángulos de la inmensa ciudad, “como la voz del placer que llama a los muertos a una vida febril. Era la apertura del Carnaval”.

Sarmiento hará una notable y extensa descripción de la algazara popular. Todo el mundo acude, desaparecen rangos y jerarquías, la historia misma se presta al capricho de arlequines, pierrots y polichinelas y todo eso sin tumulto. Los que más se distinguen son unos jóvenes ingleses que “juegan al Carnaval como hacen comercio, es decir, en grande y por asociaciones, con un capital de dos mil ramilletes...”

Contaminado por ese contexto, Sarmiento ironiza acerca de la sensibilidad puritana : es imposible en Roma. Los anglosajones también participan del derroche. El texto culmina cantando a Roma y elogiando al Papa.

Pero en Conflictos se ha vuelto más medido, “positivo”, que nunca. Esta sensibilidad católica que le encanta en las costumbres romanas, le molesta cuando es hispánica. El motivo es político. En Italia no lo preocupa el fantasma errante de Nerón, pero en el mundo hispánico lo católico le evoca el rostro cruento de la Inquisición, al que ver reaparecer en las prácticas de los mazorqueros.

Sarmiento, en la unificación española a través de Castilla y Aragón –de cuya unión en 1474 surge la España moderna- ve un signo de barbarie –"con los reyes de Castilla y Aragón triunfaron los bárbaros"-, un triunfo de "la opinión pública mahometana oriental, formada durante siglos por la parte más culta de la nación", lo cual –como hace con las sociedades indígenas- sigue juzgando desde afuera, como si las comparaciones exóticas del Facundo se volviesen una figura interior de la cultura española.

Algunos nacionalistas argentinos de la década del veinte como Federico Ibarguren parecen haberle dado retrospectivamente la razón cuando reivindican la dinastía de los Hasburgo como “esclavos del deber y siervos de Dios” contra los Borbones que, inspirados en la cultura francesa, fueron la fuente de todas las “desgracias extranjerizantes y liberales”. En los años cuarenta, la corriente revisionista, favorable a la política del Eje y que irrumpe a partir del golpe fascista de 1943 constituirá en paradigma nacional populista esta visión hispanista de la historia. 



Este antiliberalismo nacionalista responde a los esquemas conceptuales de un Menéndez y Pelayo que exaltaba el medioevo, a Castilla y a la Iglesia católica como unificadora de la nación. Este tipo de tradición católica- y no la que Sarmiento descubre en Italia- es la que habrá de predominar en la Argentina y alcanzará una consecuencia extrema en un Jordán Bruno Genta para quien el occidente cristiano concentra a dos Romas : el espíritu humano del César y el divino de San Pedro.  En una rápida síntesis de órdenes culturales diferentes, declinando el tiempo largo de la tradición española en el de la inmediatez política, a Sarmiento le basta sustituir un nombre de profeta por otro de caudillo para reencontrar incólume su tema recurrente: "se borró la palabra Mahoma, y cada uno la sustituye por lo que debe llenarla: federación o muerte, religión o muerte, libertad o muerte..."

Sarmiento parece confundir por otra parte a la doctrina coránica –que prescribe la tolerancia y el reconocimiento del culto para quien tiene una religión diferente- con las deformaciones de los fanáticos, que hoy reaparecen en la Jihad, que fue un tópico guerrero de la época musulmana.

Se justifican éstos en que Mahoma en el Libro de las Batallas promete un paraíso de gloria sensual para quienes mueran por él en combate. Pero está claro que la lucha debe ser cuerpo a cuerpo, individual y honorable, de estilo caballeresco[21]. Transcribiendo la History of Civilization in England de Henry Thomas Buckle, escrita hacia 1857, inacabada en el 62 por la muerte de su autor, éste descubre en Felipe II la "concentración del principio mahometano español de la unidad de creencia. Él y no el papa, funda la Inquisición", para concluir apuradamente que "sin Mahoma no hay Inquisición", sin preguntarse por el esplendor que alcanzó la cultura árabe en el siglo XI –en matemáticas, arquitectura-, exagerando el papel de la Inquisición si se tiene en cuenta un análisis como el de Arthur S. Tuberville[22].

 Su método se limita a series casuales y erráticas de hechos, dando lugar a interpretaciones tan verosímiles como forzadas: Mahoma es a España lo que Felipe II a la Colonia, o Rosas es a nuestra herencia recibida.

Ni Jesús ni Mahoma tienen que ver con Torquemada en tanto personajes: cada uno de esos nombres pertenece a complejidades culturales que no es posible traducir a una misma, siempre única barbarie. Sin embargo, Sarmiento ha captado algo de esa tradición inquisitorial que tuvo en América consecuencias autoritarias. En cuanto al mundo árabe es difícil captarlo de modo unitario. Tal vez la diferencia resida en que el occidental y el árabe no hablan de lo mismo:el Corán no es un texto revelado sino una normativa. 
Hablando del “mito árabe”, Cornelius Castoriadis afirma se refiere a la “extraordianaria mitologización que los árabes han hecho de sí mismos, quienes se presentan siempre como las víctimas eternas de la Historia. Ahora bien, si hubo una nación conquistadora, desde el siglo VII hasta el siglo IX, fueron los árabes”. Sin duda, durante un tiempo los árabes fueron más civilizados que los occidentales : interpretaron la metafísica de Aristóteles pero ignoraron La Política. Esto significa que por más contaminaciones que descubran los estudiosos, ellos no hablan de lo mismo.

No han pasado por la separación de lo teológico político- no ha habido entre ellos un Spinoza que mediante esa separación evita que el Estado sea cosa sagrada- ni por las crisis del relato de emancipación: no hubo un Kant, ni un Locke, ni un Hobbes ni un Rousseau. Castoriadis se refiere a la concepción del poder que esto supone: “Son países en los cuales las estructuras del poder son, o bien arcaicas, o bien una mezcla de arcaísmo y estanilismo. Tomaron lo peor de Occidente y lo plasmaron en una sociedad culturalmente religiosa. En esas sociedades la teocracia nunca corrió peligro; el Código Penal es el Corán; la ley no es el resultado de una voluntad nacional sino que es sagrada”.

Pero en referencia a normas, hay que preguntarse si Mahoma autorizaba a matar cualquier infiel, aunque el "matad al infiel donde lo encontréis" si parece autorizarlo para los literalistas.. En la épica árabe el fanatismo y el idealismo invocados no parecen ser el único desencadenante si, como refiere Konetzke, citado por Américo Castro, “la ganancia material parece haber sido el más visible estímulo para la guerra santa, tanto para el Estado como para los particulares”

Gamés de Fuentes examina la preocupación de los héroes del Islam en El libro de las Batallas por el robo y el reparto del botín y observa que el Cid, el rival, también apela a ello como a un estímulo, además de tomar de los árabes los recursos de la astucia. Según el precepto coránico la quinta parte del botín se entregaba al califa, hábito que influye en el mundo hispánico: cuando Francisco Pizarro enviaba al rey un quinto de las ganancias obtenidas en el Perú, estaba sin saberlo repitiendo una costumbre musulmana. Las mismas cruzadas cristianas tuvieron inspiración en el Islam: el papa León IV prometerá eterna bienaventuranza a quienes mueran contra los musulmanes que invadan Sicilia y Urbano II la repite al convocar a la Cruzada de 1095 : el que sucumba en la batalla “por amor de Dios y sus hermanos, no dude en modo alguno de que hallará perdón de sus pecados, y participará de la vida eterna, gracias a la clementísima misericordia de nuestro Dios”

En Occidente la sacralización del estado deriva en el totalitarismo. Castoriadis analiza cómo los bolcheviques “instauran el primer poder totalitario de los tiempos modernos”. El estado leninista es un efecto de una forma del pensamiento policial de  Occidente. Las analogías entre la guerra santa y las cruzadas, o entre las teocracias árabes o los estados concentracionarios occidentales son sólo analogías. El resto responde a historias específicas.  Es cierto que en cierta “contaminación” actual poco tiene que ver el musulman pacífico.

Me refiero al déspota Saddam Hussein que dice hablar con Mahoma en persona al mismo tiempo que coloca sumas millonarias en bancos suizos.

Sarmiento capta algo de la tradición inquisitorial que el catolicismo exportó a Latinoamérica. Sus apelaciones de rigorismo no le permiten cumplir el principio baconiano de "buscar, buscar, hasta hallar la continuidad de las sucesiones" y mucho menos reconstruir los conjuntos culturales en juego.

El antihispanismo acérrimo de su generación está justificado en lo político, pero es vano rencor extenderlo a todo, olvidando que España tuvo un San Juan de la Cruz, o que Cervantes llegó a influir decisivamente en un novelista como Fielding –referencia de Dickens- que usó un siglo después la técnica del Quijote en su Joseph Andrews, written in imitation of the manner of Cervantes, como subtituló. O que la picaresca española incidió también en el Gil Blas de Lesage, que Alberdi ha hecho reaparecer en su personaje en la literatura argentina.

Así como para un Américo Castro lo mejor de la cultura española procede necesariamente del elemento arábigo, o caso contrario, del judío y esto lo lleva a rastrear ancestros hebreos en Fernando de Rojas, Luis Vives, Fray Luis o Teresa de Ávila, a cometer torpezas filológicas como derivar "hijo-dalgo" de ibn al-jums, como señala muy precisamente Claudio Sánchez Albornoz, para Sarmiento todo lo sarraceno es sinónimo de barbarie: a los otomanos en todo caso les hubiera sentado mejor ese epíteto ya que fueron los más expansivos y no dejaron  ninguna huella en la cultura[23].

La trama cultural de lo arábigo-judeo-cristiano no puede abordarse a posteriori, proyectando en retrospectiva lineal el presente, y las simpatías –o aversiones- religiosas del historiador deben quedar de lado ante el documento historiográfico: Sarmiento cumple esto por ejemplo al analizar a los jesuitas; diferir de su interpretación no es contrariarlo. Nunca llega a entrever que haya reglas intrínsecas en las culturas aborígenes, juzgadas desde afuera, en una escala donde lo más apto es lo anglosajón.

 Esto hubiera cambiado la toponimia de su texto. No incurre sin embargo en los desvaríos de ciertos investigadores contemporáneos que con las mejores intenciones –indigenismo, tercermundismo- trasladan a éstas una problemática occidental no asumida, denegada, por ejemplo cuando, en el caso de la cultura mapuche, se traduce a términos de bien y de mal la función específica que la magia negra y blanca tienen en esas sociedades: identificar la negra con el "mal", o peor, con algo más o menos "reaccionario" es olvidar la función de conjuro que tienen en ese ámbito ritual[24]. Es su modo de tratar al mal. Forman parte de lo que Marcel Mauss llamaba un hecho social total.

Sarmiento –si se tiene en cuenta la época en que lo escribió- resulta premonitorio, en muchos aspectos, de problemas actuales que están palpitando. Obras informadas como las del antropólogo Elmer S. Miller Los tobas argentinos, armonía y disonancia en una sociedad[25] evocan el título de su libro: Miller cuenta cómo los tobas a partir de 1860 en el Chaco se convierten en peones asalariados, recuerda las incursiones violentas anteriores de los indios (época de los malones) que hacen que la capital se bautice Resistencia. Muestra cómo las artes de los chamanes –que proponen expulsar a los blancos de la provincia- llevan a ese pueblo al desastre de 1927, luego de lo cual se abre la tendencia –vigente hasta hoy- hacia el pentecostalismo, que cumple una función adaptativa.

La conclusión de Miller es decepcionante, pero para los indios, no es racial sino social: pese a intentos de integración hasta ahora "el grado de igualdad e identidad ha sido mínimo". Siguen siendo otros, coinciden pobreza e identidad.

Interesa en Conflictos la historia de las cartas constitucionales inglesa y norteamericana y el lugar que la raza ocupa en su análisis. Su tono dista del énfasis de sus Comentarios a la Constitución (1853), cuando implícitamente pensaba con Bentham que puede instituirse una constitución en abstracto, con independencia del país que tiene por objeto. Asombra que la abundancia de detalles  -transcripciones de Buckle y otros- no encuentren correlato en la historia constitucional argentina, precisamente en un momento que debería ser polémico: se acaba de concretar la federalización de Buenos Aires como capital: reclamo que fue un artículo suprimido a las provincias en el texto del 53, con la aquiesencia de Sarmiento. Tampoco hace referencia a Argirópolis o la Capital de los Estados Confederados del Río de la Plata (1850), donde propone situar la capital en la isla Marín García: eso lo llevaría a examinar su lugar en la historia constitucional.

Sarmiento es más bien parco respecto de lo que Max Weber llamaba centros de interés y valores problemáticos. La supervaloración de todo lo anglonorteamericano incide en esto. Su pesimismo surge de que nuestra colonización está "maldita", habida cuenta de que su centro se ha desplazado hacia los venerables peregrinos puritanos que se embarcaron en el May Flower, nueva nave de Argos o arca de los nuevos levitas: "el sistema de colonización venía pues marcado por la ley mosaica: no hacer alianzas con el cananeo que mora en la tierra, no habitar con él sino arrojarlo del territorio. Los españoles no siguieron la ley de Moisés: cohabitaron con las hijas de Mohab; y los jesuitas, en lugar de temer que los ismaelitas y amorreos charrúas hicieran pecar a sus compatriotas cristianos, pretendieron que el contacto con los españoles será ocasión de pecado para los salvajes". Uno se pregunta qué lugar ocupan en esta analogía los portugueses que arrasaron las misiones jesuíticas. Aquí se hace notoria su impotencia para reconstruir unidades históricas, gracias a las transcripciones y sus agregados spencerianos, con un tono de sermón que anula sus propias inferencias. Se limita a proyectar idealmente una colonización sobre otra: la "ruina" de las colonias españolas reside en que no fueron inglesas; su "maldición" en que su religión no fuera puritana; y esto, profetiza cual desconsiderado evangelista, "el Señor lo hará sentir sobre la tercera y cuarta generación".

El pesimismo –que roza el fatalismo- se infiere de la fusión entre la herencia española y el mestizaje indio, comparados con defecto con la raza superior, que se expresa en el norteamericano y el anglosajón, quienes están "exentos de toda mezcla con razas inferiores" y esto nos viene sin implicaciones políticas ya que en tales tradiciones advierte que no hay "ineptitudes para el gobierno".

Esta confusa asimilación de lo más apto que va de lo racial a lo constitucional no le hará decir con un Barrés: "lo moral es no querer uno liberarse de su raza".

Plantea esa liberación más bien con la puntillosa arrogancia de un Renan[26] quien condena la conquista de razas iguales entre sí, pero con una vocación afín al regere imperios populos pontifica que "la regeneración de las razas inferiores o bastardas por las razas superiores está en el orden providencial de la humanidad".

En el pasaje protocolar –como pagando un arancel- del colonialismo a lo mítico imperial reaparece en su paráfrasis pasiva, o cuando declara que el castellano es inepto para gobernar y en cámara contigua llama a ser "los Estados Unidos", ahora sí desprendido de las determinaciones de medio, herencia, como si el libre albedrío no pudiera tener lugar en la lengua de Quevedo.

A través de ese llamado mayúsculo, Sarmiento no advierte que edulcora en clave utópica lo que ya está en curso en política: la Argentina en el pasaje del siglo XIX al XX es modelada por la real política de Mitre, no por él ni por Alberdi. No dice cómo "enderezar las vías de civilización"; hemos visto que ésta es parte del "conflicto". Pese a que transformó la educación, introduciendo la enseñanza mediante el pizarrón y la democratizó a través de guardapolvo, el que apele al tema de la raza muestra un imposible retorno a Mayo. A través de cada década se intenta refundar el país y no aparece Mayo sino el Campamento originario según Murena en una compulsión repetitiva y autodestructiva que va de lo mismo a lo mismo y los que quiren instituir una ley se confunden con los otros hasta que no se sabe quiénes son los unos y quiénes los otros.
Este es todavía nuestro conflicto mayor y que no puede resolverse miméticamente- siendo Estados Unidos u otro país, la antitética Cuba de Castro- sino mediante la transmisión del legado de Mayo en la dramática constitucional que estructura la historia y que todavía no puede darse instituciones: las que existen cumplen exactamente al revés el objetivo que las hizo nacer.
El orden en el que ya no se reconoce logra avances en muchos aspectos, con algunos tropiezos; ayer partió la May Flower, el Titanic sale mañana: sucede que el roquismo hacia el '86 se llamará juarismo. Sarmiento aborta su candidatura presidencial, carece de partido –y encontrará su negativo, según Capdevila, en "ese hato de extranjeros agitados por el fanático Alem", aunque Mitre –primer orador del frontón- o Del Valle sean de la partida. La xenofobia florecerá cuando desembarquen nuevos contingentes de inmigrantes y su Condición del Extranjero sea transmutada en severa Ley de Residencia (1902). Entonces, sus observaciones sobre el cráneo de los salvajes –índice de ausencia de intelecto- se cambiarán en el delirio sistemático de un Ramos Mejía, quien descubrirá "diferencias biológicas" entre los superiores, habitantes de la ciudad, y los de la campaña, pródigos en taras: un "virus degenerativo" –postulará- ha inutilizado a la raza. La cultísima ciudad-mujer a que se refiere Juan C. Martini Real a propósito del Facundo es ahora una mujer pública en Martel: nuevas pieles evocan un demasía lo sexual y no basta un sermón puritano como exorcismo, el racismo comienza a tener ser, es decir, encarna en política. Y se habrán de oír lenguas babélicas que contribuirán a hacer de lo criollo –y a Martín Fierro, vuelto arquetipo épico por Lugones- algo ya depurado de toda influencia cobriza. Hasta el Viejo Vizcacha resulta sospechoso: sus alucinaciones provienen de "un humor golondrino cuya infección hubo de convertirse en septicemia, propagada por el desaseo del sujeto y por el alcoholismo predisponente", diagnosticará Lugones hacia 1913[27], manifestando qué jerga se cultiva.

La ola en su cima alcanza a la pureza de la lengua cuando el supuesto atavismo de las razas asoma, sin insidia y presentándose, por el proscenio de la lucha de clases. Con un afecto de mixtura ideológica: el liberalismo que despliega en esa formación discursiva tendrá en nuestra historia poco que ver con John Locke o un Tocqueville; irá de la mano de un eterno positivismo, y a veces, en lo momentos nostálgicos, con el fascismo de un Maurice Barrés. Que el lector conjeture si Sarmiento quiso o pudo vaticinar algo de esta múltiple crisis mediante ese cambio de género.

En su obra posterior retomará la tensión de sus libros importantes: sólo que no será una biografía (Facundo) de un supuesto doble, ni la autobiografía (Recuerdos) de un doble origen, sino el esbozo tardío, postrero, de un lugar paterno. Y que Dominguito sea su hijo adoptivo es la evidencia no dicha de que la sangre o la raza para él contaban poco ante el verbo; verbo de alguien que afirmó que el castellano no era lengua apta para gobernar, no obstante haber sido presidente de reciente ejercicio; nada menos que él, Sarmiento, a quien Miguel de Unamuno consideró el escritor del mejor –más atrevido- castellano del pasado siglo.



Revista La Buraco, 1992.















































[1] Conflictos y Armonías en las Razas de América, Domingo F. Sarmiento, "La cultura argentina", 1915. Prólogo de José Ingenieros.

[2] Vida de Sarmiento, el hombre de autoridad, Manuel Gálvez, Ed. Thor, Buenos Aires, 1957.

[3] Sociología Argentina, José Ingenieros, Elmer Editor, Buenos Aires, 1957.

[4] La Cifra, Jorge Luis Borges, Emecé, 1981.

[5] Estados Unidos, Domingo F. Sarmiento, Emecé, Buenos Aires, 1945.

[6] El Nacionalismo y sus alternativas, Karl W. Deutsch, Paidós, 1971.

[7] "En los Estados Unidos", José Martí, Cartas al Sr. Director de La Nación; "Fiestas de la estatua de la libertad" (29/19/1886) y "Proceso de los siete anarquistas de Chicago" (2/9/1886), en: Obras Completas, tomo II, E. N. de Cuba.

[8] Confines de Occidente, Bernardo Canal Feijóo, Ed. Raigal, Buenos Aires, 1954. La frase textual pertenece a Alberdi. Sarmiento tiene una semejante. Canal Feijóo estudia dos formas de concebir la educación: por las cosas (Alberdi) y mediante los libros (Sarmiento): ambas se intrincan en la historia educativa y se diría que todavía no ha cesado la polémica.

[9] La derrota del pensamiento, Alain Finkielkraut, Anagrama, 1987.

[10] Historia de Roca, Leopoldo Lugones, Ed. De Belgrano, Colección Clásicos Argentinos, 1980. En su introducción, Tomás Alva Negri cita las frases postreras de Lugones, antes de su suicidio, en febrero de 1938, que valen por un testamento: "No puedo concluir la historia de Roca. Basta, pido que me sepulten en la tierra sin cajón y sin ningún signo ni nombre que me recuerde. Prohibo que se dé mi nombre a ningún sitio público. Nada reprocho a nadie. El único responsable soy yo de todos mis actos".

[11] Urquiza y Mitre, Julio Victorica, Buenos Aires, 1916.

[12] Vida del Chacho, José Hernández. Incluida en Prosas del Martín Fierro, con estudio introductorio de Antonio Pagés Larraya, Ed. Raigal, Buenos Aires, 1952.

[13] Polémicas con Sarmiento, Guillermo Rawson, W. M. Jakson.

[14] Historia Argentina, José Luis Busaniche, Solar Hachette, 1965.

[15] "Alberdi y dos diplomáticos paraguayos", Alejandro Gaona Olmos, en Todo es historia, revista nº 299, Sept. 1984. El autor suministra materiales tomados del archivo Alberdi. También se refiere al número de El Censor –1886- donde Sarmiento insiste –luego de reconciliarse- en que Alberdi es un "traidor a la patria".

[16] Escritos sobre la Guerra del Paraguay, Juan B. Alberdi, Hispamérica, 1988.

[17] "Hacia el humor de Sarmiento", Raimundo Lida, Sur, 341, Julio-Diciembre, 1977.

[18] Mi Defensa, Domingo F. Sarmiento, Obras Completas, Tomo III, Ed. Luz del Día, Buenos Aires, 1948.

[19] "Sarmiento: su lugar en la sociedad argentina post-revolucionaria", Tulio Halperín Donghi, Revista Sur, Julio-Diciembre, 1977, Buenos Aires. Nicolás Rosa, en El arte del olvido (Punto Sur, 1990) difiere con H. Donghi en cuanto a que Recuerdos de Provincia sea una novela de "aprendizaje": persigue para eso las alianzas que funda el nombre propio con un pasado de nombres de Oros que explota genealógicamente, más próximo a la "defensa" –lo político que orifica a veces, marca otras ese género en nuestra literatura- que de una elaboración en el sentido proustiano. Rosa escucha admirablemente lo que deja en camino para "libidinizar" la cultura: esa "casi forclusión" del Nombre del Padre, nombra el pasaje, pienso, de su arte de injuria (individual) a los discursos que llamé de exterminio. Rosa es recatado en cuanto al género –a los géneros, habría que decir, ya que la obra de Sarmiento es la puesta en escena constante- y cuando advierte su trama como "un todo misceláneo donde sujeto y objeto forman un mixto irreconciliable", constituye su lectura como género en acto que es: un folletín interminable. Conflictos sería excepción genérica y genealógica: demasiados padres mixtos, ningún Oro, intento de traducir sangre a moneda.

[20] Improvisations, Philippe Sollers, Folio, Essais, Gallimard, 1991. En su artículo "Pour célébrer la vraie révolution francaise", el autor propone situar en esa vertiente a Molière, Fragonard, La Gironda y Sade, y del otro el Terror jacobino. Frases como las de Saint-Just: "los niños pertenecerán a su madre hasta los cinco años, si ella los ha alimentado, y a la República después , hasta su muerte" son la fórmula ritual de un humanismo acelerado... la República... la muerte viene demasiado rápido, amo absoluto. El jacobinismo para Sollers es una reacción contra "la individualización extrema de los cuerpos cumplida al fin del siglo XVIII" y de ahí su actitud represiva contra los girondinos, la "guillotina" para quienes hablaban en favor de la libertad en los teatros. Textual.

[21] Épica Árabe y Épica Castellana, Alvaro Galmés de Fuentes, Ed. Ariel, 1978.

[22] La Inquisición Española, Arthur S. Tuberville, F.C.E., B. Actual, 1988.

[23] Estudios polémicos, Claudio Sánchez Albornoz, Espasa-Calpe, Madrid, 1979.

[24] Tres entidades "wecufu" en la cultura Mapuche, Else María Wagg, EUDEBA, 1982.

[25] Los tobas argentinos, armonía y disonancia en una sociedad, Elmer S. Miller, Siglo XXI editores, 1979. Algo más sustenta esta aproximación. En "Los Ranchillos", artículo escrito en el '86 y que parece de ayer, en y sobre Tucumán, citado en la biografía de Gálvez: "los cuarenta ingenios están precedidos por tolderías improvisadas, para que duerman gentes allegadizas, atraídas por el trabajo, sin formar sociedad, ni villa, ni requerir ni crear propiedad. No hay espectáculo más afligente". Es un evangelio del pan, género que prolifera cuando no hay respuesta u horizonte político, dice su inverosímil: tal cuadro no lo explica por raza o por barbarie sino por el gobierno de Roca que toca a su fin en el '86: que pasa por ejemplar. Rosas ya no está... se avanzó poco.

[26] Ouvres Completes, Ernest Renan, Calmann Lévy, París, 1974.




[27] El Payador, Leopoldo Lugones, Editorial Huemul, 1972.

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