martes, 18 de noviembre de 2014

Omar Chabán. Lisboa y Cromañón. Por Luis Thonis.

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A Leibniz siempre lo ocupó el tema de la irrupción de lo contingente en contraste con lo posible. Ante lo contingente la mente humana, dice, se queda absorta ante la comparación con lo posible por su carácter doble y equívoco, como si fuera algo extraño a los mundos posibles que son parte de una combinatoria universal. ¿La catástrofe de Lisboa pertenece a lo posible o a lo contingente? Esto hizo llorar y decir disparates a Rousseau- los muertos de la catástrofe se evitaron cosas peores- y dio que reír a Voltaire sin que ninguno se enterara de lo que hablaba Leibniz. Cuando Alberto Laiseca dice a propósito de su novela La puerta del viiento que quiso incribirse en la guerra de Vietnam como soldado para quitarse el miedo estamos ante algo posible. No parece haber sido por motivos políticos aunque esa guerra fuera capital para el mundo libre. El Tercer mundo protestaba sin saber que era un mundo sin Tercero algo que hoy es evidente para quien se atreva a saberlo. Dice que fue para quitarse el miedo, yo apuesto que fue para vencer a lo contingente, digamos a la muerte misma. ¿Quién a esa edad no ha tenido prematura fantasía de vencer a la muerte misma, a esa mujer imposible en un cuerpo a cuerpo en la selva o en el mar? Si Laiseca como tantos otros hubiera muerto ante el estallido de una mina sería algo de lamentar pero estaba dentro del juego de los posibles. He pensado cuál podría ser el colmo de lo contingente: la muerte de una niña o un niño sin dudas en un accidente que a veces es un abrir y cerrar de párpados. Una nena sube la escalera entusiamada por entrar en la pileta de la terraza, tropieza, se golpea la cabeza…Lisboa reaparece como un cáncer de páncreas en la muerte de algún amigo. ¿Existen leyes o incluso derechos de lo contingente? Leibntz se preguntaba por qué lo contingente irrumpía en el Ser como si el caos quisiera gestionarlo. ¿Y si el Ser también fuera portador del mal como el Dios bíblico parece demostrarlo? Lisboa puede pasarle a cualquiera, Cromañon es el efecto de un desentendimiento entre la vida y la muerte que ignora que esta es parte de la vida y que se apodera de la escena a la menor distración.
Para un artista, por ejemplo, Laiseca, esto no es un problema, sino un tema más de la Cábala. Que lo contingente irrumpa, yo sabré arreglarme con él. Pasa con animales de escritura a los que se refiere Hugo Savino en Salto de mata que no pueden sino invertir en los mismos dones que recibieron y en lo demás suelen ser huéfanos. El salto de mata es un salto cuántico por el cual hay que inventar el fuego de nuevo o sucumbir a sus llamas. No sucede eso con los talentosos que brillan y deslumbran. Así pienso la vida de Omar Chabán. Sin eximirlo de ninguna responsabilidad me cae como la muerte de un niño abrumado, incluso aplastado por sus dones. No estaba en el orden de sus posibles del mismo modo que cada una las víctimas de República de Cromañón donde el accidente se transforma en algo posible y adquiere la forma de lo trágico.
Cromañón no es Lisboa que fue una catástrofe exclusivamente natural: para una nena que murió bajo asfixia fue lo mismo que subir una escalera al cielo y de pronto caer empujadas por las manos de una violencia invisible de la que poco que se quiere saber. Hay que cargar con eso. La violencia está muy próxima a los enclaves narcististas del rock y a veces se vuelve contra sí misma pidiendo ser leída de nuevo ahí donde faltan los letristas.
Omar Chabán tenía muchos talentos, parecía tocado por una varita mágica como los elegidos, era amado por una mujer hermosa, copaba cualquier escena, era un turco que hablaba alemán a la perfección. Tenía todas las cualidades salvo la de ser un genio. La mayor que tuvo, creo, fue el descubrir a un primer golpe de vista el talento de los demás, nadie ha dejado de reconocerle eso pese a que no era perfecto, trabajaba con lo mejor de cada uno en función de los mundos posibles. No es poco. De haber sido un genio se hubiera dedicado a una sola cosa en vez de extraviarse en el mismo vértigo de ser demasiado amado. Era como alguien dijo“lo más”. Ser lo más no es ajeno a una crisis identitaria que a veces impide devenir en menos. Fue el único que asumió su responsabilidad en la tragedia. ¿El Estado no tuvo nada que ver, no hubo responsables políticos? Ninguno: Ibarra y sus funcionarios se las arreglaron para zafar. Ni posibles ni contingentes, de palo e inexistentes.
Para algunos es un santo, para otros el demonio en persona. El talento es fácil de diabolizar. También santificar a posteriori. Se sacó la lotería al revés, sentenció un amigo. No creía en el dios espectáculo ni era formateable o tinellizable por los medios. La contingencia no tiene ley pero una causalidad diabólica puede sustituirla. Apenas lo traté. Me invitó a espectáculos para que en el diálogo sin agenda cada uno se desdoblara en el mismo tono que estoy practicando ahora. Le dije que quería ganar la guerra de los mundos. Sonrió pensado que se trataba de algo artístico. Mi planteo le pareció algo violento. Le dije que la peor de las violencias es la silenciosa, incluyendo la ruidosa violencia del rock como ejemplo. Esa música nunca podría hacer las veces de un Tercero por su relación contingente con la guerra y sostener las crisis de identidad que vendrían. La respuesta no está soplando en el viento, hay que hacer al viento soplar aun en la rendija de una puerta por agrio que sea para escuchar de qué estamos hablando...
Una amiga común me contó que cuando estaba en la cárcel pidió que le lleve Cuerpos inéditos para releerlo. Lo vi por última vez en las Jornadas de Marina Tsvietáieva en 2011, donde apareció de pronto e intervino. Hacía mucho tiempo que no salía. Fuimos a una casa donde se sintió cómodo y habló, versátil, de los temas más variados menos de la tragedia que lo acuciaba como tomándose un respiro.
Nadie tocó el tema como si supiéramos que se estaba despidiendo.

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