viernes, 27 de febrero de 2015

El rostro de la bailarina en láminas japonesas. Por Luis Thonis.



( Adaptación de Dodjoji de Yukio Mishima)
Para Lara Massone

(Lámina inicial : en la parte izquierda del local se encuentra un ropero de estilo occidental con bajorrelieves barrocos de grandes proporciones)
Soy el dueño de una casa de antigüedades. Mi trabajo es aparentemente monótono.  Acabo de aprender algo: la realidad está hecha más para las mujeres que para los hombres, aunque eso no me haya enseñado nada acerca de ellas sino aumentado un enigma que me persigue hasta el desvelo, por eso, apelo a mi deformación profesional y se los ofrezco a ustedes. Vender cosas antiguas no tiene nada que ver con facturar lavarropas o televisores. Pero se va pareciendo. Hoy hay menos compradores de espíritu noble que aman a los objetos por sus cualidades intrínsecas. Los clientes pertenecen a la clase de nuevos ricos que surgió con la posguerra, pocos saben de la buena madera y la caoba auténtica y no sería difícil venderles gato por liebre. Se lo tendrían merecido: ellos también engañan al comprar algo que dicen admirar cuando en realidad persiguen el mezquino propósito de hacerse notar ante los demás. Pero eso no es de mi incumbencia: en última instancia yo vivo de vender la poca belleza que queda sobre el mundo y es probable que lo reconozcan civilizaciones futuras. En el negocio tenía como pieza de gran valor un ropero inmenso que atrapaba todas las miradas. (Lámina que muestra seis compradores, tres hombres y tres mujeres con aspecto de nuevos ricos admirando el ropero). Era espacioso, podían guardarse mil vestidos y uno podía vestirse dentro del mismo, con una instalación de luz adentro. Pertenecía a una familia de la aristocracia japonesa que entró en decadencia y decidió venderlo. Tenía cuatro grandes espejos que producían vértigo a quien se encerrada adentro. Ese día los interesados eran seis, tres mujeres y tres hombres y todos eran nuevos ricos. Los seleccioné especialmente colocando un cartel en la puerta que decía Entrada Prohibida.
Vi que los clientes estaban fascinados. Quisieron saber la historia de un objeto tan caro y tan bello y los acomodé en sillas para que la oyeran. ( Lamina que muestra a los compradores sentados en torno al vendedor). Que dentro de él hubiera una cama de dos plazas deslumbró a los clientes. Creí que era el momento adecuado para proceder a rematarlo.
Las ofertas partieron de 50.000 yens, subieron a un millón, las mujeres perdieron un poco la medida,  quedaron al frente de la disputa, llegaron a ofertar 3.000.000 de yens cuando se escuchó una voz ruidosa que ofrecía tres mil  (Lámina : una joven levantando la mano grita ante los compradores sorprendidos)
Se hizo un silencio general y una muchacha joven y hermosa se presentó como Kiyoyo afirmando que era bailarína. Mis invitados eran exclusivos temiendo un papelón le recordé el cartel de la puerta y quise echarla pero el cliente A me pidió que la dejara hablar, intrigado del  por qué de esa oferta insólita que para mí era insolente. Otro elogió el oficio de bailarina mientras las mujeres murmuraban, tomando partido en contra Kiyoko por haber roto las reglas del remate. (Lámina que muestra a las mujeres indignadas comentado la presencia de la bailarina) Estaba a punto de llamar a la policía pero la muchacha se colocó frente al ropero diciendo que nada lo querría si supieran la historia del mueble.  De nuevo quise echarla pero los clientes hombres empezaron a sospechar que les ocultaba algo acerca de tan preciado objeto. Los nuevos ricos son infieles a los objetos ! Eso terminará con lo poco que queda de civilización ! Todo valdrá igual, será lo mismo ! Hace un momento estaban dispuestos a ofrecerlo todo y ahora comenzaban a sentirse estafados !
( Lamina : la bailarina está rodeada de los tres hombres. Las mujeres se muestran molestan, dos se cruzan de brazos)
Así la bailarina comenzó a contar la historia de la familia Sakurayama. La señora tenía un joven amante, Yasushi y tenía relaciones con él en el interior del ropero hasta que un día el marido, alertado por una serie de indicios, escuchando ruidos lujuriosos, sacó su revólver y lo descargó enteramente sobre el ropero.
(Lámina que muestra el hombre disparando alevosamente contra el ropero)
Los compradores recordaban haber leído el incidente en los diarios y ella les mostró las huellas de las balas en la puerta, disimuladas por madera del mismo color.
( Lámina que ilustra el hecho)
La muchacha remató la historia diciendo que ella no aceptaría el ropero ni regalado. Una cliente agradeció a Kiyoko por haberla salvado un objeto de segura mala suerte y se retiró mientras los tres clientes rodeaban la muchacha y le entregaban sus respectivas tarjetas. Dos de ellos la invitaron a cenar y otro a bailar como retribución del favor que les había hecho. Ella agradeció pero dijo que quería quedarse a hablar conmigo. Un cliente, de bigotes y ancha espalda, me amenazó si le  decía palabras groseras o recurría a la policía y le pidió a ella que lo llame por teléfono : era un hombre rico y de influencias, así que me callé la boca. Los otros dos se fueron resignados : se habían quedado sin ropero y sin cita con una joven tan bella.
( Lámina que ilustra esa escena)
Me quedé solo con ella que me confesó que el muchacho asesinado era su novio y nunca pudo entender cómo pudo abandonarla para convertirse en amante de una señora mucho mayor que él. Pensó que su amor lo había acorralado, pero también que su rostro que él a veces comparaba con el rumor del bosque, y asociaba al cielo húmedo luego de la lluvia y el brotar de los cerezos en flor era en el fondo horroroso. Eso explicaba que el joven había escapado de toda esa belleza para encerrarse en un mundo embadurnado de barniz con una mujer que casi era una vieja. Traté de no reírme ante ese rostro límpido, deslumbrante y le dije que el mundo estaba lleno de mujeres a quienes desespera su fealdad y la pérdida de la juventud y ella, que tenía esas dos cosas, quería algo imposible.
En ese momento, a pesar de mí, no puede contenerme y extendí mis manos hacia ella, que las rechazó asegurándome que estaba vieja y fea. Lo único que quería era destruir su rostro que atraía hombres que no le interesaban. Inútil tratar de  explicarle que sus sueños no se ajustaban a la lógica cuando me dijo que era posible que el resucitara. Para arrancarla de ese delirio me pregunté cuando me ofrecía por el ropero y repitió la oferta de 3000 yens. Quise regatear y fui bajándole el precio hasta llegar a 50.000 yens, el precio por el cual lo había comprado. No tenía esa suma y cuando vio que yo no iba a ceder saltó dentro del ropero y cerró sus puertas. ( Lámina que ilustra la escena) Maldije mi destino. Qué podía hacer yo ante un drama que me desbordaba ? En el ropero no se oía un solo ruido : sentí pavor al pensar en ese rostro reflejado en los cuatro espejos. Cuando se me cruzó que ella podía cometer un acto terrible sentí que golpeaban la puerta. Era el portero del departamento de la muchacha, me dijo que estaba preocupado porque ella había robado un frasco de ácido sulfúrico en la Farmacia y se fue corriendo. Iba a arrojarse el ácido en el rostro. Junto al portero comenzamos a gritar y golpear, quise derribar las puertas pero comprobamos que eran muy sólidas. ( Lámina que comenta la escena)
Estaba en silencio: ni un jadeo, ni un reproche o signo de vida. De pronto se oyó un grito desgarrador que nos dejó paralizados y vi que ella salía con su rostro intacto, serena y distante mientras el portero daba un largo suspiro de alivio. Acepté vendérselo a 3000 yens, diciéndole que se había dado el gusto. Entonces nos dijo ( cambio de voz, el dueño imita la voz de la bailarina): prendí la luz del ropero y me vi reflejada en cuatro espejos. (Lámina que exprese el momento :  versión alegórica y libre) El que reproducía mi cara era un espejo reflejado por otro que reflejaba mi cara y otro más y así infinitamente. Yo esperaba que su rostro surgiera entre esos miles de caras mías, pero se repetían hasta el fin de la tierra y del mar. Estaba a punto de echarme el ácido, pero en uno vi mi rostro desfigurado, quemado brutalmente, monstruoso...fue entonces que grité. No fue porque tuviera miedo. Comprendí que por inmensas que fueran mi furia hecha de dolor y de celos no podrían cambiar la cara de un ser humano. ( El dueño deja el discurso indirecto, hace una pausa) Afirmé con tono triunfante que había perdido su lucha contra la Naturaleza y dijo no, me he reconciliado con ella, miren como la primavera entra con su fragancia de cerezos en flor, los pinos de verde vigoroso se mecen al canto de los pájaros y el viento me hace percibir el olor del cuerpo de mi amado cuando estaba vivo.
No volví a preguntarle si iba o no a comprar el ropero informándole que se lo cedía por 50, no por 60.000 yens. Ella me dijo que ya no lo quería, que podía vendérselo a uno se sus millonarios. El portero, adoptando una actitud paternal, la invitó a volver al departamento. Ella se negó y sacó la tarjeta del cliente que pidió que lo llame por teléfono. El  portero dijo que la primavera es una estación peligrosa y acoté que a ella no le convenía tratar con esa clase de gente, que sería lastimada y destrozada, hasta que su corazón no sintiera más nada, o, peor, que ya no supiera que siente. Ella siempre nos respondió lo mismo: no importa, nadie podrá lastimarme en adelante porque nada podrá cambiar mi rostro. Al ropero pude venderlo a un precio todavía mayor. No es mi tarea extraer conclusiones filosóficas pero creo que a la verdad hay que mirarla de frente. Es un espejo roto que refleja miles de apariencias, entre ellas la mentira de querer igualarla mutilándose, destruyéndose.  Ella se fue hacia ese mundo, con el tipo rico, y tal vez haya hecho bien. Ni ella no yo estamos hechos para recorrer el peligroso camino de la verdad, que en realidad es un hilo muy fino, demasiado estrecho. Y no hablo de las verdades de profetas o sabios sino de ínfimas y pequeñas: pocos pueden mantener el equilibro, la mayoría se hace trizas el espinazo porque el mundo suele tratar de locos o volver demente a quien las dice.
Estoy seguro que vi ese rostro como ninguno de los hombres que van a amarla, lo vi con la fuerza de lo que nace por primera vez en el mundo, tuve ante mí un enigma que no quise o supe descifrar y ofrezco a ustedes por una ganga.
(Lámina: tema alegórico que ilustra el rostro de la bailarina y la actitud de sabia impotencia del dueño).

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