jueves, 9 de abril de 2015

Cuando la verdad dice gracias a la mentira. Por Luis Thonis.





En el Canto IV de Maldoror, Lautréamont escribe: “pues si esta afirmación fuera acompañada de una sola parcela de miedo, no sería una afirmación”
Aunque son escasas hay afirmaciones sin miedo que por un tiempo parecen locura pero que luego de inevitables crisis entran en el universo de convenciones y verdades consabidas. ¿Cuáles son las afirmaciones sin miedo de Ducasse? No que Dios existe o no existe sino que es pederasta y lo presenta como yendo a tirarse una cana a un hotel alojamiento. Pero lo que más abunda en Lautréamont son las invocaciones: “¡Oh matemáticas severas!, ¡Oh pederastas incomprensibles!”
Quién no ha soñado- sobre todo si la poesía no le es ajena- en un lenguaje que funcione sin una parcela de miedo y que sea pura afirmación. Lautréamont en esa vía se ve llevado a usar constantemente el imperfecto y pasa de éste al presente en las historias”Il es minuit; non se ve plus que un seule ómnibus”. Parece imposible un lenguaje que funcione sin miedo y sea pura afirmación: se lo sueña porque con él el universo retorna a una inocencia sin historia y sin huella como si se reiniciara desde cero una historia de amor. Eso significa negar una falta en el origen, el pecado original del que habla la religión. Nadie lo sabe mejor que Job: es acusado por la ley de ser precisamente inocente y el texto bíblico cuenta su guerra de amor y odio con Dios.
En el mundo antiguo y pagano la verdad tiene que ver con la circulación según Michel Serres y con algo que debe ser develado. La luz se produce en el momento que los velos caen. Poco importa que Aquiles no haya combatido en Troya o que Ulises no haya navegado. Tampoco importa que hayan cortado cuanta cabeza se oponía a su paso con “violencia desproporcionada”. Un tal Homero los ha sustraído del río del olvido, Leteo, y los ha inmortalizado para que no retornen. En el mundo griego sólo retornan los dioses. Y los maestros de la Alêtheia (λήθεια: verdad), que significa "aquello que no está oculto", "aquello que es evidente", lo que es verdadero enseñaban a los hombres a volver a sí mismos luego de muertos. Lo falso es lo que no aparece. Heidegger quiso restaurar a la aletheia del origen  y toda su obra es la prueba flagrante que lo único que hizo fue multiplicar los velos.. A veces lo falso no sólo no aparece sino que coloniza toda la escena. Ni los héroes ni la verdad antigua retornaron en su identidad primera. Esos mortales no son dioses pero son como dioses que vuelven solamente como espectros translúcidos en la luminosidad de una verdad negra.
Cambiemos de lectura. La novela El asalto de Reynaldo Arenas – 1974-tiene un argumento insólito: el torturador y asesino al servicio del Reprimero- el sanguinario dictador de una isla con la que alude a Cuba- convierte en causa de su vida encontrar, violar y asesinar a su madre, tal vez porque dio a luz semejante criatura, no del todo satisfecha de sí misma. La única verdad ahí es la mentira convertida en terrorismo de estado. 
El Reprimero es uno de los  posibes retornos del origen en estado bruto que fascina a las masas: ser amadas por un represor primero. Que el genocidio sea el principio y el fin de todo. El genocidio no está fuera de la ley, es la ley misma sin división que se demanda. El Reprimero es un segundo fue funciona como primero y que el texto bíblico combate instituyendo al verbo. No transmite los mandamientos como el mesías sino la identidad del poder y la ley hechas de una vez y para siempre. Torturar y matar funcionan como drogas pero la obsesión de la madre es más fuerte y lo persigue en toda la novela. Es un matricida que a diferencia de Orestes asesina para que todo sea finalmente maternizado, para que reine una ley perversa, la del estado, que la ley sea el poder y el poder la ley misma y se cierre definitivamente hasta besarse los labios. Al final la encuentra entre la multitud y describe en el mejor estilo helénico la caída de los velos: “Su quinto y sexto envoltorio caen, mientras ella gira y corre acosada, lanzando garfios y metales, pedazos de madera y dentelladas. La arremeto de nuevo y su último envoltorio protector rueda hacia la muchedumbre”. Ahí está. Violara y asesinarla lo excita como si pudiera terminar con su maldición de origen: “El miembro erecto, con las manos en la cintura, me quedo de pie, mirándola. Mi odio, mi asco y mi escozor son ahora innombrables. Entonces, la gran vaca, desnuda y deforme, blanca y hedionda, se juega su última carta de perra astuta y, cruzando por sus inmensas tetas sus garfas desgarradas me mira llorando y dice: hijo”
Ha logrado su objetivo sin que le importe que la muchedumbre en medio de un pandemónium arrase todo a su paso en su revuelta contra el Reprimero. Pero nada anuncia una nueva ley con la conversión de las Furias en el mundo griego ni una transmisión en sentido bíblico: esa madre estará  más viva que nunca luego de muerta y el terror será el padre de más terror.
Vayamos a un mundo más placentero aunque la historia sucede en plena segunda guerra que los ingleses viven sin cambiar sus costumbres. ¿Cuál ha sido la verdad de Julia Lambert, la protagonista de Theatre, la novela de Somerset Maugham, la mejor actriz de Inglaterra y de singular belleza que de entrada se le devela que su joven amante es un oportunista, mediocre, vulgar, que cuando más aspira en convertirse en caballero menos lo es? Lo capta desde el vamos pero niega lo evidente. Luego no puede entender cómo pudo sentir deseo por ese snob- como se decía en esa época- que ahora le parece uno más de los tramoyistas. Va entonces hacia otra verdad, el hombre que dijo amarla toda su vida y es su mayor admirador y  ve que retrocede antes sus avances amorosos: cuando eso sucede, se dice, un hombre es homosexual o impotente. No trata de averiguarlo, lo resuelve enviándole un gran ramo de azucenas.
No, la verdad no la encuentra en la realidad sino en el mismo teatro, planeando una venganza sutil y más artística que la obra misma contra su enemiga: hay que leer la trama para captarlo en una escena genial. Y se premia sola con una comida exquisita la triple victoria de esa noche donde se vuelve dueña de su corazón: “¿Qué es el amor al lado de la carne con cebollas?”, se dice. Todos los trabajos y sacrificios que hizo por el amor se esfumaron sin dar tiempo siquiera a una retractación. Pero en realidad habla de otra cosa: del contraste de la verdad de la vida que se disipa cuando sus velos caen para que surga no la aletheia de los filósofos sino la verdad más intensa del teatro y la ficción.. Si una actriz viviera las emociones de los personajes que tiene que representar- las de Fedra de Racine por ejemplo- acabaría destrozada. Hay que sentirlas para ser una gran actriz pero también vencerlas, dice la verdad al mundo de la ficción..
¿Cómo es posible que con semejantes escritores el mundo sea estúpido?  ¿Tendrán los filósofos alguna responsabilidad? La querella sigue desde los tiempos de Platón que condena a Esquilo y expulsa a los poetas de la ciudad ideal.
La estupidez parece haber ocupado el lugar de la antigua aletheia en la posmodernidad y muchos filósofos creen develarla, simulando hacer caer velos que no existen porque es muy evidente y nada tiene de oculto. Presentan a la estupidez como la forma de lo sublime mismo. Se la puede interpretar, analizar, asesinar y siempre está ahí con cara de inocencia. 
Está siempre donde tiene que estar, en su lugar: es su única debilidad.
En el monoteísmo la verdad no circula, se transmite en ese lugar donde toda palabra verdadera está afectada y contaminada por la mentira. La mentira no sólo permite salvar el pellejo de un compañero o el propio en los universos donde la ley coincide con el Reprimero. Si no fuera así la ley sería terrible, despótica y aniquiladora y los hombres sólo sus títeres como ocurre en ciertos estados que hacen política con la mentira que se sostiene de una verdad presupuesta en el pasado o el futuro pero que nunca se revela. Por eso los intentos de retorno a lo antiguo de los modernos han sido tan criminales y terroríficos: rechazos de la modernidad cuya suma ha dado lugar al posmodernismo. La mentira a fuerza de repetirse no sustituye a la verdad sino se transforma en brutal estupidez. "Hámas es una organización humanitaria", ha dicho la senadora Nancy Pelosi. Goebbels hoy tiene vestimentas demócratas.
A veces los personajes de Beckett optan por hacer silencio porque cualquier palabra que digan sería mentira. Pero también pagan por eso. A diferencia de Lautréamont, representante de una avasallante modernidad, toda afirmación que no es dicha con miedo no parece una afirmación en el contexto posmoderno. La muerte del demonio según el gran poema de Wallace Stevens fue sustituida por el crimen de indiferencia para un Herman Broch. 
Jack Kerouac culmina  una extensa oración de gracias al Dios cristiano con un toque de humor que da una clave de la obsesión nihilista por asesinarlo luego de haberlo hecho sucesivas veces: "( Y Dios es el único crítico literario que se preocupa poco por el estilo) Eh?"
A diferencia de lo que sucedió con Job, cuando la ley se vuelve una palabra que se priva de toda relación con la mentira tiende a considerar a los máximos criminales inocentes de toda inocencia como si fueran la bondad misma.

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