Por José Ignacio Rasco
LA ETAPA BELEMITA
Horas y días enteros de vacaciones los utilizaba para practicar los deportes. Si no encontraba catcher tiraba la pelota contra los muros del cabaret Tropicana que lindaba con los patios del colegio. Podía ganar las carreras largas de 400, 800 y 1000 metros a veces en una misma tarde. Era un «caballo» de carrera. El único deporte que nunca pudo practicar fue el de salto de garrocha, en el que yo fui campeón intercolegial (entonces era bien flaco). Yo lo mortificaba bromeando cuando le decía que no podía saltar garrocha porque «es el único deporte que las mujeres no practican», (ahora sí por cierto) lo que le enfurecía transitoriamente. Luego el mismo lo comentaba con otros, pero ya en buen tono, cosa, por lo demás, muy rara puesto que carece de sentido del humor. No sabe reírse de sí mismo.
La gravedad solemne suele ser su modo ordinario de conversar. Anda muy ajeno al choteo cubano, no obstante ser ameno en su conversación, en la que gusta más de la hipérbole y del suspenso.
Entre las «locuras» de Fidel en el colegio, quiero recordar la apuesta que hizo con Luis Juncadella de que era capaz de tirarse de cabeza en bicicleta andante, a toda velocidad, contra una pared en las amplias galerías del colegio. Y lo hizo, al precio de romperse la cabeza y terminar inconsciente en la enfermería. Siempre he visto este absurdo episodio como una prefiguración de su ataque al Moncada en su afán de notoriedad. Sólo que en el Moncada embarcó a mucha gente, y, en el momento decisivo, él no chocó contra el cuartel.
Hijo de un padre rico Fidel siempre tenía dinero en el bolsillo, pero el dinero para él, no significaba nada, sólo era un medio para el poder. Lo único que le interesaba era el poder.2
A raíz del triunfo de la Revolución Cubana, apenas Fidel entró en La Habana, preguntó a los Jesuitas por el paradero del Padre Alberto. Enterado de que vivía en Caracas (donde se había convertido en una de las figuras más destacadas de la televisión venezolana), le envió pasaporte diplomático con el nombramiento de Comisionado Cultural at large en Europa y en América y le rogó que fuera a La Habana para consultarle. Al verlo llegar al Havana Hilton, interrumpió el mitin que estaba celebrando, lo abrazó estrechamente y le preguntó: ¿Y CONVIVIO? Alberto le contestó: en estos momentos el abanderado de CONVIVIO eres tú, confío en que cumplas su ideario.
Esta primera entrevista duró varias horas y durante ella Fidel recibía, en presencia del Padre Alberto, a todo el mundo y despachaba los asuntos urgentes. Alberto cayó en la cuenta de los equívocos ideológicos que ya se podían detectar en Fidel y tuvo muestras de su crueldad (por la manera en que resolvió el caso de los aviadores) y puso sobreaviso a los superiores de la Compañía de Jesús en Cuba.
Después de esta despedida, Fidel, que es muy empecinado, envió por lo menos un par de mensajes a Alberto, para que fuera a Cuba a colaborar. Pero Alberto ni le contestó. Se limitó a no hablar mal de Fidel en público, para no amargarlo, por si algún día lo necesitaba como sacerdote».
EN LA COLINA UNIVERSITARIA
En cierta ocasión viajábamos en un auto con varios amigos y Fidel nos pidió que lo lleváramos. Y al cruzarnos con otro vehículo, el propio Fidel de pronto se agachó y dijo: «creía que esa gente me iba a matar pues son muy vengativos». A la sorpresa siguió el silencio y el agachado estudiante se bajó pocas cuadras después. Nunca pudimos lograr que nos explicara aquella actitud.
Cuando fundamos, en 1948, el Movimiento Pro-Dignidad Estudiantil, con Valentín Arenas, Pedro Romañach, Pedro Guerra y otros compañeros, en un afán de adecentamiento y reformas universitarias, Fidel mostró algún interés en él, aunque dijo estar comprometido con otros grupos. Me cuenta un amigo común que en cierta reunión de la FEU alguien sugirió liquidar a varios líderes para abortar el Movimiento, pero Fidel adujo que esos dirigentes amigos y condiscípulos de él éramos «intocables», no obstante andar en bandos opuestos. Sin embargo, las amenazas de muerte contra varios de nosotros, y de nuestros familiares, nunca cesaron.
Sin duda alguna, Fidel Castro es una figura que ha traspasado los
linderos nacionales. Igual que su revolución. Entre ambos fenómenos se
produce un paralelismo increíble. La revolución es un autorretrato del
propio Castro. El ha sido el actor y el autor de toda esa gran
tragicomedia que ha sido conocida y reconocida en las cuatro esquinas
del mundo.
Uno de los errores más nefastos que cometió la dirigencia política,
-y las no políticas-, en Cuba fue no reconocer la potencialidad del
causante. La subestimación del personaje facilitó el camino
revolucionario. Castro ha resultado el actor teatral más notable del
siglo XX con un innegable carisma y talento para la intriga, el suspenso
y el engaño más refinados. Si Luis XIV podía decir que «L’etat c’est
moi», Castro podría reclamar que «La Revolution c’est moi».
Castro y la revolución son mellizos, por no decir que son siameses.
Castro se anticipó al descubrimiento de la clonación al lograr tal
semejanza entre él y su hechura revolucionaria. Su omnipotencia ha sido
tal que no se ha movido hoja del proceso revolucionario que él no la
haya soplado. Aquí ha estribado también su estabilidad y su fortaleza,
que con la improvisación y el cálculo, la alevosía y la traición,
produjeron no una reforma, sino una verdadera revolución de las
estructuras que se suponían más sólidas en la sociedad cubana. No fue
revolución de «curitas y mercurocromo» como él mismo señaló. Pocas veces
en la historia se ha vuelto del revés un país, de modo tan absoluto,
como en el caso cubano.
Intentemos penetrar un tanto la personalidad compleja del dictador
cubano. El hecho de haber conocido y tratado de cerca a Castro desde el
bachillerato hasta graduarnos en la misma promoción de 1945 en el
Colegio de Belén. Y luego convivir en la etapa universitaria, y aún algo
después de su triunfo, me permite tener una visión muy personal del
sujeto. Aunque todo lo que digo es verdad no creo tener toda la verdad.
Otros han conocido diversas facetas de la escurridísima figura. Con
algunos de ellos he podido corroborar mis apreciaciones. Trato, pues, de
presentar el caso de acuerdo con mi experiencia, la que he de exponer
del modo más objetivo posible.
TESTIGO DE CARGO: EL CASTRO QUE YO CONOCÍLA ETAPA BELEMITA
Recuerdo a Fidel cuando llegó al Colegio de Belén con un aspecto un
tanto «aguajirado», de muchacho de campo, de tierra adentro. Entonces
era bien retraído, tímido, un poco cortado por su situación familiar y
social. Como es sabido, Fidel era hijo ilegítimo de Ángel Castro y de
Lina Ruz, quien llegó a la finca en calidad de sirvienta y terminó
siendo la señora de la casa.1 Don Ángel era un español
rancio, que había desembarcado en Cuba como soldado español para pelear
contra los independentistas cubanos. Luego de terminada la guerra
regresó a España, pero más tarde volvió a Cuba para hacer fortuna -y la
hizo- como terrateniente, al parecer, de poca ética en sus negocios. Se
convirtió en un rico latifundista. Al decir de algunos era persona
tosca, de modales rudos y duro con su hijo más rebelde, que era Fidel.
Tal vez esta situación fue un factor en la decisión de enviarlo lejos,
primero a Santiago de Cuba y luego a La Habana, a colegios privados de
familias de clase media en su mayoría, pero que se caracterizan por su
gran disciplina académica, su sólida formación moral y el amor a los
deportes.
El recién llegado de Birán, provincia de Oriente, cargado ya de
ambición y con tenacidad más gallega que cubana, (Fidel es el más
gallego de todos los cubanos) llegó a brillar en los deportes.
Sobresalió en campo y pista, en «basket ball» y en pelota. Resultó un
«all star» del colegio.Horas y días enteros de vacaciones los utilizaba para practicar los deportes. Si no encontraba catcher tiraba la pelota contra los muros del cabaret Tropicana que lindaba con los patios del colegio. Podía ganar las carreras largas de 400, 800 y 1000 metros a veces en una misma tarde. Era un «caballo» de carrera. El único deporte que nunca pudo practicar fue el de salto de garrocha, en el que yo fui campeón intercolegial (entonces era bien flaco). Yo lo mortificaba bromeando cuando le decía que no podía saltar garrocha porque «es el único deporte que las mujeres no practican», (ahora sí por cierto) lo que le enfurecía transitoriamente. Luego el mismo lo comentaba con otros, pero ya en buen tono, cosa, por lo demás, muy rara puesto que carece de sentido del humor. No sabe reírse de sí mismo.
La gravedad solemne suele ser su modo ordinario de conversar. Anda muy ajeno al choteo cubano, no obstante ser ameno en su conversación, en la que gusta más de la hipérbole y del suspenso.
No era buen estudiante, «un filomático», como decíamos en Cuba, que
sólo sabía estudiar sin participar en otras actividades . Pero siempre
sacaba sus notas con buenas calificaciones aunque sin pertenecer a los
primeros de la clase. Estudiaba a última hora con vista a las pruebas.
Entonces era capaz de dormir poco. Y se pasaba días y noches
preparándose para los exámenes. Con su prodigiosa memoria era capaz de
aprenderse, al pie de la letra, cualquier texto. Como alarde solía
arrancar las páginas de un libro una vez que las archivaba en su
memoria. Era un verdadero «computer». Luego podías preguntarle lo que
decía el libro de sociología, por ejemplo, en la página 50, y te la
repetía con punto y coma. Recuerdo que en el último año le quedaron
varias asignaturas pendientes del primer semestre. La norma entonces era
que si no pasabas las asignaturas en el examen del colegio no podías ir
al del Instituto para obtener el título «oficial» que daba el
Ministerio de Educación. Fidel retó al inspector del año, el P.
Larrucea, para que lo dejara examinar todas las materias pendientes y
que si sacaba 100 (el máximo) en las pruebas de Belén podía ir al examen
del Instituto. Parecía imposible que lo hiciera en tan pocos días, pero
lo logró. Si no recuerdo mal las asignaturas examinadas eran Francés,
Lógica e Historia de América.
Algo similar hizo después en la Universidad, pues se atrasaba en los
cursos por sus actividades políticas, pero luego se ponía al día, con
noches de insomnio, y era capaz de sacar más de una docena de
asignaturas, «por la libre», aprendiéndose los códigos de memoria.
Otra cosa que parecerá absurdo a muchos es la timidez inicial que
padecía para la tribuna. En Belén había una Academia Literaria, «La
Avellaneda», en la que el ilustre P. Rubinos daba clases de oratoria.
Pero para ser miembro de la Academia había que pasar una prueba que
consistía en hablar durante 10 minutos, sin papeles, sobre un tema que
se le daba al aspirante una hora antes. Pues bien, Fidel falló tres
veces la prueba antes de pasarla. El profesor decía, viéndole sufrir en
el podium: «si le pones cascabeles en las rodillas nos da un concierto
de música». Tanto era su nerviosismo. De más está decir que pronto
venció con creces sus timideces oratorias iniciales.
En un debate oratorio público que tuvimos en el colegio sobre la
Democracia, a Fidel le tocó justificar la necesidad del «dictador
bueno». Pero, en otra ocasión similar, fue un defensor de la enseñanza
privada, mientras que a mí me tocó convertirme en abogado de la
enseñanza estatal, en un debate que fue moderado por el Dr. Ángel
Fernández Varela, entonces profesor del colegio, y en el que
participaron también Valentín Arenas, Ricardo Díaz Albertini, Jorge
Sardiña, Francisco Rodríguez Couceiro y otros. Por cierto que en la
crónica sobre el acto del periódico comunista «Hoy», el periodista se
burló de Fidel a quien llamó despectivamente «el casto Fidel» al abogar
por la educación privada y católica. ¡Ironías de la vida!Entre las «locuras» de Fidel en el colegio, quiero recordar la apuesta que hizo con Luis Juncadella de que era capaz de tirarse de cabeza en bicicleta andante, a toda velocidad, contra una pared en las amplias galerías del colegio. Y lo hizo, al precio de romperse la cabeza y terminar inconsciente en la enfermería. Siempre he visto este absurdo episodio como una prefiguración de su ataque al Moncada en su afán de notoriedad. Sólo que en el Moncada embarcó a mucha gente, y, en el momento decisivo, él no chocó contra el cuartel.
Hijo de un padre rico Fidel siempre tenía dinero en el bolsillo, pero el dinero para él, no significaba nada, sólo era un medio para el poder. Lo único que le interesaba era el poder.2
Dos profesores de Belén, el P. Manuel Foyaca de la Concha y el P.
Miguel Ángel Larrucea, tuvieron temprano conocimiento de la personalidad
de Castro. La opinión de Foyaca tenía un gran valor pues era un
sociólogo cubano bien avanzado, nada reaccionario, que incluso había
sido acusado de izquierdista por algunos católicos derechistas. Foyaca
detectó y denunció enseguida el cariz comunista del Ejército Rebelde y
de la Reforma Agraria promulgada. Larrucea nunca simpatizó con el
díscolo belemita al que ya en Quinto Año de Bachillerato tuvo que
quitarle violentamente una pistola que escondía bajo su camisa.
Un profesor ilustre, famoso orador y conferencista internacional, el
P. Alberto de Castro y Rojas, que nos enseñaba Historia de Cuba, llegó a
tener una íntima amistad con el chico de Birán. Y durante la etapa de
la Sierra, en un popular programa de televisión que trasmitía en
Caracas, defendió mucho a su antiguo discípulo, pero tan pronto llegó a
La Habana, a principios de 1959, se dio cuenta del sesgo que tomaban las
cosas y se espantó de lo que venía sobre Cuba.
A petición mía Alberto de Castro ha escrito un Informe sobre sus
relaciones con Castro desde los días de CONVIVIO, círculo de estudios
que había fundado en el colegio en 1942. Del largo resumen que me envió
de Castro (ningún parentesco con Fidel) transcribo literalmente lo que
resulta más atinente para nuestro análisis. Dice así:
«Su finalidad (la de Convivio): agrupar muchachos inteligentes y
varoniles, con madera de jefes, y comprometerlos a estudiar y defender a
ultranza los valores básicos de la cultura española y ajustar sus
ideales políticos a la tradición histórica-jurídica de los pueblos
hispanos. La rigurosa selección se hizo entre los jóvenes más
prometedores que estaban cursando ya los últimos años del bachillerato.
Desde su fundación Fidel Castro fue invitado para figurar como
miembro activo del CONVIVIO. Aceptó con entusiasmo, pero no asistía con
formalidad a las reuniones. Creía suplir este incumplimiento con sus
frecuentes consultas privadas al Padre Alberto.
En 1945, cuando Fidel se graduó de bachiller, hizo expresamente un
viaje de La Habana a Santiago de Cuba para pedirle al Padre Alberto que
lo nombrara Presidente del CONVIVIO, pues deseaba figurar como líder
para abrirse paso en la Universidad. Alberto le contestó: «Yo no nombró
al Presidente, lo eligen ustedes mismos». Y los miembros de CONVIVIO
eligieron por unanimidad a José Ignacio Rasco.
No obstante, Fidel siguió figurando como miembro de CONVIVIO y cuando
años más tarde él se convirtió en uno de los líderes estudiantiles más
influyentes de la Universidad, siguió tratando a sus compañeros de
CONVIVIO con gran consideración.A raíz del triunfo de la Revolución Cubana, apenas Fidel entró en La Habana, preguntó a los Jesuitas por el paradero del Padre Alberto. Enterado de que vivía en Caracas (donde se había convertido en una de las figuras más destacadas de la televisión venezolana), le envió pasaporte diplomático con el nombramiento de Comisionado Cultural at large en Europa y en América y le rogó que fuera a La Habana para consultarle. Al verlo llegar al Havana Hilton, interrumpió el mitin que estaba celebrando, lo abrazó estrechamente y le preguntó: ¿Y CONVIVIO? Alberto le contestó: en estos momentos el abanderado de CONVIVIO eres tú, confío en que cumplas su ideario.
Esta primera entrevista duró varias horas y durante ella Fidel recibía, en presencia del Padre Alberto, a todo el mundo y despachaba los asuntos urgentes. Alberto cayó en la cuenta de los equívocos ideológicos que ya se podían detectar en Fidel y tuvo muestras de su crueldad (por la manera en que resolvió el caso de los aviadores) y puso sobreaviso a los superiores de la Compañía de Jesús en Cuba.
El 23 de enero de 1959 Fidel se presentó en Caracas. El gobierno
venezolano nombró al Padre Alberto para formar parte del comité de
recepción. Fidel no perdió el tiempo y enseguida se encerró con Alberto
en un cuarto muy privado y comenzó a darle cuenta de todos sus
proyectos: quería luchar contra el imperialismo americano buscando el
apoyo de Rusia ¿Para qué esa lucha -le objetó Alberto- si semejante
actitud no entra para nada en el ideario de CONVIVIO? Y añadió: me temo
que por ese camino te vas a convertir en prisionero de tu propia
victoria. Porque eres joven e inexperto y los rusos zorros viejos, que
no tardarán en pasarte la cuenta. ¿Acaso eres tú comunista? Fidel afirmó
tajantemente. «Por mi honor que ni soy ni seré jamás comunista. Eso no
lo olvide, para su buen gobierno, aunque las apariencias me hagan
aparecer como tal. Sólo por conveniencias de momento. Pero quiero acabar
con las clases privilegiadas y no decepcionar al pueblo cubano. Le juro
que me inspiro en el Evangelio. Yo necesito su concurso.
«Confidencialmente a mí Cuba me resulta muy estrecha, por eso, aunque
de hecho mando, como líder de la Revolución, todavía no he querido
aceptar ninguna responsabilidad de gobierno. Mi aspiración suprema es
poder sentarme a gobernar el mundo entero en una misma mesa con el
americano, el ruso y el chino. Yo como representante del bloque de
naciones iberoamericanas».
Pocos meses después Alberto (sin perder del todo la esperanza de
hacer recapacitar a Fidel) celebró con él una última entrevista. Lo
recibió en Cojímar y lo retuvo desde la diez de la mañana hasta la
cuatro de la madrugada. A todo el que recibía (entre otras audiencias
estaban la del Embajador americano Bonsal y el Ministro del Estado
Agramonte) le decía que el Padre Alberto era la persona a quien más él
debía en este mundo. Esto resultaba muy comprometido y, por desgracia,
trascendió a Venezuela, donde la prensa comenzó a publicar que el Padre
Alberto de Castro era la eminencia gris del gobierno. Pero recordemos
sus palabras en la entrevista de despedida con Fidel:
«Fidel, te lo advierto con cariño: estás completamente desenfocado.
Vuelve a la cordura. Cuba es uno de los países mejor conseguidos y de
más alto nivel de vida de toda la América hispana. Además está situada
en el área del dólar, con un cambio del peso a la par. Tú dices que es
una colonia económica de los americanos. Eso no es más que una frase
boba. Es demagógico y nada pragmático calificar eso de «imperialismo».
Si te pones a coquetear con los rusos vas a dejar a Cuba en grave riesgo
de convertirse en plaza fuerte paupérrima de Rusia. Dices que quieres
convertirla en una Holanda o una Suiza. ¿Y cómo? No seas iluso. Tú me
dices que tu «comunismo» no tiene nada que ver con el modelo ruso,
porque es autóctono y está inspirado en la doctrina del Evangelio.
De mí no esperes ningún tipo de colaboración. Como sacerdote y amigo
estaré siempre dispuesto a hacerte un favor personal. Pero
ideológicamente nos separa un abismo. Creo que todavía estás a tiempo,
el pueblo cree en ti y está dispuesto a ayudarte. No lo traiciones.Después de esta despedida, Fidel, que es muy empecinado, envió por lo menos un par de mensajes a Alberto, para que fuera a Cuba a colaborar. Pero Alberto ni le contestó. Se limitó a no hablar mal de Fidel en público, para no amargarlo, por si algún día lo necesitaba como sacerdote».
EN LA COLINA UNIVERSITARIA
El contacto con la Colina Universitaria cambió radicalmente la
actitud de Castro. Sin los contrapesos morales y religiosos que
moderaban su conducta colegial, se sintió libre de toda atadura o
compromiso. Inicia una etapa anárquica en su vida en la que pierde la
poca o mucha fe que había adquirido en los claustros belemitas. Le entra
una fiebre de publicidad, de darse a conocer por sus extravagancias,
rarezas y aventuras. Suelta toda timidez o sentido de la moderación; el
narcisismo y la megalomanía se apoderan de su persona.
Su primer discurso. en plan de líder universitario, fue el 27 de
noviembre de 1947, aniversario del fusilamiento de los estudiantes de
medicina durante la colonia. Para preparar el discurso se pasó tres días
en mi casa. Quería que lo ayudase a redactarlo. Así fue. Le di un
contenido que, según Pardo Llada, resultaba demasiado martiano. Se
aprendió el discurso de memoria y lo ensayó varias veces.
En esta etapa su afición por las pistolas se desató. Se afilió al
grupo gangsteril de la UIR (Unión Insurreccional Revolucionaria), que
dirigía Emilio Tro, rival de otro grupo pandillero, el MSR (Movimiento
Socialista Revolucionario) que comandaba Rolando Masferrer. En verdad
Castro procuraba evitar roces peligrosos entre ambos grupos
contendientes, y a veces coqueteaba con ellos y sus líderes. Tan pronto
era perseguidor como perseguido. Todos estos afanes peligrosos le daban
cierta jerarquía machista entre algunos dirigentes estudiantiles. Se le
consideró autor o cómplice del asesinato, o tentativa de asesinato, de
algunos líderes universitarios, entre otros, de Manolo Castro, Justo
Fuentes y Leonel Gómez, pero, en verdad, las pruebas no aparecieron
nunca. El propio sospechoso con frecuencia dejaba correr el rumor y la
intriga. Tuvo un fuerte altercado con Francisco Venero, policía
universitario, cuando éste trató de desarmarlo. Según algunos, lo fusiló
más tarde en la Sierra Maestra. También se le acusó del atentado a
Óscar Fernández Cabral, sargento de la policía universitaria, el 6 de
junio de 1948.En cierta ocasión viajábamos en un auto con varios amigos y Fidel nos pidió que lo lleváramos. Y al cruzarnos con otro vehículo, el propio Fidel de pronto se agachó y dijo: «creía que esa gente me iba a matar pues son muy vengativos». A la sorpresa siguió el silencio y el agachado estudiante se bajó pocas cuadras después. Nunca pudimos lograr que nos explicara aquella actitud.
Cuando fundamos, en 1948, el Movimiento Pro-Dignidad Estudiantil, con Valentín Arenas, Pedro Romañach, Pedro Guerra y otros compañeros, en un afán de adecentamiento y reformas universitarias, Fidel mostró algún interés en él, aunque dijo estar comprometido con otros grupos. Me cuenta un amigo común que en cierta reunión de la FEU alguien sugirió liquidar a varios líderes para abortar el Movimiento, pero Fidel adujo que esos dirigentes amigos y condiscípulos de él éramos «intocables», no obstante andar en bandos opuestos. Sin embargo, las amenazas de muerte contra varios de nosotros, y de nuestros familiares, nunca cesaron.
Castro nunca pudo ganar la presidencia estudiantil de la Escuela de
Derecho ni de la FEU (Federación Estudiantil Universitaria). Su amor por
la urna apenas se probó en alguna delegatura de curso. Su actuación
básica operaba más detrás de las bambalinas que en las candidaturas
electorales. Siempre andaba muy vinculado a elementos marxistas. Sin
duda la mayor influencia que pesó sobre él fue la de Alfredo Guevara,
comunista de partido, con gran poder de persuasión. Otros que giraban en
la órbita fidelista eran Baudilio Castellanos, Benito Besada, Walterio
Carbonell, Álvarez Ríos, Mario García Incháustegui, Lionel Soto, Luis
Más Martín, Núñez Jiménez, Leonel Alonso, Flavio Bravo y otros
simpatizantes del comunismo.
Para cierto público, ajeno a la universidad, el nombre de Fidel
Castro se iba dando a conocer como el de un joven intrépido que a ratos
alborotaba la opinión pública, en comparecencias radiales, en un
artículo de prensa, o en alguna de sus aventuras, como cuando logró
traer la histórica campana de la Demajagua a la Universidad de La
Habana. Pero para algunos estudiantes su fama se reducía al tríptico de
botellero, gángster y comunista. Se decía que tenía una botella (empleo
del gobierno que se cobraba, pero no se trabajaba) en el Ministerio de
Educación, pero en realidad nunca se supo de prueba suficiente. Lo del
amor por el gatillo era vox populi y lo de comunista ya era
asunto polémico. Recuerdo que en 1958, se me invitó a una reunión de
directores de bancos, para que explicara la personalidad de Fidel. Para
gran escándalo de algunos señores (que vendían bonos del 26 de julio)
desarrollé el tema tríptico: comunista, gángster y botellero. Solamente
tres o cuatro de ellos me dieron la razón. Los demás defendieron al
sujeto en cuestión. Uno fue miembro luego del gobierno, pero todos
murieron en el exilio totalmente desengañados.
Ruly Arango, otro amigo y condiscípulo del colegio y de la
universidad, durante un tiempo fue «room mate» de Fidel en el Hotel
Vedado cerca de la Universidad. Ruly trataba de catequizar al
neoescéptico ex-alumno de los jesuitas, que antes se santiguaba en los
juegos de baloncesto y hacía promesas y rezos en la capilla para ganar
en toda competencia. Me acuerdo que una vez Ruly lo invitó a asistir a
un retiro espiritual, de un día, en la Agrupación Católica Universitaria
(ACU). Fidel se apareció muy tarde, pero pudo conversar al final con el
grupo y también con el famoso P. Felipe Rey de Castro, el fundador y
director de la ACU. Su comentario sobre el estudiante revolucionario:
«Muchacho de grandes cualidades de liderazgo, pero muy desorientado. En
algo me recuerda a Manolo Castro, (otro dirigente estudiantil de muchos
años y bien conocido en aquellos días), pero creo que es más ambicioso y
temible que Manolo, el otro Castro» (sin relación familiar).
En la Plaza Cadenas, junto a la Facultad de Derecho, un buen día en
1948, me encontré con Fidel. Durante dos horas estuvimos conversando. Me
contó de sus lecturas de Malaparte, Hegel, Lenin y Marx. En aquellos
días pensaba en la necesidad de dar un golpe de estado. Y me asombró su
conocimiento de la dialéctica hegeliana y de la estrategia leninista. Ya
se sabía de memoria el ¿Qué hacer? de Lenin. Y me dio una
clase sobre la plusvalía de Marx. Entonces me dijo que había tomado
cursillos de esos temas en Carlos III (sede del Partido Comunista) y
trató de convencerme, con celo apostólico, que yo debería asistir y
comprar los libros «que allí se venden tan baratos».
Otras veces se jactaba de saberse el Mein Kampf de memoria. A
través de sus lecturas aprendió el poder de la mentira repetida como
arma esencial de la propaganda. También recitaba párrafos enteros de
discursos de Primo de Rivera y de Mussolini, así como del libro ¿Qué hacer? ya mencionado, que lo aplicó en Cuba fielmente desde el propio año 59.
Otra anécdota histórica. En la antesala del examen oral de la
asignatura de Propiedad y Derechos Reales, Castro pronunció una filípica
contra la propiedad privada de una violencia increíble. Nunca lo había
visto tan frenético y ante testigos, compañeros de clase, disparatar de
ese modo, haciéndose eco de la interpretación de Marx sobre la
plusvalía. Señaló que esa asignatura, y todo el Derecho Romano, debía
eliminarse del curriculum, ya que «la propiedad es un robo» como decía
Proudhon.
Luego continuó con un ataque despiadado al capitalismo, a la
industria azucarera cubana «controlada» en su totalidad por los
intereses norteamericanos (lo cual desde luego, no era cierto) por lo
que era necesario una revolución radical para «expulsar al gringo» y
controlar toda la estructura productiva por el Estado. Fidel apelaba a
Walterio Carbonell para que corroborara lo que el decía. Y Walterio
asentía más con la cabeza que con las palabras. Walterio era un
comunista de partido, hombre bueno y sencillo, negro criollo, que se
incorporó a la revolución y luego fue defenestrado como tantos otros por
alguna diferencia con el partido.
Estábamos en tercer año de la carrera, cuando andábamos en los líos
de una asamblea para hacer una constitución universitaria. Me tropecé
con Fidel y acordamos una cita para analizar los problemas de la
universidad. Por sugerencia suya nos debíamos reunir fuera de la
universidad, en una casa del centro de La Habana (creo que estaba en la
calle Lealtad). La entrevista se convirtió en una conversación sin mayor
importancia. Pero lo que me llamó la atención fue la copiosa literatura
marxista de libros, folletos y revistas almacenados. Y el lugar resultó
el local «donde duerme» Alfredo Guevara. Algún material era publicado
en Cuba, pero la mayor parte provenía del extranjero y se repartía para
América Latina. Un grupo de Pro-Dignidad Estudiantil descubrió en los
locales de la FEU parte de la literatura preparada para enviar a
diversos países. Se produjo una reyerta y tuvo que intervenir la policía
universitaria.
La participación de Castro en la Asamblea Constituyente Universitaria
fue más de bambalinas que de actuación pública; allí estuvo aliado a
elementos gangsteriles y socialistoides que nos combatían en todas las
formas, incluso con amenazas de muerte para nosotros o nuestras
familias. Terminamos la Universidad en 1950. A Castro todavía le
quedaron algunas asignaturas pendientes, pero pronto terminó sin apelar
para ello a las pistolas como se ha dicho erróneamente.
En el año 1952 el golpe de estado del 10 de marzo dio comienzo a la
dictadura batistiana, que rompió el orden constitucional y desencadenó
un trágico proceso de violencia y sangre.
Nuestras discrepancias con Fidel aumentaron. Él entendía que la única
forma de lucha era la del alzamiento y el hostigamiento violento por
medio del terror, de la bomba indiscriminada y de los atentados
personales, lo que culminó con el desastroso e irresponsable ataque al
Cuartel Moncada y al de Bayamo. Nosotros creíamos en la posibilidad de
la vía electoral. Nos enrolamos en el Partido de Liberación Radical que
formamos con Amalio Fiallo, Manuel Artime y algunos veteranos de los
asaltos a los cuarteles de Santiago de Cuba y de Bayamo que, con muy
buena fe, habían participado en esos afanes belicistas. Pero todos
aquellos esfuerzos fracasaron por la intransigencia del gobierno y de la
oposición. Las grandes mayorías se tornaron apáticas y desinteresadas
de toda política; Castro aprovechó la oportunidad para lanzar el
movimiento guerrillero y para desarrollar una increíble propaganda en
favor del Ejército Rebelde y de su caudillo máximo. Fue, para Cuba, el
pírrico triunfo de las armas sobre las urnas.
En verdad se impuso una técnica de guerrilla psicológica, con una
publicidad bien orquestada que logró crear un clima de inseguridad y de
desestabilización que el barbudo de la Sierra supo promover y
capitalizar desde el principio. Grupos opositores de magnitudes
superiores fueron ignorados y destruidos por la mítica leyenda heroica
de la Sierra, del Robin Hood. Muchos elementos civiles fueron
rindiéndose a los úcases y deseos del líder que boicoteaba toda
negociación pues quería «todo el poder para los soviets», aunque todavía
aseguraba a la prensa que él no era comunista, mientras ya el Ejército
Rebelde recibía lecciones de adoctrinamiento marxista-leninista. Y el
New York Times y Mr. Mathews le servían a Castro de sonora caja de
resonancia.
EN EL NUEVO RÉGIMEN
En 1959, a partir de enero, la euforia y la confusión se enseñoreaban del panorama cubano. Los dueños del periódico Información
estaban bien preocupados por la situación. Sabiendo de mi conocimiento
del líder revolucionario me pidieron que fuera a Santiago de Cuba a
otear el ambiente. Yo era entonces ejecutivo y columnista del periódico,
así que me fui acompañado por Fernando Alloza, un gran reportero,
republicano español, que había sido dirigente comunista en sus años
mozos, por lo que era un magnífico detector de los síntomas que otros
todavía no querían reconocer. Allí supimos de los primeros y horrorosos
fusilamientos dirigidos por Raúl Castro. Hablamos con muchos amigos, con
gran cautela, pues el embullo, aun entre la gente más anticomunista,
era desconcertante. Uno de los pocos que analizaba muy preocupadamente
la situación era el Dr. Fermín Peinado, profesor universitario,
dirigente católico y que había sido comunista también en su juventud.
Para él no había dudas de la fuerte tendencia marxista de muchos
dirigentes del 26 de julio. Volvimos a La Habana, y dos de los dueños
del periódico Información, José Ignacio Montaner y Pedro Basterrechea,
nos pidieron que tratáramos de ir a Santa Clara para ver a Castro antes
de que se presentara en La Habana. Y así lo hicimos.
El 6 de enero -dos días antes de que el «Máximo Líder» llegara a la
capital- nos entrevistamos con él en un rincón del Gobierno Provincial
de Santa Clara. Allí conversamos a solas con Castro, Alloza y yo. De vez
en cuando interfería Celia Sánchez que cortaba la entrevista pues Fidel
tenía que salir para Cienfuegos a un mitin público.
Luego de preguntarme por Estela, y de amenazar con ir a casa a
comerse un arroz con pollo, me comenzó a criticar a Belén, a la oratoria
de Rubinos y a «toda las boberías que nos enseñaban allá». Añadió que
no tenía la menor intención de visitar el colegio, que los curas le
habían negado el permiso a algunos empleados para ir al Moncada. Por
cierto, varios de los que fueron murieron en el asalto. Fidel oscilaba
entre un afecto jacarandoso y momentos iracundos. Nos hizo una apología
del papel que habían jugado los comunistas en la lucha contra Batista y
echó pestes contra los Estados Unidos. Se burló con ironía y sarcasmo de
figuras políticas muy vinculadas a la revolución, muchas de las cuales
integrarían el Gabinete con Urrutia. Trató de refutar nuestras
observaciones críticas y, en algún momento, perdió la ecuanimidad. No
obstante se quiso retratar con nosotros y enviar un saludo al pueblo de
La Habana, de su puño y letra, a través de Rasco y Alloza. Nos dijo que
fuéramos a oírlo a Cienfuegos. Cosa que hicimos. Allí dio un mitin
público, de madrugada, con un tiempo friolento, y desbarró
incoherentemente contra los Estados Unidos, el embajador norteamericano y
otros elementos «contrarrevolucionarios». Volvió a hablar de los
imaginarios 20,000 muertos de Batista. Hablaba inconexamente,
balanceándose como si estuviera algo borracho.
Pero al salir de la entrevista de Santa Clara, antes de ir para
Cienfuegos, pudimos ver a muchos compañeros comunistas de la
universidad. Allí nos encontramos también con otros amigos no
comunistas, algunos de los cuales, bajaban de la Sierra. Entre ellos,
Manolo Artime y Pardo Llada, que estaban aterrados de la penetración
comunista y de la fría crueldad de los jefes implacables.
Regresamos a La Habana. Allí hablamos con obispos, embajadores,
políticos y amigos. Pero entonces tampoco «nadie escuchaba». En el
campamento de Columbia, donde ocurrió el fenómeno calculado de la
paloma, salimos preocupados con el discurso de nuestro antiguo compañero
de aulas.
El discurso del 8 de enero de 1959 en Columbia no era el clásico
discurso criollo del triunfo, de fiesta y alegría. Nada de
reconciliación ni de apaciguamiento, en un momento en que todo el mundo
quería convivir en paz y unión. Fue una típica pieza dialéctica de
guerra, de amenaza y divisionismo, a pesar de aquello de ¿armas para
qué? Sólo para desarmar a cualquier competidor. Un ataque violento al
Directorio Revolucionario, contra Rolando Cubelas y Faure Chomon.
Un querido profesor de Belén, embobado con la revolución, al día
siguiente del discursito de la paloma me dijo, al ver mis observaciones
de aguafiesta: «Tienes el diablo metido en el cuerpo, le tienes envidia a
tu compañero de curso… tú le ganarías en el colegio… pero ahora él es
quien va a triunfar…»
Aquel profesor, deslumbrado muchos años con la revolución, al fin
murió en el exilio. Así andaban los ánimos pasionales por aquellos días.
Aun los más doctos sucumbían ante el hechizo carismático de Fidel y de
la paloma que cayó sobre sus hombros, que algunos blasfemos decían que
era el Espíritu Santo.
El 22 de enero frente al Palacio Presidencial, Fidel convocó a una
gran concentración donde la gente masivamente pedía «¡paredón!
¡paredón!» para los batistianos, «asesinos de 20,000 cubanos». Erizaba
ver aquella multitud fanatizada y engañada por una demagogia bien
calculada y, alrededor del líder, algunos «burgueses» ya en el gobierno o
aspirando a entrar, con caras hoscas: engreídos, pretendiendo ser más
jacobinos que nadie; confundidos con el triunfo que pronto los
defraudaría.
A la salida de Palacio Castro se encontró conmigo y de sopetón me
dijo: «Tú vienes también a Venezuela, ¿verdad?» «No pensaba», le
contesté, «y además, no he sido invitado como periodista». Y dio órdenes
entonces a algún ayudante para que me pusieran en la lista. Así fue.
La organización y la salida de aquel viaje fue todo con gran desorden
y atraso. Al llegar a Maiquetía, la escalerilla del avión se desbarató
por el peso de la aglomeración de visitantes y visitados y caímos todos
al suelo. Una de las azafatas se fracturó alguna costilla y tuvimos que
llevarla, junto con otros al hospital más cercano en La Guaira. Así que
salimos de allí en ambulancia. En este viaje un miliciano murió víctima
de las hélices de un avión.
El entusiasmo popular fue desbordante. Se veía a Castro como un nuevo
Bolívar, lo que aumentaba su megalomanía afirmando públicamente que la
nueva Sierra Maestra debería ser Los Andes.
En la Embajada de Cuba, en Caracas, nos reunimos con él, el P.
Alberto de Castro y Celia Sánchez, a ratos, en un cuarto de baño, pues
era el único espacio libre de gente que quedaba en la Embajada. Allí
Castro me juró que no era comunista, sino «humanista» y como «prueba» me
mostraba las medallitas que llevaba en una cadena al cuello, todo lo
cual «se la habían regalado varias mujeres y hasta una monjita» en su
cabalgata de Oriente a La Habana. Y echó pestes de algunos comunistas.
Pero cantinfleó bastante al tratar de justificar algunas medidas
revolucionarias adoptadas de corte totalitario y comunistoide. Nos pidió
que lo ayudáramos en sus luchas, sin más precisión.
En Venezuela pudo engañar a casi todo el mundo menos al sagaz Rómulo
Betancourt, ex-comunista, que detectó, y nos confesó, la peligrosidad de
Castro.
Pocos días después me llamó Castro para que le preparara un proyecto
de ley sobre la prensa, a fin de acabar con los subsidios y botellas que
recibían muchos periódicos en Cuba a costa del erario público. Yo me
reuní con algunos periodistas amigos, miembros del Bloque de Prensa, y
elaboramos un modesto esquema, totalmente democrático y liberal, que le
entregué personalmente a Castro y que debió ir al cesto de basura
rápidamente. Pero lo más interesante del caso fue que me pidió que se lo
entregara en el Hotel Hilton donde tenía uno de los lujosos asientos de
su poder. Lo esperaba en el «lobby» del Hotel, repleto de gentes
importantes, del viejo y nuevo régimen, que querían ver a Fidel para
interceder por los presos y por otros amenazados con el paredón. Pero
Castro entró al salón sin saludar a ninguno de los personajes que allí
estaban. Y se dirigió a un guajirito infeliz, su compañero en la Sierra.
Lo abrazó, lo agasajó y gritó para que todos oyeran que «con éstos son
con los que hay que gobernar, no con la partida de arribistas que están
aquí». Y le dijo a Celia que le diera todos sus teléfonos y que él podía
visitarlo aún cuando estuviera en una reunión en Palacio.
Luego de tantas zalemas y desprecio me pidió a mí y a otros, que lo
acompañáramos a su despacho. Cuál no sería mi asombro cuando tan pronto
entramos en el ascensor le ordenó a su ayudante que prendiera a ese
guajirito -creo que su apellido era Rodríguez- que antes había saludado
con tanta emoción.
Pero, eso sí, ordenó «que fuera el Che quien lo hiciera». El Che,
consternado, cumplió y lo encerró en La Cabaña sin dar explicaciones.
Pero para muchos revolucionarios aquella decisión fue absurda e
incomprensible. Se trataba de un capitán de la Sierra. Las protestas no
se hicieron esperar.
Poco días después tuve que ir a Palacio con un grupo de profesores y
alumnos de la Universidad de Villanueva, para protestar contra aquella
absurda Ley 11 que era un ataque directo a la Universidad de Villanueva y
a otras universidades privadas. La ley desconocía y anulaba los títulos
y exámenes habidos durante la insurrección contra Batista. Llegué una
hora antes de la cita para imponerle a Castro de la injusta situación
que, desde luego, no quiso resolver, no obstante sus palabras al grupo
que vino a reclamarle.
Mientras llegaban los visitantes, presididos por Mons. Boza Masvidal,
a la sazón nuestro rector de la Universidad de Villanueva, Fidel se
burlaba de su Ministro de Hacienda (Rufo López Fresquet) por sus
impuestos a la crónica social. Luego llegó el Che Quevara quejándose de
lo absurdo de prender al capitancito guajiro de la Sierra «ya que no era
batistiano, ni latifundista, sino que había sido compañero diario en la
lucha, que nos hacía café…»
De pronto Castro se abalanza sobre el Che, lo agarra por la solapa y
le dice «pero Che no seas comemierda, ¿no te acuerdas de quién era ese
en la loma…? Era el anticomunista más definido que teníamos allá…» El
Che, pausadamente, le advirtió «Fidel, las cosas no se pueden hacer así,
hay que ir poco a poco…» A lo que Castro respondió: «Mira Che, haz lo
que quieras, lo dejas que se pudra en La Cabaña, lo fusilas o lo largas
para el exilio… pero no quiero verlo más…»
Este diálogo que pude escuchar indica también la gran capacidad de
Fidel para la mentira y la hipocresía, así como su cinismo frío y cruel.
El sentido de compañerismo o de amistad no habita en él. Al mismo
tiempo indica la capacidad de sumisión del Che ante Castro.
Menos implacable que su jefe, Guevara montó al desgraciado compañero
de armas en un avión, unos días más tarde, hacia New York. Al llegar al
aeropuerto «La Guardia» el infeliz capitancito sacó su revólver y se
pegó un tiro. Dejó una carta que alguien le escribió, puesto que era
analfabeto, en la que confesaba su decepción por aquel proceso al que
tanto tiempo y esfuerzo había dedicado.
Este hecho, todo él de un surrealismo subido, refleja la inmensa
capacidad histriónica del señor Castro y su revolución y su doble cara,
una para el mundo ajeno y externo y otra para su círculo interno y
secreto.
DE VIAJE POR LAS AMÉRICAS (1959)
Otra vez me tocó representar al periódico Información en el
viaje de Castro a los Estados Unidos, invitado por la Asociación de
Editores de Periódicos. El periplo se extendió a Canadá y Sur América.
Así que después de visitar Washington, New York, Princeton, Harvard y
Boston, pasamos a Toronto, y luego de una imprevista parada en Houston,
seguimos hacia el Cono Sur: Buenos Aires, Montevideo, Brasilia.
Aquello fue una experiencia única. Sería imposible contar todas las
vicisitudes de aquel alocado periplo. Nunca olvidaré a quien fue un
magnífico amigo y compañero de viaje, Nicolás Bravo, siempre agudísimo
en sus comentarios, veterano de la CMQ, que estaba también convencido
del carácter comunista de la revolución, y pensaba que había que
observarla con mucho cuidado.
No faltaron nuevas discusiones nuestras con Castro, que se hacían
cada vez más abiertas para asombro de algunos colegas. En la misma
escalinata del Capitolio de Washington, luego de su entrevista con
Nixon, discutimos sobre el problema de las elecciones, de la reforma
agraria y de otros temas. Castro perdió los estribos aquella noche ante
nuestros puntos de vista contrarios.
En el vuelo hacia Brasil Fidel se sentó en el avión al lado mío por
un rato. Me reiteró que él era un «humanista», «un socialista no
comunista». Que el problema con la Iglesia se iba a arreglar, como el
del Colegio Baldor… Me pidió que le explicara quién era Maritain y lo
que sostenía la corriente demócrata-cristiana. Entonces me dijo que su
revolución también era cristiana… Me dio tres razones por lo cual me
decía que no era comunista, en su inútil empeño para alejar mis
objeciones.
La primera -me dijo- porque el comunismo es la dictadura de una sola clase y «yo siempre he estado contra toda dictadura».
La segunda, porque el comunismo es el odio y la lucha de clases y que
él «era alérgico a toda lucha que implicara odio» y la tercera porque
«choca con Dios y con la Iglesia».
Le contesté, ya molesto de su hipocresía, y le dije «facta non
verba», Fidel, hechos, no palabras. Si eso es así ¿por qué has
convertido la pantalla de televisión en una irritación contra el que
tiene dos pesetas y contra las señoronas que juegan canasta?» Al final
me dejó por imposible y me dijo «chico tú tienes razón… voy a cambiar».
Se levantó de mal humor y se fue sin más comentarios.
Durante el viaje había una serie de cubanos comunistas que no iban
oficialmente en la rara expedición, pero que se entrevistaban a diario
con él, preferentemente de noche. Formaban parte de lo que algunos
llamaban «el gobierno paralelo», es decir, los que de verdad decidían
las cuestiones fundamentales. Este gobierno secreto ya existió desde la
insurrección. Realmente desde el principio el poder revolucionario
estaba en manos de Castro y sus amigos, en su mayoría gente joven de la
nueva ola comunista, aunque Carlos Rafael Rodríguez, comunista de la
vieja guardia, participó también. Rodríguez se convirtió por un tiempo,
en el puente hacia la vieja guardia del PSP (Partido Socialista
Popular), bastante desprestigiado por sus buenas relaciones con Batista.
También Carlos Rafael resultó elemento de enlace clave con los
soviético. Núñez Jiménez, Alfredo Guevara y otros solían reunirse con el
Che Guevara y Castro en Tarará, donde el guerrillero argentino se
reponía de sus achaques. Luego fueron frecuentes algunas reuniones en
Cojímar en las que elaboraban planes para llevárselos a Fidel.
Durante el vuelo, pude ver a Alfredo Guevara y otros comunistas
hablar a escondidas con Fidel, como miembros del llamado «gobierno
paralelo», que bajo el mando absoluto de Castro, dirigían todos los
primeros balbuceos de sus intenciones pro-comunistas. Las discrepancias
siempre las decidía Castro. Esta fue la razón de la imprevista visita a
Houston para entrevistarse con Raúl Castro sobre temas muy candentes
como las invasiones a Panamá y a otros lugares, así como lo que se haría
el lro. de mayo que se aproximaba. Castro pensó que todo aquello era
inoportuno durante su viaje exhibicionista.
En Washington Castro le jugó una mala pasada a su equipo económico
que mantenía muy buenas relaciones con financieros del gobierno
norteamericano y de los organismos internacionales. Estuve en una
reunión en la Embajada cubana, donde Castro anuló todas las gestiones y
compromisos que se habían hecho para recibir ayuda económica, dejando en
una mala posición a Rufo López Fresquet, a Felipe Pazos y demás
gestores. Castro vociferó allí que él no era un mendigo internacional y
que él no había venido invitado por la Asociación de Editores de
Periódicos de los Estados Unidos para firmar acuerdos con el gobierno
norteamericano.
Aquella invasión de milicianos uniformados, con trajes de fatiga, que
acompañaban a Castro, desesperaba al Embajador Ernesto Dihigo, profesor
de la Universidad, hombre de gran cultura, que no podía soportar el
primitivismo de aquella gente que ponía las botas sobre las mesas,
quemaban alfombras con las colillas de los cigarros y cometían todo tipo
de tropelías. Además, el señor Embajador estaba molestísimo por la
falta de seriedad y puntualidad del visitante que tan pronto suspendía
las citas como las demoraba sin previo aviso. Dihigo ya estaba
preocupado seriamente por la penetración comunista en la revolución con
la complicidad castrista.
En Brasil, el Embajador argentino en La Habana Amoedo, buen amigo mío
y crítico solapado de la revolución, siempre nos hacía comentarios bien
irónicos de aquel loco viaje y del viajero principal. En el almuerzo,
en Brasilia, Castro, ante la oficialidad brasileña, pretendía saber más
que ellos de cuestiones militares, mostrándose como un tipo descompuesto
y paranoide.
Por cierto, ante las críticas que algunos periodistas le hicieron en
Brasil, Castro, en el avión, nos dio un largo «show» de iracundia contra
todo los que le hacían la menor objeción. Y más de una vez para asustar
a los viajeros, con la cabina abierta, trataba de manejar el timón del
Britania Turbo-jet que nos llevaba, con gran preocupación del Capitán
Cook y de toda la tripulación. A ratos se paseaba por los pasillos con
furias de gato encerrado.
Otro gran espectáculo lo dio Castro en Buenos Aires en la «Reunión de
los 21», orquestada por la OEA, donde proclamó la obligación del
gobierno norteamericano de aportar 30,000 millones de dólares para
América Latina3. El que había dicho unos días antes en
Washington que no quería un solo centavo de las arcas norteamericanas,
ahora, sorpresivamente, proclamaba la obligación que tenía la América
rubia de atender el desarrollo latinoamericano, incluyendo a Cuba con
una masiva ayuda en dólares. Sus alegatos entusiasmaban a muchos y
revelaban la medida de su odio contra los norteamericanos.
Regresamos a La Habana el 7 de mayo de 1959 en un largo, disparatado y
costoso viaje de 21 días, cuyo principal objetivo era repetir por toda
la América una caravana similar a la que había realizado Castro en su
lenta marcha de Santiago a La Habana y exhibiéndose en su afán
narcisista y megalomaniaco por la televisión y demás medios de prensa.
El desorden, la irresponsabilidad y la desfachatez con que se atrevía
a inmiscuirse en problemas ajenos de otros países, no tenía paralelo.
Castro pontificaba de todo y sobre todo, con la audacia y la agresividad
alocada que lo caracteriza. Todo aquello no era más que una
representación de la figura de la propia revolución tal como la
retrataba, la clonaba, su propio «líder máximo». La incertidumbre, el
temor, la zozobra, los palos de ciego, las contradicciones verbales, son
tan típicas de Castro como de la revolución. Este viaje de tres semanas
me daba la medida exacta de lo que era y sería aquel movimiento que se
inició bajo la etiqueta del 26 de julio y que tanto desorientaba a los
que buscaban una revolución honesta y democrática dentro de un definido
estado de derecho.
Nuestra experiencia personal, como condiscípulo de Castro y el acceso
que me dio mi condición de periodista y abogado, me llevó, con otros
amigos, a la consideración de vertebrar un ideario y una organización
democrática de inspiración cristiana, de acuerdo con la corriente
mundial que en Europa y América había hecho frente al comunismo y
establecido democracias con alto sentido ético y de justicia social.
Al fundarse el Movimiento Demócrata Cristiano (MDC), Fidel habló
bien, en algunos sitios y en entrevistas de radio y televisión, del
grupo inicial y de mi persona. Decía que había que acabar con la vieja
politiquería, con partidos nuevos, con gente joven y de principios.
Pero pronto me envió un recado para que lo fuera a ver al INRA
(Instituto de Reforma Agraria). Y allí fuí. Después de una larga
perorata sobre la situación, me advirtió que el MDC y yo podrían
subsistir siempre y cuando no criticáramos a la revolución. Al
contestarle que no seguíamos a hombres y a etiquetas sino a ideas y
proyectos concretos, que alabaríamos lo bueno y criticaríamos lo malo
que viéramos, montó en cólera, se puso de pie y me dijo que me atuviera a
las consecuencias. Nosotros fuimos arreciando en nuestras críticas y
una comparecencia en televisión, por la CMQ desató la persecución contra
el MDC y nos forzó a escaparnos por la vía del exilio, a través de la
Embajada del Ecuador, dignamente representada entonces por don Virgilio
Chiriboga.
CAUDILLISMO SUI-GÉNERIS
Castro tiene todas las características del caudillo, del «duce», del
«führer». Es una simbiosis del clásico caudillo hispanoamericano, pero
con una proyección ideológica que escapa a la simple concepción
caciquezca. Es un tirano con bandera, es decir, un abanderado de una
ideología que ha tratado de imponer en su propio pueblo y con un
espíritu propagador, de proselitismo internacional. Siempre quiso
convertir la Sierra Maestra en los Andes y los Andes en toda la
geografía africana y asiática, en todo el orbe tercermundista. Cuba ha
sido escuela, arsenal, acorazado y aeropuerto para un intento falaz de
crear hombres y países nuevos, que respondan a ciertos credos políticos y
a estrategias antiimperialistas.
El caudillismo de Castro, no obstante brotar de un mundo isleño, ha
querido saltar sobre mares, aires y tierras, sin detenerse en
consideraciones éticas o jurídicas. Sus ambiciones imperialistas lo han
hecho señor de horca y cuchillo, tratando inútilmente de emular a aquel
imperio donde jamás se ponía el sol.
Su peculiaridad caudillística ha sido la resultante de aquellos
héroes admirados en su etapa juvenil. De Maquiavelo aprendió a
justificarlo todo. De Adolfo Hitler y de Mussolini sus resabios
impositivos e invasores. De Mao Tse Tung tomó el gran poder de
simulación. De Franco -gallego como él- la tenacidad en la perpetuación
del poder. De Lenin y Stalin sus rejuegos estratégicos y sus crueldades.
De Marx el trasfondo ideológico de ideas matrices sobre el odio, la
lucha de clases, la propiedad privada, la revolución mundial y otros
títulos de mucha plusvalía revolucionaria. Si todos estos capitanes de
la historia se batieran en una cotelera, el trago amargo resultante
sería Fidel Castro. Sé que todos estos personajes fueron objeto de sus
lecturas largas, meditadas y memorizadas. No hay que pensar que Castro
es un analfabeto político. Incluso hay que reconocer que sus lecturas
martianas han sido abundantes desde muy joven. Y aunque sustancialmente
es el antípoda martiano que tergiversa la doctrina fundamental
montecristina, algo de lo que hay de utopía en José Martí caló,
zurdamente, en el decir castrista.
Castro es, pues, un caleidoscopio de infinitos matices y colores. La
contradicción es la espina dorsal de su pensamiento. De ahí la
dificultad de conocer todas las aristas de su trasfondo doctrinal y
humano.
LA REVOLUCIÓN AMBIDIESTRA: TRAICIONADA Y TRAIDORA
La revolución que surgió de la Sierra Maestra logró aunar a casi toda
la gama política y social del pueblo cubano. La propaganda psicológica
logró el milagro de unificar todos los grandes sectores y estamentos
sociales en la lucha contra el dictador Batista repudiado por las
grandes mayorías.
La trampa fidelista -con su genial sentido publicitario- ganó la
guerra más que con las pocas batallas guerrilleras con la atmósfera
psicológica que logró crear en la Sierra y en el Llano, en la
clandestinidad y en el exilio. La derecha cubana apoyó al «Robin Hood»
de las cercanías del Turquino casi con el mismo entusiasmo que la misma
clase obrera y el campesinado. La gran prensa norteamericana convirtió
lo que era un juego de escondite en las montañas en una fuerza hercúlea
dirigida por un Paul Bunyan cubano.
En realidad, toda la tónica propagandística giraba en torno a un
proyecto bien burgués y conservador: Restauración de la Constitución del
40, elecciones generales en un plazo relativamente corto, honradez
administrativa y restablecimiento de todas las libertades democráticas.
El viraje social y radical surgió después que el castrismo se impuso.
En ese sentido el pueblo vio que su revolución fue traicionada porque
sus verdaderas inquietudes se anclaban en el mundo político de la
democracia representativa. Así cabe hablar de una revolución traicionada. Pero claro que cuando hay traición es porque hay un traidor,
que hoy todos reconocen en el personaje central. No hay que ser muy
zahorí cuando se estudia el proceso que se inició con el desembarco del
Granma para ver cómo el cálculo y la previsión socialista dirigían el
pensamiento y la acción de los principales aliados del caudillo. En
honor de la verdad, las iniciativas de la Sierra eran totalmente
independientes de lo que otros grupos de acción hacían en el Escambray,
en Miami, Washington, New York o Caracas.
Los clamores de unidad y de fusión eran siempre rechazados con
insistencia por el caudillo de la Sierra. Por ello Gastón Baquero ha
señalado que muchos se quisieron engañar o no pudieron contrarrestar los
úcases monopolizadores que venían de las lomas. Así, pues, la
violencia, la guerra y la venganza ya se habían establecido desde antes
de bajar de las alturas y los fusilamientos, desde entonces, eran parte
de «la justicia revolucionaria».
La revolución, desde sus inicios, utilizaba ambas manos para indicar
sus caminos. La derecha predominaba en la gran propaganda que se lanzaba
por Radio Rebelde para Cuba y para la opinión mundial. La izquierda se
usaba más sutilmente para firmar compromisos con los camaradas que
subían, bajaban o permanecían en las guaridas selváticas.
La mano zurda era la que menos ruido hacía pero apretaba el puño con todo su simbolismo. Ahí estaba la revolución traidora. La del cálculo, la de la estrategia, la agazapada, controlada por ese autócrata manipulador.
INGENUIDAD POPULAR Y COMPLICIDAD DE LAS DIRIGENCIAS
El pueblo cubano es generoso y noble, pero de un espíritu emotivo y
sentimental, que lo hace poco amigo del examen crítico, objetivo o
veraz. Somos por ello de reacciones muy pendulares e inestables. Lo que
indica una lamentable inmadurez política. Vivimos del «wishfull
thinking», del «ojalá suceda». «Ojalateros», decía Pastor González,
aquel gran cubano que luego de mucho ajetreo público cambió la tribuna
política por el púlpito sagrado.
En verdad, creo, que todos los países tienen siempre una masa crédula
e ignorante que suele pesar más de lo recomendable en cualquier balanza
política. Un pueblo tan culto y filosófico como el alemán fue víctima
de los cantos de sirena de Adolfo Hitler. Y los italianos y los
argentinos -perdónese si puede haber redundancia- se emborracharon con
los piropos de Mussolini, de Perón y de Evita.
De todos modos, nuestra idiosincrasia optimista, románticona y
jacarandosa, nos cantaba siempre que en Cuba «no hay problema» y la
«toalla» era una pieza de uso político para secar muchas lágrimas. En el
«totí» recaían siempre todas las culpabilidades. Y en todo caso la
geografía, «las noventa millas», «los gringos», no permitirían que en
Cuba ocurrieran ciertas cosas…
Pero la responsabilidad de las clases «vivas» y de todas las
dirigencias, desde la política hasta la religiosa, dejaba bastante que
desear.
Castro, con su dialéctica morbosa, ha sabido condenar cualquier tipo
de intervencionismo sobre Cuba mientras él, sin el menor recato, ha
mendigado al mundo entero, especialmente a la ex-Unión Soviética, todo
tipo de ayuda al tiempo que sus propias tropas y sus infiltraciones
invasoras, violan todas las soberanías posibles a su alcance. Un caso
bien ejemplar de su maquiavélico proceder ocurre con el problema del
embargo norteamericano. Independientemente de la razón o sin razón del
mismo, él es quien tiene impuesto sobre Cuba un embargo interno,
negándole a los propios ciudadanos lo que les da a los turistas, y a la
«la nueva clase». Y, al mismo tiempo, subestima al peso cubano y
beneficia a los pudientes que consiguen dólares. Todo lo cual, además de
la ineficiencia del sistema, tiene una intención política de hacer al
pueblo dependiente de las arbitrariedades del gobierno.
El internacionalismo castrista ha originado, paradójicamente, un
aislacionismo mayor de la Isla. Y su geopolítica intervencionista ha
provocado una peligrosa penetración cubana en casi todas las latitudes
tercermundistas con resultados nefastos para esos pobres países y
violando, sin escrúpulo, la soberanía de esas naciones.
LA ESTRATEGIA CASTRO-COMUNISTA, ¿ES CASTRO COMUNISTA?
Esta es una eterna discusión entre los adictos al tema de la
Revolución castrista. No es fácil dar una respuesta de sí o no. Los que
por privilegio -o infortunio de las circunstancias- pudimos penetrar un
tanto en el laberíntico proceso mental del «líder máximo», y de algunos
de sus acólitos, podemos concluir nuestra tesis. Respeto, pues, las
opiniones contrarias, pero para mí ya no cabe la menor duda de que
Castro es, fue y será, marxista-leninista como él mismo terminó por
decir -y desde entonces nunca se desdijo-. Ahora mismo, cuando se ha
quedado prácticamente solo, con un país en ascuas, el testarudo
gerifalte del único gobierno comunista en América, sigue izando la
bandera roja. Hubiera sido muy fácil, por justificaciones económicas,
haber dado el viraje, lo que le habría ganado la simpatía y la ayuda de
los Estados Unidos y de casi todos lo países de Europa y de América
Latina. Incluso de la desvencijada Unión Soviética a la que hubiera
podido servir hasta de modelo. Acaso así Castro podría recuperar parte
de su carisma hoy tan arrugado por sus fracasos e impotencias.
Si por los frutos los conoceréis ahí tenemos a Castro dueño y señor
de la revolución marxista, quizás más ortodoxa de todas las que se
conocen. Creo que nadie -ni siquiera los rusos- alcanzaron la velocidad y
aceleración de los primeros tiempos de la revolución totalitaria en que
resultó el trágico ensayo cubano. Las drásticas reformas en Cuba, en
1959, 60 y 61 no tienen que envidiar nada de lo que se hizo en
Checoslovaquia, Hungría, Polonia o en la misma Unión Soviética en los
primeros años de imposición marxista. La comunización de Cuba dejó
pequeños otros procesos similares. Si Castro siempre decidía todo y la
revolución resultó marxista, fue justamente porque el máximo líder lo
quería. De lo contrario la revolución hubiera seguido el curso
democrático que el pueblo buscaba.
Desde el principio, siguiendo el patrón comunista, se concentró en
montar su sistema de propaganda y su aparato represivo de inteligencia y
terrorismo. La efectividad mayor de este régimen ha recaído en su
capacidad publicitaria -Castro tiene mucho de Goebbel- y en su poderoso
instrumento policiaco-militar de seguridad. -Castro tiene mucho de
Stalin-. Esos han sido sus dos grandes éxitos: la propaganda y la
represión y siempre en íntima dependencia del culto a la personalidad
del «líder máximo».
FIDELO-COMUNISTA
El argumento esgrimido por algunos de que Fidel es fidelista antes
que todo, olvida que Stalin fue stalinista primero que comunista como
Kruschev fue kruchevista, Lenin leninista, o Ramiz Alia, ramizista. El
comunismo ha sido un medio más que un fin para buscar el poder absoluto
de sus líderes y mantenerse en él, ha sido un ropaje para vestir la
dictadura del proletariado lo mismo en Cuba que en otros países.Y en
ningún caso se ha seguido al pie de la letra el recetario
marxista-leninista para alcanzar el poder o mantenerlo. El
individualismo de los jefes ha primado sobre el colectivismo socialista,
es decir el capitalismo de estado.
FIDELO-OPORTUNISTA
Tampoco el hecho de que Castro sea un oportunista -que lo es- es
razón suficiente para conceder que no es comunista. No conozco un solo
capitoste del comunismo internacional que no sea oportunista. El
terrible Honecker también lo fue como todos sus sucesores, como
Jaruzelski o Gomulka en Polonia, como Zhivkovo en Bulgaria. Que Castro
pudo haber sido nazista tampoco lo exime de su totalitarismo marxista.
Cualquiera -o al menos algunos- de los líderes marxistas pudieron haber
cambiado la hoz y el martillo por la misma swástica si el nazismo
estuviera de moda o se hubiera impuesto. Después de todo el
nacional-socialismo y el socialismo marxista son primos hermanos bien
llevados. Por ello supieron firmar pactos de no agresión cuando las
conveniencias así lo aconsejaron. Que Castro tiene mucho de nazista es
cierto. Lo cual sólo refuerza su condición de comunista manipulador y si
hubiera habido vientos favorables a su ascensión por la escalera
nazi-fascista lo hubiera hecho. Pero su sentido estratégico le dijo que
no era el momento para ser nazista ni siquiera para ser un dictador
tropical. Por eso no quiso ser tampoco un mero autócrata al estilo de
Batista, Somoza, Strossner, Pérez Jiménez o cualquier otro al uso. Le
provocaba más la figura de un Tito -que fue también profundamente
titoista- o el chino Mao que jugó todo tipo de cartas para mantenerse en
el poder. En su oportunismo la carta marxista-leninista fue la
escogida. La motivación se aprovechó de la oportunidad.
Creo que si no hubiera habido toda una concepción
ideológico-estratégica definida, Castro no se hubiera lanzado en busca
de un socialismo marxista, a 90 millas del Tío Sam, que en un principio
estuvo feliz y presto para encauzar a Cuba por la vía democrática y
capitalista como correspondía a sus mejores intereses. Pero Castro
aspiraba a ser algo más que un dictador títere de los Estados Unidos. Y
prefirió escoger su carta marxista, en una etapa de guerra fría, a pesar
de que su triunfo se debió, en gran parte, a la actitud final de los
Estados Unidos contra Batista, al cual abandonaron y le decretaron un
embargo de armas que sirvió de jaque mate para acorralar al entreguista
ejército batistiano. Así se dio luego la paradoja de que los dos grandes
poderes del mundo, a partir de Kennedy y Kruschev, se convirtieron en
los mejores guardaespaldas de la tiranía castrista o castro-comunista.
DE LA NEGACIÓN A LA AFIRMACIÓN
Que Castro negara reiteradamente su condición de comunista en una
Cuba, donde la simpatía hacia esa ideología era realmente muy pobre, es
explicable. Castro, que, de tonto no tiene un pelo, lo sabía
perfectamente y, por eso, reiteradamente, en público y en privado,
negaba su posición y su mentalidad comunista. El uso de la mentira, así
como cualquier medio que sirva en un momento dado a la revolución, es un
principio muy leninista, tal vez aprendido de Maquiavelo.
La dialéctica marxista, por otra parte, hace de las contradicciones
toda una teoría para su desarrollo. Sólo cuando las condiciones
objetivas y subjetivas son propicias para la definición se reconoce el
hecho. Mao-Tse-Tung, en la China, al principio se presentaba como un
mero reformador agrario.
El Partido Comunista de Cuba, dominado por la vieja guardia, no quiso
apostar inicialmente por este joven revolucionario que surgía. Castro
pretendía dominar y por eso prefirió no pertenecer a sus huestes, como
sí lo hizo Raúl en 1953. Prefirió prepararse para manipular el viejo
esquema cuando lo creyera oportuno. Para ello, desde la Universidad, ya
empezó, como hemos visto, a codearse con todos los elementos
filo-comunistas y comunistas, buscando aliados para acaparar el control.
Lo mismo trató de hacer en el Partido Ortodoxo que, paradójicamente,
tenía como dirigente a Chibás, bien anticomunista, pero la organización
estaba minada por comunistas más o menos confesos en aquella época. Hay
que recordar que aunque el comunismo cubano no tenía fuerza electoral de
primera potencia sí poseía disciplina, organización y afanes de
infiltración y de conquista del poder, desde que Fabio Grobart comenzó
su diligente labor de zapa. Antes de salir el Granma de Méjico, el caldo
comunista ya hervía. El Che no se incorporó de ingenuo en la partida.
Pero la CIA dormía mientras la KGB actuaba. Las guerrillas calientes
entibiaban la guerra fría.
CONTRADICCIONES DIALÉCTICAS
En el Moncada combatieron sólo dos comunistas reconocidos. Según
Melba Hernández, entre los moncadistas estaba prohibido mencionar las
tesis marxistas. Pero tampoco hubo críticas al comunismo por parte de
Fidel en su etapa insurreccional. Sin embargo, la propia Melba Hernández
sostuvo que Abel Santamaría -muerto en el Moncada- siempre insistió en
la necesidad de que Fidel se hiciera comunista. En el famoso discurso
«La Historia me Absolverá» -que tiene un buen tramo de plagio a Hitler-
entre líneas, en interpretación de Gastón Baquero, se podía sospechar un
espíritu marxista larvado.
Debray ha insistido, que en la técnica cubana, Castro sustituyó el
Partido por el Ejército. Acaso por eso el Che decía que el ejército de
las sierras ya podía contar con un programa mínimo de acción, puesto que
en sus tropas el adoctrinamiento no era escaso. Nunca se olvide que
para Castro todos los métodos y medios son buenos siempre y cuando sean
útiles para sus planes, independientemente de que resulten ortodoxos o
heterodoxos desde el punto de vista marxista-leninista.
PASO A PASO…
Carlos Rafael Rodríguez jugó un papel clave en el proceso de
afirmación marxista de Castro y en el casamiento de lo que fue en un
principio un mero amancebamiento del Comandante en Jefe con los viejos y
nuevos comunistas. Así primero se armó aquella ORI (Organizaciones
Revolucionarias Integradas) que amparaba a las siglas más involucradas
en el proceso. Luego se llamó el PURS (Partido Unido de la Revolución
Socialista) y finalmente, sin máscaras, el PCC (Partido Comunista
Cubano) en 1965.
Castro, desde luego, no es un aliado seguro de nadie. Sus relaciones
con la Unión Soviética y la China comunista han sido siempre variables y
temperamentales, como todo lo suyo, y van desde la sumisión abyecta
hasta la hepática rebeldía. Sus conversaciones con los rusos -de modo
abierto- comienzan en Cuba desde el propio año 59, casi siempre se
celebraban en el INRA (Instituto de Reforma Agraria). Su director -Núñez
Jiménez- jugó un importante papel en el interregno paralelo. Según
Fabio Grobart, la fusión incipiente de todos los elementos de la vieja y
la nueva guardia comenzó en 1959. Pero los asistentes a aquellas
reuniones eran tamizados siempre por el filtro de Fidel. Los más asiduos
al conciliábulo: el Che, Camilo, Raúl, Blas Roca, Ramiro Valdés y
Alfredo Guevara. Alguien dijo: «Mierda, ahora que somos gobiernos
tenemos que seguir reuniéndonos ilegalmente».
PERO ACELERACIÓN HISTÓRICA
La velocidad de la comunización ya en el propio año de la victoria es
increíble. Castro había dicho que si en el Turquino hubiera proclamado
su socialismo no hubiera podido bajar de la loma. Pero ahora impulsaba
-aunque sin aparecer directamente- medidas de indoctrinación y de
propaganda marxista. El lro. de enero ya salió la primera edición del
periódico oficial del PSP, «Hoy», que había sido clausurado durante
mucho tiempo. Enseguida surgieron las EIR (Escuelas de Instrucción
Revolucionaria). Otro gran centro de adoctrinamiento se instauró en la
Primera Avenida de la Playa en el que colaboraron, entre otros, Leonel
Soto, Valdés Vivó, Lázaro Peña, y Blas Roca.
Un «Manual de Preparación Cívica» cargado de doctrina marxista se
hizo pronto texto para escolares. La entrega a los comunistas de la CTC
(véase el capítulo VI) fue una de las «bravas» más indecentes que se han
dado para usurpar el control a los no comunistas. Cuando Castro se
declara socialista ya se habían tomado muchas avenidas. Raúl en pocos
meses desbarató el aparato militar y formó un nuevo ejército
policíaco-militar y de seguridad, al estilo de los países comunistas. El
fin siempre fue el mismo, los medios variaban.
Amigos de Fidel suelen comentarme con frecuencia el impacto que
recibió ya estudiante cuando leyó -y se aprendió- el Manifiesto
Comunista de 1848. Cuando lo de Bogotá (1948) Fidel dijo que «ya era
casi comunista». En aquel evento Castro se mezcló con los peores
elementos de izquierda y con gente de armas tomar. Sus arengas allá, en
país extranjero, fueron bien extremistas. Como se sabe aquello fue un
brote de terrorismo que se destapó con motivo del asesinato de Gaitán,
el popular líder colombiano, durante la Conferencia de Cancilleres que
dio origen a la nueva OEA. Castro fue salvado gracias a las gestiones
del Embajador Guillermo Belt que lo llevó para Cuba en avión especial.
Hubo un tiempo en que Raúl Castro se jactaba de haber sido quien
inició a su hermano en la secta comunista. Sin embargo, Alfredo Guevara,
más discretamente, decía que él era «el culpable, pero los jesuitas le
habían hecho mucho daño».
LA TOCATA EN FUGA
Pronto empezaron las renuncias de personajes del gobierno donde la
denuncia de infiltración comunista era la razón fundamental del abandono
de los cargos. Notorio fue el caso de Pedro Luis Díaz Lanz, jefe de la
aviación revolucionaria, testigo de las conversaciones pro-comunistas
que le escuchó al propio Fidel. El presidente Manuel Urrutia también
alegó la penetración comunista en su salida. Y Manolo Artime. Y Hubert
Matos y Rogelio Cisneros. Pero el traidor seguía diciendo que su
revolución «no era roja sino verde como las palmas». Sólo los muy
cegatos no veían la creciente infiltración comunista en casi todos los
sectores nacionales y en las llamadas «leyes revolucionarias».
La lluvia de renuncias de reconocidos dirigentes era impresionante
por la jerarquía que tenían en el nuevo régimen: Humberto Sorí Marín
(luego fusilado), Elena Mederos, Justo Carrillo, Rufo López Fresquet,
Manuel Ray, Roberto Agramonte, Felipe Pazos, José Miró Cardona. Hubert
Matos fue condenado a 20 años de prisión. Viene después la fuga en masa.
Recuérdese simplemente lo de Camarioca y el Mariel, lo de los balseros…
más de un millón escapados de un país donde la gente casi nunca
emigraba. Si Cuba no fuera una isla hoy sería un desierto.
PREDICCIONES CONFIRMADAS
Las pruebas del proceso de comunización eran cada vez más evidentes.
Algunos políticos y sacerdotes que habían vivido etapas semejantes en
China y en Europa veían claramente la tipicidad del fenómeno. Pero nadie
parecía creerlo. En todo caso querían salvar la buena fe de Castro al
que tanto habían endiosado. No querían confesar su gran equivocación de
haber colaborado tanto para establecer el nuevo régimen. Entre los pocos
políticos que profetizaron el desastre hay que mencionar a Juan Antonio
Rubio Padilla, gran figura de la generación de 1930, que no se cansó de
denunciar, con mucha anticipación, la maniobra comunista. Por otra
parte, los batistianos acusaban de comunista a Castro y su revolución,
pero la falta de moral de aquel gobierno espúreo restaba credibilidad a
sus denuncias. El temor a ser fusilado -física o moralmente- inhibía a
muchos de manifestarse con claridad. Se impuso un terrorismo verbal que
constituyó una verdadera pesadilla. Una ola de calumnias arrollaba a los
disidentes y opositores. La censura y las «coletillas» en los
periódicos frenaban conductas. Pronto se confiscó toda la prensa
independiente.
UNA PESADILLA INCONCLUSA
A los pocos meses aquello parecía una pesadilla. Deserciones,
traiciones, falsas acusaciones, censuras, irrespeto a la persona, a las
instituciones revolucionarias, periodísticas, económicas, religiosas y
de todo tipo. Jóvenes y viejos, hombres y mujeres que mostraban su
anticomunismo eran perseguidos, presos o fusilados; aquello no parecía
real. Los hijos denunciaban a sus padres. Los casados a su pareja, los
hermanos a sus hermanos. El paredón aumentaba. La cárcel y el exilio
eran las únicas salidas para sobrevivir.
A MODO DE CONCLUSIÓN
El hecho de que Castro sea un bribón sagaz, con todas las buenas y
malas capacidades que posee, es un índice de que hizo lo que quería, es
decir establecer un país comunista. Lo que hizo en Cuba fue, pues, lo
que más ambicionó. Pudiera haber sido un gran reformador constructivo si
hubiera querido. Si en esto de la comunización los siguieron tantos
-unos por tontos, otros por vivos- es porque sucumbieron ante el
hechizante brujo de tribu que fue este gran actor y autor de teatro que
se propuso llevar a Cuba hacia el escenario comunista internacional.
Los viejos socialistas, marxistas, o comunistas cubanos, como quiera
llamárseles, jugaron con Castro y Castro con ellos. En definitiva eran
dos mitades de la misma cosa. Ambos hicieron bien su papel en busca de
un poder absoluto, totalitario. Castro más hábil y carismático, se
impuso con recursos nacionales e internacionales. Se aprovechó de la
guerra fría para dar rienda suelta a su ancestral odio al «imperialismo
yanqui», no obstante la ayuda que los vecinos del Norte le prestaron
cuando decidieron alejarse del corrupto régimen de Fulgencio Batista. Y
los tontos útiles, o inútiles, se plegaron a la manipulación castrista
que tan pronto se presentaba como humanista, tercermundista,
antiimperialista o en otros términos. El hijo de Birán manipulaba esos
conceptos políticos y los enrojecía a su capricho. Esto es esencial para
entender el complejo y difícil crucigrama cubano.
Muchos biógrafos y autores al escribir sobre Castro tratan de
esconder todavía su manipulación traidora y su credo marxista
encandilados por la indiscutible personalidad de quien rompió con los
signos que marcaban la geopolítica y la historia de Cuba. No parece que
la historia lo absolverá como adujo en su discurso famoso en el juicio
por el ataque al Moncada. Acaso ningún hombre en toda la historia cubana
pudo haber hecho tanto por su país, ya que contaba con un pueblo
totalmente fascinado con su personalidad y estaba consciente de las
reformas democráticas que se anhelaban. Lejos de eso Castro torció el
rumbo hacia la izquierda socialistoide de un modo alocado y deletéreo
fusionando la revolución con su propio absurdo modo de ser.
LOS RASGOS CARACTERÍSTICOS DEL PERSONAJE
¿Cuál es la personalidad psicológica de nuestro personaje? ¿Cuál es su patrón de conducta más permanente?
Para describir el carácter y el temperamento de esta figura singular
acudiremos al testimonio de algunos buenos conocedores del personaje y
de la psicología humana.
Al principio de la Revolución, en el año 1960, el Dr. Rubén Darío
Rumbaut -brillante médico psiquiatra- trazó la silueta sociopática de
Castro con «muchos fuertes rasgos paranoides» lo que lo lleva siempre a
necesitar enemigos, «que cuando no los tiene los crea».
«Parece cumplir -dice Rumbaut- lo que en psicología se llama
«profecía autorrealizada»: anuncia sin más pruebas que determinado
sector es su enemigo e inmediatamente empieza a funcionar sobre esa
suposición, atacando y ofendiendo a su pretenso rival… anuncia
triunfalmente al mundo que su «profecía» había estado correcta, que
aquel había sido siempre su enemigo, sin percatarse de que él mismo es
quien se ha convertido en tal».
«El lenguaje de Castro -añade- gira alrededor de esos conceptos y de esa actitud ante la sociedad. Sus palabras favoritas son: enemigo, conjura, campaña, ataque, agresión, lucha, muerte, maniobra, traición».
Y para corroborar su aserto, Rumbaut brinda una lista de nombres de
los agredidos (ya en 1960): el Directorio Revolucionario, su invitado de
honor José Figueres, el Presidente Urrutia, el Embajador de España
Lojendio, la Iglesia Católica, la Masonería, los norteamericanos…..4
Otro estudio acucioso sobre la psicopatología de Castro se lo debemos
al eminente psiquiatra, Dr. Humberto Nágera, quien en su «Anatomía de
un tirano» acusa también a Castro de «desorden paranoico» y lo retrata
de este modo:
«Altamente dotado, en verdad extraordinariamente dotado, personalidad
de gran desorden narcisista y megalomaniático con rasgos psicopáticos.
Debe enfatizarse que su narcisimo y megalomanía son de proporciones
gigantescas… un ser humano extraordinariamente inteligente, con una
notable habilidad política así como para manipular grandes masas de
gente. Lo que recuerda a Hitler y Mussolini».
Y continúa el Dr. Nágera:
«… Posee serios desajustes en la formación de su super ego lo que
implica que es altamente corruptible, es decir, sus creencias éticas no
son estables y frecuentemente cambian para acomodarse a sus deseos… lo
que lo convierte en un individuo extraordinariamente peligroso».5
Y el ilustre psiquiatra comprueba su diagnóstico con la osadía de
Castro al llevar al mundo a una confrontación nuclear cuando la crisis
de los cohetes. Y recuerda cómo ha podido agraviar y supervivir a nueve
presidentes norteamericanos: Eisenhower, Kennedy, Johnson, Nixon, Ford,
Carter, Reagan. Busch, Clinton.
Nágera, Rumbaut y otros autores, han destacado las actitudes
violentas de Castro hacia su padre y la doble reacción que proyecta ante
la fuerza paterna y la humildad materna que provoca anárquicamente
irregulares patrones de conducta en un hogar de difíciles relaciones. Su
fría indiferencia ante la muerte de su padre Don Ángel Castro y aun de
su propia madre doña Lina Ruz. Su modo extraño de tratar a todas las
mujeres y su hipocresía para con sus propios compañeros de lucha.
El narcisismo de Fidel lo lleva a no interesarse por nada ajeno. Sólo
le importa y ama lo que concierne a su persona. Esto explica el porqué
casi todo el grupo original revolucionario de los primeros tiempos
desapareció misteriosamente (tal es el caso de Camilo) o fue preso,
fusilado, o escapó al exilio. «Alejandro» fue el seudónimo con que el
mismo se bautizara en su época clandestina, seudónimo que anuncia sus
afanes de guerrero y conquistador y posee un alto nivel de autoestima.
Por otra parte la megalomanía de Castro lo hizo pensar que la Isla de
Cuba le quedaba pequeña para sus ambiciones políticas mundiales. De ahí
su conocido afán de exportar la revolución a cualquier esquina del
planeta y para ello formar un ejército descomunal para el tamaño del
país y su población entonces (1959) de poco más de seis millones. Con lo
cual, superó con creces el militarismo batistiano, asunto puntual de la
oposición.
Según el psiquiatra Nágera el caudillo criollo sintió una gran
identificación con Primo de Rivera, Franco, Hitler y Mussolini, pero
también, paradójicamente, con José Martí y Antonio Guiteras, a los
cuales ha tratado de imitar parcial y maliciosamente.
En la obra del Dr. Julio Garcerán de Vall, titulado «Perfil
Psiquiátrico de Fidel Castro Ruz» su autor reitera los rasgos
patológicos en la psicología del líder cubano, acentuando la nota
paranoica que se revela en toda su actuación. En un serio recorrido por
sus aristas personales, Garcerán señala explícitamente los rasgos más
notables del carácter y del temperamento castrista: desconfianza,
megalomanía, egoísmo, poca afectividad, antisocial, desajuste social,
intelectualidad, egocentrismo, emotividad, ingratitud, hostilidad,
irritabilidad teatral, posición defensiva ante el mundo, complejo de
superioridad, subestimación y negación de otros, inseguridad,
intimidación, astucia, suspicacia, orgullo, proyección de su conducta en
otros, racionalización, agresividad, causticidad, mitomanía.6
Aunque larga la lista del Dr. Garcerán tampoco es exhaustiva. Y lo
interesante es que el propio autor enriquece su enumeración con hechos
reales y anécdotas bien conocidas que avalan su juicio, imposibles de
relatar dada la brevedad de este trabajo.
El Dr. José Ignacio Lasaga, afamado psicólogo, me señaló en cierta
ocasión, que además de la tendencia paranoide, tan visible en el perfil
castrista, existían también rasgos esquizoides que lo alejaban de las
realidades más visibles y que los agrandaba con su tropical imaginación.
Recuérdese el caso, bastante reciente, en que propuso a un grupo de sus
expertos ganaderos la necesidad de «inventar» una vaca doméstica,
concebida en un laboratorio genético, que resolviera, a nivel familiar,
las aspiraciones nutricias de la leche, el queso y la carne, ante la
escasez que se produjo en el país como consecuencia de su absurdo
sistema económico. Alguien de su equipo, con espíritu de sorna, comentó,
clandestinamente, al final de la insólita disertación del Comandante:
«Esto es increíble, Fidel no se ha dado cuenta que ya eso está inventado
y es la chiva…»
En los días iniciales de la revolución, la megalomanía y el
narcisismo se alentaban por el propio Comandante en Jefe, al que todo el
mundo, tirios y troyanos, le reconocían un gran carisma, pero también
lo consideraban un tanto chiflado. La sabiduría popular sintetizaba de
este modo su confusa personalidad: «es un loco que en sus momentos
lúcidos es comunista».
Sin embargo, todos los especialistas coinciden que no es realmente lo
que se dice un orate. De haber sido un verdadero esquizofrénico-
paranoide habría que exonerarlo de toda responsabilidad ética en sus
desafueros. Sus rasgos neuróticos y psicopáticos no constituyen un
índice de verdadera demencia, sino una deformación de su personalidad
que contribuye a la hipérbole patológica de su pensar, decir y actuar en
un odioso juego de espejos, cóncavos y conexos, que desfiguran toda
realidad.
Cubanet
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