jueves, 26 de septiembre de 2013

Naomi. Por Luis Thonis..



Esa chica senegalesa era impresionante, tipo Naomi Campbell. Y se llamaba así. 
Parecía alegrarse mucho, incluso excitarse al verme. Me regalaba la albura de sus dientes que emergían como brotando de una selva de tallos centenarios y leñosos.
Gasté buena parte de mi munición verbal diciéndole que estábamos condenados por el fuego y sólo por él seríamos redimidos, y me perdí en metáforas de noche y lujuria…la vi azorada luego de veinte minutos de exposición y, recordando que era un ser humano, le pregunté en franchute: ¿y a vos qué te interesa?
“Finances”, me dijo sobriamente. Trabajaba en una empresa y estaba en proceso de aprendizaje. Ah, je suis economiste, le respondí, constatando que no era la negra de Baudelaire que soñaba. Estábamos en un grupo y la carcajada sarcástica de mis amigos no me dejó referirme al euro. Siempre a la búsqueda de mujeres que me sedujeron en los libros pude encontrar a una Albertine pero con la negra no hubo caso: ¿se debería a eso mi obsesión por los crímenes en Africa?
Sabía más del Congo que ella que resultaba más occidental que yo y le gustaban bien blanquitos, sonrió, traviesa. Comencé entonces a fabular historias del Caribe. Si los niños ingleses jugaban a guerrear con los españoles, porqué los argentinos no podían jugar con los senegaleses. Tiene que haber confraternidad de fábulas y carnes entre los pueblos, seamos cosmopolitas. Asintió y la pinté como una reina del Caribe, yo era un pirata entre Francis Drake y Walter Raleigh que al verla hacía girar las naves para conquistarla a ella, mil veces más valiosa que El Dorado, no todo en el mundo es finances, observé. Ni bien la Reina se entera me hace capturar, me llevan a la Torre y condenan a muerte. Le pedía a la Reina que me corte la cabeza como caballero aunque mi conducta había sido peor que la de un pirata. No quiso hacer cuartos de mi, ahí descubrí que secretamente me amaba.
En la Corte de Isabel amar a alguien que no fuera ella era sacrílego y para colmo me había fichado luego de decapitar a su amante Leicester. Todo esto se lo contaba con mucho color, contradiciendo mi hostilidad por el realismo mágico, introduciendo pájaros americanos, desde el Quetzal sagrado de los mexicanos hasta el pájaro tijera que atranca su nido con espinas. El remate final era mi discurso que simulaba amor a la Reina pero iba dirigido a ella, eludiendo esos gérmenes isabelinos de la policía del pensamiento: "He sido, dije, soldado, capitán, marino y cortesano, todos puestos que son de corrupción y vicio. Pido a Dios que perdone mis pecados y mantenga viva la llama de mi amor por esa rosa blanca que es mi Reina tan intensa que resplandece como la más bella de las mariposas negras. The Lord shall raise me up, I trust!". Y le hice al verdugo la más metafísica de las preguntas: ¿cuál es la mejor postura para colocar la cabeza?
Después, la Reina prohibió que se pronunciara mi nombre para conjurar reminiscencias, su duelo sería arduo, interminable y sin auxiliar lacaniano. Iba a sufrir más que yo. Tuve la suerte de encontrar a un verdugo simpático y con experiencia.
A esta altura el grupo hacía silencio, como si estuviera asistiendo a un hecho grave. Y volví al principio, mi condena era la suya porque la verdadera pasión traspasa los muros de la más férrea indiferencia.. No había caso: seríamos redimidos del fuego y por el fuego...
Naomi se empinó un largo trago de vino, preguntó si El Dorado había sido encontrado y me dijo que al otro día se iba.
A un progre los estereotipos se le hubieran derrumbado con mayor facilidad. La chica hubiera sido acusada de capitalista salvaje siempre que no afectara el mito del buen salvaje que prefiere más que a la misma Noami Campbell.
Al despedirse me abrazó fuerte y me dijo que nunca había conocido a alguien como yo, no sé si para consolarme y seguir conociendo el mundo de las finances, su búsqueda de El Dorado tal vez, mientras yo seguía invocando a la negra de Baudelaire, merci.

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