
Lo primero que hay que resaltar de este episodio es el factor
sorpresa. Quien conoce un poco cómo se vive Yom Kippur en Israel o en
las comunidades judías sabe que buena parte de los judíos está ese día
en las sinagogas, que no enciende la televisión ni la radio –en ese
entonces no había, recordemos, internet, ni teléfonos celulares ni nada
por el estilo–; de ahí que, por ejemplo, representara un problema
transmitir a la población que el país estaba siendo atacado. Obviamente,
se acabaron dejando de lado las normas que rigen tradicionalmente en
Yom Kippur: la radio y la televisión comenzaron a funcionar, se movilizó
a los reservistas, etcétera. Así que sí, Israel finalmente respondió,
pero tardó un tiempo, porque fue víctima del factor sorpresa. Al menos
su clase política, porque los servicios de inteligencia habían alertado
poco tiempo antes de lo que se andaba fraguando. El liderazgo político, o
no creyó a sus servicios de inteligencia, o decidió quitar importancia a
los avisos, y eso que desde el 1 de octubre ya Egipto y Siria habían
desplazado tropas hacia las fronteras.
Una vez concluida la guerra, la comisión Agranat analizó las causas de la imprevisión israelí; exoneró a los políticos y cargó las tintas contra los militares y los servicios de inteligencia, lo cual provocó la indignación de buena parte de la ciudadanía, que culpaba de lo que había pasado a los primeros: de hecho, al final la guerra se acabó llevando por delante al Gobierno de Golda Meir, que había ganado las elecciones que se habían celebrado justo después de terminada la contienda.

En los primeros momentos de la guerra, Egipto y Siria (asistida por
Jordania e Irak) ganaron posiciones importantes en la Península del
Sinaí y el monte Hermón. Tanto en el Golán como en el Sinaí, los
combates de tanques fueron durísimos. El avance árabe fue de tal
envergadura, que el día 8 el ministro de Exteriores israelí, Abba Eban,
dijo en la ONU que si hubiera estado asentado en las fronteras de 1948,
en vez de en las de 1967, Israel habría desaparecido. Esta guerra
demostró, pues, la importancia de la posesión de territorio como
elemento de contención.
Otra consecuencia extraordinariamente relevante: el conflicto desbarató
el ánimo exultante que había en Israel desde 1967. Y es que Israel había
salido de la Guerra de los Seis Días convencida de que era una nación
muy fuerte y prácticamente invencible: la del Yom Kippur reveló que
seguía siendo invencible (a fin de cuentas, consiguió revertir una
situación complicadísima), pero la moral de la sociedad, la clase
política y el ejército quedó muy tocada.
En el plano internacional, los países árabes miembros de la OPEP
subieron el precio del petróleo un 80% de la noche a la mañana, con la
clara intención de extorsionar a Occidente, sobre todo a Estados Unidos,
que estaba asistiendo a Israel por medio de un puente aéreo para
contrarrestar el puente aéreo establecido entre la URSS, Siria y Egipto.
De hecho, a mediados de octubre siete países árabes (Arabia Saudita,
Libia, Abu Dhabi, Argelia, Kuwait, Qatar y Bahrein) impusieron un
embargo petróleo directo a EEUU, que importaba por entonces 2 millones
de barriles diarios, una sexta parte de su consumo.
Desde entonces, la cuestión del petróleo marcó aún más la cuestión del Medio Oriente, y así como su manejo por parte de la comunidad internacional.
HISTORIA DE ISRAEL: La Guerra de la Independencia – Jerusalem durante la guerra de 1948 – El éxodo árabe de 1948 – El éxodo judío de tierras árabes – La Guerra del Sinaí – La Guerra de los Seis Días.
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