Dromedarios
Son poemas de servilletas
de papel,
son poemitas chicos
con piernas de dromedarios.
//
Principio de incertidumbre
o
tensar la voz
como una cuerda
un hilo que pende sobre la
vida misma.
//
Y el drenar
de la sangre
no es el drenaje de un
corazón,
y el cantar de los lobos
no es solo de aullidos.
//
Viento ligero,
lateral,
en
ojo seco se posa,
muta
camina
no
cambia de piel
ojo
seco en retaguardia
cambia
de tinta.
//
Ella va
y ella viene
y vos la querés
igual =
buscás una explicación
que no tiene al boomerang
que no cae,
la quinta pata al gato de
dos patas,
porque ella va y ella
viene,
y es la misma
en el espejo pero no.
//
Pongo una servilleta ayuda-memoria en libro
y lo agarro de la yugular,
el atardecer va
queriendo
con dromedarios enanos.
//
Fallas geológicas surgen
si caminás las palabras
que decís,
cuando pisás a ciegas sin saber dónde pisar,
al soltar amarras
de una
lengua muerta atada al mástil de la nada. (Publicados en Palabras Amarillas)
Hermano, de este lado
de la isla las hojas
bailan, un policía se pone
a comer detrás mío,
digamos que me cubre las espaldas.
Digamos también que es noche de toses negras.
¨
Ay, mirá cómo tiemblo:
árbol en insípido combate,
no tiene chances,
el otoño hace estragos lo que tiene que hacer lo hace,
con la voz dulzona del viento,
cicatriz de tinta azul en la mano,
algo que tengo pero ya perdí.
¨
Huellas dactilares de la noche,
alguien cierra algo con llave
a mis espaldas,
el mausoleo de las sombras de siempre
se mueven, contenedores, tachos de basura naranja,
volquetes con cosas viejas y escombros,
una soledad acariciada,
pero, ¿dónde están mis emociones?
.
Vida que es mía
va camino a volverse madriguera de topo,
me meto tierra adentro, revuelvo,
y la tuya?
Al final, ¿los topos no estarán escarbando
tanta tierra con uñas, dedos, pezuñas,
patas, pensando que más allá de eso,
no habrá algo de luz, otros lugares?
¿Topos de sol?
¨
Sala de espera.
Las amo.
En
esta, llena de viejas y viejos callados, de malhumor, por algún
malestar que les aqueja el alma el cuerpo o por el estupor, o por la
constipación espiritual, o por la falta de vitalidad, o sólo porque eso
es la vejez. Escucho a los Rolling Stones, no debería subestimar el
poder de la vejez, la vida no me sonríe, no le sonríe a nadie en
realidad, en particular, en general la vida es una puta arpía y arisca
de corazón duro como pan de antes de ayer que no le sonríe a nadie, pero
pasa, como la tarde ésta, y soy yo el que le sonríe, me saco el
sombrero inexistente, signo de cortesía, le finjo que le devuelvo un favor que no existe, todos contentos, la vida, yo.
Ventilador
de techo. A mi izquierda, una nona de ley, de las duras, con brazos
grandes, carnosos, parece que tuviera un brazo de camionero la nona, ya
no se hacen mujeres así, de brazos grandes y carnosos y blancuzcos,
brazos que baldearon veredas enteras mañanas enteras, brazos grandes que
amasaron pastas, ñoquis, ravioles, brazos que lavaron casas enteras,
brazos que levantaron medianeras, no es para tanto, pero brazos. Con
manchas y ronchas entradas en edad, que parecen orugas pastando en la
piel, no, ya no se hacen mujeres así.
Las de ahora, hablan raro, son flaquitas, muy flaquitas e inútiles, y creen ser dueñas de la verdad, tienen mucha bijouterie
y muchos clishés de mamá y papá y un autito lindo y chiquito y de
color, y son cancheras: las cancheritas… muertas. Las cancheras las
cancheras las cancheras, muertas. Las flaquitas pobres postmodernas.
Feministas. Igualitaristas. Concienzudas. Caritativas. Falsas.
Incapaces de pedirles a sus novios y maridos que les hagan la cola. Tienen que rogárselo después a otros sementales.
Las flaquitas de ahora.
A
mi derecha, un señor desgarbado de unos ochenta, diría yo, menoscabado,
socavado por la edad, con la mirada achinada de ojos verdes, y muchas
arrugas y lunares gigantes para alunar, en la cabeza. A ese viejo le
queda poco, a mi entender, estoy seguro. Estás en la recta final, viejo.
No soy médico pero entiendo cuando la muerte galopa a buscar a su destinatario.
Ganas de decirle pero no, me reprimo.
¿Y si no lo sabe?
( )
Hermanito,
ya me estoy empezando a preocupar. Los paréntesis se van haciendo cada
vez más grandes, son como lagunas, exabruptos, me preocupa que el texto
se extienda, que se haga maleza, yuyo, se vuelva espeso, más espeso,
insoportable, no puedo hacer nada más que dejarlo hacerse, así como viene. Te pido disculpas, no sé bien por qué.
¨
Canto,
sonrío otra vez sin estrías, vivo, siento mis pies, eso es lo
importante, cada tanto sentir que los pies tienen una tierra donde
pisar, una baldosa donde hacer casa, donde ser nativos, sí importa
dónde, siento como la sangre turbia corre por las venas como rutas sin
banquinas para aferrarse, para estacionar, siento el vértigo correr y
carcomer los huesos de a poco, el diario de mis huesos, no importa,
reescribo ese vértigo, lo espero en el vórtice, en el agujero negro, no,
no espero a nada, a nadie.
Sigo, paso de largo, como una sombra.
Las cosas hablan pero nadie las quiere escuchar.
Sergio Rienzi nació en Buenos Aires en 1982 y ha publicado dos libros de relatos: Todo se escurre(Gel,2005) y Un lugar para mi máscara( Gel, 2007).
Los poemas publicados pertenecen a Paisajes del vivero- Nuevo Hacer, Grupo Editor Latinoamericano, octubre de 2010.
En
estos paisajes nos encontramos con una poesía árida pero musical, menos
preocupada porque la tierra sea baldía o fecunda sino porque esté
sembrada de palabras que llaman a combates insípidos: "caminar coger
comer", las cosas más simples se vuelven crudas- palabra que no es ajena
a la crueldad, crudelis- que en su rumor hasta las heladeras
parecen criaturas con vida. Lo real aparece programado por devotos que
quieren padecerlo pero creen ser nuestros hermanos y quieren invitarnos o
empujarnos a un tren fantasma en el cielo para que lo hagamos con
resto. Pero es una, y es otra zanja, "no es amor, hermanito". No sabemos si
son vivos o muertos vivientes, sólo que quieren concentrar, jibarizar la
vida a su programa.
Sergio
Rienzi invita a meter los pies en el barro, no porque esto nos entregue
en bandeja la realidad como los que poniendo las patas en la fuente
confunden el ruido del mar ahogándose en las multitudes y el sentimiento
oceánico sino para empezar oír, dejar de escuchar el canto de las
sirenas cada día más cambiantes y bacanas para descifrar su silencio
sobre el que todavía reinan regulando las mismas pausas, la escanción y
la métrica, igualando la respiración entre la vida y la muerte. No ceder
ahí es una cuestión decisiva, poética y sexual si las hay. LT.
(Publicado por Luis Alberto Vittor en Letra de Cambio)
(Publicado por Luis Alberto Vittor en Letra de Cambio)
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