jueves, 26 de junio de 2014

Hegémono. Por Santiago Armando.






Cuando empecé el primario en marzo del 82 me acuerdo de escuchar a mamá emocionada hablar de los del pool del San Juan El Precursor; Jorge Velasco, amigo al día de hoy, que vivía a la vuelta de lo de mi abuela( Laprida y General Paz)y pude volver a ver recién hace unos meses después de veinte años;el áspero Santiago Burgauer en la esquina diagonal a la casa donde nos mudamos después; un morochito muy futbolero en la otra cuadra de la misma edad de Burgauer, que duró un año y se mudó y cambió de colegio; Gonzalo Armas, que vivía sobre Misiones más para La Calabria; los hermanos GonzálezMendivelsua, Javier, Santiago y Martín; los Pérez Corral; los García; y Mateo Malenchini… Los Malenchini vivían casi en la esquina de Chubut e Intendente Becco. Toda la primaria nos llevó Peter, su padre, al colegio.Peter Malenchini, el violador de niños:sonrisa verbo y mirada de fuego,me acuerdo que fumaba Camel; difícil imaginarlo bombear su pija en la boca abierta de cualquier chico del San Juan como yo, como decenas de ex alumnos testifican, en los campamentos educativos que fundó y siguieron haciéndose por años no se si hasta hoy.

Hace unos años me la crucé a María, su ex mujer y nuestra catequista, a quien recuerdo con mucho cariño, tanto como a las otras dos catequistas, Mariana e Isabel. Yo me estudiaba todas las lecturas del nuevo testamento y todos los miércoles en ese aula- que después se refaccionó y pasó a ser la carpintería de Palotto-esperaba a Mariana, que nos decía que el amor de Cristo era algo HERMOSO, degustando sonoramente esa palabra, tan denostada en nuestro por grasa; todavía la veo decirla abriendo su boca de concha, mostrando su dentadura escultural e interiores bucales inflamados de color salmón.

María me dijo que había dejado a Peter en el año noventa,me lo dijo con repulsión, empezando a caminar para dejarme atrás.

 Mateo; Rafael Martinez Casás y yo corríamos en bicicrós en una pista que había sobre Fondo de la Legua, detrás del Jockey, donde ahora hay un Carrefour. Ahí entrenábamos para competir los sábados en un predio en San Martín. Mateo Malenchini pedaleaba parado, lánguidamente, ajeno a la competencia en medio de ella. Rafa era un diablo, solo perdía contra el mejor de la provincia que después hizo carrera. Peter nos llevaba en una Mercedes roja de fines de los setenta- con caja para las bicis-, se quedaba toda la tarde mirando todas las carreras,y a la vuelta nos dejaba a cada uno en su casa.

Tuvo durante muchos años un taller de pintura junto a las vías que pasan sobre el túnel de Primera Junta, sobre este taller quiero ampliar.

Una amiga que allí asistía de niña me contó que nuestro artista, en casaca, chupa, calzón y peluca, levantando los pliegues de las flujos aéreos de la tarde extraía la espumadela marejada que pegaba en el casco de un velero llegando al puerto de Punta del Este, que pintandolo frenéticamente; que con profusión de toques aplicaba la cálida noche de ensueño a la rompientebajo profusión de noctilucas; que engranaba entre sus yemas de Sai Baba el barro plomizo para la papada de un quelonio; o trasponía las centenarias palmeras de la barranca de la plaza siguiendo los trayectos de los fuegos artificiales del hipódromo.

 Estas proezas solo eran posibles después de calentarse esbozando desnudos desus alumnos favoritos sobre una banqueta de teca que acomodaba según el sol detrás le entrara de lleno. En el patio había un güembé que fue cortando desde el tallo para pintar escenaspalaciegas de su reino subtropical:niñas sirvientas abanicaban a los yacientes discípulos predilectos.Los más pudorosos, generalmente alumnos debutantes, vestían bolsas de arpillera. Los más avanzados se batían espiando de soslayo la frenética actividad del maestro tras la cuadratura del bastidor.

 El taller duró los años que duró por los inagotables recursos de improvisación enjuegos de encanto, pero solo Peterpintaba, y cuando los padres inquirían sobre las obras de sus hijos, se les mostraban cientos de acuarelas olvidadas en un placar, con plena complicidad de los niños.

La experiencia imborrable de concurrir al taller fue tan fuerte que luego del escándalo y el exilio del maestro, los ex alumnos siguieron pintando a escondidas retratos paternos y paisajes de la costa marítima uruguaya, este último el motivo favorito de Hegémono. Así se hacía llamar.

Tuve la dicha de ir a uno de sus campamentos educativos, no porque como todos esperara que se fijara en mí, ya que nunca me llevó ni el menor apunte, tal vez porque yo pasaba siempre del júbilo al llanto y nunca fui reservado. Hegémono me evitaba aun siendo yo el niño más bello. Eso lo recuerdo, yo aparecía y él corría la cara.

Estábamos en Mar Azul,  ahora un caserío cercano a Villa Gesell que en ese entonces solo era un monte bastante espeso junto a la playa, donde solo había una caseta de guardavidas y un bar. También había unas ruinas de canchas de paddle aferradas por la vegetación. De noche jugábamos a la escondida y también a la caza del zorro, un misterioso personaje que todos teníamos que descubrir, que se robaba la comida y la ropa con la venia de los organizadores. Una noche de éstas salí con dos amigos a ver si lo encontrábamos, habíamos robado unos cigarrillos al director y daríamos una vuelta al bosque para fumarlos y tratar de encontrar al sátiro para cobrar la recompensa de pan con salamín por el resto de las comidas que quedaban. El bosquecito, con desniveles y olor fuerte de eucalipto con arena rancia, no era muy compacto, y la luna penetraba todo llena de misterio. Pero apenas cuando nos adentramos hasta las canchas escuchamos un ruido de fuerza ahogada y nos quedamos quietos, retrocediendo mudos detrás de unos árboles; esos ruidos siempre los imitábamos cuando en broma uno se montaba sobre otro para reproducir los coitos de los mayores, también escuchábamos el ruido de una hebilla de cinturón moviéndose en el piso, y jadeosde lentos y hondos clavados con alivios y resoplos. La luz de la luna se cortaba en el paredón de la cancha y no podíamos divisar las siluetas. Solo cuando los protagonistas terminaron aquel asunto y volvían a las carpas la luz desnudó la figura de Hegémono que apoyaba la mano en el hombro izquierdo del recién poseído, que no era otro que el paternal vicedirector, que yo tanto admiraba y quería.


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