miércoles, 4 de marzo de 2015

Pierrot Le Fou : los setenta y una línea huérfana.



Ta ligne de hanche


Ma linge de chance


Un oiseaux chante dans mes mains


Ta ligne de hanche


Ma ligne de chanche


C´est l´oiseaux vole de nos destins


 

En los setenta todo en lo que el romanticismo estaba marcado por lo maravilloso se comienza a traducir al signo del peligro. Se actuó todo lo que discursivamente se había sembrado una década anterior. Cuanto más peligroso, mejor. Se intenta combatir a la muerte en su propio terreno. El setenta presenta un fuerte impasse de transmisión y nos dice: sólo la violencia se transmite y el ser debe ser reducido a lo que es. 

El símbolo puede ser la espera del tren de Pierrot para saltarlo cuando está por venirse encima de uno. Se puede practicarlo como ejercicio para erradicar todo asomo de miedo. El miedo desaparece, pero la muerte se escamotea y reaparece inesperadamente. En Pierrot Le Fou- 1965- el azul es el color que sobredetermina a la película y el cruce sin salida entre la vida y la muerte. Pierrot se pinta el rostro de ese color antes de explotarse como un jihadista homisuicida. ¿A título de qué Dios? No es un hijo de los burgueses de Vichy ni de los tercermundisas que luchan en el Congo ante sus narices. Es un hijo huérfano de Rimbaud, también huérfano que nace de la “nueva ola”, un efecto de encuentro del cine y la literatura a través del mejor Godard. Del mismo modo, fue Coco Chanel que en una serie de fotos inventó a la desconocida, espontánea dinamarquesa Anna Karina proponiéndole este nombre y cuyo rostro será para Godard una obsesión. En su historia de amor con Godard la actriz pasa por tres intentos de suicidio como si la ficción se mezclara con la vida siempre en una misma línea sin chance. “Me voy a casa a llorar”, dijo en su último encuentro con él en la TV francesa, dejándole la mano extendida. En Pierrot, la línea de la violencia que se  transmite huérfana ha entrado en metaformosis y la vuelve contra él al no encontrar el otro contra quien combate. El pájaro azul del romanticismo que reaparece en la Leticia de Los Aventureros, que regala dulcemente una primavera de amor para hundirse en el fondo del mar reaparece y restalla en todo su furor. El azul pintado de azul muestra a los setenta como una formación simbólica suicida.

Godard es un poeta y un pintor y Belmondo un metteur en scène en el interior del film. En esa época la violencia era brutal, sea para el enemigo, sea para sí mismo, sea para las mujeres que participan del fantasma y lo erotizan. Una violencia sin ley que a diferencia de la tragedia o el western no podía darse ni inventar una ley que era la reproducción pura de esta violencia donde la negación del crimen resulta más criminal desde el punto de vista de los efectos del lenguaje y la negación de la muerte es tal que vuelve superfluo al duelo.

La de Pierrot es una poética nihilista afín a la guerrilla. Es la misma línea que Godard pescó en el azul del mar. El guerrillero de los setenta no retaceaba estar en la primera fila del combate pero estaba bajo direcciones que lo traicionaron, programa aparte. Incluso Rodolfo Walsh, que no era cobarde, encubrió los jóvenes que fusiló Massetti y que con él mandó al frente en 1963 en Orán, Salta, contra la “dictadura” de Iliia. Que yo sepa nadie se refirió al hecho hasta la carta de Oscar del Barco. No es el mismo Walsh que escribió Operación Masacre. Para su identidad montonera nunca existieron porque eran objeciones al texto sagrado de la Historia. La contrainteligencia de montoneros decía que a Vandor “lo mató la CIA”, lo mismo de Rucci y hoy se lo intenta hacer con Nisman, aparentemente custodiado por Mongo. Es distinto luchar contra los militares que hacer volar un comedor asesinado una veintena de civiles. Si el agente cubano Walsh silenció esas ejecuciones, hay que pensar en la gigantesca trama de omisiones que hizo esa generación pro castrista y negadora de los gulags, el negocio fenomenal que fueron construyendo con las víctimas que hoy derivó en su complicidad con el terrorismo de estado y el actual encubrimiento del Hezbollah. El mito del guerrillero heroico de los setenta- basado en un Guevara que se entregó suplicando que no lo maten- poco tiene que ver con los militantes populares antiespectáculo a los que se refiere Carlos Alberto Brocato en su libro El exilio es nuestro, que encabeza el index de las zombi universidades. No estoy criticando siquiera a esta trama de encubrimiento, digo que es la lógica misma de esta violencia dialéctica: se puede asesinar millones de personas y la línea huérfana sigue intacta, virgen para los pescadores de rio revuelto y rentistas de la muerte. Lo que sí suena a farsa es cuando hablan en nombre de los derechos humanos. La farsa que ahora se manifiesta a viva luz: quisieron un estado que mate por ellos y para ellos  y convertirse en sus rentistas.

Pierrot manda a nadie al frente:  asume en su cuerpo  los setenta en bruto, no responde a ninguna dirección sino a la literatura, no es sino un Rimbaud del siglo XX que pasa a la acción con una compinche, Marianne (Anna Karina) y en medio de ella vive y sobreactúa todas las novelas: tal capítulo de Faulkner, una estación en el infierno de Rimbaud, unas sailboat de Robert Stevenson, la guerra de Argelia, Vietnam y la Caída de Constantipopla y una love story son puestas en escena por Pierrot que incluso comenta con los espectadores hasta internarse en la selva para escribir una novela a lo Joyce.

A lo largo de toda la película Marianne- insiste en llamarlo Pierrot- hasta cuando la tiene en sus brazos luego de balearla le dice: perdóname Pierrot- y el repite que se llama Ferdinand. Incluso baleada ella lo sigue amando pero no es Pierrot sino Marianne la que no se incribe en su carnet de identidad que dice de su puño y letra: tierno y cruel, diurno y nocturno, como los mismos años setenta. Es precisamente a Pierrot, su doble, a quien Ferdinand quiere matar y eso culmina en suicidio al no poder encontrar una vertiente que lo separa de ese entre dos mortífero con su doble.

Juega con Marianne, tiene aventuras con ella pero cada acto es la puesta en escena de un encuentro imposible: ella no existe en su carnet de identidad, nunca la escucha, la desaloja de el esbozo de identidad que ha ido construyendo con él, no pueden repartirse ni compartir su relación con el origen y el amor deja de ser un pájaro azul sino una oscura ave de Minerva.

Siempre en medio de la acción policial y los tiros por parte de alguien que ha declarado la guerra a la sociedad que está en todas partes y en ninguna. El le pide a Anna que le traiga libros y ella le trae música, lo cual lo pone histérico. Ella camina por la playa recitando qu'est-ce que je peux faire?, su amado Pierrot la ha encerrado en un universo sin salida, lo que anuncia su traición- en realidad su línea de chanche, también huérfana- ya que no resiste más esa existencia fuera de toda ley. No quiere sacrificarse al narcisismo de Pierrot mediante una traición que la lleva a asesinarla y explotarse recitando una frase de Rimbaud, la mezcla del sol y el mar que se resuelven en la eternidad y la fusión total con el azul del mar. Cuando la mecha arde trata de apagarla, no quiere morir, pero no alcanza a verla ni a atraparla. Idiota, es su última palabra. ¿Entonces todo era una farsa? 

El "yo soy otro" de Rimbaud culmina ahí como para que se escuche esa convulsiva estupidez.Soy otro pero para ser más el Mismo, es el retorno de la frase en su forma invertida y letal.

En los setenta se trataba se sortear el tren que venía arrollador pero no se veía otros que estaban fuera de los cambios de rieles. “Para ser revolucionarios hay que sacrificar al periodista”, decía Jorge Masetti, señalando la crisis de identidad y una trama sacrificial donde lo único que hizo fue ejecutar a dos jóvenes que fueron empujados por las leyendas guevaristas del sesenta. ¿A título de qué Dios? Ahora no sólo hay que sacrificar al periodista sino las formas elementales de escuchar y percibir que hacen al sujeto mismo en función de una masividad idiotizada y fascista: el nihilismo finalmente se inventó una cara alegre.

Ahora la gente ni se atreve a dar un paso cuando el tren esta parado en la estación pero los arrolla en las mismas vías el que viene el otro lado, basta un estado criminal creado lenta y sistemáticamente por una trama de omisiones de la cual poco se quiere hablar porque conmueve la base de una cultura donde los mismos prisioneros que en los setenta vivín al borde del riesgo y de la muerte son los que se autocapturan como pusilánimes muertos vivientes. Aquella línea que el Godart artista vislumbró en el azul del mar sigue sin elaborar y prometiendo panes y peces pese a sus realizaciones siniestras.

Que nadie toque la línea de la violencia nihilista ni sus nombres propios o fetiches sagrados que viene de los sesenta en sus metamofosis, siempre con aires de pureza y superioridad moral. Que no quiere morir impidiendo cambiar de muerte y de violencia, imposibilitando el corte y el duelo mediante la Fiesta, el pan y el circo de la psicología de las masas, tal parece ser el ruego de la sociedad en las últimas décadas donde no sólo la muerte sino el suicidio fracasan y tal es así que los ideólogos de los sesenta y sus dobles hoy son Milani boys y Alain Delon y Godard hoy apoyan al Frente Nacional de Marine Le Pen mientras gran parte de la izquierda desfila hacia las mezquitas de los nazislamitas. 

¿A título de qué Dios? La farsa ha copado la escena mientras otros buscan como Marianne su línea de chance que cada vez se acorta más para el mundo libre.

 

 

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