lunes, 15 de abril de 2013

La cuestión Mein Kampf. Por Pierre André Taguieff



 

 

Los actuales herederos de la promesa de Mein Kampf

Me cuesta encontrar el libro. Nunca pude encontrarle un lugar en mi ya caótica biblioteca. Lo oculto con otros, no quiero que me mire. Lo pienso como el sostén del Hitler orador, gesticulante y paroxístico, el rostro cruzado por una lepra blanca.

Hay sin duda dos tipos de libros peligrosos: los que apelando a todas las formas de la mentira y la demagogia están en función de un pasaje a las acciones más aberrantes como Meink Kampf o los  que los desmienten. Pongo por ejemplo las obras de Reynaldo Arenas sobre Cuba donde narra su experiencia en los centrales- campos de concentración- o el libro de Jean Claude Milner que descifra con detenimiento la génesis del mito palestino que luego de la guerra de los Seis Días. Son peligrosos porque son inquietantes, quitan el sueño, ponen en crisis categorías estratificadas, fijas, no dejan en paz a la pequeña burguesía intelectual cuya ética se agota en crearse una buena conciencia. Estos libros resultan poco digeribles para quienes viven la historia como discurso del mito y sus seducciones simplificadoras.

Lamentablemente las ideas- las técnicas- de Mein Kampf gozan de buena salud y hoy no son actualizadas sólo por los nazis que han quedado limitados a sectas políticas sino por grandes masas de opinión que lo único que han hecho es sustituir el lugar satánico que en los años treinta tenía el nombre judío por el Estado de Israel, otro nombre judío si los hay. Pero también incide en los nacional populismos actuales en América Latina todavía dependientes del paradigma castrotercermunista: anticapitalismo- o capitalismo mafioso,- antiparlamentarismo, anticosmopolitismo y antimperialismo son algunos rasgos que tienen en común estas posiciones de izquierda que coexisten con el fascismo y el nazismo. 

Pertenecen a un “mismo combate”, es decir, al mismo paradigma desde el cual se lee la cultura y piensa el siglo pasado y el actual en un permanente círculo vicioso. En el nacional populismo argentino coexisten, no me cansé de repetirlo, el paradigma nacionalista que gira en torno del golpe fascista de 1943 con el castrotercermunista de los tres vietmans de los años sesenta y setenta. Para ese discurso se trata de mantenerse en el paradigma negando la propia historia y sin sin pasar por el antisemitismo. Se trataría de fundar un exterior a  los mismos.

Se suele considerar a Hitler como a un pintor fracasado, nadie reconoce todavía que ha sido un escritor de éxito en el sentido de que logró escribir un best seller que nada tiene que envidiarle al Código Da Vinci y ha tenido tantas funciones en la historia como Los Protocolos de los Sabios de Sión. Y que hoy logra grandes ventas en el mundo árabe, donde es respetado y admirado.

Mein Kampk constituye un tipo básico de libro peligroso: hay, además de la repugnancia que causa su lectura el temor justificado de ciertos humanistas al contagio, a la fascinación, al mimetismo que puede generar en lectores poco preparados y expuestos a la demagogia. Es, al mismo tiempo, un libro tranquilizante que localiza el mal en un solo principio que coincide con una teoría del complot. Para muchos no hay lectores preparados para leerlo. ¿Pero cuando hubo lectores preparados? La historia del hermano gemelo del nazismo, el marxismo leninismo, ha dado suficientes pruebas de una ideología que puede sobrevivir a cualquier comprobación empírica y considerarse verdadera o verosímil.

En sus ataques al capitalismo occidental y al dinero, a los judíos y al mundo anglosajón, Hitler tiene varios puntos en común no sólo con los bolcheviques sino con los actuales ideólogos en boga que niegan la existencia del terrorismo islámico y los regímenes criminales y atribuyen toda la maldad del mundo a democracias donde se vota y hay garantías individuales para los ciudadanos, propios y extranjeros como en Estados Unidos e Israel, más allá de las críticas puntuales que se les puedan hacer.

Creo que aun si no existiera un solo ejemplar de los Protocolos o de Mein Kampf el antisemitismo primario seguiría existiendo. Esto es tan inevitable como el racismo contra los negros u otras etnias. Lo que me ocupa no es eso, sino el grado superior de antisemitismo que es la judeofobia y el lugar que el Estado de Israel sobre el cual no hay ningún argumento que valga- los territorios los ocupó desde los intentos de genocidio que sufrió desde 1948 en sucesivas guerras- ocupa en discursos progresistas que no dicen nada de las organizaciones terroristas como Hamas y Hezbolá, de Siria o Irán, cuyo propósito declarado es destruirlo, lo que hace imposible la posibilidad de la paz.

La repercusión de esos textos no se debe tanto al talento de sus autores sino a la eterna judeofobia del género humano. Y tan es así que hoy reaparece en quienes declaran ser antirracistas, demócratas y defensores de los derechos humanos.

Hacia 1989, el filósofo Víctor Mashuh,  afirmaba que el nazismo era un fantasma del intelectual occidental. Recuerdo que con Ricardo Ibarlucía comentamos esta afirmación y poco después el presidente del parlamento alemán declaraba su simpatía por el nazismo. Escribí al respecto en Expurgación un análisis de esa lectura: por ser precisamente un fantasma el nazismo insiste a través de sus sucedáneos, Arafat, por ejemplo, que hizo una introducción elogiosa del mismo y eso va de la mano con su invención del pueblo palestino luego de la Guerra de los Seis Día y sus trabajos sobre el tema del judío envenenador.

Los herederos de la promesa de Mein Kampf responden hoy a dos vertientes: las organizaciones fundamentalistas y los estados que tienen como objetivo la destrucción de Israel y los ideólogos de base marxista leninista que luego de la derrota de las revoluciones totalitarias se aferran al mito palestino con uñas y dientes sin importarles coincidir con Amanidejad o Al Baschir o Hamas Los Chomsky, los Vattimo, los Agamben continúan la tradición nacionalista, anticosmopolita y antioccidental y que he llamado los ideólogos del estado universitario global.

Consideran fascistas o totalitarias a las sociedades democráticas y colocan a organizaciones como Hamas, Hesbolah, o países como el Irán de Amanidejad o Siria del lado del negocio de los pueblos oprimidos que tiene como objeto la destrucción de las sociedades pluralistas. El nombre judío es una prueba de fuego, se niega y el resto viene solo. 

El Kirchnerismo no la ha pasado: nada muestra mejor su política demagógica y selectiva de los derechos humanos que la entrega de las víctimas de la AMIA a Irán y lo que se hace con los aborígenes y con los niños en las provincias del Norte donde hay cientos de desaparecidos, reducidos a la esclavitud o usados como mulas para el narcotráfico ante un silencio encubridor que recuerda las peores épocas..

Luis Thonis

 

Pierre André Taguieff

La cuestión Mein Kampf (Part. I)

 

Pierre-André Taguieff toma posición en el debate que opone desde hace algunos años, en Alemania y Francia especialmente, a los partidarios de una edición crítica de Mein Kampf y a quienes, por razones diversas son hostiles a ella.

Considerando que sería irresponsable apostar sobre la ignorancia y el « laisser-faire » en materia editorial procedería del enceguecimiento voluntario, Pierre-André Taguieff pleitea en favor de una edición histórica y crítica de Mein Kampf.

À Georges Goriely (1921-1998),

In memoriam
Nota: El presente artículo, voluntariamente privado de su aparato crítico afín de poder se trascrito está extraído de un estudio inédito, que aparecerá en 2010. El autor agradece a Anne Quinchon por su relectura de la primera versión de este artículo.









No son tantos entre los historiadores profesionales, los especialistas reconocidos del nazismo que han estudiado de cerca de Hitler en tanto que ideólogo, luego en tanto que autor de Mein Kampf y un gran número de discursos, de declaraciones y conversaciones con tenor doctrinario
Representan una minoría entre la masa de sus pares: Hugh Trevor-Roper, Joachim Fest, Werner Maser, Karl Dietrich Bracher, Klaus Hildebrand, Lucy Dawidowicz, Eberhard Jäckel, George L. Mosse, Gerald Fleming, Saul Friedländer, David Bankier, William Carr, Richard Breitman, Robert A. Pois, Peter Longerich ou Ian Kershaw.
Ellos se han aplicado a poner en evidencia  el rol jugado por Hitler en tanto que sujeto dotado de convicciones ideológicas en el proceso de decisión que conduce al genocidio de los Judíos de Europa. Han tomado en serio a Hitler en tanto que ideólogo, o como productor de una “visión del mundo » (Weltanschauung) – término recurrente en  Mein Kampf.
Han sostenido al mismo tiempo la tesis según la cual Hitler fue el conductor de hombres sin el cual la exterminación de los judíos en Europa no habría ocurrido.
A mediados de los años 1960, el gran historiador Walter Laqueur, a instancias de George L. Mosse – autor de una obra consagrada a los « origines intelectuales del Tercer Reich » (The Crisis of German Ideology, 1964), seguida  de una antología de textos introducidos y situados, Nazi Culture (1966) -, habían ya señalado la importancia de la dimensión ideológica del movimiento nazi : « La doctrina del movimiento hitlerista no fue un simple estratagema de propaganda, ni la expansión de un pequeño grupo de espíritus desequilibrados. Al contrario, el nazismo está fundado en un cuerpo de doctrina que data por lo menos de un siglo. »
Luego, la doctrina nazi se confunde por lo esencial con la doctrina hitleriana. He aquí una razón que podría parecer suficiente para estudiar de cerca la obra donde Hitler ha expuesto sistemáticamente su doctrina- su “visión del mundo” y su programa político, Mein Kampf.

Sin embargo, incluso en los historiadores especializados,  a excepción de Maser, Mosse, de Dawidowicz, de Carr, de Pois, de Longerich y de Jäckel, las construcciones doctrinarias del Führer casi no han sido tomadas en serio, ni por sí mismas, ni en tanto factor casual de la evolución del Tercer Reich. Cuando no han sido tratadas como síntomas de un sujeto afectado de perturbaciones mentales– marcadas por una fuerte dimensión paranoica, han sido globalmente reducidas a la propaganda: Hitler no podía haber sido otra cosa que un  hábil demagogo que dominaba las técnicas de la propaganda política, un practicante dotado de un discurso propagandístico, una mezcla a partir de recetas retóricas, estereotipos y de clichés
El estatuto de sus escritos y discursos sería del orden del slogan. Esta tesis no es refutable sino cuando toma una conducta reduccioncita, pues nadie podría negar a dimensión del slogan en el discurso hitleriano.  Pero esta visión se ha  radicalizado por el impulso de un Alan Bullock, cuyos primeros trabajos sobre Hitler, al principio de los años al principio de 1950, han banalizado la imagen de un Hitler oportunista, movido por el único apetito de poder, doblada por la de un aventurero y un charlatán (Bullock corregirá más tarde esta visión sumaria del dictador). Y no se espera encontrar un pensamiento político elaborado en un impostor, un estafador, un matamoro o un titiritero. ¿Cómo tomar en serio a tal personaje de comedia?

Son numerosos los historiadores que han sostenido un juicio polémico e hipermoral, banalizado en la literatura antinazi y generalmente antifascista: Hitler, jefe inhumano de un régimen inhumano, no podía tener un pensamiento político coherente, hubiera sido incapaz de forjar una doctrina suficientemente consistente para que valga la pena analizarla seriamente.
Otros historiadores se han fundado sobre el postulado de la dimensión ideológica que el « combate » de Hitler era descuidado respecto a los aspectos organizativos, institucionales y táctico estratégicos del movimiento nazi, ubicado en los contextos sociales, económicos y políticos variables que había sabido explotar en su provecho hasta la catástrofe final.
Las aproximaciones funcionalistas del nazismo, que se han multiplicado desde 1980, hasta dominar el campo universitario, han contribuido fuertemente a desviar la atención de los investigadores de la doctrina hitleriana, negada o minimizada en sus efectos  y disuadirlos de estudiar su rol en la evolución del nazismo. A la minimización de la función cumplida por la ideología, fundamentalmente el antisemitismo, se agrega el rol jugado por Hitler en el proceso de decisión donde la exterminación de los Judíos de Europa fue el resultado.
El más radical de los historiadores funcionalistas, Hans Mommsen, han estudiado el proceso que condujo a la « solución final de la cuestión judía » sin tener en cuenta las intenciones exterminadoras expresadas por Hitler, ni los factores estrictamente ideológicos, despreciando los trabajos que mostraban la alta intensidad y la gran difusión del antisemitismo en Alemania. (Oded Heilbronner, David Bankier, Christopher R. Browning).
En la perspectiva funcionalista, no quedaría a los historiadores especializados sino estudiar en todos sus detalles un vasto « engranaje » sin objetivo ni sujeto.  
Los partidarios más dogmáticos de la aproximación funcionalista del Tercer Reich han sido llevados lógicamente a presentar a Hitler como un « dictador débil  » (Hans Mommsen). Entonces, ¿para qué interesarse en los textos y en los discursos producidos por un mezquino Führer, con poderes tan limitados?
Las aproximaciones proceden del sociologismo, están fundadas sobre la primacía de la acción de las fuerzas colectivas y se han expresamente opuesto a las aproximaciones « hitlerocéntricas », privilegiando  la personalidad de Hitler , en la perspectiva del historiador biógrafo (como Werner Maser) o en las de historiadores de las ideas políticas (como Eberhard Jäckel), a veces tentados en suscribir una versión demasiado simple de la aproximación « intencionalista » de la Shoah, en tanto realización progresiva de un proyecto genocida concebido por Hitler desde los principios de 1920.

De manera más general, Karl Dietrich Bracher, en 1976, había señalado la incapacidad de los adversarios del nazismo en tomar en serio la ideología nacional socialista. Los rasgos de esta incapacidad  militante son reconocibles en los trabajos historiográficos sobre el nazismo que se han multiplicados de tiempo en tiempo. Así, por ejemplo, postulando que los nazis no cesaban de emplear metafóricamente las palabras que designaban sus objetivos, se vuelven inaccesibles en principio sus « intenciones » (sus palabras reputada de enmascararlas o travestirlas), y se llega a abandonar el análisis de los discursos ideológicos de los líderes, comenzando por los de Hitler. Tal habrá sido el efecto indeseable de la generalización abusiva del lenguaje nazi, de las estrategias de eufemización utilizadas por el aparato del Tercer  Reich para designar todo lo que concierne a la « Solución final ».

En 2005, Jeffrey Herf hacía justamente observar a propósito de ciertas aproximaciones hipercríticas del lenguaje nazi que implicaban  un desciframiento infinito, que « la significación de sus palabras [de los nazis], para quienes las tomaban en serio, era clara », y que era necesario atenerse a la hipótesis siguiente: « Los nazis decían lo que ellos querían decir y querían decir lo que ellos decían. »
Los nazis, comenzando por el mismo Hitler, « guía » supremo que no ha cesado de dar el tono bajo el Tercer Reich por el cual cada alto dirigente del régimen era conducido a « trabajar en dirección del Führer » (Ian Kershaw), rivalizando con todos los otros en la ejecución de la « voluntad del Führer ».
Esta « voluntad » normativa, ellos la encontraba expresión, sea en Mein Kampf, sea en tan o cual discurso de Hitler. La empresa de Hitler sobre el régimen nazi se ha especialmente marcado por la presión permanente que ha ejercido en dirección del judeicidio, cualquiera hayan sido sus modos de realización  (de los fusilamientos a las cámaras de gas). Desde entonces, no hay peor enceguecimiento sobre el fenómeno nazi que el que golpea a los historiadores que pretenden estudiarlo haciendo abstracción del rol determinante jugado en su evolución por el dictador ideólogo que fue Hitler en sus producciones doctrinarias. Para convencerse, hay que hacer un largo desvío por  Mein Kampf, libro que se ha vuelto « la biblia del movimiento nazi y uno de los textos mayores del antisemitismo » (Robert Wistrich).
 
Mein Kampf : génesis, forma, contenido, modos de empleo.

En Mein Kampf, que será son único libro publicado, Hitler expone su doctrina o su « concepción del mundo » (Weltanschauung), bajo la forma de un balance que incluye el esbozo de una autobiografía, el relato de formación del « movimiento nacional- socialista » y la definición de sus « objetivos ». Numerosos historiadores, tales como  Robert Wistrich, han señalado que, « en tanto que autobiografía, Mein Kampf nos ofrece datos esenciales sobre el pasado de Hitler y sobre las influencias que han contribuido a formar su visión del mundo ».                                                 
Importa igualmente  tomar en serio el hecho de que Hitler da a su propio recorrido como ejemplar, aquél de la auto- construcción de un héroe de Alemania conducido a despertar por la revelación progresiva de un único principio del mal : la « judería internacional », de múltiples rostros repulsivos (del financista apátrida al bolchevique sanguinario, además de la literatura antinazi)

Cuando vuelve al principio de Mein Kampf sobre el momento de esta toma de conciencia, la celebra como la experiencia de un renacimiento, de una conmoción interior absolutamente positiva, alguna cosa como una « revolución»: « Fue la época que se produjo en mí la revolución más profunda que haya tenido que llevar a su término. El cosmopolita sin energía que yo había sido hasta entonces se volvió un antisemita fanático. »
Se observará en primer término que el término « cosmopolita », ordinariamente opuesto a los términos « patriota » o « nacionalista », está aquí colocado en oposición con la expresión « antisemita fanático », lo que constituye una manera retórica de sugerir una perfecta equivalencia entre el nacionalismo más auténtico el antisemitismo más radical e intransigente.
Ser nacionalista es ser antisemita, y recíprocamente. He aquí que presupone que el amor de la patria y la sujeción apasionada a la nación no van sin la designación de un enemigo odiable, según el principio, perfectamente asumido por Hitler: amar a los suyos, es odiar a los otros.
Pero este principio es especificado en sí mismo: entre todas las categorías de los « otros » ofrecidas al odio, hay una que el buen nacionalista alemán privilegia, « los Judíos ». Se notará enseguida que el individuo es celebrado como « fanático » si manifiesta en sus compromisos una loable « energía », de la cual el « cosmopolita » sería por naturaleza privado. Ser fanático, es ser enérgico. Conviene mostrarse fanático si se quiere escapar a la abstemia que afecta a todo defensor del cosmopolitismo. Por este elogio del  « fanatismo », Hitler invierte explícitamente el discurso de las Luces, cuyo adversario designado era una mixtura de  « superstición » y de « fanatismo ».  

EL relato de este itinerario singular toma desde entonces una significación general: apuesta sobre el acontecimiento de un salvador, de un hombre providencial, cuya condición es la salida de este estado de rebajamiento en que se complace una humanidad inferior, encarnada por el « cosmopolita sin energía ». Es por esto que esta parte autobiográfica, más allá del testimonio de un militante nacionalista sobre su toma de conciencia y sus compromisos políticos, constituye el equivalente de una novela de aprendizaje y posee con verosimilitud a los ojos de Hitler una función iniciática: parece indicar al lector la vía a seguir, la vía de la imitación.
Desde1924, Hitler pretende ser a la vez un teórico o un ideólogo un « creador de programa » fijando los « objetivos » de su movimiento político, y un hombre político, es decir, un hombre de acción que apunta a realizar lo más eficazmente posible los objetivos definidos por el « teórico ».
La dimensión ideológica o doctrinal de Mein Kampf es analizable en cuatro componentes: 1° una concepción del mundo (Weltanschauung) en el sentido restringido del término (la « filosofía » de Hitler), 2° un programa político, 3° una estrategia, que implica un modelo de la organización del partido nacional socialista, 4° una visión geopolítica.
Le 4 de agosto de 1924, Rudolf Hess anuncia a una amiga: « Hitler espera haber terminado su libro en la próxima semana. Releímos el texto. Terminé en octubre 1924, el manuscrito de Mein Kampf no parece publicable  en este estado.” Otto Strasser testimonia: « Un verdadero registro de banalidades, de reminiscencias escolares, de juicios subjetivos y de odios personales. »
Hitler había pensado en el siguiente título: « Cuatro años y medio de lectura contra las mentiras, la estupidez y la lasitud ». El manuscrito va a ser reelaborado y puesto en forma por su admirador Ernst « Putzi » Hanfstaengl, diplomado de Harvard, y algunos de sus próximos  (Rudolf Hess y su esposa Ilse, su editor Max Amann y el imprentero de NSDAP, Adolf Müller), pero sobre todo por el poeta y crítico musical de origen checo, Josef Stolzing-Czerny, viejo corrector de pruebas en el  Völkischer Beobachter, y el padre Bernhardt Staempfle, cura jeromita convertido en periodista antisemita y miembro del NSDAP.
Stolzing-Czerny suprime o modifica las frases fallidas o las palabras impropias, talla en los pasajes de estilo oratorio demasiado largos, repetitivos y mal construidos. Staemple relee el manuscrito, hace correcciones sintácticas que se imponen, aminora el estilo, suprime ciertos pasajes y elimina las inexactitudes más flagrantes. El primer tomo de Mein Kampf, largamente autobiográfico, es publicado el 18 de julio de 1925 por la casa de edición del Partido nazi, Franz Eher Verlag. En el entretiempo, Hitler se había beneficiado de una liberación anticipada, el 20 de noviembre de 1924, y el Völkischer Beobachter, el órgano oficial del NSDAP, había podido reaparecer el 25 febrero de 1925.

Le 20 de diciembre de 1924, en el muy influyente  matutino cotidiano americano, el New York Times, apareció un recuadro titulado « La prisión ha calmado a Hitler », con un subtítulo: « Liberado bajo condición, va probablemente a retornar a Austria ». Este breve artículo del corresponsal de Berlín del New York Times ilustra el optimismo ciego de los contemporáneos ante el ascenso del nacional socialismo. Hitler escribe:  
« La gran masa del pueblo no se compone ni de profesores ni de diplomáticos. Ella es poco accesible a las ideas abstractas. Por el contrario, se lo empuñará más fácilmente en el dominio de los sentimientos y es ahí donde se encuentran los resortes secretos de sus reacciones, sean positivas, sean negativas. Ella  reacciona en favor de una manifestación de fuerza orientada claramente en una dirección o en una dirección opuesta, pero nunca en provecho de una media medida vacilante entre las dos.»

La « primera de todas las condiciones necesarias para no importa qué propaganda en general » es « la posición sistemáticamente unilateral respecto de toda  cuestión tratada ». Eso define el « objetivo de la propaganda »: no consiste en, por ejemplo, en« dosificar en buen derecho a los diversos partidos », es « señalar exclusivamente el del partido que se representa ». Se trata de provocar un compromiso general, de alimentar el fanatismo: « Quienquiera ganarse a la masa debe conocer la llave que abre la puerta de su corazón. Aquí la objetividad es debilidad, la voluntad es la fuerza. » En muchos desarrollos de Mein Kampf, Hitler se aplica a teorizar el arte de la propaganda, que hace reposar sobre la regla de adaptación a la capacidad de recepción de los espíritus más « limitados » que componen el auditorio, y cuyo blanco es sólo la eficacia simbólica, que moviliza a la masa. Escribe Hitler:
« Toda propaganda debe ser popular y colocar su nivel espiritual en el límite de las facultades de asimilación más limitado entre aquellos a que debe dirigirse. En estas condiciones, su nivel espiritual debe ser situado tanto más bajo cuando la masa de hombres a alcanzar sea numerosa. (...) La facultad de asimilación de la gran masa no es sino muy restringida, su entendimiento pequeño, por el contrario, su falta de memoria es muy grande. Luego toda propaganda eficaz debe limitarse a los pocos fuertes y poco numerosos y hacerlos valer a golpes de fórmulas estereotipadas tanto tiempo como se pueda, para que el último de los auditores sea capaz de captar la idea. (...) La propaganda no se hace para procurar constantemente interesantes entretenimientos a pequeños señores aburridos sino para convencer, es a la masa que se trata de convencer. (...) La propaganda debe ser mantenida tanto por el fondo como por la forma, al nivel de la masa, y no se debe medir su valor sino por los resultados obtenidos. »


Demagogo él mismo particularmente dotado, Hitler sabe  que para mobilizar a las a las masas hay que ofrecerles una visión grandiosa o  « heroica » del porvenir, y que la fuerza del espectáculo está dotada de una potencia de arrastre irresistible. Está convencido que posee las cualidades de un jefe carismático, investido de una « misión » por la « Providencia »: la racial del pueblo alemán, para hacer de la gran Alemania una potencia mundial. Es pensando en su propio caso que Hitler afirma que, «en el curso de la existencia humana, puede ocurrir que alguna vez el hombre político se una al creador de un programa ». En su persona,  de una manera excepcional, habría la fusión del Führer, del guía o del conductor de los pueblos del tipo del ideólogo, de « teórico », del creador de doctrina, del « fabricante del programa ».
El vuelve sobre el asunto con insistencia: « Los grandes teóricos son muy raramente también grandes organizadores. (...) Pero es todavía más raro que un gran teórico sea un gran Führer.  » Así como lo han notado numerosos testimonios directos, Hitler se tomaba por un genio. Pero se  presentaba públicamente como un hombre providencial.

El 6 de julio de 1933, el Canciller Hitler pronuncia un discurso en Berlín ante los gobernadores (Statthalter) del Reich, donde agradece a  « la Providencia » de haberlo acompañado en su éxito: « Después de nueve meses, llevamos una lucha heroica contra la amenaza comunista que pesaba sobre nuestro pueblo, desorganizando nuestra cultura, descomponiendo nuestro arte y emponzoñando la moral pública. Hemos puesto fin a la negación de Dios, a los ultrajes a la religión. Agrademos humildemente a la Providencia haber permitido el éxito en nuestra lucha contra la angustia de la desocupación y nuestros esfuerzos por salvar el campesino alemán.”

En el discurso que pronuncia en septiembre de 1935 en el 7e congreso del NSDAP, Hitler reafirma su tesis de la consustancialidad del Führer y del Partido, antes de presentarse una nueva vez como el elegido de« la Providencia » para que Alemania viva eternamente:

« Hemos sido señalados por el destino para guiar al pueblo y al ejército, para escribir la historia en el sentido más alto de la palabra. La Providencia nos ha dado esto que ha rechazado a millones de hombres. Viendo nuestra obra, los siglos más alejados evocarán todavía nuestra memoria »
Cuatro años más tarde, Hitler comienza y termina su discurso al Reichstag del 28 abril de 1939, donde responde extensamente a un telegrama del Presidente Roosevelt, por una invocación de « la Providencia » de factura mesiánica: « Mis sentimientos más profundos, no puedo mejor expresarlos sino bajo la forma e una humilde acción de gracias hacia la Providencia que me ha llamado y ayudado, a mí, antiguo soldado desconocido de la guerra a volverme el Führer de mi pueblo tan vivamente amado. (...) Mi mundo, Señor Roosevelt, es aquél en que la  Providencia me ha colocado y por el cual tengo la misión de trabajar.  »
En sus discursos posteriores a la toma del poder, Hitler señalará la importancia a sus ojos de la dimensión « ideológica » o « filosófica » de su « combate », orientado cumplimiento de una « revolución » total. En 1933, en el discurso que pronuncia en el congreso del NSDAP en Nuremberg, comienza por una firme puesta a punto centrada sobre la verdadera « misión » del « movimiento nacional socialista », por la toma y el ejercicio del poder:

« El 30 de junio de 1933, el gobierno político del Reich fue confiado al Partido nacional socialista. A fines de marzo, la revolución nacional socialista estaba exteriormente terminada. Terminada en lo que concernía a nuestra ascensión al poder. Pero sólo aquél que no comprendía el carácter de este inmenso combate podía creer cerrada la lucha por nuestras ideas. Este sería el caso si el movimiento nacional socialista no tuviese otros designios que los de los viejos partidos tradicionales. En efecto, con la toma del poder, aquellos parecen haber alcanzado la suma de sus deseos y, al mismo tiempo, el ideal de su existencia. Pero por sus concepciones filosóficas, el arribo al poder político no es sino la condición previa del cumplimiento de su verdadera misión. Ya la palabra Weltanschauung" (concepción filosófica) expresa la voluntad de basar todas las acciones sobre una concepción preconcebida y así abiertamente sobre una tendencia. Aquella puede ser justa o falsa: ella es en todo caso el punto de partida de una toma de posición ante los fenómeno y acontecimientos de la vida y por lo demás a orden que liga y compromete para toda acción  »

Después de haberse vuelto en Alemania, entre 1925 et 1933, un best-seller inesperado, Mein Kampf fue después de la toma del poder difuso de una manera sistemática y  masiva- fue asimismo sistemáticamente ofrecido por los alcaldes a todas las parejas jóvenes casados.
Luego, en su ensayo polémico aparecido en 1938, La Revolución del nihilismo, Hermann Rauschning afirmaba perentoriamente que nadie había tomado a Mein Kampf en serio como obra doctrinaria, y, más fundamentalmente, que la « doctrina » o « la ideología », en el nacional socialismo, no tenía ninguna importancia en tanto que tal.
Ella no  intervenía sino a título de instrumento: « El nacional socialismo, es un movimiento puro y simple, donde el dinamismo tiene un valor absoluto, donde la revolución tiene un denominador siempre variable. Una ideología, una doctrina, he aquí lo que no es ciertamente. Pero  tiene una ideología. El nacional socialismo no hace política en virtud de una doctrina, sino se sirve de una ideología para hacer política. Utiliza esta ideología del mismo modo que todos los valores, todos los elementos de la existencia humana, para alimentar su dinamismo.”
Para ilustrar su tesis según la cual la « la marcha de a pie » era el principal  « procedimiento de la dominacion national-socialista », Rauschning citaba a  Rosenberg : « La nación alemana está precisamente en tren de encontrar al fin su estilo de vida. (...). Es el estilo de la columna en marcha, y poco importa hacia que destino y por qué fin esta columna está en marcha. » Y Rauschning  concluye con ironía: « Así marcha la nación, sin objetivo, marcha por marchar. Así se manifiesta la ausencia de doctrina de la revolución por la revolución, de este movimiento por el movimiento. »
La propaganda es una empresa de fabricación de mitos nazis, he aquí a lo que se reduce para Rauschning el movimiento nazi: « Le falta de principios de esta revolución, he aquí su gran paradoja, he aquí el secreto de su eficacia. Ahí está su fuerza, es ahí que reside su energía revolucionaria. »

El Programa de  25 puntos del Partido Nazi no es sino una fachada: « Los objetivos confesos, los puntos del programa son cartas que tanto se juegan como se las oculta » Y esta fachada no es sino un camuflaje: « Me parece inútil insistir sobre el carácter artificial de la ideología nacional socialista, sobre su función de camuflaje y de medio de propaganda, y de señalar el cinismo de la elite inaccesible a su propia doctrina. » Según Rauschning, la elite nazi se sirve de creencias ideológicas, sin adherir a ellas, como un « instrumento de dominación, un instrumento donde no puede ignorarse la técnica espiritual de la hipnosis y la sugestión ».
Estimular, movilizar, canalizar, desviar, enceguecer: tales son las funciones de los motivos doctrinarios en la perspectiva nazi, tal como es analizada por Rauschning, presuponiendo que, en el mundo de la elite nazi, el recurso a las técnicas y a las estrategias manipuladoras orientadas a la conquista o a la conservación del poder excluye las convicciones ideológicas. Tal postulado es por lo menos discutible: Hitler y Goebbels creían sin reservas en el « complot judío international » (bolchevique y financiero), Rosenberg y Himmler en el « mito de la sangre », Streicher al « crimen ritual judío », etc., y ellos instrumentaban estos temas ideológicos en sus discursos de propaganda.
Para Rauschning no hay sino demagogia, inscrita en una visión groseramente maquiavélica del discurso de propaganda y de la puesta en escena, donde las altas elites manipuladores nunca se engañan:
« En el transcurso de lo que se ha llamado período de combate, cada vez que se ha tratado de desviar la masa de ciertos problemas o de despertar la combatividad de los adherentes, se ha hecho dar vuelta el disco « los Judíos y los francmasones. Todo eso es de una psicología tan primitiva y tan indigente como eficaz en su aplicación. Uno se engañaría creyendo que un hombre tan sutil como el ministro de Propaganda [Goebbels] no sabía que la campaña de violencias contra los Judíos- comprendidos los Protocolos de los Sabios de Sion- era una lucubración idiota.(...). Sería ingenuo suponer que un miembro de la elite cree verdadera y sinceramente en los axiomas de la ideología. Estas tesis han sido reunidas concientemente, por su eficacia demagógica, en vista de fines políticos. »

Así, según Rauschning, « el hábito de Arlequín que es la doctrina nacional socialista disimula de maravilla la pobreza, la desnudez intelectual del nacional socialismo ».
En un régimen fundamentalmente revolucionario, que se reducía a un « movimiento » destructor, la doctrina no podía ser sino propaganda, instrumento como otros al servicio de fuerzas demoníacas, o todavía el simple medio de realización de un  « proyecto de movilización total al servicio de la Nada ». El  « nihilismo total » era la « doctrina secreta del nacional- socialismo ».
De seguir  a Rauschning, para Hitler y los altos dirigentes nazis, el antisemitismo, por ejemplo, no era sino un modo más o menos eficaz de manipulación de las masas. No podía ser objeto de una fuerte convicción. El discurso antijudío no habría sido sino un decorado atractivo, un vestuario engañoso, una puesta en escena seductora, y la ideología antijudía un atrapa-bobos, una suerte de autopublicidad mentirosa de actores políticos movidos por la única pasión de la dominación. La desrealización de la ideología implica así un borramiento del antisemitismo en el cuadro de los factores explicativos de la evolución Tercer Reich. La verdad del nazismo habría que encontrarla en la potencia de destrucción y autodestrucción de un sistema sin dirección verdadera y en perpetua desintegración, que será descrito por consiguiente, en la perspectiva funcionalista, como una poliarquía conflictiva.

En su libro aparecido en 1942, Behemoth, Franz Neumann, miembro de la Escuela de Frankfurt, había dado una versión marxistisante de esta aproximación negando hasta el absurdo la dimensión ideológica del régimen nazi, el cual no era a sus ojos  sino un « no-Estado, un caos, el reino del desorden y la anarquía ».
Partiendo del principio que « una teoría política no puede ser no racional », deducía ingenuamente que el nazismo, por el hecho de su irracionalismo, no podía tener una verdadera teoría política. Se esforzaba en particular en minimizar la importancia del antisemitismo en tanto factor independiente, sin retroceder ante la afirmación, involuntariamente provocadora,  de que el pueblo alemán era « el menos antisemita de todos los pueblos ».
Afirmación insostenible que será invertida en 1996 por Daniel J. Goldhagen en su best-seller titulado Los Verdugos Voluntarios de Hitler. Los Alemanes ordinarios y el Holocausto, donde el joven historiador americano atribuye al pueblo alemán entero un « antisemitismo  eliminacionista » que, luego del siglo XIXe, habría impregnado en profundidad la cultura germánica.
Suponiendo la existencia de un proyecto criminal antijudío en Alemania antes de Hitler, Goldhagen postula la primacía de una ideología antisemita aminorando el rol jugado por Hitler y los propagandistas nazis en su difusión y su inculcación. Se sigue que el Führer, lejos de haber sido el inspirador o el instigador de la  « Solución final », no habría sido sino un partero o un catalizador  del « antisemitismo eliminacionista » que le preexistía en la cultura germánica. Es un modo radical, en verdad indefendible, de disolver las responsabilidades de Hitler en aquellas del pueblo alemán, tratado como un pueblo de « demonios ». Transferencia de demonización del personaje singular de  Hitler a la persona colectiva que es Alemania.  
 
Mein Kampf antes y después de la Seconda Guerra mundial: ¿qué hacer?

Cualquiera hayan sido las intenciones de Hitler cuando tomó la decisión de dictar Mein Kampf en 1924 et 1925, su único libro publicado permanece un enigma respecto de la historia. Como lo ha notado Georges Gorielyon « nunca se ha visto un candidato a dictador librar tan cruelmente sus ambiciones más sanguinarias y  más paranoicas ». Lo que caracterizaba a Hitler, era una « una mezcla de franqueza y de simulación».
Es un hecho que los lectores del primer volumen, en 1925, podían saber lo que quería Hitler a pesar de las reconstrucciones mentirosas de su relato autobiográfico.  Pues no había que tomar a la letra una afirmación como aquella que apuntando a sus  « años de estudio y de sufrimientos » en Viena: « Es en esta época que tomaron forma en mi las perspectivas y las teorías generales que se volvieron la base inquebrantable de mi acción de entonces. Después, tuve pocas cosas que agregar, nada que cambiar. Al contrario »
Se sabe por ejemplo que el principio estructurante de su « visión del mundo », el antisemitismo apocalíptico, no ha aparecido sino al principio de los años 1920, aun si es posible suponer que el giro antijudío se opera en el soldado Hitler hacia la mitad de la Primera Guerra Mundial, como parece atestiguarlo la carta que data del 5 febrero de 1915 donde escribe a su amigo muniquense Ernst Hepp : « Cada uno de nosotros, aquí, no tiene sino un deseo en la cabeza : ajustar las cuentas con la banda de metecos. -los extranjeros- enemigos-, de una vez por todas. Para que, aun si alguno de nosotros debe permanecer, los otros encuentren a la madre patria desembarazada de los metecos [Fremdländerei] que lo estorban. »

Pero el autorretrato  que bosqueja en el primer tomo de Mein Kampf es en el conjunto más bien semejante,  y sobre todo muy revelador de su estado de espíritu en 1924. Fueron raros, entre los adversarios declarados, que la tuvieron en cuenta.
El filósofo católico Lucien Laberthonnière (1860-1932), en un estudio sobre Mein Kampf publicado solamente en 1945, escribía significativamente :
« Por poco interés que presente por sí mismo Mein Kampf, las consecuencias de esta obra son tales que es profundamete repudiable que no haya sido leída de un extremo a otra por un gran número de franceses. » De otra manera, no se puede estar sorprendido ante  « esta necesidad de develarse, en un hombre que llevaba al grado más alto el arte de la disimulación y la mentira ». Confesando « sus odios y sus furores, sus fantasmas ligados a un erotismo infantil más superado, así como sus apetitos de conquista y destrucción », el candidato a dictador se mostraba más vanidosamente provocador que estratega político.

Frente a Mein Kampf, en tanto que texto fundador del movimiento nacional socialista y documento revelador sobre la personalidad del  Führer, los medios antiracistas han variado considerablemente sus posiciones, pasando de la convicción que la lectura del libro debería bastar para « abrir los ojos » de los ciudadanos al miedo de que no los seduzca y los arrastre irremediablemente hacia la mitología nazi.
En los años1930, los antinazis y más generalmente los antiracistas llamaban en efecto a sus contemporáneos a leer Mein Kampf – al menos en su versión no expurgada – con el fin de descubrir los proyectos inquietantes del Führer, y así oponerse al nazismo en conocimiento de causa.
La traducción integral (y no autorizada) de la obra publicada en  1934 par Fernand Sorlot, maurrassiano germanófilo lleva el epígrafe de esta frase de Lyautey: « Todo Francés debe leer este libro. »

Algunos años más tarde, en 1939, en sus  Esclarecimientos sobre  Mein Kampf, Jacques Benoist-Méchin, compañero de ruta del nazismo, nota que  « Mein Kampf se ha vuelto la Biblia del  IIIe Reich, el Corán de un imperio de 80 millones de habitantes », y celebra este libro que ha « transformado la frontera de ciertos Estados y borrado a otros de la carta de Europa », este libro « extraño y explosivo, ardiente y frenético » que «ha cambiado la cara del mundo ». Agrega que este libro « puede provocar todavía conmociones desconocidas » y que su « acción profunda está lejos de haber sido agotada ».

En su conclusión, Benoist-Méchin cree poder justificar la publicación de sus Esclarecimientos: « No se puede (...) comprender nada de los actos y las intenciones de Hitler sin un conocimiento profundo de Mein Kampf. Más que nunca, hoy, este conocimiento es para nosotros una cuestión de vida o de muerte. »

Sosteniendo la tesis que el movimiento nazi, despojado de toda preocupación ideológica, no podía sino engendrar sino una « revolución del nihilismo », el intelectual antinazi Rauschning ha abierto la vía a un cierto número de historiadores que verán en la guerra total y autodestructiva la verdad de la revolución nazi. En consecuencia, la cuestión de la elección de los enemigos se vuelve una cuestión secundaria. Que, por ejemplo, la « juidería internacional » haya erigido a Hitler en enemigo absoluto – desde inicios de los años 1920 a la primavera de 1945- , he aquí que no podría  constituir sino un hecho contingente en el proceso erostático, el único tomado en cuenta. Así sucede con Jeremy Noakes, que concluye que « el único elemento propiamente revolucionario del nazismo reside en la destrucción y autodestrucción, colorario inevitable de la irracionalidad de sus objetivos ».
Noakes exponía así en 1983 su visión del nazismo: « No se puede  sostener que la revolución nazi fue la guerra- no solamente porque la guerra imprimió a los cambios políticos, económicos y sociales un ritmo mucho más amplio que en tiempos de paz, sino también, a un nivel más profundo, porque el nazismo se bañaba en la guerra como su elemento. En este sentido, el nazismo fue verdaderamente, una revolución de la destrucción, de sí mismo y de los otros en una escala sin precedentes. »

Esta tesis, no fundada sobre una búsqueda empírica, pero dotaba de un perfume de verosimilitud, se ha transformado en un rumor « autorizado », indefinidamente repetido en todos los medios antinazis y retomada en eco por numerosos historiadores y sociólogos. Se supone de ordinario, en la perspectiva moralizante que consiste en reducir el destino histórico de Hitler a la práctica del homicidio en masa, que un tal asesino no piensa, que este monstruo inhumano es totalmente extraño al mundo de las ideas, etc, por lo tanto, que las ideas no pueden tener la menor importancia para él.
Identificado como demagogo cínico, psicópata peligroso o criminal confeso, Hitler ha sido por así decir expulsado de la historia. La verdad histórica es en efecto difícil de afrontar, y más difícil todavía digerir: en Hitler coexistían el estratega político hábil, el demagogo talentoso, el lector apasionado, el dirigente político preocupado por la ideología, obsesionado por un pequeño número de temas ideológicos, “doctrinarios », « filosóficos »), el paranoico movido por el odio, el criminal inaccesible a la culpabilidad.
De otro modo, la lectura no crítica de dos libros de Rauschning, La Revolución del nihilismo et Hitler me ha dicho (recopilación, aparecida en 1939, de conversaciones del autor con Hitler, reproducidas de memoria y con intenciones militantes « antifascistas »), condujo a la primera generación de historiadores de la « Solution finale » a pasar por alto el estudio de Mein Kampf.
Es así que en su obra pionera aparecida en  1951, Breviario del odio, subtitulado « El  IIIe Reich y los Judíos », Léon Poliakov, celebrando la « la excepcional justeza » de las “revelaciones y los análisis » de Rauschning en el capítulo primero consagrado a los  « progroms » (del genocidio de los Judíos), se contenta con mencionar a Mein Kampf para notar simplemente que  este libro donde “ la palabra Judíos retorna casi en cada página  », no se informa nada sobre « la suerte que les tocará en el Estado nacional socialista ». Si él cita a Hitler en muchas reprises, es solamente después de Hitler me ha dicho, luego después de conversaciones reconstruidas muchos años después de haber tenido lugar, y esto, con la perspectiva de alimentar la propaganda antinazi.
El corpus de los textos hitlerianos publicados durante la vida del Führer representaba una masa considerable de materiales documentados. Sería necesario esperar a la mitad de 1960 para que algunos historiadores alemanes, Werner Maser o Eberhard Jäckel, estudiaran de cerca los textos y los discursos del Führer.

Después de 1945, los antiracistas, en Alemania y en Francia particularmente, se han esforzado para prohibir la publicación de Mein Kampf o de disuadir a sus contemporáneos de leerlo, como si ellos temieran una potencia de contaminación o de sugestión que sería inherente a la obra. Han sido confrontados en sus miedos por el uso del libro como bandera o emblema de la causa antijudía por los medios más diversos, desde los neo nazis norteamericanos a los islamitas de todos los países, del mundo árabe y de América Latina y la India, pasando por ciertos movimientos de la extrema derecha rusa o del nacionalismo en Turquía, donde Mein Kampf se ha vuelto un  best-seller en los años 2000.
A fines de los años noventa se podía observar la libre circulación, con la aprobación expresa de la Autoridad Palestina, de una traducción árabe de Mein Kampf, difundida por un distribuidor de Ramallah.

Esta traducción, reimpresión de una edición libanesa (1963, después 1995), alcanzó el sexto puesto de las mejores ventas en el territorio palestino en 1999. En su introducción, el traductor de la edición árabe. En su introducción, el traductor de la versión árabe, Louis al-Hael antiguo SS Louis Heiden, refugiado en el Cairo en tiempos de Nasser y convertido al Islam), no vacila en hacer el elogio del « gran hombre »: « Adolf Hitler no pertenece al pueblo alemán, es uno de los raros grandes hombres que han por así decir detenido el curso de la historia, infléchi su curso y cambiado la faz del mundo. (...) El nacional socialismo no está muerto con la desaparición de su heraldo. Al contrario, su simiente se multiplica en las estrellas. »

Después de haber servido del Hitler viviente en tanto documento desmistificador en medios antirascistas y antifascistas, en consecuencia como instrumento de propaganda antinazi, Mein Kampf se vuelve en Europa, después de 1945, un libro denunciado como escandaloso y peligroso, destinado a ser prohibido por la censura. Un libro que da miedo, porque se lo supone capaz de envenenar los espíritus.
En Francia, la reedición en Sorlot, en 1979, de la traducción integral de Mein Kampf, aparecido inicialmente en 1934, comporta advertencia de corte antiracista, que recuerda los crímenes contra la humanidad cometidos por los nazis y expone las disposiciones legales en materia de lucha contra el racismo. C'est à la suite d'un arrêt de la Corte de apelaciones de Paris del 11 de julio de 1979 que el libro ha sido autorizado a la venta en razón de su « interés histórico y documental».
Pero el miedo de afrontar en el texto lo que queda de « la Bestia immunda » ha perdurado. Como si Mein Kampf fuera percibido como un texto contagioso, un texto-virus. Lo que se comprende fácilmente desde el momento que es tomado como símbolo del « mito Hitler », estudiando recientemente en todos sus aspectos por  Ian Kershaw.
En 1947, Hugh Trevor-Roper había identificado esta potencia de fascinación ejercida por el Führer, y que le ha sobrevivido: « La fe profunda que él tenía de su misión mesiánica fue quizá el elemento más importante de la extraordinaria potencia de su personalidad, que se prolonga mucho después que las razones exteriores de la supervivencia hubieran desaparecido, y la aceptación de este mito, incluso por el inteligente Speer, constituye la mejor prueba de esta potencia ».
El lazo sustancial establecido entre la personalidad peligrosamente fascinante del Führer y su libro único explica en gran parte las inquietudes y las reticencias provocadas por la circulación de este último.
Introduciendo en 1952 la traducción françesa de Libres propósitos sobre la guerra y la paz, « propos de table » de Hitler recogidos por orden de Martin Bormann(5 julio 1941-12 marzo de 1942), el germanista antinazi Robert d'Harcourt recordaba la manera paranoica y demonizante por la cual el Führer estigmatizaba las « potencias demoníacas » (dämonische Mächte) de las cuales el pueblo alemán había sido víctima
Todo sucede como si los enemigos de  Hitler hubieran vuelto contra él esta acusación, haciendo del Führer, asimismo luego de su muerte una « potencia demoníaca ». Este miedo mágico de una contaminación por el demonio hitleriano ha ejercido sus efectos hasta en el campo de las búsquedas universitarias, donde los especialialistas del nazismo, con algunas excepciones cercanas (Edmond Vermeil antes, y, más recientemente Édouard Husson), se han dispensado de estudiar la obra, es decir, simplemente leerla integralmente. Como si los pedazos elegidos pudieran permitir, todo a la vez, conjurar el peligro de una seducción textual y de comprender suficientemente la doctrina del Führer. Doble ilusión.

En Alemania, donde la reedición de libro está prohibida luego de 1945, quienes rechazan esta prohibición, en la perspectiva de una crítica desmistificadora del nazismo, avanzan el argumento de su carácter contra productivo. En 1952, el historiador y politólogo Arno Plack había soulevé la cuestión, deplorando el hecho que la madurez política del pueblo alemán sea subestimada al punto de juzgar peligrosa la lectura de Mein Kampf, cerca de cuarenta años después de la desaparición del Tercer Reich.
Más recientemente, cierto número de historiadores se han pronunciado en favor de una reedición de la obra que comporta notas y comentarios, es decir, una verdadera edición crítica. Han sido apoyados por el consejo central de los Judíos de Alemania cuyo secretario general, Stefan Kramer, ha declarado el 25 avril 2008 à la radio Deutschlandfunk :« En principio, estoy a favor de una publicación de libro, provista de comentarios, y sobre el hecho de volverlo disponible sobre Internet. »

Los derechos de autor de Mein Kampf, actualmente detenidos por el el Land de Baviera que por mucho tiempo ha rechazado la reedición del libro, caerán en el dominio público el 31 de diciembre de 2015, lo que permitirá a los medios neo nazis reeditar y difundir masivamente la obra.
Pero esto último es ya propuesto por numerosos sitios Internet especializados en la venta de libros (en 1999, Mein Kampf era la tercer venta de Amazon en lengua inglesa y alemana), y el texto integral del libro prohibido en ciertos países es desde muchos años accesible  en línea a sitios extremistas.  .

Es en este contexto que las autoridades políticas de Baviera así como los dirigentes del Consejo central de los judíos en  Alemania se han puesto de acuerdo al principio de una reedición de la obra, con fines historiográficos y educativos. Una  reedición por así decir preventiva, constituye un mal menor para quienes temen que la potencia de seducción del libro manifiesto continúa ejerciendo sobre los espíritus no preparados.

En un discurso pronunciado el 26 de junio de 2009, Wolfgang Heubisch, ministro de Ciencias, de la Búsqueda y de las Artes de Baviera, favorable a una reedición de Mein Kampf surtida de   comentarios críticos de historiadores, ha privilegiado este argumento: « Si es necesario que la obra de Hitler sea editada, existe que los charlatanes y los neonazis se agarren de este libro detestable cuando  Baviera no tenga más los derechos. Soy de la opinión que haya una edición bien documentada y preparada
. »

En el mismo sentido, partidario de una « edición crítica, científica, erudita » de la obra, Stefan Kramer ha declarado a la televisión ZDF el 12 de agosto de 2009 que consideraba como « sensato e importante publicar una edición de Mein Kampf de Hitler con comentarios de investigadores », con el fin de poder disponer de una « edición comentada que podría ser utilizada, por ejemplo, como texto para explicar a los alumnos  y a los jóvenes durante los cursos de Historia. » Y reafirmar su preocupación por una acción editorial preventiva: « Tenemos necesidad de preparar a partir de hoy una reedición universitaria salida de críticas históricas para evitar que los neo nazis saquen provecho. »

En Francia, Richard Prasquier, presidente del Consejo representativo de las Instituciones judías en Francia, presidente del Consejo representativo de las Instituciones judías en Francia (Crif), más bien desfavorable a una edición crítica del texto integral, pero retomando la hipótesis del menor mal, ha intervenido en el debate del 11 de agosto de 2009 presentando una posición matizada, fundada en una distinción entre tres aspectos del problema.
Según él, Mein Kampf « representa tres cosas »:
« - Un objeto  histórico. Los historiadores lo conocen, pueden acceder en la biblioteca o los archivos; no hay necesidad de republicarlos. En cuanto al gran público, a los alumnos, no hay necesidad de leer este libro en extenso para acceder a la historia de la Segunda Guerra Mundial.  
- Un panfleto antisemita. A este respecto, aun si está bien datado(...),puede todavía destilar su veneno. Forma parte de los textos antisemitas contra los cuales hay que luchar. Se sabe que es muy difundido y vendido en el mundo. Si todas las ediciones fueran ediciones críticas, sería un mal menor. Por ejemplo, los Protocolos de los Sabios de Sion han reaparecidos en largos extractos en una edición comentada por Taguieff y otros investigadores, lo que atenúa la nocividad del texto.
- Sobre todo, es un símbolo. El símbolo nazi por excelencia, el símbolo del horror. Ver este libro en una librería sería una agresión visual. Sería ciertamente insoportable para un sobreviviente, a quien eso haría el mismo efecto que ver una cruz gamada en una librería. Saber que este libro es disponible por Internet, es una cosa, verlo expuesto a pleno día, equivale a decir que se puede leer todo, que este libro no es más chocante que otro, y eso es insoportable.  »

Por mi parte, reconociendo la realidad potencial de los efectos indeseables identificados por Richard Prasquier, estoy inclinado a reconocer  que una edición crítica realizada por un equipo pluridisciplinario de especialistas constituye, al menos en las sociedades liberales pluralistas, garantizarla libertad de expresión y discusión, el único medio de evitar abandonar el texto peligroso a los propagandistas extremistas y a los editores sin escrúpulos. Y la única manera de privar a Hitler de una victoria póstuma.
(Traducción: Luis Thonis) 
  

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