viernes, 21 de febrero de 2014

Introducción a Eunoe. Por Luis Thonis.



EUNOE

Ediciones Último Reino, 1991
                                                  

                                                  INSCRIPCION
Eunoe es el río con el cual Dante abre la vía del Paraíso.  Los ríos de la Biblia no son los de Dante: en él están el Eufrates y el Tigris, pero también el Leté y el Eunoe.  Eliot hablaría de una imaginación alegórica. Walter Benjamin afirmó que toda alegoría moderna es una alegoría del olvido que excede el tiempo lineal de la modernidad; esto implica el recuerdo, Rettung der Vergangenheit, es la expresión que utiliza para hablar de la salvación del pasado, de sus usos, de la redención por el  recuerdo.
Hay en Dante la entrada en el Paraíso en tanto lugar de disolución en la música y la risa, de su nombre que no coincide con el autor del libro.
No cabe confundir el Paraíso con una arcadia desplazada, un  lugar plácido. Las advertencias del Canto II del Paraíso – donde el poeta pide que vuelvan a las playas quienes no estén  preparados para ese curso – no son menos precisas que la famosa inscripción de la puerta del Infierno, la invitación a inicios del canto tercero de abandonar toda esperanza a quienes entran en la ciudad doliente.
Leteo: la Teogonía de Hesíodo hace del Leteo el niño de Eris, la lucha.
Basta esa etimología para sorprender la posibilidad de un duelo. Que sin el otro río, Eunoe, sería sólo la perpetuación de una manía: así, Beatriz, luego de oír la tempestad – el águila que simboliza a los emperadores romanos, perseguidores – en el canto siguiente constata que hay cosas que el agua del Leteo no ha hecho olvidar, sugiere entonces a Dante que vuelva al Eunoe: “Ma vedi Eunoé che la deriva: melano ad esso, e comme tu sé  usa/ la tramortita sua virtú ravviva”. Río de la recordación –otra memoria, agua que dividiéndose se aleja – que lo lleva a ese transhumanar del primer canto del Paraíso.
Para referirse a la eris moderna – sus imperceptibles, nuevas formas de violencia y opresión, fáciles de reproducir – Walter Benjamin oyó, en su travesía, “una tempestad que sopla desde el Paraíso” y dio con un ángel cuyo único interlocutor sería el Angelus Novus: su admirado cuadro de Paul Klee.
En su poema El Santo Oficio – sátira feroz contra las claudicaciones del medio literario irlandés – James Joyce escribe: “to enter heaven, travel hell”.  Y no deja de referir   a  “esas almas que odian  la fuerza que la mía tiene, templada en la escuela del viejo Aquino”, que anticipa el lugar que tiene la Trinidad en el Ulises, en relación al infinito y la transmisión de los nombres, salida de la “religión” de la época, de su macro y microcosmo, consistencia que permite la generación de los nombres ante una pesadilla de la historia que niega a toda versión.
En Eunoe se diferencia entre demonio y mal. Baudelaire en Les Litanies du Satán  ruega al demonio tenga piedad de él – “Oh Satan, prends pitié de ma longue misere1” -, Wallace Stevens, de otra manera, en su Estetiqué du Mal escribe – en diálogo con Boudelere – una extensa oración fúnebre a la muerte del demonio – que el puritanismo necesita “vivo” para anatemizar, es el sexo, el color de la piel -; descubre  que su asesino no ha dejado huellas: “The death of  Satan was a tragedy /For t he  imagination/ A capital negation destroyed him in his tenement”. Es su misma escena la que permite conjeturar que pudo refugiarse en la iglesia antes de su agonía, preguntarse a qué lógica dio lugar esa negación  capital del “espíritu de la negación”, el demonio según Dostoievsky. Entramos en una reproducción donde el crimen es “inexistente”, donde todo pasa muy rápidamente y no acontece nada. El poeta viene a enterarnos que apenas si sentimos luego de esa muerte, sueña un paraíso de connotaciones puritanas, incorpóreo para la gente incorpórea: al final de su vida se convierte al catolicismo.
Nazismo y puritanismo han identificado mal  al demonio. Hitler quería no sólo exterminar a los judíos sino al mismo “mal”. Luego del pueblo de la Biblia venían los que padecían determinadas enfermedades, los negros, todos los que no fueran el Ario. La trama de este nuevo infierno- por completo ajeno al de Dante- ha sido expresado por Rosenberg, que vaticina con énfasis que “los espantosos crucifijos de la época barroca que muestran en todas sus encrucijadas los miembros torcidos y atormentados” serán reemplazados por la esfinge de los guerreros caídos al servicio de la patria.
Nueva salud. Es la imposibilidad del duelo en el totalitarismo que deriva en la perpetuación maniática de un programa criminal. El que procura abolir el horror, el arte, la diferencia sexual, el malestar, no es casual que se apunte el barroco, el jesuitismo- su referencia teológica- que fue un arte dialogar y tratar con el mal, de Loyola a Joyce.
No ha sido muy distinta la lógica de los socialismos concretos. Hoy en Alemania Oriental se puede comprobar que las botas soviéticas tenían la misma forma de las nazis, que muchos espías trabajaron antes en las otras filas.
George Steiner en El castillo de Barbazul –al referirse a los genocidios soviéticos entre 1936 y 1945 – escribe- a propósito del antisemitismo soviético- que “es acaso la expresión más paradójica del odio que siente la realidad ante las utopías fracasadas”, y eso toca a un pasado reciente de sueños restaurados de distinto signo que al querer suprimir el mal impiden tratarlo, elaborarlo, terminan por parecerse al infierno que se quiere abolir.
El neopuritanismo- lenguaje hoy triunfante- ante eso promete - con grosero positivismo – que todo mal habrá de abolirse mediante el progreso y eso nunca viene sin una devaluación muy fuerte del lenguaje, del verbo, que nunca es menos obstáculo para la elaboración de la angustia, el pasaje al goce en tanto efecto de nominación.
Se trata entonces de trashumanar ese pasado reciente –que viene a dar en un siglo -, esa espera entorpecida, aletargada de alguien que sea autor de un saber sobre la muerte, esto se atisba cuando hay gente que ante faltas menores se pronuncia no a favor del crimen –como acto individual, accidente – sino como modelo de solución “fina”, acontecimiento. Algo que no deja de hacer eco en los estados de excepción de la cultura que se han vuelto la norma, permanentes documentos de barbarie según Benjamin, trama donde a derecha hay un foso y al otro lado un muro. Trashumanar este pasado reciente supone abrir otros tiempos, derivarlo a nombres de la historia, jugarlo en nombres anónimos, en diálogo con la tradición poética, en varias direcciones, ritmos.
La bula papal que postuló que el demonio hubiera sido bueno  de haberse quedado como Dios lo hizo informa que su ley es la metamorfosis; una de ellas, es su misma muerte, sin firma. Hopkins, en carta a Bridges, expresaba que los dioses griegos son por completo inutilizables; Stevens que lo hemos pulverizado, se han disipado como esas cenizas del Vesubio que le permiten – al principio de su poema – describir “el terror” del sonido porque el sonido “era antiguo”.
Queda un duelo por hacer con el demonio, antiguo sonido, para oír el mal en la escena misma de su reproducción actual, eco de una historia impensada. Kafka da una pauta cuando dice que escribe  para “salir de las filas de los asesinos”, esto no responde a un imperativo moral sino al desplazamiento de su firma, condición de otro goce.
Otra música se oye cuando Hopkins traza la alondra osada de la tempestad, tempestad de la que hablaron Dante y Shakespeare, otros, que benjamín oía soplar desde el Paraíso. Eunoe es un libro de tempestades, ciudades, mujeres, que vienen a dar la escena vertiginosa donde todo se traduce a todo y donde el crimen permanece informulado con apariencia de eternidad, se trata de asumirla a través de la vibración del nombre, del ritmo, aun si hay que caer en la región más interdicta, el fondo del mar, pasar, cuántos días, cuántas noches en las entrañas de un pez para escuchar que el pálido infierno que puede entreverse al despertar se ha vuelto tan indeterminado como la paternidad misma, es sólo un resto más … a tratar por acorde vocal.

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