martes, 19 de noviembre de 2013

Las palabras del vértigo. Por Mariano Dupont


  • 09/07/13

Las palabras del vértigo

Luis Thonis propone en “Milagro infame” una serie de relatos donde despliega una gran artillería verbal.


Milagro infame de Luis Thonis es un libro que va solo. Que no se codea, que no guiña, que no busca armonizar en la postal monocroma de gran parte de la literatura que se escribe hoy en la Argentina. Un libro a contramano de la época que nos ha tocado en suerte. Un libro en contra de su tiempo, o sea. Anacrónico, en el sentido mureniano. Un libro que, como los de Murena, dicen lo que no hay que decir, lo que no se debe decir. Lo que la época (las jaulas, los fórceps, los chalecos doctrinarios de la época: el Dictum ) no quiere que se diga. Un libro contra el que, inevitablemente, chocan y rebotan los zombies de la época, sin poder entrar.
Para leer los relatos de Milagro infame hay que salir, entonces, de las lecturas de Procusto (Procusto, el bandido aficionado a cortar o estirar extremidades –pies, manos, hasta cabezas– para que los cuerpos coincidieran exactamente con su lecho); hay que salir de la cárcel de la ideología, del pattern de lectura aplicable –siempre mecánicamente, “inteligentemente”, “políticamente”– a todos los libros, esa silla de ruedas que generosamente nos legó la “generación de granito”, para decirlo con Luis Thonis. Del pasado, hay que salir, del pasado y la buena conciencia. De lo viejo. Hay que ser joven para leer Milagro infame . Hay que soltar las taras. Y escuchar.
“Se ha renunciado a la vida grande cuando se renuncia a la guerra”, decía Nietzsche. Este es un libro de guerra, agonal. Estilísticamente, sobre todo. Pero también en otras cosas, en otros terrenos. Relatos vertebrados por un clasicismo bellamente autista, soberano. Nada que ver con las prosas prolijas, correctas, “bien” escritas, que acunan nuestros días de literatura argentina contemporánea. Nada que ver, tampoco, con las imposiciones maniqueas de la normativa, con las sentencias de los tribunales sintácticos. Fuera del tedio, de los vanguardismos gagás. Contra la lengua única y policial del Bien. Contra el vaciamiento del sujeto. Contra la cultura de los “zartistas” (concepto de la máquina Thonis, que dialoga con el de los “artistócratas” o los “rebelócratas” de Philippe Muray), que aparece retratada en el último relato, una sátira orwelliana, demoledora, por momentos desopilante, que da título al libro. Allí Thonis despliega toda su artillera verbal. Quema las naves, las prende fuego. Con él adentro. Se inmola, como aconsejaba Leónidas Lamborghini. Un relato dentro de un relato. Una novela distópica, alegórica, fuertemente política, que postula un mundo –más real que el real– en donde nadie “se atrevía a abrir la boca, salvo para repetir que todo iba bien” y en donde “lo único que seguía siendo tautológico era el horror”. Un juego de inversiones, dobleces y torcimientos en donde los modelos santificados terminan revelando su propia caricatura. “Los poetas verdaderos son los que devuelven las palabras al vértigo, quitándoles el peso culpable que llevan consigo”, dice el tío Roberto en “La sobrina de Bacon”. Luis Thonis es uno de ellos.
Revista Ñ, Clarín-


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