martes, 5 de noviembre de 2013

Sentencias áticas. Por Luis Thonis.




Las visitas de Lancelot a su doctor personal cada dos o tres meses a menudo le hacían perder la paciencia. El objetivo era que le diese el visto bueno para hacer actividades deportivas, desde jugar al fútbol hasta comprobar el andamiaje donde se fundaba todo su entrenamiento: la carrera de cien metros llanos. Nada hay como eso para fortalecer cada poro del cuerpo, le había enseñado un entrenador japonés.
Uno puede tener varios cuerpos, basta saber cambiar de aire, por ejemplo, a término de una maratón se cambia de cuerpo y se recomienza otra vez. Fue descubriendo que esto podía trasladarse al sexo, siempre y cuando la mujer lo inspirase. 

Podía hacerlo horas con idéntico frenesí si aplicaba ese método. Las mujeres nunca lo olvidaban, atribuían eso a que las hiciera reír, sí, en la cama, pensaba cuando hacía de atorrante. Pero hasta el amante mejor entrenado sufre derrotas en este valle de batracios. Lancelot recordó su furtivo, fallido romance con una modelo que a menudo lo llamaba para que leyera sus poemas. "Me parece que vos querés tener algo conmigo", le dijo para romper la monotonía de los encuentros. Parecía imposible que tal ejemplar descomunal le diera bolilla, pero se acordó de un consejo del padre: "Las mujeres inaccesibles son las más fáciles". ¿Era el caso? El viejo otra vez la había pifiado: "No, dijo ella, tengo novio". Lance: "No importa, puedo ser tu amante". " Pero también tengo amante", contestó ella como si se disculpase. "No soy tu tipo", dijo él. "No", ella corroboró y volvió a los poemas: un perfume zigzageante de otoño, leyó. 
Todo siguió así hasta que un día lo sorpendió con una ex novia en el Tortoni, el mejor lugar para ese tipo de encuentros porque todo asomo de melancolía ya ha sido succionado y estetizado por el contexto. Al otro día lo llamó: necesito verte.
-¿Más poesía?  
 -No, te vi con una rubia y no sé por qué te deseé
 - Pero qué pasa con tu novio
-Lo internaron, está en el manicomio, pobre.
-¿Y tu amante?
- Es un boludo total. Ni bien desapareció mi novio se borró.
No supo porqué tuvo la sensación de ir al matadero. Su rostro era angelical y tenía un cuerpo espectacular. Se dio cuenta que era algo tan perfecto que no podía entrar en ella. Le era imposible tener una erección, el sexo se había encaprichado en una suerte de enredo tautológico sin solución: se había vuelto una preciosa ridícula ante una ridícula preciosa. 
"Siempre me pasa eso con los intelectuales", concluyó ella con un resignado tono materno que lo fulminó. Nunca le había pasado antes, tal vez porque las cosas sucedían a su tiempo. Ella se limitó a chupársela para que el bochorno fuera dulce y total. 
Una anécdota no apta para contar a los muchachos con los que jugaba al fútbol.
Eso sucedió hace años. 
El sábado pasado había jugado un partido a media máquina donde hizo un lindo gol. Había otro partido y vineron a pedirle que jugara porque faltaba un delantero. No se sentía cansado pero tenía que ir a ver a la vieja, a cuidarla un poco porque si se cae no puede levantarse por la parálisis que sufre en las piernas. Antes de comenzar el partido un rival, sobrador, dijo van a jugar con uno menos, sin notar que Lancelot lo escuchaba. 
Respiró hondo y apretó los dientes. 
Después, acostado sobre la cama, exhausto, se narraba el propio suceso con un tono épico: "A la primera jugada hice una doble pared y como quedé de espaldas hice una devolución de taco dejando solo a mi compañero. Fui vivado por los de mi equipo que se quedaron a ver el partido y otros que se mostraron admirados. Se había realizado la metaforfosis. Vino entonces un córner y me tiré enganchando de zurda a la bocha. Otro gol. Poco después hubo un rebote, metí un chanfle en el aire y el arquero quedó parado."
Se tranformó en ídolo absoluto de la cancha pero a partir de ahi se desentendió del juego, pensaba que la madre se caía, no podía levantarse, se ponía cada vez nerviosa y él era un hijo de puta que la desamparaba. Pero como el otro equipo hizo dos goles no le quedó sino anotar otro, a este se lo sirvieron solito. 
Al término del partido algunos le preguntaron por la edad. Se las dijo y se mataron de risa, otros le pidieron la célula. Esto ha sido algo bastante común en la vida de Lancelot que a veces se explaya conmigo: "nunca nadie me cree nada cuando digo la verdad. Si miento como se debe me consideran un capo. No me atreví a revelarles mi naturaleza post humana que ha recomenzado quemando etapas, de modo que hoy soy un hombre pero también un mono. Esto no significa que trepe los árboles sino que tire con frecuencia mi yo al tacho de basura. No me pidas explicación por eso."
La muerte siempre le pareció el zumbido de un tranvía que no existe mezclado con el grito de los faraones que claman entre las piedras. Siempre estuvo preparado para recibir un parte letal donde la muerte asoma entre un racimo de nenúfares. Una cruz rematada en una piña en la palma de la mano. Hubo un momento de suspenso, la inminencia de un plazo perentorio. Todo estaba bien en cuanto a la salud, dictaminó el doc. Es como si fueras un pibe, le dijo, pero eso no significa nada, nunca se sabe cuando llega el patatús. Dicen que se nace pirata y se nace caballero, ni contar de un doc. No hay cosa que no culmine para él en un pesimismo final. 
Pasaba sin aviso ni abolladuras del usted al vos, con un tono campechano y suave. 
Lancelot se adaptaba al paciente o al amigo de canas centenarias.
La luz del consultorio contribuye en una suerte de pantomima por los reflejos que vienen del vestíbulo.
El hombre es una eminencia internacional, recibe publicaciones y revistas de todo el mundo desde Natura y otras de nombres extranjeros que no retuvo hasta informes de la ONU sobre las armas químicas en Siria. 
Esto último lo deslizó para despertar su curiosidad pero se quedó chito. Se dijo: "El doc me quiere, me trata con un tono paternal. No es esto lo que me molesta sino un tono provinciano, lento, moroso, cansino, el rostro arrugado y malva, que me pone nervioso, más si hay otros pacientes en la sala de espera. He tratado de provocarlo, irritarlo de muchas formas y nunca he podido sacarlo de su tono: había sido amigo personal de Atahualpa y a veces citaba sus frases. Me contó muchas anécdotas, lo llamo Ata para darle un registro cosmopolita. Qué otra cosa era ese obrero ferroviario que un día se disfrazó de indio. Cobró durante el peronismo: le quebraron el índice de la mano derecha, tuvo siempre dificultades con el Si menor cuando tocaba la guitarra. Lo torturaron feo: le pusieron la mano bajo una máquina de escribir y se sentaron arriba, vinieron otros y le saltaron encima. No se inmutó cuando le dije que Atahualpa era la clave de la cultura porque el Payador perseguido era un perseguidor del Si menor, la tonalidad del sufrimiento pasivo. Era una alegoría de nuestra cultura: cuando se dejara de insistir en tocarlo a la perfección todo sería distinto, añadí. También aparece Sábato entre sus referencias de marras. Con las del cantor y las frases del hombre de Adrogué hace un combo donde el pesimismo tiene una voz galopante. No es un pesimismo con infundios y depresión por lo tanto mueve a risa más que ciertas euforias. Es una forma de hedonismo en él. Antes los escritores tenían la obligación de tener una vida atormentada, de lo contrario nadie daba un centavo por ellos. Amaban a los pobres, representaban la voz de los que no tenían voz. Los de ahora tienen que demostrar en todo momento que son los más vivos de los vivos como respetando un contrato tácito de que la cosa no va en serio. No soy para nada optimista pero no ante mis narices no dejo galopar al pesimismo como si no quisiera probar champiñones luego de la lluvia, salvo si se trata de arte."
Esta vez le tocó una de Sábato: el sufrimiento instruye más que la felicidad, si lo cito bien, aclaró. Qué vida de tormentos, estuve a punto de decirle. ¿Cuál fue su tormento? Sábato siempre quiso ser el primero, desplazar a Borges, su tormento, de un lugar que éste nunca tomó en serio, es decir, de entrada condenarse a la perpetua depresión. No es un problema de humildad ni vanidad sino matemático. Querer ser el primero es negarse a conocer que uno es un sucesor en una serie y condenarse a una prisión depresiva. Uno, por lo tanto, se desconoce como sucesor y no sabe a qué serie pertenece. En este tipo de cálculos nunca fallo. 
Después por un biógrafo confiable se enteró que le había dado a leer el manuscrito de El Túnel a Bioy Casares. Bioy se lo devolvió subrayado y corregido y Sábato lo publicó así. No sólo no se lo agradeció sino que no le volvió a hablarle más, le daba vuelta la cara para seguir atormentándose en ser el primero que no tiene sucesor. Bioy nunca quiso ser el primero por lo tanto debía resultarle despreciable. 

Mientras divagaba sobre esto, Ata comentaba el resultado de las elecciones. Para él el gobierno sacó casi todos los votos. Lance le aclaró que la proporción le era desfavorable, no lo tomó en cuenta, sacó más del ochenta por ciento sumando los del mismo partido, concluyó, pero el problema no son los números, es cultural, subrayó, algo con lo que estaba de acuerdo. 
- No hay alternativas, sentenció Ata, con irritante satisfacción.
Hasta que no se sepa qué es la cultura todo seguirá igual, concluyó,  y como otras tantas veces volvió a interrogarlo: ¿Se acuerda las veces que le dije qué es la cultura? ¿No me dijo que ud. es escritor? Soy un escritor de ficciones, al escribirlas pierdo la memoria, zafó Lancelot. Ata no se inmutó. Del mismo modo que otras veces, tomó su cuaderno de recetas, sacó un papel, lo anotó y lo ofreció en vajilla: la cultura es herencia más transformación. ¿Lo dijo Atahualpa, Sábato o quién? No recuerdo quién de ellos dijo esta frase que en adelante habrá de acompañarme aunque no lo quiera- me aseguró Lance.
El doctor seguía su discurso tipo sermón. Ya no pudo resistir más y le dijo que era un pesimista. Realista, corrigió Ata, acotando más paternal que nunca: lo que pasa es que vos todavía sos joven. Respuesta: doctor, usted no me da ninguna salida para vivir- iba a decir esperanza, pero le sonó a cursi-, aunque sea deme alguna fórmula para conquistar a una mujer imposible.
Al doc se le dibujó una sonrisa: aprendé a arreglar el calefón, del resto sabés más que yo.
-Sexo, salud y amor. La vida es eso- dijo Ata tono disertación. Usted no aprovecha, se obstina en meterse en problemas, quiere salvar el mundo o algo así. No vale la pena en este país, sea realista, amargo y hedonista. Lea a Shopenhauer
El corazón saltarín de Lance ya no podía resistir. Le agradaría hablar con él en un café, pero en un consultorio con esa luz que es blanca lepra era cómodo, además sentía la respiración de los pacientes esperando y todavía le quedaba un resto de educación. Shopenhauer hablaba del suicidio comiendo caviar, un capo, pensé, pero le dijo: bueno, aunque sea deme algún brebaje, por ejemplo, un virutol.
Ata quedó desconcertado.
-Es que no me acuerdo como se llama la pastilla que incentiva la actividad sexual
-El viagra, ya te regalé unos hace mucho. ¿Cómo fue?
Se quedó en silencio. 
Dijo virutol porque le resonaba en la cabeza lo que pedía la señora que viene a limpiar el depto y a menudo faltaba en el super. Además, el nombre no le gustaba. Tuvo curiosidad de saber qué era ese virutol: un día tomando gaseosas con los muchachos con los que jugaba luego del partido quedó asombrado: no sólo usaban el viagra sino que lo  mezclaban con no sé qué unguentos, hablaban de anabólicos, cada uno tenía su fórmula con el objetivo de tener la pija dura dura. 
Después intervino Pirulo, un tipo maduro y simpático que como marcador de punta se defiende muy bien. Tiene una mujer cubana y pro castrista, "no pienso como ella", aclara, va y viene de Miami, siempre bronceado y juvenil. Pirulo le musitó al oído: "vos tendrías que empezar a usar aparatos.". 
Lancelot:  “Me entreno, pero no con aparatos, tengo mi propio método”.
"No me refiero a lo deportivo sino al sexo", dijo Pirulo con un tono más científico que Ata. Ahí se enteró que Pirulo iba a los telos con una valija y llevaba todo tipo de instrumentos. 
Copó la parada, la juventud anabólica comenzó a interrogarlo. 
Lancelot quiso exponer su teoría: en el sexo lo único que importa es el fuego del verbo, atraviesa a las mujeres como a san sebastianes. ¿La prueba? Conocieron algunas que vinieron a buscarlo al final del partido. Estaban convencidos que les pagaba. Pero no se atrevió porque estos alquimistas de última generación iban a tomarlo por tonto. A nadie se le ocurre asomar la cabeza para preguntarse por el deseo.
Le preguntó al doctor y Ata le dio una cajita de regalo. Todo lo concerniente al sexo para él era sinónimo de salud. Pero a Lancelot no le fue bien con la pastilla. Su novia de entonces vivía lejos, era un paraíso estar con ella fuera de Buenos Aires. Ella era insaciable y pensó en darle una sorpresa. A escondidas se tomó la pastilla y a poco el  sexo se puso duro, duro, tanto que se sentió grotesco y eso tuvo un efecto deserotizante. 
A la mañana todavía el sexo estaba enhiesto, fue hacia ella que preguntó qué te pasa, asombrada que no recibiera la mañana con una nueva teoría robada a un sueño, mejor dicho, a un poema leído como un sueño donde uno ve rodar su cabeza cortada. A cada mañana una teoría o un poema, le reprochaba, pero eso la divertía. Ahora estaba indefenso ante el propio cuerpo: no sabía cómo hacer para que se bajara el sexo, el virutol fue una tortura, como si a alguien le añadieran el obelisco al propio cuerpo. 
Disimuló lo que pudo, ella no se dio cuenta de nada porque la cubrió de besos- qué bien le salieron esos besos- y al volver a Buenos Aires puso la cajita en la parte alta del aparador de la cocina como si se tratara de un arma cuyo funcionamiento se desconoce. Pasaron unas semanas y ella, que trabajaba de psicóloga en el hospital y que se levantaba temprano de un brinco casi sin dormir, radiante y alegre como si el universo comenzara, lo despertó enojada.
-Hijo de puta- gritó- ¿Así que te cogés a otras minas? 
Le mostraba la cajita, no se imaginaba que pudiera reconocer al virutol. Era la confirmación de la hipótesis que ella tenía, que durante la semana andaba con otras y a ella le hacía una visita de turista. 
Trató de conformarla como pudo, le habló del fuego del verbo, ella siempre decía que era el mejor amante que había tenido, sos un ejército le decía en interminables correos. Nunca el virutol había figurado en los planes, incluso le confesó que había usado uno con ella sin decírcelo. 
Goethe no necesitó virutol ni a los noventa años, el recuerdo de un clásico se impone cuando las cosas se ponen feas.
Como faltaba sólo uno pudo zafar pero no quedó del todo convencida: vos sos un flor de vivo, siempre hablás del fuego del verbo pero siempre te vi con Julia Roberts, dijo recordando otras novias. Como ella lo amaba creía que le echaban en ojo todas las mujeres. La comparación con esa actriz hirió su orgullo. Era algo que contradecía su estilo. ¿Quién se creía que era? El había tenido mujeres de veras, de veras, gritó en la vereda con rostro desafiante. ¿Cómo hacerle entender que ella le gustaba mil veces más que Julia Roberts? 
Es inútil, Lance: los que mucho se aman nunca pueden llegar a entenderse.
Ni bien pensaba todo esto en un relámpago ya el doctor Ata le extendía una receta de virutol.
La tomó sin decir nada, quería irse cuanto antes.
-Usted está apurado, seguro va a escribir algo de esto que hablamos. Usted piensa que soy alguien muy tradicional, pero a la larga, luego de mucha destrucción, se volverán a reivindicar los viejos valores porque no hay otros. Todo el mundo hoy se burla del amor pero todos quieren ser amados, aunque sin dar nada a cambio y este es el núcleo de la destrucción. Y también de la presión, fíjese en la sala.
- ¿Entonces, hay esperanza?- Lancelot parafraseó a Kafka sabiendo la respuesta del personaje: Si, pero no para nosotros. 
No quería oírlas por boca de Ata que meneó la cabeza: - Sólo hay que recordar que la cultura es herencia más transformación.
- Entonces brindemos por lo que Dios no salvará-, dijo con una sonrisa Lancelot.
Cuando salió del consultorio una larga fila de pacientes se había acumulado y sintió como si tuviera más de cien años. Pensó que estar solo no era no estar con nadie sino en una fiesta donde estuvieran todas sus novias. Después puso la receta con la sentencia ática dentro del marco de un cuadro, delante de los clásicos de la bibiloteca, como si comenzara una dieta. 
El doctor Ata tendría que darse por contento: un elogio consabido puede sonar a ofensa.
Herencia más transformación: el Payador perseguido seguía insistiendo con el Sí menor.

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